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Sentimientos por contrato por AcidRain9

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Notas del capitulo:

 

 

Capítulo 2: Gotas de lluvia 

Salió a caminar para tomar aire y recomponerse antes de que tan siquiera alguien sospechara que estaba afectado. No comprendía que era lo que más lo molestaba, saber que su padre lo manejaba como a un títere, o que él era consiente, lo permitía.

 No quería que un hombre que no conocía de pronto se sintiera con el derecho de exigirle algo, a Ichiji no le importaba absolutamente nada de lo que sucediera a su alrededor, —si no lo involucraba, no era su asunto—, pero no ignoraba que los Charlotte eran conocidos por ser personas difíciles de tratar.

Era normal que no quisiera estar relacionado con ninguno de ellos, él solamente no quería salir de su burbuja, su zona de confort, nadie penetraba en ella. Cuerpo y mente, ambos tenían la reacción automática de rechazar a todo aquel que tratara de involucrarse con él.

“Charlotte”, iba a adquirir ese apellido una vez que contrajera nupcias, el Vinsmoke más orgulloso dejaría de ser un Vinsmoke, vaya ironía.

Todo era demasiado apresurado y sin sentido, su padre había contactado con esa mujer o ella con él, no importaba quien había buscado al otro primero, pero actuaron a sus espaldas, ignoraron completamente que él también tenía orgullo.

Judge dijo que no tendría que preocuparse por nada, que de su boda se encargarían Linlin y él, era lo de menos, no tenía que agradecer, sin embargo si advirtió que no se le ocurriera desaparecerse, ya que mañana conocería al hombre que tenia que atrapar. Lo cual era otra sorpresa.  

Ichiji no iba a hacer una rabieta, porque las rabietas eran para los niños y él, incluso dudaba de haber sido uno alguna vez.

Su cabello caía sin gracia sobre su cara, mojado de la raíz a las puntas, las gafas estaban encima de su camiseta en vista de que ya era de noche, la tela blanca se aferraba por todas las partes de su cuerpo que podía, transparentando su esbelto torso y el tatuaje de su brazo.

Tenía agua hasta en los zapatos, y era bastante incomodo, a Ichiji no le gustaba el clima soleado, nunca lo hizo, él era como el clima de esta ciudad, gélido y polar. Soportaba la lluvia, pero no apreciaba el bochorno que venia después de que esta se fuera.

Estaba caminando por caminar, yendo de un lugar a otro sin punto fijo, solo porque si y porque podía y se le daba la gana, pero ahora lo único que quería era llegar a su habitación y enterrar la cara sobre su almohada.

Los focos de los faroles reflejándose en los charcos lo hacían perderse por segundos, era como si pusiera su mente en blanco y solo pudiera ver esas pequeñas bolas amarillas; luciérnagas artificiales.

Se movió mirando el suelo, algo muy raro en él, pues siempre se aseguraba de tener la vista en alto, de verse digno, pero aquella distracción lo hizo chocar contra la ancha espalda de otro hombre.

Era alto, mucho más que la mayoría, parecía haber sido construido con un montón de ladrillos, pero se sentía cálido. Ichiji lanzo un suspiro de exasperación y apresuro el paso antes de que el tipo volteara, no pediría una disculpa, prefería evitarlo, y aun así, incluso alejándose pudo sentir su intensa mirada clavada encima suyo hasta que se desvaneció entre el rió de gente, pasando los establecimientos de comida, las franquicias de ropa y las pequeñas plazas.

Las luces del cine y los carteles gigantes anunciando sus nuevos estrenos destellaban en la oscuridad, los miro por el rabillo del ojo, había olvidado la última vez que entro para ver alguna función y se pregunto si volvería a hacerlo otra vez.

Sus largos y delgados dedos ya estaban entumiéndose, la ropa empapada se hacia pesada y agobiante, abstrayéndolo hacia una sensación de ansiedad.

— ¡Date prisa Usopp! Tenemos que comprar los dulces antes de que empiece la película. También un hot dog, una soda grande y una hamburguesa.

—Yo quiero chocolates y palomitas de caramelo.  

—Que no, Luffy y Chopper, no nos dará tiempo de formarnos, entiéndanlo de una vez.

El pelirrojo parpadeo lentamente y vio tres cabezas que reconocía y cuyas voces se escucharían todavía varias calles lejos por lo escandaloso de sus tonos. Eran los amigos de Sanji, quienes apenas estaban haciendo migas con Yonji, pero no soportaban a Niji y por supuesto, lo odiaban a él.  

El castaño dejo de correr en cuanto lo vio —tonto—, el de la nariz larga desvió la mirada para fingir que no lo había reconocido —cobarde—, y el de la gran sonrisa dejo de reír y se puso serio, le clavó los ojos encima, con resentimiento. —El peor—, duramente.

