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Desnudo ante los ojos del Halcón II. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

Lo primero de todo, disculparme (hace una reverencia ante tod@s). Por problemas personales ajenos a mi persona, es decir, tengo los examenes a punto en el horno y no tengo tiempo ni de respirar, no he podido actualizar antes el fic. Tenía medio capítulo hecho cuando mi imaginación me jugó una mala pasada y me hizo reescribirlo entero porque se me ocurrió algo demasiado bueno. Ahora sólo espero que vosotros penséis lo mismo... (>.<)

Lo siento muchísimo de verdad, sé que teneis los nervios a flor de piel por este capítulo y os dejo con él de inmediato. 

Esperando que lo disfruteis (y que me deis vuestro perdón), ¡adelante! ^^

El olor del mar por la mañana. La brisa en la piel. El sol caliente sobre su cuerpo. El sonido de las olas de un océano agitado rompiendo contra el casco del barco. Zoro abrió los ojos despacio como si aquellas sensaciones fueran imaginadas. Sin embargo, el azul del cielo despejado le dio los buenos días. Estoy en casa, recordó. Miró a su derecha por acto reflejo, pero Sanji no estaba. Suspiró. Al no escuchar follón supuso que el cocinero tenía entretenido a Luffy y compañía con comida. Se levantó sin ninguna prisa y se detuvo unos minutos a mirar el horizonte, en el que sólo se avistaba agua y más agua. Se apoyó en la barandilla y trató de pensar cómo iba a mirar a Sanji ahora. No sabía siquiera si el cocinero se acordaría de la conversación que habían tenido esa noche. Fuera como fuera, había cosas que necesitaba decir y no pensaba quedarse con ellas dentro. La última vez que había guardado para sí mismo un cúmulo de sentimientos encontrados, había terminado discutiendo con Mihawk y provocando que él se fuese de su propio castillo, dejándole completamente solo. No le pasaría algo parecido esta vez.

El estómago le rugió. El cazador hizo caso a sus instintos y se encaminó hacia la cocina. En la cubierta, sobre el césped, Nico Robin tomaba su café matutino con un libro en la mano y recostada en una silla al lado de la mesa sobre la que reposaba la taza humeante. Su pelo negro ondeaba al viento, acariciando de vez en cuando sus hombros desnudos y blanquecinos. Zoro siempre había pensado que esa mujer era la elegancia personificada. Al escucharle llegar, Robin levantó esa mirada cristalina de las páginas absorbentes de su libro y sonrió a medias.

- Buenos días – le saludó ella.

Zoro hizo un movimiento con la cabeza y la arqueóloga soltó una risita.

- Tú siempre tan locuaz, cazador.

El espadachín sintió un escalofrío al escuchar esa forma de llamarle. Había olvidado que allí, en el barco, Robin utilizaba la palabra “cazador” para dirigirse a él. Sólo era una manera de llamar en lugar de usar su nombre, un apodo referente a su anterior profesión como cazador de piratas; no significaba nada más para ella. Pero sí para él. Zoro se encontró a sí mismo sorprendido al recordar a Mihawk en un simple detalle como aquel. Sacudió levemente la cabeza y se encaminó a la cocina. Al abrir la puerta, le recibió una escena de lo más familiar. Usopp corría detrás de Luffy porque, al parecer, se había despistado un instante y el capitán le había robado el desayuno. Chopper se deleitaba en una tarta con lo que parecía ser algodón de azúcar por todos lados y la taza de Nami llevaba nata por encima. Zoro cruzó la puerta y se sentó de medio lado en uno de los taburetes de la barra de madera que separaba el comedor de la cocina. Se encontraba muy cómodo en aquella posición, recostado como si fuera la barra de un bar. Se quedó mirando la escena un poco más. Sin poder evitar esbozar una sonrisa cálida.

- ¡Ya basta! – gritó Nami ante el estruendo que estaban provocando Luffy y Usopp -. ¡Sanji-kun, dale más tarta a Usopp y que dejen de gritar como borregos!

- Sí, Nami-swan – respondió el rubio desde detrás de la barra.

Zoro miró de reojo mientras el cocinero le preparaba la tarta. Usopp se sentó de nuevo en la mesa y cuando Sanji le llevó el plato, aprovechó para darle un buen golpe en la cabeza.

- Eso para que no molestes más a Nami-san – le advirtió -. Y a ti como te pille, prepárate – le dijo a Luffy, que se acababa de sentar con un puchero infantil.

- ¡Veo tierra! – gritó de repente Franky desde el exterior -. ¡Chicos, una isla!

Nadie tardó más de diez segundos en salir corriendo de la cocina, que quedó en completo silencio. Sanji recogió los platos y las tazas y las llevó hasta el fregadero. Abrió el grifo y empezó a lavarlos. Zoro, que no había mostrado interés en la isla que se avistaba en el horizonte, se giró en el taburete para apoyarse en la barra y mirar al rubio. No sabía cómo iba a reaccionar Sanji y no podía preverlo, pero debía aprovechar aquel extraño momento a solas para averiguarlo. Su salud mental dependía básicamente de ello.

- Sanji, ¿recuerdas lo que pasó anoche?

 El rubio cerró el grifo, cortando el paso del agua, y se secó las manos con un paño que tenía enganchado en la cintura del pantalón. Zoro notaba la garganta cerrada mientras esperaba la reacción del cocinero. Sanji entonces se dio la vuelta con un plato en la mano, que puso delante de las narices del cazador, sobre la barra. Apoyó el codo en la madera y la cara en su mano, ladeando la cabeza para mirar al espadachín. El peliverde por su parte miró un instante la tarta que Sanji acababa de dejar frente a él. Luego volvió a mirar al cocinero y de nuevo a la tarta antes de suspirar.

- ¿Qué demonios? Sabes que odio los dulces – se quejó en voz baja, ligeramente decepcionado. Sanji sólo parecía recordar las preferencias de Nami y Robin.

