Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

W E A K N E S S por Midxrima

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

¡Hola! <3333.

Pueden encontrar esta historia en wattpad, con más colores, portada, gifs y mucho amor<3. 

Here ; https://www.wattpad.com/story/111810107-w-e-a-k-n-e-s-s-%C9%9E-%E2%8C%A0midotaka-knb%E2%8C%A1%EF%BD%A1

 

PD: Es muy probable que gracias a la configuración de escritura de Amor-Yaoi, tenga que modificar la historia en relación a emojis o símbolos que sí puedo usar en Wattpad (donde originalmente publico esta historia)

Van a ser cambios muy chiquitos, pero si notan algo (símbolo o palabra) raro o que no encaja, probablemente sea por eso.

 

 

Notas del capitulo:

¡Holaaaaaaaaa!
Quería aclarar un par de cositasss; 

ㅤ; La historia va a ir a su propio ritmo, no es lo mío andar a las apuradas. Así que si sos una persona impaciente, estás advertido<3333.
ㅤ; Este es un fanfic sobre Midorima. Es decir, que la mayor parte de la historia va a estar dentro de la narración de Takao, quien conoce a Shintaro e intenta adaptarse a su personalidad.
ㅤ ; Las veces en las que sea Mido el que narre, quizás noten que el vocabulario que uso es muy agobiante o, hasta cierto punto, tan elegante que parece tonto. Pero es a propósito, porque (al menos en mi mente lol) Shintaro es así de estirado.

Dicho esto, espero que mi intento de midotaka no resulte tan terrible. Se agradecen comentarios, de cualquier tipo (siempre dentro del respeto)Muchas gracias, loviu 💕💕💕💕.

Shintarō

 

Con la mochila colgando de su hombro derecho, Midorima observaba a la persona que yacía sentada a pocos metros de distancia con expresión estupefacta. Una de las cejas le temblaba y era incapaz de mantener su acostumbrado semblante de hielo. Quería soltar un bufido tan profundo, hasta quedarse sin aire en sus pulmones. Más sin embargo, en lugar de eso, prefirió mostrarse lo más flemático posible.

Cerró los párpados y, mostrando una pizca de su impaciencia, se acercó hasta ser capaz de tomar asiento frente a aquél individuo. Carraspeó la garganta y alzó la vista al escuchar su voz. Le vibraron los tímpanos. Tan sólo con oírlo, con ver sus labios modulando oraciones, sentía que no sería capaz de soportar estar demasiado tiempo junto a él. Pero sus calificaciones e historial académico lo valían. 

Debía sacrificarse.

—¡¡Oh!! —Exclamó este, exagerando el volumen de su voz. Señalaba al recién llegado con facciones que, a su parecer, indicaban que le agradaba enterarse de su presencia.

Shintarō lo ignoró y agachó apenas la cabeza para saludar a sus superiores, mientras dejaba su pesada mochila en el suelo. Una de las pocas caras ya conocida insistía en sus intentos de que su mirada se cruzara con la suya, a pesar de su esfuerzo por hacer caso omiso de su existencia.

 

—¡Tú! —Volvió a gritar, haciendo escándalo. Midorima se atrevió a mirarlo con el único propósito de dedicarle una expresión de desprecio—. ¿No me recuerdas?

Algunos, entre las demás personas presentes, observaban al par con curiosidad y otros se limitaban a charlar con ánimo entre ellos. Sintió que, en cualquier instante, su escasa paciencia se acabaría y terminaría por gritarle, también. Pero, claro estaba, sin buenas intenciones detrás.

—Por supuesto que no. —Mintió, con descaro, apartando la vista de inmediato, cuya acción sólo generó que su falacia perdiera credibilidad.

Al notar que el otro tenía intenciones de no desistir en su charla, sintió que la vena furiosa nacería en cualquier instante.

