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Comienzo de una nueva leyenda por Otogi Rinkaku Nishimura

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Cuando se hablaba de Japón podrían decirse varias cosas referentes a sus modos de entretenimiento, la animación, los mangas, e incluso la tecnología. También algunas personas hablaban sobre los templos y sus historias. Un pequeño numero de gente hablaba sobre las incontables historias de demonios o espíritus que rodeaban ese país, ya que con el tiempo estas se habían ido perdiendo entre los edificios.

Los Kamaitachi habían sido olvidados por los mismos que cosechaban en los pueblos, provocando que estos terminaran por petrificarse en los templos que pertenecían a sus antiguos seguidores junto a sus guadañas.

Jorogumo ya no podía seducir hombres para llevarlos a su cueva, por lo que había quedado atrapado en sus propias telarañas. De vez en cuando se escuchaban sus pesares.

Gashadokuro había terminado por ser enterrado luego de todos los años. Con el tiempo sus huesos se habían debilitado hasta terminar por convertirse en polvo.

Oshiroibaba siguió el camino de los Kamaitachi y termino por petrificarse al ver que ya ninguna mujer aceptaba sus maquillajes.

Isonade había entrado en un sueño milenario en las profundidades del océano. Ya no podía alimentarse del miedo de los marinos.

Kuchisake Onna había sigo olvidada, provocando que esta se quedara sin fuerzas y se mantuviera sellada en la casa donde había pasado su vida humana.

Cada una de las criaturas que conformaban las leyendas o folclore terminaban desapareciendo una por una ante la amarga tristeza que les provocaba el ser olvidados.

Muy pocos eran los que se quedaban viviendo, algunos de ellos eran los zorros. Ademas de un animal, también tenían una esencia sobrenatural que les convertía en principal personaje de muchas leyendas.


_______________________________________________


 


— Dios Inari... Si soy tu sirviente y mensajero, ¿Por qué ya no me habla?

 

Un joven de delicada apariencia se encontraba en uno de los templos dedicado al Dios Inari, el cual había sido abandonado años atrás cuando los fieles seguidores de dicho Dios habían terminado de fallecer.

El cabello largo de color rosa pastel era algo bastante llamativo junto a ese rostro con facciones tan delicadas que podría confundirse con una mujer. Las largas uñas perfectamente cuidadas le daban un ligero plus a eso. Una Yukata de color rosa con negro era la vestimenta que esa persona utilizaba junto a los tradicionales calzados de madera.

Toda su vida había servido a Inari, pero este hacía más de cien años que no le dirigía palabra y eso ya comenzaba a tenerle más nervioso de lo que debería. ¿Y si el afán de los humanos por olvidar había hecho que incluso los dioses se quedaran dormidos? ¡No, eso era algo que no podía permitir!

Volteándose, el joven de cabello rosa pudo caer de rodillas, elevando su rostro hacía el cielo, intentando enfocar su mirada como podía al sol, a pesar de que los rayos que este daba le hacían doler su visión.

 

— ¡Por favor, Diosa Amaterasu, dígame que usted si me hablara! ¡Soy yo, Koichi! ¡El mensajero de Inari! ¡Por favor, por favor, no se duerman ustedes también!


Solo el silencio fue lo que inundo el lugar, por lo que lo que sus ojos se humedecieron, más estaba negado a dejar que las lagrimas se deslizaran por sus mejillas.

Sus ojos se abrieron en total sorpresa cuando escucho una profunda risa tras su espalda, volteándose rápidamente para buscar a quien fuera estuviera riéndose, pero no podía ver nada. Ni siquiera con su gran alfado o su gran audición pudo saber de donde venía esa risa que parecía rodearle junto a un sentimiento de tristeza.


— ¡Basta! ¡Sal de donde estes y da la cara, cobarde!

— Quien lo diria, la zorra rosa quiere hacerse el rudo.

 


La voz parecía retumbar en su cabeza debido a la profundidad de esta, pero no le presto atención, ya que la furia comenzó a hacerse lugar en su cuerpo ante el termino referido. Pudo ver como de las sombras una figura comenzó a materializarse, dejando ver a un hombre que parecía rondar los 33 años, claro, si es que este fuera humano. Pero los grandes cuernos que adornaban su cabeza similar a los de un carnero de Soay. El cabello largo y negro caía como una cascada por el torso desnudo y bien trabajado del recién llegado. Partes de sus brazos estaban rodeados con varias vendas, en tanto como unida prenda de vestir traía unos pantalones negros de lo que Koichi catalogo como ''Jean'', el cual tenía varias cadenas adornándole.

 


— ¿Quien diablos eres tú? ¿Y que haces aquí? ¡Los demonios infernales no pueden pisar tierra sagrada! —Casi por instinto el de cabello rosa dejo a la vista sus tres colas, igual de rosas que su cabello, como si ello fuera una advertencia al extraño de que no se acercara.

