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Abaddon por TetsuyaHyena

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Notas del fanfic:

Tengo mis dudas con el título del fic, puesto que 'Abaddon' lo encontré escrito de distintas maneras, si alguien pudiese ser amable de aclararlo, bienvenido y agradecido sea.

Notas del capitulo:

¡Buenas! Desaparecida y sin dejar rastro, la reina del drama no tiene cara para regresar luego de larga temporada, y no es algo que lamente.

Esta vez, quien me ha traído aquí es una persona que merece un aplauso, la pequeña Konaru cumple años este 4 de Septiembre y no los veo felicitándola, por lo que este Two-shot es dedicado a ella como una especie de regalo. 

Regresando al fic, un KaiRuu de los que escasean por estos lares y pretenden revivirlo un poco.

Tenemos un Takanori estudiante de Artes y un Kai con el look de DOGMA dándoles la pista con la siguiente imagen http://68.media.tumblr.com/57ec3628a3e56af3b967755bf53d0065/tumblr_ntxim9SEoL1qcjklho2_1280.jpg 

Esta vez me arriesgo con un Two-shot, esperando por milagro de Buda subir el último capítulo al finalizar el mes.

Sin nada que agregar, disfruten la lectura

Para la familia Matsumoto, la sala de espera en aquel hospital, no era más que una barrera impidiendo los lamentos; en silencio sucio debían resguardar las emociones. El más pequeño recordaba haber contado hasta treinta y dos el número de veces en que la enfermera Yumi caminaba frente a él con el tocado a lo alto. Mantenerse con las manos cenizas juntas y pegadas a la boca, no atraía la atención de los doctores.

 

Él no creía en Dios, pero los rezos, credo y oraciones eran bienvenidas para salvar la vida de la abuela.

 

El porcelanato blanco del suelo reflejaba el rostro apagado, noches de desvelo y días sin comer le cobraban factura en las grandes ojeras y los labios resecos. Quienes se sentaban a su lado eran alejados por la frustración acompañada de un miedo tan grande que los empujaba.

 

Él no iba a explicarse esa clase de cosas, la única información que necesitaba era saber a qué procedía la vida del único ser que le acompañó en la suya. Si la abuela dejaba de existir, él estaría completamente solo.

 

—Doctor…

 

Voz baja, el gesto del nombrado sentenció su futuro. Y no había mejor respuesta que ahogar el llanto sino dejar que el nudo en la garganta se desenlazara, porque la abuela se decepcionaría.

 

Las horas de registro de a poco terminaban, el doctor mantuvo en pie la promesa de una última visita del día. Había esperado tanto por ese momento que ahora creía si era factible y humillarse un poco más ante el Dios mentiroso. Finalmente, cedió; al infante se le ofreció el pase de entrada y enfrentarse al infinito pasillo por una noche más.

 

Era preferible no pensar. El mundo externo era sinónimo de caos, el interior lo era de guerra.

 

Se preparaba para una noche más de vela, enfrentándose a la cruda realidad para entrar a la puerta marcada con una letra C en rojo, el código significaba paciente de alto riesgo. Miró hacia el suelo para no observar el panorama de siempre, infinitos sueros y cables conectados a la abuela que lucía piel pálida y arrugada. Sin embargo, existía una mancha negra en el piso brillante de tamaño considerable al otro lado de la cama.

 

Levantó de inmediato la vista encontrándose con un chico mucho más grande que él. La sorpresa era tan grande que le dejó mudo y fue incapaz de llamar a los enfermeros.

 

El nuevo inquilino le observó de manera detenida con un semblante neutro y apagado. Vistiendo ropas negras y cubriéndose de pies a cabeza con una especie de capucha, el pecho era adornado con el símbolo de una estrella de seis puntas encerradas en un círculo y lo que parecían ser rosarios. No tenía pinta de ser un ladrón con ropas extrañas, ni tampoco se explicaba cómo había logrado ingresar con las cámaras de seguridad en todos los ángulos del edificio.

