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Un ‘gracias’ perdido en el tiempo _Parte 2_ por Jinsei No Maboroshi

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02

Pasaron dos meses de ensayos continuos en aquel garaje, y una nueva temporada de conciertos se daba inicio.

 

Las riñas entre Tetsu y Hiro no se detenían, e incluso Pero ya no tenía efecto en tales roces.

 

Entristecido por la tan marcada ausencia de su amigo Ken, que finalmente le había olvidado, y las presiones que ser el líder del grupo le imponía, necesitó un escape de aquella realidad.

 

Esa evasión se la dio el simple caminar, que su cuerpo recordaba sin premeditación, y que le condujo hasta aquel casón en permanente actividad. Ingresó con sigilo, y tras pedir el turno, esperó la llegada del horario en el bar, tomando la tan nostálgica caipiroska.

 

Necesitaba volverlo a ver, porque precisaba mostrarse a sí mismo que su vida era demasiado buena, y convencerse de aquello a través del dolor ajeno. No era ninguna perversión, sino el simple despertar a la realidad.

 

Era ver el rostro real del mundo, y comprender cómo los años de infancia y adolescencia despreocupada le habían ocultado lo que la humanidad destrozaba en los oscuros parajes de la indiferencia.

 

Miró su reloj tras tomar los restos de su trago, y se dirigió al pasillo tan bien recordado. Cruzó la puerta dorada, y abrió con lentitud la roja metalizada.

 

Era la tercera vez que le veía, y siempre lo había hallado en iguales condiciones. Lastimado y agitado, ocultando su rostro.

 

Eran la actitud propia del que, cansado de vivir, se ocultaba.

 

Aquello no era vida. Mucho menos una elección.

 

Ingresó en silencio y se sentó en el borde de la cama.

 

Akai, aún sintiendo los efectos de la reciente sesión, logró percibir un aroma que renovaba el que ya estaba impregnado en su piel. Un aroma a colonia suave e infantil, que le llamó la atención.

 

Giró su rostro, y entre sus mechas que le obstruían la visión, logró definir la figura de aquel japonés que aparecía por tercera vez en su vida.

 

…ste, le sonrió con amabilidad, y le acomodó los cabellos desordenados que caían sobre sus mejillas.

 

-¿Tú? ¿Otra vez?

 

-¡Ee! ¿Cómo estás? –Tetsu le preguntó casual, notando con un poco de dolor el moretón sobre un pómulo del joven, que parecía estar presente desde hacía varios días.

 

-¿Por qué regresas?

 

-¿Mn? ¿Mo leíste la carta? –le miró curioso y Akai, abrió sus ojos con vergüenza. Se sentó con lentitud en la cama, y sacó del cajón de su buró un papel doblado en cuatro.

 

-¿Esta?

 

-Ajá.

 

-Ah... –la abrió y la miró. Sólo podía entender el hiragana, y algún kanji que aún recordaba. Tuvo vergüenza, y sin percatarse de ello, se sonrojó.

 

-¿No la habías leído? –preguntó con descreimiento el muchacho de cabellos naranjas, notando cómo los ojos del pelirrojo saltaban de una línea a otra, y regresaban a las primeras. No parecía leer.

 

-Gracias. Es muy linda –le dijo con el mirar evasivo. Sólo había comprendido el kanji de ‘comer’, el de ‘día’, y el de ‘cuídate’. Mordió su labio inferior, con tristeza de no entender. Pero calló.

 

-¿Mn? ¿Qué dice? –inquirió  sospechando de repente lo que en realidad ocurría.

 

-¿Eh? –sus ojos se abrieron manifiestamente para contemplarle con fijación–. Que coma, y que me cuide.

 

-¡Dice más que eso…! –levantó una ceja, y se acercó a la carta que el pelirrojo tenía en sus manos.

 

-Ah... –no sabía qué decir al respecto. Su corazón latió con fuerza. Percibió todo lo que había perdido, todo lo que le habían arrebatado.

 

-¿No sabes leer? –le susurró con voz calma, y Akai se tensionó, con un mirar nervioso.

 

-¡Claro que sé!

 

-Léeme esto... –le señaló una frase, con una serie de kanjis de secundaria, pero el muchacho sólo calló.

 

Tetsu, sin insistir más, tomó con suavidad el papel de sus manos, y le observó con una sonrisa.

 

-Te leeré: “Akai. Perdona que me haya ido sin saludarte, pero te veías muy cansado. Preferí dejarte dormir. No te descuides, y come mucho. Dentro de unos días volveré para ver cómo te encuentras, y podremos charlar más. Cuídate, Tetsu”.

 

-¿Ah? ¿Esas dos últimas son tu nombre? –se incorporó con suavidad del centro de la cama, y, arrodillándose sobre ella, más cerca de Tetsu, no sin hacer una mueca de dolor por el movimiento, miró el papel para apreciar aquel nombre escrito.

 

-No sabes leer –le afirmó con tristeza.

 

-Sí. Sí sé. Pero no todo –corrigió con un susurro en plena conciencia de su decoro. Tenía vergüenza de algo que no había elegido.

 

-¿Has ido a la escuela?

 

-Sí.

 

-Pero no la completaste... ¿verdad?

 

-Bueno... sólo hasta los 15... –se detuvo. No le explicaría a un desconocido su pasado. Su amo no se lo perdonaría.

 

-¿Por que? –insistió el japonés de cabellos anaranjados con su suave tono de voz. Deseaba saber de aquel pasado, de la decisión de tal vida, de todo lo que le rodeaba a ese pelirrojo, para ayudarle, para comprenderle, para darle tal vez, lo que la vida le daba a él mismo en demasía.

 

-No preguntes... –le miró con suplica y Tetsu detuvo su incipiente interrogatorio. Miró hacia un costado, y sonrió llamando la atención del pelirrojo. Una idea rayó su mente, y su corazón se inflamó en benevolencia. Quería ayudarle, y ya tenía una pista para ello.

 

-¿Quieres que te enseñe?

 

-¿Mn? –parpadeó sorprendido. El tiempo se detuvo un instante. Akai, arrodillado sobre el colchón, miró fijamente el rostro amable que le sonreía, que se le ofrecía sin pedir a cambio nada. Demasiado bueno para que fuera realidad. Sólo podría ser una quimera, como siempre.

 

-Si quieres...

 

-¡No! ¡No! -interrumpió. No quería más ilusiones.

 

-¡Pues qué pena! El cliente siempre hace lo que quiere, así que yo quiero enseñarte lo que te falta –le miró con una sonrisa amable, y Akai, sintiendo una súbita calidez emerger de su estómago no pudo más que contemplar con asombro aquella decisión.

 

Bajó su vista hasta el lecho, apreciando las manchas rojas que allí se exhibían. Aspiró con fuerza, llenándose del aroma juvenil que ese japonés a su frente utilizaba.

 

Lo miró nuevamente, y sólo pudo contemplar el vívido color amarronado de sus gentiles ojos, con esa sonrisa simple, que tenía magia propia.

 

Y lo percibió.

 

Un suave burbujeo interior le cosquilleó el abdomen sólo por un segundo.

 

Sólo por un instante.

 

******************************

 

Y así comenzaron a pasar los meses, en donde Tetsu variaba su tiempo en ensayos, en conciertos, en luchar por dar ánima a su grupo, con el trabajo alternativo que hacía para recaudar dinero, que en parte se lo llevaban los costosos turnos que pagaba por visitar a Akai, y enseñarle a leer.

 

Akai, sorprendido por la calidez del japonés, había comenzado a sentirse más relajado con él, permitiéndole conocer pequeños fragmentos de su pasado, alejados de lo que había sido el día final de su libertad. Sólo evocaciones de niñez.

 

No le hablaba de su trabajo, ni del por qué de su permanencia en tales condiciones, y Tetsu aceptaba con aquellos requisitos la presencia de su amigo. Aún llamándole por un nombre falso, aún sintiendo lástima, aún queriendo hacer algo verdadero para ayudarle, Tetsu y Akai comenzaron a desarrollar una profunda amistad, basada solamente en sus almas. No había ni nombres ni pasados que los diferenciaran más allá del presente que daban por sobreentendido.

 

Y en aquel transcurrir, los días comenzaron a pasar, y entre visitas sorpresas, sonrisas sin mezquindad, amabilidad sin interés, y roces delicados de cariño puro, Akai desarrolló con lentitud, un sentimiento que había olvidado por años: la amistad, que sin percatarse, comenzaba a abrillantarle la mirada, y hacerle sentir menos desdichado.

 

La brutalidad de los clientes y de su propio amo, eran opacadas por la sola idea de que vivía para encontrarse con ese japonés que le enseñaba kanjis, que le hacía escuchar música, y que le miraba con lástima, pero a diferencia de los tantos otros, intentaba ayudarle, con su limitada posibilidad.

 

Y Akai lo agradecía.

 

Porque era el único gesto que había notado en una persona, hacia el, durante muchos años, sin rastro de codicia, de lujuria, de vanidad. Sólo una entrega calma de pequeños detalles, que le llenaban inconscientemente.

 

-¿Keiko?

 

-¿Sí? –la voz del otro lado del auricular le contestó con rápida actitud.

 

-¿Quién es el próximo cliente? –preguntó intrigado. Durante aquellos meses, Akai había adquirido la costumbre de conocer previamente el cliente que en pocos minutos le iría a torturar. Sólo era una forma de hacer más dulce la espera de su pequeño descanso.

 

-El músico.

 

-¡Ah! Gracias.

 

Sonrió con tranquilidad. Su anterior cliente había sido amable, y su cuerpo no estaba agredido. Tuvo la suficiente fuerza como para levantarse e ir al baño a ducharse.

 

Rápidamente cambió las húmedas sábanas, y las reemplazó por otras limpias, cuyo aroma era notado en el tan viciado lugar.