—Tu actitud deja en claro que estás mintiendo. —Soltó, irritado, seguido de un suspiro—. Qué cruel~. Y yo que me alegraba de encontrar una cara conocida entre tanto desconocido.

Alzó las manos a mitad de la oración, sonriendo con párpados cerrados y dando una sensación de querer transmitir un qué se le va a hacer. Shintarō aguantó las ganas de soltar una carcajada sarcástica, ya que el único sentimiento que su cerebro transmitía al saber que frente a él se encontraba aquél muchacho, era rechazo.

 

Ni siquiera quería recordarlo, porque apenas y se habían dirigido la palabra. Un horrendo y repugnante accidente que jamás tendría que haber ocurrido, después de tantas desgracias que éste le causó.

Y todo por su incompetencia. ¿Cómo es que podría considerar su encuentro como algo agradable?

  ㅤ  

  ㅤ  

; Tres años antes ;

La nieve que caía desde la manta obscura de la noche le entumecía los dedos. Un rojo, que poco a poco se volvía en carmesí, destacaba desde la punta de su nariz, sobresaliendo de la tela pomposa que le cubría la barbilla y cuello del frío que no se apiadaba de ningún alma. Una brisa helada empañó el cristal de sus lentes, convirtiendo su campo visual en dos rectángulos de hielo. Frunció el entrecejo y, enseñando un mal humor digno de niño pequeño, utilizó las mangas de su abrigo para conseguir claridad. Ahora veía bien, pero con suciedad. Le hacía falta su pañuelo especial y no lo llevaba consigo.

Un océano blanquecino se expandía a sus pies, adueñándose de cada rincón como si fuese propio. Sus zapatillas, antes de un color azul eléctrico, ahora mostraban restos de hielo y una tonalidad húmeda gracias a los copos de nieve que habían decidido hacer aparición a mitad de sus planes de la tarde. Una cortina de puntillos blancos, similares a las estrellas, caían con lentitud desde el cielo nublado. La gente a su alrededor se detenía, dándole un alto a sus responsabilidades del día a día, para dedicarle un minuto de admiración a aquél fenómeno natural.

Midorima era testigo de la primera nevada del año, y se encontraba completamente solo.

Una nube de vahó se le escapó de los labios al momento de ajustar la bufanda para que su nariz también disfrutara de la protección cálida que ésta brindaba. Sintió una súbita ola de calor al momento de cubrirla, así también como una ligera corazonada que le advertía sobre un posible resfriado.

Las luces de los carros iban y venían, abriéndose paso entre la nevada que había decidido atacarlos por sorpresa, así como cada año. El muchacho yacía protegiéndose debajo de una cubierta corrediza de una tienda a la que jamás había entrado. La nieve se amontonaba a su alrededor, creando un pequeño hueco debajo de aquél refugio donde los copos de nieve no eran capaces de tocar el suelo.

Un redondo Midorima estudiaba el entorno con semblante inexpresivo. Gracias a todas las capas de ropa que traía encima, parecía mucho más grande de lo que era. Mantenía una mano escondida dentro del bolsillo del abrigo y la otra, congelándose cual cubo de hielo, se tomaba el atrevimiento de alzarse y recibir los copos de nieve sobre la palma. Con el brazo estirado, una de sus mangas se humedecía poco a poco mientras la cortina le alcanzaba.

El sonido de un tintineo llamó su atención y, con mucha dificultad, dio media vuelta y observó las luces cálidas que provenían desde el interior del local. Al abrirse la puerta, el murmullo del interior se escapó hacia el exterior y un joven con delantal negro salió de ésta. Una brisa le lanzó una onda de calor y eso le hizo entender que allí dentro debía ser tan acogedor como estar junto a una chimenea.

El desconocido gritaba para sus espaldas y, entre sus manos, aferraba un balde lleno de, lo que parecía ser, agua sucia, ya que el color del líquido era opaco. Éste exclamó algo similar a «¡en el segundo!, ¡en el segundo cajón!», sin prestarle atención a la persona que tenía en frente.