— ¿Quien soy? Uhm... No me agrada decir mi nombre, pero puedes limitarte a decirme Otogi. ¿Que hago aquí? Me burlo de tu idiotez. Tus dioses han muerto hace ya mucho tiempo. —La sonrisa de burla que el perteneciente al infierno dio hizo temblar al más bajo, quien ante esas palabras llego a sentirse petrificado, más luego negó con fuerza.

— ¡Mientes, lo único que saben hacer ustedes es mentir! —Koichi se negaba por completo a creer que sus dioses, sus dueños, e incluso sus amigos estaban muertos, ni siquiera aceptaba la idea de que estos estuvieran durmiendo o hubieran sido petrificados como varios demonios menores.

— Si digo mentiras, ¿Por qué la Diosa suprema no te contesta? ¿Por qué tu amo no te dirige la palabra? ¿Por qué no hay otro de tu especie? Ni siquiera hay de otras especies, solo tu te has mantenido en la vana esperanza de que los humanos volverían a creer en ustedes.

 


Cada palabra que entraba por las orejas del zorro llegaban a clavarse como dagas en su corazón. Como si fuera un rompecabezas llego a pensar en que realmente hace años no veía a ningún Kitsune como él, tampoco a los Tanuki, ni hablar de otros seres. Todos se habían convertido en polvo al dejar de esperar. Pero él había querido mantener la esperanza, por eso cada tanto tomaba la forma humana al intentar recrear las historias donde los zorros cautivaban a los hombres para luego estafarles.

Rabia, eso era lo único que sentía en tanto miraba a ese demonio que no paraba de sonreír.

Sin decir nada hizo que sus uñas se alargaran en punta como filosas garras, al igual que sus colmillos que ahora se asomaban entre sus labios. Sus tres colas que había ganado con los años de experiencia estaban moviéndose frenéticamente, con su pelaje en punta al estar preparado para atacar.


— ¡No mientas más!


Solo con esas palabras el más joven se abalanzo contra el de cabello negro en busca de atacarle. Sus manos se movieron con rapidez intentando lograr acertar algún golpe o rasguño, pero el demonio hacía una buena tarea esquivándole.

Estaba comenzando a odiar esa asquerosa sonrisa que el mayor de ambos mantenía en sus labios, por lo que cada que estiraba su brazo lo hacía con el fin de al menos arañar el rostro impropio.

El resultado seguía siendo el mismo.

Pero algo que Otogi no había contado es que en uno de los movimientos que hizo para esquivar su espalda choco contra una de las estatuas hechas en honor al Dios Inari, haciendo que se detuviera. Como consecuencia, sintió las filosas uñas del Kitsune arañar parte de su rostro. La sangre no tardo en salir, pero al instante se detuvo cuando las heridas se cerraron. Pero el daño estaba hecho, el orgullo del demonio se vio amenazado por lo que dejo que la furia le dominara.

Koichi dio unos pasos hacia atrás cuando noto la mirada del de cabello oscuro, pero ahora que lo notaba bien, los ojos de este se fueron aclarando hasta terminar de un verde tan brillante que podría verlos incluso en la oscuridad, junto a su cabello que paso de negro a un rojo similar a la sangre. Las manos del de cabello rosa temblaron cuando escucho el gruñido dado por el ser que ahora iba dando pasos lentos hasta él con un aura amenazante.

Su instinto le dijo que debería huir, así que con rapidez se volteo para intentar correr, pero antes de lograr hacerlo una de sus colas fue sujetada con la suficiente fuerza como para casi romperla u arrancarla, provocando que un fuerte grito abandonara los finos labios del más bajo.

Los golpes empezaron a ir y venir sin importar los vanos intentos que hacía el zorro por defenderse, cada nuevo golpe le quitaba el poco aire que almacenaba en sus pulmones, incluso ya podía oler su propia sangre, la cual veía en los puños del demonio. Pero no lo entendía, había notado que ese ser era por demás muy fuerte, si quisiera matarle solo necesitaría de un movimiento, pero no, solo se centraba en golpearle lo más posible. La idea de que ahora estaba siendo un maldito juguete hicieron que al fin las lagrimas corrieran por sus mejillas, las cuales ya comenzaban a verse moradas por los hematomas.

La fuerza abandono por completo el delgado cuerpo del zorro, por lo que solo podía limitarse a emitir cortos y bajos quejidos cada que sentía un nuevo golpe o una quemadura, porque cada que el demonio le tocaba sentía su piel arder y, por lo que pudo ver, era debido a que las manos de ese ser tenían algunas llamas a su alrededor.


No supo bien en que momento ese que respondía al nombre de Otogi freno sus golpes, ya que se encontraba abrumado por cada punzada de dolor que le daba al hacer el mínimo movimiento. Podía intuir que dos o tres de sus costillas estaban figuradas, su hombro izquierdo presentaba una dislocación, mientras su pierna presentaba una doble fractura. Sus brazos y su torso eran adornados por marcas de grandes hematomas y algunas marcas de quemaduras que rozaban casi el tercer grado. Uno de sus ojos casi no podía abrirse por los golpes recibidos en esa parte de su rostro mientras de entre sus labios brotaban hilos de sangre ante una ligera hemorragia interna. Si no fuera por su condición sobrenatural estaba seguro que ya habría dejado de respirar hace más de media hora, pero también se preguntaba el porque el demonio se había alejado.