 

Se sentó sobre ellas, vistiendo un pijama blanco, y terminando de desenredar con un peine su largo y rojizo cabello.

 

Su mirar en esos minutos de dulce espera, comenzaba a centellear en ansiedad, en calidez súbita que atacaba con delicia su interior. Era esos momentos por los cuales aún resistía.

 

Esperó con avidez hasta que la puerta finalmente se abrió, y tras ella, apareció un curioso joven que miró con temor hacia la cama.

 

Tetsu sabía que aquella situación sólo manifestaba la buena predisposición de Akai, y le aliviaba, reconociendo en ello que el joven no estaba herido, alegrándole levemente.

 

Infinidad de veces lo hallaba arrojado sobre la cama, en la misma posición que el último cliente le había dejado, sin intenciones de moverse, calmando con angustia el dolor generalizado en su cuerpo, cubriéndose con las sábanas sangrantes, en un irónico gesto de decoro que tenía sólo para con el músico. Aquellas imágenes, le espantaban de sobremanera, y sólo favorecían a incrementar su esmero en aliviar esa dura vida. Sentía su corazón hinchado en compasión e impotencia.

 

Pero esa tarde, era de las pocas veces en la que abría gustoso la puerta. Un Akai esperándole, con toda la voluntad de aprender.

 

Viendo la sonrisa que Akai le retribuyó ante su presencia, le sonrió en igual gesto, y cerró la puerta.

 

Llevaba una mochila a sus espaldas, como era de costumbre, donde escondía todos los libros, y a veces, llevaba algún chocolate de incógnito para entregárselo a su amigo, que en aquellos fragmentos de pasado que le solía exponer, había descubierto su pasión por el mismo.

 

-¡Akai! ¡Qué bien te ves! ¡Me alegra mucho verte así! –le comentó con un cierto aire de satisfacción, al sentir el aroma a limpio de las sábanas y del cabello del joven. Lo miró con compasión oculta tras su semblante.

 

-Me siento bien, Tetchan –le sonrió.

 

Habían generado en algún momento de la amistad, el pasaje de la formalidad a los modos amistosos, y el pelirrojo había reemplazado el nombre del joven por otro más amigable. También había cambiado ciertas cosas, sólo por Tetsu. Una de ellas eran las sábanas y su aseo.

 

Akai, sabiendo del desagrado que Tetsu tenía a ese hedor que ya no lograba percibir, se empeñaba en bañarse antes que llegara su amigo, siempre que su cuerpo se lo permitiera, y cambiaba las sabanas, para pasar esa hora en compañía con la sensación de pureza que el joven músico de por sí, siempre le llevaba. El pelirrojo apagaba los molestos faroles escarlatas y encendía las luces generales que iluminaban el cuarto sin temor, demostrándole a Tetsu cuán blanca era la piel del muchacho, producto de los años de encierro, sin nunca haber salido al sol. Aquella blancura, resaltaba demasiado las agresiones corporales que muchas veces Tetsu observaba en la piel del muchacho, que a pesar de su empeño en taparlas, muchas veces le era imposible.

 

-Toma, es para ti –le tiró una barra de chocolate sobre el lecho, y Akai, con un brillo especial en sus ojos, la tomó con añoranza, y abrió el paquete para morder un trozo. El sabor a infancia le agradaba. Siempre le convidaba a Tetsu, pero éste negaba, sabiendo cuánto más lo deseaba el joven que él. Y es que se veía simplemente feliz, saboreando algo tan simple. Era en esos momentos que Tetsu se culpaba. Muchas veces él perdía la noción de la importancia de probar un simple chocolate. Muchas veces, casi todo el tiempo, olvidaba el disfrute de las pequeñas cosas.

 

-¡Gracias, Tetchan! –le sonrió con maravilla.

 

-Bien. ¿Has hecho la tarea? –le preguntó con simulado tono intelectual, y el pelirrojo asintiendo, mientras mordía otro pedazo en la barra de chocolate, le seguía el juego inocente del que eran cómplices.

 

Akai se estiró sobre la cama, en dirección de la pequeña mesa de luz a su costado, y sacando de ella una hoja, se la entregó a Tetsu, quien la tomó.

 

Era la pequeña composición que le había pedido realizar, con el único fin de utilizar palabras difíciles y escribirlas en kanjis que ya no recordaba o bien desconocía. Tetsu se admiraba de que a pesar de aquella falencia, el muchacho tuviera una innata capacidad de expresión. Lograba manejar las palabras con suma facilidad, con la misma, con las que las aprendía.

 

Pero aquella vez, era aún más escalofriante. Una letra llena de dolor, que a medida que leía, podía sentir que notas de fusas y corcheas se plasmaban en un pentagrama mental, que le daban música a medida que la leía. Y no pudo contenerse. La cantó, dándoles las notas que atacaban su mente en una especie de trance superior.

 

Akai, extrañado por ese tono de voz, le miró con asombro todos los minutos que estuvo cantándola. Había percibido una inflexión agradable, que daban vida a la perfección a sus palabras escritas.

 

-¡Tetchan!

 

-¡Ah! –le miró de súbito, saliendo de aquel éxtasis, sonrojado por su desliz–. Perdón... yo...

 

-¡Cantas hermoso!

 

-¿Mn? –escondió sus labios con vergüenza, y bajó su mirada. Sin embargo, una brisa interna de leve alivio le invadió con dulzura, contrastando aquellas palabras con las permanentes criticas de Hiro. Le miró con agradecimiento–. ¡Ay! ¡No es nada! Es que esta canción es... ¡demasiado buena!

 

-¿Canción?

 

-Sí. Tiene formato de canción. Es poesía.

 

-¡Ah! –le sonrió divertido por la idea.

 

-¿Me la dejarías usar?

 

-¿Mn?

 

-Tú sabes... yo... canto...

 

-Sí, sé que eres músico, ¡pero no puedo creer que te interese eso! –levantó una ceja, en actitud descreída, y ladeó su cabeza dejando que su húmedo cabello cayera finalmente a su costado.

 

-Por favor.

 

-Como gustes –le miró con agradecimiento. Le parecía una broma, pero no le importaba. Sólo le interesaba ese momento. El simple compartir. El simple mirar tierno de ese ser a su frente, de ese joven que le contemplaba aún con lástima, pero se había acostumbrado a ella. Sólo vivía para ese momento tan aislado en el tiempo y la tortura. Pero lo saboreaba con suma pasión. Sólo una hora de paz. Sólo una.

 

Tetsu se arrodilló sobre la cama de Akai, con él a su lado, y desparramando los libros sobre el lecho, comenzaron con sus clases, repasando los kanjis aprendidos de la vez anterior, sus lecturas, y sus trazos.

 

Akai, cada vez más cerca del hombro de Tetsu, podía percibir el aroma juvenil de éste, rodeándole. Miraba los kanjis que su amigo le señalaba, pero más allá de eso, sólo podía distinguir esa calidez en su interior.

 

Sólo en aquella hora, esa sensación atacaba con dulzura su cuerpo. Sólo en esa hora, un suave cosquilleo le rozaba el vientre en dirección al pecho. Cerraba por segundos sus ojos, sólo para degustar aquella sensación tan amable. Pero los abría nuevamente, en busca de concentrarse en los kanjis, sintiendo con tranquilidad la presencia de su amigo y su tan simple colonia presente en el ambiente.

 

Se reprimía permanentemente, todas las veces detenía su impulso de abrazarle y sentir más intensamente esa piel aromatizada con tanta pureza.

 

Pero aquel día no resistió más.

 

La suave sensación lo estaba torturando con exquisito toque, y siguiendo su necesidad, se sentó más cerca de Tetsu, dejando caer su mentón sobre el hombro de éste, apoyando la punta de su nariz en el cuello del joven, apreciando con sumo placer el aroma a colonia infantil. El bajista, que hasta ese momento estaba explicando un kanji difícil, se detuvo al sentir el toque, y calló con asombro. Silencio. No quiso moverse, porque apreció la tranquilidad de su amigo, pero no le agradaba esa proximidad. O tal vez, le tenía miedo.

 

No lo sabía con exactitud.

 

Akai se dejó embriagar por aquella inmutable escena, no sabiendo cómo traducirla. Sintió un nuevo golpe interno de aquella dulce sensación, que le intranquilizó un poco. Sonrió en ese refugio aromático y cálido. La idea pasó por su mente, y le pareció deliciosa.

 

-Tetchan -su aliento chocó contra la piel delicada de Tetsu, produciéndole un suave erizamiento en la nuca–. ¿Por qué nunca lo has hecho? –le preguntó sin discreción. La duda aún presente.

 

-¿Mn? –se separó un poco, evitando confundir las cosas, y para su alivio Akai aceptó aquel rechazo sin molestia, para mirarle a los ojos.

 

-¿Por qué?

 

-¡No lo voy a hacer! ¡Ya te lo dije! –respondió antes de sentir la pregunta. La situación le había tensionado en temor, en inconciencia, en un sentimiento latente y dormido.

 

-Bien. No conmigo, pero, ¿con alguien más? ¿Por qué no?

 

Tetsu se detuvo. Hacía años que nadie le fastidiaba con el tema, y sin darse cuenta, el recuerdo súbito de Ken le esbozó una triste sonrisa en sus labios. Extrañamente, aquel pelirrojo comenzaba a ocupar su lugar, pero de una forma más amena, más sumisa, más culposa. ¿Qué importaba si confiaba en él? Ya lo estaba haciendo desde hacía mucho tiempo.

 

Tal vez abrirle una puerta más a su esencia, le ayudaría a comprender su actitud, a comprenderse mutuamente, a darle la confianza necesaria para que el pelirrojo le hablara sobre su propio pasado, tema siempre tan eludido. Le miró con sinceridad, y tras una sonrisa que distendió la situación, paso a explicarle:

 

-Para mí debe ser muy especial.

