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El Aullido del Cadejo por Reno

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Notas del fanfic:

¡Hola mundo!

Soy Reno, vivo en Caracas; Venezuela, y en mi tiempo libre decidí preparar un fanfic. Desde hace mucho tiempo trabajo en mi novela principal y en mi descanso escribí esta historia.

¡Dejen sus reviews si quieren que continúe! Espero la disfruten.

Nos veremos pronto.

Notas del capitulo:

Las máscaras están puestas, los títeres han salido a escena.

La casa de las muñecas. I

Bailarías con el demonio sin darte cuenta porque cuando cae la noche todos somos presas iguales de un solo depredador. Es la sonrisa galante de un gallardo empedernido y sus manos cual seda fina se deslizan sobre la piel ajena, es el frenesí enloquecedor capaz de nublar el pensamiento y dejarlos en blanco, es una mirada arrebatadora cual puede robar el aliento, es el golpe brutal incapaz de detenerlo el más rápido de los reflejos. Cobra distintas formas y rostros; un ávido cual prefiere ver desde lejos su próximo trofeo o un atrevido cual gusta jugar con su presa, detrás de la máscara ocultan los mismos secretos. Sin importarles el tiempo ya no habrá futuro alguno para quienes caen en sus manos despiadadas.

Abriéndose bruscas las puertas de un bar la sombra entra sin ser percibida. Golpeaba contra su nariz al dar un solo respiro el aire impregnado por la nicotina y el alcohol. Elegante se acercaba hacia la barra, el cantinero servía lo habitual y dando un sorbo a la copa de vidrio el humectar sus labios con el licor había despertado sus sentidos. Buscaba diversión pero sólo estaba rodeado por clientes cotidianos acompañados por botellas baratas y sillas vacías entregados a la desidia.

— ¿Qué tienes de nuevo para mí?— Preguntó aquella voz con una tonalidad sinuosa y sensual. Pasaba su dedo por el filo de la copa haciendo pequeños arcos con una expresión aburrida en la espera de alguna sorpresa.

Reminiscencias se levantan en el espacio y el fantasma del ayer se convierte en una visión actual; se reviven las conversaciones pasadas, regresan viejos visitantes y se toman antiguas decisiones. Vestigios del pasado se deshacen devolviéndolo a la realidad y la sombra regresa a su tiempo. Tomó el último trago despidiéndose con una sonrisa torva y unas cuantas monedas a un lado de la copa vacía.

— Estoy recogiendo mi equipaje. Pronto bajaré del avión— Llevaba escrito una cinta azul en una ventana negra.

— ¡Finalmente, me empezaba a preocupar!— Respondió una cinta roja.

— No pude avisarte del percance. Te lo compensaré— Dijo la cinta azul. Finalizó la conversación.

Cruzaba por el departamento de aduanas un hombre de serio semblante y recto andar. Después de la inspección cruzaba un largo pasillo cargando con su equipaje. Dentro del aeropuerto con su celular en mano presionaba sus dedos con rapidez sobre la pantalla buscando impaciente entre la multitud. Escuchó cerca una voz decir su nombre, un hombre más bajo de tez pálida se acercaba hasta él ruidoso y eufórico.

— ¡Por fin llegas a la ciudad!— Dijo con una sonrisa amplia sin poder disimular su emoción. Sin embargo, el otro sin corresponder de igual forma su alegría hizo un gesto forzado. Agregó en un tono más bajo: — ¿Te encuentras bien?

— Sí. Me da gusto verte, Ragnarök— Dijo con cierto desdén al no ser recibido por quien esperaba. El hombre confundido disintió al ser confundido por alguien más. Extrañado, preguntó: — ¿Eres Troya?— Sacudió la cabeza y recordó un último nombre: — ¿Taro…?

— Soy Strawberry— Dijo divertido al ver rostro sorprendido, hizo un ademán despreocupado dándole la espalda. Agregó: ­— Los otros nos están esperando. No debemos retrasarnos más, Axel.

