Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Caribe por aries_orion

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

Han pasado cuatro años.

 

El mar nunca para de sorprenderlo, de golpearle, de demostrarle que por más que le recorriera siempre habría algo nuevo. Un hombre, una maldición, seres mitológicos o de leyenda, guerras, perdidas. Todo le aterraba como le fascinaba, no podía parar de ser el perro de aquel inmenso mundo, pero…

 

Pero…

 

Esa contraposición le ha seguido por esos largos años, incluso hasta en el mundo de los muertos le siguió, repitiéndose todas las noches y medios días. Sin miramientos, sin contemplación, cruel y tan malditamente adictiva. Caía una, otra, y otra vez. No le importó cuántas veces aquella imagen le torturó, era agonizante. Nefasta. Sin embargo, le necesitaba para saber que todo aquello no fue sólo algo pasajero, algo típico cada vez que tocaba tierra. Y aunque era un demente por dejarse arrastrar de tal forma, no podía dejar de sentir el éxtasis, el clímax. Sentimientos fugaces sustituidos por la traición, el abandono, el cambio; todo era un engranaje. Una máquina que seguía con la cuerda de la marea.

 

Aun así, no le busco, él vino a su barco. Nuevamente le pedía su ayuda para encontrar a su padre. Cedió. Sucumbió ante aquel par de gemas que eran un pendiente en su oreja y corazón. No obstante, él tenía sus propias batallas que lidiar y enfrentar. Ya había sido rescatado una vez del mundo muerto, dos no. No más se dijo.

 

Y así como se encontraron se separaron, no esperó un momento para jalarle, robarle un beso y quizá… sólo quizá, otra noche más. ¿Cobarde le dicen? Si, puede ser, pero era un cobarde que aprendió a temerle al amor, esa cosa capaz de anclarle, de alejarle de su presido abismo. No gracias. Fue capaz de abandonar a un amor de antaño en el altar por él y no dudaría en hacerlo de nuevo, no importaba si se arrepentía cuando el tiempo y cuerpo le pasarán factura de toda una vida en altamar.

 

Navegaba tranquilo, sin ninguna aventura próxima, se daría el lujo de ir al son del viento y la marea. Sus hombres caminaban o dormían en cualquier parte del barco, otros se columpiaban o se quedaban en alguna de las vergas observando el horizonte. Evitaba cerrar los ojos, soñar, caer en la nebulosa del inconsciente porque ahí, es donde radicaba su mayor tormento. Su delirio personal, pero por más que lo intentaba, nada lograba erradicar del todo eso.

 

Mientras se abstraía entre su mente y el horizonte, igual que sus hombres, no se percató del navío saliente de las aguas saladas cual ballena. No hasta que el fuerte estruendo característico del choque contra el mar les alertó, todo el personal se puso en marcha, se prepararon para una confrontación, una batalla donde de ser posible habría pocas bajas o ninguna. La tabla de puente fue puesta contra el barandal de su barco, su segundo al mando, Ryota, le observó esperando la orden, más esta no llegó. Ni siquiera se pudo formular porque él mismo se encontraba sumamente sorprendido por lo que acontecía, aquello debía ser una alucinación causada por el calor. Una muy maldita.

 

Estar mucho tiempo en altamar le estaba afectando.

 

Cinco hombres abordaron, el capitán, suposición infundada por la vestimenta negra con una chaqueta que acariciaba el suelo y se ondeaba con el viento, el rostro era obstruido por un sombrero, notando la espada y el arma colgando a los costados de su cadera. No distingue color de cabello, piel e iris. En definitiva, el capitán de aquella tripulación.

 

Con su característico arrastre de pies y movimientos de dedos se acercó, con una mano les ordenó a los demás no atacar, pero no bajar la guardia.

 

–Normalmente se muestra una bandera blanca antes de abordar el barco de otro pirata. – A una distancia prudente se quedó del hombre, detrás de él, Ryota.

 

–Lástima que las normas no se apliquen en mí. – Esa voz. – ¿O sí? Capitán Daiki Aomine.