 

-¿Mn? ¿Qué cosa? –preguntó no comprendiendo, o tal vez, olvidando lo que para él mismo había sido su antiguo concepto.

 

-Si tengo que hacerlo, debe ser con la persona correcta, en el momento correcto. Es algo muy intimo... yo creo que debe ser especial.

 

-Mn... –miró los libros desparramados por el lecho, y no acotó más. …l también había deseado que hubiese sido especial.

 

Tetsu quiso saber sobre su amigo, porque también reconocía que, con aquellas actitudes, sus propias respuestas se evidenciaban, sin lugar a dudas. Pero aún así, Tetsu se empeñaba en hablar con él sobre su pasado, sobre su futuro, insuflándole una ilusión que el joven Akai había perdido hacia años.

 

-¿Y tú? –interrumpió los pensamientos del joven que se había ensimismado observando un libro abierto sobre el lecho. Aquella perturbación le hizo levantar el rostro y verle directamente a los ojos.

 

-¿Yo, qué? –le miró con sorpresa.

 

-¿Tú lo hiciste especial?

 

-¡No bromees! –le sonrió con tristeza, y un brillo instantáneo le iluminó la mirada, pero desapareció. Tetsu bajó su vista.

 

-Pero algún día... algún día lo harás especial, ¿verdad? –sonrió con vergüenza, buscando desesperado una esperanza a la cual sujetar a su amigo.

 

-¡Bah! ¿Algún día? Lo único especial en mi vida será la muerte... –continuó contemplando los libros, a pesar de notar el rostro extrañado de Tetsu que le miró con misericordia.

 

-No hables así... –suplicó con tristeza, para clavar la mirada en el mismo libro donde Akai la mantenía–. Algún día las cosas pueden cambiar.

 

-Eso está bien para ti, Tetchan –una vez más, la sonrisa dolida se dibujo en su semblante. …l sólo podía vivir de aquel momento simple que el joven de cabellos anaranjados le entregaba. De nada más.

 

-¿Qué? ¿No tienes ilusiones? –le miró de reojo.

 

-¿Ilusiones? ¡Bah! –silencio. No quería insuflar más lástima, por lo que prefirió cambiar el tema-. ¿Tú qué ilusiones tienes?

 

-Pues... –miró hacia el techo, con una sonrisa súbita–. Quiero ser un buen músico y tener mi propia banda. Vivir tocando música –aquel gesto feliz en su rostro, producto de la imagen que su mente había proyectado en el futuro, se deshizo ante su propio reflejo, en ese perverso espejo superior.

 

-Mn –le miró con gesto incrédulo o tal vez, con deseo profundo.

 

-¿Y el tuyo? Tú también debes tener un sueño, Akai, ¿verdad?

 

Su rostro desvaneció la mueca de anhelo que había esbozado, y simplemente la reemplazó por una insipidez profunda, mirando un punto lejano de su almohada, recordando todos los sueños que había tenido desde pequeño, y cómo a lo único que se había reducido su realidad, un deseo simple y concreto, le era imposible de consumar. Si cosa tan sencilla era irrealizable, todo lo demás no tenía sentido, eran sólo producto de fantasías, perdidas en la adolescencia.

 

Suspiró, pero calló. No quería dar más lástima. No más.

 

-¡Akai! ¡Vamos! ¡Dime!

 

-No.

 

-¿Ves? ¿Tienes un sueño? ¿¡Cuál es!? Vamos, vamos.

 

Tetsu insistió amable, apoyando su mano en la espalda de su amigo, para darle fuerzas a decir su meta. Se sintió feliz de haber logrado sonsacarle la esperanza a la cual aferrarse, con la cual insuflarle ímpetu a su abatido amigo. Akai, abrillantando sus ojos en tristeza, intentó con todas sus nervios acallar su espíritu, pero el gentil gesto de su amigo le destruyó toda compostura. No podía ocultarle aquello, porque si de alguien podía recibir ayuda, era de él.

 

-¡Vamos, Akai, sin vergüenza! Dime, ¿qué es?

 

-Salir de este infierno... –susurró con angustia, con un fallo suave en su voz.

 

Tetsu detuvo la mano que frotaba levemente la espalda de su amigo, y lo miró con tristeza. La culpa le generó nuevamente la sensación que por meses apreciaba en su cuerpo. Era sólo mirarle, y ver cómo su mirada opacada gritaba por ayuda, pedía que alguien especial se le acercara, y le diera la fuerza que perdía a cada instante. Verlo tras aquellos clientes que le destrozaban era lo que más angustiaba a Tetsu, pues notaba cómo aquella situación rompía en jirones la poca humanidad que apreciaba tener su amigo. 

 

“Salir de ese infierno.” Las palabras hicieron eco en su mente.

 

Sólo un sueño. Sólo una esperanza. Debía hallar algo que le salvara.

 

Debía, sin saber qué.

 

************************

 

-¡Oye! Tetsu, ¡estoy cansado de que siempre digas que no hay presupuesto! -gritó indignado el guitarrista.

 

-¡Pero es verdad! ¡No hay un solo yen! ¡¿Qué mierda quieres?! –le respondió con el ceño fruncido.

 

Meses de un nuevo estancamiento habían generado que la mitad de sus conciertos fueran cancelados por carencia de venta de entradas, y sus instrumentos, demasiado gastados, habían pedido el privilegio de la manutención. Sus ropas, harto vistas, ya no llamaban la atención, y su inspiración, inclusive la de Pero, había llegado a un limite, que ni la maestría de Hiro con su guitarra, ni las variaciones tonales en la voz de Tetsu podían reponer la situación y generar el ímpetu que la banda habían tenido meses atrás. Y es que la vida de la música japonesa era una constante corrida contra el tiempo. Las fans se olvidaban rápidamente de ellos, ante el surgimiento de nuevos grupos que con sorprendente velocidad tomaban sus lugares privilegiados, ante la imposibilidad de innovaciones.

 

Aquello estaba desgastando seriamente el grupo.

 

-¡Eres un imbécil! ¡Tetsu! ¡No hay presupuesto para nosotros, pero sí para ir al burdel! ¡Qué te crees! ¿¡Que no lo sabemos!?

 

-No es lo que creen...

 

-¡No me importa lo que hagas de tu vida! ¡PERO SI CON NUESTRO DINERO! –le gritó el guitarrista con fuerte acento grosero.

 

-¡ES MI DINERO! –replicó molesto de sentirse el niño una vez más, un joven que debía dar explicaciones a sus superiores, donde no los había.

 

-¡Es el dinero de la banda! ¡Infeliz! ¡Aquí trabajamos todos, pero tú disfrutas como si todo lo hicieras tú solo!

 

-Basta, chicos -intervenía inútilmente el baterista, pero la mirada furiosa de Hiro le detuvo de cualquier acotación adicional.

 

-¿¡Y qué dices de esto!? ¡TETSU! –continuó gritando, dirigiéndose a la mesa, y tomando de ella un periódico de espectáculo donde un subtitulo a media página comentaba el descenso de Raruku como un presagio del final.

 

-No. ¡No va a terminar aquí! –le miraba con osadía, rayando el capricho.

 

-No lo sé, ¡pero yo abandono el barco! ¡Húndanse ustedes dos! –comentó con soberbia, y arrojó el diario a los brazos de Tetsu quien sólo recibió el golpe, dejándolo caer al suelo, mirando a su guitarrista con el ceño fruncido, no queriendo comprender lo que le decía.

 

-¿Qué dices? –miró boquiabierto.

 

-¡Lo que escuchaste! Ya me uní a los Die In Cries.

 

-¿Qué? ¿Estás hablando en serio? –preguntó incrédulo el baterista.

 

-Por supuesto. Hay grupos que van a cuidar más a sus miembros –ironizó, mirando con molestia a Tetsu–. Aquí tienes el resultado, niño. ¿Ves? Tú y tu estúpida idea de no querer buscar una voz adecuada.

 

Diciendo aquello, Hiro tomó su guitarra, y, guardándola en silencio dentro de su estuche, partió de aquel garaje, sin la intención de regresar.

 

Tetsu, aún parado en medio del lugar, cerró sus puños con odio, frunciendo su ceño. Pero, solamente esperó en silencio.

 

Aquello sería una nueva búsqueda, otra búsqueda que, probablemente, ya no obtendría los mismos resultados.

 

Pero suspiró, y miró su gastada batería, negando con su cabeza.

 

L’arc en ciel estaba acabado.

 

*****************************

 

Una vez más, la calma tras la violencia.

 

El muchacho pelirrojo descansaba agitadamente sobre la cama, sintiendo cómo su amo, desnudo y sentado a su lado, se deleitaba una vez más con aquella manía grosera de inspeccionar los vestigios de su accionar encolerizado. Akai gemía ante el toque, adolorido profundamente. Su fisonomía, demasiado pequeña para el japonés ancho y alto que lo poseía, siempre resultaba seriamente agravada.

 

-Muy bien, Hideto. Muy bien –comentó con burlona voz, y se recostó sobre él, apoyándose sobre los hematomas que tenían las costillas del muchacho, adicionándole el dolor que aquello le causaba con el impedimento de respirar con facilidad.

 

-¡Ah…! Me duele... Sakura... –le suplicó, moviendo una mano sobre el brazo de éste, que apoyaba su codo sobre un profundo hematoma.

 

-¡No molestes! –declaró con fastidio, y le propinó un cachetazo, haciendo que Akai dejara su rostro tal cual el golpe le había obligado. Cerró sus ojos, mareado de súbito por el movimiento, pero los abrió al instante, con rostro ceñudo. Lo odiaba. Le repugnaba. Le indignaba–. Ahora, dime... háblame de Tetsu.

 

-... –calló sorprendido de que el tema llamara la atención a su amo, quien nunca se fijaba demasiado en los clientes, siempre y cuando éstos pagaran lo que era pedido.