El cocinero no respondió. Cogió la cuchara pequeña que acompañaba al plato y cortó el pico del trozo de tarta. Entonces, se lo tendió, poniéndolo delante de su boca.

- ¿Qué estás…? –Zoro iba a apartarse hacia atrás cuando un olor familiar le llegó a la nariz -. Espera, esto no huele a dulce – susurró, sorprendido.

- Prueba – le incitó Sanji, con media sonrisa encantadora.

Zoro no encontró palabras para describir lo que acababa de probar. El sabor del suave bizcocho y la nata se mezcló en su paladar junto a un chorro de alcohol que le dejó un regusto agradable en la boca con solo ese pequeño bocado. 

- Whisky – respondió el rubio a su pregunta silenciosa, dejando la cuchara de nuevo sobre el plato -. Lleva whisky.

El cazador no tardó en recoger la cuchara y ponerse a comer. Sanji le dejó al lado del plato un café humeante con una pizca de licor, como a él le gustaba. Zoro siguió desayunando todavía algo sorprendido por aquel gesto. ¿Desde cuándo se preocupaba el rubio por hacer una comida especial para él?  El espadachín terminó un rato después, aunque todavía limpió el plato con el dedo índice para acabar de lamer la nata que quedaba. Sanji alzó su ceja arremolinada y sonrió. 

- ¿Terminaste?

- Lo siento, no he podido evitarlo – dijo, todavía relamiéndose como un gato -. Has hecho una tarta con alcohol. Has juntado una cosa que odio con otra que me gusta. Creo que eres el diablo.

- Sabía que acertaría – se jactó el rubio, con tono orgulloso -. Y respecto a la pregunta que me has hecho antes, sí, recuerdo lo que pasó a noche.

- Temía que la borrachera que llevabas encima hubiera sido demasiado para tu memoria – dijo el cazador, dándole un sorbo al café.  

- Estaba borracho, pero no lo suficiente como para olvidar cualquier cosa que pase entre nosotros – se atrevió a decir Sanji.

- No pasó nada – carraspeó Zoro.

- Porque no me dejaste – apuntó el rubio -. Pero está bien, entiendo por qué me detuviste. No es lo que querías.

- Es una conversación que deberíamos haber tenido antes, porque la situación fue un poco surrealista – dijo el espadachín -. Lo siento, Sanji, yo…

- Zoro, no te disculpes – le cortó con suavidad -. No es lo que querías – repitió. La comisura de sus labios se curvó en una sonrisa seductora -. Pero haré que lo quieras – añadió en voz más baja.  

Aquello le robó el aliento al cazador, que tardó unos instantes en poder respirar. El rubio soltó una risa divertida al verle la cara de desconcierto.

- No pongas esa cara. Si lo que te preocupa es que un día vuelva a meterme en tu cama y corras el peligro de no poder echarme de ella, ya puedes dormir tranquilo. No lo haré si tú no me lo pides.

Zoro no supo cómo reaccionar ante aquella actitud despreocupada y casi alegre. Sanji recogió el plato vacío y lo lavó. El cazador apoyó los brazos en la barra y se quedó mirándole la espalda.

- ¿No quieres saber quién es? – preguntó entonces Zoro.

El rubio pareció pensárselo un instante.

- No me interesa – respondió al final -. Me da igual con quién tenga que competir por ti, estoy a nivel de cualquier amante con el que hayas estado.

El cazador agradeció que Sanji no viera el gesto de asombro absoluto que se pintó en su cara. ¿De verdad estaba pensando, por un solo segundo, que podía competir contra Mihawk? Esbozó una sonrisa tontorrona. Eso era imposible. Sanji podría ser capaz de hacerle sentir algunas cosas, pero tenía claro que nunca provocaría en él lo mismo que el pelinegro.

- ¿Cómo puedes estar tan seguro? – le preguntó Zoro, apoyando el codo en la barra y la cara sobre la mano -. ¿De dónde te sale esa confianza en ti mismo?

Sanji cerró el grifo y volvió a secarse las manos con el paño. Lo dejó al lado del fregadero y luego salió de detrás de la barra. Se acercó despacio al espadachín y le acarició la cara antes de darle un beso en la mejilla. Cuando el pelo rubio del cocinero le rozó, acompañado de aquella caricia tan suave y cálida, Zoro sintió una descarga eléctrica recorriéndole la espina dorsal.

- De la determinación que me han dado dos años lejos de ti para no volver a separarme de tu lado, Zoro. De ahí sale.

Le dedicó una sonrisa suave antes de salir de la cocina, dejando a un cazador completamente confundido sin saber qué pensar del arma de seducción en que se había convertido su amante de hielo. Se levantó del taburete alto con un suspiro y salió también a la cubierta. Allí, las cosas volvían a la normalidad, a ser como eran de costumbre.

- ¡Nami-swaaan! ¡Pero qué bien te sienta esa camisetaaaa! – gritaba Sanji, echando a correr hacia ella como si de un perro moviendo la cola se tratara.

Zoro puso los ojos en blanco un momento. El cocinero no podía ser serio a pesar de haberle lanzado al cazador una declaración de guerra en toda regla, una confesión que Zoro jamás habría imaginado que recibiría. Años atrás, se habría sentido feliz. Quizá habría experimentado el mismo sentimiento que cuando resolvió las cosas con Mihawk y pudo, por fin, estar con él de forma incondicional. Pero en aquel momento había comprendido que, por muchos sentimientos que pudiera tener por Sanji, él nunca podría hacerle sentir como Mihawk. No importaba cuánto lo intentase. Aunque lograse seducirle, aunque hiciera que el cariño que sentía por él volviera a aflorar, aunque consiguiera que él cediese a sus necesidades físicas. Sanji nunca podría quitarle a Mihawk el hueco que ocupaba en él. Y eso  le llevó a darse cuenta de que solamente conseguiría herir al cocinero mientras Sanji siguiera manteniendo aquella actitud directa y decidida a luchar por sus sentimientos.