 

—Ella sufre.

 

Parpadeó, si había llegado a creer que era una clase de sueño, la voz aguda y ronca dejaba claro que era una pesadilla real. Aquel espécimen miró con melancolía a la abuela que aún no se percataba del nuevo ente. Takanori descifró sus intenciones, antes de poder dar un paso, la mano del extraño fue posada en la frente.

 

El tacto se convertía en el ruido incesante que tanto temía, el monitor de ritmo cardiaco marcaba cero y una línea continua. Parecía que también se le había arrebatado el habla y la respiración.

 

Un grito de pánico fue acompañado de marcha blanca.

 

Las enfermeras y el doctor de cabecera entraron de inmediato. Una de las acompañantes empujaba a Takanori para no interrumpir la resucitación pero este continuaba empujando, apuntando hacia el inquilino.

 

—¡Fue él! ¡Él la mató!

 

¿Es que no lo podían ver? ¿No podían notar que pasaban a su lado? ¡¿Por qué nadie hacía nada?! Estaba desesperado, la venganza se combinó con la ansiedad y se zafó del agarre de la enfermera sin importar el alboroto que se armaba. Lo atraparía y pagaría por haberle arrebatado a la abuela, sí, Takanori ya tenía planeado cómo hacer sufrir al infiltrado.

 

Cuando creyó que ganaba la guerra, el chico colocó el índice frente a los labios exigiendo silencio, dio un par de pasos hacia la pared más cercana y antes de chocar, desapareció entre ellas sin dejar algún rastro.

 

 

Matsumoto quedó anonado con el fantasma y cayó de rodillas ante el shock, las enfermeras no se explicaban la actitud del menor, entre órdenes, el doctor mandó que lo sacaran.

 

No podía continuar fingiendo y soltó en llanto ante la pérdida.

 

Estaba solo.

 

—Ella estará cuidándote. Has ganado un ángel—explicó la enfermera Yumi, para un niño de recién diez años, la muerte no era más que un mito. Takanori había sido llevado a la sala de juntas, la cara cansada se transformó en una de enorme tristeza. Las lágrimas estaban secas contra el rostro, no era siquiera capaz de mirarse en un espejo. Yumi quien vivía en el mismo vecindario que él sabía de la fuerte relación entre los individuos.

 

No quiso lamentar más, se puso de pie y se retiró dejando a solas al conocido.

 

Tenía perdida la cabeza para pensar. Le habían cuestionado acerca de sus palabras, creyéndose sus propias mentiras, todo quedó en un ‘alucinación’, nadie le creería a un niño que había visto a un ángel de la muerte.

 

El velorio pasó desapercibido con un par de personas lamentando la pérdida. Takanori no contaba con amigos o personas que estableciera un fuerte lazo de amistad, a sesenta minutos quedaba solo frente a la tumba de la anciana.

 

—Habías prometido llegar a casa y hacer el pudín que tanto me gustaba.

 

La soledad que le embargaba a sus espaldas procreaba manos negras rasgándole. Cuatro en total que se resumían en la depresión, la no aceptación, angustia y un enorme vacío sellado en los ojos tristes hincados bajo el diluvio. ¿Qué futuro tenía un niño de su edad que lo había perdido todo?

 

Qué importaba si se enfermaba en la frialdad de las gotas, ya nadie existía para reprocharle el poco cuidado.

 

—Ella no quiere decepcionarse, no lo hagas.

 

Esa voz ronca atacaba la mente por segunda vez, no haría caso pensando que se trataba de la imaginación, tampoco se arriesgaría a mirar hacia atrás y entablar una conversación

con quien no poseía sombra sobre el césped mojado. Una especie de lectura al pensamiento, Takanori ya había planeado varios métodos para no enfrentar sus responsabilidades; era muy fácil huir del qué dirán los vecinos una vez que llegase a casa, o los compañeros de la escuela burlándose de encontrarse huérfano. No quería luchar contra la realidad, era demasiado para él.