 

-¿Sabes? Gasta mucho dinero en ti. Es extraño. Es un músico de mala muerte y ha llegado a pagar el doble por quitarles horas a ciertos usuarios.

 

-¿En serio? –su rostro aún mirando un punto alejado de la pared, de costado, dejó que la duda se materializara en palabras, con un suave y casi dubitativo tono.

 

-Está pasando algo aquí, ¿verdad? –le miró con socarrona sonrisa, pero Akai sólo evitaba ese mirar tan repulsivo, fijando sus ojos en la pared-. Siempre estás muy contento cuando se va.... ¿Qué significa eso? –Sakura ya sospechaba una extraña relación entre ambos. No sólo la asiduidad y las cifras que Tetsu gastaba en su esclavo le habían llamado la atención, sino principalmente el comportamiento que estaba comenzando a experimentar Hideto en los últimos tiempos. Su aseo personal y el del cuarto se habían enfatizado, y su actitud, más risueña y sonriente, eran lo que más sorprendía al alto japonés. No eran celos, sino la más perversa curiosidad lo que le motivaban a preguntar. Por alguna razón, sintió un extraño deseo respecto a ese curioso cliente. Sólo apetecía saber más al respecto, inspeccionar y tantear el terreno.

 

-Sakura... es sólo un cliente. Hago lo que él quiere. Como siempre me has dicho: El cliente hace lo que guste –intentó parecer impasible ante sus palabras, pretendió mostrarse con normalidad, pero no podía evitarlo. Por más que deseara expresar apatía, la cálida sensación en su vientre aparecía con tan sólo la evocación de tan tierno nombre, para que su mirar cambiara levemente, y sus palabras, se tornaran más suaves.

 

-Mn... ¿sabes? Me extraña esa obediencia en ti –le mordió el hombro, haciendo que sólo una mueca de dolor se crispara a en su rostro. El muchacho, desde que lo había traído e ingresado al mercado, nunca había resultado ser muy obediente, y aquella súbita sumisión le implicó una rareza. Sakura investigaría al respecto.

 

-Si quieres volver a hacerlo, hazlo –evadió el tema, con voz de reto, desafiante, con la única intención de alejar cualquier idea que estuviera elucubrando la mente de su amo respecto de su amigo. Tembló un segundo, ante la imagen de Tetsu en su mente, con su sonrisa y con su mirar. ¿Tendría el mismo final de sus padres? Deseaba protegerlo.

 

Sus pensamientos fueron detenidos por la súbita penetración de la que volvía a ser víctima, sintiendo con agravio la intensificación del daño, allí, donde ya sólo había heridas.

 

Una vez más todo se repetía, incluso el deseo de muerte.

 

********************************

 

Un suave sonido de picaporte le llamó la atención. Levantó su vista, hasta ese momento fija en las limpias sábanas, y miró con esperanza la puerta. Finalmente aparecía otra vez tras ella el músico de cálido mirar y contagiante sonrisa.

 

Akai aseado y perfumado, le esperaba sentado en la cama, con más dolores que de costumbre, pero satisfecho de saber que vería el rostro de su amigo. Sin embargo, aquella vez resultó extraña. El rostro de Tetsu tenía un profundo tinte oscurecido, y la hinchazón de haber llorado, marcaba con un suave rojizo el borde de sus ojos.

 

Su paso más pesado que el usual, hizo que se sentara en el borde de la cama, con una simulada sonrisa que Akai reconoció de inmediato. Algún problema le aquejaba.

 

Se mantuvo un momento en silencio, contemplando el suelo, mientras que el pelirrojo inspeccionaba su perfil. La sensación de calidez que siempre le embargaba, fue reemplazada por una angustia completa que le ahogó el pecho, en medio de su esternón golpeado. El vivía para ver a ese japonés sonreír, con el mirar iluminado. La imagen allí presente sólo le comprimía el corazón.

 

-¿Cómo estás, Akai?

 

-¿Qué pasó, Tetchan? –las palabras  en su más puro acento de preocupación, llamaron la atención de Tetsu, quien miró a su amigo por un instante. Sólo pudo percibir el brillo triste que había empañado sus ojos, producto de su propio estado anímico, y con cierta culpabilidad, volvió a evadir esquivo su mirada.

 

-Nada... –respondió, no queriendo preocuparle, pues ya tenía una vida lo suficientemente opaca como para reconocer la tristeza que le embargaba. Creyó que su amigo no entendería su pesar. En el fondo, tenía vergüenza de su propio abatimiento, de una magnitud superficial, comparándolo con la del muchacho de rojos cabellos.

 

En medio de aquel silencio, apoyó su mochila en su falda, y sacó los libros una vez más, desparramándolos sobre el lecho, bajo la mirada impasible de su compañero, arrodillado en medio de la cama.

 

Aquella iba a ser la última vez.

 

Akai, notando en demasía la extrañeza de su amigo, le volvió a insistir, recibiendo sólo negativas amables. Una profunda preocupación le invadió el alma. No podía verle en ese estado, porque ese ánimo era el suyo. Un joven como Tetsu, colorido y vital, no podía ser desteñido con la crueldad de la tristeza. La penuria era para él, la felicidad, para el japonés de cabellos anaranjados.

 

-¿Tetchan? ¿Qué sucede?

 

-Nada. No te preocupes... –le sonrió una vez más con tristeza.

 

Akai, sentado en el medio de la cama, tomó un libro, cansado de las evasivas, y miró con anhelo los kanjis que aún le faltaba aprender.

 

Extrañamente, Tetsu sólo hacía tiempo, inspeccionando varios libros, en una actitud fingida de buscar lo que no encontraba. Akai suspiró con tristeza, y le contempló en el mutismo. Sólo miraba su perfil, sus facciones, y el agraciado movimiento de sus brazos. Era demasiado amable, demasiado dulce, demasiado ingenuo. Era Tetsu.

 

Quería escucharle, sentir su voz, y no ese silencio que siempre le mortificaba. Pensó en algún tema, y sólo dejó que las palabras fluyeran.

 

-¿Ya le has dado música a la letra? –recordó de súbito aquella composición que había escrito, en un intento de hallar el Tetsu que le hacia sentir ese cosquilleo interior, más sólo logró que éste le mirara con rareza y nostalgia.

 

-Ya no va haber más grupo... –soslayó su mirada hacia el suelo, y fue cuando Akai, entre sorprendido y triunfal, comprendió la causa del estado inusual de su amigo. Sólo necesitaba desahogarle, sólo necesitaba ser su apoyo, como en todo este tiempo el joven de cabellos anaranjados había sido con él.

 

-¿Qué? ¿Qué pasó?

 

-Mi guitarrista me abandonó... ya no tenemos dinero, ni creatividad... mi grupo está muriendo...

 

-¡No! -parpadeó con lástima. Sabía cuán importante era aquel sueño para su amigo, porque en el fondo, él mismo se identificaba en el bajista. Ese inocente joven tenía demasiadas ilusiones con las que Akai se había nutrido, aún sabiendo de su mundo limitado. Vivía sólo para observar el brillo de realización en Tetsu, y no permitiría que nada le arrebatara esa luz propia que tanto irradiaba el joven y que él gozaba con ser el simple espectador de tal resplandor. Y en ese anhelo de consolarle, de darle fuerzas, apoyó una mano sobre el brazo del líder, casi sin notarlo, pues su cuerpo se había movido sólo. Tetsu, sintiendo su realidad caerse a pedazos, miró al muchacho pelirrojo con tristeza, agradado del suave toque, cuyo movimiento le había llevado una suave fragancia a su nariz. Fijó su vista en la de él, recibiendo de tan sufriente criatura, una profunda mirada de esperanza, de fuerza, de amistad que le hizo sentir extraño por un segundo.

 

-Sí. Larc en Ciel está destruido...

 

-¿Cómo puedes decir eso? –acarició su brazo, con cierta vergüenza, bajando su vista y dirigiéndola a los libros. Reconoció de inmediato lo que Sakura le había comentado. Un músico no muy famoso, gastando dinero de aquella forma, sólo para enseñarle algo que no tendría caso, que no le serviría, porque estaba condenado a esa habitación, su celda, e ilusionado con la presencia de aquel japonés. No había examinado la rareza de las circunstancias, y la forma en que repercutiría en su amigo. Debía hacer lo necesario para ayudarle, ¿pero qué podía realizar un simple animal como él, reducido a tal cárcel de concreto roja? Suspiró y le elevó su vista para fijarle en la de él, con una sonrisa profundamente triste, sin dejar de acariciarle el brazo–. ¡Tetchan! ¡No debes decir eso! No es justo para ti... tú has dado mucho a esa ilusión, deberías pelear un poco más...

 

-Pero estoy sólo. No sé cuánto durará mi baterista. Ya no hay mucho más que hacer... –sus palabras emergieron de la pura resignación, mirando el suelo, sin el valor suficiente de enfrentar a su amigo. La vergüenza de sentirse abatido ante él le incomodaba. ¿Cómo él, un niño mimado por la vida, podía sentirse derrotado, si aquel joven a su frente no tenía ni el criterio de lo que era la alegría?

 

-Yo... te ayudaría... si me enseñaras... –comentó con timidez, cerrando su mano sobre aquel brazo, aferrando con pasional deseo reprimido la tela del suéter.

 

-¿Mn? –Tetsu giró su rostro sorprendido, para contemplar el evasivo soslayo del pelirrojo.

 

-Yo no sé nada de música, pero te ayudaría... créeme... -se detuvo, y miró fijo la sábana. No había tenido en cuenta lo que estaba diciendo. Como si él fuera libre, estaba entregándole ayuda, como si él pudiera elegir su accionar. Suspiró en silencio, apenado de su triste realidad. Pero aún podía hacer algo para Tetsu. Algo que había guardado, sólo para cuando la situación lo requiriera.

