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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del capitulo:

En este capítulo, antes de ser reescrito, los que me habían dejado review fueron:

 

• Dantaliana

• Ana

• fujoshixD

• En busca de fics geniales

• eduardo

 

Y quiero volver a agradecerles, aunque no sé si siguen por ahí. Aun así, ¡millones de gracias!

Notarán que este capítulo ya no está dividido en cuatro partes. Además, de que es mucho más corto que el primero y opino que queda mucho mejor de esta manera.

Espero que puedan disfrutarlo.

CAPÍTULO II

 

Delirios por la fiebre

 

Esto sucedió el año pasado, cuando todavía era 2016. Hace tan solo nueve días, el mes de septiembre había comenzado y en Stratford las cosas no marchaban bien para alguien. Dos chicos habían encontrado a una chica que, si bien no tenía nada de «atributos», su hermoso rostro lo compensaba a la perfección.

Con ese cabello azulado y sombreado lavanda, ojos azules y piel blanquecina, hasta parecía un ángel. Solo le faltaban las alas y el cielo bajaría a reclamarla.

—¿Qué haces con uniforme, preciosa? —Le preguntó uno de ellos, mirándola de pies a cabeza con cierta lujuria—. ¿Sabes que esto es una institución masculina?

—Pero con lo linda que eres, no te correremos —le siguió su acompañante relamiéndose los labios—, solo con una condición —tomó el mentón de la hermosa dama y se acercó peligrosamente a sus labios—. Solo tienes que divertirte con nosotros en algún sitio. ¿Qué es lo que dices, hermosa?

—¡Aleja tus asquerosas manos de mí! —gritó «la chica» con furia y con esa voz que, a pesar de ser suave, les hizo saber a los otros dos chicos que su sexo no era femenino.

—¡Vaya! ¡Eres un chico! —rio uno de ellos con notable sorpresa. Nunca se imaginó que un hombre pudiera poseer semejante belleza—. Pero, dime, Jake, ¿a ti eso te importa?

—No, la verdad no —tomó con rudeza la cabeza del chico al que acosaban y lo arrodilló bruscamente—. Todavía quiero divertirme un poco.

El chico de rodillas los miró a ambos con furia y con sus puños fuertemente cerrados. Le habían hecho llegar a su límite y eso no era algo bueno. Pero, antes de que pudiera hacer algo, una voz interrumpió todo acto.

—No deberían hacer ese tipo de cosas.

Al llevar su azulada mirada al dueño de esa voz, le sorprendió lo calmado y sonriente que estaba aquel rostro ante una situación así.

Los chicos le miraron con burla y arrogancia.

—¿Y qué nos vas a hacer? —dijo al que el otro había llamado “Jake”.

—¿Yo? —sonrió—. Yo no les haré nada. Pero creo que conocen a mi hermano; él es uno de los prefectos. Con solo yo señalarlos él podría fácilmente hacer que los expulsen.

Los chicos tragaron grueso al escuchar esas palabras. Sabían quién era el «Gran William Twining» y la sangre fría que era al momento de castigar a los estudiantes problemáticos.

Furiosos y temerosos, se retiraron del lugar, no sin antes arrojarle una mirada al hermoso chico que todavía se encontraba en el suelo. Los dos estaban firmemente decididos de que eso no se iba a quedar así y de que muy pronto volverían a toparse con él.

—¿Te encuentras bien? —se acercó al chico arrodillado acariciando sus mejillas con suma delicadeza.

El de cabellos azules sintió un agradable escalofrío recorrer toda su columna vertebral, perdiéndose por completo en los verdes ojos del rubio que sostenía su rostro. Tan llenos de paz y armonía que podía fácilmente mirarlo por horas y no aburrirse de ello. Era como si el cielo mismo hubiera encarnado en un ser humano.

—S… sí —logró susurrar apenas, con su corazón latiendo mucho más rápido que de costumbre.

—Me alegro —susurró con una sonrisa, apartando algunos mechones azulejos del rostro blanquecino de aquel chico.

»De verdad que eres hermoso —halagó sin mentir, acelerando todavía más el corazón del de cabellos azules—. Eres como un ángel que recién cayó del cielo —acercó sus labios a los del otro para susurrar sobre ellos y dejar que éste sintiera su cálido aliento sobre él—; un hermoso ángel caído.

»Es por eso que deberías tener cuidado. No me gustaría que alguien estropeara tu belleza —con una delicada sonrisa soltó las mejillas del otro lentamente.

»Cuídate.

El chico de ojos y cabellos azules sintió como si se hubiera olvidado de todo, incluso de respirar. Si bien muchas personas anteriormente le habían hecho saber, desde muy niño, lo lindo que era su rostro, esta era la primera vez que su corazón saltaba de alegría al escucharlo.

—¡Espera! —lo detuvo rápidamente antes de que se marchara—. ¿Cómo te llamas?

El rubio le sonrió mirándolo fijamente, antes de responderle:

—Solomon Twining.

—Yo soy Sitri Cartwright.

—Es un placer —y dicho aquello, se retiró dejando el corazón de Sitri palpitando sin control.

—Solomon… —murmuró llevando su mano a su pecho, sintiendo esos fuertes golpes de su latir.

Sonrió al darse cuenta que el amor a primera vista sí parecía existir.

 

 

Dantalion era quien nunca podía esperar a que las clases terminaran para poder ir y ver a «su» Solomon y, cuando finalmente terminaron, fue el primero en salir del aula, sin darse cuenta que, en medio de su escapada, un libro cayó de su bolso.

—¡Hey! —William lo llamó, pero ya Dantalion había desaparecido de su rango de visión—. ¡Será! —susurró con resignación tomando el libro para llevárselo.

—¡Sí que está enamorado de Solomon! —aportó Isaac detrás de William con una enorme sonrisa.

—¿En serio? —Preguntó William sin disimular su sarcasmo—. Vamos a buscarlo.

Dantalion se había dirigido corriendo al aula de Solomon con una sonrisa que se esfumó cuando un chico —que parecía más una mujer que un hombre— se acercaba a Solomon con el mismo entusiasmo que Dantalion había mostrado al salir de su aula.

—¡Solomon! —saludó el de cabellos azules.

—¿Sitri es? —preguntó el rubio entrecerrando los ojos y mirándole con ternura—. ¡Me alegra volver a verte!

—Igual a mí —prosiguió con millones de emociones explotando dentro de él—. No te agradecí por lo de antes.

—No fue nada —le tomó el rostro entre sus manos—. Una belleza como la tuya debería ser un pecado, aun así, pecador o no, no deberías estar aquí en la Tierra, hermoso ángel caído. Alguien podría arruinarla y eso es algo que de verdad no me gustaría.

Dantalion veía la escena sin saber qué sentir al respecto.

Sabía que entre él y Solomon solo existía una amistad. Aunque en realidad no sabía si llamar amistad a aquello, porque la forma en la que Solomon le sonreía, le miraba, le acariciaba, como acercaba su rostro al suyo y esa forma de hablar, era suficiente para interpretar que le estaba dando una esperanza de ser algo mucho más. Pero ahora, viéndole hablar de esa forma con otro chico, halagándole su belleza, sonriéndole de la misma forma que le sonreía a él; esa sonrisa que Dantalion juraba que le pertenecía.

¿Qué podía esperar de todo aquello? El pelinegro no sabía cómo sentirse y sabía que no podía reclamar nada. Lo único que podía hacer era observar la escena con la mente en blanco y esperar a que todo fuera un mal sueño del cual pronto despertaría. Pero un libro muy cerca de su cara le obstruyó la vista y lo regresó a la realidad.

