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La Élite [La Selección #2] por Nayu - san

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Esta es una adaptación del libro perteneciente a Kiera Cass. Es hecha sin fines de lucro, ni de ofender. 


Los personajes no me pertenecen, le pertenecen a Furudate Haruichi, yo solo los uso para esta pequeña historia.

Notas del capitulo:


Disclaimer: Esta es una adaptación del libro perteneciente a Kiera Cass. Es hecha sin fines de lucro, ni de ofender. 
Los personajes no me pertenecen, le pertenecen a Furudate Haruichi, yo solo los uso para esta pequeña historia.

Aclaraciones y acotaciones en las notas finales.

* * *


No soplaba mucho viento en Tokio, y Tsukishima permaneció un rato allí tendido, inmóvil, escuchando el sonido de la respiración de Kuroo. Cada vez era más difícil pasar con él un momento realmente tranquilo y plácido.


Intentaba aprovechar al máximo esos ratos, y le alegraba comprobar que cuando Tetsurou parecía estar más a gusto, era cuando se encontraban a solas.


Desde que el número de miembros de La Selección se había reducido a seis, Kuroo se sentía más ansioso que al principio, cuando éran treinta y cinco. Ahora tenía menos tiempo para hacer su elección, pero este no hacía más que alargarse, y aunque no lo culparía, Tsukishima era el motivo por el que deseaba ese tiempo de más.


Al príncipe Kuroo Tetsurou, heredero al trono de Tendo, le gustaba Tsukishima Kei, un seis.


Una semana atrás había confesado que, si Kei admitía que sentía lo mismo, sin reservas, acabaría con el concurso. Y a veces Tsukishima acariciaba la idea, preguntándose cómo sería estar con Kuroo, sin nadie más, solo los dos.


Sin embargo, el caso era que no era solo suyo. Había otros cinco seleccionados allí, con los que salía y a los que susurraba al oído, y Kei no sabía cómo tomarse aquello. Además estaba el hecho de que aceptar al príncipe implicaba asumir también una corona, idea que solía pasar por alto, aunque solo fuera porque no estaba seguro de qué podía significar para él.


Y luego, por supuesto, estaba Bokuto.


Técnicamente ya no era su novio —habían roto antes incluso de que escogieran su nombre para La Selección—, pero cuando se presentó en el palacio como soldado de la guardia, todos los sentimientos que Tsukishima había intentado borrar invadieron de nuevo su corazón. Kotaro había sido su primer amor; cuando lo miraba… era suyo.


Kuroo no sabía que Bokuto estaba en el palacio, pero sí sabía que el rubio había dejado atrás una historia con alguien, algo que intentaba superar, y había accedido a darle a Kei tiempo para pasar de página mientras él intentaba encontrar a otra persona con quien pudiera ser feliz, si es que el menor no se decidía.


Mientras movía la cabeza, tomando aire justo por encima de su cabello, Tsukishima se lo planteó: ¿Cómo sería querer a Kuroo, sin más?


—¿Sabes hace cuánto tiempo no miraba las estrellas? —preguntó el mayor.


Tsukishima se acercó un poco más sobre la manta para protegerse del frío: la noche era fresca.


—Ni idea. —soltó en medio de un suspiro.


—Hace unos años un tutor me hizo estudiar astronomía. Si te fijas, verás que las estrellas, en realidad, tienen colores diferentes.


—Espera. ¿Quieres decir que la última vez que miraste las estrellas fue para estudiarlas? ¿Y por diversión?


El azabache chasqueó la lengua.


—Por diversión… Tendré que hacerle un hueco a eso entre las consultas presupuestarias y las reuniones del Comité de Infraestructuras. Oh, y las de estrategia para la guerra, que, por cierto, se me da fatal. —dijo observándolo divertido.


—¿Qué más se te da fatal? —preguntó el rubio, pasándole una mano por la camisa almidonada.


Animado por el contacto, Kuroo trazó círculos sobre el hombro del menor con la mano con la que rodeaba su espalda.