Atravesaron las grandes puertas del aeropuerto donde esperaba una ciudad velada por el manto negro de la noche. Las estrellas se depositaban en las grandes urbanizaciones alumbrando los caminos de las calles, largas y extensas, entrelazándose en distintos destinos abriendo la puerta a otros lugares inexplorados. Altos rascacielos imponían su grandeza siendo un gran vigilante en las noches largas e inolvidables de la metrópolis colosal. Detuvieron un taxi y subieron sentándose en los asientos traseros. Arrancó adentrándose a un mar de luces deslumbrantes, cientos de rumbos y direcciones acompañaban cada cruce. Pantallas los rodeaban reproduciendo anuncios publicitarios y vídeos musicales, los múltiples carteles de las instalaciones formaban un río de colores difuminándose con la velocidad del transporte. Sociedad siempre despierta en busca de aventuras, poseídos por la música y la vanidad imposibles de ocultar conformaban en un todo la gran manzana.

— Te encantará vivir aquí, la ciudad siempre ha sido grandiosa para estudiantes como nosotros. Pero no te dejes engañar, la ciudad puede resultar hipnótica y podrías acabar en sitios impensables encontrando lo que jamás has perdido— Dijo Strawberry, quien comenzó con una voz afable para terminar en una advertencia. No tenía intención de atemorizarlo, hablaba con sinceridad. Axel giró su cabeza hacia él y dio un sobresalto por su inesperada cercanía. Entrecerraba los ojos, cautivado: — ¡Hueles delicioso! Me gustaría comerte…

— Eres muy raro— Frunció el ceño sintiendo un escalofrío recorrer su espalda mientras era acorralado contra la puerta.

— ¿Te parece?— Ladeó la cabeza y rio suave. Axel sin comprender por qué se sentía atraído por aquel mirar aun siendo aterrador resultaba de cierta forma encantador. Añadió: — Tendrás que acostumbrarte. Allí afuera hay un grupo de personas aún más extrañas que yo. Ya hemos llegado.

Giró la manilla abriendo la puerta de improvisto, el hombre cayó de espaldas hacia la acera y el contrario soltó una carcajada al mismo tiempo que sacaba de sus bolsillos el dinero para dárselo al conductor. Molesto se levantó, el taxista se aseguró de no haberse lastimado, sacó su equipaje de su maleta y lo dejó en el asfalto cual sujetó de mala gana dejando atrás al pequeño bromista. Buscaba en la cuadra el punto de encuentro, su guía señaló un local de grandes ventanales oscurecidos y puertas de igual altura, el techo tenía como símbolo cuatro cuadros, tres azules y uno violeta. Una brisa fresca había chocado contra ellos al entrar, Axel caminaba por un pequeño salón iluminado por luces tenues, en el fondo había una fuente de piedras donde el agua brotaba y caía en una suave cascada. Strawberry se adelantó rápido hacia el mostrador de la recepcionista dejando al hombre detrás de sí, mostró su tarjeta de reservación y la mujer revisó para luego atenderlos de inmediato. Comunicó a los organizadores la llegada de los invitados, abriéndose una puerta secreta en la pared de la recepción hombres corpulentos habían salido tomando sus pertenencias y empujarlos hacia un pasadizo cual descendía hacia un pasillo oscuro. Anduvo torpemente hasta divisar un débil halo de luz detrás de una puerta entreabierta. Adentrándose en la habitación se dibujaba en la penumbra las difusas siluetas de espaldas de tres mujeres, giraron sus cabezas con lentitud y sus rostros estaban ocultos tras la máscara de una bestia, sus ojos eran amarillos y punzantes como dos llamas encendidas, mostraba unas puntas doradas afiladas y sobresalientes de su boca ensanchada hasta sus orejas. Danzantes se aproximaban hasta el invitado despojándolo de sus ropas con movimientos gráciles y sutiles. Manos serpentinas se deslizaban por su piel desnuda revistiéndolo con sedas finas y telas suntuosas, su cuerpo era cubierto por un delicado albornoz azul oscuro bordeado por finos hilos dorados. Las mujeres desaparecían ocultándose entre las sombras, frente al invitado otras puertas fueron abiertas deslumbrándolo con el fastuoso resplandor del gran comedor. Encontrándose con Strawberry quien llevaba un traje negro y gris, había divisado al pequeño grupo de amigos quienes lo esperaban al final en una mesa hacia la esquina.

