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Tras las rejas por chrome schiffer

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Notas del fanfic:

Primera vez que escribo MuraAka, espero les guste nwn

Los personajes de Kuroko no Basuke le pertenecen a Tadatoshi Fujimaki.

Notas del capitulo:

Advertencia: Lenguaje vulgar, posible OoC.

Estar en una prisión de alta seguridad en Japón -o en cualquier otro país- no es algo que muchos quisieran, aunque eso depende de a quien se le pregunte.

Si estás del lado de los reos… la cosa no pinta tan bien, sobre todo si no se es alguien que se pueda defender por sus propios medios. Aunque claro, hay muchos que aun sin tener la fuerza física necesaria para no convertirse en el blanco de los matones del lugar, se las arreglan para vivir una vida lo más decente posible entre las rejas que roban su libertad.

Y si bien los sobornos en dinero son los que más se ven, no todos los reos tienen la capacidad para ello, llevándolos a la segunda manera de comprar la seguridad: soborno en especie o lo que vulgarmente se llamaría, putearse. Lo que viene siendo tan o más efectivo que el sucio dinero.

Claro que no todo es color de rosa, es una penitenciaria después de todo. Por lo mismo, no es extraño que algunos usen a los más débiles sin un acuerdo de protección de por medio. Se necesita desahogar las presiones de estar todos los días del año encerrados y si no hay mujeres con quienes hacerlo, pues hay que tomar lo que hay disponible, sea voluntariamente o a la fuerza.

Ahora, si se está del lado de los guardias… la vida es significativamente mucho mejor, iniciando porque no tienes que estar regalando dinero como si se fuera rico o vendiendo el culo por protección. Y si se le suma que se pueden obtener demasiadas cosas si se promete uno que otro favor, muy seguramente muchos estarán de acuerdo en que la vida en una prisión como un guardia es por decir menos, acomodada.

Omitiendo claro, cuando a los hijos de puta inadaptados tras las rejas, se les da por armar alboroto. Tener que esforzarse y usar la fuerza para contenerlos era demasiado trabajo.

Ese era el pensamiento de Murasakibara Atsushi, guardia de aquella penitenciaría desde hace apenas un año.

Por lo general el hombre no es alguien agresivo, se podría decir que es todo lo contrario, llegando a ser una persona más bien perezosa. Sin embargo, si las personas se dejan llevar por su actitud floja y torpe, definitivamente están cometiendo un grave error; si todo fuera de esa manera no estaría como guardia en un lugar como ese, su altura que superaba los dos metros y la fuerza descomunal que tenía, eran fuertes factores para que fuera aceptado para el trabajo sin tener que pensárselo dos veces.

Murasakibara en realidad no sabe en qué estaba pensando cuando le dijo que si a Aomine cuando éste le comentó que en donde trabajaba había una vacante… por supuesto que sabía dónde trabajaba el moreno, y aunque el trabajar no era lo suyo, si quería seguir comiendo los dulces que aún a sus 26 años, tanto le gustaban, necesitaba dinero y suponía que ese trabajo era tan bueno como cualquier otro.

Definitivamente no era un trabajo normal, pero no se quejaba… demasiado, así que como era ya su rutina, ese día llegaba para su turno de la noche.

—Ya era hora de que llegaras, Murasakibara. Tu jodido turno empezó hace quince minutos y por tu culpa voy tarde para mi visita conyugal. —bramó un exasperado Aomine Daiki, guardia desde hace tres años en aquella penitenciaria y amigo de la infancia del pelimorado.

—Se me hizo tarde, Minechin. Además, no es como si Kisechin se fuera a ir a alguna parte. —dijo lo obvio el alto guardia, obteniendo como respuesta un bufido irritado.

—Como sea, una cita es una cita y no puedo faltar a ella.

—Si tú lo dices. —Murasakibara se alzó de hombros, pensando que su moreno amigo estaba un poco demasiado loco por aquel rubio, sentenciado a 15 años y llevando apenas siete meses. Pobre rubio… Atsushi pensaba que el ojidorado era inocente de lo que se le acusaba, pero no había nada que él pudiera hacer y la verdad no es como si le importara el hombre. Con Aomine la historia era bastante diferente, sin embargo.

