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Lo que hacen los soldados cuando no están en guerra por LeSoMan

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1943 – Polonia

 

 

Llevaba casi un mes en la ciudad cuando todo ocurrió, en aquel momento ya estaba acostumbrado a la soledad y a los fantasmas que recorrían las calles, mi cerebro había bloqueado todo recuerdo de la guerra, del encarcelamiento y de mis antiguos compañeros, era feliz compartiendo espacio con las ratas y los escombros.

El día en que entré al campo de concentración sólo era un niño demasiado asustado cómo para dejar de llorar pero los soldados me enseñaron muy pronto a no expresar nada más que obediencia, con 16 años recién cumplidos para ellos era un hombre saludable y perfecta mano de obra.

 Mis hermanos menores gozaron de ciertos lujos los primeros meses, al ser gemelos un doctor se había hecho cargo de ellos y les permitía jugar, seguir actuando cómo niños… tenía celos, muchos celos eso lo recuerdo bien, pero éstos desaparecieron el día que llegaron a mis oídos rumores de lo que éste señor hacía con los niños cómo ellos. No quise creerlo. Ellos ni siquiera duraron un año.

¿Por qué tenía que estar ahí? No entendía, no éramos judíos ni negros.

El día en el que se presentó la oportunidad de escapar papá apostó todo por mí, él decía que yo era valiente, que yo valía la pena, pero se equivocaba… jamás pensé en alguien que no fuera yo y nunca intenté alzar la cabeza cuando algo no era correcto. La noche en la que por error logré hacer que los oficiales cayeran sobre el pequeño grupo que me había ayudado a salir  corrí sin mirar atrás, corrí y deje absolutamente todo muy lejos.

Después de casi dos días llegué a la ciudad de la niebla, cómo había decidido llamarle al notar ese aspecto tan desolado. No había radios ahí, no había personas y a juzgar por el aturdidor silencio podía jurar que ya no había guerra.

Me sorprendí el día que los soldados llegaron, las ganas de huir se apoderaron otra vez de mi cuerpo pero si salía de mi escondite, aquella gran ciudad,  iban a verme y me atraparían, la mejor opción fue comenzar a rogar que no decidieran instalarse demasiado rato.

Tanto tiempo había pasado desconectado del mundo que cuando vi aquella bandera con rayas y estrellas sobre los hombros de uno de los soldados algo me confundió, recordaba muy claramente cuál era el símbolo nazi y aquel no se asemejaba en lo más mínimo.

Seguí a aquel hombre desde lejos, no debería haber corrido el riesgo pero lo hice, lo hice porque sus rasgos eran similares a los míos y estaba seguro de que un coreano jamás habría podido formar parte del ejército alemán.

Quería acércame, quería hablar con él, quería… quería muchas cosas. En un momento en especial le perdí de vista y la molestia se adueñó de mí. ¿Dónde estaba? ¿A dónde había ido?

Perdiendo las ganas de ocultarme me dejé totalmente expuesto, llevando la mirada de un lado a otro para intentar dar con él. Una vuelta, dos vueltas y al final acabé por sentir algo de dolor cuando di de espaldas contra la pared. Mi primera reacción fue querer escapar, huir de lo desconocido pero un familiar idioma hizo que dejara de removerme.

-          Hey hey pequeño, tranquilo, no voy a hacerte daño.

Sostuve la mirada del pelinegro con algo de incredulidad, aquel chico frente a mí no se veía amenazador o enojado, podía jurar que se le hacía divertido tenerme acorralado contra el muro.

-          ¿Vives aquí? ¿Cómo te llamas?

No supe cómo responder así que sólo me mantuve en silencio hasta que pareció sentirse incómodo, iba a decir algo más, estaba seguro, pero las voces de más personas acercándose me ayudaron a reaccionar y con bastante agilidad logré zafarme de sus brazos, corriendo hasta la seguridad que me daba la oscuridad y aquellos abandonados edificios.

 

No fue la primera vez que me encontré con YoonGi, sí, un nombre extraño para alguien que había nacido en América pero que podía hacerme sonreír con sólo imaginar a quién pertenecía. Una semana fue el tiempo que se tardó en tener por completo mi confianza, con aquella ironía y aquel paternal trato pronto pudo tenerme largas horas oyendo sus historias y sueños. Los demás soldados del ejército estadounidense también eran agradables pero no podía entenderles y de todas formas me bastaba sólo con la compañía de Yoon, el mismo que a pesar de jamás obtener respuesta alguna por mi parte nunca se rendía.

Hasta el momento él me llamaba Tae, por su hermano pequeño TaeHyung que se había quedado al otro lado del mar, siempre decía que seguramente seríamos buenos amigos, prometió que al acabar todo aquello me llevaría con él a conocerlo y que también me dejaría vivir en su casa si alguna vez hablaba.

Treinta y un días exactos después fue cuando recibí la peor noticia hasta entonces, debían irse, ya era hora de que se movilizaran e hicieran esas cosas que hacen los soldados en  las guerras.

Mi corazón dolió mucho la noche en la que él se despidió, debía salir temprano y no habría tiempo para el desayuno que solíamos compartir. Lloré cómo un niño pequeño cuando fuimos a dormir, aquella fue la primera vez que me atreví a compartir la cama con alguien más, aún recuerdo el momento en el que sus labios apenas y rozaron los míos, haciéndome sentir totalmente confundido y asustado, de alguna forma mi corazón latía fuerte y parecía a punto de salir.

-          JiMin, Park JiMin.

Susurré intentando controlar mis sollozos antes de ignorar la voz de la razón y dejarme tomar por completo. Dijo muchas cosas lindas en mi oído aquella vez, cosas empalagosas y cosas divertidas, habló sobre mi sonrisa y lo hermoso que le había parecido la primera vez a pesar de haber tenido toda la pinta de un vagabundo.

No supe cuando fue que salió, no vi partir a los soldados y tampoco escuché el sonido de sus pasos al alejarse, lo único que me había quedado era la promesa de que volvería por mí y me llevaría a conocer a su hermano.

 

 

Ya han pasado 20 años de aquello y aún siento curiosidad por saber que tan buena era la vida americana, al final quien me sacó de aquel lugar fui yo mismo, no podía seguir viviendo una vez la comida y el agua se agotaron pero tenía la esperanza de que él me encontraría aún así.

Al final de la guerra intenté  saber de él, me hacía falta y lo extrañaba aún más que a mi padre y hermanos pero jamás tuve noticia alguna, no era nada fácil encontrar a alguien después del caos que dejó tercer Reich.

Seguí mi vida de la mejor forma que pude, conseguí un trabajo decente y tuve hijos con una maravillosa mujer, quien todos los días me atendía y me colmaba de  amor que yo fingía devolverle, a veces me sentía culpable por eso pero no había nada que pudiera hacer para evitarlo, mi corazón siempre perteneció a aquel chico idiota que no pudo cumplir su palabra.

¿Dónde estás ahora YoonGi? ¿Acaso pudiste escribir canciones cómo tanto deseabas? ¿Sigues pensando en mi cómo yo pienso en ti o sólo eres una de esas blancas cruces en el cementerio?

 


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