Dantalion llevó la mirada a William acompañado de Isaac. Instintivamente, desvió la mirada, como si sintiera vergüenza de que lo hubieran descubierto mirando a Solomon con otro chico, mientras sus esperanzas se iban directo al drenaje.

—¿De qué te sorprendes? —Preguntó William apartando el libro—. ¿Pensabas de verdad que él era de esa forma solo contigo? ¿Tan especial te sentías al ser tratado así? Solomon es así con todo el mundo, siempre interfiriendo en los asuntos de los demás e intenta calmarlos con un simple abrazo.

—Y lo logra —agregó Dantalion.

—Como sea. Tal vez te tiene cariño, pero te aseguro que no eres alguien especial para él —las palabras de William sonaron hirientes y, a pesar de que su carácter era así, ni el mismo William sabía por qué quiso herir los sentimientos de Dantalion.

—¡William! —chilló Isaac con desaprobación.

—¿Qué? —prosiguió el rubio cruzando los brazos—. Es mejor que bajes de esa nube de fantasía y seas un poco más realista.

—¿Cómo tú? —se burló Dantalion con una sonrisa.

—No tanto, pero sí un poco.

El pelinegro rio ante esas palabras, algo que hasta a él mismo le sorprendió. No se llegó a imaginar que pudiera reír mientras veía como Solomon hablaba dulcemente con otro chico que no fuera él —o William—.

En ese momento, sintió algo golpear su pecho y, al sostenerlo, notó que era el libro que había obstruido su vista unos minutos atrás.

—Se te cayó —fue lo único que dijo William.

—Gracias… —apenas y pudo agradecer, estando todavía un poco alejado de la realidad.

Cuando Solomon se percató de la presencia de ellos tres, les sonrió y agitó su mano, pidiendo que se acercaran.

—¡William, Dantalion, Isaac!

El pelinegro solo quería asentir con la cabeza para responder el saludo y marcharse lo más pronto posible, para no tener que enfrentarse cara a cara con Solomon y que éste notara el sufrimiento reflejado en sus ojos. Pero William tomó fuertemente su brazo y le impidió llevar a cabo su cometido.

—No actúes como un cobarde —y en contra de la voluntad de Dantalion, lo arrastró hasta Solomon seguido de Isaac.

—¿Ya salieron de sus clases? —preguntó muy sonriente el mayor de los Twining.

—No, todavía seguimos en ellas —le respondió su hermano con sarcasmo, muy característico de su personalidad.

Solomon solo sonrió frunciendo ligeramente el ceño ante aquella respuesta, para luego dirigirse a su acompañante.

—Sitri, él es mi hermano; es un prefecto. Si tienes algún problema, puedes contar con su ayuda —señaló a William quien arrugó levemente el medio de sus cejas.

Era cierto que los estudiantes supervisores eran los encargados de solucionar los problemas estudiantiles, pero había cierto límite en ello.

—Soy William Twining —se presentó dibujando la mejor de sus sonrisas, mientras tomaba la mano del chico en un apretón—. Como bien acaba de decir Solomon, soy un estudiante supervisor. Un placer conocerte.

—Soy Sitri Cartwright. El placer es mío.

Antes de que Solomon pudiera proseguir con las demás presentaciones, Isaac se adelantó a presentarse por sí mismo con un entusiasmo que no era el adecuado para alguien de clase alta.

—Soy Isaac Morton. El mejor amigo de William. Es un placer —estrechó la mano de Sitri con ambas manos y sacudiéndola con exageración.

—El placer es mío —respondió Sitri un tanto sorprendido por lo energético que era el chico.

—¿Mejor amigo? —susurró William con una ceja alzada, pero no dijo nada al notar que cierta razón tenía ese pelirrojo idiota.

A pesar de que consideraba a Isaac su amigo, nunca había considerado colocar «mejor» antes de esa palabra, pero, sin importar lo diferentes que eran; de lo mucho que William amase la ciencia e Isaac el ocultismo, de las buenas notas que sacara el rubio y de las malas calificaciones que sacara el pelirrojo, Isaac era con quien mejor se llevaba William. Siempre estaban juntos y pocas veces se les veía separados en Stratford, por lo que el tema de «mejor amigo» lo dejó pasar de largo.

Sitri llevó su mirada a Dantalion que tenía el ceño ligeramente fruncido en una expresión de lo que se podía definir como aflicción, y la mirada desviada hacia el suelo. Pero al sentir los azules ojos de Sitri sobre él, llevó la mirada al de cabellos azules e inclinó un poco la cabeza.

—Dantalion Huber, encantado —se presentó sin dejar esa expresión de tristeza al momento de hacerlo.

—Sitri Cartwright, lo mismo digo —imitó la acción de Dantalion.

Para Solomon, la actitud un tanto apagada del pelinegro no pasó por alto. Lo conocía y sabía perfectamente que algo le sucedía. Preocupado, se acercó a Dantalion y le tomó el rostro para mirarlo un poco más de cerca, teniendo la fija mirada de Sitri sobre ellos.

—¿Te encuentras bien? —susurró Solomon con suma delicadeza.

A pesar de lo acelerado que estaba el corazón de Dantalion por la cercanía, éste lentamente apartó las manos del rubio y soltó un suspiro.

—Me encuentro perfectamente —mintió—. Ahora sí me disculpan, tengo cosas que hacer —sin decir más, se retiró lo más rápido posible.

—Dantalion… —susurró Isaac con tristeza al verlo alejarse.

—¿Le ocurre algo? —preguntó Solomon ante la extraña reacción del pelinegro.

—Sí, se dio cuenta que es un idiota —respondió William—, pero eso es bueno, ya era hora de que lo notara.

—¡William! —musitó Isaac como reclamo.

No era la primera vez que William insultaba a Dantalion, pero esta vez no sabía por qué sentía ganas de hacerlo, ni por qué sentía cierta satisfacción de ver cómo se había entristecido ante la realidad de que Solomon solía ser amable con todos, no solo con él.

«Bienvenido al mundo real», pensó en sus adentros comenzando a caminar sin mirar a nadie.

Fue en busca de Mycroft Swallow, otro estudiante supervisor. Aún tenía asuntos que atender y no se podía retirar en ese momento.

Ser un prefecto tenía muchas ventajas, pero era realmente fastidioso al tener tantas responsabilidades y acudir a cada pedido de ayuda de los estudiantes. Pero no estaba en posición de quejarse, él había aceptado serlo, después de todo.

—Eso es todo por hoy —informó Mycroft.

William suspiró aliviado, sintiendo como cada tensión de su cuerpo se relajaba al saber que ya podía ir a su mansión y descansar en su suave y cómoda cama.

—Iré por algo de beber —dijo Mycroft—, ¿gustas que te traiga algo? —se ofreció con una sonrisa.

—Si no es una molestia —agradeció William con la misma sonrisa.

—Bien, volveré en un momento —se retiró dejando a William a solas con sus pensamientos.

William observaba el techo sobre él, pensando en lo ocurrido con su hermano y Dantalion. Entonces, sus pensamientos se centraron en el pelinegro. Sin darse cuenta, comenzó a recordar sus ojos rojos, su alta figura, la manera en que sonreía…

Recordó cada momento en el que Dantalion agrandó su sonrisa cuando veía a Solomon. Esa sonrisa que, sin saber por qué, había sentido unas enormes ganas de verla otra vez, pero sin que su hermano estuviera cerca. Solo Dantalion y él… sin el resto del mundo…

Comenzó a sentir cierto desagrado al recordar las veces en las que Dantalion permanecía a su lado solo para aprovechar de pasar más tiempo al lado de Solomon. Sintió algo hervir dentro de él mientras las imágenes de su hermano junto a Huber llegaban a su mente.