 

Dejó el cálido toque del brazo del bajista, y se movió con dolor hacia un costado de la cama, en dirección a su mesa de luz. Estiró su brazo, y, abriendo el cajón de la misma, extrajo unas cuantas hojas escritas. Se las entregó a Tetsu, quien las miró con extrañeza.

 

-¿Qué es esto?

 

-Son... composiciones... como tú le dices –sus ojos se achicaron con su suave sonrisa, quizás producto de la vergüenza. Aún no podía creer que él, un semi-analfabeto, tuviera el derecho de decir tal cosa.

 

-¿Canciones?

 

-Hazlas canciones. Son tuyas. Sólo no desistas... por favor...

 

Tetsu lo miró, observando cómo el cabello húmedo y perfumado caía sobre sus hombros. Era la imagen del desamparado que vive su vida atrás de otros. Y eso exactamente hacía. Soportaba su vida, porque podía vivir otra, llena de ilusiones, que un amigo cercano le dejaba compartir. Un sentimiento de infinita compasión le conmovió.

 

Akai regresó a su posición inicial, cerca de su amigo, y, rindiéndose a sus impulsos, dejó su mentón apoyarse una vez más, en el hombro del joven de cabellos anaranjados, quien no le evitó. Sólo posó su mirada sobre las hojas, y leyó anonadado lo escrito en ellas, descubriendo cuánto dolor y perfección contenían.

 

El don de la creación se hallaba en un ser tan anónimo como Akai, tan falso como ese nombre, pero gritando por libertad. Y ese mismo grito se traducía en aquellas canciones, en ésa en especial. Todos muertos.

 

Empujando levemente a su amigo, rompió el contacto, con un suave lamento reprimido por parte de Akai, quien, abriendo sus ojos, saliendo de ese maravilloso mundo en el que la colonia de su compañero le sumía, le miró con esperanza de haberle alentado.

 

-Akai... ¿tienen música? –preguntó asombrado de aquella canción que el sólo leerla tenía ritmo propio.

 

-¿Eh?

 

-¿A estas canciones les has dado alguna entonación? –insistió con duda, no muy seguro, pero un pálpito profundo le incitó a tal cuestionamiento. Si un artista podía escribir aquello, aún sin saber con exactitud todos los kanjis, sin saber todas las palabras, podía de igual forma, dar sonido a sus letras, sin saber de pentagramas o de música, sólo movido por su innata sensibilidad.

 

-... –bajó su rostro, con vergüenza. Un ser como él no podía manifestar aquel hecho ante un músico, un joven que había pasado gran parte de su vida con la música. Sólo era un juego, sólo era un simple aliento a su compañero, al mismo que le generaba tan cálida y dulce sensación interior.

 

-Lo has hecho, ¿verdad? –le sonrió con complicidad, intentando superar esas barreras que reprimían la sensibilidad del pelirrojo. Akai le miró aún con cierta timidez: él no era músico, no debía osar.

 

-Pero dale tú las músicas…

 

-¡No! Quiero escuchar las que tú le has dado...

 

-No soy músico... –se excusó, ya no soportando más la insistente mirada de su amigo, que le observaba con entusiasmo. El sentimiento de vergüenza trocó a temor por decepcionarle. Tal vez su amigo le miraba con demasiado brillo del que en realidad tenía.

 

-No me importa –le sonrió, y le extendió de nuevo el conjunto de papeles. Akai, no muy convencido lo tomó, y leyó la primer letra. Todos muertos. Comenzó con un suave susurro, que no tenía entonación, por lo que Tetsu le detuvo–. ¡Ey! ¡Canta! ¡No lo narres! ¡Canta!

 

-No sé cantar...

 

-Hazlo, yo sé que te sale muy bien...

 

Akai suspiró, con inseguridad, mirando la sonrisa que su amigo le entregaba, tan cálida, en busca de incentivarle. Cerró sus ojos, para evitar la incomodidad de aquel secreto espectador y comenzó a cantarla, sin necesidad de leerla. Su rango de voz sorprendió de inmediato a Tetsu, que de ojos abiertos, sostuvo el aliento ante el control innato que aquel joven tenía con su garganta.

 

De profundos graves, que retumbaban en la habitación, lograba alcanzar notas elevadísimas en medio segundo. Aquello era una maravilla.

 

Composición y voz. Dos cosas que nunca había buscado y sin embargo, se le evidenciaban, habiendo estado presentes desde siempre.

 

Finalizando el tema, Akai, calló, y le entregó el conjunto de hojas a su amigo, evadiendo su mirar. Tetsu las tomó, contemplándolo con un brillo asombroso en los ojos, que extrañó al pelirrojo.

 

-No me mires así... –sus mejillas reflejaron un suave rosado.

 

-¡Cantas impresionante!

 

-No creo...

 

-¿Dónde aprendiste?

 

-¿Aprender? Tetchan... –le sonrió agradecido por aquel sigiloso cumplido. Ladeó su cabeza, dejando que su melena cayera a un costado, y le miró con asombro. Allí estaba una vez más la sensación interna que tanto deseaba sentir, y que sólo la presencia de su amigo le generaba-. Cuando tú me cantaste... yo sólo quise...

 

-No te voy a dejar aquí. Créeme que no lo haré –le interrumpió entusiasta, sin escuchar su explicación, y le entregó nuevamente las letras. Akai las tomó con gesto extraño y le parpadeó turbado por lo que acaba de escuchar.

 

-¿Mn?

 

-No te lo dije antes... pero... –suspiró buscando tener el valor-. Akai, me temo que no voy a poder regresar tan seguido... -el rostro de su amigo se entristeció de súbito, y un brillo lastimero apareció en su mirar que conmovió a Tetsu, pero no le detuvo de continuar con sus palabras. Todo iba a ser realizado por su bien–. Pero te sacaré de aquí. Regresaré cuando tenga algo de dinero para el turno... ya sabes... –le sonrió en busca de aliento, y Akai le correspondió no muy convencido en un suave mohín con su boca. Sabía que extrañaría a ese músico–. Hasta tanto, guarda mis libros y apréndelos. ¿Sí? Quiero que sepas leer todo. Quiero... sacarte de aquí...

 

Akai llevó su mano a su nariz, y parpadeó rápidamente, evitando lo que extrañamente era una lágrima de emoción.

 

La aspiración del joven hecha su propio deseo. Sólo lo observó en silencio, sorprendido de descubrir que allí radicaba su máxima felicidad. No podía vivir más de quimeras, no podía más que resignarse a saber que en el mundo, existía un ser como Tetsu que sin darse cuenta, le había enseñado demasiado.

 

El joven músico ya había hecho demasiado por él, y temió por su bienestar.

 

Bajó su mano, hasta su propio regazo, sintiendo el control sobre sus lágrimas.

 

Le miró con una sonrisa y negó con suavidad en un movimiento de cabeza.

 

-Tetchan. Es mejor que te alejes...

 

-¿Mn? Pero yo no dije eso... yo...

 

-Te lo digo yo. Es mejor que te vayas. No vuelvas, Tetchan. No quiero que te pase nada malo.

 

Akai sólo pensó en Sakura, en su extraña curiosidad reciente, y sólo podía temblar. Quería resguardar de aquella perversidad a la inocencia de su amigo. Demasiado ingenuo aún.

 

Se miraron intensamente, en lo que creían su última visita. Tetsu le observaba con extrañeza, sin comprender el verdadero significado de las palabras, y Akai, simplemente resignado a su triste destino que una vez más le cerraba las ventanas de una libertad idealista, aceptó proteger a Tetsu, aunque aquello le costara el mismo Tetsu.

 

Nuevamente, en busca de esa calidez que sintió desde la primera vez que vio a su amigo, se acercó a él, y se apoyó en su hombro, abrazándole. Iba a ser la última vez que se verían. Quería que fuera especial.

 

Tetsu, sorprendido por tal actitud, le retribuyó el apretón, sintiendo la debilidad del joven. Aquel contacto tenía aroma a colonia barata, pero no le importó. Sintió que aquel aroma era lo más agradable que podía hallar en ese lugar, y lo prefería a aquel hedor grosero.

 

Ambos cerraron sus ojos, en el silencio de la habitación, sintiendo la calidez de sus cuerpos, desesperados en esa quietud, por mantenerla en la eternidad.

 

Sólo un suave respirar acompasado de ambos les relajaban la pesadez espiritual.

 

Akai ya podía notar el cosquilleo fuerte en su cuerpo, que aquel simple contacto le generaba. Disfrutaba de aquel dulce contacto.

 

Uno era el descanso del otro, sin que ninguno lo hubiera percibido.

 

Fue entonces cuando las palabras del pelirrojo le desconcertaron, y rompieron la magia de toda la escena.

 

-Quisiera hacerlo... contigo... Tetchan... sólo por esta vez...

 

Tetsu abrió sus ojos extrañado.

 

Percibiendo la súbita tensión de su compañero, Akai suspiró, notando que sólo el rechazo le esperaría.

 

Extrañamente, era la primera vez que deseaba hacerlo con alguien, sin obligación de por medio, pero el suave toque de su amigo sobre sus hombros, en un intento de separarlo, le desvaneció la ilusión, y su cosquilleo se detuvo, dejándole una estela de tristeza. Lo miró a los ojos, notando el sombro en el joven, y parpadeando con rapidez, evitando un ardor que había atacado súbitamente sus ojos, comprendió que él no era especial para el músico. No en la misma forma que lo era para el pelirrojo.

 

-Perdona, Tetchan... es sólo que... yo... –bajó su mirada, con un dejo de timidez que sentía por vez primera en ese ámbito.

 

-Te sacaré, Akai. Lo haré.

 

Tetsu había tomado la mejilla del pelirrojo, y obligándole a verle a los ojos, le había sonreído con esperanza.

