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Tú, mi diamante por Miky15E

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Notas del fanfic:

Actualizaciones: una vez a la semana. 


Copyright: los personajes (excepto OC) no me pertenecen. Todos los derechos reservados a sus respectivos autores. 

Notas del capitulo:

Espero que disfruten este nuevo fanfic. 

Karabis, un país rico y de numeroso terreno. Las temperaturas superaban los cuarenta grados en las tardes, cuando el sol brillaba en su punto más alto y los pocos animales que habitaban acostumbrados a ese clima, se escondían entre los cactus y matorrales. Por las noches, corría un viento desconocido que traía consigo el aroma a seco, a necesidad de lluvia y felicidad; una extraña combinación.


Explanadas gigantes de arena eran los alrededores de un hermoso país, oculto en las profundidades de las sombras. Esa fachada aterraba a cualquiera que osaba entrar a lugares sin explorar, porque así era Karabis. Tanto los habitantes, como los invitados, quienes lograban traspasar los muros de arena caliente, se maravillan al ver lo que les esperaba más allá de ese desgarrador horizonte.


Karabis no era una belleza por estar en una zona peligrosa ni por el oro acumulado en el Palacio Rojo, esas pequeñeces sólo engrandecían el patrimonio de un país con panoramas sin igual. Cientos de kilómetros dentro del espectacular desierto, conducían al verdadero corazón de Karabis: sus oasis.


Los oasis deslumbraban por sus aguas cristalinas que, según decían las leyendas, era el reflejo de la luna que descendía a acariciar a sus hijos. ¿Quiénes eran sus hijos? No lo sabían, pero nadie negaba que el agua que fluía en paz en ese estante, proyectaba la viva imagen de los corazones: turbulentos, nostálgicos o felices.   


El Palacio Rojo se ubicaba en el centro, abarrotado por muros, como si se protegiera a él y al oasis favorito del príncipe. Era gobernado por Toraichi Matsuoka, un hombre encantador y justo, igual que sus dos hijos, Gou y Rin Matsuoka, aunque éstos de personalidades muy distintas.


En el extremo opuesto a Karabis, se hallaba Rajar, un reino próspero. El clima allí era tan natural, que ni parecía estar en el desierto. La mañana, tarde o noche no se separaban por el aumento de la temperatura, sino que, el aire soplaba tranquilo, meneando las hojas de los árboles que nacían gracias a las intensas lluvias.


Rajar sobresalía por su naturaleza, con plantas coloridas, arbustos verdes y palmeras altas. Los animales también eran variados, pues el hábitat que los acogía en sus ramas o en algún nido construido por un pájaro, les permitía vivir sin sufrir. A menudo se formaba un pequeño río, pero se desvanecía como lo hacía el dinero para mantener a un pueblo que crecía rápido.  


El problema de un país sano era la población que llegaba de países o ciudades vecinas buscando la comodidad. No era malo, sin embargo, el rey era consciente que, a ese paso, su gobierno colapsaría. La inestabilidad se dibujaba en esa tierra mágica, germinando a través de los años.


La familia que residía en el Palacio Azul era pequeña: el rey y su hijo; Kazuma y Haruka Nanase. El primero era amable, impetuoso y un ejemplo a seguir para la gente. El segundo, el príncipe heredero al trono, tenía un rostro inexpresivo y modales muy anticuados para su corta edad.


La economía pobre de Rajar y el oro de Karabis hizo que dos poderosos reinos se unieran en un pacto que los beneficiaría. Kazuma Nanase prometió semillas, frutas frescas y un vino que embriagaría al paladar con su dulzura. Toraichi Matsuoka concedió permisos firmados de su puño y letra para los habitantes de Rajar y costales con monedas de oro. Sólo había un detalle por señalar que los convenció: el compromiso entre las familias, que fortalecería los reinos para la eternidad.


   


—Rin, por favor, vístete. Hoy vendrá el reino del Este —anunció extendiendo una túnica blanca con sus manos—. El rey me regañará.


—Espera —murmuró disfrutando de la frialdad del agua que emanaba de una fuente en su oasis preferido—. La cena es a las ocho.


