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Limpieza por Arawn87

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Notas del fanfic:

Hola a todos, vuelvo con un one-shot de Afrodita y Milo, como saben, una de mis parejas favoritas del género.

Es una historia sencilla que espero sirva para entretener. Los dejo con ella.

Notas del capitulo:

Saint Seiya no me pertenece, es propiedad de Masami Kurumada, Toei animacion y demases que corresponda.

Limpieza


 


Cómo habían terminado en esa situación, se preguntaba el santo de escorpio, mientras a regañadientes pasaba una y otra vez aquel sucio estropajo por las frías baldosas del calabozo, mirando de reojo a su compañero de castigo, quien parecía de igual o peor humor que él y a quien culpaba de su desdichada suerte. Si, después de todo era su culpa, por haber sobre reaccionado frente a un simple accidente.


Dando un sonoro suspiro, Milo sacudió su cabeza y volvió a concentrarse en su tarea, recordando los sucesos ocurridos unas horas antes, en un entrenamiento que de pronto se salió de control.


Era una mañana común, se sortearon las parejas como siempre, a Milo le tocó con Death Mask, alguien a quien solía evitar en su vida diaria, pues no le parecía de fiar. Estaban en medio de la práctica cuando escucharon un bullicio en las cercanías, captando su atención. Parecía un altercado entre Aioria y Shura, para variar. Aunque disimulaban frente al mundo, era obvio que esos dos aún no lograban limar asperezas por lo ocurrido en el pasado, ni siquiera la mediación del mismo Aioros surtía efecto con aquel obstinado par.


En medio de ese altercado, Milo vio a Death Mask correr con obvias intenciones de apoyar a Shura, y él de inmediato lo siguió para hacer lo mismo con Aioria. A partir de ahí todo fue una confusión, golpes iban y venían de ambas partes hasta que sintió que lo sujetaban por los hombros, deteniendo su ataque. Al voltear, vio que se trataba de su amigo Camus, quien sin variar su habitual expresión le pedía que se detuviera. Milo, por supuesto, no lo escuchó, quitándoselo de encima con un empujón para volver al ataque, estaba demasiado envuelto en el calor de la batalla para escuchar razones, iniciando así el pequeño gran problema por el que ahora sufría las consecuencias.


Todo pasó demasiado rápido, probablemente en menos de un segundo. Milo se lanzó nuevamente hacia donde se encontraban los ex renegados, soltando un buen golpe con dirección a la cara de Death Mask. Sin embargo, ese golpe lo recibió otra persona, pues así como Camus intentó detenerlo a él, Afrodita de Piscis hacía lo mismo con el italiano en ese preciso momento, y en medio del forcejeo que ambos tenían, el sueco terminó justo en la trayectoria del puño de Milo, recibiendo de lleno el fuerte impacto en su blanca mejilla, mandándolo a volar varios metros y golpearse duro contra el suelo. Entonces se desató el infierno.


El octavo guardián jamás había visto a Afrodita tan enfadado, sus ojos destilaban sorpresa e indignación en igual medida, y fue peor cuando se vio un fino hilo de sangre brotando desde su labio inferior, seguramente producto de la fuerte caída. Milo tuvo toda la intención de disculparse, pero apenas iba a abrir la boca vio a Afrodita abalanzarse contra él de manera tan inesperada que no alcanzó a reaccionar a tiempo, siendo su turno de tragarse un puñetazo que lo dejaría viendo estrellas.


Lo que ocurrió después fue esperable, ambos comenzaron a rodar sobre la arena repartiendo golpes con pies y puños, Milo estaba seguro de que hasta un cabezazo recibió por parte de Afrodita, casi parecía que el pisciano tuviera experiencia en ese tipo de pleitos, y él no se quedó atrás, estaba lo suficientemente cabreado para no importarle el daño que pudiera infligir a su contrincante. Esto duró hasta que terminó sobre Afrodita, listo para asestar el siguiente golpe, cuando sintió que lo levantaban bruscamente y un par de fuertes brazos lo detuvo rodeándole el cuello. Pronto descubrió que se trataba de Aioros, alguien a quien no se pudo quitar como hizo con su amigo minutos antes. Luego volvió a fijar su atención en Afrodita, encontrándolo en la misma situación que él, solo que el sueco era sujetado por Saga. De esa manera se dio término definitivo a ese altercado y rápidamente todos los involucrados fueron a parar a los pies del Patriarca, siendo repartidos los castigos en parejas, claramente no al azar.