Genial. Las cosas están peor que antes, pensó el espadachín, dejando escapar un suspiro resignado.

El Sunny arribó media hora después en el puerto la de nueva isla. Luffy, como hacía siempre, no esperó a que el barco estuviera amarrado para saltar a la isla. Respiró hondo y se echó a reir mientras el resto de la tripulación se reunía con él. Estaba emocionado después de todo lo que había pasado. La isla era prácticamente todo montaña y un denso bosque verde que daba una sensación de calma bastante agradable. Sin embargo, algo no encajaba en aquel escenario. Ellos habían desembarcado en el puerto de un pequeño pueblo. Y tanto el puerto como el pueblo parecían lugares fantasma.

- No me gusta – sentenció Usopp.

- Es raro – coincidió Robin -. Debería haber gente aquí.

- ¿Habrá pasado algo? – preguntó en voz alta Brook.

- Tal vez se hayan escondido – apuntó Chopper -. Somos piratas. Tendrán miedo.  

- ¿Qué más da? ¡Vamos! – gritó Luffy, animado a más no poder.

Siguiendo al capitán, salieron del muelle y del puerto y llegaron hasta la entrada del pueblo. Nada más cruzarla, el instinto les alertó de un inminente ataque que se cernió sobre ellos. En apenas un instante, el sol quedó eclipsado por la sombra de un ataque enemigo. Al mirar hacia arriba fueron testigos de cómo se desataba una lluvia de objetos afilados sobre ellos. Cayeron flechas, cuchillos de doble filo, katanas pequeñas, incluso trozos de metal delgado y afilado a mano. Lejos de dar un paso atrás, fueron apartando a base de golpes, bien a manos desnudas o con algún arma, todos y cada uno de aquellos objetos que les caían del cielo. Entre todos repelieron el ataque con una facilidad casi insultante. Luffy incluso se divirtió con ello, esquivándolos como si fuera una atracción de feria. Pronto llegó una segunda oleada de aquellas flechas y objetos afilados que parecían salir de todos lados.

- ¿Pero cuántos arsenales de estas cosas tienen? – se quejó Usopp a gritos.

- ¿Van a seguir así mucho tiempo? – se quejó Luffy con un puchero -. No me importa jugar, pero ¡Sanji, tengo hambre!

- ¡Que no os toquen las flechas! – gritó entonces Zoro mientras apartaba unas cuantas estacas afiladas con la espada.

- ¿Qué pasa? – preguntó Nami.

- Veneno – dijo solamente.

¿Cómo podía saberlo? Robin se guardó su pregunta curiosa mientras se deshacía de otra de esas ballestas de madera que, según el cazador, estaba envenenada. Y de nuevo, el ataque cesó unos instantes después. La tripulación se reagrupó, preparándose para un posible nuevo ataque.

- ¿Intentan matarnos de risa? – preguntó Sanji cuando el ataque cesó.

- No. Intentan entretenernos – respondió Zoro, con un suspiro resignado de lo más extraño.

- ¿Qué es lo que te preocupa? – El cocinero se agachó a recoger una de las flechas del suelo -. ¿Esto?

- No. –El cazador se giró hacia su espalda, observando cuidadosamente a su alrededor -. Pero van a atacar otra vez.

Zoro se fijó bien en la distribución del pueblo. Las casas a ambos lados con una calle central permitían controlar la situación desde lugares altos como los tejados, dejando al enemigo sin un sitio claro donde escudarse. Era una posición extremadamente estratégica. Además, se había dado cuenta hacía un rato de que todo el pueblo estaba desierto, por lo que dedujo que los únicos que estaban allí en ese momento eran los atacantes.

- ¿Por qué iban a hacerlo si saben que es inútil? – insistió Sanji.

- No atacarán de la misma forma. Se están reagrupando porque pretenden tendernos una trampa – respondió de pronto Zoro -. ¡No va a servir de nada! – Su grito resonó por la desierta calle -. ¡No podéis enfrentaros a nosotros así, sombras!

El resto de la tripulación se miraron entre ellos. Aquella reacción repentina no se la esperaban. Zoro envainó las espadas entonces y dejó la posición de guardia.

- ¡En serio, ¿flechas con un poquito de veneno contra nosotros?! ¡Nos habéis subestimado del todo! ¡O yo os tenía en demasiada consideración! – continuó el cazador, con el consiguiente eco de su voz.

- ¿Con quién hablas? – le preguntó Usopp, mirando a todos lados sin ver a nadie.

- Enloqueció – susurró Brook, con preocupación.

- No estoy loco – farfulló Zoro -. Están ahí.

Señaló hacia las casas de ambos lados y todos alzaron las miradas. El viento meció las copas de los árboles con suavidad. El silencio se vio roto solamente por el ruido de puertas y ventanas de madera abriéndose. En ellas, se apostaban hombres armados con flechas, pistolas y demás armas arrojadizas. En los tejados también había atacantes escondidos que revelaron sus posiciones en ese momento. Una única flecha apareció volando desde uno de los tejados y se clavó a sus pies. El cazador ni siquiera se movió.

- ¡Zoro! – gritó Chopper al ver la flecha.

El espadachín levantó la mano para que ninguno se moviera. Alzó la mirada hacia la figura sobre el tejado que le había lanzado la flecha. Viniendo de esa persona, no era un aviso. Era un saludo.

- ¡Sal de donde estés y da la cara, maldita sea! – gritó entonces Zoro -. ¡Satoshi!

Del final de la calle del pueblo apareció una sombra. Poco a poco, según se acercaba a ellos con paso tranquilo pero firme, su figura se fue dibujando. Era un hombre bastante alto, con el pelo de un color rojo intenso y recogido en una coleta alta, vestido de negro por completo. En su espalda sobresalía la empuñadura de una espada. El desconocido se plantó a unos cuantos metros del cazador y mantuvo una intensa mirada con Zoro.

- Roronoa.

- No puedo creer que sigas vivo – dijo el espadachín, suavizando levemente su postura -, capullo.

