Peridot suspiró profundamente, cerrando al mismo tiempo la tapa de su ordenador. Lo dejó a un lado y jugueteó con la arena entre sus dedos, dejándola escapar entre ellos. Trabajar por internet era una ventaja para ella la mayor parte del tiempo, pero no por ello dejaba de ser tremendamente agotador; tanto que se había visto obligada a tener que llevarse el trabajo consigo allá donde fuese, olvidándose de vacaciones, puentes, días libres o festivos.
Se puso en pie y dejó caer una toalla en su tumbona, tapando el portátil para evitar en medida de lo posible robos innecesarios.
-Maldita humedad… -dijo refunfuñando mientras se ponía las gafas de sol y pasaba la mano por su pelo rubio, tratando de desenredarlo y adecentarlo un poco sin demasiado éxito. Caminó hasta la orilla de forma pausada. Apenas escuchaba los gritos de los fastidiosos domingueros que visitaban la playa, cargándose su belleza natural con residuos no deseados. Por ello Peridot prefería madrugar más que de costumbre una vez por semana, con la esperanza de encontrar paz y tranquilidad entre sus acompasadas olas.
-Aún tengo que terminar el informe para el jefe… Revisaré el malware del PC de ese cliente del barrio pijo más tarde… -murmuraba meditabunda sin apartar la vista del horizonte mientras movía los dedos de los pies, que se hundían más y más a medida que el agua barría la superficie de la playa.
A pocos metros de ella, sentada en las alturas, se encontraba Lapislázuli, una joven cuyo pelo y ojos azules daban sentido a su nombre.
-3… 2… 1… -murmuró concentrada, siguiendo el vaivén del agua con la mirada- ¡ZAS! –exclamó echándose hacia atrás y extendiendo brazos y piernas al mismo tiempo que una ola gigantesca se llevaba a Peridot mar adentro. Sin pensárselo dos veces (y habiendo reído al menos una), bajó de un salto y fué a socorrerla, lanzándose al agua con gran maestría. La pequeña Peridot, por su parte, gritaba y pataleaba como si de un escarabajo boca arriba se tratase.
-T-tranquila, por favor. Soy socorrista, te ayudaré si me dej… ¡Auch! – puso una mueca de dolor y agarró a la joven lo mejor que pudo- ¿Quieres dejar de apalearme, por favor? Intento salvarte.
-¡Agua! ¡Tiburones, peces viscosos…! Voy a morir. ¡Vamos a morir! –exclamó aferrándose a Lapis, la cual no pudo evitar reír ante tal situación mientras se dirigía a la orilla con Peridot abrazada a ella.
-Ten más cuidado la próxima vez. ¿Qué hubiese pasado si no llego a estar yo aquí? –se dejó caer de rodillas en la arena para dejar con cuidado a la muchacha.
La informática se encogió, aún temblando entre el frío y el miedo, abrazándose a sus propias piernas para entrar en calor.
-S-solo est-taba moj-jando los p-pies, maldita s-sea… Esa ola m-me atacó, que lo sepas…
-Sí, sí, la ola… -se giró para coger una toalla y tapar a Peridot.
-P-pardilla…
-¿Qué has dicho?
-¿Ah? N-nada, qu-que gracias por s-salvarme y todo eso… -cogió con manos temblorosas la toalla y se tapó entera con ella pese a no ser muy grande.
-Al menos es útil.
-¿Cómo dices?
-Tu estatura –. dijo Lapis entre risas- Es útil para cubrirte entera y que no pases frío.
Peridot se limitó a refunfuñar entre dientes.
-Perdona, perdona, era solo una broma. ¿Te encuentras mejor?
-Claro… Solo tengo algo de frío, Sssss... Me… Ttt… -balbuceó no muy segura de saber su nombre.
-Ni lo intentes, no nos hemos presentado -. Rió- Yo soy Lapis, o Lázuli, como prefieras. Encantada de conocerte, Peridot.