—¿Por qué quieres saber eso? —respondió, fingiéndose importunado.


—Porque aún sé poquísimo de ti. Y da la impresión de que eres perfecto en todo. —confesó, aunque le molestaba—. Resulta agradable comprobar que no es así.


Tetsurou se apoyó en un codo y se quedó mirando la linda sonrisa sarcástica de Tsukishima.


—Tú sabes que no. —respondió acercándose más.


—Te acercas bastante —replicó el rubio arrugando la nariz. Podía sentir los pequeños puntos de contacto entre ambos.


Rodillas, brazos, dedos.


Tetsurou sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa.


—De acuerdo. No sé planear guerras. Se me da fatal. Y supongo que sería un cocinero terrible. Nunca he intentado cocinar, así que…


—¿Nunca?


—Quizás hayas observado el montón de gente que te atiborra de pastelillos a diario, ¿no? Pues resulta que a mí también me dan de comer.


Tsukishima lanzó una risa algo fuerte; en su casa él ayudaba a preparar casi todas las comidas.


—Más —exigió—. ¿Qué más se te da mal?


Con la mano libre tomó al rubio por la cintura y lo acercó más a su cuerpo, con un brillo en sus ojos avellana que indicaba que escondían un secreto.


—Hace poco he descubierto otra cosa…


—Cuéntame.


—Resulta que se me da terriblemente mal estar lejos de ti. Es un problema muy grave.


Tsukishima sonrió algo nervioso.


—¿Lo has intentado?


Tetsurou fingió que se lo pensaba.


—Bueno… no. Y no esperes que empiece a hacerlo ahora.


Ambos rieron sin levantar la voz, agarrados el uno al otro. En aquellos momentos, a Tsukishima le resultaba facilísimo imaginar que el resto de su vida podía ser así, pasarse horas observando aquellos ojos avellana que lo fundían.


El ruido de pisadas sobre la hierba y las hojas secas anunciaban que alguien se acercaba. Aunque su cita era algo completamente aceptable, Kei se sintió alerta, se alejó del príncipe e irguió la espalda de inmediato, incorporándose para sentarse sobre la manta. Kuroo también lo hizo. Un guardia se acercaba a ellos rodeando el seto.


—Alteza —dijo, con una reverencia—. Siento importunarle, Señor, pero no es conveniente permanecer aquí fuera tanto tiempo. Los rebeldes podrían…


—Comprendido —replicó Tetsurou, con un suspiro—. Entraremos ahora mismo.


El guardia los dejó solos y Kuroo volteó hacia el rubio.


—Otra cosa que se me da mal: estoy perdiendo la paciencia con los rebeldes. Estoy cansado de enfrentarme a ellos.


Se puso en pie y le tendió la mano a Kei, que la cogió y observó la frustración en sus ojos.


Los rebeldes los habían atacado dos veces desde el inicio de La Selección: una vez los norteños (simples perturbadores), y otra vez los sureños (cuyos ataques eran más letales). Y Tsukishima no tenía mucha experiencia al respecto, pero entendía muy bien que estuviera agotado.


Kuroo estaba recogiendo la manta y sacudiéndola, descontento porque les hubieran interrumpido de aquel modo.


—Hey —dijo el rubio, llamando su atención—. Ha sido divertido. —añadió acomodando sus gafas.


Tetsurou asintió.


—No, de verdad —insistió, dando un paso adelante. El mayor cogió la manta con una mano para tener el otro brazo libre y rodear a Kei con él—. Deberíamos repetirlo algún otro día. Puedes contarme de qué color es cada estrella, porque la verdad es que yo no lo veo. —sugirió sarcástico.


—Ojalá las cosas fueran más fáciles, más normales —repuso Kuroo, con una sonrisa triste.


De lado observaba el bello perfil de Tsukishima, imaginando lo sencillo que sería para los dos amarse si el mundo fuera distinto, si no existieran las castas y fuesen solo dos jóvenes con la libertad de amarse sin más.