- ¡Maldita sea! –se oyó exclamar a Afrodita, mientras arrojaba uno de los trapos al suelo. Se veía aún más irritado que antes y eso no era buena señal.


- Desquitarte con el trapo no hará que termines más rápido –Milo sabía que su comentario no ayudaba, pero bueno, él también estaba enojado, tenía derecho a estarlo.


Afrodita lo observó de reojo por una milésima de segundo, para volver a fingir que no existía y concentrarse en su tarea, algo que no causó gracia al escorpiano.


- Ignorándome tampoco acabarás más rápido…


- Tal vez no, pero sin duda hace menos desagradable la tarea –respondió al fin, dando la espalda al menor mientras remojaba su trapo en una cubeta.


- ¿Ni siquiera en estas circunstancias puedes dejar de ser desagradable? –Inquirió molesto- Es por tu culpa que terminamos aquí después de todo…


- ¿Mi culpa? –Exclamó volteando hacia su compañero- Fuiste tú quien me atacó, mocoso.


- ¡Fue un accidente! Es al idiota de tu amigo a quién quería golpear, no a ti ¡te lo he repetido mil veces! –Milo se defendió agitando sus brazos, sin creer lo cabeza dura que podía llegar a ser el hombre frente a él.


- Sería bueno que esa excusa viniera acompañada de una disculpa –añadió el mayor, cruzándose de brazos.


- ¿Pretendes que me disculpe contigo?


- Por supuesto, ¿o es que en realidad si querías golpearme?


- ¡Claro que no!


- ¿Entonces? –preguntó alzando levemente una de sus cejas.


Milo observó detenidamente a su compañero, mientras cientos de pensamientos inundaban su cabeza. Lo primero, cuan sorprendido estaba de que a pesar del aspecto desaliñado que traía Afrodita en ese momento, el maldito se las arreglaba para lucir su belleza natural, la cual no le resultaba indiferente. Por otro lado, debía controlar las ganas de golpearlo, esta vez adrede, por esa actitud altanera que le gustaba llevar, y peor aún, porque tenía razón en exigir una disculpa de su parte, después de todo, el golpe que recibió fue bastante potente.


Dando un resignado suspiro, Milo procedió a aclararse la garganta y tomar una gran bocanada de aire antes de volver a hablar.


- Tienes razón, lamento haberte golpeado Afrodita –pronunció con voz firme, mirando fijamente al otro- ¿Ahora estamos bien? –preguntó a continuación. Afrodita simplemente se encogió de hombros y dio media vuelta para volver a su labor.


- Es un comienzo… -murmuró al fin, concentrado en su tarea.


- ¿Eso es todo lo que dirás?


Afrodita no volvió a responder a Milo, continuó pasando el paño por el sucio suelo, otra vez fingiendo que estaba solo. Era el último calabozo que les quedaba por limpiar, y solo podía pensar en acabar luego para salir de ese frío y oscuro lugar, donde además se veían imposibilitados de utilizar su cosmos gracias al sello de Athena, y si había algo que Afrodita no soportaba era sentirse como un indefenso ser humano común.


Por otro lado, si había algo que Milo no soportaba era que lo ignoraran como hacía Afrodita en ese momento, con arrogancia y desdén hacia su persona.


- Es de muy mala educación no responder una pregunta –dijo fuerte y serio.


- Que curioso…


- ¿Curioso?


- Un simio hablando de buena educación.


