Su relación estaba destinada al fracaso desde antes de que diera inicio de esta, pero a pesar de ello decidieron darle un chance a esa farsa que llamarían noviazgo.
Francesco Bernoulli era la principal falla, decía haberse reivindicando y que sería estable en su relación pero en el mundillo en el que ambos estaban metido le sería difícil mantener su promesa de ser sólo de McQueen.
La mentira se le hizo insostenible.
La relación terminó abruptamente, Francesco no podía estar “atado” a una sola persona, ni siquiera cuando está lo amará incondicionalmente a pesar de sus fallos.
O eso creía él.
El tiempo había pasado haciendo ver al corredor italiano que estaba buscando desesperadamente a McQueen en sus parejas, nada podía superar o siquiera igualar a aquel norteamericano. Nadie soportaba su egocentrismo, ni sus malos hábitos, nadie lo llegó a amar realmente, ni siquiera le complacieron en la cama.
Sólo McQueen podía.
Y ahí estaba frente a la habitación del americano. Por fin después de mucho tiempo McQueen había aceptado estar en la misma competencia que su ex novio.
–¿Qué quieres Bernoulli?– Nunca lo llamaba por su apellido a menos que estuviera molesto, o al menos eso así cuando eran pareja.
–Ciao, McQueen– El gran campeón de Fórmula 1 estaba titubeando ante los gélidos topacios azules. Su tono “burlesco” casi provocó que la puerta se cerrará frente a él, si no hubiera interpuesto la mano.–Necesito hablar contigo McQueen.
–¿Sobre qué?– Su voz arisca no lograba cubrir con totalidad su curiosidad.
–Nosotros.
El corredor americano tomó con fuerza aquella tabla de madera para azotarla, nuevamente hubo la intervención por parte del castaño, muy probablemente alguno de sus dedos estaría fracturado.
Con el otro brazo empujó la puerta que era retenida por McQueen, se había hecho fuerte en ese tiempo pero no lo suficiente como para evitar que Francesco abriera la puerta. No podía permanecer en el pasillo, alguien podría verlo y comenzar a especular.
–¡NO TENGO NADA DE QUE HABLAR CONTIGO!– Gritó usando una voz áspera.
–¡PERDONAME!– alzó la voz aturdiendo al rubio.
–¿Qué?– Estaba sorprendido, el orgulloso Francesco Bernoulli estaba disculpándose.
–Te fallé cuando estuvimos juntos, estoy totalmente arrepentido por lo que te hice.– Se acercaba lentamente al contrario, acorralando.– No te he dejado de querer.
–¿Por qué vienes después de tanto tiempo a pedirme perdón?– Su voz sonaba quebrada.– ¿Sabes el daño que me hiciste imbécil? No puedes venir simplemente a decirme que estas arrepentido si no mostraste un mínimo interés en mí.– Las lágrimas brotaban de sus ojos, haciendo temer a Francesco que perderían su color azul.
El italiano junto sus labios con los de McQueen, cuando lloraba sólo así lograba calmarlo. Para su sorpresa no hubo un rechazo, lo había aceptado.
–Si te hice sentir algo lindo por Francesco, perdoname.– Murmuró separándose ligeramente de los labios del americano, sus ojos caobas miraban directamente a los azules.
–No he dejado de amarte.– Susurró con una dulce voz.– Pero no te voy a dar una segunda oportunidad.
Sus brazos empujaron a débilmente al castaño, quería seguir sintiéndolo, sentir sus latidos, su fragancia. “Maldita sea”. Lo quería en su cama rozando sus pieles, pero no podía simplemente aceptarlo de nuevo, sabía que si lo hacía le volvería a pagar con la misma moneda y su corazón no podía permitirse más decepciones de ese hombre.
Francesco salió de la habitación con el corazón roto.
Lo había perdido.