— ¡Finalmente llegaron!— Exclamó contento uno de ellos al verlos acercarse. Agregó: — Nos preocupamos de haberles ocurrido algo, estuvimos llamándolos todo la noche.

— Los vuelos se retrasaron. Habrá una gran tormenta— Dijo otro en un tono serio. Se hizo hacia atrás y sonrió leve: — Ya están aquí, es lo importante. Deben estar hambrientos.

— ¡Ni lo menciones! Casi devoro mi teléfono en el camino— Respondió Strawberry sentándose rápido junto al extranjero quien correspondió aquella calurosa bienvenida.

Grandes bandejas ocuparon las mesas bajas llenas de distintos sabores exóticos. El aroma desprendido de las carnes, los rollos de arroz y las sopas se mezclaban provocando el paladar, los matices de cada platillo y la esencia de sus aromas los hacían atravesar el amplio océano hasta alcanzar el archipiélago de Japón. El sol resplandeciente nacía detrás de las montañas tiñendo de colores cálidos el cielo.

— Debió haber sido un viaje agotador—  Despertó de su travesía al escuchar aquella tonalidad suave y femenina escondida al fondo. Ansiosa por escuchar las historias del recién llegado, dijo después: — Creo que ninguno nos hemos presentado, soy Alicia; me conocen como Taro. Un gusto conocerte, Axel, ¿Cuál es tu nombre?

Taro, de mirada dulce y ojos brillantes asombraba con una belleza casi onírica. La luz descubría sus detalles finos como los de una muñeca de porcelana, sus cabellos castaños y ondeantes caían en sus hombros y cubrían parte de su pecho, era una mujer hecha para ser admirada casi intocable por su apariencia inmaculada. Los hombres trataban de evitar sus ojos cuales podían introducirse en sus consciencias y perseguirlos con su voz, suave y encantadora.

— Sí, fue muy difícil salir de Ottawa— Respondió Axel, quien miraba a Alicia sorprendido sin sospechar de tratarse ella la persona más introvertida entre ellos antes de conocerse. Añadió: — Mi nombre es Alex.

— Juro haber pensado que se había estrellado el avión en algún lugar. No me despegué en ningún momento de las noticias. Ya me imaginaba prepararme para el funeral más triste después que falleció mi perro, Capitán Cerveza…­— Dijo una voz baja casi en un susurro. Agregó con una sonrisa amplia: — Me había confundido contigo, Taro. Pero ya que realmente nos estamos presentando, soy Gilbert.

Strawberry, el hombre de suaves facciones como las de un niño pero de mirada contradictoria a su apariencia, su piel blanca era casi traslucida, sus cabellos grises reflejaban la luz. Inspiraba temor con el sólo rodar de sus ojos ámbar, brillantes y acechantes. Embozaba con sus labios pequeños un gesto divertido. La vida era un juego donde no existen perdedores, sin pensar en las consecuencias de sus actos se precipita ante el peligro siempre impredecible.

— ¿Qué te trajo a New York? Si no te molesta la pregunta— Habló una voz gruesa llevándose el último bocado de un platillo apartado a su lado. Añadió: — Me conoces como Troya, soy Edward.

Troya, más reservado y reticente, era un hombre moreno, el más corpulento y alto del grupo de amigos, aun sentado sobresalía entre el resto. La mirada más seria y lóbrega, llevaba los cabellos cortos, sus ojos oscuros y cejas gruesas e inclinadas lo hacían parecer más intimidante. La respuesta equivoca o la palabra cual sonase inapropiada para él es una condena, quienes eran sus amigos se sentían protegidos pero los desconocidos pasaban una prueba difícil frente a su presencia misteriosa.

— Estudios. La verdad quise independizarme de mis padres, era hora de seguir mi vida y mis sueños en otro lugar— Respondía sin titubear y sin apartar sus ojos fijos con los otros, Troya bajó su cabeza y continuó comiendo.

