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The Moon's Child. por Atomic Flea

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Notas del fanfic:

Histórico y Fantasía. No prometo que esto vaya a salir bien. Algunos datos están basados en hechos reales pero no sigo completamente la línea real de la historia, es decir, en algún punto va a ser completamente ficción.

Tuve esta loca idea en una clase de Escrituras de Asia Oriental, espero que tanto escuchar sobre China sirva de algo y esta historia acabe gustando.

La noche era oscura y fría, únicamente pequeñas luces provenientes de casas iluminaban la calle desierta mientras una chica caminaba silenciosamente, ropas blancas ondeando con la brisa nocturna.

Era el año 262 dC, la gran guerra entre los distintos reinos existentes en China había terminado años atrás. Tres reinos se habían hecho con el control de todo el territorio después de una guerra sangrienta en la que muchos hombres habían perecido. El reino de Wu era uno de los más pacíficos, aunque a pesar de haber pasado ya por el reinado de dos emperadores y yendo ya por el tercero aún existían combates en los bordes del territorio, los reinos de Wei y Shu intentando conseguir todo lo que pudieran para fortalecer sus propios reinos.

Pactos habían sido creados y rotos en poco tiempo, traiciones que habían acabado en más derramamientos de sangre hasta que Wu Liang, el segundo emperador, había decidido declarar un estado de guerra que duraba hasta ese momento. Liang había intentado buscar la paz por todos los medios pero al final tuvo que tomar esa medida para asegurar el futuro de su linaje y la integridad del reino que su padre y tíos habían luchado tanto por fundar.

A pesar de eso en la capital, Jianye, se había instaurado una especie de paz. La gente vivía tranquila, sin preocupaciones, pero la amenaza de algún ataque repentino que pudiera poner sus vidas en peligro se balanceaba sobre sus cabezas esperando a hacerse realidad. Muchas familias habían perdido a familiares en la guerra, padres de familia que habían ido a luchar en nombre de su imperio y no habían regresado jamás.

Desde que Wu Yifan había empezado a gobernar no había vuelto a haber ningún ataque en las ciudades importantes, el ejército había sido capaz de contener a los soldados enemigos en las fronteras y bloquearlos por completo. Pero la población seguía siendo temerosa, entrando en sus casas en cuanto el sol se ponía y cerrando todas las puertas y ventanas para evitar cualquier posible peligro, confiando su seguridad en los soldados que hacían rondas nocturnas por las calles de la capital.

Por eso Jiangli encontró sospechoso ver a un grupo de personas saliendo de un callejón un par de calles más abajo de la calle principal por la que iba caminando, camino al templo donde vivía.

Jiangli había nacido en el seno de una buena familia, en una ciudad cercana a la capital. Su desgracia llegó con la muerte de su madre y el segundo matrimonio de su padre, quien no dudó en echarla de su hogar siendo convencido por las venenosas palabras susurradas a su oído por la nueva esposa. Siendo joven, apenas cumplidos los diecinueve años, permanecer en las calles era como querer invocar a la muerte para que le llevara de ese mundo, por lo que cogió la primera oportunidad que tuvo de trasladarse a la capital donde buscó cobijo en distintos sitios hasta que la suerte se puso de su parte y una persona perteneciente a dicho templo la encontró. Tres años después, las personas del templo se habían convertido en su familia; le habían proporcionado una educación, comida y un techo bajo el que resguardarse únicamente a cambio de lealtad, la cual Jiangli estaba más que dispuesta a dar.

Siguió su camino, girando en una esquina rápidamente para saber si le estaban siguiendo, su mano buscando la empuñadura de la espada corta escondida bajo su túnica.

Pero el grupo de hombres volvió a aparecer tras la misma esquina que ella había girado previamente, algunos más apareciendo al final de la calle. Jiangli se paró en seco, frente a un callejón en mitad de la calle, los hombres comenzando a acorralarla por todos lados. La luz de la luna y el movimiento de las llamas de unos farolillos de la calle alumbraron momentáneamente la boca del callejón por el cual Jiangli había estado pensando en escapar, dejándole ver varios cuerpos sin vida tirados en el suelo - sus ropas rojas y doradas pertenecientes a la guardia real manchadas de tierra y sangre.

Inicialmente había pensado que se trataba de un simple ataque a una mujer que, afortunadamente para los bandidos, se encontraba sola caminando por la calle a tan alta hora de la noche, pero la pequeña duda de que realmente los hombres sabían a quién estaban atacando quedó disipada cuando uno de ellos se dirigió a ella como "la chica del templo".

Había muchos rumores corriendo de boca en boca sobre ellos, la gente que vivía en el templo y el que los dirigía a todos. Todos los habitantes de la capital sabían que existía una conexión entre la cabeza del templo y el emperador, pero información importante como el por qué se había perdido entre habladurías y debido al paso del tiempo. Antiguamente eran conocidos, pero la gente de la ciudad ya no podía reconocer a nadie del templo a no ser que les vieran salir de él, por lo que se encargaban de no ser vistos. Casi se habían convertido en una leyenda, sombras que estaban presente todos los días en la vida de la ciudad pero que nunca eran vistas ni oídas.

Si aquellos hombres le habían reconocido, era porque iban a por ella.

Jiangli desenvainó su espada, mirando una última vez a la luna resplandeciente sobre su cabeza. Las probabilidades de salir viva de allí eran nulas, pero no estaba dispuesta a irse sin luchar.

Dos de los hombres fueron a por ella al mismo tiempo, espadas chocando, brillando como si estuvieran hechas de fina plata. Sabía que estaban jugando con ella – las pequeñas risas de los otros tres hombres esperando resonando por encima del ruido de la pequeña batalla. Eso le dio más fuerzas para luchar, cortando el pecho de uno de los hombres mientras estaba distraído. Sangre tintaba su espada, pero siguió peleando incluso cuando el hombre maldijo por lo bajo y el resto reaccionaron, preparando sus propias armas. Un golpe fue lanzado por detrás, pero ella fue rápida para esquivarlo – desafortunadamente no fue tan rápida para evitar la espada yendo en su camino y clavándose en su estómago. El dolor era inmenso, un quejido escapando sus labios mientras la hoja era girada para asegurarse de que hacía tanto daño como fuera posible, pero Jiangli se mantuvo estoica mientras sus ropas se teñían de rojo.

Su último pensamiento, después de haber sido derrotada y dejada para morir en el suelo de aquel callejón junto a los cadáveres de los guardias reales, fue dirigido a su familia del templo. Con las últimas fuerzas que pudo conjurar levantó una vez más la espada, la trenza en la que había tenido recogido el pelo sujeta en su otra mano, moviendo la hoja en un movimiento fluido que acabó con el arma chocando contra el suelo. Trenza en una mano y espada en otra, cerró los ojos y notó los últimos resquicios de su alma abandonando su cuerpo.

 


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