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Caza fantasmas por Dolores

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Notas del fanfic:

Espero que les guste, no sé si esto será un one shot o pueda escribir más. Depende de el recibimiento que tenga, lo dejo a su criterio.

 

Notas del capitulo:

¡Hola! ¿Cómo estan? El día de hoy les traigo esta historia que no me podía sacar de la cabeza. Espero que la disfruten.

P.D: El jueves actualizaré mi otro fic, Cage.

 

Apuntó rápidamente la luz de su linterna hacia la fuente de ruido. Podía notar que sus manos temblaban, pues la luz producía sombras sin sentido que se movían sobre los muros en ruinas de la mansión abandonada. Apretó con fuerza su revólver, pues no quería que se le resbalara de las manos, ya que sudaba copiosamente. Suspiró de alivio cuando una rata de tamaño considerable salió corriendo de detrás de una pila de escombros. Dejo descansar a su dedo índice sobre el gatillo, listo para presionarlo en caso de ser necesario. Una pequeña gota de sudor le atravesó el rostro, al escuchar un segundo sonido, proveniente del sótano, a su espalda. Tragó grueso al observar como la roída puerta de madera comenzaba a abrirse por sí sola, lentamente y con un chillido insoportable, como si lo invitara a introducirse a la oscuridad.


“Sebastian, respóndeme. Cambio.” Habló a través de su walkie-talkie, solamente para recibir como respuesta ruido de interferencia. “Tch, maldito.” Masculló, entendiendo que estaba solo. Se limpió el sudor con el dorso de la mano, y caminó lentamente hasta la puerta.


Le dio un vistazo al sótano, no podía ver más allá de un par de escalones. Apuntando con linterna y pistola, descendió lentamente por las escaleras de madera, las cuales estaban muy dañadas e incluso había algunos peldaños faltantes, tratando de hacer la menor cantidad de ruido posible, a la vez que intentaba no tropezar en la oscuridad y romperse el cuello. Los escalones se quejaban al sentir el peso de su cuerpo pasar sobre ellos, y Ciel rechinaba los dientes al escucharlos. Cuando le faltaban unos cuantos escalones para llegar, sintió como una fuerza sobrehumana lo empujó desde atrás, haciéndolo rodar un par de peldaños hasta tocar el suelo. Con manos trémulas, tanteó en la oscuridad en busca de su revólver y linterna, encontrándolos por suerte a centímetros de su zona de aterrizaje. Rápidamente iluminó su alrededor, pero la oscuridad era tan profunda que sin la ayuda de la linterna ni siquiera podría ver su nariz. Todo parecía ir en contra de su suerte, pues la luz comenzó a parpadear, hasta morir completamente.


“¡Mierda!” Exclamó, golpeando la linterna contra la palma de su mano, en un intento por hacerla funcionar de nuevo.


De pronto, sintió como una ráfaga de viento proveniente de la nada lo golpeó con fuerza, haciendo que hasta sus huesos se congelaran de frío. Comenzó a temblar en su lugar; sin luz, con un par de balas e indefenso, apostó por sus habilidades de tirador y esperó hasta ser atacado.


“¡Fuera de aquí!” Exclamó una voz enfurecida a sus espaldas, que casi le causa un infarto.


Con lo poco de control que le quedaba, y probando su suerte, disparó en medio de la oscuridad, sin saber a qué le disparaba realmente. Por una especie de milagro, su linterna encendió de nuevo, permitiéndole ver a la responsable. Una mujer vestida completamente de blanco, piel del mismo color y ojos que te decían que hacía mucho que había muerto, se abalanzó sobre él, chillando y mostrando sus horribles dientes afilados como navajas. Ciel no tenía a donde huir, disparó tres veces más, pero esto no hacía más que enfurecer al espectro.


“¡Te dije que te largaras!” Chilló aquel ser, con una voz tan desgarradora que solamente se escucharía en las profundidades del infierno.


Con una fuerza impresionante, lo empujó contra la pared, donde con un par de manos tan frías como icebergs, lo tomó por el cuello, encajando sus largas y amarillas uñas en su piel. Ciel trataba de deshacerse del agarre, pateando y rasguñando, pero era demasiado fuerte. Sus pies ni siquiera podían tocar el suelo, y sus pulmones convulsionaban tratando de meter algo de aire, provocando que de su garganta solo pudiera escucharse un silbido desesperado.


“Se… ¡Sebastian!” Fue lo que con esfuerzo pudo pronunciar, sintiendo como la falta de oxígeno en su cerebro le hacía perder la conciencia un poco más a cada segundo que pasaba.


Justo unos segundos antes de caer inconsciente, escuchó un arma siendo detonada, una vez y otra más. El espectro se quejó con un alarido endemoniado, quien soltó su cuello, haciéndolo caer al suelo. Una tercera bala le atravesó justo en la frente, haciéndolo desaparecer, dejando atrás solamente una estela de cenizas color gris.