 

El capitán no grito porque su cerebro decidió hacer, en ese instante, corto circuito. Observa sin mirar. Sus ojos no podían despegarse de aquel ser etéreo. Eso no podía estarle pasando, no cuando por fin había conseguido resignarse a no pertenecerle. A no tocarle. A no…

 

–Sabía que no tenías modales, pero no creí que fuera para tanto, Daiki.

 

El mencionado se hizo para atrás. –No estoy alucinado, ¿verdad?

 

–No. – Más vale asegurarse, su segundo al mando nunca le mentía.

 

–Es real, ¿cierto?

 

–Así es Daiki.

 

–Deja de tontear Aomine, necesito hablar contigo. – El hombre invasor le grito ante su charla poco discreta con Ryota. Tragando el obstáculo en sus cuerdas vocales se paró derecho, dio un paso más hacia él, le analizó de pies a cabeza y habló.

 

– ¿Qué puedo hacer por usted su alteza marina? – Le sonrió, más la tuvo que deshacer ante la cara estoica del sujeto.

 

– ¿Sabes lo difícil que es encontrar el paradero de una persona como tú? – La voz calmada al principio fue sustituida por una mortalmente fría y sería, algo poco usual en una persona como él.

 

–Eh… algo me han dicho, sí. – Su mano derecha quedó a la mitad de su pecho, sus dedos se movían como si estuvieran tocando un piano.

 

–Primero, es el cofre del mar, tu viaje al tártaro, la guerra contra la marina, el nuevo guardián de los caídos…

 

–Tú pusiste el corazón, nadie te obligo. – Aomine le interrumpió, la advertencia en aquellos ojos le obligaron a llevarse los dedos a los labios impidiéndose volver a pronunciar una palabra hasta que este terminara.

 

–Tú captura para el príncipe de Londres, tu hazaña con barbanegra y su hija. – La mención de Angélica puso todas sus alarmas a chillar como desquiciadas, igual cuando el pirata negro le aventó desde lo alto de una cascada. – Y ahora, – Eso último ya le sentó más como un golpe que regaño o acusación. – el fantasma de un capitán español que busca al muchacho de sus desgracias surca mis mares alterando su armonía y esencia.

 

El hombre le miraba furioso, intentó excusarse, varias veces elevó su dedo como queriendo expresar algo, pero nada le salía, eran cosas que habían pasado y ya. No podía decidir que podía ser y que no. No era Dios, joder. – Son cosas que pasan, ya ve… – La ceja levantada le obligó a callar.

 

Esa es tu excusa.

 

– ¿Qué quieres que te diga? Soy el asombroso capitán…

 

–Daiki Aomine, el que huye de algo que le impida estar en las aguas, codicioso, honesto y deshonesto cuando le conviene. Miente, roba y toma cuanta posesión valiosa se le ponga enfrente.

 

–Ese soy yo. – Alzó la mano dando a entender que se refería a él, acompañada de una sonrisa.

 

–Capitán, le sugiero que pare y escuche, esto se ve serio. – Le susurro su segundo al mando.

 

– ¿Tú crees? – Se giró a él con gesto interrogante, la respuesta fue un asentimiento de Ryota. –Continúa por favor.

 

–Lo que sigue, te sugiero que lo hablemos en tu camarote o en el mío.

 

–Mis hombres son de ley no…

 

–Lo mismo decías de los antiguos del Perla y terminaste con un motín a bordo, varado en una isla del Caribe.

 

–Esos eran piratas. – Se miraron. – Estos han demostrado lealtad.

 

–Cuatro años atrás, Port Royal.  – Ahora fue Daiki el que elevó la ceja sin entendimiento alguno del nombre de un pueblo portuario – Tortuga.

 

Oh… ¡Oh!... Oh, Tortuga.

 

–No deje nada en ese pueblo.

 

–No lo hiciste, pero si en Tortuga. – Ahora si el capitán ya no entendió nada. –No sólo dejaste un tesoro, robaste uno.

 

–Lo robamos, – Le corrigió. – y le ofreciste el navío a Ana María. Tú, – Le apunto. –No yo. – Se auto apunto.