No le agradaba sentir ese ardor recorriendo con rapidez cada nervio de su sistema. Era una sensación espeluznante, que nunca antes había sentido.

La puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos, llevando su mirada a Mycroft que apareció con dos jugos en sus manos.

—Perdón por tardar —se disculpó entregándole uno a William.

—No te preocupes —sonrió el rubio, sin darse cuenta de cuánto tiempo había pasado desde que Mycroft se había retirado—. Gracias por tomarte la molestia.

—No fue nada —se sentó frente a William suspirando con algo de fatiga.

—¿También estás cansado?

—Solo un poco —rio Mycroft—. Pero siempre debí esperarlo cuando acepté ser un estudiante supervisor.

Mycroft Swallow, al igual que William, era uno de los llamados prefectos. El rubio lo consideraba como un buen amigo, a pesar de que lo que comúnmente hablasen fuera de sus deberes como estudiantes supervisores. Además, era el único que recibía la amabilidad de William.

Mycroft era alguien sumamente responsable y serio en sus asuntos, con notas que eran admirables. A diferencia de William, él era amigable con los demás, aunque si debía ser estricto, lo era.

—Sí, ser prefecto es bastante molesto —apoyó el rubio suspirando también.

—¿Qué hay de tu hermano? —Preguntó Mycroft con una sonrisa—. Sus notas también son impresionantes, ¿por qué él no es un prefecto al igual que tú?

—El director le ofreció serlo, pero él odia tener tantas responsabilidades, así que se negó.

—Ya veo —y, antes de que Mycroft pudiese continuar con la conversación, su celular le interrumpió y miró a William con una sonrisa de disculpa—. ¿Me permites?

—Adelante.

Mycroft salió para atender la llamada, dejando a William nuevamente en soledad.

El rubio suspiró peinando su cabello con los dedos. Tomaría una ducha caliente apenas llegara a su casa, realmente se lo merecía.

—Twining, discúlpame —interrumpió de repente Mycroft sus pensamientos—, ocurrió algo urgente y debo partir.

—Está bien —sonrió William—, nos vemos luego.

Mycroft asintió con una pequeña sonrisa de agradecimiento y se retiró.

William observó el jugo sin abrir de su amigo sobre la mesa. Él tampoco había abierto el suyo, por lo que quizás podría guardarlos para después.

Se levantó tomándolos a ambos, para salir y llamar a su chofer, pero, cuando estuvo a punto de hacerlo, observó en el jardín trasero un rostro escondido entre las rodillas y una cabellera negra que le era inconfundible. Dantalion estaba debajo de un árbol, seguramente lamentándose el haber tenido esperanza con Solomon.

William lo observó detenidamente. Algo dentro de él surgió, una mezcla de pena y alegría y ni siquiera sabía por qué.

«Imbécil», pensó llevando de nuevo su mirada al celular, pero se detuvo antes de llamar a su chofer.

Suspiró fuertemente y, sin saber por qué, se acercó al pelinegro despacio. Quizás sintió algo de pena por el pobre idiota.

Dantalion, con su rostro escondido, solo sintió ser golpeado levemente en la cabeza con algo frío y, al sacar su cabeza de las rodillas, observó un jugo frente a él. Queriendo saber de quién era la amabilidad, llevó su mirada a la persona que se lo estaba ofreciendo, pero el Sol lo cegó en el acto a lo que solo pudo distinguir una cabellera rubia. En ese momento le llegó un pequeño recuerdo de cuando había estado en una situación similar.

—¿Solomon? —susurró apenas, deseando ver el rostro del chico que amaba detrás de esa luz tan cegante.

—Inténtalo de nuevo.

Dantalion entrecerró los ojos al reconocer esa voz.

—¿William?

—Acertaste —sacudió el jugo frente a Dantalion ordenándole que lo tomara.

Dantalion observó el jugo, un poco vacilante ante esa actitud tan amable de William. Sin embargo, aceptó el gesto sintiendo como el rubio se sentaba a su lado.

 —A veces pienso que eres un idiota —mencionó William, destapando su jugo—; otras no me cabe la menor duda.

Dantalion no había dicho nada. Veía fijamente el suelo, sintiendo el frío en sus manos. En ese momento había deseado nunca haber conocido a Solomon y no haberse enamorado de él.

Siempre decían que el amor dolía, pero no decían con cuánta intensidad lo hacía.

—¿Harás algo al respecto? —preguntó William al notar que Dantalion no iba a defenderse por haber sido insultado.

—No lo sé —admitió con desgano—. Quizás debería seguir actuando como siempre lo he hecho y que él siga tratándome como me ha tratado desde que nos conocimos, aun si así actúa con todos. De todos modos, no es como si pudiera dejar de amarlo.

William no dijo nada, porque no tenía nada que decir. Solo podía escuchar si Dantalion quería desahogarse.

—¿Él siempre ha sido así? —se atrevió a preguntar el pelinegro.

William lo miró de reojo y tomó un trago de su jugo antes de responderle:

—Cuando era más pequeño no, actuaba como cualquier otro niño. Pero después de la muerte de nuestros padres, comenzó a actuar de esa manera.

Dantalion lo observó de reojo y sonrió.

—Entiendo —dijo al fin—, mientras Solomon sonreía, tú te amargabas la existencia.

—¿Quién se está amargado la existencia? —preguntó enojado.

Dantalion solo posicionó su dedo índice en medio de la ceja de William logrando que la arruga desapareciera y se transformara en una mirada sorprendida.

—Esta es la prueba.

William se sonrojó levemente, sintiendo cómo su corazón se alborotaba dentro de su pecho. Sin tener la menor idea de por qué se sentía de esa manera, apartó la mano de Dantalion con furia, mientras su corazón golpeaba con fuerza y casi que lo oía latir.

—No molestes —murmuró intentando ignorar esa extraña sensación que nunca antes había sentido.

—Te he visto sonreír antes —dijo Dantalion con una sonrisa llamando la atención de William—, y te juro que te ves mucho mejor sonriendo.

Ahora no solo era su corazón, también un ligero temblor movía levemente el jugo entre sus manos. No sabía por qué se sentía así y ni siquiera sabía si le agradaba o le desagradaba.

—¡Cállate! —fue lo único que dijo para seguir reflejando su rústica personalidad.

—¿No me crees? —juguetón, se acercó a William peligrosamente con una sonrisa un tanto arrogante—. No deberías acumular tus sonrisas; sonríe un poco más —la arrogancia se desvaneció de su sonrisa transformándose en una sincera.

El sonrojo en las mejillas de William se intensificó, mientras fruncía ligeramente el ceño. Ya estaba harto de sentirse así.

—Eres un idiota —murmuró.

Con una sonrisa, Dantalion se alejó de él y regresó a su lugar.

—No te sientas especial —dijo Huber, mientras miraba el Cielo—. El día en que te enamores, tú también actuarás como un idiota.

—¿Cuándo me enamore? —Se burló William—. ¡Sí, claro!

Dantalion le observó de reojo con una media sonrisa.

—¿Crees que es imposible que «Su Excelencia William Twining» se enamore? —le llamó por ese pequeño apodo que William no sabía de dónde había salido.