— ¡Seguro conseguirás tu propia columna en el New York Times…!— Exclamó una voz más clara. Tropezó con una vasija de porcelana en su exalto, el hombre la sujetó antes de caer contra el piso. Avergonzado, soltó una risa apenada y se disculpó: — Lo siento, soy un desastre…

Ragnarök, entusiasmo acompañado de torpezas, su mirada distraída escondía la agudeza de su agilidad mental, cabellos largos y rizados rodeaban su rostro y escondían en gran parte sus rasgos simplones. Pocos amigos conformaban su círculo y quienes lo conocían sabían de su inteligencia. Sobresale del bolsillo de su camisa un pequeño cuaderno de notas donde anota cada uno de sus cálculos matemáticos, algunos los resuelve por diversión y otros por obligación.

— Tienes que cambiar esos lentes, Andrew. Te meterás en un serio problema con los que llevas puestos— Reprendía ella con un aire benevolente. Desvió su mirada hacia Alex, agregó: — Aunque con tus buenos reflejos creo no tener que preocuparnos.

Ruborizó sin poder disimularlo. Conocían el poder de su voz y sus palabras, claras y honestas. Axel, el último de los hombres, era alto y fuerte, poseía un encanto natural en sus ojos claros y su sonrisa cual despertaban con facilidad, sus cabellos oscuros cubrían leves sus cejas y mostraban sus facciones delgadas, sus labios finos igual a su nariz perfilada resultaban ligeros sin dejar de ser adultos.

La velada llegaba a su fin, los cinco habían acordado dar un paseo por la ciudad antes de hacerse más tarde. Dejaron los trajes brindados por el restaurante y tomaron de regreso sus pertenencias. Retirándose del local, caminaron por las calles pobladas en constante movimiento entre parejas cuales pasaban una noche romántica o familias compartiendo un momento lejos del trabajo y las responsabilidades del hogar, jóvenes cuales despejaban sus mentes de los estudios entraban a sus trabajos de medio turno y salían algunos de vuelta a sus apartados residenciales. Divertidos reían entre anécdotas e historias de la vida cotidiana llena de preocupaciones menores, abordaban temas profundos y pasaban a las metas disparejas de sus carreras donde todos coincidían en una misma materia, el arte.

— Acordamos ir al Teatro el fin de semana, se presentarán buenos actores con grandes obras clásicas. Algunos del reparto se han graduado en nuestra universidad— Dijo Gilbert, emocionado se había aproximado hasta Alex quien fijó su vista hacia donde él había señalado: — Allí siempre dan excelentes conciertos de Jazz. Cerca de aquí hay un café donde tienen un micrófono abierto, podríamos ir si quieres demostrar algún talento oculto.

— Creo que no me arrepentiré de pasar un buen tiempo aquí— Respondió maravillado al observar cada esquina llenas de cultura. Cubiertos por una sombra más grande, sigiloso se acercaba detrás de ellos.

­— Sólo te han dicho lo más bonito— Pronunció Edward, su gruesa voz los había sobresaltado. Severo, dijo: — Después de escuchar las verdaderas historias detrás de las luces de la ciudad sentirás indiferente la noche o el día, el peligro siempre está latente escondido en algún rincón esperando el cometer del más pequeño de los errores. La ciudad puede llegar a ser traicionera.

— Leyendas de la noche— Espetó Alice, rodaba sus ojos encogiéndose de hombros. Aseguró más para sí misma que para quienes la rodeaban: ­— Son sólo mitos hechos para asustar a los extranjeros.

— Son reales— Aseveró Edward con una grave expresión. Continuaba: — Tan reales como tú y yo sabemos que respiramos el mismo aire y caminamos por las mismas calles donde eso ha pasado. Si nuestro compañero va a comenzar una vida en esta ciudad debe saberlo. Es lo correcto.