Siempre llegaban reos al lugar, las personas simplemente no dejaban de delinquir. Muchos pasaban desapercibidos, pero había veces en que algunos de los nuevos simplemente no podían pasar inadvertidos mientras desfilaban por en medio de las celdas. Todos, tanto presos como guardias, olían la “carne fresca” y ese rubio fue uno de esos que no podías evitar mirar, y vaya que su moreno amigo lo miró y sin darle oportunidad alguna a cualquier otro imbécil, lo nombró “suyo”, su nuevo juguete.

Y no es como si Murasakibara no reconociera la buena apariencia del modelo rubio, pero no se había vuelto loco por este, muy ruidoso para su gusto, muy rubio, muy alto… no, a él le gustaban otra clase de hombres. Y a pesar de que muchos pueden ver el comportamiento de Aomine como algo despreciable, estaban en una cárcel, donde la ética y pendejadas como esas no se aplicaban, estar entre tanta maldad podía volver insensible a cualquiera. Así que Murasakibara entendía a su amigo ya que aquel llevaba más tiempo en el trabajo, pero sobre todo lo entendía y aprobaba su conducta con el reo rubio porque tal como aquel, él mismo tenía a ese preso que le hacía perder la cabeza.

Murasakibara también tenía a ese preso que nombró “suyo”.

Nunca le había interesado alguien lo suficiente como para estar en una relación, nunca necesitó a nadie a su lado permanentemente y estaba bien de esa manera, sin embargo, eso fue algo que cambió en el momento en que vio a ese pequeño pelirrojo “desfilar” por el pasillo hacia la celda que sería su hogar por los siguientes 25 años.

Akashi Seijurou era el nombre de su chico, Akashi Seijurou era el nombre de quien lo volvía loco de deseo y desde la primera vez en que lo vio, supo que sencillamente no podía no tenerlo con las piernas alrededor de su cintura mientras lo hacía suyo.

—Por cierto, Akashi hoy está en detención, se metió en problemas de nuevo con Nash. —Aomine informó a Murasakibara, otorgándole una mirada de complicidad antes de salir directo a la celda de Kise Ryouta, otra vez.

El pelimorado ante las palabras no pudo más que sonreír, algo que no era muy usual en él, y sin duda, una expresión que cambiaba su rictus despreocupado, por uno que llegaba a ser hasta perturbador.

Que Akashi estuviera en la celda de detención les daba intimidad, algo que en la celda usual del pelirrojo no tenían, y no es como si le gustara demasiado que los demás reos se pajearan mientras él hacía lo suyo con el más bajo.

Después de estar vestido con el uniforme y con su macana y pistola de electroshock, se apresuró a dar la ronda por las celdas, esperando que ningún desgraciado de esos se le ocurriera hacer alboroto esa noche, pues ésta estaba destinada a una única persona en una única y muy placentera actividad. El sólo pensarlo hacía sus manos abrirse y cerrarse en anticipación, pensando en la suave textura de la piel blanca que ya no pertenecía a su portador, sino a él.

Nada de Akashi Seijuro era de éste, todo aquel delicioso hombre era suyo, eso era un hecho.

Atsushi terminó el recorrido en poco tiempo, y no es como si hubiera estado casi corriendo para terminarlo, no, por supuesto que no.

Todo, gracias a los dioses, estaba en orden y más les valía que siguiera de esa manera, porque ahora mismo, se dirigía a la celda de detención, donde podría sin ninguna interrupción, disfrutar de su chico.

—Akachin~ me dijeron que has sido un chico malo hoy~ —canturreó el alto, entrando a la celda y cerrándola tras de sí con seguro.

Los ojos violetas de Murasakibara se abrieron dejando atrás su usual desinterés y la lengua recorrió su labio superior ante el chico pelirrojo hecho un ovillo a la orilla de la celda, sin nada más a su alrededor que cuatro paredes de sólido concreto, al igual que el duro suelo. Era una celda de castigo, después de todo y no iban a premiar a los desobedientes con una cama o un retrete ¿no?

—¿Qué haces tú aquí, estúpido gigante? —Akashi preguntó poniéndose de pie rápidamente, a la defensiva, con el ceño fruncido ante la vista del invasor y buscando que al otro no le quedara la menor duda de que no era bienvenido allí.