 

– ¿Es en serio? – Ahora sí, Daiki se sintió perdido, no entendía la expresión incrédula del otro y mucho menos de que iba su llegada. Había pasado por muchas cosas, no era un genio para recordar cada una de ellas y mucho menos de las consecuencias que pudiera haber. Él vivía el presente, se vengaba cuando era oportuno y hurtaba lo deseado. –Eres increíble, recuerdas cuanta mujer les abriste las piernas, pero no recuerdas lo que robas.

 

–La verdad, sólo me guío por… no espera. – Se llevó los dedos a las sienes, después se golpeaba los labios o se tomaba el mentón en gestos pensativos. – Nope, nada me viene.

 

–Eres peor que… – Soltó el aire, un pequeño puchero se formó en sus labios, algo tierno, pensó. – ¿Podemos hablar en privado, sí o no? – Se le quedó mirando. – Necesito ron o te voy a matar.

 

Vale, eso lo convención.

 

– ¿En tu barco o en el mío?

 

–Me da igual. – El otro capitán comenzó a caminar hacia los camarotes del Perla, observó como la oscuridad se lo tragaba, cinco minutos después, corrió tras él. Su camarote se encontraba abierto, extrañado terminó de abrir la puerta encontrándose tras la pequeña mesa, donde el preciado licor de los piratas se encontraba, al intruso. Cerró la puerta. – Ha pasado tiempo, Daiki. – La voz se suavizó.

 

–El tiempo es relativo para ti, ¿no?

 

–Una respuesta muy filosófica proviniendo de ti. – Se giró, ofreciéndole un vaso, lo tomo y el intruso se sentó sobre el escritorio.

 

–Tengo mis momentos. – Se posicionó enfrente de este, olió el ron antes de llevárselo a la boca, no vaya a ser y le envenene o drogue.

 

–Daiki, necesito que respondas una pregunta. – Se quitó el sombrero revelando un pañuelo azul marino cubriendo sus cabellos y parte de su frente. – Y necesito que la respondas con la verdad. No acertijos. – Elevó una ceja ante el pedido de este. – Aquí sólo estamos tú y yo, por favor, no seas un pirata, se un hombre de nombre Daiki.

 

–Pides mucho para una insignificante pregunta, acaso… ¿Tu dama te ha traicionado o has corrido con la misma suerte que David Jones? – Centímetros le separan del rostro contrario. – ¿A quién quieres cazar, rey del mar?

 

Sentía el aliento del otro chocando contra sus labios, le sorprendía que su respiración no cambiará ante sus palabras y que no le apartar. Incluso le miraba directamente a los ojos.

 

– ¿Me amas?

 

Ahora fue él, el desconcertado, bueno siempre lo ha sido desde su llegada. En su defensa, esperaba otra clase de pregunta, no una tan colosal como esa. La respuesta le picaba la lengua, entrecerró los ojos analizando el rostro contrario, ahí debía haber algo más para que después de tanto tiempo le buscara.

 

–Una pregunta fuera de contexto, joven Kagami. ¿Acaso su preciada damisela le ha si…?

 

–Ella no tiene que ver con esto.

 

– ¿Entonces…? – Dejó la pregunta a la deriva como su cordura y el poco espacio entre ellos. ¿Cuándo se había acercado a él?

 

–Sólo contesta Daiki… quiero la verdad. – El tono no dejaba de ser suave, casi íntimo. Ninguno de los dos buscó su espacio personal.

 

– ¿Por qué ahora? – Rosaba sus labios esperando una reacción que no hacía gala de mostrarse.

 

– ¿Por qué tú nunca me buscaste después?

 

–Contestas pregunta con pregunta. – Retrocedió un poco, necesitaba aire puro, no tóxico.

 

–Así no llegaremos a nada. –Taiga rompió el contacto cerrando los ojos y masajeándose el puente de la nariz. – Sólo necesito saber si me am…

 

Le beso.

 

Tomo esos belfos que desde un principio le pertenecieron, eran suyos porque él les enseñó a danzar, él los amaestró por doce horas por y para él. No para que una chiquilla recibiera su tacto. Esos labios le pertenecían igual que el resto de los componentes que formaban ese cuerpo. Con una mano le tomó de la mejilla y, con la otra, rodeo su cintura acercándolos más, sonrió ante los brazos que rodeaban su cuello. El beso se volvió salvaje, chupaba, lamía y succionaba todo cuanto pudiera de aquella boca dócil. El gemido brotado cual capullo, enardeció su cuerpo y corazón.