Los párpados se le separaron a tal punto que sus orbes esmeraldas podían verse claramente a pesar de escabullirse detrás del cristal. El empleado alzó el balde y dejó caer el agua en un movimiento en vaivén.

Y toda el agua, sucia, roñosa, oscura, con olor a baño tapado, se estampó contra la figura de Shintarō. La brisa helada no tardó en hacer su trabajo y sintió que la piel se le endurecería hasta convertirlo en hielo. Una peste lo rodeó y fue hasta capaz de sentir el sabor en su lengua.

Quería vomitar. De frío, de asco, de las ganas de gritar.

  ㅤ 

ㅤ 

Takao

Tenía que pasarle.

A ÉL.

Las gotas del balde seguían cayendo, una en una, mientras el azabache intentaba procesar la estupidez que había hecho. El agua había oscurecido el suelo y derretido cierta parte de la nieve que se acumulaba alrededor de la zona protegida por la cubierta de tela del café. Y allí, frente a él, yacía un desconocido con pintas similares a alguien a punto de sufrir un paro cardíaco. Lo veía, veía sus esfuerzos inhumanos por mantener el semblante imperturbable y su aspecto de falso empresario. Lo primero que notó fue, además del repugnante hedor que ahora desprendía del cuerpo de éste, que la nariz del mismo pasaba de una simple mancha a un rojo vivo en cuestión de segundos.

El muchacho le miró a los ojos. Unos orbes verdes que no comunicaban más que desprecio, irritación y unas, supuso, incontrolables ganas de acercársele y darle un buen puñetazo en la cara. Allí afuera hacían unos. . .¿no lo sabía? Pero helaba como los mil demonios y los vellos de su cuerpo le comunicaban la desesperación interna por volver al interior de la tienda y disfrutar del calefactor que su jefe pagaba.

Takao le devolvió la mirada, adornándola con la mejor sonrisa incómoda que esbozó en toda su vida. Soltó un simple «hah», en un pobre intento de transformar aquella escena espantosa en una película de comedia. Pero el otro no hizo más que sorber por la nariz y verse como un niño berrinchudo de cinco años, a pesar de su inmensa y exagerada estatura.

Los cristales le observaban mientras las gotas seguían cayendo por su rostro, ahora mucho más pálido que antes. Le dolía verlo, porque hasta podía imaginar la quemazón y la sensación de que su cuerpo estaba a punto de resquebrajarse por la helada que lo envolvía.

Oye-. . . Moduló, casi enmudecido. No fue capaz de pronunciar la palabra con un buen volumen, ya que la situación hablaba por sí misma.

En el mejor de los casos, me golpeará y llegaré a casa con un hermoso moretón en la cara. Y eso será todo.

Intentó aferrar los hombros de éste para confirmar que su estado no era alarmante, pero se lo impidió a través de un manotazo orgulloso. Takao retrocedió un par de pasos y lo admiró como si estuviese frente a un completo imbécil.

Estoy bien, apártate. Le dijo éste, cual rey frente a campesino. El azabache enarcó una ceja y colocó los brazos en jarra.

Dio media vuelta y comenzó a caminar hasta exponerse a la nevada. Sus pasos se asemejaban, cada vez más, a los que daba un pingüino sobre la nieve. Podía hasta casi sentir sus intentos por mantener aquella imagen perfecta y haciendo caso omiso a los temblores de su cuerpo. Pero, en realidad, no hacía más que verse como un idiota.

¡¿Hacia dónde vas?! Exclamó, acercándose un poco. ¡Entra, te calentarás!

Básicamente, no quiero que te mueras en plena calle y la culpa sea mía.

¡Estoy bien! Repitió, aparentemente irritado.

Fue entonces cuando decidió dejarlo estar y que, si la vida así lo quería, que un automóvil lo atropellara, o algo por el estilo. Sin embargo, cuando estaba a punto de dar media vuelta y volver al ambiente cálido y acogedor, escuchó un sonido tosco y descubrió que la figura del extraño ya no estaba dentro de su campo visual.