—Oh, no, no, no, Akachin. No debes ser grosero cuando alguien amablemente viene a visitarte. —Murasakibara le llamó la atención al más bajo, estando en un par de pasos frente a aquel y aprovechando el momento para acariciar la pálida mejilla, logrando disfrutar de su suavidad por un par de segundos, los mismos que se demoró Akashi en levantar la mano y de un brusco aspaviento, apartarla.

—Lárgate, imbécil o… gritaré. —Akashi amenazó, maldiciéndose por el leve titubeo en su voz y por la muy estúpida amenaza que su boca soltó.

—No, no, no, Akachin. No puedes gritar todavía, eso viene después, cuando te esté jodiendo, —le recordó Murasakibara—, aunque si quieres gritar, puedes hacerlo desde ya. —permitió Murasakibara despreocupadamente, tomando con un fuerte agarre la barbilla del más pequeño entre su mano derecha—. Ahora, ¿te desvistes o lo hago yo?

—No me desvestiré, aléjate. —espetó Akashi, mirando fijamente aquellos ojos violetas que mostraban una inocencia que estaba muy lejos de ser cierta; tratando de no demostrar dolor ante el agarre de su mandíbula. Sabía que resistirse no le iba a servir de mucho, pues como todas las veces anteriores, eso no le iba a servir de nada, pero… se valía soñar.

Se valía pensar que Murasakibara lo dejaría en paz, por esta vez.

—Oh, bueno, entonces yo lo hago por ti.

Akashi no podía creer como el más alto hablaba como si todo eso se tratara de un simple juego. Se resistió con fuerza, pero su fuerza no era rival contra la de aquel gigante y cuando se dio cuenta, se encontraba únicamente en su ropa interior, malditos fueran los uniformes penitenciarios de una pieza.

—Eres tan hermoso… —Murasakibara alabó mientras veía embelesado la delgada figura frente a él, absorbiendo su blancura y sonriendo al verla decorada con unos cuantos hematomas, producto de su pasado encuentro. Le gustaba mucho que la piel de su Akachin fuera tan blanca, porque cualquier toque suyo, le dejaba una marca.

—Tú… estás loco… —susurró el pelirrojo, apretando sus manos a los costados y sintiendo que sus ojos se aguaban. Necesitaba salir de esa prisión lo más pronto posible, necesitaba alejarse de aquel gigante y su obsesión por él.

—Tienes razón, Akachin. Estoy loco, tú me vuelves loco. —Atsushi se acercó y deslizó la mano sobre el pecho ajeno, casi jadeando por la tersura de la piel, deteniendo sus dedos en el disco café en su camino.

Apretó aquel botón antes de agacharse y tomarlo en su boca, besándolo, chupándolo y mordiéndolo cuando se alejaba, antes de dedicarle la misma atención al otro. No entendía porque su pelirrojo siempre se mostraba reacio a sus encuentros, cuando en el momento en que empezaba a adorarlo, se derretía y temblaba por su toque. Murasakibara ha estado pensando en eso y piensa que seguramente su Akachin está jugando y eso le gusta, porque él también juega con el más pequeño.

—Deja eso y sólo… sólo apresúrate. —Atsushi rió porque al parecer su Akachin estaba ansioso el día de hoy, y bueno, él también lo estaba. No todos los días podía entretenerse jugando largamente, si el más bajo lo quería rápido hoy, pues lo complacería. No obstante, lo que el alto ignoraba es que en la cabeza de Akashi, estaba el pensamiento de que si no mostraba la resistencia usual, todo terminaría mucho más rápido… esperaba.

De un veloz movimiento Murasakibara le dio la vuelta a Akashi, dejándolo con la cara hacia la pared, mientras se arrodillaba tras este y sin ceremonia alguna, bajaba la ropa interior, dejándola en los tobillos, haciéndole compañía al uniforme de reo que previamente había retirado. Tomó cada glorioso montículo con cada mano y abusó de estas apretándolas y manoseándolas a su antojo, sintiendo como Akashi se estremecía bajo su toque.

—Gigante… —Akashi siseó, odiando a su cuerpo por reaccionar afirmativamente a unas caricias que no le gustaban, a aquellas caricias que no quería. Odió a sus piernas por abrirse hasta que la ropa en los tobillos no se lo permitió más y odió todavía más a su boca por gemir cuando sus nalgas fueron separadas y su agujero fue humedecido por la lengua ajena.