“Te tardaste demasiado.” Jadeó el menor, sobándose donde antes habían estado los dedos esqueléticos del fantasma.


“Olvidé la cámara en el auto.” Respondió el moreno, metiéndose la pistola al pantalón y aproximándose hasta donde su compañero. “Siempre metiéndote en problemas Ciel. ¿Cuándo será el día en que no tenga que rescatar tu pequeño trasero?” Se burló, tomándolo entre sus brazos y cargándolo.


“Cierra la boca.” Bramó avergonzado el menor. “Además, amas salvar este pequeño trasero.”


“Sin duda.” Sonrió divertido por la impertinencia del niño.


“Creo que me rompí el tobillo.” Se quejó, al darse cuenta del dolor agudo en el lugar, que probablemente había pasado por alto debido a la adrenalina del momento.


“Te lo trataré al llegar a casa, primero hay que salir de aquí.”


Sebastian lo cargó fuera de aquel lugar en ruinas, lo llevó hasta el auto y lo ayudó a sentarse en el asiento del copiloto. El menor temblaba sin parar, por lo que se quitó la chaqueta de piel negra que llevaba, quedando solamente en una camisa blanca, y se la puso a Ciel.


“Encárgate del resto, Sebastian.” Ordenó el menor, demasiado cansado como para decir algo más y tratando de acomodarse en el asiento sin que el tobillo le doliera. Esta vez sí que le habían dado una paliza.


“A la orden.” Respondió el mayor.


Abrió la cajuela del auto, de donde extrajo un par de botes con gasolina. Vertió ambos dentro de la vieja casa abandonada y le echó un último vistazo antes de sacar una cajetilla de fósforos de sus jeans, encender uno y arrojarlo al suelo. El fuego se extendió con rapidez por todo el lugar. Ciel y Sebastian observaron la mansión arder en llamas por el espejo retrovisor, mientras se alejaban a gran velocidad por la carretera.


“Esa maldita bruja sí que iba en serio.” Murmuró con amargura Ciel, viéndose las marcas que ahora tenía adornando a su cuello como una gargantilla.


“Sin maldecir, Ciel.” Lo regañó Sebastian.


“No tendría que hacerlo si hubieses llegado a tiempo.” Bufó el menor.


El mayor encarnó una ceja, “Oh, está resentido.” Pensó, divertido, en su mente.


“Olvidé la cámara en el auto, tuve que regresar por ella y cuando regresé a buscarte ya no estabas.” Respondió el mayor, sin despegar la mirada del camino.


“Tch, a veces pienso que pones mi vida en riesgo solamente para tener algo que interesante que mostrarles a los idiotas que ven tus videos.”


Sebastian observó a Ciel a través del espejo, notando la molestia auténtica en sus grandes ojos color azul. No pudo evitar sonreír con una mezcla de ternura y burla. Le encantaba como Ciel podía ser tan indefenso y tan arrogante al mismo tiempo, como si no pudiera decidir si quería ser el victimario o la víctima. Sebastian concluyó que era el último en esos momentos. Pisó el freno repentinamente, provocando que el menor se aferrara al asiento. Se orilló en medio del camino, dejando las luces encendidas, solo por si acaso, pues no había rastro de alguna otra alma en el lugar.


“¿Qué crees que haces?” Inquirió enfadado Ciel, observando incrédulo al mayor.


“Yo jamás pondría en riesgo tu vida bajo ninguna circunstancia, Ciel.” Aseguró, mirándolo fijamente a los ojos.


A Ciel le incomodaba cuando Sebastian hacia eso. Sabía que la intensa mirada borgoña del mayor lo hacía temblar, y no le gustaba mostrarse débil frente a él.


“No te creo.” Masculló, dejando salir a luz más resentimiento del planeado.


“Debo admitir, que verte tan desesperado y desprotegido, es como un afrodisiaco para mí, Ciel.” Admitió, desabrochándose el cinturón de seguridad y acercándose al menor. “Cuando te vi ahí, tendido en el suelo sucio del sótano, lo único en lo que pensaba era que me gustaría verte llorar un poco más.”