 

–Seré un pirata, pero no plato de segunda.

 

–No hay más Tatsuya, siempre fuiste tú.

 

Oh santa mierda.

 

Le volvió a tomar, le subió sobre el escritorio haciéndose un hueco entre sus pierna. Sus dedos buscaban el final de la camisa, pues la chaqueta ya se la había quitado el propio Taiga antes de que él entrara. Separaban sus labios lo justo para sacar las prendas de sus torsos. Su mano subía y bajaba recorriendo la columna contraria, dejando su tacto en aquella piel. La otra se encargaba de acariciar las tetillas de Kagami, descubriendo su sensibilidad en ellas cada vez que eran tocadas, se contorsionaba y gemía de una manera espectacular.

 

Él ya no sabía ni cómo continuar ante tal manjar, su confusión aumentaba al sentir las piernas de Taiga enrollarse en su cintura, atrayéndolo más hacia él, sus torsos chocaron y ambos jadearon ante la dureza del otro.

 

–Dímelo… dímelo Daiki. – Sus alientos se volvían uno, Kagami cesó todo movimiento apoyando su frente con la de él, pidiendo algo que estaba por demás claro.

 

–Creí que ya había sido entendido. –El otro capitán elevo la vista clavándola en su iris. Le sonrió. Una pequeñas acción, volvió el corazón de Taiga un remolino, lo sintió acelerarse y no pudo más que expandir su sonrisa, aquello significaba más para el hombre entre sus brazos de lo que pudiera sospechar, pero se encargaría de averiguarlo… después, primero volvería a marcar con fuego, de ser necesario, al pelirrojo.

 

No hubo más palabras, comenzó un nuevo beso, sus manos volvieron a moverse por ese cuerpo; le sorprendió que Taiga no movilizara sus manos sobre su cuerpo, pues sólo las dejó en su cuello como si temiera que se volviera a ir. Si tan sólo supiera que su collar es el único sobre su cuello. Desabrocho el botón de sus pantalones y, bajó la cremallera.

 

–Sostente.

 

Pies y manos se cernieron a su cuerpo con fuerza, le causa gracia, hacía mucho que nadie le abrazaba de tal manera; ni siquiera Angélica lo hizo en su momento. Taiga no le soltó por nada. Un tanto divertido por la acción, le beso la nariz.

 

–Déjame en libertad.

 

El pronunciar tales palabras ocasionaron un cambio radical en Kagami, su rostro de placer ahora reflejaba un infinito terror, como si le estuviera pidiendo más de lo que realmente era. Le observó, por primera vez, le observó de verdad y lo descubierto fue tan fascinante como los juegos de luces de la vida marina sobre el agua.

 

–No me voy. – Ancló sus ojos en los contrarios como lo hizo su corazón. – Necesito libertad para movernos Taiga.

 

–No… ¿no me volverás a dejar? – Los ojitos contrarios se comenzaban a cristalizar, algo deseado, pero no por esas razones.

 

–Nunca.

 

–No prometas algo que no…

 

Le interrumpió. –Compartes el mismo sitio que el océano. – Le susurro.

 

No necesitó decir más. Los brazos de Kagami le solterón, se salió de la cama para quitar el resto de prendas sobre su cuerpo, fue consciente de su observador, por ello, lo hizo un poco más lento de lo necesario. Su ego creció ante el asombro pintado en Taiga. Tomó las orillas del pantalón jalándolas junto con la ropa interior y su perdición quedó al descubierto. Fue subiendo mientras regaba besos y lamidas en la piel que se erizada o temblaba por ello. Los dedos caramelo se sostuvieron de las sábanas.

 

El pecho subía y bajaba como la marea, sabía cómo la sal, el pescado y un toque de menta. Los jadeos eran la briza, los gemidos el sonido de las olas rompiendo contra las piedras.