Kei sintió la tristeza del otro y se acercó para poder rodearlo con los brazos. Kuroo dejó caer la manta para corresponder al contacto y estrechar el delgado cuerpo entre sus fuertes brazos.


—Siento ser yo quien desvele el secreto, alteza, pero, incluso sin guardias, no tiene usted algo de normal. —susurró.


Tetsurou relajó algo el gesto, pero seguía serio.


—Te gustaría más si lo fuera. —dijo, acariciando con sus dedos la espalda del rubio.


—Sé que te resultará difícil de creer, pero a mí me gustas tal como eres. Lo único que necesito es más…


—Tiempo. Ya sé. Y estoy dispuesto a dártelo. Lo que me gustaría saber es si al final querrás quedarte conmigo, cuando pase ese tiempo. —soltó estrechándolo más a su cuerpo, como si de esa manera pudiese ser menos doloroso.


Tsukishima se alejó con delicadeza y apartó la mirada. Eso no podía prometérselo. Había sopesado lo que significaban Kuroo y Bokuto para él, de corazón, una y otra vez, pero no estaba seguro… Salvo, quizá, cuando estaba a solas con uno de los dos. Por ejemplo en este momento, estaba tentado en prometerle a Kuroo que seguiría a su lado para siempre.


Pero no podía.


—Kuroo —susurró, viendo lo desanimado que parecía al no obtener una respuesta—. Aún no te puedo decir eso. Pero lo que sí puedo decirte es que quiero estar aquí. Quiero saber si tenemos… —dijo, y se detuvo de pronto, sin saber cómo plantearlo.


—¿Posibilidades?


Tsukishima asintió y sonrió levemente, contento al ver lo bien que le entendía.


—Sí. Quiero saber si tenemos posibilidades de que lo nuestro funcione.


Tetsurou paseó los dedos por la frente del rubio y acomodó unos cabellos dorados que caían rebeldes.


—Creo que sí, que hay muchas posibilidades —contestó, con toda naturalidad.


—Estoy de acuerdo, pero, solo… dame tiempo, ¿sí?


Kuroo asintió, ahora más contento y Kei se sentía aliviado, así era como quería que acabara su noche juntos, con cierta esperanza. Bueno, y quizás algo más.


Algo avergonzado, Tsukishima bajó la mirada y mordió su labio inferior, esto para Tetsurou no fue más que irresistible y sin dudarlo un segundo, lo besó. Fue un beso cálido y suave. Hacía que Kei se sintiera amado. De hecho, quiso más. Podría haberse quedado allí horas, pidiendo más. Sin embargo, Kuroo enseguida se echó atrás.


—Vámonos —dijo, sonriente, tirando del menor en dirección al palacio—. Más vale que entremos antes de que lleguen los guardias a caballo, con las lanzas en ristre.


***


Cuando fue dejado en las escaleras, Tsukishima sintió el cansancio de golpe, como si le cayera un muro encima.


Prácticamente se arrastró hasta la segunda planta, pero, al rodear la esquina para llegar a su habitación, de pronto despertó de nuevo.


—¡Oh! —exclamó Bokuto, sorprendido también al verlo—. Debo de ser el peor guardia del mundo; todo este rato he supuesto que estarías dentro de tu habitación. —añadio sonriendo ampliamente mientras rascaba su nuca, avergonzado.


La ocurrencia de Kotaro hizo que el rubio soltara una risita.


Se suponía que los miembros de La Élite debían dormir al menos con un mayordomo o doncella en la habitación, para que velara su sueño. Pero a Tsukishima eso no le gustaba nada, de modo que Kuroo había insistido en ponerle un soldado de guardia en la puerta, por si surgía una emergencia. El caso es que, la mayoría de las veces, el soldado de guardia era Bokuto. Para Kei, saber que el peligris se pasaba las noches al otro lado de su puerta le producía una extraña mezcla de alegría y horror.


De pronto el aire desenfadado de la charla cambió de pronto cuando Bokuto cayó en la cuenta de lo que significaba que Tsukishima no estuviera acostado en su cama: había estado con el príncipe todo este tiempo. Se aclaró la garganta, incómodo.