 

Supo que el ente a sus espaldas daba un paso hacia adelante al escuchar pisadas de tierra mojada. Las gotas dejaron de caer del cielo nublado. Aún no era tiempo de verlo.

 

—¿Tú realmente existes? —se atrevió a preguntar.

 

—Estoy en tu presente. Es una respuesta que se encuentra dentro de tu cabeza.

 

Miró hacia el lado derecho, en el verde mar se reflejaba lo que pudiera ser un paraguas sostenido por su acompañante. El objeto se movió sobre él negando que la lluvia continuara empapándole. Un campo de protección que por algunos segundos mantuvo cálido el interior de Takanori. Empatía.

 

Cuando otro par de personas pretendían acompañar la tumba vecina, el personaje de vestimenta negra desapareció, emprendió huída y dejó que el paraguas abierto cayese a un lado del velador. Una fuerte ventisca alejó el objeto de obscuro color al tiempo en que los cabellos azabaches se alborotaban.

 

Takanori no contaba que sería el inicio de visitas caóticas.

 

«Hasta pronto.»

 

—Dicen que vio un fantasma en el hospital, ¡las enfermeras no sabían qué hacer!

 

—Pobre, se ha quedado solo...

 

—El Doctor lo envió con un psicólogo. Cuando estaba en la tumba de su abuela, un paraguas negro flotaba sobre su cabeza. ¡Qué miedo!

 

Murmuros no alucinados, maldiciones contemporáneas, el concentrado depresivo escuchaba los chismes en el salón de clases de lo que sería su nuevo hogar: el orfanato.

 

Entre saltos de lecturas, consideraba pasear entre los pasillos, el jardín y los dormitorios. Los muros de mampostería contrastaban con la arquitectura tradicional del no tan lejano pueblo; era frío, lúgubre. Aquellos niños al igual que él, habían perdido toda esperanza.

 

Una semana, el lugar se convertía en el averno contra su voluntad.

 

¿Acaso no conocían la discreción? A considerada distancia, la chica pelirroja no dejaba de verle mientras, mantenía el secreto a oídos con otra de grandes lentes que conservaba lugar en el cuadro de honor.

 

Estaba harto de todos.

 

El reloj dio la una de la tarde, tiempo para salir sin permiso y retirarse. Había escuchado a varios preguntarle dónde iba en cuanto cogió la mochila, responder con el silencio era neutral.

 

¿Irse para siempre? La ciudad era tan grande que no la conocía y no hacía nada más que perder conversando con los muros grises.

 

—Ahogarte en un mar de llanto es algo que la abuela consideraría nefasto.

 

Esa voz.

 

Cómo odiaba esa jodida voz.

 

Furioso, dio la media vuelta encontrándose cara a cara con el extraño de negro. Takanori recordaría cómo los dientes rechinaban y los puños apretaban entre sí. Las manos temblaban por la turbulencia de un tercer encuentro.

 

—¡Tú! —mencionó con rabia. Nada de eso asustaba al otro mirándole por sobre los hombros, tenía aires egocentristas dejándole con ganas de partirle la cara. En otro instante, hubiese razonado.

 

—Yo —respondió con la misma simpleza—, puedo sacarte de aquí.

 

Los ojos de Takanori tomaban el brillo especial que perdió desde que la abuela partió. Sin embargo, ¿cómo saber que no le mentía? O era demasiado listo para escapar de ahí o lo suficientemente idiota para dejarse llevar por un desconocido.

 

Los deseos de escapar de la realidad, su realidad, crecieron antes de que la directora del orfanato le encontrara por detrás de los arbustos. El individuo extendió la mano hacia el menor perturbado.

 

Takanori no tenía en qué creer.

 

—Dame tu mano, y prometo que nunca te soltaré.

 

El enfado del menor resguardaba la inseguridad. El gesto tímido y tembloroso le guió hacia la luz blanca junto aquel individuo.