Murasakibara bañó con su lengua la entrada que pronto lo recibiría. La mimó y jodió con la lengua, abandonando una de las firmes nalgas para llevar la mano al pene que como mástil, erguido se levantaba. Masturbó a Akashi por delante con su mano y por detrás con su lengua hasta que pensó que era suficiente. Su propio pene pulsaba dentro de sus pantalones y no quería ni podía aguantar más. Hoy no estaba dispuesto al juego previo.

Aún de rodillas, tomó de las caderas a Akashi y lo jaló hacia atrás haciendo que sacara más el trasero, abriéndolo más para a continuación, introducir ambos pulgares en la vaina que pronto lo acogería. Los hundió en el cálido lugar, jalándolos cada uno a un lado, maravillándose ante la pulsación de aquella entrada y por la leve irritación que ya mostraba el aro de músculos ante las atenciones dadas con su boca.

—Es hora, ya no aguanto más Akachin… —Murasakibara se irguió en todos sus gloriosos dos metros con ocho y sacó su pene de los pantalones, dejando estos a mitad de su culo.

Escupió su mano y con esa saliva se masturbó humedeciendo lo más posible su eje, siseando por el dolor del toque, estaba demasiado duro. Dobló sus rodillas agachándose lo suficiente para que su pene pudiera pasearse por la grieta entre las nalgas de Akashi, logrando que éste gimiera en amonestación por pasar de largo su entrada cada vez que el glande de Atsushi lo pasaba por alto.

—Hazlo ya, mierda… ya… —exigió el pequeño, mirando al alto por encima del hombro con una mezcla de irritación y anhelo.

Y ahí estaba, Akashi ya empezaba a rogar.

—Deja de estar jugando y empieza de una mald… ¡oh, joder, mierda, joder! —Akashi gritó sin poderlo evitar porque el imbécil detrás suyo lo empaló de una sola embestida, poniéndolo en la punta de sus pies.

Akashi sintió que si aquel guardia no lo tuviera agarrado de las caderas, seguramente se hubiera desplomado por lo bestia que fue éste al entrar en su cuerpo. Pero como era ya usual, no le tomó mucho tiempo acostumbrarse y sentir aquel miembro moverse fuera y dentro de su canal, obligándolo a sostenerse como pudiera de la fría pared enfrente, para no golpearse ante la fuerza de las arremetidas con las que el alto lo asaltaba.

El muy bastardo ni siquiera esperó a que se acostumbrara a su gran tamaño.

El cuerpo de Akashi se sentía en llamas, sudaba y su respiración era un total caos. Jadeaba sin ningún pudor ya que nadie lo podría escuchar y se abandonó a lo que el guardia quisiera hacer con él. <<No muestres resistencia y todo pronto acabará>> se decía, aunque sinceramente, no sabía a quién quería engañar con eso. En el fondo disfrutaba de aquellos encuentros, aunque esa era una verdad que nunca saldría de su boca.

—De frente… —murmuró a media voz Murasakibara, después de unos minutos de estar en esa posición; abandonando el cálido lugar que lo acogía, para dar la vuelta a Akashi, dejando libre una de prendas una de sus piernas, quedando la ropa interior y el overol, colgando de la otra. Lo levantó y apoyó contra la fría pared, sonriendo cuando éste inmediatamente envolvió los brazos a su cuello y aquellas perfectas piernas alrededor de su cintura—. Te amo, Akachin… te amo… —le confesó al más pequeño en el momento que con sus manos le abría las nalgas y lo penetraba nuevamente, empezando un ritmo rápido y sin descanso que pronto lo llevaría a su fin.

—Yo, Atsushi… yo, rayos… —Akashi no podía hilar una frase completa porque el movimiento era frenético y con su miembro masturbándose en medio de ambos torsos, no le quedaba mucho para venirse.

Decidió entonces que lo mejor era no hablar, tomó el largo cabello del alto y lo jaló hacia atrás, estampándole un hambriento beso que se tragó al poco tiempo, el grito que anunciaba la corrida más fuerte que había tenido en algún tiempo.

Murasakibara no demoró mucho en seguirlo con la llegada de su propio orgasmo, llenando con su semen el canal que con fuerza lo apretaba, no dejándolo ir.

El cuerpo de ambos se estremeció con oleadas de placer durante unos minutos, impidiéndoles hacer cualquier otro movimiento que no fuera el tratar de regular sus respiraciones, el tratar de regular el latido desenfrenado de sus corazones.