Sino que, una vez clavó los orbes en el suelo, se encontró con que su cuerpo yacía hundido en la nieve. Se había caído, o desmayado. O ambas cosas, no lo sabía. Pero lo que sí sabía era que si aquél muchacho abría la boca y mencionaba su local, Takao le diría adiós a su trabajo tan bien pagado.

Si cuidaba de él, la culpa se escurriría cual aceite y todos salían ganando. O él, al menos. Y eso era lo que, en realidad, le importaba.

Lo arrastró hasta el interior de la tienda y la mejillas del otro pasaron de un color pálido a un rosa melocotón. Los clientes fueron testigo del incidente con expresiones atónitas. Algunas jóvenes tenían pintas de tener deseos de acercarse a preguntar pero, de todas formas, ninguna lo hizo y eso le alegró. El cuatro ojos no tenía aspecto de disfrutar del acoso femenino.

Lo sentó detrás del mostrador donde atendían y se inclinó hacia él mientras le gritaba a sus compañeros que le dieran algo para secarlo. Éste intentó ponerse de pie y Takao empujó los hombros del mismo hacia abajo para dejar su trasero pegado en la silla.

Esto es más que desagradable, me voy. Anunció, inexpresivo.

Logró pararse y el azabache perdió la paciencia. Así que optó por aferrar la capucha del susodicho y tirar de ésta hacia él, ahorcándolo ligeramente. La víctima soltó un sonido similar  a «ekk» y se giró con expresión de querer matar a alguien. El agua seguía escurriéndose sobre el suelo y Takao se preguntaba por qué rayos tenía que cruzarse con semejante bicho raro ese día.

¡¿Qué se supone que estás haciendo?! Le gritó, mientras aferraba su propio cuello con sus manos, como si acabara de experimentar un serio acercamiento a la muerte.

Su tono de voz se perdió gracias a la música cursi que sonaba de fondo. Algunas de las muchachas que los observaban dieron sobresaltos, sorprendidas por el repentino aumento de volumen.

¡¿Quieres morir ahí fuera?! Señaló la puerta y éste siguió la dirección con la mirada.

Desde donde estaban, el ventanal mostraba la cantidad de nieve y el viento que lo esperaban en el exterior. Tragó saliva pero no le dio la razón. No, por supuesto que no. Se veía como alguien que jamás aceptaba que se equivocaba.

Justo la clase de gente que Takao detestaba.

La situación se tensó y ambos guardaron silencio, perdiéndose entre el murmullo animado del local. Sus compañeros gritándose cosas desde la cocina, el sonido de la caja abriéndose y cerrándose, los clientes riendo en voz alta y la música apaciguando el ambiente. Y ellos allí, mirándose con expresiones completamente incómodas. El otro quería irse, pero sabía que no se atrevía. Estaba hecho un desastre y su cara ahora, más que un tomate, era un maldito semáforo en rojo. Supuso que la súbita oleada de calor, después del chapuzón involuntario que le heló hasta el cabello, no le haría nada bien. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Dejarlo allí afuera y dejar que se muera para que la policía acabe culpándolo a él?

No, señor. Takao era muy joven para acabar tras las rejas.

Cuando la toalla llegó a él desde las manos de Mayusumi, se la extendió al gigante verde y se percató de que éste intentaba escaparse otra vez. Volvió a tirar de él y acabó empujándolo hacia la parte donde sólo el personal podía tener acceso para que dejara sus estúpidos intentos de suicidio.

¡Vamos! Le decía, con voz ronca mientras ejercía fuerza para hacerlo caminar por el pasillo. ¡Ve a secarte!

No necesito la ayuda de gente tan incompet-

¡¡Cállate y sécate!! Le gritó, harto, y eso pareció ser la receta mágica para callarlo.