 

Les giró, obligó a Taiga a arrodillarse sobre el colchón con las piernas abiertas, él se bajó para estar al nivel del tesoro que por años añoro. Una almohada bajo su cabeza le brindó el soporte para la acción, lamió, beso y chupo el falo completamente erecto, sus dedos eran lamidos por la boca contraria. Cuando los sintió lo suficientemente mojados los llevó hasta el pequeño pasaje al horizonte.

 

Taiga, por otro lado, se tuvo que sostener de los barrotes de la cama ante el placer tan fuerte cual oleaje azotaba contra su cuerpo. Él sólo iba por una copa, una respuesta y quizá un beso, no por algo como aquello, no se quejaba, pero no estaba mentalmente preparado para ello. Su cuerpo se sentía arder, explotar ante cada roce de parte del pirata embaucador. Sus piernas temblaban, el soporte en sus manos eran insuficiente, se lo hizo saber a su compañero al dejarse caer sobre este. Un sonoro jadeo brotó de su boca ante el brusco salir de los dedos.

 

–No puedo.

 

–Si puedes.

 

Daiki le volvió a elevar, la mitad de su cuerpo salió de entre sus piernas. Templo ante el roce en sus nalgas, la ansiedad le invadió y, sin previo aviso, como la corriente marina, le penetro. Tan profundo y fuerte que el aire le abandonó, se sacudió ante el cambio vulgar. Clavo sus dedos en la piel de los pectorales de Daiki. Eso era demasiado. Tanto calor le sofocaba, la razón se opacaba como su visión ante la niebla.

 

El tiempo se volvió nada. El tiempo no es nada en el mar.

 

Le embistió como una bala de cañón, no ocultó los sonidos de su boca como las ballenas o delfines. Se aferró a Daiki como su única tabla de soporte ante las inmensas aguas azules, igual que sus ojos. No lucho más, se dejó llevar por las olas de placer.

 

Aomine, no bajó la intensidad del golpe de su cadera, pues recordaba que a Taiga  le gustaba rudo y tosco. Brutal. Pacífico cuando cambiaban de posición. Ya no lo cabalgaba el guardián de los mares, ahora él le montaba mientras este se aferraba con una mano, de nuevo, en lo barrotes mientras la otra apresaba sus cabellos. El pequeño río saliente de su boca llena su mar de sensaciones.

 

Todo era una maldita tormenta. Una oscuridad obscena y pérfida. Los rayos eran el puro placer encarnado en dos seres bastardos. El amor quedó fuera de la cama, vetado de ese acto sádico que lo volvía adicto. Los besos eran lo único suave que se permitía brindarle a su pelirrojo, pero, a veces, ni estos eran permitidos. Taiga le exigía marcas, algo verídico, duradero para cuando sus cuerpos no puedan más y sus mentes, en un intento cruel de burlarse de sus corazones, vean las pruebas dejadas. Mismas que el mar daba cuando le enfurecían.

 

–Más, más Daiki.

 

–No recibo órdenes. – Volvió a cambiar de posición. – aunque, por ti haré una excepción a la regla.

 

–Un pirata no sigue reglas. – La sonrisa de Taiga fue el viento que enardeció sus olas.

 

Touche.

 

Las caderas tendrían cardenales de los más hermosos con tonalidades verdosas, violetas y negras como sus almas. Aomine abrió más aquellas piernas caramelo, necesitaba ver cómo su miembro era el encargado de llevar a Taiga hasta las estrellas. Hasta el horizonte. Sólo tomaría su rostro e iris como prueba de ello, no sus fluidos o sus constantes espasmos en su esfínter, eso no valía. Nada se equivalía a la cara orgásmica de su preciada joya.

 

El oleaje continúo sin medir su fuerza o tiempo. Ambos aferrados uno del otro. Marcando, tatuando el cuerpo contrario. Todo era demasiado intenso, acelerado y sanguinario que sus cuerpos comenzaban a tocar ya el universo. El oxígeno era casi impuro, se bebían el aliento del otro, se embriagaban con los sonidos del choque de sus cuerpos, se deleitaban con la sinfonía de sus bocas.

 

El ascenso fue bestial. El descenso inhumano. Pero no dejaría de beber el olor del otro y mucho menos moverlos de su sitio, porque sentirlo sobre y bajo de él, era la mejor sensación de todas. Nada se comparaba con ella, así, como nada existía para describirla.