Ciel se quedó petrificado en su asiento, sintiendo como todos los colores habidos y por haber se le iban al rostro, y como su corazón latía con fuerza contra su pecho. El mayor se acercó hasta él, e inclinándose un poco, depositó un pequeño beso sobre sus labios. Ciel pudo percibir el olor de su perfume, mezclado con el olor a polvo y humo que le había dejado el fuego. De pronto sintió como si el calor que sentía en su tobillo se esparcía por todo su cuerpo; ya no le dolía más, pues otros lugares rogaban por atención en esos momentos. La lengua suave y tibia de Sebastian rozó sus labios, pidiéndole permiso para entrar, permiso el cual Ciel le concedió. El mayor tomó su rostro entre sus manos, profundizando el beso, acariciando sus mejillas ruborizadas durante el proceso. Con torpeza, y después de varios intentos, logró desatar su cinturón, liberándose. Sebastian lo tomó por la cintura y lo sentó sobre su regazo, permitiéndose unos instantes para apreciar el semblante desalineado e infinitamente adorable del Ciel; con los labios enrojecidos y entreabiertos, y grandes ojos que silenciosamente gritaban por más, Sebastian pensó que, si fuera pintor, esa sería su obra maestra. Unieron sus labios una vez más, Sebastian acariciaba los costados del menor sobre la ropa, y la temperatura dentro del auto se elevaba cada vez más. Sus alientos, combinados, enturbiaban los vidrios, haciendo imposible para una persona observar lo que sucedía ahí dentro, si es que hubiera más personas en medio de la noche en la carretera. Ciel se balanceaba de adelante hacia atrás sobre el regazo de Sebastian, sintiendo como este se ponía cada vez más duro debajo de él, hasta que le era incómodo estar sentado ahí. Sonrió con suficiencia al saber que por su culpa el mayor se encontraba en ese estado. Sebastian notó esto, pues en un movimiento inesperado, desabotonó los pantaloncillos de Ciel, bajándolos un poco.


“¡Hey! No podemos hacerlo aquí” Exclamó avergonzado el menor, sujetándose los pantalones con fuerza.


“Solo estamos tú y yo, Ciel.” Ronroneó muy cerca de su oído. Ciel sintió el aliento caliente y mentolado de Sebastian quemarlo.


Con dificultad, Sebastian logró deshacerse de los pantalones del menor y posteriormente de su playera, quién castañeaba los dientes a causa del frío de la noche. Sebastian lo calmó besándolo suavemente, a través de la clavícula, subiendo por su pequeño cuello, que estaba amoratado por el trato rudo que había recibido. Se quejó por lo bajo al sentir la lengua del mayor haciendo presión sobre los cardenales, como si tratara de borrar las manchas color púrpura y verde que rodeaban su garganta.


“Solamente nos hemos besado, y ya estás en este estado, que adorable.” Se burló el mayor, acariciando con manos expertas el pequeño miembro de Ciel, quien se retorció bajo su agarre.


“Puedo decir lo mismo de ti.” Jadeó el menor, tocando con una mano pequeña sobre el bulto que se formaba bajo los jeans negros de Sebastian.


“Me atrapaste.” Sonrió el moreno, comenzando a masturbar sin consideración al menor.


Un grito de protesta fue ahogado por un beso profundo. Sebastian se regocijaba con la inexperiencia de Ciel, quien a pesar de que ya había mejorado desde la primera vez que pudo saborear su pequeña boca sacarina, seguía siendo el menos experimentado de los dos. Su lengua pequeña trataba de seguirle el paso, más siempre terminaba rindiéndose bajo los ataques constantes y abrasadores de Sebastian. El movimiento de su muñeca era rápida y después lenta, manteniendo al menor al borde del orgasmo, sin dejarlo venirse realmente. El ojiazul clavaba sus uñas sobre los hombros de Sebastian cuando se sentía al límite, y cuando el mayor dejaba de masturbarlo repentinamente, un sonido de frustración salía de su garganta.


“Se…Sebastian…” Sollozaba una y otra vez, como una persona que aprende a comunicarse de nuevo y se aferra con fuerza a la única palabra que recuerda cómo pronunciar.


“¿Qué sucede, Ciel?” Respondió el mayor, masturbando de nueva cuenta el pequeño falo, besando el pecho que sube y baja con agitación, mordiendo un poco uno de los pezones erectos.


“Ya no puedo…” Logró articular, empujando por sí mismo sus caderas contra la mano de Sebastian, en busca desesperada de mayor fricción.


“No, no, no.” Lo reprendió, retirando la mano del duro y mojado miembro. “No puedes venirte hasta que yo te dé permiso.”


“¡Ah, vamos!” Chillaba con voz lastimera, tratando de rozarse contra la mezclilla dura del pantalón de Sebastian, contra su abdomen firme, contra cualquier cosa que le otorgara la dulce sensación de liberación.


“¿No te he enseñado a pedir las cosas correctamente?” Le sonrió vilmente, divertido con la necesidad que existía en sus grandes ojos azules, pero que no decía en voz alta.


Ciel casi lloraba por la frustración, tenía el rostro encendido en rojo y de su boca entreabierta y jadeante pendían delgados hilillos de saliva. Deseaba golpear a Sebastian justo en la nariz, pero también moría por correrse de una vez por todas. Ahí, en medio de la nada, en el viejo Impala del 67, ambos exhaustos y a la vez excitados aun por la adrenalina del momento, decidió que ya ha perdido gran parte de su dignidad, y que no le afectaría ni más ni menos si decidía entregarse a los juegos retorcidos de Sebastian una vez más.