Hasta entonces Milo había intentado ser amable, comprensivo y paciente, primero porque algo de culpa sentía tras el golpe dado a Afrodita, y segundo, porque no quería más problemas. Sin embargo, en ese preciso instante el octavo guardián deseaba terminar de partir esa cara de porcelana en mil pedazos, a ver si con eso conseguía silenciar su venenosa lengua.


- No tan curioso como un traidor sintiéndose ofendido –Intentó devolver el golpe, esperando que funcionara. Pero el resultado no fue el esperado y Afrodita solo le otorgó una cínica sonrisa.


- ¿Traidor?, para nada, soy fiel hasta el final con aquello a lo que juro lealtad… ¿tú puedes decir lo mismo?


Milo soltó la escoba que sostenía para acercarse a donde se encontraba Afrodita, quedando a casi un metro de distancia. No le gustaba el tono en que se dirigía a él.


- Habla claro, Piscis –exigió cortante. Afrodita ensanchó su sonrisa.


- Olvídalo, es demasiado esfuerzo para tus pobres neuronas -tras esas palabras, el mayor volvió a su tarea de trapeador.


Un fuerte empujón por la espalda detuvo la tarea del duodécimo guardián, haciéndolo tropezar hacia adelante y necesitando utilizar sus manos como apoyo para no golpearse contra la pared. El trapeador cayó al suelo y Afrodita giró para encarar a su agresor, aún más furioso que cuando recibió el golpe esa misma mañana.


Milo observaba a su compañero igual de enojado, cómo detestaba cuando el mayor mostraba su faceta arrogante, despreciando a todos los que compartían su espacio. Le molestaba porque recordaba muy bien que no siempre fue así, en alguna época Afrodita fue gentil con ellos, al punto de ser encargado de recibir a los aprendices que llegaban, y él fue uno de a quienes dio la bienvenida. En varias ocasiones se preguntó cuándo fue que cambió y esperaba obtener la respuesta en el corto plazo, aprovechando los tiempos de paz.


- Cada vez que intento hablar contigo me lanzas un comentario ofensivo y luego te vas, ¿tal vez maltratándote puedo obtener tu atención? –preguntó muy serio, preparándose para la arremetida que, como supuso, no tardó en llegar.


Afrodita envió nuevamente al infierno su decoro y se lanzó contra Milo dispuesto a partirle la cara. Aunque lo castigaran por todo el año, jamás aguantaría una ofensa así, menos aun viniendo de uno de ellos.


Milo alcanzó a esquivar parcialmente el golpe, pero con el impulso que llevaba el mayor, ambos terminaron cayendo al suelo y comenzaron a forcejear otra vez repartiendo puños a diestra y siniestra, lanzándose insultos en griego y sueco respectivamente. El escándalo atrajo a un par de soldados de la guardia, pero al darse cuenta de quienes eran los causantes del alboroto, no se atrevieron a intervenir y regresaron rápidamente por donde vinieron.


Ambos integrantes de la elite ateniense continuaron golpeándose de manea pareja, hasta que Afrodita divisó un sucio cargo de algo similar a agua junto a ellos y haciendo uso de su fuerza potenciada por la ira, tomó a Milo de los cabello y hundió su rostro en aquel sucio líquido, presionando con fuerza para que no se liberara. Milo comenzó a patalear al verse atrapado de esa manera, tardando en reaccionar ante la sorpresa. En ese momento ambos eran personas comunes y corrientes, por tanto, quien venciera en ese peculiar duelo dependería únicamente de su entrenamiento cuerpo a cuerpo. Para fortuna de Milo, su diferencia de complexión con Afrodita le jugó a favor, y haciendo uso de su fuerza bruta fue capaz de alzarse lo suficiente para volver a respirar. Acto seguido, tomó de un brazo a su contrincante y lo acercó para taclearlo y caer nuevamente, esta vez sentándose a horcajadas sobre él, inmovilizándolo bajo su cuerpo.


- ¡Maldito demente! –gritó furioso, mientras le propinaba un fuerte puñetazo en su pómulo izquierdo. Luego, acercó su rostro al de Afrodita, quedando a muy corta distancia- ¿Qué te hice? Dímelo –exigió con los dientes apretados, mientras su compañero mantenía la cabeza volteada producto del golpe.


