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Bendita Maldición por chibigon

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Notas del capitulo:

Hola, aquí un nuevo capítulo. Espero que lo disfruten

-2-

Bendita Maldición

Por Ladygon

Capítulo 2: Solo de shopping.

Minutos después, llegaron a una tienda por departamentos y entró con los dos niños, muy ilusionados, mirando por todas partes.

—Lo primero —dijo Castiel—, es el vehículo de bebé. A ver…

Buscó las secciones, pero en ninguna parte decía “vehículo para bebé”. Miró por todos lados y anduvieron dándose vuelta por un rato, hasta que un empleado los vio perdidos en la zona de herramientas.

—¿Puedo ayudarlo?

—Busco un vehículo para bebé —dijo Castiel muy seguro.

—¿Vehículo para bebé?

—Esos donde se mete al bebé y uno empuja.

—¡Ah!, un coche de bebé.

—Vehículo o coche, ¿no es lo mismo?

El dependiente pestañeó varias veces.

—Sí, claro no lo había visto de esa forma. De todas maneras los enseres de bebé están en el piso cinco, déjeme mostrarle.

Lo llevó hasta un ascensor marcó el piso en el tablero. El dependiente se despidió de ellos y les deseó buen día. La puerta se cerró y comenzó a subir. Cuando la puerta se abrió, Castiel miró hacia ambos lados, se acercó lentamente a la puerta, pero Dean lo soltó de la mano y salió. Castiel iba a salir también, pero las puertas se cerraron. El ángel abrió grande los ojos y desapareció  de inmediato, apareció al lado de Dean y el niño saltó del susto.

—¡Wow! —Sonrió Dean sorprendido.

Castiel lo volvió a tomar de la mano y la apretó, quitando la sonrisa de la cara de Dean.

—¡Ouch! —exclamó el niño.

Castiel relajó su fuerza, la cual en realidad, no fue tan fuerte. Recordó que solo era un niño y debía tratarlo con suavidad.

—Vamos Dean, también compraremos cosas para ti.

—¡Shiiiiiiii! —chilló el pequeño.

Estuvieron dando vuelta un momento, era increíble todo lo que había solo para un bebé. Todo lleno de cosas. Dean encontró un osito de felpa de color beige con ojos azules.

—Pa’ Sam —dijo, mostrando al osito.

Castiel tomó el osito entre sus manos y lo dio vuelta para verlo en todas posiciones.

—Me parece bien —contesta y devuelve el osito al niño.

El niño lo sujeta en su pecho. Castiel lo miró con ternura, se veía muy adorable con ese osito. En eso, llamó su atención un cochecito de bebé. Se acercó a él y puso al bebé dentro. Era perfecto.

Una empleada lo vio entusiasmado con mover el artefacto de su sitio.

—Me llevo este —dijo con seguridad a la empleada.

—Buena elección señor, ¿desea algo más?

Castiel se quedó pensando.

—¿Qué más necesito para este bebé? Llevo eso. —Mostró el oso—, y esto. —Señala el coche.

—¿Una cunita? —Vio el rostro de su cliente—. Es una cama para bebé.

—¡Ah! Sí, sería bueno, la cama de Sam es muy grande.

La empleada lo dirigió a las cunitas donde había muchos juguetes, móviles y miles de cosas que le hicieron doler la cabeza a Castiel.

—¿Me podría decir cuáles de estas cosas son imprescindibles para el bebé? No puedo llevármelas todas y no hay espacio suficiente en el auto, ni siquiera para el coche —dijo angustiado.

—El coche no tiene problemas, se arma y desarma —informó la chica.

—¿Cómo es eso?

La empleada le muestra cómo hacerlo, mientras Dean juega con Sam en los brazos.

—Eso es muy conveniente —dijo Castiel impresionado.

—También, puede llevarse un móvil y lo puede poner arriba de la cunita para que el bebé se entretenga.

—¿Y el niño se entretiene con esto? —Comenzó a jugar él mismo con el móvil, dándolo vueltas— ¿No se mareará? 

La empleada sonrió divertida.

—No, claro que no, pero no tiene que moverlo tanto, quizás un ligero empuje y para el caso, ni siquiera eso.

—¿Solo eso?

—Sí.

—¡Vaya! —dijo divertido.