 

Sin embargo, un triste pálpito les indicó que aquello era incorrecto. El miedo se soslayó en sus almas, sin haberlo percibido.

 

 

********************************

Tetsu dejó de lado todas las tareas que solía realizar para L’arc en ciel en pos de su nueva obsesión: la libertad de Akai.

 

Comenzó a investigar a los jefes del burdel, pero el acceso a ellos estaba restringido, y su condición de cliente no excedía los ingresos de otros, que, mucho más acaudalados que él, tenían privilegios con los superiores.

 

Pero insistente como era, todos los días regresaba a la recepción, y le reclamaba a la joven que allí atendía, la presencia de los superiores.

 

-Señorita. Quiero hablar con el dueño del lugar.

 

-Señor... no puede... es que... –la joven, intimidada por la obstinación del muchacho, ya se había quedado sin excusas en pocas semanas.

 

Pero súbitamente, aquel día que no era prometedor para un cambio en la rutina, adquirió de súbito una rareza. Detrás de Tetsu, una profunda voz oscura interrumpió la testarudez de éste.

 

-¿Qué pasa aquí?

 

-¿Eh? –Tetsu se giró sobre sus talones y vio el alto japonés oscuro, de profunda cabellera. El mismo que una vez había divisado salir del cuarto de Akai, cuando éste había sido profundamente agredido. Le miró con repugnancia, volviendo a escuchar en su mente, los gemidos de dolor de su amigo, de aquella lejana vez.

 

-¡Señor Sakurazawa! Este cliente quiere comunicarse con el dueño del  lugar... –la joven se excusó con visible temor en su voz.

 

-Yo soy el hijo. ¿Qué quiere? –le preguntó con ímpetu al japonés de menor estatura, que le observaba con un suave fruncimiento de su ceño, nacido de los recuerdos que habían atacado su mente. Reconoció al instante aquel músico que dejaba con aquella sonrisa a su esclavo, y viró rápidamente su tono vocal en uno más ameno, casi sensual, con el fin de inclinar a su expectante, a una actitud más favorable.

 

-Quiero hablar de negocios - comentó con tono serio, y el oscuro japonés, sonrió torcido, irónico.

 

-¿Negocios? ¿Un músico? –esa extraña peculiaridad incrementó su curiosidad, y la suave perversión que venía incubando en su interior.

 

-¡Negocios! ¡Dinero! -afirmó convincentemente.

 

Sin borrar de su rostro aquella sonrisa sardónica, Sakura le hizo pasar a un despacho cercano, y allí, sentándose en el sillón principal, le miró expectante. Le parecía fabulosa la rareza: un músico determinado, hablando de negocios, con aquella cara infantil, con ese mirar que por más que buscara intimidarle, sólo le hacia nacer una delicia placentera que se traducía en imágenes perversas sobre su mente, y todo aquello no hacía más que continuar aumentando su duda y su deseo.

 

-¿Y bien?

 

-Quiero saber cuánto cuesta la libertad de uno de tus empleados.

 

-Ajá. Como lo suponía –sonrió triunfal–. Tú quieres al de la puerta roja, ¿verdad? –recorrió con su mirada el rostro imponente y ambiguo de aquel japonés, corroborando lo que finalmente venía observando en su vasallo de hacía meses.

 

-¿Cuánto cuesta?

 

-Bien. Resulta que es uno de mis preferidos... así que...

 

-¡Triplico la suma pedida! –desafió rápidamente. Quería a Akai, a su voz, y a su libertad. Quería darle una vida nueva, aunque representara la pérdida de su propio sueño, un costo que le resultó muy bajo, comprendiendo la tortura en la que vivía su amigo. Sólo el deseo de compensar a la vida su tan buena suerte. Quizás sólo le motivaba ese sentimiento bondadoso en su interior. Tal vez, algo más.

 

-Bien... parece que estás dispuesto a todo, ¿verdad? –su sonrisa no desapareció de su perverso rostro. Aquella pregunta le había generado un conjunto de imágenes que le resultaron de suma sensualidad.

 

-Sí.

 

-Mn. Mil millones de yenes –Tetsu abrió sus ojos impresionado.

 

-¿Me das un plazo? –acotó con temor, aquel gesto de algarabía se desvaneció en su mente, siendo reemplazado por las más sincera preocupación.

 

-¿Qué? ¿Miedo a la suma? ¡Ya está triplicada, no te asustes! –rió abiertamente–. Y un requisito más, pero éste será sorpresa.

 

-.... –Tetsu le miró con extrañeza, levantando una ceja. Desconfió, pera ya nada podía hacer más que aceptar. Guardó silencio, entre la reflexión y el temor.

 

-¿Le tienes miedo al último requisito? Créeme que es más difícil conseguir el dinero...

 

-Bien. Trato hecho. En un año...

 

-¿Tanto?

 

-En un año te traeré todo el dinero. Y tu requisito –Sakura pensó en explotar aquel plazo, en reducirlo, sólo para sentir con gozo el sufrimiento que aquello le generaba al suave japonés, pero prefirió dejarlo en tal plazo. Tendría tiempo para divertirse con su esclavo hasta ese momento, si es que realmente no desistía antes.

 

-Te espero –le sonrió divertido.

 

Saliendo de aquel despacho, Tetsu se acercó a la recepcionista y  pagó el último turno que compartiría con Akai por mucho tiempo.

 

Tras la espera conocida, atravesó los pasillos que le conducían a la tan conocida puerta dorada. Ingresó al cuarto de su amigo, hallándolo cansado sobre las revueltas y manchadas sábanas. Era la imagen que más lamentaba. Era la imagen que potenciaba su decisión. 

 

Se acercó al borde del lecho, y acarició su cabeza con dedos trémulos. Aquel toque indiscutible de su amigo, permitió a Akai descubrirlo de inmediato. Se giró más sereno sobre la cama, y le miró con una gran sonrisa agitada. Lo había vuelto a ver en menos tiempo del que esperaba. Aquella simple sorpresa le había hecho olvidar súbitamente el martirio que había experimentado hacía minutos. Sólo el rostro de su amigo valía la pena para soportar todo aquello.

 

-Akai, no tengo mucho tiempo. Sólo pude reservar 30 minutos... –se excusó con velocidad, sin dejar de acariciar la cabeza pelirroja y húmeda.

 

-¿Qué sucede?

 

-Te aviso que por un tiempo muy largo no volveré...

 

-¿Mn? –le miró con temor, aún sintiendo ese gentil toque en su cabello, que le acariciaba con el pulgar. Realmente él había creído que nunca más volvería a verle. Aquel suave rechazo que había recibido había sido suficiente para comprenderle. No quería confundir las cosas, no quería mezclar los límites, porque Akai no era especial para él. No de esa forma.

 

-Te voy a conseguir la libertad.

 

-¿Qué? –abrió sus ojos, que un brillo súbito les iluminó.

 

-El hijo del dueño del lugar me dio una cifra. La juntaré y cuando la tenga, te sacaré de aquí, Akai. Pero necesito ahorrar. Por eso...

 

-No, Tetchan. No hagas eso... ese bastardo no es de fiar... es tramposo –su respiración se agitó, alzando su ceño, en señal de sufrimiento. Su cuerpo se convulsionó en dolor, pero aún así, no se detuvo en advertirle. Sakura era un ser malévolo. …l lo vivía diariamente.

 

-Me dio una suma que cree que es imposible de conseguir, pero lo haré...

 

-¡Tetchan! –tomó las mejillas de su amigo, con sus manos, en un intento de súplica. Anhelaba la libertad, pero no a cualquier costo. Deseaba la visita de Tetsu, pero no quería ocasionarle daños. No pretendía olvidarle, pero era necesario. Debía rechazarle. Debía. Tetsu arrugó un poco su rostro con repulsión, ante el fuerte hedor que los brazos de Akai le llevaron a la nariz, y al distinguirlo, el joven pelirrojo, con vergüenza, esquivando la mirada, alejó sus manos. No debía, por más que quería. Debía alejarlo, sólo para protegerle–. Por lo que más quieras… olvídame –le rogó, soslayando su mirada. Deseaba tener a Tetsu, pero era un imposible, como su libertad, como todo en su vida–. No te metas con ellos, son de la yakuza. ¡Temo por ti! ¿Lo entiendes?

 

-¿Yakuza? –susurró con tristeza. De súbito, comprendió el pasado de Akai.

 

-Mataron a mis padres por una deuda, y yo la estoy pagando. ¿Lo entiendes?

 

-Akai...

 

-Hideto… -le musitó con una voz que casi le falla, mirándole con infinito agradecimiento. Lo único que podía hacer por él, era amarle en ese secreto reprimido, en ese rechazo por su parte, en ese doloso intento de protegerle–. Mi nombre es Hideto...

 

-Hideto... -le sonrió, y le frotó la cabeza con más energía–. Te voy a sacar de aquí. Sólo cuídate, ¿sí?

 

-Tetchan.

 

Tetsu le contempló, reconociendo la dicotomía que atacaba al pelirrojo, pero no se inmutó.

 

Aprovechando los últimos minutos que se resbalaban de aquel momento, le miró con cariño, con lástima, con misericordia absoluta.

 

Deseaba entregarle lo que había perdido hacía años: un sueño.

 

Le rozó la mejilla con el pulgar, y dejándole descansar sobre la cama, se retiró, cerrando la puerta con suavidad.

 

Hideto miró hacia el vacío lugar que había dejado sobre el borde de la cama, con un gesto de tristeza. …l quería creer, pero temía.

 

*******************

 

Ken estaba sentado en la mesa, terminando de esbozar lo que sería su proyecto en el cuatrimestre que estaba cursando.

 

Los años había pasado para él en la más inhumana repetición diaria de las cosas. Sus amoríos con jóvenes le arrebatan todo el tiempo que necesitaba para estudiar, y en  busca de compensar aquel exceso, pasaba demasiadas horas del día, e incluso de la noche, en desvelo, para poder finalizar con sus quehaceres.