—¿Te lo has pasado bien? —soltó, peinando un poco su cabello en gesto desenfadado.


—Bokuto —susurró el rubio, mirando a ambos lados para asegurarse de que no hubiera alguien por allí—. No te enfades. Formo parte de La Selección. Así son las cosas.


—¿Cómo voy a tener alguna posibilidad, Tsukki? ¿Cómo voy a competir cuando tú solo hablas con uno de los dos?


Tenía razón, pero ¿qué podía hacer?


—Por favor, no te enfades conmigo. —respondió en medio de un suspiro—. Estoy intentando aclararme.


—No, Tsukki —repuso de nuevo con un tono amable en la voz—. No estoy enfadado contigo. Te echo de menos... —añadió con una sonrisa ladina. Y no se atrevió a decirlo en voz alta, pero articuló las palabras «Te quiero».


Tsukishima sintió que se iba a fundir allí mismo.


—Lo sé —respondió, poniéndole una mano en el pecho, olvidando por un momento todo lo que arriesgaban—. Pero eso no cambia la situación en la que estamos, ni el hecho de que ahora sea de La Élite. Necesito tiempo, Bokuto.


Kotaro levantó la mano para tomar la delgada diestra del rubio que descansaba sobre su pecho, acogiéndola con calidez y asintió.


—Eso te lo puedo dar. Pero… intenta encontrar tiempo para mí también.


Tsukishima no quería ni pensar en lo complicado que sería eso, así que esbozó una mínima sonrisa y apartó la mano.


—Tengo que irme.


Bokuto permaneció inmovil, confuso y dolido, observando al otro mientras entraba en la habitación y cerraba la puerta tras de sí.


Una vez dentro Kei reposó sobre la puerta y suspiró con pesadez.


Tiempo.


Últimamente no hacía más que pedirlo. Y, precisamente, esperaba que, con el tiempo suficiente, todo acabaría encajando.


~o~


—No, no —respondió la reina Amaia, entre risas—. Solo tuve tres damas de honor, aunque la madre de Eiji sugirió que debería tener más. Yo solo quería a mis dos hermanas y a mi mejor amiga, que, casualmente, había conocido durante La Selección.


Sin querer, Tsukishima echó un vistazo a Suga, y ruborizó al ver que Koushi también lo estaba mirando.


Antes de llegar al palacio, suponía que aquello sería una competencia tan dura que no habría ocasión para trabar amistades. Sin embargo, Sugawara fue agradable desde el primer momento, y desde entonces ambos se apoyaban mutuamente en todo. Salvo en una única ocasión, no habían discutido por algo.


Unas semanas atrás, Suga le había mencionado que le parecía que en el fondo no deseaba quedarse con Kuroo. Y al presionarlo para que se lo explicara, se había cerrado. No estaba enfadado, Tsukishima lo sabía, pero aquellos días de silencio, hasta que dejaron el asunto, se había sentido muy solo.


—Yo quiero siete padrinos de boda —dijo Futakuchi—. O sea, en el caso de que Kuroo me escoja y pueda celebrar una gran boda.


—Pues yo no. No quiero que alguien me acompañe —apuntó Tooru, por su parte—. No hacen más que distraer la atención. Y como la ceremonia va a ser televisada, quiero que todas las miradas se centren en mí.


Tsukishima rodó los ojos. No tenían muchas ocasiones de sentarse a hablar con la reina Amaia, y ahí estaba Oikawa, comportándose como un niño malcriado y arruinando el momento.


—A mí me gustaría incorporar alguna de las tradiciones de mi cultura en mi boda —añadió Shimizu, en voz baja—. Las chicas de Nueva Asia usan mucho el rojo en sus ceremonias, y el novio tiene que hacer regalos a las amigas de la novia para darles las gracias por permitir que se case con él.


Futakuchi reaccionó al momento:


—Cuenta conmigo para tu boda. ¡Me encantan los regalos!