Oculta en las negruras de las callejuelas y callejones se erige una ciudadela mísera habitada por errabundos y criminales donde dan cabida a sus deseos más perversos. Guías disfrazados de bondad llevan sin distinguir edades o sexos a quienes son elegidos a cruzar por el umbral hacia el abismo donde la luz no alcanza revelar la brutalidad. Libre es la oscuridad y ahogados son los llantos de quienes aún extraviados se aferran a la esperanza de escapar de las cárceles donde han sido encerrados en contra de su voluntad. Invisibles para la justicia y silentes para la sociedad, la realidad de las noches de la ciudad confiere tintes sombríos donde son ignorados gritos desesperados siempre altos sin saber su provenir.

— Vivimos en mundos paralelos donde los de la superficie preferimos hacernos de oídos sordos antes de hacer algo al respecto— Pesar había en sus ojos, apretaba su puño con fuerza dentro de los bolsillos de su chaqueta. — Los héroes sólo existen en las historietas, si no somos capaces de ayudarnos a nosotros mismos, ¿cómo podemos esperar qué alguien más lo haga?

Moviéndose rápidos por la autopista, tres furgonetas negras cruzaban la frontera del condado de Queens a Brooklyn, fugaces atravesaban como un hilo negro sin ser detenidos. Dirigidos para entregar un pedido inmediato, los conductores mantenían una constante comunicación con sus compradores quienes ansiosos celaban su nueva adquisición. Una sombra se levantó, los tres vehículos frenaron de improvisto girando hacia distintas direcciones. El aire se tornaba cortante con cada respiración, el copiloto de uno de los vehículos había reaccionado rápido y agitó el hombro del conductor quien con los ojos perdidos había vuelto en sí segundos después. Bajaron de los vehículos otros hombres con trajes opacos, buscaban en ambos sentidos de la calle solitaria la figura momentánea cual los había detenido. Convencidos de ser sólo un espejismo se dirigieron hacia sus transportes, gélida brisa despertaba detrás de ellos como un aliento sobre sus cuellos. Abruptos volvieron sus cuerpos detrás de sí descubriendo debajo de sus chaquetas revólveres apuntando hacia la nada. Caminaron lentos hasta encontrarse con la alta sombra de un hombre quien sonreía con cinismo en sus labios.

— Siento haberlos interrumpido en medio de su jornada pero necesito información, ¿ustedes saben si…?— Interrumpido, el sonido seco de un disparo se clavó en la cabeza de aquel desconocido. Acercándose hacia el cuerpo tendido en el asfalto pisaban el charco de sangre sintiendo la extraña necesidad en asegurarse de haberlo acabado. Volteándose dieron un sobresalto. — ¿No saben cuánto odio qué me disparen antes de terminar cualquier oración? Además del terrible dolor de cabeza que producen las balas.

Entonaba aquella voz profunda, los transportistas jalaban los gatillos nuevamente hasta dejar los cartuchos vacíos. El hombre dobló su espalda hacia delante con los dedos entre las perforaciones, soltó una carcajada estentórea incorporándose nuevamente. Las sombras se pronunciaban cubriéndolo hasta ser sólo una silueta donde solo resaltaban dos puntos rojos brillantes y el embozo de una sonrisa ampliándose hasta la deformidad. La oscuridad se aproximaba y devoraba a su paso alimentando aquel ser insaciable del miedo cual inspiraban aquellos hombres. Crecía hasta mezclarse con el cielo nocturno, dentro de aquel espacio se materializaban las pesadillas siempre escondidas en los rincones del pensamiento. Gritaban hasta desvanecer, uno de ellos continuaba vociferando desesperado hasta desgarrar su garganta en un intento de zafarse de las garras negras de aquel ser quien encaró de frente más allá de las sombras la oscuridad de su propia alma. Volatizándose en el aire el espacio ensombrecido por aquella figura negra, veía alejarse uno de los vehículos hasta perderse en la distancia. Giraba su cabeza hacia las dos últimas furgonetas y su sonrisa tranquila se había desvanecido. Sacaba de sus bolsillos una pequeña libreta, tomó con su otra mano una pluma plateada y trazó una línea sobre un nombre de su larga lista.


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