Tener delante a Satoshi le hizo sentir un ramalazo de nostalgia. Había pasado mucho tiempo desde que le vio por última vez zarpando lejos del East Blue. Además, aquel pelo rojo tan intenso le hizo recordar que le venía de familia. Satoshi siempre había renegado de aquel hermano al que un día había admirado, antes de convertirse en pirata. Ese hermano a quien Zoro había conocido no hacía mucho, y al que le parecía tremendamente divertido juguetear con él delante de los ojos de un halcón posesivo.

- Yo también pensé que estabas muerto – dijo el pelirrojo -. Aunque no puedo decir que me alegre de que no lo estés.

Satoshi era mucho más serio, definitivamente, que el despreocupado de su hermano mayor.

- Deja de fingir que me odias – se burló el cazador. Luego levantó la mirada para echar un vistazo a los hombres apostados en las ventanas y los tejados. - Veo que lograste traerlos a todos.  

- No a todos – susurró solamente el hombre.

Zoro no hizo ningún comentario sobre las pérdidas de las que hablaba el pelirrojo. Se agachó hacia sus pies y recogió la flecha que le habían enviado como saludo. Le dio varias vueltas en la mano y suspiró.

- Menos mal que ella nunca falla – comentó -. Sabía que esta forma de atacar sólo podía ser la vuestra. –Rozó la parte superior de la flecha -. Os pierden las hojas de acanto – añadió, toqueteando el adorno que llevaba la ballesta en la parte de arriba. 

- Las buenas costumbres no hay que perderlas – respondió el hombre, de nuevo en aquella postura entre defensiva e indescifrable.

- Pues no funcionará – le advirtió -. No esta vez.

- ¿Quieres probar? – le tentó.

Ambos cruzaron una mirada incendiaria y tensa que Luffy rompió cuando echó a andar mirando a todos lados con aquel estúpido brillo en sus ojos oscuros. Todos los hombres apostados y vigilantes se giraron hacia el capitán al ver que se movía, apuntándole directamente con sus armas. El pelirrojo levantó el brazo para evitar que atacasen. Durante un momento largo, Satoshi se quedó mirando el sombrero de paja que adornaba la cabeza del capitán de la banda. Lo reconocía demasiado bien. Había conocido a los dos hombres a quienes habían pertenecido. Y aunque ambos eran piratas y por esa condición les despreciara, debía reconocer que habían hecho grandes cosas.

- ¿Y toda esta gente? – quiso saber Luffy, con un gesto de lo más curioso.

- Cazadores, Luffy – respondió entonces Zoro -. Son cazadores de piratas.

Se hizo un silencio sorprendido generalizado entre los tripulantes, roto por algunos gritos contenidos de asombro.

- ¿Cazadores? ¿Cómo tú? – Los ojos de Luffy centellearon de emoción.  

- ¡El ya no es un cazador! – rugió el pelirrojo.

Por primera vez, mostró una emoción que llamó la atención de Zoro. Satoshi estaba enfadado. Y se hacía una idea de por qué.

- Es verdad, es un pirata – respondió el capitán, dándole la razón, sin pararse a pensar en algo tan complicado como por qué todavía llamaban a Zoro el cazador de piratas -. Por cierto, ¿quién es este? – Luffy preguntó mientras señalaba al hombre que tenía delante.  

- Es Satoshi, el líder del Clan de los Sombra.

- Cazadores de piratas… ¿viviendo en Clan? – susurró Robin, bastante impresionada -. Nunca lo había oído.

- Son los únicos que hay. Todos los que había hace años se separaron en el East Blue. Ninguno llegó tan lejos – le contó Zoro a la morena, que le miró con su inconfundible cara de curiosidad y sed de conocimiento.  

- ¿Cómo sabías que eran ellos los que nos atacaban? – preguntó de pronto Sanji.

- Conozco muchas formas de atacar. Fui cazador – le recordó.

A pesar de haber respondido, Sanji se dio cuenta de que trataba de evitarle, por lo que insistió.

- No es eso, ¿verdad? ¿Por qué lo sabes, Zoro?

El cazador cerró los ojos un momento, sin saber si debía responder a esa pregunta. El maldito cocinero había dado con la cuestión clave de aquel asunto. Cualquiera se habría conformado con su respuesta pero parecía que Sanji quería profundizar más en él. Ese lado del rubio también había cambiado en aquellos dos años. Cuando Zoro alzó la mirada hacia el rubio para darle una contestación, una sombra se movió rápidamente hasta llegar al lado de Satoshi. Era una mujer con el pelo morado y brillante, corto pero con una coleta atrás. Sus ojos de un inconfundible color verde se clavaron en Zoro.

- Vamos, díselo – le instó -. Nos tienes aquí conteniendo los nervios para nada. –La mujer puso un gesto aburrido pero adorable en su cara blanquecina.

- Tenías que ser tú – suspiró el espadachín, levantando la flecha que sostenía en la mano.

Ella había sido quien se la había lanzado a los pies.

- No se lo vas a contar, ¿a qué no? Te conozco. – Le señaló acusadoramente antes de girarse hacia el resto de la tripulación -. Este borracho amante del alcohol y las camas ajenas, perteneció a nuestro Clan – respondió la mujer, dedicándole una sonrisa fastidiosa al espadachín -, ¿verdad, Roro-chan?  

- ¿Roro…chan? – atinó a musitar Sanji, que no sabía si impresionarse por la belleza de esa mujer o alucinar por aquel mote tan ridículo del cazador.

- Sienna – farfulló Zoro, gruñendo por lo bajo.

- Hola. – Ella levantó la mano enérgicamente para saludarle.

- ¡Espera, espera, espera! ¿¡Perteneciste a un Clan de cazadores de piratas!? – soltó Usopp, acompañado de un grito de sorpresa de Chopper.