Ahora lo observaba como si acabara de cometer el pecado más inmenso. Casi podía leerle la mente: «¿me ha gritado?, ¿a mí?» . Y una vez estuvieron dentro del vestidor, señaló el casillero más cercano.

Es el mío, ponte esa ropa. Luego me la regresarás. Le guiñó un ojo y desapareció por la puerta, cerrándosela en la cara.

Caminó hasta la cocina y un aroma dulce le abrazó los pulmones. Allí hacia mucho más calor que en el recibidor. Un par de ollas haciendo ruido, gaseosas abriéndose y numerosos empleados yendo de acá para allá. Takao soltó un suspiro de cansancio y se acercó al encargado.

¿Qué fue todo eso? Le interrogó Tsuchida, con tranquilidad, mientras buscaba un frasco de chispas de colores en los estantes inferiores.

Traía una especie de pañuelo en la cabeza y aguantó las ganas de soltar una carcajada atrevida.

No lo sé. Confesó, rascándose la nuca sin razón. Clavó la mirada sobre la puerta donde había dejado al desconocido y bufó. Alzó ambas manos, restándole importancia, y acabó sonriendo con cansancio. Simplemente, ¿un idiota que encontré al sacar la basura?

Se escuchó un «¡¡OYE!!» desde los vestidores. Takao se encogió de hombros cual niño que acababa de ser pillado por sus padres al hacer una maldad. Le había escuchado, pero, en realidad, no le importaba. De hecho, le causaba risa. Caminó hacia la puerta y canturreó un «lo siento, lo siento~» que el otro pareció ignorar.

  ㅤ  

  ㅤ  

Shintarō

En ese momento, Midorima se enfrentaba a innumerables disgustos. No tenía demasiadas opciones. No era capaz de deshacerse del hedor tan repulsivo y tampoco podía considerar la posibilidad de salir al exterior con todas sus prendas chorreando agua sucia.

El empleado le había ofrecido una salida bastante viable, más al abrir el casillero se encontró con un uniforme escolar que le iría demasiado pequeño de talla. Estudió la camisa y el pantalón gris, preguntándose por qué semejantes desgracias tenían que suceder en el primer día nevado del año. Aunque, era predecible. Había sido su culpa por exhibirse al frío en un día donde su horóscopo había enseñado malos augurios.

Arrugó las facciones en un intento de expresión agónica, a pesar de que, en realidad, no mostraba más que una ligera molestia en su semblante. La ropa estaba limpia y tibia gracias a la calefacción. Le echó un vistazo a la silla que sostenía sus prendas húmedas y volvió a bufar con ganas.

Dentro del baño, utilizó el jabón para alejar el olor de sus manos, cara y torso. Se sentía como un campesino, como alguien de índole precaria, pero lo que menos quería era despedir una fragancia tan repulsiva como aquella. Logró ponerse la ropa del empleado pero, al ver su reflejo, quiso esconderse debajo de un tapete. Parecía que los botones del pecho explotarían y las mangas ni siquiera llegaban a cubrirle las muñecas. Y los pantalones, asfixiándolo, quedaban tan cortos que lo hacía ver como un mentecato.

Escuchó la voz del muchacho detrás de la puerta. Shintarō seguía dentro del pequeño baño dentro del vestidor, completamente no-listo para enseñar su apariencia. Traía los calcetines casi secos, el uniforme de una preparatoria que no conocía y los lentes cada vez con más vapor. La calefacción era demasiado intensa allí dentro; no tenía calor, pero le incomodaba el estado de sus anteojos. Su cara era una mezcla entre rosa y blanco, le alarmó la idea de experimentar una gripe aquella noche.

Uhm, eh. . . Se escuchó fuera, luego de tres golpecitos en la madera de la puerta. Dime que no has muerto.

Por supuesto que no estoy muerto. Contestó, soberbio. ¿Qué es esta ropa?, ¿no tienes algo más decente?