 

Al despertar una respiración chocaba contra su cuello, un brazo sobre su pecho y una pierna sobre las suyas. Parpadeo varias veces intentando que el sueño se fuera, pero este no cedía, resignado los cerró, se giró abrazando el cuerpo contrario. Ahora sí, sus piernas se pudieron colar entre las otras.

 

Cuando volvió a despertar, la luz del sol se colaba por las pequeñas ventanas del lugar. Taiga en la orilla de la cama maldecía.

 

–Regresa a la cama.

 

–No. – El pelirrojo se puso de pie con cuidado, camino hasta ¿la tina? Y se metió.

 

–Eso no estaba ahí ayer.

 

–Ryota y Yukio lo trajeron, necesito asearme. – Le miró. –Y tú deberías hacer lo mismo.

 

– ¿Eso es una invitación indecorosa mi rey?

 

Kagami no le contesto, enjabono y tallo su cuerpo; él enterró la cara en las sábanas, tenía demasiado sueño para indagar en las acciones del otro. Una caricia le regresó, de nueva cuenta, al mundo real.

 

–Daiki, vamos, dúchate para comer algo. – No le contesto, pero si se volteó. – Levanta, aún debemos hablar.

 

–No lo habíamos hecho ya.

 

–No el punto relevante. – Suspirando se levantó, con las otras dos cubetas se duchó, vistió y comió, todo bajo la atenta mirada de Kagami.

 

–Habla. – El capitán del Holandés se removió en su silla un tanto incómodo. – ¿Tan vergonzoso es que ha puesto un sonrojo en su majestad?

 

–Deja de decirme así.

 

–Eres el guardián de los mares, la realeza entre los piratas y normales.

 

–Lo dejare de ser.

 

Daiki le miró incrédulo, aquello debía ser un chiste. –Buena broma Taiga.

 

–No es una broma. – La seriedad del pelirrojo le cortó hasta el hambre. – Dejaré al Holandés, pero primero necesitaba tu respuesta y ahora te pido un favor.

 

–Me has hecho condenarte ¿Savi? – Le apuntó con el hueso de un cerdo. – Y ahora quieres que haga tu última voluntad, ¿acaso estar bajo el  agua te ha afectado el cerebro?

 

–Supuse que dirías eso. – Kagami suspiro.

 

–No debiste venir, entonces. – Se paró en busca de una botella de ron, era temprano para comenzar a beber, pero aquello era vital. Por el reflejo de los cristales observó a Taiga poniéndose el pañuelo en la cabeza, la espada y el arma en su cintura, tomó su sombrero caminando hasta él. Colocó una mano sobre su hombro hablándole.

 

–Sígueme.

 

No lo hizo, se bebió de un solo trago tres vasos de licor. Aquello debía ser una completa estupidez, algo surrealista, apenas ayer lo tenía besándole como náufrago y ahora le pedía ser su verdugo. ¿Qué mierdas le pasaba al idiota? Sin embargo, su vena curiosa no dejó de palpitar, guiado más por ella que por su razón o corazón, abandonó el camarote.

 

Al salir, su tripulación le observaba expectante, busco a Ryota quien le miraba comprensivo y un tanto divertido, de hecho, todos lo hacían, incluso los hombres de Taiga quienes, restándole importancia, caminó hasta uno de ellos y antes de siquiera pronunciar un ruido le apuntó hacia el lado izquierdo. Giro el rostro hacia la indignación. El capitán del Holandés le esperaba ya en su barco, bufando subió a la madera, saltó a un palmo de él.

 

– ¿Contento?

 

No hubo respuesta, Kagami se giró comenzando a caminar hasta la otra punta del barco. Levantó una ceja, eso ya era extraño, le siguió y conforme se iba topando con la tripulación estos le miraban de maneras que no le gustaban nada. Corrió alcanzando al pelirrojo, bajaron dos escalares y recorrieron un par de pasillo, una puerta fue abierta saliendo de ella otro hombre un tanto alto.

 

–Capitán. – Le saludo.

 

– ¿Está dentro?