 

«Olvidarás quién eres, quién fuiste, quién pretendías ser.»

 

El sonido de la alarma alertó que las horas de clases iniciaban en ciento y veinte minutos. Un gruñón Takanori a ciegas trataba de apagar el escandaloso aparato que parecía más lejano que el mismo cielo. ¡¿Quién había inventado que el ser humano necesitaba sólo ocho horas para dormir? Sin ningún tipo de victoria, abrió uno de los café desconectándose de todo silencio.

 

Sentarse al borde de la cama parecía una especie de ritual cada mañana, perderse en un punto ciego de la puerta al frente y pensar en los deberes del día sumaba la tortura a una mente adolorida. Los pretextos no existían pero las quejas eran pan de cada día,

 

Todos los días debía lidiar con la llegada a la estación Todai-Mai, el tráfico era nulo para una ciudad tan prestigiosa como Tokio o una universidad a la que no cualquiera podría ingresar. Aquella a la que miró de manera determinada, la fachada color ladrillo.

 

Uruha, como se hacía llamar dentro del grupo, le sorprendió con un par de golpes al hombro. De inmediato le miró con el semblante de siempre, uno gruñón que al otro le parecía divertido, ¿es que a ese castaño nada de lo podía enfadar? Muchas veces le sorprendía lo paciente que era el más alto.

 

Ambos estudiaban Artes en la universidad y la primera clase del día era Pintura, la sesión correspondía a utilizar el material óleo con la técnica ‘Alla prima’, que era manipulada por grandes artistas como Vincent Van Gohg y Monet. El profesor había puesto la técnica como única condición y Takanori ya tenía en mente el concepto dentro de su obra de arte “La muerte”.

 

Sin importar el modo en que empleara el pincel, Takanori tenía enmarcado su estilo: Obscuro, siniestro y enmarcaba el arte contemporáneo japonés. Era un reto que a fin de cuentas resultaba sencillo, y los profesores le aplaudían cuando el pincel deslizaba el color sobre la blanca superficie. Tenía talento, los caminos se abrían ante él y saboreaba la exposición a los cinco mejores calificados de la clase en el Museo de Arte contemporáneo de Tokio.

 

 El óleo se esparcía sobre la superficie, como si el tiempo se detuviera a través de su mano cuando danzaba el pincel. Los colores se mezclaban para formar nuevos, como un acto de magia, se enlazaban generando una transición suave en el paisaje. La riqueza de la obra se proporcionaba con el material y era tan exquisito que la textura y los relieves le daban vida al personaje.

 

Un hombre.

 

Los labios eran anchos y obscuros, un semblante neutral que si bien se podía percibir, reflejaba la nobleza al estar de rodillas para alimentar a un ciervo. La vestimenta negra y la capucha cubriendo parte del cabello castaño con las puntas rubias, el hexagrama en el pecho y tres collares descansando en él, dejaban entre ver el claro concepto, “Abbadon” le llamó el autor.

 

Al final del día, fue uno de los temas en la cafetería donde trabajaba con Takashima.

 

—Me sorprende que hayamos terminado con los dedos adoloridos y aún tengas energías para limpiar los trastes —expresó el más alto mientras secaba uno de los vasos para colocarlo a un lado de los demás. El típico uniforme, pantalón negro y chaleco negro con la camisa blanca significaba que la hora de salida estaba lejos.

 

Takashima tenía una vida normal, era parte de una familia promedio en la prefectura de Kanagawa, por obvias razones, se había mudado para continuar con los estudios. El sueño era compartido, triunfar a través del arte, ¿y qué era exactamente para ellos? Para Takanori podía sonar una ruta fácil para ganarse la vida a través de su talento, lo tenía todo, y Takashima lejos de eso, tan simple como expresar las emociones y ser reconocido por ello.

 

Sentía envidia de Takanori.