 

La nostalgia no lograba alcanzarle en aquel vertiginoso ritmo, hasta aquella tarde.

 

Terminado su esbozo, fue a la cocina pequeña de aquel cuarto de pensión que como universitario, su padre le sostenía desde Osaka. Preparó un café, y apoyándose en la mesada, miró por la ventana. El marco, muy arquitectónicamente decorado, interrumpía la vista a través de la misma con una reja de arabescas formas que intentaban en vano, resultar decorativas. Ken las miró con detenimiento, quizás, movido por aquella actitud que el estudio constante de la arquitectura había generado en él, aquella incapacidad de apreciar la belleza en pos de entender la estructura. Y contempló curioso, cómo aquellos hierros habían sido doblados y soldados. Parpadeó un par de veces, y notó su propia ordenación. Notó su diagramación, su objetividad. Ya no podía sentir la belleza de las formas, sino que las entendía, las comprendía, y más allá de maravillarse con la sencillez, despreciaba tal figura justificándola de extremadamente humilde en comparación a grandes retos arquitectónico que había realizado. Parpadeó nuevamente, en el silencio de aquel desolado y pequeño cuarto.

 

Miró su café, y extrañó el sonido de su música.

 

Su música que no le era comprensible, pero le maravillaba. Poco le interesaba razonar el mecanismo de la guitarra. Sólo quería tocarla. Quería sentirla, quería volver a temblar con la sencilla idea de fascinarse de las cosas, sin analizarlas.

 

Un vacío ahuecó su pecho, y, suspirando con tristeza, negó en un movimiento imperceptible de cabeza, para regresar de vuelta a la mesa del salón, y continuar con la diagramación prolija, de lo que supuestamente debía ser un rascacielos estándar.

 

Sólo cosas lógicas, sólo cosas cognoscibles. Sólo elementos que encastraban en una belleza que ya no le sorprendía. Había perdido su mirar infantil, y lo había reemplazado por un meditabundo intelectual.

 

Se sentó en la mesa y miró sus papeles desparramados. Sólo líneas que nacían y se ubicaban, guiadas por la razón. No eras como las notas, que emergían sin sentido, y que mágicamente, su guitarra las traducía a melodías.

 

Extrañó su guitarra más que nunca.

 

Pero debía seguir las buenas costumbres. Debía.

 

****************************

 

Un año había pasado de la última vez que había visto a Tetsu.

 

Suspiró una vez más, apreciando cómo el cuerpo alcanzaba el clímax, a su pesar. Sólo un cliente más.

 

Suspiró otra vez más, sintiendo cómo el desconocido se levantaba de su húmedo cuerpo y comenzaba a vestirse, tan ajeno a su propio y reducido universo. Arrojado sobre las revueltas sábanas hedientas, en la misma posición que le había dejado, le miró con indiferencia, con la misma que le daba a todos, buscando controlar su propia repugnancia.

 

-Lindo. Me has hecho muy feliz –le dijo con burlona sonrisa, mientras abrochaba su pantalón.

 

-Yo también lo estoy –respondió con voz neutral, con la voz vendida, con la entonación de palabras que habían sido compradas.

 

-Ya nos veremos más seguido... –se dirigió a la puerta, y la cerró, sin mirarle por segunda vez.

 

Finalmente su último cliente del día abandonaba su infierno. Tosió un poco, sintiendo que aquel movimiento le generaba dolor en el cuerpo, pero no le importó.

 

Su organismo siempre le dolía, y ya se había acostumbrado a ello. Extrañaba la percepción de sentirse bien, llegando incluso al punto del olvido.

 

Demasiado cansado para moverse, se dejó estar unos minutos en esa posición extendida sobre el lecho, aquietando su respiración. Su espalda le dolía, sus muslos le ardían. Más de medio año con los mismos síntomas.

 

Se miró en el espejo del techo, viendo su tan pálido cuerpo tendido sobre las telas, tan blancas como el, tan manchadas como él.

 

Suspiró.

 

Siempre del último cliente, venía su amo.

 

Y ese día no era la excepción.

 

Una vez más, su veneno diario le esperaba. La requisa, el dolor, la violación, la segunda inspección y luego la soledad.

 

Sintió la puerta abrirse, y tragó la saliva de su boca.

 

-¡Hide! ¿Qué tal? ¿Cómo estás? –le sonrió con perversa sensación, y se sentó en el borde de la cama, ya desabrochando su camisa. Hideto cerró sus ojos y sólo calló, esperando la última tortura del día–. Sigues esperándole... ¿no? –Akai frunció su ceño, pero no le miró. Se mantuvo aislado en la oscuridad de su mundo, mientras comenzaba a sentir el ingreso de esos perversos dedos que abrían las heridas, que dañaban con vileza, sólo por puro regocijo ante su tormento.

 

-¡AY! –una lágrima cayó de sus fuertemente apretados ojos.

 

-¡Bien! ¡Estás mejor que muchas veces! Veremos cuánto puedes dar... –le besó con vileza, ahogándole el suspiro de alivio temporal que la salida de esos intrusos le había generado, para sólo ahogar su grito, al sentir la súbita penetración, lastimando donde sólo había sangre.

 

Y nunca su cuerpo se terminaría de acostumbrar a aquella tortura.

 

Una vez más, las convulsiones violentas, la agitación, la sensación de súplica para que aquello se detuviera, el deseo de muerte.

 

Hide abrazó el cuello de su agresor, como siempre le pedía, y cerró sus ojos, dejando que sus lágrimas cayeran, productos del dolor, producto de una imagen que, en los últimos meses, aparecía en su mente justo en esos momentos.

 

La imagen de Tetsu, sonriéndole, enseñándole unos kanjis, cantándole, mirándole con ese brillo único de su personalidad, insuflándole la idea de que aún podía soñar. Y el dolor de ese momento parecía no afectarle, e, incluso, inconscientemente, sonreía, recordando alguna broma perdida en el pasado de aquellas visitas, que tras haber sido tan asiduas, habían desaparecido.

 

-¡Ay! –gritó de súbito, desvaneciendo la ilusión que estaba haciéndole sentir mejor, ante aquellas manos que se clavaron en sus propios muslos, y le hicieron abrir el paso aún más, desgarrándole la musculatura.

 

-¿¡Por qué estás callado?! ¡Vamos! ¡Dilo! –nuevamente la perversión del alto japonés opacaba sus fantasías, para demostrarle la crueldad de la realidad.

 

-¡Ay…! Me duele... –le suplicó con voz cortada cerca de su oído, con voz trémula. Los músculos de su ingle se habían desgarrado, forzados por ese bruto movimiento, y por el constante rechazo que su propio organismo generaba ante aquella intrusión. Su cuerpo nunca se acostumbraba, ni su alma, a tanta crueldad.

 

-¡NO! –le abofeteó.

 

-¡ASÍ…! ASÍ... –gritó llorando, sintiendo que perdía esa imagen que tanto deseaba mantener, entre el dolor y la repugnancia.

 

La tortura se extendía en el tiempo. Hideto, buscando desesperadamente evitar el recrudecimiento del odio de su amo, gemía las palabras que le obligaban, pero en su mente, aparecía extrañamente su amigo, que aliviaba aquel martirio.

 

Un amigo que ya lo deseaba con cuerpo y alma. El único que deseó alguna vez. 

 

Y en busca de hacer realidad su sueño, recurría a las fantasías. De esa forma, aún sintiendo las estocadas, comenzaba a susurrar bellas palabras, que no eran más que el producto de aquellas ilusiones, donde el hombre que le penetraba tan brutalmente era Tetsu, y que aquel grosero movimiento, en realidad, era tan gentil como sus caricias perdidas en el pasado.

 

Como tantas veces lo había hecho, lograba llegar al orgasmo, para sorpresa de su amo, utilizando aquella secreta herramienta.

 

Sólo ensueños.

 

Sólo creer que aquel sujeto que lo torturaba era Tetsu.

 

Sólo creer que aquella tortura era dulzura, sólo creer que nada le dolía. Sólo creer que lo disfrutaba.

 

Siempre funcionaba, pero esa vez, demasiado violenta como para soportar, Hide terminó gritando el nombre de Tetsu, tras alcanzar el orgasmo cruel, quizás como un desesperado intento de sujetar aquella ternura de la imagen con la violencia que su cuerpo recibía.

 

Sakura, estático de súbito, reconoció finalmente la causa de aquella ausencia que advertía en su violentado amante desde hacía meses. Comprendía finalmente la causa por la cual, aquel pelirrojo parecía disfrutar de aquello, y siempre alcanzaba el máximo placer, cuando nunca antes lo había hecho en sus 8 años de estadía en aquel lugar.

 

-¿Qué dijiste? –los celos no le movieron, sino el orgullo que extrañamente sentía herido, aunque su motivación más natural era el simple hecho de torturarle. No importaba de qué forma.

 

-Ayudame... (ayudar = tetsudau) –se justificó rápidamente. Había sido un gran error ese descuido, pero su cuerpo lo había pedido. Era preferible sufrir sintiendo a Tetsu en su imaginación, que agonizar en el cada vez más lento proceso de tortura que le sumía su amo.

 

-¡Me crees estúpido! –le gritó, levantándose de la cama, y mirando a Hideto con furia. Adolorido, el pelirrojo sólo se mantuvo quieto, contemplando a su amo con la fría mirada que siempre le dirigía, con un rasgo de odio, con un rasgo de soberbia, de la poca que le restaba de su época adolescente. Sólo los restos de lo que había sido.

 

Sakura, frente a la cama, tomó del cabello a Hideto, haciendo que éste, a pesar de su dolor, se incorporara rápidamente, y con fuerza le tirara contra la pared, haciendo que su ya tan mancillado cuerpo chocara.