Este, como si hubiera escuchado las dudas en su mente, se agacho a su lado, deslizando sus largas uñas negras por su mejilla, provocandole un pequeño corte que comenzó a sangrar.


— No te asesino porque me traeria muchos problemas. Y la verdad, no tengo ganas de discutir con Izanami.


La mención del Dios de la muerte hizo que el Kitsune rosado se intentaba incorporar, solo logrando girar su rostro a la par que daba quejidos de dolor bastante prolongados, siendo esos sonidos algo agudos, típicos de un zorro asustado o que buscaba piedad. Pero luego de pensarlo, volvió a mirar al demonio, dejando ver una pequeña sonrisa en sus labios manchados de sangre.


— Entonces mentiste... —Esas palabras hicieron que los ojos de Otogi se fijaran en los impropios con curiosidad, ladeando su rostro en busca de una respuesta— Habías... Habías dicho que todos los dioses habían muerto... Izanami es una Diosa y por lo que escuche decirte... Ella no esta muerta.

 
Al acabar su frase una fuerte y profunda risa se escucho, procedente de la garganta de aquel demonio, quien se levanto al serle mucha gracia lo que acababa de decir el joven en el suelo.


— Ah... Realmente Inari tenía razón en que eres muy entretenido. De todas formas, él esta durmiendo en la vana espera de que los estupidos humanos vuelvan a creer en él.


Koichi no pudo evitar que sus ojos volvieran a derramar lagrimas, pero no de tristeza, sino de felicidad. Su Dios no estaba muerto, solo estaba dormido y no dudaría en esperar para que despertara, así podría volver a servirle. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el más grande se puso en cuclillas a su lado. Sus ojos y cabello habían vuelto al color inicial, más su rostro, torso y brazos eran adornados por la sangre, su sangre.


— Escuchame bien, Koichi... Me obedeceras en todo, desde hoy, yo soy tu dueño. Y si intentas negarte, juro que ire y asesinare a Inari. —Esas palabras dichas con tan pocos sentimientos hicieron erizar la blanca piel del mencionado.


— N-No puedes... No puedes matarle.


— Te he dicho que puedes llamarme Otogi pero yo... Soy el hijo de Izanami y Shinigami.


Un nuevo temblor fue el que sintió Koichi recorrer todo su cuerpo. Hacía muchos años sus padres le habían contado una leyenda de que la Diosa de la muerte, Izanami, había engendrado en su vientre al hijo del recolector del inframundo, Shinigami tambien era catalogado como el Dios de la muerte, pero era un Dios menor que acataba las ordenes de Izanami. Ese hijo era considerado la muerte en persona, tal era su don que era el único que podría cortar el hilo de la vida de otros Dioses, por lo que su misma madre había decidido ocultarlo, manteniendolo mucho tiempo encerrado en un lugar que nadie sabía.

El solo pensar que ese ser estaba a su lado, con la posibilidad de matarlo con solo respirar, diciendo que no dudaría en matar a su Dios si se negaba a servirle, hacía que su sangre se congelara.

Pensando en todas las opciones, termino por rendirse, dando un pequeño movimiento de cabeza para indicarle al mayor que aceptaba su propuesta. Casi al instante sintió como las heridas mayores de su cuerpo comenzaron a provocarle un inmenso ardor, logrando que chillidos de dolor escaparan de sus labios. Los cuales se hicieron más audibles cuando se vio levantado en los brazos de ese ser de cabello oscuro.

Su cuello comenzó también a arder, pero al instante se detuvo, dejando ver unas marcas negras, similares a un tatuaje de cadena.


— Ahora eres mio, Koichi.


Ese profundo murmullo dado de manera directa a su oreja le hicieron estremecer, volteando a ver a quien ahora era su dueño, sin poder contenerse de apoyar parte de su cabeza en el hombro de este como si buscara refugio, como un zorro, sabía como debía comportarse.


— Soy suyo, amo...
 
 
Las leyendas luego se expandieron a travez de todos los habitantes de una pequeña aldea en el Norte de Jaón. 
 
Muchos decian y afirmaban que habían visto a un demonio llevarse la vida de muchas personas, los ojos de un verde tan brillante que cortaban toda oscuridad, el cabello de un rojo oscuro como la sangre que caía por su torso.
 
Según algunos monjes, ese demonio era demasiado poderoso, por lo cual se extendio el rumor de que era ese hijo prohibido entre los Dioses de la muerte, por lo que comenzaron a temer, colocando innumerables objetos de proteccion en sus viviendas, pero siempre estas terminaban rotas cuando las personas distinguian la figura de ese ser acercarse y solo allí notaban algo.
 
 
 
Llevaba a un zorro de tres colas encadenado a él.
 

Notas finales:

NAO I LOVE U


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