Ambos respiraban agitadamente, tanto que aquel era el único sonido audible en la fría celda. Se encontraban sucios y cansados, al punto de que ambos habían olvidado el motivo de su pelea, seguramente algo sin sentido, pero aun así no se detendrían.


Al ver que su compañero no hablaría, Milo lo tomó por la solapa de su camisa para sacudirlo.


- ¡Te hice una pregunta, responde! –Exigió nuevamente, comenzando a desesperarse- ¡Afrodita!


- ¡Cállate! –fue la respuesta del sueco, quien aprovechó el momento de estupor del menor para quitárselo de encima con un golpe similar al que él había propinado él segundos antes y entonces ambos se levantaron, volviendo a la dinámica de dar y recibir puñetazos, ambos luchando por obtener el control del rival.


La suerte volvió a acompañar al griego en este peculiar encuentro. Afrodita consiguió derribarlo con una barrida, pero antes de que lograra posarse sobre él, Milo atrapó las piernas del sueco entre las suyas, haciéndolo caer. Dicho movimiento tomó por sorpresa al mayor y no logró controlar la caída, por lo que terminó azotando el piso de piedra con su cabeza, provocándole un fuerte mareo.


Milo percibió de inmediato que algo había ocurrido cuando no sintió reaccionar al mayor, y al alzarse levemente lo vio en posición fetal sujetándose la cabeza.  Se acercó con mucha cautela hasta observar su rostro, viéndolo contraído por el dolor. Entonces, volvió a sentarse sobre él, pero esta vez no para golpearlo, sino como precaución para evitar que le propinara otro golpe sorpresa. Admitía para sus adentros que se preocupó un poco, ya que Afrodita no solía dar muestras de debilidad ante nadie y si lo estaba haciendo en ese momento era porque debía sentir mucho dolor. Vaya que se perciben distintos los golpes cuando eres un humano común y corriente.


- Afrodita… ¿estás bien? –preguntó suavemente, sintiendo que la irá profesada hasta hace un minuto comenzada a disminuir- Afrodita –le llamó otra vez.


- Estoy bien, solo… solo quítate –habló finalmente el sueco, sin moverse ni mirar al otro.


En lugar de hacer lo que le exigían, Milo se acomodó mejor sobre su compañero, cuidando de no aplastarlo demasiado, acercando su rostro al del sueco, quien apenas lo miró de reojo con evidente molestia plasmada en su mirada. Pero eso no intimidó al griego, por el contrario, solo le causó más curiosidad. Deseaba que volteara para verlo de frene, y ya que Afrodita no lo haría aunque se lo pidiera, decidió actuar por su cuenta.


Afrodita intentó removerse, esperando que Milo captara la indirecta, pero el griego utilizó su diferencia de peso para mantenerlo quieto. Acto seguido, Afrodita sintió como era sostenido por los hombros y volteado con cuidado y firmeza a la vez, quedando tendido sobre su espalda, aún a merced del escorpión. El sueco estaba seguro de que Milo volvería al ataque, pero en lugar de eso, sujetó sus manos, y las depositó junto a su cabeza. No parecía con intenciones de golpearlo y eso lo aturdió más que los golpes recibidos.


Milo tenía ahora una casi perfecta visión del rostro de Afrodita, interrumpida solo por un par de mechones en su mejilla y frente, los cuales apartó con delicadeza, demasiada, entonces notó las secuelas de su pelea: un tajo en la sien, el pómulo izquierdo morado, el labio cortado y sangrante. Casi se horrorizó con esa visión proyectada por aquel rostro de porcelana, sobre todo por ser el responsable de aquello.


Afrodita lo merecía, era altanero y burlesco, a veces hasta cruel con sus comentarios, un verdadero demonio con rostro de ángel, y encima él mismo recibió una buena paliza por parte del sueco, era algo mutuo. Sin embargo, igual se sintió culpable de haberlo lastimado tanto, y de pronto supo por qué. En ese momento recordó al Afrodita que conoció muchos años atrás, antes de que el Santuario se fuera al demonio, ¿Por qué lo recordaba en ese momento? ¿De qué servía? Nada, absolutamente nada le hacía sentido.


