Estaba sucediendo de nuevo.
Los libros en el piso le hacían un nudo en la garganta robándole el aire y las ganas de dar un paso más. El sentimiento de estar atrapado corría de nuevo por su columna vertebral, casi paralizándolo con la respiración agitada.
Se sentía de pronto un niño de trece años, en medio del pasillo que daba acceso a los lavabos, esperando, buscando en sí mismo un halo de fuerza que le permita moverse, recoger sus cosas y salir de ahí antes de que los pasos se acerquen demasiado, antes de ser empujado al piso y golpeado hasta el cansancio. Un niño que lucha por retener las lágrimas y que sin ánimos para luchar se queda parado a esperar su castigo, un niño al que los puñetazos y los insultos hacen pedazos en el suelo, y que al levantarse ha perdido un poco más del brillo en sus ojos.
“Pequeño, Baek” parece escucharlo y sentir de pronto el tacto de su madre sobre su mejilla morada, cree que si levanta la mirada va encontrarse de nuevo con su mirada preocupada, culpable. E inconscientemente exhala un “estoy bien” en busca de tranquilizarle. Y se eriza ante la idea de escuchar un portazo segundos después, que lo llevaría a encontrarse con su padre y su rechazo.
Aún con todo el sentimiento enfermizo, una corriente de emoción domina parte de sus sentidos, una excitación acompañada de un sabor amargo en la boca y falsas esperanzas. Atento a los ruidos detrás de él, se dice a si mismo que los pasos se acercan y se pregunta si es que está lo suficientemente loco como para quedarse ahí. Porque esta vez no sucederá lo de años atrás, esta vez nadie saldrá de la nada para salvarle, nadie hará a esas personas retroceder, y por supuesto nadie le miraría como aquella persona.
Park Chanyeol no llegaría por su pequeño Baekki, ni le preguntaría si estaba bien o le compraría un helado para animarlo. No sonreiría para él aún en medio de una tarde gris, o le tomaría de la mano para huir de la lluvia., no irían a la playa como si fuera al cine y tampoco poco podría huir de casa. Porque aunque la historia se repitiera una y otra vez, nunca podría borrar la lluvia de otoño, ni las colillas en el cenicero de la mesa, nada podría evitar que el 6 noviembre, con el frio calándole los huesos se le ocurriera la maldita idea de salir a la librería cerca de las 7 de la noche en busca de algo que podía conseguir el día siguiente.
Nada podría hacer que un conductor despechado y alcoholizado hasta el orto condujera por esa calle sin cuidado. Nada podría evitar que Chanyeol le amara tanto como para empujarlo y ponerlo a salvo, como para ser él a quien el camión arrollara.
Y como nada podría evitarlo, lo normal sería evitar aquello, lo normal sería que no lo deseara tanto. Pero el pequeño Baekhyun ha perdido la cordura años atrás cuando lo perdió a él.
Está sucediendo de nuevo.
Y esta vez espera que lo destrocen tanto como para olvidar.