—¡Y a mí también! —exclamó Koushi.


—Tsukishima, has estado muy callado todo el rato —intervino la reina, observando al menor de todos—. ¿Cómo te gustaría que fuera tu boda?


El rubio se exaltó, porque aquello le pilló completamente desprevenido.


Todo este tiempo solo había imaginado un tipo de boda, e iba a tener lugar en la Oficina Provincial de Servicios de Miyagi, tras rellenar una ingente cantidad de agotador papeleo.


—Bueno, una de las cosas que he pensado es que sea mi hermano quien me entregue al novio. Ya saben, cuando te lleva del brazo y te pone la mano en la de tu futuro esposo. Eso es lo único que he deseado siempre —confesó cabizbajo.


Y por incómodo que resultara decirlo, era cierto.


—Pero eso lo hace todo el mundo —protestó Oikawa—. No es ni siquiera original.


Aquel comentario debería haber molestado a Kei, pero se limitó a encogerse de hombros.


—Quiero estar seguro de que mi hermano está de acuerdo con mi decisión el día más importante de todos.


—Eso es muy bonito —observó Kenma, dando un sorbo al té y mirando por la ventana.


La reina Amaia soltó una risa desenfadada.


—Desde luego, yo también espero que esté de acuerdo. Él o quien quiera que sea el hermano o padre de cualquiera de ustedes.


Poco después pusieron fin a la charla sobre la boda y la reina se fue a trabajar a su despacho. Oikawa se situó frente al gran televisor empotrado en la pared, y los demás comenzaron a jugar a las cartas.


—Ha sido divertido —apuntó Suga, sentándose junto al rubio en una de las mesas—. Diría que nunca había oído hablar tanto a la reina.


—Supongo que estará cada vez más ilusionada con la idea —replicó el rubio.


Tsukishima no le había mencionado a nadie lo que le había dicho la hermana de la reina Amaia sobre las veces que había intentado tener otro hijo, sin conseguirlo. Y también había predicho que su hermana se abriría más a ellos cuando el grupo se redujera, y tenía razón.


—Bueno, tienes que contármelo: ¿de verdad no tienes otros planes para tu boda, o es que no has querido contárselo a los demás?


—La verdad es que no. Me cuesta mucho imaginarme una gran boda, ¿sabes? Soy un Cinco.


El peliplata meneó la cabeza.


—Eras un Cinco. Ahora eres un Tres.


—Es verdad —dijo, recordando su nueva categoría.


Kei había nacido en una familia de Cincos —artistas y músicos, generalmente mal pagados— y, aunque odiaba el sistema de castas, le gustaba cómo se ganaba la vida. Le resultaba extraño pensar en sí mismo como un Tres, plantearse dar clases o escribir.


—Tampoco le des muchas vueltas —repuso Sugawara, leyendo la expresión preocupada del rostro ajeno—. Aún es pronto para preocuparse por eso.


Tsukishima estaba a punto de protestar, pero los interrumpió un grito de Tooru.


—¡Venga ya! —gritó, golpeando el mando a distancia contra el sofá y volviendo a enfocarlo hacia el televisor—. ¡Agh!


—¿Es impresión mía o está cada vez peor? —susurró al mayor, viendo como Oikawa golpeaba el mando a distancia una y otra vez hasta que se rindió y se decidió a cambiar el canal manualmente.


—Es la tensión, supongo —dijo Koushi con una pequeña sonrisa—. ¿Has observado que Kiyoko está como, no sé…, más distante?


El rubio asintió, y ambos miraron a quienes jugaban a las cartas. Kenma sonreía levemente mientras barajaba, pero Shimizu estaba examinándose las puntas del cabello; de vez en cuando, se arrancaba alguno que no le gustaba.


Parecía distraída.


—Creo que todos empezamos a notarlo —confesó—. Cuesta más relajarse y disfrutar del palacio ahora que el grupo es tan pequeño.


Oikawa soltó un gruñido; ambos chicos lo miraron un momento, pero enseguida apartaron la mirada cuando se dio cuenta.