—No dije eso —corrigió William—, solo que cuando yo me enamore, primero muerto antes de lamentarme como lo haces tú.

—Entonces si te enamoras, ¿qué harás?

—Supongo que decirle lo que siento.

Dantalion le miró en silencio por unos segundos, antes de seguir preguntando:

—¿Y si te rechaza?

—Que me rechace —respondió William con tranquilidad—. Además, lamentarse sin arriesgarse me parece lo más patético que he visto en mi vida.

Dantalion sonrió, abriendo el jugo que le había regalado William. El líquido en el envase del pelinegro fue desapareciendo tan rápido como éste se apresuraba a tomárselo, sin siquiera permitirse respirar hasta que quedara completamente vacío. Cuando acabó, todo quedó en silencio, oyéndose solo el viento abofetear las hojas de los árboles.

—¿Es malo tener un poco de fe?

La voz de Dantalion al formular esa pregunta se oyó un tanto melancólica. Sus ojos rojos observaban el cielo cubierto de esponjosas nubes que parecían enormes almohadas de algodón, mientras que en sus pensamientos se hallaba aquel ser que lo tenía perdidamente enamorado.

—La fe es la trampa más mortífera para los soñadores[1] —le respondió William sintiendo cómo la cabeza de Dantalion se recostaba en su hombro.

Llevó su verdosa mirada al rostro del pelinegro. Sus ojos se encontraban cerrados y sus labios entreabiertos, mientras que el largo flequillo que Dantalion siempre llevaba de lado, cubrió la mitad de su rostro con delicadeza. Parecía tan indefenso en ese momento, que hasta al mismo «Gran William Twining» le había entrado ganas de protegerlo entre sus brazos.

—Tienes razón… —susurró Dantalion—. He soñado demasiado durante todo este tiempo y, por culpa de toda esa fe que he tenido, me he estado hundiendo poco a poco. Debería… bajar de esa nube… y ser un poco más… realista… —fue lo último que dijo antes de caer profundamente dormido sobre el hombro de William.

El rubio solo suspiró. Jugó con el jugo entre sus manos por unos minutos, antes de apartar el cabello del rostro de Dantalion con suavidad para no despertarlo.

—Eres un caso perdido —susurró acariciándole la mejilla.

Ahora que lo miraba más de cerca, Dantalion era en verdad un chico atractivo. Cuando estaba despierto sus rojizos ojos y su sonrisa de medio lado le daban el aspecto de un demonio, pero estando dormido parecía un ángel que no resistió la tentación de pecar y ahora se hallaba arrepentido de haberlo hecho. Si Stratford fuera una secundaria mixta, seguramente las chicas estarían locas por Dantalion.

Una extraña sensación lo invadió por completo. No supo por qué de repente su corazón se aceleró, como si quisiera escapar de su cuerpo, pero, de un momento a otro, comenzó a acortar la distancia entre sus rostros, hasta que sus labios estuvieron lo suficientemente cerca como para sentir su respiración chocar contra la suya.

Dantalion hizo un pequeño movimiento, provocando que la cercanía se rompiera y sus labios se rozaran. Sin embargo, aquello no podía ser considerado un beso. Sus labios apenas y se tocaban y lo único que compartían era el aliento, como si estuvieran inhalando el oxígeno que el otro exhalaba.

William se mordió el labio inferior con la mente totalmente en blanco. Hipnotizado por el atractivo rostro de su acompañante, se dejó llevar besando solo la comisura de sus labios.

Se apartó un poco sin dejar de mirar los labios contrarios. Estaban entreabiertos y era como si silenciosamente le dijeran «prueba mi sabor», mientras que en su mente solo podía responder «acepta y bésalo». Observó ese pecado tan tentativo frente a él, diciéndole que nadie le arrojaría una piedra por cometerlo.

Se relamió los labios y quiso terminar de acortar la distancia, pero algo lo detuvo antes de moverse siquiera un milímetro.

—William.

Ese llamado lo devolvió al mundo real, encontrándose a su gemelo acompañado de Sitri.

—¿Solomon? —se extrañó William intentado sonar natural—, ¿no te habías ido a casa? —lo que aún le quedaba de jugo, se lo terminó de tomar para tratar de enfriarse y preguntándose qué había sido lo de hace un momento.

—Decidí esperarte —sonrió llevando su mirada al hermoso chico de cabellos azules que se encontraba a su lado—, y Sitri me hizo compañía.

—Ah… bien.

William sentía cómo todavía su corazón palpitaba sin control, pero esta vez fue porque casi lo atrapan con las manos en la masa.

—¿Qué le ocurre a Dantalion? ¿Se siente mal? —preguntó Solomon, acercándose al pelinegro.

Sitri observaba atentamente aquella escena con el ceño ligeramente fruncido.

—Solo está dormido —respondió William.

«Y sí se siente mal —pensó enojado, mirando fijamente a su hermano—, y es todo por tu culpa».

El mismo William se sorprendió ante ese pensamiento. No sabía por qué lo había tenido, ni tampoco el repentino enojo, pero estaba enojado con su hermano, por alguna razón que desconocía.

Solomon acarició la mejilla de Dantalion, notando que de verdad estaba profundamente dormido.

—Dantalion… —susurró intentando despertarlo, pero no dio resultado.

—Conozco un método mejor —dijo William empujando a Dantalion al lado contrario.

El pelinegro se despertó de golpe al sentir que se caía. Logró sostenerse con sus manos antes de acabar en el suelo, mirando a su alrededor y observando a las tres personas presentes. Pestañeó seguidamente completamente desconcertado y sin saber qué fue lo que había sucedido.

—¿Qué pasó? —preguntó mientras se enderezaba.

—Vámonos, Solomon —dijo William, tomando ambos envases de jugos vacíos y se retiró del lugar.

—Está bien —dijo Solomon.

—Oh, ¿ya te vas? —preguntó Dantalion acercándose rápidamente a Solomon.

—Sí, esta es la despedida por hoy —tomó el rostro de Dantalion entre sus manos y acercó sus rostros como solía hacerlo siempre, mientras la disgustada mirada azulada de Sitri se mantenía fija sobre ellos—. Cuídate, no quiero que nada te pase.

Dantalion tuvo que soportar ver cómo Solomon lo soltaba y se acercaba a Sitri, tomándolo del mentón y acercando igualmente sus rostros.

—Tú también cuídate —murmuró—, no me gustaría que algo te pasara.

—¡Solomon! —gritó William a lo lejos.

—¡Ya voy! —Respondió, dirigiéndose después a sus dos acompañantes—. Adiós a ambos.

Al momento de retirarse Solomon, todo quedó en un incómodo silencio entre Dantalion y Sitri. Ambos no sabían qué sentir en ese momento, ¿emoción? ¿Enojo? ¿Celos? ¿Confusión? ¿Desilusión? Quizás, ¿todas juntas?

Cuando sus miradas se conectaron, los dos fruncieron el ceño. Azul y rojo. Agua y fuego. Frío y calor. Sería como una especie de batalla feroz que ninguno de los dos pretendía perder.

—¿Te gusta Solomon? —preguntó Sitri.

—No —se apresuró a responder Dantalion—, yo a él lo amo; estoy perdidamente enamorado de Solomon. Aunque apenas y te conozco, sé cuáles son tus intenciones y déjame advertirte una pequeña cosa: no pienso dejar que me lo quites.

—¿Qué te lo quite? —Se burló Sitri—. Estoy seguro que Solomon no es de tu propiedad y mientras ustedes no sean nada, él está libre y puedo acercarme tanto cómo quiera.