¿Qué supones que te dé? Discutió fuera, con tono infantil. ¡Soy estudiante! ¡Es-tu-dian-te! Es lo que hay.

Pues, recapitulo el hecho de que esto fue a causa de tu estupidez.

Y hubo silencio, logró enmudecerlo a base de una acusación y eso era lo que Midorima más disfrutaba. Callar a los demás gracias a su rico dialecto.

¡Sólo sal de ahí!, ¿qué te lleva tanto tiempo? ¡Agradece que, al menos, tenía un cambio de ropa para darte!

Y, entonces, Shintaro cedió y salió. El joven yacía descansando un brazo en el marco de la puerta y, en cuanto tuvo al más alto frente a él, lo recorrió de pies a cabeza en completo silencio.

Y luego soltó la carcajada más insoportable que Shintarō había escuchado en toda su vida. Éste lo señalaba mientras se aferraba a la tela que cubría su propio estómago, burlándose con completa osadía. La víctima se limitó a fruncir el ceño y mostrar unas mejillas aún más coloradas, hirviendo de rabia. Quería cometer homicidio. Apretó los puños y acabó empujándolo a un lado, abriéndose paso.

¡Cállate! Le gritó, tomando su ropa húmeda para retirarse de una vez por todas. Moriría de frío sin abrigo, pero ya no le importaba. ¡Me debes mil dólares por arruinar toda la ropa!

Y se fue, dando un portazo a sus espaldas.

Escuchó un «¡¿EHHH?!» incrédulo, proveniente de la habitación que dejó segundos atrás, y abandonó el local sin apartar la mirada del suelo. Evitó cualquier contacto humano hasta llegar a la calle.

Y así fue cómo esa noche adquirió una de las peores gripes que experimentó en su corta vida. Nunca le devolvió las prendas, jamás obtuvo aquél dinero de compensación y no volvieron a verse las caras.

Hasta ahora.

  ㅤ  

  ㅤ  

—¡Bien! ¿Están todos? Bueno. . .—Rompió el silencio el responsable de aquella reunión. Su superior se puso de pie y, mientras ojeaba la hora en su reloj de muñeca, les sonrió a todos—. No es como si contáramos con tanto tiempo, de todas formas.

Todos guardaron silencio y se concentraron en el presidente que no dejaba de mover sus manos con nerviosismo. Shintarō tenía entendido que éste apenas había ascendido gracias al traslado del estudiante anterior que cargaba con aquél puesto.

—Los mandamos a llamar porque cada una de sus peticiones fue aceptada, necesitamos todo el apoyo que se pueda. —Explicó éste, apoyando las manos en la mesa y cargando el peso de su cuerpo en ella—. Siendo sincero, no esperábamos recibir tanta ayuda, así que son buenas noticias.

Una de las estudiantes que estaba a un costado de él, sonrió y asintió, como si supiese lo que el presidente estudiantil quería expresar con aquellas palabras. Midorima también lo entendía.

—Dividiremos diferentes actividades a los clubes que decidieron participar, así también como a los voluntarios interesados de forma individual. —Continuó Kiyoshi, dedicándole una expresión significativa a la tesorera, que yacía junto a su asiento, y ésta comenzó a repartir papeles con histerismo—. Ante cualquier duda, pueden acercarse a nuestro salón y recurrir a los muchachos del comité, a tesorería, al vicepresidente, o, si así lo prefieren, a mí.

En cuando mencionó el puesto que le seguía al suyo, señaló a Shintarō casi de forma inconsciente. Éste no dijo nada y se limitó a saludar a los espectadores con una reverencia cortés, ya que era la responsabilidad que había ganado con tanto esfuerzo y, para su deleite, apenas experimentaba el segundo año universitario. Le quedaban muchos por delante y, soñando alto, esperaba heredar el lugar que con el que su superior debía cargar hoy en día.