—Perdona un momento —dijo Koushi, levantándose—. Creo que tengo que ir al baño.


—Yo estaba pensando exactamente lo mismo. ¿Quieres que vayamos juntos? —ofreció el rubio.


Sugawara sonrió amablemente y meneó la cabeza.


—Ve tú primero. Yo me acabaré el té antes.


—Bien, vuelvo enseguida.


Tsukishima salió de la Sala de Seleccionados y recorrió el espléndido pasillo lentamente, tomando su tiempo. Aún no se hacía a la idea de lo espectacular que era todo aquello. Estaba tan distraído que chocó contra un guardia al girar la esquina.


—¡Uh! —exclamó el seleccionado.


—Perdóneme, señor. Espero no haberlo asustado —se disculpó, cogiéndolo de los hombros, ayudándolo a recuperar el equilibrio.


—No —respondió Kei—. No pasa nada. Debería haber mirado por dónde iba. Gracias por sujetarme, soldado…


—Sawamura —respondió, con una rápida reverencia.


—Yo soy Tsukishima Kei.


—Lo sé.


El moreno sonrió y Tsukishima levantó la mirada al techo; claro que lo sabía.


—Bueno, espero no atropellarlo la próxima vez que nos encontremos —bromeó el rubio cruzando los brazos.


El mayor volvió a sonreír.


—De acuerdo. Que tenga un buen día, señor.


—Usted también. 


***


Cuando Tsukishima volvió a la Sala de Seleccionados, le contó a Suga su incómodo tropiezo contra el soldado Sawamura y le advirtió que mirara por dónde iba. El peliplatino se rió sutilmente y meneó la cabeza.


Ambos pasaron el resto de la tarde sentados junto a las ventanas, charlando sobre sus lugares de origen y acerca de los demás seleccionados mientras disfrutaban del sol.


A Kei se le hacía triste pensar en el futuro.


Un día u otro La Selección acabaría, y aunque sabía que seguirían siendo amigos, echaría de menos hablar con Suga a diario. Era su primer amigo de verdad y le habría gustado tenerlo a su lado para siempre.


Intentó disfrutar del momento, mientras el peliplata miraba por la ventana con la mente en otra parte. Tsukishima se preguntó qué estaría pensando, pero el momento era tan plácido que prefirió no romper el silencio.


~o~


Las anchas puertas del balcón estaban abiertas, al igual que las que daban al pasillo, y la habitación se llenó del cálido y dulce aire procedente de los jardínes. Tsukishima esperaba que la suave brisa le animara, ante la gran cantidad de trabajo que tenía por delante. Pero solo le sirvió para distraerse y hacerle desear estar en cualquier otro sitio que no fuera allí, anclado a su escritorio.


Suspiró y se apoyó en el respaldo de la silla, dejando caer la cabeza hacia atrás.


—Akaashi.


—¿Sí, señor? —respondió su asistente, desde el rincón donde estaba haciendo unas notas.


A la par, Tadashi y Nishinoya habían levantado la vista de lo que estaban cosiendo, esperando la ocasión de poder atender a su seleccionado.


—Te ordeno que me digas qué te parece que puede significar este informe. —dijo el rubio, señalando con desgana un listado detallado de datos estadísticos militares que tenía delante. Era una tarea pensada como prueba para los miembros de La Élite, pero Kei no podía concentrarse.


Los tres muchachos se rieron, probablemente por lo ridículo de la orden, y por el simple hecho de que el rubio accediera a darles órdenes por fin. Desde luego, las dotes de mando no eran uno de sus puntos fuertes.


—Lo siento, señor, pero creo que eso se escapa a mis competencias —respondió Keiji.


Aunque Tsukishima lo había dicho a modo de broma y su respuesta tenía el mismo tono jocoso, pudo detectar un matiz de disculpa en la voz del pelinegro por no poder ayudarlo.