—Yo solo cumplo con advertirte —se acercó quedando frente a frente con una desafiante mirada que se volvía más amenazante gracias a su alta estatura—. Solomon es mío —y terminado de decir esas palabras, se retiró determinado a salir victorioso en esa guerra a punto de estallar.

 

 

La ducha caliente que prometió darse William al llegar a su hogar, ahora era una helada que prometía quitarle todos aquellos pensamientos de su mente.

¿Qué había sido todo aquello? ¿Por qué intentó besar a Dantalion en los labios? Y más aún, ¿por qué éste le había parecido atractivo?

Restregó sus manos sobre su cabello, haciendo volar varias gotas que aterrizaron en la pared.

Todo tiene una explicación científica, así que, si buscaba una respuesta lógica, sería que las hormonas sexuales que segregaba su hipófisis ya estaban despertando su deseo sexual. La FSH y la LH[2] estaban fuera de control y solo se había dejado guiar por el instinto. Pero, ¿por qué con un hombre? A esa pregunta sí no le quiso buscar ninguna respuesta.

Ya un poco más calmado, entró a su habitación con solo una toalla en la cintura, encontrándose con su hermano sentado en la cama.

—¿Te debo seguir repitiendo que a mi habitación no entres sin permiso?

Solomon solo sonrió, pero no dijo nada. Miró a su alrededor, mientras su hermano se vestía.

William era un chico bastante ordenado con sus cosas. Los libros estaban perfectamente colocados en estantes de una manera que William sabía cómo encontrar. Solomon por su parte, no se molestaba en organizarlos, estaban por toda la habitación y sin un orden en específico.

—¿Se te ofrece algo en especial? —preguntó William luego de vestirse.

—Nada.

El silencio reinó por unos segundos, antes de que Solomon volviera a hablar:

—¿Qué hacías tan cerca del rostro de Dantalion? —preguntó suavemente—. ¿Querías besarlo?

Esa pregunta dejó estupefacto a William. No sabía cómo responder y no quería dar la excusa de las hormonas, porque eso quería decir que sí estuvo a punto de besar los labios de Dantalion.

—¡Claro que no! —respondió fingiendo haber sido ofendido—. Solo intentaba despertarlo.

Solomon sonrió, pero no dijo nada.

—Oye, Solomon —susurró William, acercándose a su mesita de noche para apoyarse de ella—, ¿nunca has pensado salir con alguien?

—Salgo con varias personas.

—No me refiero a eso, quiero decir que si no has pensado en estar en una relación.

—¿Amorosa?

William asintió.

—La verdad, nunca lo he pensado —respondió con una pequeña sonrisa—. ¿Por qué preguntas?

—Porque no me imagino a ti en una relación de ese tipo.

Solomon rio ante ese comentario y después preguntó:

—¿Y tú? ¿Has pensado en salir con alguien?

—No por el momento. Ahorita solo quiero centrarme en mis estudios, pero cuando se dé, se dará.

—Mientras no sea con la persona equivocada —aportó Solomon con una sonrisa.

—Sí, mientras no sea con la persona equivocada —repitió William en un susurro, antes de ser jalado por el brazo y quedar de rodillas en el suelo.

Solomon recostó la cabeza de su hermano en sus piernas y comenzó a peinar sus cabellos con toda la delicadeza posible.

—¿Qué es lo que te ocurre ahora? —preguntó William ya acostumbrado a las rarezas de Solomon.

—Que te amo —murmuró—, y tengo miedo.

—¿Miedo de qué?

Solomon tomó el rostro de William y lo observó con cierta tristeza.

—De que ese amor me obligue a odiar.

—¿A odiar? ¿A quién?

—No lo sé… tengo miedo de que sea a ti…

William no sabía qué decir respecto a eso, pero, sin duda, le había provocado ciertos escalofríos. No obstante, no se dejaría intimidar. Se logró librar de su hermano y se levantó mirándolo enojado.

—¡No sé cuál es tu maldito problema, pero no tolero que digas esas cosas que tú solo entiendes! —gritó con la autoridad tan propia de él—. ¡No sé a qué te refieres con eso del odio, pero soy yo quien te está odiando por esa maldita actitud! ¡Así que cuando decidas actuar como una persona normal, hablamos!

William salió de su habitación y luego de la mansión. No sabía por qué le había gritado a Solomon, pero sentía estar enojado con él por algún motivo.

Quiso calmarse y buscar su paz interior, así que optó por caminar y despejar su mente.

No supo cuánto tiempo duró esa caminata. Pero se había alejado bastante de su hogar, llegando a encontrar un lugar bastante tranquilo donde podía sentarse y relajarse, muy lejos de la mansión.

Cerró los ojos sintiendo la suave brisa abofetear su rostro y jugar con sus cabellos. No supo cuánto tiempo había transcurrido, pero, al abrir sus esmeraldas, el cielo ya estaba arrebolado y la luna ya se asomaba levemente.

Supo que ya debía regresar, Solomon y Kevin, su mayordomo, debían estar preocupados por él. Se levantó para retirarse, pero la misma brisa, que minutos atrás lo acariciaba con gentileza, comenzó a golpear más fuerte, siendo acompañada por gotas de agua que comenzaron a acariciar su piel y empaparlo por completo.

¡Y por la teoría de Darwin! ¡Estaba muy alejado de su hogar y había ido caminando! ¡Había olvidado su celular y no podía comunicarse a la mansión!

Sin encontrar un refugio, decidió correr hasta su hogar, a pesar de que tenía muy mala condición física. Supuso que si se apresuraba, podría evitar el resfriado.

 

 

Dantalion se hallaba prácticamente solo en su mansión. Su madrastra estaba de viaje y se había llevado junto con ella a su hija, por lo que podía sentir mucha paz sin su hermanastra rondando por los alrededores. Sus dos hermanos —bueno, medios hermanos— estaban haciendo un trabajo escolar con unos compañeros, o algo así. El único que se hallaba ahí con él era su mayordomo, Baphomet.

Con la ausencia de sus hermanos y su hermanastra, podía escuchar relajantemente la lluvia caer.

No sentía ganas de convivir con nadie. Seguía molesto por la cercanía que comenzaba a tener ese afeminado de Sitri con Solomon. Ese niño bonito le había declarado la guerra y él estaba dispuesto a ganarla, junto con todas sus batallas.

No estaba dispuesto a permitir que le arrebataran a Solomon. Aunque éste no le perteneciera como tal, Dantalion lo quería solo para él.

Mientras intentaba aligerar su enojo, sus rojizos ojos admiraban la lluvia desde una de las enormes ventanas de la sala de estar. Fue cuando pudo apreciar el momento en el que un chico corrió por el frente de su mansión, siendo detenido por la manga de su camisa atorada en un árbol.

A pesar de que la visión del mundo exterior era distorsionada por las gotas desplazándose por la ventana, pudo reconocer perfectamente al chico; William Twining, el hermano gemelo de Solomon.

—¿Qué hace ahí? —fueron las palabras que Dantalion pronunció antes de tomar un paraguas y salir en su rescate.

William alzó la vista al sentir que ya las gotas no caían en su cuerpo, y se encontró con esa rojiza mirada y esas manos sosteniendo un paraguas que lo protegía de la lluvia.

—¿Qué haces? —preguntó Dantalion.

William apartó la mirada. Aún tenía el recuerdo de haber querido besar a Dantalion y no quería mirarlo a los ojos.

