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Irony Man ; Stony por Sou-Tan

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Prefacio.


Steven tenía diez años. Anthony tenía trece, y justo en ese momento se sentía como George Little. Rió despacio de su propio pensamiento, dándose un poco de crédito porque Steven era pequeño y flacucho, quizá un poco más alto que el promedio para su edad, y de mirada curiosa que buscaba recorrer cada lugar, mueble y objeto de decoración en la amplia sala.


 


Steven era —esta vez se rió mentalmente— el ratoncito que Howard y María Stark acababan de adoptar luego de meses de papeleo.


 


Anthony no lo había querido conocer hasta que fuese el momento definitivo, sus padres no entendieron motivos hasta que, un día, ya cansado de los regaños absurdos, les confesó despreocupado que no quería hacerse ilusiones. ¿Y si Steven le agradaba y luego resultaba que el chico no quería a los Stark como su familia adoptiva? Hey, le entendería, Howard era a veces un poco abrumador. Se ganó la mirada dulce de Maria y un coscorrón de Howard ese día, pero valió la pena.


 


Llevaban un par de minutos los cuatro en silencio, pero Anthony sabía que los otros esperaban a que fuese él quien tuviese la primera palabra. Steven lo miró con ojos de corderito asustado, o eso le pareció, y él volvió a reír.


 


—Soy Tony. — Se presentó, extendiendo su mano hací el chico sentado frente a él.— Mucho gusto, siempre quise tener un hermano gemelo — concluyó alzando las cejas, mas que jovial.


 


Steve le miró confundido por un momento y Maria le fulminó con la mirada.


 


—¡Anthony Edward Stark! — masculló Howard.


 


Anthony se encogió de hombros, sin quitar su sonrisa.


 


—¿Qué? Mirenlo, si hasta tenemos los mismos ojos.


 


Maria quería matarlo ahí mismo, la insolencia de Anthony siempre los metía en situaciones bochornosas. La sorpresa fue escuchar a Steven riendo, bastante entretenido con todo el asunto.


 


El niño rubio tomó la mano ofrecida con diversión.


 


—Ya lo creo que si. — rió, haciendo que sus ojos azules fuesen opacados por sus rubias pestañas. — Steve, mucho gusto.


 


Maria y Howard se miraron sonrientes. Al principio les preocupaba que su hijo mayor rechazara al pequeño o viceversa, y es que ambos eran diferentes tanto física como personalmente. Tal parecía que acaban de juntar los elementos principales del segundo BigBang.


 


—Asi que... dime, ratoncito, ¿te gustan los autos de juguetes, los legos, cosas de esas?


 


Steve frunció el ceño, como si Tony le estuviese viendo la cara de tonto.


 


—Tengo diez, no seis.


 


—Ok, ok, ratoncito. Como muestra de mi buena fe, y vaya que es buena —recalcó—...te mostraré mi taller.


 


El mayor se puso en pie, tan sonriente que sus padres dudaron de su salud mental.


 


—Anthony, cariño, ¿tienes fiebre?


 


—¿Qué sucede? — preguntó un contrariado Steve, desentendido de las maneras de su nueva familia.


 


—Sucede que tú, pequeño roedor, estas a punto de convertirte en uno de los pocos privilegiados que tienen el honor de conocer el taller de Tony Stark.


 


«¿Siempre será así de dramático?»


 


Steve no pudo ni contradecir al pequeño loco Stark, porque Tony le tomó por los hombros y lo arrastró por un pasillo hasta una puerta de metal con un sinfín de etiquetas de bandas de punk-rock estampadas en ella; la mas grande ponía "Peligro". Le miró curioso, suponía desde ya que Anthony quizá sería un dolorcito en el trasero, pero no un peligro.


 


Con su cabello castaño revuelto, peinado en una cresta disprolija, y un rostro que reflejaba la misma bondad que el de su madre, de cuerpo un poco mas alto que el suyo, no tan flaco, pero tampoco rechonco. Era un niño divertido en general.


 


Al abrirse la puerta del taller, le fue difícil volver a cerrar la boca por un buen rato.


 


—Woah, ¿todo esto es tuyo? — preguntó impresionado.


 


Tony sonrió orgulloso, asintiendo y comenzando a guiar a Steve por todo el laboratorio, enseñándole sus pequeños inventos. Para cuando Steve salió de su asombro ya se encontraban cenando y haciendo bromas tontas, sobre todo Tony y Howard.


 


Steve sonrió ladino. Había pasado la noche en vela, pensando en la reacción del hijo de Howard y Maria para con él; y Tony había resultado ser una bola de energia que contagiaba a todos. Le gustaba estar ahí.


 


Era como estar en casa.


 
Notas finales:

Hey, waddup? 


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