Zoro tenía un pasado. Y una de las cosas de ese pasado que absolutamente nadie conocía era su época de vivir en unidad con el Clan de Satoshi en el East Blue, de donde eran originarios. Había pasado demasiado tiempo. Pero todavía recordaba los buenos momentos que había vivido. Hasta que Satoshi se había llevado a todo el Clan lejos del East Blue en un intento por volver más fuerte a la familia y así poder sobrevivir. Zoro había decidido quedarse y continuar por su cuenta, convertido en un cazador errante y solitario. Y un par de años después, Luffy le había encontrado en aquella isla en la que todo había comenzado, atado a un poste en el patio de la base de la marina.

- Hace mucho que perdió el derecho a llamarse cazador – inquirió el líder, amenazante.

- A Satoshi siempre le ha molestado mucho que te siguieran llamando así cuando ya eras pirata – hizo notar Sienna, con total despreocupación.

- ¡Pues claro que me molesta! – le espetó a la mujer antes de girarse hacia el espadachín -. Deshonraste ese nombre cuando te uniste a una maldita banda de piratas – añadió.

- ¿Por qué te molesta tanto? No significa nada, ¿no es así? – le preguntó Zoro.

- Me jode porque pensé que eras un hombre de honor, que la sangre de un auténtico cazador fiel a la justicia y leal a su gente corría por tus venas. Y al final, mira a lo que has llegado.

Zoro encajó esas palabras lo más rápido que pudo.   

- No me importa, Satoshi. Estaba dispuesto a asumir que la gente que me conocía iba a pensar eso de mí. Y no es algo que me quite el sueño por las noches.

- ¿Cómo puedes decir eso con tanta calma? ¡Nos traicionaste! – rugió Satoshi.

- Satoshi – susurró Sienna, con sorpresa.

Ni siquiera ella esperaba esa reacción de su líder. Aunque, pensándolo bien, era lógico que pensara así. Él adoraba a su hermano cuando éste decidió convertirse en pirata por voluntad propia. Eso le había destrozado por completo, y le había llevado a elegir el camino de los cazadores de piratas para luchar contra lo que él consideraba escoria humana.

- Nunca hice tal cosa – atajó Zoro, ligeramente ofuscado.

- ¿¡Cómo que no!? ¡Eras un cazador, Roronoa! ¡Y te has convertido en aquello que juramos destruir!

- Aquello que tú juraste destruir, Satoshi. Yo nunca dije que sería un cazador de piratas durante toda mi vida. Pero tampoco me he convertido en esa escoria. Somos piratas y estoy orgulloso de ello. Porque no somos como los demás.

- ¡Todos los piratas sois iguales, a mí no intentes venderme la historia de los piratas que no son asesinos o ladrones! – gritó el pelirrojo.

- Nunca intentaría defender mi honor de esa manera – aseguró Zoro.

- ¿Qué honor, eh? ¡Los piratas no tenéis de eso!

Satoshi llevó la mano hasta la empuñadura de la espada y la aferró con fuerza. No quería pensar con claridad, solo desahogar la rabia que había contenido desde que Zoro se negó a acompañarles más allá del Red Line hacía años para luego convertirse en un asqueroso pirata más. Sienna le sujetó del brazo contrario por acto reflejo, pero Satoshi se zafó con un gruñido.

- No quieres hacer eso – dijo entonces el espadachín -. Siempre has sabido que soy mejor que tú.

- ¡Eso no te lo crees ni tú! 

- Ven aquí si quieres comprobarlo – le invitó -. Pero haz que dejen de apuntarnos, ¿quieres? – Señaló a los cazadores apostados a su alrededor -. Nos hace sentir un poquito incómodos.  

- ¿Por qué haría tal cosa? Se me va a escapar la presa, y no quiero que eso pase.

Desenvainó la espada con una velocidad casi irreal. Ninguno de los tripulantes se movió ante la que parecía ser una amenaza.

- Hablas como un desesperado, Satoshi, y eso no te pega nada.

- ¡Pelea y cállate de una vez! – insistió el líder.

- Es inútil que te enfrentes a nosotros. Si quieres conservar las vidas que trajiste hasta aquí, no ataques – dijo Zoro, con sencillez -. Porque si lo haces, entonces yo no dudaré en arrebatártelos a todos.

Sanji no pudo evitar mostrar un gesto de sorpresa. ¿Desde cuándo Zoro era diplomático? Por mucho que conociera a esa gente, el cazador siempre atacaba primero y preguntaba después. Sin embargo, en aquel momento era diferente. ¿Por qué? No pudo evitar pensar que esa persona de la que Zoro le había hablado era la culpable de que el espadachín estuviera tan cambiado.

De repente, antes de que Satoshi pudiera decidir utilizar la espada o declarar la guerra a la tripulación, Luffy apareció detrás del pelirrojo con un gesto despreocupado y rompiendo toda la tensión en pedacitos.  

- ¿Y qué pueblo es este? ¡Es enorme! – comentó el capitán.

- ¿¡Qué demonios…!? – exclamó Satoshi, girándose hacia el pirata.

Estaba claro que ese hombre era un sujeto bastante extraño. No parecía estar leyendo la situación de ninguna manera y sólo hacía lo que le daba la gana.

- Se llama Villa Calais, ¿te gusta? – le respondió Sienna, mostrando la misma actitud amistosa que Luffy.

- ¡Es genial! – le dijo a la mujer -. Oye, ya que estamos aquí y vosotros sois viejos amigos, y yo tengo hambre, ¡hagamos una fiesta!

- ¡Sí! – gritó por inercia ella.

- ¿¡Qué!? – exclamaron a la vez Zoro y Satoshi.

Luffy solamente sonrió. Zoro relajó su postura completamente y le devolvió la sonrisa.

- A la orden, capitán – respondió el cazador.

Sienna se colgó del brazo de su líder y le hizo pucheros.

- ¿Porfi? – le pidió entonces la mujer a Satoshi. 

- ¿¡De qué estáis hablando!? ¿Os volvisteis locos o qué? – De un movimiento brusco se zafó de ella.