—Sí, y son las cinco de la tarde y no te has presentado con tu padre —sermoneó rogándole a los dioses para que ese chiquillo le obedeciera.


Sousuke Yamazaki, veinticinco años, alfa de una familia con estatus bajo. Él se había especializado en la enseñanza, por lo que su entrada al Palacio Rojo le fue fácil. No obstante, jamás pensó que se convertiría en el guardián del príncipe y que tendría que cuidarlo más de lo que imaginó.


Rin Matsuoka, diecinueve años, alfa, terco, caprichoso y voluble. Sus acciones, acompañadas de disturbios y dolores de cabeza, provocaban que el rey explotara debido a la conducta de su hijo. Era un chico apuesto, de belleza singular. El color de sus ojos resaltaba, expresando su valor y sus ganas de correr por el mundo, a pesar de ser un tonto deseo. Sus labios delgados y rojizos, dispuestos a destrozar los argumentos que le imponían reglas y su enredado cabello que se movía, seduciendo de la misma forma que lo hacía su cuerpo.


—Príncipe, me enojaré si no sale de ahí —decretó con una ceja arriba y una mueca.


—Tú ganas —musitó el pelirrojo y se levantó, dejando que el agua cubriera su desnudez hasta su ombligo.


—Gracias —respondió alcanzando a su estudiante en la orilla.


—¿Sabes dónde está Gou? —preguntó, arrebatándole la túnica a su maestro.


—La princesa está preparándose para el banquete —comunicó, siguiendo a Rin de vuelta al Palacio, que estaba a unos cuantos metros de distancia.


—Aburrido —bufó resoplando sus mechones húmedos—. Una boda, ¿eh? ¿Es un evento que necesitemos celebrar?


—Temo que sí —afirmó—. Es la boda que unirá a dos reinos.


—Supongo. —Ingresó por la parte trasera del palacio y se dirigió a su habitación, en la segunda planta, el pasillo de la derecha—. ¿Te quieres casar, Sou?


—Sí, príncipe. —Se adelantó y abrió de par en par las puertas de la recámara.


—¿Amas a alguien?


—Aún no —expresó, yendo hacia el armario del joven para sacar las prendas que utilizaría Rin.


El pelirrojo acostumbraba a vestir una falda blanca que finalizaba a la altura de sus tobillos y una túnica por encima, atada en su cintura con un cinturón negro. Su cuello era ceñido por un collar de piedras verdes, un regalo de Sousuke por su cumpleaños, y que atesoraba por ser Sou quien se lo había obsequiado. A veces, también portaba un abrigo de algodón negro, que él decía era una capa estúpida.


—Una boda —replicó, desplomándose en su mullida cama de sábanas doradas—. Un suceso importante.


—Su hermana debe sentirse dichosa de tener la oportunidad para casarse con el hijo del Rey Azul —comentó extrayendo unas zapatillas negras sin tacón, pero con la punta haciendo un arco.


—¿Dicha? —repitió, meditando la oración de Sousuke—. Ese compromiso está planeado para divagar en la infelicidad. Mi hermana es una chica con ideas que constantemente son nubladas por su juicio inmaduro. Si es o no es feliz, no me interesa.


—¿Y si hubieras sido tú? —Se volteó, observando a Rin, que lo miraba desde hace un rato—. ¿No te casarías?


—Yo amo a una persona y no dudaré de mis sentimientos —aseveró, reincorporándose de un salto—. El amor y el desamor son dos significados equivalentes, ¿no lo crees? Si amas y eres amado, o si amas y no eres amado; cualquier camino te enloquecerá con el tiempo.


—¿Por qué no eres así cuando tu padre te reprende por tus escapadas a media noche? —cuestionó carcajeando—. Tienes un corazón lleno de curiosidad, por eso es que te contradicen.


—¿Hablas de mi padre o de ti? —Esbozó una sonrisita traviesa y, comenzando a desvestirse, se relamió el labio inferior—. Mi corazón está desesperanzado.


—Sanará —dijo, desviando su atención de ese príncipe que le adormecía los sentidos. 

Notas finales:

¡Nos leemos luego! <3 


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