—Está bien —respondió, resignado, irguiendo la espalda—. Tendré que hacerlo yo solo. Son un puñado de inútiles —bromeó—. Mañana les pediré un reemplazo. Y esta vez va en serio.


Los tres rieron otra vez, y Kei se concentró de nuevo en los números. Tenía la impresión de que era un mal informe, pero no podía estar seguro. Releyó párrafos y gráficas, frunciendo el ceño y mordiendo el lápiz mientras intentaba concentrarse.


En un momento dado, Yamaguchi se reía disimuladamente, y Tsukishima levantó la cabeza para ver qué era lo que tanto le divertía.


Siguió los ojos del pecoso hasta la puerta y, allí, apoyado contra el marco, estaba Kuroo.


—¡Me has delatado! —se quejó el azabache, dirigiéndose a Tadashi, que seguía con su risita traviesa.


Kei echó la silla atrás y se puso de pie frente al otro.


—Me has leído la mente. —suspiró algo cansado, pasando los dedos entre sus cabellos.


—¿Ah, sí? —respondió Tetsurou con una sonrisa ladina.


—Por favor, dime que podemos salir. Aunque solo sea un momento.


Él rió.


—Tengo veinte minutos. Luego debo volver.


Tsukishima cogió su mano y tiró de él hacia el pasillo, entre el parloteo excitado de sus asistentes. Estaba claro que los jardínes se habían convertido en su lugar de encuentro preferido. Prácticamente cada vez que tenían ocasión de estar solos, íban allí.


Era todo lo contrario a sus encuentros con Bokuto, escondidos en la minúscula casita del árbol de su patio trasero, el único lugar donde podían estar juntos sin que los vieran. De pronto Tsukishima se preguntó si Kotaro estaría por ahí, oculto entre los numerosos guardias del palacio, observando mientras Kuroo le cogía de la mano.


—¿Qué es esto? —preguntó el pelinegro, acariciando la punta de los dedos del menor al caminar. 


—Callos. Son de presionar las cuerdas del violín durante cuatro horas al día. —soltó, restándole importancia.


—No me había dado cuenta hasta ahora. —respondió. La verdad es que guardaba para sí cada detalle de Kei, por pequeño que fuese.


—¿Te molestan?


De los seis seleccionados que quedaban, Tsukishima era el de la casta más baja, y dudaba que alguno de ellos tuviera unas manos tan imperfectas como las suyas.


Tetsurou se detuvo, admirando su bello rotro y se llevó la mano del menor a la boca, besando las puntas de sus dedos.


—Al contrario. Me parecen hasta bonitos —dijo, y Kei sintió que se ruborizaba—. He visto el mundo, es cierto, en su mayor parte a través de un cristal antibalas, o desde la torre de algún castillo antiguo, pero lo he visto. Y tengo acceso a las respuestas de mil preguntas. Pero esta mano… —miró a los ojos dorados—. Esta mano crea sonidos que no se pueden comparar con nada de lo que haya oído antes. A veces creo que el día que tocaste el violín no fue más que un sueño; fue precioso. Estos callos son la prueba de que fue de verdad.


En ocasiones Kuroo hablaba de un modo tan romántico, tan conmovedor, que a Tsukishima le resultaba difícil de creer.


Pero aunque aquellas palabras le llegaban al corazón, nunca estaba completamente seguro de poder confiar en ellas. ¿Cómo podía saber que no les decía esas cosas tan dulces también a los otros?


Tuvo que cambiar de tema.


—¿De verdad tienes la respuesta a mil preguntas? —soltó, desafiante.


—Por supuesto. Pregúntame lo que quieras. Si no sé la respuesta, sabré dónde encontrarla. —respondió del mismo modo.


—¿Cualquier cosa?


—Cualquier cosa.


Era difícil pensar en alguna pregunta allí mismo, y mucho más en algo que le pillara desprevenido, que era lo que Kei pretendía. Tsukishima tardó un momento en pensar en las cosas que más curiosidad le suscitaban cuando era niño.


En cómo volaban los aviones. En cómo era aquel antiguo país llamado Japón. En cómo funcionaban los pequeños reproductores de música que usaban las castas más altas.