- Lo siento –susurró, pasando su pulgar por el labio sangrante. Luego elevó su cabeza hasta encontrarse con los ojos del pisciano, quien se veía sorprendido, pero ya no hacía esfuerzo en alejarlo, y fue su turno de sorprenderse cuando Afrodita estiró una de sus manos para tomar un mechón de su cabello y situarlo tras la oreja, despejando su rostro a la vista del mayor.


Algo extraño ocurría, no había duda de eso, una especie de magnetismo que los mantenía quietos e incapaces de separarse o terminar de unirse, solo observándose, como si se vieran por primera vez. Por un momento olvidaron el dolor de los golpes, el frio y la oscuridad que los envolvía ya no lo sentían, solo la respiración y el tacto del otro, era todo lo que había, todo lo que importaba.


Entonces Milo pareció recuperar la capacidad de movimiento y comenzó a acortar aún más la distancia, lento, pausado, sin apartar su mirada de los ojos suecos, unos puros y cristalinos, sin rastro de maldad. Casi había olvidado cómo lucían.


Afrodita no reaccionó, permaneció bien quieto esperando lo inevitable, sintiendo su corazón acelerarse y sin comprender por qué no apartaba al mocoso que estaba a punto de besarlo.


- Milo… - fue lo único que pudo pronunciar, en un murmullo apenas audible y que por lo mismo no causó efecto alguno en el menor, quien lo ignoró por completo y cumplió su cometido.


Fue tan extraño como toda la situación que los condujo a eso, había necesidad, deseo, nerviosismo, confusión, todo representado en aquella unión. Ambos sintieron el sabor metálico de la sangre mezclado con sus salivas, pero eso no los detuvo. Tomaron su tiempo saboreando tímidamente los labios del otro, cerrando sus ojos para sentir mejor, hasta que Milo finalmente rompió el contacto.


Apenas se separaron volvieron a mirarse, y ocurrió lo esperado, la ola de cuestionamientos, ¿Qué estaban haciendo? ¿Por qué no se detuvieron? ¿Qué decirle al otro ahora?... para bien o para mal, no tuvieron tiempo de responder a ninguna de esas preguntas.


El sonido de una fuerte tos fingida llamó la atención de ambos dorados, provocando que voltearan sorprendidos hacia a la puerta del calabozo y ahogaran un grito al ver de quién se trataba.


Dohko de Libra era a quien menos hubiesen imaginado ver en los calabozos, y no les gustaba ser descubiertos en esa posición tan… comprometedora, menos aún les agradó la expresión divertida que mostraba el antiguo maestro, quien ahora lucía de la misma edad que ellos.


- Vaya, vaya, cuando los soldados me dijeron que se estaban peleando pensé que tendría que detener una guerra de mil días. Sin embargo, me encuentro con algo bastante diferente –comentó con aire despreocupado, sin borrar su sonrisa.


Un largo e incómodo silencio se formó tras las palabras del chino.


- Maestro Dohko, esto no… no es lo que parece… -dijo un titubeante Milo, intentando explicar lo inexplicable.


- ¿Y qué es lo que parece exactamente?


- Este… bueno… nosotros...


- Yo los veo bastante cómodos –continuó picando el de Libra.


- Maestro no piense mal, por favor.


- Tal vez dejaría de pensar mal si te quitaras de encima de una vez –habló por primera vez Afrodita, mirando algo molesto al escorpión.


- Oh, claro –las palabras del sueco hicieron reaccionar a Milo, quien finalmente se levantó intentando ayudar a otro, siendo rechazado con un fuerte manotazo.


- Puedo levantarme solo, mocoso –gruñó Afrodita, mientras se ponía de pie.


- Que poco te duró el buen humor –respondió Milo, cruzándose de brazos.


- Cállate ya.


- Cállame si puedes.