 

Akai, tras sólo un gemido de dolor, se mantuvo de pie, apreciando el dolor que hacía temblar sus piernas, con desafiante mirar.

 

-¿Quieres saber algo, Hide? ¡Ese músico de mala muerte te olvido! –le miró con maldad. Sólo torturarle. Su único objetivo.

 

-Lo sé - le dijo seguro, apoyando sus manos en la pared, luchando con su desfalleciente cuerpo que intentaba resbalar hacia el suelo.

 

-¿Mn? –levantó una ceja, extrañado por aquella afirmación–. …l no vendrá por ti... bien lo sabes...

 

-Lo sé.

 

-¿Sabes cuánto valor te puse? –Hideto continuo descansando su enllagada espalda contra la pared, luchando con el equilibrio que, sentía, perdía a cada instante-. Mil millones de yenes. ¿Tú crees que un imbécil como él gastaría ese dinero, en caso de conseguirlo, en ti?

 

-¿Qué quieres, Sakura? ¿Que me ponga a llorar? ¡No lo conseguirás! –le desafió una vez más con una súbita soberbia del pasado. Lo único que le restaba era el recuerdo de su amigo. No le importó que Tetsu le hubiera olvidado. Aunque un suave murmullo de dolor apenaba su alma, sabía que era lo correcto, que era mejor para ambos, porque de esa forma le protegía. Y a Hideto aquello le alcanzaba, junto con el recuerdo de su imagen que le nutría diariamente.

 

-Ese músico se olvido de ti, como todos los imbéciles que han querido comprarte. No les vales nada. Entiéndelo, Hide. Para el único que tienes valor, es para mí.

 

El pelirrojo no respondió, y soslayó su mirada, en el gesto sumiso que aquellos años de tortura diaria le habían impreso en su alma. Sakura, sintiendo con aquella actitud un triunfo indiscutible, esbozó con parsimonia una satánica sonrisa, y, tras vestirse, abandonó el cuarto, cerrándolo con llave.

 

Hideto se deslizó sobre la pared hasta llegar al suelo.

 

Ya no le importó su dolor. El cuerpo había perdido la memoria de la salud. Sólo el malestar le acompañaba diariamente. Sólo así se podía sentir ‘normal’.

 

Miró su cama revuelta, y debajo de ella, los libros que siempre ocultaba, y que ya habían perdido el aroma a colonia de su amigo.

 

Un ardor atacó su vista, obligándole a derramar lágrimas en continuidad, pestañeando en un fútil intento de detenerse.

 

Aunque Tetsu le hubiera olvidado, sabía por qué lo había hecho. El dinero le era imposible de encontrar. Y después de todo, de esas circunstancias serían en las que su amigo estaría más seguro, alejado de la yakuza, de Sakura, y de él.

 

Posó su mano sobre su hombro, y recordando los gestos de Tetsu, se acarició a si mismo, sobre la magullada piel, cerrado los ojos, en un intento de recrear la ilusión una vez más.

Sólo quería pensar que Tetsu le podía acariciar de aquella forma, sólo quería creer que Tetsu aún estaba a su lado.

 

Suspiró, más tranquilo, imaginando que la calidez de su amigo le había traído paz.

 

Sonrió. Incluso el tenue recuerdo de aquella personalidad le daba sosiego. Incluso en esa forma tan quimérica.

 

Observó sus muslos ensangrentados, y suspiró, reclinado su cabeza contra la pared.

 

No podía pedirle más a la vida.

 

Le había permitido conocer a ese ser, y en pos de mantenerle con vida, debía aceptar su pérdida. No le culpó.

 

La vida era así. Cruel, y siempre violándonos.

 

****************************

 

 

Un año de trabajos duros, de sometimiento a empleos continuos que le arrebataban las horas de sueño, semanas completas sin probar bocado, y el abandono absoluto de su banda.

 

Tetsu continuaba empecinado en juntar aquella excesiva suma. Había logrado pedir prestado a su gran cantidad de amigos y conocidos que aún confinaban en su talento para el surgimiento de la banda, mucha parte del dinero que, lentamente fue llenando un maletín.

 

Sus encuentros con Pero se habían reducido a ensayos muy inusuales, bimestrales, y en las condiciones en que siempre veía a su compañero, el baterista se sentía incapaz de recriminarle el descuido de la banda.

 

El rostro de Tetsu, demasiado enflaquecido, denotaba cansancio y unas profundas ojeras. Sus huesos, más salientes en su cuerpo, se marcaban incluso en la ropa holgada. Aquello había desconcertado a Pero, quien preocupado, le había convocado un día en el garaje.

 

-Tetchan… ya sabes que si tienes problemas... –repetía por enésima vez el baterista, compadecido por la extraña actitud que había adquirido el bajista.

 

-Lo sé. Gracias Pero. Sólo necesito 1.000.000 de yenes...

 

-¡Oye! ¿¡Y quién no!? –bromeó divertido, y Tetsu le retribuyó con una agotada sonrisa, para regresar a su serenidad.

 

-Es en serio –el baterista le miró grave, y finalmente acotó lo que tras un año intentaba preguntar de forma sugerente, pero el cansancio de Tetsu nunca le permitía captar.

 

-Tetchan... ¿estás con las drogas…? Tanto te afectó la partida de Hiro...

 

-¿Qué? ¿Qué dices? –le miró con ceño fruncido, y una sonrisa torcida en su rostro.

 

-Estás tan mal... Tetchan, se te ve muy mal...

 

-Naaa... ¡Pero! ¿Cómo crees? ¡Yo no fumo, cómo tomaría esas cosas! ¡Y menos por ese cretino...! –le sonrió con agradecimiento por el gesto de preocupación, y le apoyó una mano sobre la espalda.

 

-¿Y entonces? ¿Por qué ese empeño en juntar tanto dinero? ¿Por qué tu cuerpo está tan demacrado? ¿Por qué...? –el baterista alzaba su ceño en un gesto limpio de pura preocupación. Tetsu y él habían desarrollado una muy buena amistad, de la que nunca se había arrepentido, e incluso en aquellos duros momentos para la banda, siempre estaba dispuesto a darle lo necesario a su líder, porque el pálpito que siempre tenía para con él no le permitía actuar de manera diferente.

 

-¡Oye! ¡Pero! ¿Confías en mí? –le miró con determinación, y el baterista, en plena duda, soslayó la mirada. A pesar de su absoluta confianza con su líder, el actuar de éste en los últimos meses le hacía recelar.

 

-No lo sé.

 

-¡Vamos! –le sonrió.

 

-Bien. Digamos que sí.

 

-¡Qué cauto! –le bromeó, y, tornándose serio nuevamente, le miró con cansada expresión-. Necesito ese dinero. Necesito ayudar alguien… -acotó cortado.

 

Pero suspiró. A pesar del demacrado aspecto de su amigo, nunca le había notado estados inconscientes que no fueran producto del cansancio. Sabía de sus cinco empleos que ocupaban no sólo todas las horas de su día, sino también los fines de semana, y aquella actitud desesperada de juntar dinero había ocasionado que el joven se enfermara muchas veces provocando que su asistencia al hospital fuera más reiterativa cada vez. Le miró en silencio una vez más, pensando para sí mismo lo que era evidente: nunca le había visto en estados de inconsciencia. Ni bajo el alcohol, ni mucho menos bajo efectos de estupefacientes. Tetsu era un buen muchacho, y en honor a la amistad que compartían, debía confiar en él.

 

-Bien, Tetchan. Yo tengo 500.000. Pero son mis ahorros... -le comentó con inseguridad. Tetsu le miró con un brillo súbito en sus ojos.

 

-No lo puedo creer, ¡Pero! ¿Tú podrías?

 

-No estoy seguro. ¿Sí? Dame una razón más concreta para dártelos –le miró con una suave mueca en su mejilla, esperando el ultimátum que le impulsara a aceptar aquel delirio místico.

 

-Es para ayudar a alguien que está muriendo...

 

-¿Mn? –levantó su ceja, y frunció su ceño–. Si está muriendo, ¿qué sentido tiene? –recriminó rápidamente, sobresaltando a Tetsu.

 

-No. No es literal.

 

-¿Cómo te puedo creer? –jugó con su amigo.

 

-No lo sé. Pero: haz lo que creas correcto. Yo no te voy a culpar –le sonrió, sabiendo de la súbita presión que había generado en su amigo–. Pero créeme que te lo pienso devolver, y será por una causa justa.

 

-No lo sé.

 

-Si pudieras salvar a alguien del infierno por esa suma, ¿lo harías? –Pero levantó una ceja, considerando que aquella conversación tomaba rumbo incierto. Pero sólo tuvo un pálpito. El pálpito mismo de hacía tiempo. Dudó. Tetsu se había vuelto en un ávido consumidor de servicios de burdel, y eso había desgastado por completo a la banda. Suspiró. ¿Qué debía hacer?

 

-Bien. Te los daré... –Tetsu le sonrió, y con un súbito abrazo, le interrumpió, sorprendiendo al ancho japonés.

 

-No te arrepentirás. ¡No lo harás!

 

-¡Pero con una condición!

 

-¿¡Ah!? –separó el abrazo, y le miró con curiosidad–. Necesito vivir, Tetchan. Si no tengo mis ahorros, no podré mantenerme sin trabajar como lo estaba haciendo. Tengo que ingresar en una banda... –acotó con temor a la decepción de su líder, pero Tetsu sólo asintió con efusión.

 

-Por supuesto. Sólo una cosa. Sé reemplazante. Cuando logre normalizar la situación, y logre solucionar este problema, te quiero de regreso. Buscaremos un guitarrista, y resurgiremos... –comentó con un brillo especial en sus ojos.

 

-No lo sé, Tetchan. No lo sé  -le miró con desconfianza.

 

Tetsu se sintió consumado. Sólo un par de meses más, y el dinero estaría finalmente completado.

 


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