Al cabo de algunos minutos, Akashi que tenía la frente apoyada en el hombro de Murasakibara, levantó la cabeza y besó con suavidad e infinito amor a su gigante, apretando al hombre un poco más contra si con brazos y piernas.

—También te amo, guardia. —declaró en broma, dándole otro pequeño beso y moviéndose para que el alto saliera de él y lo pusiera en el suelo para poder vestirse.

—¿Estás bien, Akachin? —preguntó preocupado el alto, pensando que el temblor de las piernas de su pareja se debía a que quizá fue demasiado duro.

—Sí, lo estoy, no te preocupes, Atsushi. —lo tranquilizó—. Y definitivamente tenemos que hacer esto otra vez.

—Pues no sé si Minechin va a estar de acuer…

—¡Jodida mierda! ¡¿Ustedes par de pervertidos no han terminado?! —Murasakibara no pudo terminar de hablar porque un muy enojado Aomine lo interrumpió en el momento que guardaba su flácido pene entre sus pantalones. Akashi por otro lado ya se había cubierto y estaba subiéndose la cremallera del overol para tapar su torso.

—No grites tanto, Daiki. No queremos que toda la estación de policía baje a ver porque estás gritando como desquiciado. —Akashi reprendió, mientras salía como si nada de la celda de la estación de policía donde Aomine trabajaba.

—Con esto ya no te debo ni una maldita cosa, Akashi. Ustedes están locos —Aomine se revolvía el cabello y fruncía su nariz en clara molestia por el olor, apestaba a semen y eso era un problema porque la maldita celda no tenía ni pizca de ventilación—. ¿Y tú por qué rayos te estás riendo, Kise?

—Lo siento, Aominecchi, pero… —el rubio modelo no podía hablar claro debido al ataque de risa que tenía ante toda la situación y por las palabras de su pareja a sus dos amigos de la infancia—, pero nosotros también hemos jugado al policía y el delincuente, así que no entiendo cuál es el problema… —dijo el rubio, envolviendo los brazos en los hombros de Aomine y robándole un beso largo.

—Iugh~ delante de nosotros no, por favor. —se quejó Murasakibara, tomando de la mano a su pelirroja pareja para salir de la estación de policía. Presenciar como Aomine y Kise se ponían cariñosos no era algo que quisiera ver, no gracias.

—Hablas demasiado, rubio. Eso es entre tú y yo. —sentenció en voz baja el moreno al término del beso, evitando gritar al pelimorado que un beso no era nada comparado con lo que acababa de ver él. Definitivamente ver la polla flácida de Murasakibara no fue algo agradable, debió llegar un par de minutos después—. Como sea, estamos ya a pases, Akashi y no quiero volver a verlos por aquí si no es porque de verdad están arrestados, y muy seguramente sería porque los atraparon teniendo sexo en la vía pública. —murmuró eso último.

—Creo que no te escucharon, Aominecchi, ya se fueron. —susurró el rubio en los labios de su moreno, antes de reclamar otro beso, sintiendo como las manos de su policía lo estrechaban por la cintura y lo acercaban todavía más.

Saliendo de la estación y dejando a aquellos dos dentro, Murasakibara y Akashi entraron al BMW del más bajo para ir rumbo a su hogar. La experiencia fue bastante excitante, pero estaban cansados y después de una ducha y quizá otra ronda en la misma, una siesta no sentaría mal.

—Shintarou me debe también un favor, así que la próxima vamos a su hospital para cobrarlo. —comentó Akashi deteniéndose en un semáforo en rojo—. Ve pensando que papel quieres, Atsushi.

—… Quiero ser el paciente, así tú serás mi doctor y me atenderás, Akachin. —respondió Murasakibara después de pensarlo un poco, recibiendo una sonrisa y un asentimiento en acuerdo por parte de su pareja desde hace diez años.

Los juegos de rol eran bastante divertidos y Akashi no sabe cómo es que no se le ocurrió antes el sacarlos de las cuatro paredes de su recámara para llevarlos a un ambiente mucho más real. Definitivamente era hora de cobrar muchos favores. 

 

Notas finales:

No sé qué acabo de escribir, pero si llegaron hasta aquí, gracias por leer Y <3


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