Ichiji le regalo una pequeña sonrisa ladina, más que nada por inercia que por estar retándolo de verdad.

«Niño, sabes que yo me como al mundo, lo regurgito y también lo escupo. Es mío, mío, mío»

Los ojos negros del tipo conocido como Luffy lo desafiaron hasta que pasaron frente a frente, y ambos tomaron su propio camino.

Al tener quince años Sanji se había vuelto amigo de ese irritable sujeto, el rubio estaba tan feliz que en sus ojos bailaban partículas de sol, pero después la alegría  paso a desilusión cuando él le dijo —sonriente, descarado, poderoso— que la amistad no existía, que era un derivado de la gente para no sentir la soledad, y eventualmente, sombrero de paja se alejaría de él cuando se aburriera de su personalidad.

Cuan equivocado estuvo.

—“Los tipos como tu, los que viven tratando a los demás como basura, como objetos, son los que no merecen conocer el valor de un verdadero amigo, pese a todo son los que más lo necesitan.“

Cada vez que veía al pelinegro, su mente lo regresaba a ese día, y Luffy estaba allí nuevamente, apretando los puños y gritándole con fuerza las mismas palabras.

Qué náuseas.

Así contara con los dedos de sus dos manos y siguiera con los de los pies, jamás terminaría de enlistar los nombres de las personas que lo aborrecían; probablemente las mismas que apreciaban a su hermano. Ichiji no se victimizaba por ello. —Lo había ganado a pulso, en conciencia plena—, creció convertido en una persona de la que nadie tenía buenos recuerdos, alguien a quien podías querer u odiar, admirar, pero siempre por las razones equivocadas.

Al percatarse de que las rejillas de los locales comenzaban a cerrar, se dio cuenta de que debería de regresar cuanto antes, no quería enfermar y tener que presentarse mañana con los ojos llorosos, la nariz roja y estornudando mocos por todos lados. ¿Qué imagen daría de él? Se rio, si se mostraba así sentiría lastima por el pobre Katakuri y su suerte.

Termino dejando la zona comercial y entro a aquella en donde rara vez se vería a una familia  haciendo compras.

— ¿Estas seguro de que es él?

Una voz susurro detrás de él y otra hizo un sonido con los labios para que se callara.

Ichiji se quedo pasmado, ¿en que momento había permitido que lo siguieran?, se estaba volviendo distraído, no podía seguir asi.  

—Si, ¿no viste sus cejas?

Frunció el ceño, si, sus cejas eran rizadas, —ridículas, extrañas, únicas—, eran el sello de su compañía, siguió avanzando, consiente de que al menos tres o en su defecto cuatro hombres seguían detrás,  un destello plateado, probablemente de una navaja o un cuchillo lo alerto, y se pregunto cuantos segundos tardarían esos sujetos en ponérselo en la garganta, dobló hacia el único callejón que daba paso, tenía ventaja.

Si ellos lo secuestraban él ganaba tiempo para pensar en su situación  —y tal vez también un ataúd, justo por imprudente—, pero seria dramático y esas dinámicas no iban consigo.

—Tenemos un cordero…    

Sus pisadas producían eco, se fundían con las gotas que resbalaban de los techos.

— ¡Y esta listo para el matadero!

 —Ven, corderito, ven aquí. — canturreo de forma exageradamente forzada.

Ichiji giro y se quedó de pie en donde estaba, esperando que aquellos hombres llegaran y lo raptaran ante la falta de testigos y la penumbra, sabía defenderse, él era fuerte, pero algo que había aprendido de muy mala gana —cortesía del mismo pelinegro del sombrero de paja— era que su mayor perdición era subestimar al enemigo.  

El sonido metálico de un objeto cayendo al suelo y un grito ahogado de uno de esos hombres fue todo lo que tuvo.

Camino al lugar del ruido, y sus ojos se abrieron sorprendidos al darse cuenta de que ya no había nadie esperándolo, se puso en cuclillas, mirando el arma que debió haberse usado en contra de él ahora abandonada.  

— ¿Qué demonios?...

Sus atacantes no se habían arrepentido en el último momento, de eso estaba seguro, algo los había atrapado a ellos antes de que pudieran ponerle un solo dedo encima.

 


Marco dijo que tenía que volver a vivir su vida y dejar de actuar como si estuviera de luto, su amigo le había aconsejado salir, conocer a alguna muchacha bonita y divertirse, pero Zoro no quería a ninguna muchacha bonita, la quería a ella, a Tashigi.

Respiro por la nariz y dejo que el sonido de la música lo hiciera perderse, las personas se fusionaban danzando entre la oscuridad, al ritmo de las canciones electrónicas que el DJ reproducía; hubiera sido preferible ir a un bar cercano y no a un club, pero era aquí en donde servían los mejores tragos de la ciudad, calidad y precio, sobretodo precio.