—Nada —respondió—, solo que la lluvia me tomó por sorpresa. Eso es todo.

Dantalion liberó la camisa de William y lo tomó de la mano jalándolo suavemente.

—Vamos a entrar.

—No es necesario —se negó rápidamente—. Prefiero irme a mi casa.

—Vas a resfriarte. Piensa en tu salud. Entremos.

Esta vez William no opuso resistencia. Cuando Dantalion tomó su mano, el rubio había sentido un pequeño escalofrío que le impidió negarse por segunda vez.

Acabó en la habitación de Dantalion, deteniéndose justo en la puerta. Su mentón tiritaba de frío y sus manos temblaban levemente.

—¿Qué haces ahí? Termina de entrar.

William no estaba acostumbrado a obedecer órdenes de los demás, pero en esta ocasión, no iba a quejarse. Entró a la habitación mirando detenidamente a Dantalion.

Era la primera vez que lo veía sin peinarse. Aunque su peinado era el mismo, su cabello se encontraba desordenado. No pudo evitar pensar que de esa manera se veía más atractivo, aunque peinado también se veía bastante bien.

Sacudió su cabeza ante esos pensamientos y, nuevamente, sus hormonas fueron culpadas de todo.

—En serio que eres un desastre —murmuró Dantalion, trayendo a William de vuelta al mundo real.

El pelinegro colocó una toalla en la cabeza del rubio y comenzó a secarlo. William se sintió un tanto incómodo, así que lo detuvo por las muñecas.

—Puedo hacerlo yo mismo —había dicho, pero Dantalion no cedió.

—Quédate quieto —se soltó del agarre para proseguir con su labor.

William pudo notar que Dantalion se encontraba enojado y creía saber por qué.

—¿Sigues pensando en lo de Solomon?

Dantalion se detuvo automáticamente al escuchar esa pregunta.

—Él todavía está libre. Puedes seguir tras su amor.

Huber no dijo nada; no quería hablar de eso. Posó la toalla en los hombros de William para llevar sus manos al primer botón de la camisa, desbotonándolo.

William se alteró.

—¡¿Qué demonios crees que haces?! —se alejó lo más posible de Dantalion, sintiendo que su corazón comenzaba a aumentar su ritmo.

—Debes quitarte esa ropa —respondió Dantalion con tranquilidad—. Está empapada.

—Esto sí lo haré yo.

—Está bien. Desvístete.

Ambos guardaron silencio, mirándose a los ojos, sin hacer ningún tipo de movimiento, solo el de pestañear y el de respirar.

William suspiró con cansancio ante la atenta mirada de Dantalion esperando a que se desnudara. Odiaba esa cara de idiota que tenía Huber en ese momento.

—¡¿Y tienes que mirar mientras lo hago?!

—¿Te avergüenzas? —Se extrañó Dantalion—. Ambos somos hombres.

—No me importa lo que seamos, no me desnudaré mientras tú observas —dijo entre dientes.

Dantalion suspiró con pesadez. No entendía cómo funcionaba la mente de William.

—Está bien —dijo—. Mientras «Su Excelencia William Twining» se desviste, iré a decirle a mi mayordomo que nos prepare algo caliente. La ropa limpia está ahí —señaló el armario con el dedo pulgar—. Agarra la que quieras. Ya regreso.

Una vez solo, el rubio suspiró.

Sin querer perder tiempo, se desvistió sintiendo el frío aire chocar salvajemente contra su piel. Podría morir de frío allí mismo.

Se vistió con la ropa más abrigada que encontró y se sentó en la cama a esperar a Dantalion, mientras curioseaba la habitación con la mirada, dándose cuenta en ese momento que Dantalion era adinerado. William pensaba que había entrado a Stratford gracias a una beca.

Suspiró quedamente, recordando cómo esa misma tarde estuvo a punto de besar a Dantalion.

Se pasó las manos por el rostro. Si no controlaba sus estúpidas hormonas, no sabría hasta donde éstas eran capaz de llegar.

 

 

—¡Oye, Baphomet! —tocó la puerta de la habitación de su mayordomo.

La puerta fue abierta, dejándose ver un hombre mayor, alrededor de los treinta años aproximadamente.

—¿Qué ocurre, amo?

—William está en mi habitación y se mojó con la lluvia. ¿Nos preparas algo caliente?

—Está bien, pero, ¿quién es William?

—Un compañero de clases —fue lo único que dijo.

—Oh… bien. Iré a la cocina.

Baphomet se extrañó que su amo le diera alojamiento a alguien. No es que Dantalion fuera una mala persona, pero rara vez se mostraba compasivo con alguien.

Sin embargo, a pesar de su extrañeza, prefirió guardarse sus opiniones.

Dantalion siguió a Baphomet hasta la cocina y se sentó en la barra que tenía la isla, en completo silencio.

—Puedo llevárselo a su habitación cuando termine, amo.

—Está bien —respondió Dantalion apoyando su codo de la barra y su mentón de la mano—, William siente vergüenza de desnudarse frente a mí.

—Oh… bien.

Baphomet sabía que algo le sucedía a su amo. No era muy común que actuara tan callado.

—¿Ocurrió algo? —se atrevió a preguntar.

Dantalion no quería hablar de nada, pero tratándose de su mayordomo, prefirió contarle.

—Hoy un chico ingresó al colegio —dijo—, y se enamoró de Solomon.

—Oh… —fue lo único que dijo Baphomet.

—Pero mientras Solomon no demuestre interés en él, creo que puedo estar tranquilo.

Baphomet lo miró de reojo, pero no dijo nada. Conocía los sentimientos que su amo sentía por ese tal Solomon y en esos asuntos prefería no involucrarse.

 

 

William escuchó la puerta ser abierta y vio a Dantalion entrando con una pequeña bandeja llena de galletas y dos tazas de chocolate caliente.

—Te ves adorable con mi ropa —dijo Dantalion medio en serio y medio en broma.

William era una cabeza aproximadamente más bajo que él. Al no hacer ninguna actividad física, era también mucho más delgado. Gracias a ello, su ropa le quedaba algo grande y le hacía ver como un adorable peluche de felpa o un tierno cachorro al que daban ganas de apapachar y pellizcar sus mejillas.

—¡Cállate! —murmuró William con un ligero sonrojo.

—Ten —le ofreció una de las tazas de chocolate, mientras se sentaba a su lado.

William aceptó el gesto, sin mirar los ojos de Dantalion. La incomodidad de haberlo querido besar todavía estaba presente.

Cuando comió una de las galletas, no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa ante el exquisito sabor que se expandió en su boca. En su vida había comido algo así.

—Son deliciosas —mencionó.

—Sí —respondió Dantalion con cierto orgullo—. Son las mejores que probarás.

—Y no lo dudo —afirmó William comiendo otra.

Dantalion llevó la mirada a la ropa de William y colocó su chocolate de regreso en la bandeja.

—Pondré tu ropa a secar —dijo levantándose y tomando las prendas—. Regreso en un rato.

Dantalion salió de la habitación, dejando a William nuevamente solo.

Un estornudo hizo eco en la habitación y se mezcló con el leve sonido de la lluvia que apenas y se escuchaba. William maldijo el hecho de enfermarse con facilidad cuando se trataba de un resfriado.

Cuando Dantalion regresó, se sentó de vuelta a la cama en total silencio.

—¿No tienes un celular para llamar a mi casa?

—Sí, pero gracias a la lluvia, la señal está muerta.