 

–Sí capitán, Hugo le enseña a ser tarta.

 

Kagami asintió adentrándose en la habitación, el hombre siguió su camino golpeando su hombro a su paso, no dijo nada. Abrió la puerta, varias mesas se encontraban acomodadas por la mitad de la habitación, al final la cocina con sus respectivas ollas, sartenes, para su sorpresa, un pequeño horno con fogón. A unos pasos, el padre de Taiga, quien, cabe decir, le golpeó en cuanto lo vio.

 

–Se un hombre y no un pirata Aomine.

 

Se fue, el moreno le siguió hasta que la puerta se cerró tras la espalda del hombre. Mal rato al saber que David Jones le había dado cabida en su barco, al recobrar la lucidez, le juró lealtad como una muerte dolorosa si volvía a lastimar a su hijo; en su momento no le comprendió y ahora menos.

 

– ¡Papi regresaste!

 

Aquel grito le detuvo en seco, pues delante de él, Kagami levantaba en vilo a un mocoso de no más de cinco años, ambos sonrientes. El pequeño se veía manchado de harina y mermelada, una gran sonrisa adornaba su rostro mientras le señalaba el horno.

 

–Tío Hugo me enseñó a hacer tarta de manzana, fue duro limpiar las manzanas papi. – El pequeño hacia morritos en los brazos del capitán del Holandés.

 

–El chico es diestro con los cuchillos capitán.

 

– ¿Me trajiste para mostrarme a tu familia? – Daiki intervino. Eso no figuraba en nada de lo esperado, no sabía ni porque se sorprendía, Kagami era egoísta cuando se trataba de la mujer de Port Royal. Al parecer sería usado, ya se le hacía extraño que el pelirrojo le demandará exponer sus sentimientos, todo por un chiquillo de esos dos. Dio media vuelta, no debió sucumbir por el deseo, por… el amor hacia esa persona.

 

–Espera Daiki, no es así. – Se detuvo a unos pasos de la puerta, dejándole continuar, dejándose clavar el puñal directo en el corazón. – Tú me pediste la verdadera razón de mi acercamiento a ti, sabes que yo no puedo tocar tierra, él necesita cosas de halla. Por eso te busqué, tú y tus hombres pueden tocar tierra cuando quieran. Él…

 

–Resultó ser todo un pirata, joven Kagami.

 

Le interrumpió, no quería saber que realmente nunca fue suyo, la falacia de anoche fue eso, una vil bazofia creada por él en busca de algo. Se convirtió en la propia moneda de cambio. Jugó nuevamente con su corazón, aquello era imperdonable. No, no volvería a caer. Por él, el mocoso y su padre se pueden ir a la mierda, total, los piratas son la escoria de la sociedad. Ladrones, violadores, saqueadores, crueles e inhumanos; todo lo que Kagami representaba, por primera vez, le dio asco.

 

Subiría a su barco, buscaría tesoros, se metería con cuanta mujer pudiera, se embriagaría y el pelirrojo se volvería un recuerdo pasado, uno que apenas y logra recordar con claridad.

 

– ¡Espera!

 

Algo en su chaqueta le detuvo, además de la vocecilla infantil. Se giró buscando al causante, su fastidio crecía ante el hijo de Taiga deteniéndole. –Suéltame niño, shu shu. – Le corrió con las manos, está bien que no le agradara, pero tampoco le iba a golpear y menos si este era hijo del capitán de El Holandés y su maldita tripulación le veía amenazante como expectante.

 

–No te vayas.

 

– ¿Por qué no habría de serlo?

–Hice tarta de manzana. – La carita del niño era de ternura pura, más no cayó, la ternura no iba con él.

 

– ¿Y…? – El mocoso no le soltaba, Kagami ya se encontraba en la cubierta junto con el tal Hugo.

 

–Papi me dijo que te gusta y que hoy te conocería, papi lo prometió y lo cumplió. Quédate, Hugo dijo que sólo debía esperar tres horas para probarla.

 

–No, ahora si me devuelves mi chaqueta, me largo.

 

–Papi dijo que te gustaban los tesoros y yo soy uno.