- Bueno niños, no vamos a empezar otra vez ¿verdad? –Intervino Dohko, caminando hacia ellos y deteniéndose a unos pasos para observarlos a ambos, volviendo a sonreír- Creo que ha sido suficiente por hoy, este agujero ya no puede quedar más limpio.


- ¿Podemos irnos? –se apresuró en preguntar Afrodita, sin ocultar su ansiedad.


- Si chico, pueden irse.


- Bien –y sin más palabras, Afrodita partió a toda velocidad fuera de ese lugar.


- Si no te apresuras te dejará atrás –comentó un despreocupado chino.


- ¿Y por qué querría…? –Milo se detuvo al ver como Dohko enarcaba una ceja. Era cierto, no se podía engañar a un dorado que ha vivido más de dos siglos. Bufó derrotado para intentar alcanzar a ese bello e insoportable sueco.


Era de noche cuando Milo salió de la zona de calabozos, divisando el cielo estrellado, muy oscuro por la falta de luna. Caminó presuroso hacia los templos, esperando que el pez dorado no se le escurriera. Lo divisó poco antes de llegar a Aries e hizo el intento de llamarlo, pero al no haber respuesta apresuró más el paso hasta quedar junto a él.


- ¿Se te ofrece algo? –preguntó Afrodita, fingiendo desinterés.


- No, solo pensé que es menos aburrido caminar con compañía –respondió Milo, fingiendo a su vez, seguridad.


A pesar de las intenciones del griego, sus intentos por hacer conversación no fueron muy correspondidos por el mayor, quien ni siquiera se dignaba a mirarlo. Milo se preguntaba si sería por desprecio o vergüenza, pues si algo había aprendido ese día es que Afrodita era muy buen actor. Sería divertido aprender a descifrarlo, para tener certeza de cuando finge y cuando es sincero con sus emociones.


Pensó en continuar siguiéndolo hasta su templo, pero desechó la idea. No deseaba empujar más el carácter de Afrodita por ese día, y a decir verdad, necesitaba un buen descanso. De esa manera, acompaño a su hermético compañero hasta la salida de Escorpio, y cuando este comenzaba a bajar las escaleras recordó algo, corriendo para alcanzarlo y detenerlo de un brazo.


- ¿Aún estás enojado? –preguntó antes de que el pisciano pudiera decir algo.


- ¿Cómo? –se apreciaba la confusión en el rostro del sueco.


- Que si aún estás enojado, ya sabes, por todo lo que pasó hoy –repitió ejerciendo más presión sobre su agarre.


- Oh… -meditó algunos segundos, podría decir que si, zafarse y retirarse indignado. Pero honestamente, estaba cansado, y como pocas veces decidió decir lo más sano para todos– No Milo, no estoy enojado, solo quiero descansar… mejor dicho, necesito descansar –finalizó ofreciendo una mirada de sutil inocencia.


- Claro, que descanses –Milo lo soltó sin muchas ganas, intentando una vez más, descifrar lo que ofrecía el rostro de porcelana. No tuvo éxito, pero ya habría tiempo para eso. Se conformó con observarlo alejarse y luego seguir su ejemplo e ir a descansar, vaya que lo necesitaba después de tan agitado día.


Fue una noche tranquila, Milo sentía el cuerpo tan pesado y adolorido que se durmió apenas apoyó su cabeza en la almohada, con la imagen del rostro de porcelana fija en su cabeza. Por algún motivo, eso no le molestó.


Afrodita por su parte, primero estuvo un largo, muy largo rato sumergido en un baño de sales y espumas, intentando aliviar sus adoloridos músculos. No obstante, el alivio no llegó igual a su mente como a su cuerpo, pues la imagen de Milo y lo que ocurrió entre ambos era imposible quitársela de la cabeza. Tal vez sus infusiones le ayudarían a despejarse, sí, probaría con ellas una vez saliera del baño, esperaba que funcionaran.