—Ya veo… —murmuró—. Deben estar muy preocupados por mí…

—Hablando de eso, ¿por qué estabas fuera con esta lluvia?

—Por nada. Salí a dar un paseo para despejar mi mente y la lluvia me atrapó por sorpresa.

Dantalion no dijo nada. Llevó una galleta a su boca, perdiéndose en sus pensamientos, pero un fuerte estornudo lo sacó de ahí rápidamente.

—¿Te encuentras bien? —preguntó preocupado.

—Sí, estoy bien.

Dantalion frunció la boca sin creerle. William se había empapado de pies a cabeza y sabía que estaba propenso a un resfriado. Quiso tocar la frente de William para medir su temperatura, pero el rubio lo detuvo.

—Te dije que me encuentro bien.

Dantalion dudó por un momento, pero luego apartó su mano. Si William decía algo, era mejor hacerle caso, aunque fuera mentira.

Pero en realidad, William no quería seguir abusando de la amabilidad del pelinegro. Dantalion le había secado, le había prestado ropa y le había ofrecido chocolate caliente y las galletas más deliciosas que había probado en su corta vida. Ya había hecho demasiado por él como para dejarlo atender su salud.

Llevó su mirada a la ventana pensando en su hermano. Debía estar preocupado por él.

—¿Hay algo interesante ahí? —preguntó Dantalion llevando su mirada a la ventana.

—Solo me pregunto cuándo dejará de llover. Debo ir a casa —respondió sorbiendo un poco de su chocolate.

—No creo que la lluvia se detenga en toda la noche y, aunque hiciera, yo no te dejaría ir a ningún lado. Te quedas aquí.

William lo observó con una ceja alzada, sin poder creerse lo que había acabado de oír.

—¿Y quién te crees tú para hablarme de esa forma?

—Tu futuro cuñado —dijo medio en serio y medio en broma.

—Sí, como no —rio William.

Dantalion rio con él y luego todo permaneció en total silencio.

William llevó su mirada a Dantalion, recordando nuevamente el momento en el que estuvo a punto de besarlo. Se enojó al recordarlo. Había estado tan bien sin pensar en eso.

Pero ya que estaba en ello, lo meditó. Era normal que a su edad de dieciséis años, las hormonas estuvieran alborotadas, pero, ¿tenía que ser precisamente de un hombre? No es como si se hubiese fijado antes en una chica, pero nunca sospechó que fuera homosexual. No es que estuviese algo en contra, porque el mismo Dantalion presente estaba enamorado de un chico, pero, ¿él también tenía esos gustos? Bueno, la verdad es que tampoco se había fijado en algún otro chico, solo en Dantalion y eso sí se le hizo un poco raro.

—¿Qué? —preguntó el pelinegro ante la atenta mirada del rubio.

—N-nada… —musitó William desviando la vista—. No sabía que tenías las orejas perforadas —aludió a los tres pendientes que Dantalion tenía en cada oreja.

—Ah, eso. Sí. En el colegio no está permitido, por eso no me ves usándolos allá.

—Yo sería el primero en arrancarlos de tus orejas si te veo con eso en las instalaciones del colegio.

—Ese es el otro motivo por el cual no los uso allá —admitió Dantalion—. Debo reconocer que eres aterrador. No por nada se te conoce como «Su Excelencia William Twining».

—De hecho es «Gran William Twining» —corrigió William—, lo de «Excelencia» lo inventaste tú.

—¿De verdad? —Se extrañó Dantalion—. Bueno, mi apodo te queda mejor que el otro. Eres un noble, después de todo.

El rubio sonrió, dándose cuenta en ese momento que el chocolate caliente y las galletas se habían terminado.

—Las llevaré a la cocina —dijo Dantalion recogiendo todo—. En un momento regreso, «Su Excelencia» —hizo una reverencia exagerada para luego retirarse.

William intentaba aparentar ser fuerte, pero ya se sentía mareado y su cuerpo le pesaba. Apenas y podía distinguir los objetos a su alrededor con sus ojos nublados y le costaba respirar, sintiendo su pecho comprimirse. La fiebre estaba subiendo cada vez más y sentía que caería en cualquier segundo.

Cuando Dantalion volvió de llevar la bandeja a la cocina, William se dirigió a él, intentando ocultar su resfriado.

—Ya que no me dejas ir a mi casa, ¿puedo saber dónde dormiré?

—En una de las habitaciones de huéspedes. Ven conmigo.

Al levantarse, las piernas de William le fallaron y todo se volvió negro a su alrededor. Sintió cómo iba cayendo al suelo, pero escuchó a lo lejos la voz de Dantalion gritar su nombre y sentir unos fuertes brazos rodeándolo, impidiendo que acabara en el piso.

—¡Estás ardiendo en fiebre! —regañó el más alto luego de tocar la frente de William.

El rubio sintió ser regresado a la cama, escuchando los pasos de Dantalion alejarse de él.

Su respiración estaba agitada y su cuerpo temblaba ligeramente. Odiaba sentirse de esa manera.

Al rato sintió su pecho ser acariciado por un trapo humedecido con agua tibia. Abrió los ojos y vio a Dantalion intentando bajarle la fiebre con una mirada preocupada. William no se dio cuenta cuando había regresado, pero poco le importaba en ese momento.

Su visión distorsionada se centró en los labios de Dantalion y cuando éste sacó la punta de su lengua para humedecerlos, un escalofrío recorrió el cuerpo de William y estaba seguro de que no era precisamente por el resfrío.

«Quiero besarlo —fue el pensamiento que se le cruzó por la mente, intensificándose cada vez más—, quiero besarlo, quiero besarlo, quiero besarlo, quiero besarlo, ¡quiero besarlo!»

El pensamiento se hacía cada vez más persistente, pasando de «quiero besarlo» a un «bésalo».

Tomó el hombro del brazo que Dantalion usaba para mojarlo con el trapo y lo usó de apoyo para levantarse.

—No te fuerces —le aconsejó Dantalion ayudándolo a enderezarse—. ¿Tienes sed?

La frente de William cayó sobre su pecho y Dantalion lo sostuvo rápidamente por los hombros.

El rubio rodeó el cuello del pelinegro y se aferró fuertemente a él. Sí, tenía sed. Estaba sediento de los labios de Dantalion y no soportaría ni un segundo más sin besarlos.

Con mucha dificultad, se acercó a los labios del pelinegro y sus bocas se aplastaron una con la otra, mientras que el corazón del rubio latió con fuerza, como si en algún momento fuera a dejar de hacerlo.

William jamás se había sentido así. Era como si el tiempo se hubiera detenido y ya no existiera. Creyó que era tonterías de las chicas, pero ahora sabía que las mariposas en el estómago eran reales y cuando éstas aparecían, solo significaba una cosa: estaba enamorado.

Dantalion, por su parte, no salía de su asombro. Sentía como los labios de William se movían sobre los suyos, entregándole su primer beso —y lo supo por la falta de «inexperiencia» que mostraba el rubio—. Ya para cuando entró en sí, presionó los hombros de William, dispuesto a separarlo, pero por alguna razón, no lo hizo.

Las manos de William se posaron en su nuca para profundizar más el beso y Dantalion, dejándose llevar, lo tomó de la cintura y lo besó como nunca antes había besado a nadie. Sus besos pasaron a recorrer todo el rostro del rubio, antes de volver a devorar su boca.

El sabor lo sintió el más exquisito de todos, quizás por las galletas que se habían comido. El caso era que no quería detenerse y no pretendía hacerlo.