“Por…por favor, Sebastian. Deja que me venga.” Gimoteó entre lágrimas saladas que lo traicionaban, embriagado por el enojo que le costaba decir tales palabras, así como por la urgente necesidad de mayor contacto.


“Buen chico.” Sonrió satisfecho el mayor, pues aquellas palabras eran la sinfonía más melodiosa que sus oídos podían escuchar.


Repentinamente aceleró el ritmo con el que sube y baja su muñeca, tomando desprevenido a Ciel, quien fue acallado con un beso húmedo y desordenado. Con desesperación, comenzó a mover sus caderas al ritmo que marca Sebastian, sintiendo cada vez más cerca el clímax. Sebastian abandonó su boca y embriagado por el placer también, clavó sus dientes sobre la piel dulce del menor, que parece hecha de polvo lunar. Con un alarido agudo y largo, Ciel se vino entre su vientre y el de Sebastian, vibrando sobre el regazo de este debido a los restos de electricidad que todavía abandonaban su cuerpo delgado.  Sebastian seguía duro y adolorido dentro de sus pantalones, pero gruñó involuntariamente al sentir el líquido tibio verterse sobre su mano, el cual lamió de sus dedos gustosamente.


“Qué asco.” Murmuró el menor al observar lo que su compañero hacía, colapsando sobre el cuerpo de este, completamente exhausto.


“Para nada.” Negó con la cabeza el mayor, acunando a Ciel con cuidado, acercándolo a su pecho y removiendo el cabello azulino pegado a su frente por el sudor.  “Si es tuyo, es una delicia para mí.”


Ambos permanecieron en silencio, escuchando la respiración agitada del otro, sintiendo como el calor dentro del auto se disipaba como el humo, lentamente, dándole paso al frío de la intemperie. Escuchan el canto de los grillos también, que antes era inaudible debido a sus voces. A Sebastian le toma por sorpresa sentir las manos pequeñas de Ciel rodearlo por el cuello, eran frías y trémulas.


“Ya veo.” Dijo por lo bajo, observándolo en la oscuridad, con ojos grandes, azules y melancólicos.


“¿Sigues molesto por lo que ocurrió?” Lo observa bajo la luz de la luna, en esos momentos parecía más pálido y más niño que de costumbre.


“Puede ser…” Admite.


“Siempre te voy a proteger, Ciel. Siempre voy a estar a tu lado.” Juró, besando su frente castamente, como si fuera un padre y no el sujeto que lo follaba hasta que ya no podía más.


“Lo sé.” Asintió con la cabeza, despeinada y salada por el sudor. “Es solo que a veces no sé si me amas o me odias.”


“¿Qué acaso no es lo mismo?” Dijo, cubriéndolo con su chaqueta una vez más, pues no quería que pescara un resfriado.


Sebastian entendía la confusión del menor, sabía por qué ahora lo miraba tan taciturno, sin embargo, aferrándose a su camisa con fuerza. Ciel era joven, demasiado joven, tan joven como lo son catorce años de edad, por su parte, él era viejo, tan viejo como veintiocho años se lo permitían. El menor aun no comprendía la complejidad de las relaciones, la complejidad de Sebastian. Quería hacerlo feliz y suplicar llorando al mismo tiempo, quería destrozarlo con sus dientes y volverlo a armar pieza a pieza con su lengua, quería todo de Ciel. Pero no importaba que no pudiera comprenderlo ahora. “Eventualmente”, se dijo, “eventualmente.”


“No lo sé.” Se encogió de hombros, empezando a quedarse dormido por el cansancio.


“Descansa.” Lo acomodó en el asiento del copiloto y ajustó su cinturón de seguridad.


Puso en marcha el auto, y aceleró. A sus espaldas, el sol comenzaba a salir y los primeros rayos de sol iluminaban con luz cálida su camino. Sebastian no podía dejar de pensar en las palabras del menor. ¿Qué tenía que hacer para demostrarle la devoción que sentía por él? Cuando por fin arribaron a su hogar, eran las seis de la mañana y Ciel seguía durmiendo plácidamente. Por suerte para ambos, las vacaciones de invierno habían comenzado y no tenían que ir ni al colegio ni al trabajo. Sebastián tomó en sus brazos el peso ligero de Ciel, y lo llevó hasta adentro. En su mente se preguntaba qué había hecho para merecer el honor de sostener aquel maltrecho cuerpo entre sus brazos. Aspiró sonoramente la esencia del cabello de Ciel. Y un escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar en las aventuras que les esperarían mañana.

Notas finales:

Aún no se si dejar este fic como one-shot. Si les gustaría leer más de esta historia, háganmelo saber. 


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