 

–Que bien niño. – Un pie en la baranda, tomo una cuerda para subirse y…

 

–Soy Ian, el tesoro del capitán del Perla Negra, Daiki Aomine. – Se detuvo. Todo su cuerpo se detuvo. ¿De qué iba el mocoso? – y del capitán del Holandés, Taiga Kagami.

 

Aquello era… ¡era bizarro! Prácticamente  el mocoso le estaba diciendo que era su hijo y de Kagami, cosa improbable porque ambos eran hombres. ¡Hombres! Lo confirmó aquella noche y la pasada.

 

–Buena broma niño, pero eso es falso.

 

–Es verdad Daiki. – El moreno, ahora sí, le observó. – Al parecer la maldición de los aztecas estaba incompleta, no sólo maldecía con la vida eterna sino que maldecía de varias formas a la sangre del encargado de romperla.

 

– ¡Si eso! Papi me dijo que soy un tesoro de los mares porque el mismo mar me dio. – El niño se giró a Taiga. – ¿Verdad, papi?

 

–Aquella noche en el Perla sellamos mi condena sin saberlo. – Esa noche era de las tantas que ha olvidado por culpa del somnífero alcohólico, una donde sólo pequeños flashes se encuentran en su mente como piezas de rompecabezas. Él y Taiga se separaron del resto de la tripulación celebrando su propia fiesta, una entre sábanas, ron y besos. –Nunca hubo un Tatsuya y yo, sólo un Daiki y yo. Investigue a fondo la maldición, incluso fui hasta las costas del Nuevo Mundo. Me convertí en los deseos de la persona con la que yací por primera vez… intente buscarte para decírtelo, pero las circunstancias me llevaron a convertirme en el capitán del Holandés.

 

–Hablaste con Calipso. – Recordó sus palabras, aunque no sabía si le preguntaba o se confirmaba él mismo.

 

–Me dejaría libre si la persona que amó me ama y acepta, pero sólo después de cumplir la condena.

 

Diez años en alta mar, un día en tierra.

 

Daiki analizó al chiquillo, pequeño, tez morena, cabellos azulados y ojos rojos. Prácticamente era una copia de él, pero con los ojos de Taiga. Les dio la espalda, el horizonte se mostraba imponente como el mismo mar. Sonrió. Por eso amaba el océano, porque le mostraba cosas de fantasía, le daba aventuras de locos, pocas veces le decepcionaba y esta no sería la ocasión.

 

Ahora no sólo le daba una aventura por el resto de su vida, también, le regresaba al hombre que amaba con un gran tesoro escondido en su navío.

 

Digno del rey del océano y los muertos.

 

–Entonces, – Dio medio vuelta encarando al par de capitanes. – ¿Cuantos años estarás en el mar?

 

– ¡Papá se queda! – Grito Ian feliz.

 

Mientras su hijo saltaba y gritaba que se quedaba, que ya tenía un padre y no sabe cuánto más, porque dejó de escucharlo en el momento en el que Taiga comenzó a caminar hacia él. Con la cara de duda e incredulidad, con los ojos llorosos contrastando con esa enorme sonrisa de oreja a oreja que tanto amaba. Él no se movió de su lugar, pues si ya lo había buscado por los siete mares, nada le costaba quedarse en su sitio esperando por él.

 

Por ese joven de mirada fiera que rescato de ahogarse con un corsé, que le ayudo a escapar de la cárcel, le consiguió un barco, le ayudo con Akashi y su preciado Perla. Que lo arrastró a las aventuras más peligrosas inimaginables, y que ahora, le daba la bienvenida a otra. A una más cardiaca y mortífera, porque ni la búsqueda de Salazar le ponía los pelos de punta como el hecho de perder al pequeño regalo de los aztecas, del mar, junto con el capitán del navío protegido por los mismos dioses.

 

Amaba robar, secuestrar, mentir y embaucar.

 

Por eso…

 

Amaba ser un pirata del Caribe, el capitán del corazón del Perla Negra y el Holandés.

 

 

Notas finales:

Chan, chan, chan~

Oficialmente terminado esta pequeña adaptación, algo nuevo para mi pero divertido y cardiaco.

Espero les haya gustado. Nos vemos en otra locura.

Yanne. xD


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).