William guio los labios del pelinegro a su cuello y Dantalion no se opuso en absoluto. Besó la piel blanca del rubio, sintiendo como éste recostaba su cabeza en su hombro. Dantalion le dio un pequeño beso en sus cabellos dorados y hundió su nariz en ellos, abrazando muy protectoramente a William. Dándose cuenta en ese momento lo que había hecho.

Intentando no pensar en lo ocurrido, Dantalion llenó un vaso con agua y se lo dio de beber a William, para después recostarlo suavemente en la cama y fingir que nada había sucedido.

William, por su parte, no le apartaba la mirada encima al pelinegro, con sus ojos entreabiertos y la visión borrosa, mientras sentía cómo ese trapo húmedo volvía a rozar su piel.

El rubio no podía creer que hubiera descubierto estar enamorado, pero no tenía ni la menor idea de cómo o cuándo ocurrió. Siempre, en las horas que coincidían libres, él y su hermano estaban juntos y a su compañía se sumaba Isaac, que siempre estaba con William, y Dantalion que no desaprovechaba ninguna oportunidad para pasar tiempo con Solomon. Fue inevitable no fijarse en la forma de ser del pelinegro, convivir con él y conocerlo y, en algún lapso de ese tiempo transcurrido, algo se sembró, brotó y floreció. Y ahora ya no sabía ni qué hacer con ese nuevo descubrimiento.

De repente, todo quedó a oscuras mientras la lluvia aumentaba su intensidad. Se había cortado la electricidad y ahora no podían ver absolutamente nada. Sí que apestaba.

—¡Genial! —se quejó Dantalion.

Llevó la mirada a la puerta cuando su mayordomo entró con un par de velas encendidas, iluminando un poco la habitación.

—Amo —se acercó colocando una de las velas en la mesita de noche—, ¿cómo se encuentra el joven William?

—Todavía tiene fiebre y estuvo delirando hace rato.

«¿Delirando?», pensó William confundido.

En ese momento estaba más consciente que nunca, ¿cómo podía decir que estaba delirando?

—¿Necesita que le ayude en algo? —se ofreció el mayordomo.

—Por el momento, no.

—De acuerdo. Llámeme si necesita algo —luego de una pequeña reverencia se retiró.

William se aferró fuertemente al brazo de Dantalion, deteniendo sus movimientos y llamando su atención.

Cuando el pelinegro posó su mirada en el rostro del rubio, la poca luz que daba la flama de la vela le dio una apariencia totalmente diferente a William. Con sus ojos esmeraldas entrecerrados y el cabello en su rostro, no se parecía en nada al prefecto y arrogante William, que atemorizaba a toda Stratford con una mirada. Ese rostro tan tranquilo, que apenas se distinguía por la escasa luz, definitivamente no podía ser de William.

«Solomon», pensó Dantalion totalmente hipnotizado como para darse cuenta que el chico que estaba ahí, no se trataba de quien se supone que él estaba enamorado.

William estiró sus manos, queriendo tocarlo aunque fuese con la punta del dedo meñique; sentir de nuevo sus labios sobre los suyos y devorarlos hasta que se salieran de curso y viajaran a cada rincón de su cuerpo. Lo quería solo para él.

Dantalion, completamente lejos de la realidad, acortó la distancia entre su rostro y las manos del rubio, complaciendo a William. Las manos estaban calientes a causa de la fiebre y esa calidez sí que se sentía bien.

Dantalion fue acercándose lentamente al rostro contrario, siendo esta vez él quien besó a William. Un beso tan tierno y delicado, lejos de lujuria y perversión; un beso que se fue intensificando por los hambrientos labios de William que se comenzaron a mover sobre los de Dantalion como una fiera salvaje.

Dejándose llevar por el momento y por lo sucio que su imaginación le jugaba en ese momento, subió arriba del rubio olvidándose de la fiebre, de la luz, de la lluvia, de su mayordomo, del agua tibia que ya enfriaba poco a poco y, por sobre todo, de William.

Con Solomon en sus pensamientos, Dantalion continuaba con el beso, intentando ir lento, pero los labios del rubio se movían con tal desesperación que le era imposible seguir el ritmo y, más aún, cuando la lengua de William entró en su cavidad bucal y la recorrió por cada rincón.

Para William, ese sabor era mucho más exquisito que las galletas que recién había comido, y esas galletas sí que eran deliciosas.

Se preguntó en ese momento qué tan exquisito sería continuar con aquello y llegar lo más lejos posible. No solo probar los labios de Dantalion, sino también probar cada rincón de su cuerpo; ser un solo ser. Quería sentir al moreno mucho más de lo que lo estaba sintiendo.

Decidido a no quedarse con las ganas, escabulló sus manos por debajo de la camisa de Dantalion, pero éste le detuvo tomándolo por las muñecas y separándole los brazos. Entrelazó sus dedos con los de William, para continuar con aquel beso, mientras sentía cómo las piernas de, quien creía era Solomon, se enrollaban en su cintura y lo atraían más a su cuerpo.

Dantalion no tenía ninguna intención de sobrepasarse con él. Solo quería seguir disfrutando del beso sin ir más lejos, aunque el cuerpo de debajo de él se lo reclamara a gritos.

Al paso de los minutos, el beso fue disminuyendo su intensidad, convirtiéndose solo en besos cortos y lentos. Y, gracias a la temperatura que se elevó en el cuerpo de William, le ayudó a sudar e irse deshaciendo de la fiebre. Una fiebre que, desde hace unos minutos, había olvidado que tenía.

No sabían cuánto tiempo había pasado desde que comenzaron a besarse, pero, a pesar de que los dos lo estaban disfrutando, a ambos ya les estaba atacando el sueño.

Dantalion se separó lentamente y se recostó a un lado de la cama, atrayendo el cuerpo de William para abrazarlo. El rubio inhaló el olor embriagante de Dantalion y se aferró más a su cuerpo. Quería permanecer de esa forma y, si era posible, para siempre. Pero sabía que no era posible.

—Dantalion… —susurró abrazándolo aún más—, te amo —y dijo esas palabras tan difíciles de pronunciar, como si las dijera todos los días.

—Yo también te amo…

William sintió paralizarse al escuchar esas palabras. Debía estar dentro de un sueño, seguramente.

—Solomon…

Pero con eso, sintió su corazón comprimirse y pequeñas lágrimas se asomaron en sus ojos. Era de esperarse.

Escondió su rostro en el pecho de su acompañante para no sentirse como un verdadero idiota.

—No soy Solomon —murmuró—, soy William —corrigió intentando contener sus lágrimas.

—¿William? —repitió en un susurró antes de quedarse dormido.

El rubio solo suspiró profundo. Si podía tenerlo dormido entre sus brazos, solo por una vez, entonces no desaprovecharía esa oportunidad.


[1] Frase sacada de una canción de rap perteneciente a W. Xino y SolamenteMay:

 

http://www.youtube.com/watch?v=doWYxLeQCho

 

[2] En el hombre, la FSH (folículo-estimulante) es la hormona que forma los espermatozoides, multiplicando y desarrollando en los testículos las células germinales y la LH (luteinizante) es la que se encarga que los testículos secreten la hormona testosterona.

Notas finales:

Quiero galletas :’(.

Espero y hayan disfrutado el cap. Me he esforzado mucho en reescribirlo y espero que haya quedado mejor que antes.

La razón de que esté en cursiva es porque se trata de una escena retrospectiva (flashback).

Sin más que decir, los dejo con el resto de los capítulos. ¡Los amo!


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