—Otra cerveza, por favor—una voz amable le pidió al barman.

Era raro ver a gente sola en sitios como esos, pero no imposible.

Pero al menos, si querías beber pensando en lo monótona y jodida que se había vuelto tu vida, la mejor opción era hacerlo en un lugar en donde no vieras caras felices y personas besándose cada dos por tres.

Le lanzo una mirada al tipo a su lado; era joven y rubio, de figura delgada, cuando le trajeron su trago lo bebió rápidamente, arrugando la nariz con asco y haciendo una mueca de desagrado. 

«No esperes oro si pagas por cobre.»

 —Novato— pensó, el truco estaba en ir despacio y dejar que el líquido se fundiera en la lengua impregnándola de sabor, y al deslizarse por la garganta, el ardor solo seria un pinchazo placentero, era obvio que el rubio no sabía beber, si solo quería emborracharse lo hacía bien, pues a como iba, pidiendo alcohol como si fuera jugo de manzana, pronto le haría efecto.

Él en cambio tenia su propia botella, rellenaba su vaso de manera tranquila, de todos modos sabia que era imposible que alguien como él se pusiera ebrio, por eso sus amigos siempre se sentían seguros yendo de fiesta a su lado.

— ¿Quieres bailar?

Un hombre castaño, de peinado perfectamente atiborrado de laca, como un joven Elvis Presley, con la camisa arremangada hasta los codos y una ceja levantada de forma galante, le pidió al otro, quien hizo una negación con la cabeza, mirándolo como si fuera una simple pelusilla antes de seguir en lo suyo.

El rechazado puso los ojos en blanco y chasqueo la lengua molesto.

—Como quieras, al carajo — le respondió, ya cansado de invitarlo tantas veces y de ser amable.

Zoro casi sintió pena por él, era como ver la típica escena del baile escolar en donde algún tonto que se creía Don Juan quería sacar a bailar a la chica más bonita a pesar de que esta le dejara en claro una y otra vez que no.

Una risa de humor abandono sus labios, pero se corto tan rápido, en el instante en que frente a él una mujer de cabello negro azulado, curvas voluminosas y anteojos rojos, paso.

Se vio obligado a parpadear y por poco se restregó los ojos, su cabeza estaba haciéndole una broma.

Su ex mujer jamás habría venido a un sitio como este, mucho menos se vestiría con lentejuelas ni usaría tacones altos, que si no la conociera, Tashigi era toda una nerd, preferiría miles de veces sus desgastados tenis a ponerse una de esas cosas. Ni si quiera creía que ella supiera caminar con tales zancos, Tashigi era mas natural.

Saco su teléfono del bolsillo y fue directo a mensajes.

"—Gracias..."

Leyó en su mente, Tashigi se lo había enviado justo el día después de haber firmado lo papeles del divorcio, habían estado al menos dos meses en ello; entre idas, venidas y muchas caídas.

Una risa ebria salió de la boca del rubio, alejándolo de su conmiseración interna y Zoro volvió a echarle un ojo, lo vio pedir la cuenta, el bartender le entrego su nota, así que saco su tarjeta de la cartera y la entrego.

—Lo siento pero tu tarjeta no ha pasado, esta cancelada, puedes pagar con efectivo.

La cara del rubio estaba más que blanca de la sorpresa, era obvio que no cargaba ni unas libras.

—Quédate aquí, voy a tener que llamar a mi gerente—se dio la vuelta hacia su compañero y le susurro que fuera por vigilancia, en caso de que aquel chico quisiera irse.

Zoro sintió un poco de lastima, porque no había nadie que diera la cara por él, así que suspirando como quien no quiere la cosa se puso de pie y fue a su lado.

—Yo voy a pagar lo que consumió y de una vez lo mío— saco los billetes de la bolsa trasera de su pantalón y los dejo sobre la barra, el joven mordió sus labios y permaneció en silencio.

Zoro entonces pudo ver sus rasgos más de cerca, sus ceja rizada era lo mas llamativo de él, pero era alguien muy atractivo, de diecinueve o veinte, quizá, con la edad suficiente para entrar sin una identificación falsa, sus ojos brillantes y azules estaban tratando de averiguar porque hacia eso, porque lo ayudaba.

— ¿Quieres que te envié a casa en un taxi?—si tenía auto no podría manejar en ese estado, y a falta de dinero, tampoco podría pagar por un auto.

— ¿Recuerdas tu dirección? ¿O el número de alguien?, ¿Cualquier cosa? — el moreno preguntó una vez que estaban afuera, la música todavía se escuchaba a todo volumen mezclándose con los distintos ritmos de los locales vecinos, el suelo estaba mojado porque recientemente acababa de llover, aunque dentro del antro, ni siquiera se había dado cuenta de ello.