- Es imposible hacer que Luffy cambie de opinión – le dijo el espadachín, encogiéndose de hombros -. Y la verdad es que me gustaría ver al resto del Clan así que una fiesta no es tan mala idea, después de todo.

- ¿Cazadores de piratas de fiesta con piratas? ¡¿En serio soy el único que le ve algo raro a ese plan?! – insistió el pelirrojo.

- No son piratas como los demás – le dijo Sienna, mirándoles -. Son los amigos de Roro-chan, Satoshi. Y parecen divertidos.

- Aun así. ¿Quién en su sano juicio se fiaría de ellos, eh? ¡Son piratas! – repitió por octava vez -. ¡Podrían atacarnos mientras bebemos, o mientras dormimos!

- Podríais hacer lo mismo – hizo notar Sanji entonces.

- Es cierto, también podría ser – admitió Satoshi.

- Te mataré – le cortó Zoro de repente -. Si se te ocurre hacerlo, te mataré.

Supo que hablaba en serio porque en él todavía era capaz de ver esa mirada ardiente que se apoderaba de él cuando juraba hacer algo. Y Zoro era la clase de hombre que ponía la vida en ello. Sienna volvió a cogerle del hombro y le hizo agacharse para hablarle al oído.

- Vamos, Satoshi, sabes todo lo que han hecho hasta ahora. Tu hermano nos lo contó. Son diferentes. No podemos darles caza después de todo lo que han hecho – musitó la mujer -. Confía en Zoro.  

El líder se detuvo un momento a pensar. Era cierto que conocían la historia. Su hermano el pirata pelirrojo más conocido de los mares, la vergüenza de la familia según él, se lo había contado al personarse en su isla un día hacía dos años, tras la Gran Guerra, sin haber sido invitado. Monkey D. Luffy era un pirata distinto a todos los que había visto. Había salvado la vida a una joven aristócrata por petición de un amigo; había liberado al pueblo de su navegante de los gyojin; había defendido el restaurante de su cocinero; había vencido a un tirano en un reino congelado; la captura de uno de los Shichibukais por el intento de gobernar un país, aunque se atribuyó a la Marina en realidad era cosa de ellos; había cruzado las puertas del vestíbulo de la justicia para rescatar a una nakama sin importarle declarar la guerra al Gobierno Mundial; y se había colado dentro de la mismísima cárcel del ya agraviado Gobierno para intentar salvar a su hermano mayor. Las historias que Satoshi había escuchado de su hermano eran tan increíbles como ciertas. Ese pirata no era cualquiera. No era como esos a los que estaba acostumbrado a enfrentarse. Era un buen tipo a pesar de ser lo que era. Y también parecía un inconsciente que les había declarado directamente “no enemigos” con los que quería montar una buena juerga. Seguía sin verle la lógica a todo aquello. Pero al final, su instinto le hizo, por alguna razón, ceder a semejante despropósito.

- Haced lo que queráis – farfulló.

- ¡Bien! – gritó la mujer, antes de echar a correr hacia Luffy -. ¡Vamos! ¡Os enseñaré el pueblo!

Poco a poco, los miembros de la tripulación siguieron a Sienna a través de la calle central del pueblo. Zoro vio como los cazadores apostados en los tejados, ventanas y puertas, desaparecían y bajaban la guardia. Y una hora más tarde, el pueblo se llenó de vida. La gente que vivía en Villa Calais eran trabajadores, familias, niños y ancianos. Los cazadores les escondían durante las cazas de piratas para protegerles y a cambio les dejaban utilizar su pueblo y sus casas como bastión de defensa y ataque.

- Estás pensando que no habría sido una mala vida, ¿verdad?

La voz de Sanji a su lado le sobresaltó ligeramente.

- Habría sido aburrido – respondió con sinceridad -. No me arrepiento de la decisión que tomé – le aseguró.

- Eso espero – susurró Sanji.

Le dio una suave palmada en el hombro que sorprendió al espadachín y luego echó a andar hacia el grupo de cazadores. Al ver las intenciones de ir detrás de los culos bonitos de algunas de las chicas, Zoro le advirtió.

- Ten cuidado. Las mujeres aquí tienen carácter. Son cazadores. Y las más fieras que he conocido. – Hasta cierto punto, se enorgullecía enormemente de ellas.

Sanji soltó una carcajada divertida antes de acercarse a una de las mujeres que pertenecían al Clan para elogiar su belleza y preguntarle dónde podía empezar a preparar la cena para la fiesta. Zoro se armó de valor y empezó a acercarse a ellos. Fue viendo caras conocidas a las que se alegró sinceramente de poder saludar otra vez. Se fue dando cuenta de que faltaban algunas caras que ya no estaban y a las que echó de menos. Parecía que ninguno había olvidado los momentos que habían vivido juntos años atrás. De repente, aquello era como si no hubiese pasado el tiempo. No le guardaban rencor y parecía que la condición de piratas de toda la banda había quedado lejos. Eso le resultaba un poco extraño. Les conocía lo suficiente como para saber que no serían amistosos en caso de que pensaran que sólo eran una panda de asesinos. Había algo que hacía que les aceptasen. Y Sienna la primera. Ella era la más visceral en cuanto a matar escoria pirata y sin embargo, se la veía muy cómoda con Luffy.

Esto tiene que ver con ese hombre, pensó entonces el espadachín. Aquí huele a pelirrojo metomentodo que apesta. Satoshi ha hablado con su hermano.

- Zoro.

Reconoció aquella voz antes de darse la vuelta despacio. A su espalda se erguía un hombre más o menos de su altura, de complexión atlética y delgada, con el pelo más largo que Nami y más blanco que la nieve del Reino de Drum. Sus ojos del color de las flores de cerezo parecían tan puros que nadie diría que escondían a uno de los cazadores más letales del Clan Sombra. Su sonrisa encantadora y suave, como si fuera una caricia, le deslumbró un momento.

- Masayuki.