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A la mañana siguiente, Milo subía refunfuñando hacia el Templo del Patriarca. No podía creerlo, todavía no se recuperaba de los golpes recibidos y ya debía sufrir otro día de castigo por haberse peleado con Afrodita en los calabozos, sin duda era culpa de Dohko, y él pensando que estaba de su lado, que ingenuo fue.


Cuando llegó frente a la máxima autoridad del Santuario, se arrodilló y escuchó en silencio el esperado sermón antes de que le comunicara su castigo, en esta ocasión, ordenar la bodega de la gran biblioteca patriarcal, la cual almacenaba documentos guardados desde la Era del Mito (o al menos eso decían los rumores). Milo pensó que tardaría una eternidad en ordenar todo eso solo y maldijo una vez más al antiguo maestro que lo observaba divertido de pie junto a Shion, como siempre.


Aceptó su castigo con humildad y se apresuró en cumplir la orden, sin ánimos, ganas, ni otra alternativa, y volvió a maldecir cuando se encontró con tremenda maraña de libros antiguos amontonados por todos lados, no sabía por dónde comenzar. Respiró profundo para darse ánimos y se encaminó a la primera montaña de historia frente a él, cuando un repentino sonido llamó su atención. Se oía como un murmullo furioso, despotricando algo en un idioma desconocido pero que de alguna manera le resultaba familiar y rápidamente se encaminó hacia él. Fue entonces que de entre una montonera de pergaminos se alzó una conocida y estilizada figura, pero lo que más llamó su atención fue el magullado rostro de porcelana que fruncía el ceño, viendo hacia arriba.


“Dohko” pensó Milo, no podía ser otro. Fue idea del viejo maestra que fueran juntos a limpiar los calabozos en primer lugar, y a juzgar por la mirada cómplice que le brindó durante la reprimenda de Shion, esto también debía ser obra suya.


- Afrodita –lo llamó en voz alta, haciendo que el otro se sobresaltara y volteara hacia él.


- No me digas que tú también…


- Si, yo también –se apresuró en responder– y tenemos un largo camino por delante –agregó mirando alrededor de la gran habitación.


- Bien, pensé en ordenar este desastre de lo más antiguo a lo más actual ¿te parece?


- Seguro –concilió sin rodeos. No tenía deseos de pelear, prefería utilizar sus energías de ese día en algo más provechoso, si la suerte estaba de su lado.


Afrodita se encontraba en un plan similar, deseaba llevar la fiesta en paz, pero no lo diría en voz alta, prefería fingir indiferencia como de costumbre. No se imaginaba una relación con Milo más que la obligada cordialidad entre compañeros, nada bueno podía resultar si intentaban otra cosa, ¿o sí?


- ¿Qué dices, Afro?


- ¿Cómo? –preguntó sin entender, y a la vez asombrado de que Milo lo llamara por su nombre, o mejor dicho, un diminutivo de su nombre.


- Que si te parece comenzar por allá, hay un montón de libros antiguos que podemos comenzar a revisar –repitió señalando el lugar al que se refería, casualmente, el sector más silencioso y oscuro de la habitación.


Afrodita enarcó una ceja, mirando de pies a cabeza a su compañero, quien ahora sonreía ligeramente esperando por su respuesta. Finalmente, se resignó.


- De acuerdo, vamos –aceptó abriéndose paso entre los pergaminos para caminar hacia el sector indicado.


Milo siguió de cerca a su compañero y no pudo reprimir un comentario.


- Hacemos buena pareja de castigo ¿no crees?, tal vez debiéramos pelearnos más seguido.


- Oh, cállate bicho –respondió Afrodita, pero sin ese dejo de enfado que lo caracterizaba.


De esta manera iniciaron con su ardua tarea, lanzándose miradas furtivas mientras comenzaban recopilar los viejos documentos y pensando su vez en lo interesante que sería la limpieza de ese día.


 


FIN

Notas finales:

Con esto termina el corto, espero lo hayan disfrutado.


Agradezco de antemano a quienes se tomaron el tiempo de leer, y si desean comentar y dar su parecer, mejor aún. Hablando con respeto toda crítica es bien recibida.


Hasta la próxima :)


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