La vendedora luego le ofreció una silla de bebé para el automóvil, de la cual tuvo que comprar dos: una para cada niño, así como compró también la cuna, el andador —aunque todavía el bebé no andaba nada— unos juguetes, utensilios, ropa y otras cosas más, que ni sabía para qué eran, pero las compró igual por si acaso.

Le explicó a la vendedora, que necesitaba ropa para Dean y que no sabía la talla. La empleada le ayudó con eso también. Tuvieron que ir a la sección preescolar.

—Es usted un padre muy preocupado y guapo —dijo con sugerencia la mujer—. Salgo a las ocho, por si se le ofrece algo más.

—Muchas gracias es usted muy amable —respondió Castiel sin darse por aludido.

Menos mal sabía el funcionamiento de las tarjetas, porque el efectivo no le alcanzó y tuvo que llevarse un par de empleados para los estacionamientos con todas las cosas. Castiel salió, empujando el cochecito de Sam. Abrió la cajuela del auto y la cerró casi al instante, antes que los chicos vieran el arsenal.

—Creo que mejor lo llevaré en el interior, no hay espacio acá — explicó, rápidamente.

Sin embargo, el espacio tampoco era favorable ahí.

—Si gusta lo podemos enviar a su casa. Solo debe darnos la dirección —dijo uno de los empleados.

Recordó que el búnker no tenía ninguna dirección. No había lugar donde mandarlo.

—No, solo déjelos aquí, ya veré cómo lo hago.

Los empleados hicieron lo que les dijo y se quedaron un poco más de tiempo en su posición que el esperado, al ver que el otro no les daba propina pusieron mala cara y se fueron.

Castiel estaba muy ocupado, pensando cómo lo haría para cargar al Impala. Primero metió todas las bolsas en los asientos traseros, luego el asiento para bebé, empacado apenas entró. Quedó con el coche afuera y la cuna empacada. Recordó que el coche se desarmaba, así que tomó al bebé Sam de dentro y se lo pasó a su hermano. Comenzó a desarmarla, pero se atascó una pieza y aplicó solo un poquito de su fuerza angelical y destrozó la pieza, quedó con ella en la mano.

 —¡Ups! —soltó Dean y se largó a reír.

A Castiel no le pareció nada gracioso, hizo una mueca de vergüenza y trató de hacerla encajar en el coche, pero no le resultó y solo sacó más risas de Dean. Mejor la guardó en su bolsillo y terminó de desarmarlo. Trató de entrarlo al auto, pero no pudo y ahí estaba el dilema.

El ángel supo que no podría solucionar el problema con el Impala, entonces se le ocurrió la idea de llevarse las cosas que no entraban al auto y teletransportarlo al búnker. Así que cerró el vehículo y cargó con todas las cosas en sus dos manos, mientras Dean cargaba al bebé Sam. En una mano, cargó la pesada cuna, y con la otra, llevaba el coche con las sillas de bebés. No se le pasó por la cabeza de que  si la gente lo veía, se vería muy extraño, llevando cosas imposibles para solo un hombre.

Buscó un lugar donde nadie pudiera verlos y como pudo, tocó al niño para poder teletransportarse. Cuando llegaron al búnker, Castiel se dio cuenta que se trajo las sillas de bebés para vehículos, que debía instalar en el Impala. Desconcertado, volvió a cargar las sillas y tomó a los niños de vuelta al lugar.

Todo sería mejor si dejara a los niños solos en el búnker, pero por alguna razón desconocida, no quería dejarlos solos por ningún motivo. Así que hiciera lo que hiciera y fuera a donde fuera, los niños estarían cerca de él.

Las bolsas que estaban en la parte trasera, terminó dejándolas en el maletero junto con las armas filosas de los cazadores. El resto, en el asiento del copiloto y así tuvo el espacio para instalar las sillas, cosa que le llevó un buen rato y la ayuda de un encargado de la tienda, al cual fue a buscar, porque se cansó de pelear con las cosas inanimadas esas.

Al fin pudo poner a cada niño en cada silla y partir del estacionamiento rumbo al búnker.

—Cas —dijo el pequeño Dean—, tengo hambe.

El niño estaba hablando más desde la última vez. Al parecer, la maldición le afectó en ese sentido, quizás por el shock inicial de la transformación.

—Está bien Dean, iremos por unas hamburguesas.

—Shííííííííí —chilló emocionado.