El cazador caminó despacio hasta quedar a escasos centímetros del espadachín. Posó los dedos en la curva de la barbilla de Zoro y los deslizó por su cuello, despacio. Llegó hasta su pecho y apoyó la mano sobre su corazón. Entonces Masayuki levantó los ojos hacia Zoro, que ya tenía su ojo sano clavado en él. Cuando ambas miradas se cruzaron, en un instante intenso, una sensación de nostalgia y de cariño se apoderó de Zoro. Masayuki le conocía demasiado bien y se dio cuenta, así que alzó la cabeza y le besó. Por los viejos tiempos.   

- Me alegro de que estés vivo – le dijo, con un tono de voz extremadamente dulce.

Zoro llevó la mano derecha hasta la nuca del cazador y enredó los dedos en sus largos mechones en una caricia de lo más agradable.

- Yo también, Yuki – confesó el espadachín. 

- ¡Zooorooooo!

El cazador puso los ojos en blanco al escuchar gritar a Luffy.

- ¡Voy!

Masayuki sonrió ampliamente y dio un paso hacia atrás para dejar que se fuera. Zoro le dedicó una última mirada antes de echar a correr hacia su capitán.

La fiesta comenzó a media tarde. Entre todos hicieron varias fogatas controladas en el claro del bosque. Se apostaron alrededor de ellas y la comida y la bebida empezaron a correr entre todos. Había muchos cazadores en el Clan. Robin llegó a contar al menos, unos cuarenta o cincuenta. Parecía una familia de lo más grande y unida. Luffy animó la fiesta como el que más, peleando por la comida como un auténtico muerto de hambre, como siempre. Las canciones no se hicieron esperar y las historias de aventuras, tampoco. Zoro comía de un pequeño plato que tenía cerca, pero lo importante era la jarra que tenía acoplada en la mano y que no pensaba soltar ni dejar que llegase a estar vacía más de diez segundos. En medio de la locura de la celebración, el cazador  se fijó en que, alejado del ruido de la fiesta y de las fogatas que iluminaban en claro del bosque, Satoshi miraba la jarra que tenía en la mano como si se estuviera ahogando en ella. El cazador se levantó del suelo y se acercó al pelirrojo. Éste alzó la mirada, ligeramente sorprendido de verle. Zoro le hizo un gesto con la mano y Satoshi se apartó un poco para que pudiera sentarse en la misma roca que estaba ocupando él.

- Veo que sabéis montar fiestas – dijo el pelirrojo.

- Luffy es exigente respecto a eso. Todos tienen que pasarlo en grande, sino, no es una fiesta – dijo Zoro -. ¿Y a ti qué te pasa?

- Todavía no puedo creerme que esto esté pasando – admitió -. Yo bebiendo con piratas. Ni siquiera le he dado ese privilegio al bastardo de mi hermano, ¿sabes?

 - Yo soy más que un hermano – se burló el espadachín.

- Pero te creía perdido – dijo el líder -. Nunca pensé que volveríamos a vernos. Y, si lo hacíamos, sería como enemigos. Creo que eso era casi peor que pensar que habías muerto.

- Yo sí que creí que estabais todos muertos – se sinceró Zoro. 

- Qué pesimista – farfulló Satoshi.

- ¿Y qué querías que pensara? No supe nada de vosotros después de tu alocada idea de cruzar el Red Line.

- ¿Alocada? Para llegar hasta aquí tú también tuviste que cruzarlo, ¿no es así? – hizo notar el pelirrojo.

- Sí, y reconozco que pensé que, si nosotros lo lográbamos, tal vez tú también lo habrías conseguido. Pero seguí sin saber nada de vosotros.  

- Nos movemos en la clandestinidad. No nos gusta alardear ni dejar constancia de nuestra existencia. La gente sabe a dónde y a quién tiene que acudir cuando tiene problemas de basura, y tenemos a alguien que se encarga de las recompensas. Todo fácil y en la sombra, tal y como nos llaman.

- No era así como pensábamos antes, ¿lo recuerdas? – sonrió Zoro de forma socarrona.

- Sí – sonrió Satoshi por primera vez -. Nos gustaba llamar la atención, que supieran quiénes éramos. Alardeábamos de un poder que a veces ni teníamos. Pero ahora… - levantó la mirada y echó un vistazo a la fiesta - hay cosas que tengo que proteger.

- Por razones como esa se pueden hacer grandes locuras – susurró Zoro, con un tono misterioso.

El afán de protección hacia su capitán y el resto de la que consideraba su familia era lo que le había llevado a suplicar de rodillas delante de Dracule Mihawk con el único fin de ser mucho más fuerte.

- Pues nadie diría que no os gusta alardear y estar en boca de todo el mundo – añadió entonces Satoshi, rompiendo el momento de reflexión de Zoro -. Porque nosotros hemos oído hablar mucho de ti.

- Espero que cosas malas – sonrió el espadachín de medio lado.

- Muy malas – convino el pelirrojo -. La verdad es que jamás imaginamos que, al dejar el Clan, te convertirías en un pirata. Es una ironía cruel. 

- No fue premeditado – aseguró el cazador -. Con Luffy me llegó una oportunidad diferente y la aproveché. Sólo quería perseguir mis propias metas. Para eso, me daba igual ser un pirata que un mercenario que un cazador.

Podía comprenderle. Si en aquel momento hubieran hablado, tal vez no le hubiera entendido como lo hacía en ese instante, años más tarde.

- ¿Te fue bien? – quiso saber Satoshi -. Después de que nos fuéramos.

- Me costó acostumbrarme un poco a estar solo – admitió -. De ahí que cometiera errores de principiante como caer en manos de un marine cabrón que me vendió a unos piratas cuyo capitán estaba muerto gracias a ti.

- ¿¡Que te vendieron!? – exclamó. Zoro le hizo un gesto para que bajase la voz -. ¿Pero qué demonios pasó?

- Me dejé llevar. Echaba de menos a Masayuki. Fui un estúpido. Piensa la excusa que quieras.

- Zoro, sé de qué piratas estás hablando y recuerdo perfectamente lo que hacían – insistió Satoshi -. ¿Qué pasó?

