Aquellas manos recorrían su cuerpo con abrasadora pasión, incendiándole, arrastrando hacia un abismo su cordura mientras que el placer se concentraba en su interior, acrecentándose, implosionando mientras una mirada carmesí refulgía intensamente en medio de la oscuridad, y una aterciopelada voz pronunciaba palabras con oscura posesividad:
«Eres mío, Zero.» «¿En verdad crees que puedes escapar? Inténtalo, inténtalo cuantas veces quieras, porque al final, tu único destino será siempre a mi lado.»
Aquellas palabras reverberaron en él, y el placer y la desesperación estallaron en cada resquicio de su ser.
Un jadeo ahogado brotó de su garganta, despertando sumamente agitado. Apretó las sábanas sintiendo el sudor recorrerle y su pulso acelerado.
Respiró pesadamente, apartándose con hastío algunos sudorosos mechones plateados de cabello pegados a su frente a la vez que contemplaba la figura femenina la cual yacía a su lado. Detalló la calmada respiración de su prometida, cómo esta dormía dulcemente con sus labios ligeramente entreabiertos y aquel largo cabello castaño enmarcando sus facciones. Yuûki no se había despertado.
Alivio le inundó, mas al recordar su sueño y sentir cierta humedad en su entrepierna tragó saliva cerrando los ojos con rabia para acto seguido, levantarse cauteloso del lecho, dirigiéndose silenciosamente hacia el baño en donde tras cerrar la puerta observó la mancha en su entrepierna, claro indicio del resultado de aquella pesadilla puesto que eso había sido. Una maldita pesadilla.
Desde que había abandonado París hacía una semana atrás, tras el regalo del viaje de compromiso con Yuûki, aquellos sueños, aquellas malditas pesadillas le atormentaban. Aquellos malditos ojos, aquella voz la cual odiaba, ¡nada de eso dejaba de resonar en su mente!
¡Cuánto odiaba eso! Creyó que al llegar a Japón tras huir de aquella criatura, de aquel monstruo estaría a salvo. Que retornaría a su vida normal, que olvidaría todo, se casaría y podría vivir una vida normal junto a la mujer que decía amar. Sin embargo, cuán equivocado estaba.
Se refregó el rostro furioso acercándose al lavabo y abriendo el grifo, echándose agua en el rostro con gesto frustrado para luego quedar inmóvil, pareciendo perdido en sus pensamientos mientras se contemplaba al espejo del lavabo; sus ojos posándose en su cuello, específicamente en el par de marcas casi imperceptibles las cuales yacían allí.
Un estremecimiento le recorrió.
Aferró sus manos con furia al lavabo y un gruñido pugnó por escapar de su garganta.
«Maldito Kaname.»
Pronto aquellas marcas desaparecerían por completo. Pronto olvidaría aquello sucedido en París, ¡se obligaría a olvidar todo! Después de todo, ahora era libre. Era libre de la influencia de aquella criatura, de aquellas manos las cuales le estremecían, de ese tormentoso placer que devastaba su ser. Ahora era libre. Lo era así como el odio hacia ese vampiro se acrecentaba cada día más. Jamás quería volver a verle por más que su cuerpo, su ser pareciera anhelarle con ansias desesperadas.¡¿Por qué se sentía así si ahora era libre?! Puesto que sí, era libre. ¡Estaba a salvo de aquella criatura!, aunque en el fondo, la sensación de una oscura presencia le acechara. ¿Cómo podía sentirse así si ahora estaba lejos, a kilómetros de esa criatura? Sin embargo, al recordar la culpa, el placer, el tormento, se decía a sí mismo que definitivamente todo había terminado. O al menos eso se obligaba a creer.
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