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Cuando las flores hablen por él por AngiePM

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Notas del fanfic:

Después de mil años sin aparecerme por aquí, decidí volver con mi primer fanfic de varios capítulos. Ya lo estaba publicando en ao3, pero ya que aquí hay más fandom en español, supuse que sería buena idea también subirlo acá :3

Si no conocen de qué se trata la Hanahaki Disease, descuiden, en el segundo capítulo se explica (o pueden investigarlo, si prefieren saberlo primero antes de decidir leer o no esta temática).

Llenar la cabeza de sus hijos de historias fantásticas era parte de la labor de los padres. Desde los clásicos cuentos de hadas hasta unas mentiras como la de Santa Claus, todo niño crecía con sus personajes siendo modelos a seguir o ejemplos de lo indebido. Más tarde, alrededor de la preadolescencia, la mayoría descubriría la realidad de lo que habían creído en sus cortas vidas. Unos se lo tomaban con calma, para otros era un hecho que estremecía sus mundos. Lo cierto era que muchos comenzaban a desconfiar a partir del día de la revelación.

 

Una historia que Suga nunca logró confirmar si era verdadera o no era la de la enfermedad de hanahaki. Su madre se la contó a los ocho años, y a pesar de haber pasado casi diez desde esa vez, aún no se la escuchaba a alguien más. Había ocasiones en las que se preguntaba si él mismo se la había inventado; esperaba que sí, o enamorarse sin garantía de correspondencia se convertiría en una de las cosas más peligrosas que alguien podría hacer. Tenía que ser falsa. Habría pánico en la población si un amor unilateral pudiera matar de verdad. ¿Cuántas personas morirían al año de eso? Era imposible, se había convencido de aquello.

 

A veces se acordaba de ese cuento cuando veía a Tanaka y a Nishinoya siendo los fanáticos de Kiyoko que eran. Si el hanahaki fuese real, alguno —o ambos— llevarían meses escupiendo flores  cada vez que elevaban la voz; aunque no estaba muy seguro de que en realidad estuviesen enamorados de ella, mas sí bastante cautivados. Era un alivio que nadie se enfermara así, pensaba al imaginarse qué sería de algunos de sus amigos por eso. También reía por la tonta idea de qué pasaría si alguien alérgico al polen contrajera algo así.

 

Sí, no había manera de que una enfermedad así se diera fuera de un personaje desafortunado. Podía estar enamorado solo sin miedos mayores que los comunes.

 

Pensaba contarles la historia a Daichi y a Asahi algún día; quería ver qué reacciones tendrían —qué cara y de qué color se pondría Asahi si omitía la parte de que era ficción, mejor dicho— y con qué teorías defenderían su existencia o atacarían su falsedad. Luego decidiría a quiénes más les diría; aún tenía que conocer mejor a los nuevos y no creía que fuese una buena idea que los de segundo se enteraran.

 

Sería más divertido asustar a Asahi junto a Daichi, así que él sería el primero al que le relataría el cuento. Además, era mucho más fácil aislar al capitán para conversar entre ellos ya que iban juntos en la mayor parte de su camino de regreso a casa. Por eso, al separarse del resto después de haber comido bollos, Suga estaba a punto de iniciar la conversación cuando notó que Daichi tenía una mano en frente de su nariz y boca abierta. Contuvo una risilla, se veía gracioso, como si fingiera bostezar silenciosamente; aunque sabía que en realidad estaba por estornudar. De un momento al otro, resopló y retiró la mano.

 

—¿No odias la cara de idiota que te hace poner tu nariz cuando te da una falsa alarma de estornudo? —Suga preguntó, diversión en su tono. Solo obtuvo un bufido como respuesta—. Sí, yo también. Por cierto, hay algo que…

 

Un ruidoso estornudo inclinó la cabeza de Daichi hacia adelante e interrumpió sus palabras. «Ah, también suele suceder eso luego de una falsa alarma».

 

—Salud. Creo que ese fue el estornudo más fuerte que te he oído, ¿te sientes bien?

 

Pero no paró ahí. Su mano descendió hasta solo cubrir su boca al mismo tiempo que un ataque de tos lo dobló aún más. No sonaba a uno de enfermedad, sino al que no paraba hasta que algo se apartara de su garganta y le permitiera respirar.

 

—Oye, no me digas que te atragantaste. —No estaba muy seguro de qué hacer, pero le dio unos cuantos golpecitos en la espalda en un intento de ayudarlo.

 

Pareció funcionar. Tosió unas tres veces más y tomó una profunda respiración entrecortada, mas aliviada. Sin embargo, seguía sin bajar la mano, solo se había enderezado. Cuando Suga logró mirarlo, su ceño estaba fruncido con aparente confusión y algo rojo resaltaba en el pequeño espacio entre sus fosas nasales y sus dedos.

 

—Te sangra la nariz… —Sus cejas también estaban uniéndose. ¿Qué ocurría? ¿Cómo iba a tener una hemorragia nasal por estornudar y toser? Daichi sacudió la cabeza—. ¿Cómo que no? ¿No lo sientes? ¡Eso tiene que ser sangre!

 

Identificó terror en sus ojos mientras lo negaba de nuevo. Bajó la mano solo un poco, lo suficiente para pasar los dedos de la mano izquierda por debajo de su nariz y descubrir qué había salido de ahí. ¿Por qué no terminaba de quitar la otra, en serio?

 

Ambos abrieron los ojos de más al ver que un pétalo cayó entre sus pies.

 

—¿Qué…? —Suga no podía apartar la vista de ese nuevo punto rojo sobre la acera. Sabía cómo había llegado ahí, pero era imposible, tenía que ser imposible, se suponía que era imposible.

 

—¿Una camelia? —La pregunta temblorosa lo hizo elevar la mirada de inmediato. Al fin su rostro estaba descubierto, solo que su expresión era una que nunca esperó atestiguar en él. No sabía cómo describirla; era una mezcla de miedo, preocupación y perplejidad. Era consternada, quizás. Solo verlo le contagió la misma sensación, así que decidió dirigir sus ojos al lugar que los de su amigo se habían fijado.

 

Suga quedó paralizado. Como lo dijo hacía unos segundos, una camelia del mismo color del pétalo caído descansaba en la palma de la mano que había usado para cubrir su boca.

 

—¿Hanahaki…? —susurró; incrédulo, espantado, intranquilo.

 

La enfermedad del amor no correspondido era real. Flores eran capaces de crecer dentro de una persona. Alguien podía morir por enamorarse de quien no sentiría lo mismo. El cuento que por diez años deseó que no fuera más que ficción se había manifestado en Daichi.


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