- Que sobreviví. –Sintió cierta nostalgia al responder lo mismo que en su día le había dicho a Mihawk -. A partir de entonces, estar solo fue lo mejor. Nadie te traicionaba. No tenías que cargar con la responsabilidad de nadie que no fueras tú. Al final no os eché tanto de menos como seguramente tú esperabas.

- En el Clan se notó tu ausencia – confesó entonces el pelirrojo -. Sobre todo en el ánimo de Mitsue.

Zoro cogió aire con fuerza al escuchar el nombre de aquella mujer. Siempre había sido una de las espinas de su pasado enterrado.

- Siempre supo lo que yo sentía por Masayuki – se excusó.  

- Sí. Pero que te acostaras con su hermano no significa que ella dejase de quererte a ti – hizo notar Satoshi.

La historia había sido un poco escabrosa. Los padres de Masayuki y Mitsue habían sido asesinados por unos piratas que Satoshi llevaba tiempo persiguiendo. Al llegar al último lugar donde tenían constancia de que estaban los piratas, se encontraron al hombre y la mujer muertos en el suelo y a los dos muchachos escondidos. Habían sobrevivido por casualidad. Satoshi había acogido a los dos hermanos y ambos se entregaron al entrenamiento duro día tras día hasta convertirse en dos de los mejores cazadores del Clan. Un tiempo después, al entrar a formar parte de ellos, Zoro no había podido evitar sentirse terriblemente atraído por Masayuki. Aunque Mitsue era físicamente muy parecida a él, era ese hombre el que provocaba los más bajos instintos del cazador. Los más bajos y, extrañamente en él, los más dulces también. Mitsue nunca lo aceptó y jamás se rindió a intentar conquistar a Zoro. Hasta que se separaron. Mitsue decidió seguir a Satoshi junto a su hermano. Y trató de olvidar al hombre que había querido durante tanto tiempo.  

- Ni siquiera se despidió de mí cuando os fuisteis – le dijo el espadachín -. ¿Me odió por quedarme en el East Blue?

- Sí – respondió directamente Satoshi.

- Debería ser Masayuki quien me odiase, no ella – hizo notar Zoro.

- Ya sabes que a Yuki le cuesta mucho establecer lazos fuertes con la gente. Que te fueras no supuso un drama sentimental para él. Es cierto que tú eras especial y le dabas una confianza que creo que no ha vuelto a sentir. Pero no creo que él pudiera odiarte por ello.

- Eso es triste. Y solitario – dijo el cazador.

- Es posible. Llegué a pensar que él también se iría. Que preferiría estar realmente solo pero, tal vez por Mitsue o quizá por otra razón que yo no sé, al final se quedó. Y fue el primero en creer las historias que nos contaron sobre ti – apuntó el pelirrojo, dándole un ligero codazo.

- Sabía que habíais hablado con alguien – exclamó Zoro, sin sorprenderse de tener razón -. Ha sido tu hermano, ¿a que sí? – le descubrió -. Ese pelirrojo bocazas metomentodo… - farfulló.

En ese momento entendía a la perfección por qué Mihawk siempre andaba quejándose de él. Era tan extremadamente molesto como oportuno.  

- Se presentó aquí hace dos años, cuando terminó la Gran Guerra. Vino a advertirnos sobre cierto grupo de piratas, los de la peor generación los llamó. Entre los cuales, para mí sorpresa, estabas tú.

- ¿Vino a advertiros de que somos peligrosos?

- Sí. Nos dijo que teníamos pocas posibilidades de cazar a uno de ellos. Y mucho menos, si se trataba de ti o de tu capitán. Ese creído nos subestima, ¿sabes? – se quejó Satoshi.

- Conozco poco a tu hermano pero creo que no es la clase de persona que da puntada sin hilo. Él sabe lo que hace y no creo que os subestime. Intenta protegeros, aunque te joda.

- Ese maldito cretino de Shanks… - masculló Satoshi, terminando de beberse su cerveza de un trago -. Él mismo es un pirata, debería tener cuidado con nosotros. O le cazaremos el día que menos lo piense.  

Zoro solamente sonrió. Eso mismo pensaba él del Yonkou. Era un cretino pero en el fondo, Shanks era un buen tipo. Ya no sólo porque Luffy siempre lo dijera. Él mismo había comprobado que Akagami era un hombre de lo más particular. El espadachín se sentía tan a gusto allí que apenas se dio cuenta de que Sienna apareció a su lado por sorpresa.

- ¡Parejita! – sonrió de una forma muy simpática -. Seguro que estabais rememorando el pasado, ¿eh? ¿Eh? ¿Eh? –Intentó chinchar a Satoshi con el codo.

- ¿Qué demonios quieres, pesada? – farfulló Satoshi.

- No te enfades, anda. –Se inclinó para darle un beso cerca de la comisura de los labios -. ¿Puedes venir un momento? Tengo una pequeña… urgencia.

Su voz sonó tan sugerente que Satoshi se sonrojó entero mientras Zoro trataba de contener la risa. Sienna enganchó al líder de la muñeca y tiró de él para llevárselo. Cuando salieron de la vista de todos, la mujer apoyó al pelirrojo contra un árbol con fuerza. Satoshi gruñó. Ella miró a todos lados, como si vigilase que nadie les estuviera viendo. Pero sus ojos no reflejaban una mirada de pudor o vergüenza de que les descubrieran en una actitud cariñosa. Sienna estaba en guardia.

- A ti te pasa algo – comprendió el líder. La sujetó por los brazos, la forma en que Satoshi solía decirle siempre “estoy aquí” -. ¿Qué es, Sie? – susurró.

- Tenemos problemas. 

Notas finales:

¡Hasta aquí de momento! Espero que os haya gustado y prometo intentar no retrasarme tanto si los examenes me lo permiten. Gracias a tod@s por seguirme, por leerme y por animarme y apoyarme, sois l@s mejores :D

Erza. 


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