El menor negó con la cabeza y Zoro se rasco la nuca incomodo, no había llevado a nadie a su casa ni siquiera después de firmar los papeles que lo separaban de Tash, por lo que la sola idea de pensar en ese rubio cruzando por la puerta de su hogar lo hacia sentir el hombre mas infiel del universo, casi sacudió la cabeza por ese pensamiento tan anticuado, por favor, estaba a nada de abandonar la dulce edad de los veintes, era libre y tampoco quería hacer nada indecente.

—Maldición, la próxima vez que vayas a beber así asegúrate de no estar solo...y yo debería de asegurarme de no meterme en problemas que no son míos— suspiro, llevándolo hacia su auto, lo que no era difícil, pues se dejaba mover como una muñeca y no pesaba casi nada.

—Ugh, ¡seguro me veo como mi padre! — escupió una carcajada, Zoro levanto la ceja.   

No habría podido dejarlo de todos modos, como policía había visto una infinidad de crímenes crueles que a veces lo hacían dudar de la cordura del mundo y dejar a una persona así, tan desprotegida y vulnerable a merced de los malintencionados, no lo haría mejor que esa gente que cometía las acciones.

Mientras conducía, el rubio había volteado el rostro hacia la ventana, estaba muy cansado y mareado.

— ¿Cuál es tu nombre?...— preguntó con una voz suave y aterciopelada, cerrando por momentos los ojos y agitando sus largas pestañas amarillas.

—Zoro— murmuro a secas, cambiando las velocidades.

—Mi nombre es Sanji— su cabello se había despeinado, su reflejo proyectándose en la ventana revelo sus dos ojos, dando la ilusión de que era mucho mas joven de lo que probablemente era de verdad. —Gracias Zoro.

Cuando Sanji llego a su departamento lo ayudo a subir los escalones, volvió a aferrarse a su cintura con más fuerza y un suspiro salió de su boca cuando al fin habían podido entrar.

Su decoración era bastante sencilla pero acogedora, la habitación principal era ahora solo suya y la cama matrimonial muy grande para una persona. Había dejado de comer en el comedor, ahora solo abría comida enlatada o instantánea y la degustaba mirando la televisión.

Sentó a Sanji en el sofá, apartando de forma cuidadosa los delgados brazos que este había aferrado a su cuello.

—Te traeré algunas sábanas, puedes dormir aquí— se quito la chamarra. — No toques nada, no rompas nada, no hagas nada, ni guardes nada que no sea tuyo. ¿Entendido?

Sanji asintió lentamente, en condiciones normales le habría reclamado por insinuar que podría ser un ladrón, aunque, mejor desechó la idea; no solo podría ser un ladrón, si no también un asesino y este hombre aun así le estaba dando refugio.

Le dio su mirada más agradecida, la mas amable que pudo, pero el hombre mayor solo la vio como la mirada perdida de un chico que se había pasado de copas, —ojos caídos, sonrisa tonta—no le dio importancia.

Sanji gimió en voz baja, sonó como un pequeño quejido de gato, le dolía la cabeza y sentía asco.

Una fuerte arcada invadió su estomago y envolvió sus brazos en su estomago, haciendo una cara de dolor.

— ¿Estas bien?

 Zoro se acercó a él, se inclino y coloco ambas manos en sus hombros.

Sanji trato de alejarlo con señas y movimientos de mano, pero mas nauseas, mucho más intensas lo hicieron encorvarse y cuando se dio cuenta ya había vomitado la alfombra, había pequeñas lágrimas formándose en la comisura de sus ojos por el fuerte estiramiento que había sentido y el bochorno de estar en esta situación con un extraño.

Levanto la mirada, diciéndole que lo lamentaba, pero Zoro negó con la cabeza y envolvió sus dedos alrededor de los mechones rubios.

—Ya está manchada, de nada servirá que vaya por un bote ahora, o que te lleve al baño— dijo apartando los cabellos de su frente para que no se ensuciaran. —Suéltalo todo, te hará sentir mejor, te buscare algo limpio.

Sanji sintió escalofríos cuando esos toscos dedos se deslizaron por su espalda y le dieron una reconfortante palmada para que dejara ir el alcohol que tenia dentro. Había sido una decisión temeraria desquitar su frustración de esa manera, pero la adrenalina lo había vencido.

Miro hacia arriba y se dio cuenta de que en el dedo anular de la mano derecha del moreno había una argolla dorada, estaba casado, Sanji se pregunto en donde estaría su esposa, y mas importante aún, ¿Le molestaría que hubiese envuelto a Zoro en tal escenario? Si era así, tendría que disculparse.

Otra arcada más lo volvió a romper y por un momento decidió olvidarse de ese detalle. 


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