El azabache, cuyo nombre seguía ignorando y que tan poco le importaba, separó los párpados cual adefesio al procesar la información. ¿Tan engorroso era el imaginarlo como vicepresidente estudiantil? Según le repetían todos, su aspecto no decía más que responsabilidad, cordialidad, madurez e inteligencia. Él mismo concordaba con aquél pensamiento, ya que cumplía con todos los adjetivos anteriormente mencionados.

—Juntaremos fondos a partir de rifas, venta de comida casera y, por supuesto, de festivales sobre días festivos anteriores a la fecha acordada. —Agregó la tesorera, repartiendo folletos mientras alzaba la vista hacia los estudiantes—. ¡Nuestra meta es conseguir el primer premio! Aunque, sólo pensamos positivamente. Lo primordial es que, tanto los estudiantes como los visitantes, se diviertan en el evento.

—Aceptaremos sugerencias e ideas innovadoras. —Continuó el presidente, ahora careciendo de aquella inseguridad que antes destacaba—. La siguiente reunión es el miércoles, allí organizaremos las primeras recaudaciones.

Un estudiante de aspecto llamativo alzó la mano. La correa de una cámara le rodeaba la nuca, con el objeto descansando sobre su pecho. Se atrevió a suponer que éste pertenecía al club de fotografía.

—Nosotros ayudaremos en todo lo que podamos, pero necesitamos dinero para el material. —Su semblante comunicaba que aquella petición le avergonzaba—. Verán. . . Bueno, es muy caro.

—Lo sabemos. —Contestó Kiyoshi, adquiriendo cada vez más seguridad.

—Hablaremos sobre eso en la próxima reunión, allí dividiremos los gastos. —Siguió la tesorera, ahora, nuevamente, sentada en su sitio. Las inquietudes del muchacho parecieron apaciguarse al instante—. Será difícil al principio, pero nos irá de maravillas.

Las dudas seguían surgiendo, una tras otra. Midorima se encargó de grabar los diálogos destacables en la libreta donde anotaba todo lo que podría ser de utilidad en el futuro, mientras que los dos encargados seguían enfrentando el interrogatorio hasta que las voces acabaron apagándose poco a poco.

El azabache separó los labios sólo para opinar cosas innecesarias. Lo ignoró. O, al menos, hizo un esfuerzo colosal para lograr tal cosa. Su presencia era tan. . .¿agotadora?, que no era capaz de hacer caso omiso de ella. Cuando hablaba, Shintarō no era capaz de escuchar más que un chillido de cuervo en plena agonía.

No le gustaba admitirlo en voz alta, ni en sus pensamientos. Pero sí, sí era una persona resentida. La noche en la que se conocieron, su familia disfrutaría de una velada dedicada a una celebración. Eran tiempos en los que su padre intentaba ascender en el trabajo y, por fin, lo había logrado. La desgracia era que, por supuesto, ningún progenitor se sentiría a gusto al ver que uno de sus hijos llegaba con semejantes pintas a la casa.

Sobre todo, siendo descendiente de los Midorima.

Básicamente, las consecuencias se le quedaron marcadas en su pequeño rincón de infortunios. Había salido todo incorrectamente a pesar de ni siquiera haber hecho algo para que así sucediera. Fue todo gratuito y no pudo evitar dejarse llevar por la mala energía.

No tenía por qué dirigirle la palabra o brindar su amabilidad. Se limitaría, por supuesto, a ser cortés si intercambiar un diálogo se volvía necesario. Pero no haría más. Porque, definitivamente, lo que menos quería era el tener que cargar con la presencia constante de aquél individuo incompetente.

En resumen, Shintarō era un tanto –bastante– infantil en ese tipo de ámbitos. Y era lo suficientemente ingenuo como para creer que su relación acabaría en el título de sólo conocidos. Le esperaba mucho más que eso.

Mucho más.

 

Notas finales:

¡Nos vemos en el siguiente capítulo, gracias por leer!<3<3<3<3<3<33


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).