Llegar al local de comida rápida no fue difícil, lo difícil fue sacar a los niños de las sillas. Al tomar al bebé, recordó que el coche estaba en el búnker y rodó los ojos. Una vez instalados adentro, le pasó una carta a Dean y él sentó al bebé en su rodilla mientras veía la carta también, más con curiosidad buscando algo que el bebé pudiera comer.

—¿Qué pedirás Dean?

—Una hambuguesha.

—Sí, pero cuál de todas.

El niño lo quedó mirando como si no supiera de qué hablaba. Miró a su alrededor y dijo:

—Esa. —Mostró con su dedo índice la hamburguesa de un señor en la mesa contigua.

Castiel se extrañó.

—¿No elegirás de la carta? —dijo mostrándole la cartulina.

—No shé qué diche.

—¿No sabes leer?

—¿Leer?, no.

—Ya veo. Entonces te elegiré una que te gustará mucho.

—¡Yaaaa!

Castiel sabía los gustos de Dean y le eligió la comida, pensando en que el hechizo no había conservado la experiencia, como en otras situaciones, donde mantenían las personalidades y lo único que cambiaban eran los cuerpos. Aquí Dean era un niño de nuevo, borrado su pasado, no sabía quién era. Tendría que hacer todo otra vez, y eso asustó al ángel.

Por primera vez, vio el peso del asunto que caía sobre sus hombros. Tendría que criar a esos niños como si fuera su padre o algo parecido. Eso estaba muy mal, él apenas comprendía a los humanos como para tomar una responsabilidad de tamaña naturaleza. Lo peor de todo, es que no tenía a quien acudir por ayuda, ya que todos estaban muertos salvo Cler, pero ella tenía sus propios problemas como para achacarle más.

Estaba pensando esto, cuando apareció la mesera a pedir la orden y solo atinó a decir lo que quería para Dean. Es que él no iba a comer nada, porque se supone que los ángeles no comían.

Ayudó a comer a Dean, porque se embetunó entero con la famosa hamburguesa y el kétchup de las papas fritas. El bebé por su lado en la silla para bebé, que le pusieron para acercarlo a la mesa, también estaba todo sucio con las papas fritas todas molidas entre sus manitas y en la boca. Castiel se acabó las servilletas, tratando de limpiar a los niños del desastre, pero los niños se veían felices.

Después de eso, se los llevó a la casa. Debía bañarlos y prepararlos para dormir. Habían tenido un día muy ajetreado y estaban muy cansados. Como pudo, los bañó con cuidado, dejando el baño hecho un desastre. Tuvo que usar su mojo para cumplir con estas tareas y dejó a los chicos en la cama de Dean durmiendo los dos juntos, uno al lado del otro. Solo le llamó la atención el oso de color beige con ojos azules, que Dean estrangulaba con un brazo mientras dormitaba. Se suponía que ese oso de peluche era para Sam. Dean era tan buen hermano que se lo cuidaba, eso lo hizo sonreír.

Partió a la sala para armar la cuna como le habían enseñado en la tienda y armar todos los aparatos extraños para bebés que había comprado, siguiendo las instrucciones de los manuales. Estuvo toda la noche, haciendo eso y leyendo por internet sobre los cuidados de los niños, cuando se dio cuenta de la hora, Dean estaba a su lado, diciéndole que tenía hambre.

Los cachorros de humanos no podían ser tan complicados, después de todo, solo tenían tres necesidades básicas: comer, dormir y el baño. Debía aprender esas lo más rápido posible y de la mejor forma posible. Así que se llevó una laptop a la cocina y buscó en YouTube un desayuno nutritivo para niños. Encontró una buena receta con huevos, lo cual se suponía era lo más fácil de cocinar para los humanos, incluso lo había visto hacer. Puso el aceite en la paila, encendió el fuego. Recordó entonces, algo muy importante:

Al bebé.

Se teletransportó hacia el dormitorio. El bebé estaba despierto, mirando hacia el cielo. Castiel miró al techo a ver qué veía el chico, pero solo había una mancha. Al menos el chico se distraía con cualquier cosa. Lo tomó en brazos, cuando sintió un grito horrible desde la cocina y se teletransportó hasta allá. Si algo le ocurría al niño por su culpa, no sabía cómo superaría eso.

Fin capítulo 2

Notas finales:

Gracias por leer y comentar ^_^


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