Y entonces se le ocurrió.


—¿Qué es Halloween?


—¿Halloween?


Era evidente que Kuroo nunca había oído hablar de ello. Y al rubio no le sorprendía.


Él solo había visto aquella palabra en un viejo libro de historia de sus padres. El libro estaba desgastado hasta el punto de que tenía partes ilegibles, páginas arrancadas o destruidas. Aun así, siempre le había fascinado que mencionara una fiesta de la que no sabían nada.


—Ya no estás tan seguro, ¿eh, su «listeza real»? —soltó con una sonrisa burlona.


Tetsurou puso una cara que dejaba claro que su malhumor era fingido. Miró el reloj y tomó aliento.


—Ven conmigo. Tenemos que darnos prisa —dijo, agarrando al rubio de la mano y echando a correr.


Tsukishima, sorprendido, trastabilló un poco, pero consiguió seguirlo.


Kuroo lo llevaba a la parte trasera del palacio, sonriendo con ganas mientras corría tomando la mano del rubio como si fueran dos niños. A Kei le encantaba ver aquella versión despreocupada de Tetsurou; con demasiada frecuencia se ponía muy serio.


—Caballeros —saludó el príncipe, cuando pasaron corriendo junto a los guardias de la puerta.


El rubio consiguió llegar a mitad del pasillo, pero el mayor corría demasiado rápido y él ya no podía más.


—¡Kuroo, para! —dijo, jadeando—. ¡No puedo seguirte!


—Venga, venga, esto te va a encantar —insistió, tirando del brazo del menor mientras este bajaba el ritmo. Por fin paró él también, aunque deseaba ir más rápido.


Ambos se dirigieron hacia el pasillo norte, cerca de la zona donde se grababa el Report de cada semana pero antes de llegar allí se metieron en una escalera. Subieron y subieron. Tsukishima no podía contener más la curiosidad.


—¿Dónde vamos?


El azabache giró y lo miró, poniéndose serio de pronto.


—Tienes que jurarme que nunca revelarás la existencia de esta salita. Solo unos cuantos miembros de la familia y un puñado de guardias saben que existe. —susurró.


—Por supuesto —prometió, más que intrigado.


Llegaron al final de las escaleras. Kuroo abrió la puerta, volviendo a coger la mano del rubio y lo llevó por el pasillo. Se detuvo frente a una pared que estaba cubierta en su mayor parte por un cuadro imponente. Miró hacia atrás para asegurarse de que no había nadie y luego metió la mano tras el marco, por el extremo más alejado. Se oyó un ruidito y la pintura giró hacia ellos.


Tsukishima se quedó sin aliento. Kuroo sonrió.


* * *

Notas finales:

> La historia no me pertenece, es de Kiera Cass. Si gustan pueden leer el libro completo de su autoría. Esta es una adaptación.

> La historia originalmente es narrada en primera persona.

> La adaptación es sin fines de lucro, únicamente para su disfrute.

Pueden dejar los insultos aquí...

¡Hi!
Aquí, reportándome irresponsablemente pasada la fecha, lo siento u3u

Bueno, ¡Hemos vuelto! Y vemos como la relación de Kuroo y Tsukishima ha ido progresando, mientras Bokuto solo debe conformarse con observarlo a lo lejos... me duele en el BokuTsukki ;-;)

En fin, la verdad no sé qué decir, solo espero que este capítulo les haya gustado, aunque a mi parecer deja mucho que desear, si así fue sería lindo saberlo(?) Mchas gracias por seguir acompañándome en esta historia, significa mucho para mí. ^-^)b25;b25;b25;

Gracias a Xavi por darse el tiempo y seguir ayudándome con los errores ortográficos. u3u

La imagen de la portada no me pertenece, es una que mi waifu encontró en internet y se tomó la molestia de limpiar, te quiero Nanuu -3-)💛

¡Muchos abrazos a la distancia para todos y nos leemos pronto!

BYE!<3


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