No sé realmente la razón por la que escribo esto, sé que no podrás leerla y también sé que es por mi culpa pero me siento en la obligación de hacerlo.
La primera vez que te vi creí que eras un chico demasiado hermoso para ser real, estabas cruzando la calle, intentando subir tú solo un enorme sofá por las escaleras.
Te sonreí algo divertido y devolviste el gesto, no podía ayudarte porque llegaba tarde al trabajo pero esa noche cuando regresé, el sofá ya no estaba fuera. Me alegró saber que lo habías conseguido.
Con el pasar del tiempo se nos hizo costumbre saludarnos con un gesto de cabeza, no sabía tu nombre ni tú el mío pero me bastaba con poder verte a diario.
El día que apareciste en el hospital mi corazón dio un vuelco, tu cuerpo se veía tan maltratado, el accidente te dejó fatal y el miedo de perderte, hizo que todo mi mundo se sacudiera de una forma horrible.
Logré hacer los mejores ayudaran a tratarte aquella vez, pero fue en vano, a pesar de que todo estaba bien en ti, decidiste no despertar de inmediato.
Me quedaba casi todas las noches contigo, rogando a dios o quien quiera que me escuchase que te devolviera aquel aire tan infantil que siempre te rodeaba, ese que aquel conductor inútil abruptamente te arrebató.
Tus padres eran demasiado ancianos para cuidarte, creo que llegue a caerles bien porque confiaron plenamente en mí y me permitieron saber cosas de ti que jamás habría podido conocer de otra forma.
Un mes después de que te declararan oficialmente en coma cometí el primer error.
Te besé, fue tan dulce, tan perfecto que quise hacerlo una y otra vez. Me gustaba el sabor de tus labios, a pesar de que no podías responderme en mi mente todo encajaba de forma perfecta.
El ser un doctor con buena reputación y teniendo en cuenta que el director del hospital era un viejo amigo, nadie veía raro la dedicación excesiva hacía ti. Después de todo eras un joven de 21 años con demasiadas cosas por delante, lógico que quisiera salvarte.
Después de haberte tomado por primera vez lloré, lloré mucho, me sentía enfermo, me sentía sucio. Te había corrompido sin ser del todo consiente, pero ya no aguantaba, había tanto amor dentro de mí que después de dos años sólo besándote necesitaba más.
Despertaste un 14 de Septiembre, tres años después de ser internado.
Quizá me habría animado a invitarte a salir pero hacía cuatro meses que ya no estaba contigo.
Hacía cuatro meses que estaba detrás de las rejas en la prisión del estado bajo el crimen de violación. Fue duro entrar aquí, lo acepto, la mayor parte de lo que se dice en las películas sobre la cárcel es verdad pero no tienes porqué saber eso.
Una sola vez.
Una sola vez me atreví a acabar dentro de ti y eso fue suficiente para arruinarlo todo... más de lo que ya lo había hecho. Dos semanas después de aquello te hicieron los exámenes mensuales y ahí se supo que estabas en cinta.
No fue difícil señalar un culpable.
Perdí mi trabajo, mi reputación y a ti, a pesar de que no te tenía, te perdí.
Algunos de mis amigos vienen a verme a veces, dicen que estaré bien, que saldré pronto pero ellos no entienden que yo no quiero hacerlo.
¿Qué sentido tiene salir si no estarás ahí?
Hace dos días mi abogado me contó que te suicidaste, que debía dejar de pensar en ti y concentrarme en el caso.
En dos meses debía nacer nuestro hijo pero jamás pasará, y está bien, lo entiendo.
No quería arruinar tu vida.
Perdóname, TaeHyung, te amo.
El pelinegro dejó la carta que acababa de escribir a un lado, con la vieja dirección de su amante en ella, de alguna forma aquello drenaba su culpa, la carta iría a parar a manos de sus padres y quizá, sólo quizá no pensarían tan mal de él.
Se levantó del suelo y caminó hasta la cama dónde una gran pila de pastillas esperaba por él. No era difícil conseguirlas con un par de cigarrillos.
Uno a uno los fármacos invadieron su organismo, envenenándolo desde adentro.
Al día siguiente el abogado de Min YoonGi entregó en manos la carta a un confundido Kim TaeHyung, cargando ahora con la culpa de la muerte de YoonGi creyó que eso era lo mínimo que podía hacer.