 

—Y eso es pecado —escuchó el más bajo en una de las mesas, la número ocho que descansaba en la esquina contra el muro y el cristal de la fachada. El hombre se encontraba de espaldas con el cabello a la altura de los hombros, castaño y con las puntas rubias, “como Abbadon”, pensó.

 

Negó con la cabeza sacando cualquier conclusión tonta de su cabeza, influyendo a su mente que no era más que una coincidencia, cuando se atrevió a mirarle, ya no se encontraba.

 

—¿Pero qué…?

 

—¿Ocurre algo, Takanori? —cuestionó Takashima mirando a la misma dirección. El nombrado negó, la tranquilidad se esfumaba como gota al vacío.

 

Se acercó a la mesa anterior, todo estaba en su lugar incluso la silla en que reposaba el inquilino, todo a excepción de un papel que reposaba al centro del inmueble, con una perfecta caligrafía, lo leyó.

 

«Donde las memorias se reúnen, sobre el horizonte verde

 

10:00 p.m. »

 

Chasqueó, no entendía nada de lo que pudiese querer decir, sin embargo eso ejercía su hipótesis de haber visto a aquel ser y que no estaba loco. ¿Una especie de fantasma? O en el peor de los casos, ¿ese mismo ente deseaba verlo? Porque de ser así, no se daba una idea de dónde y no era algo prioritario cuando llegando a su cuarto de renta debía terminar con la pintura.

 

“El horizonte verde”, la mente estaba ida tratando de hallarle sentido a sus palabras. “Memoria”, ¿un edificio? ¿Y a qué se refería con el horizonte verde? Takanori era bastante listo, pero eso estaba fuera de su capacidad intelectual, o es que prefería silenciar las neuronas para concentrarse en su trabajo. Una mentira en la que prefería vivir.

 

—Lo siento, señor, no era mi intención —se disculpó. El estruendo del cristal contra el suelo, le despertó, su concentración no estaba al máximo y de resultado obtuvo una copa estrellada que debía pagar de su próxima paga.

 

“El parque Ueno” se le vino a la mente, alerta en lo que pudiera pasar en su entorno y prestando atención a sus manos que no sostenían nada más que la escoba que sería guardada en el cuarto de servicio—. El horizonte verde es el parque Ueno —repitió—, ¿pero qué se supone que sean las memorias reunidas? —Tenía una manía por ejercer monólogos, cualquiera que le escuchara no dudaba en la locura predominando su existencia. Sacó el celular ubicando el parque Ueno, no muy lejano de la universidad y a escasos kilómetros de su trabajo, suficiente para partir caminando.

 

El parque albergaba el famoso zoológico con el mismo nombre, el Museo Nacional de Ciencia de Japón y otro par como el Museo Nacional Hyokeikan de Tokio, ninguno concordaba con la descripción más que…

 

—Kuroda, la Sala Memorial de Kuroda —expresó. La hora de partir estaba próxima, tenía que apresurarse para limpiar el restaurante si quería irse a tiempo.

 

¿Pero qué tan correcto era reunirse con ese extraño ser?

 

No lo sabía y pretendía tener una respuesta postrado frente al edificio neoclásico, sus pies simplemente le habían guiado al misterioso pero muy conocido lugar. Un frío recorrió la columna, estaba detrás de él, lo sentía.

 

—Eres muy listo, Takanori.

 

—Tú eres…

 

—Yo soy, quien crees que debo ser —mencionó con voz rasposa. No se atrevió a voltear el rostro ni el cuerpo. La gente en el lugar era escasa por lo que pedir ayuda era inútil, ¿qué pretendía hacer por ahora? Quedarse fijo en aquel lugar que, fuera de lo común confiaba en aquel ente—. Yo soy, quien no debería ser.

 

El juego de palabras era uno muy sucio, su mente estaba cansada de la pesada jornada como para cavilar en sus respuestas, no quería ver más allá de su realidad.

 

—¿Tú dejaste el mensaje sobre la mesa?

 

—¿Mh? —Seguía sin ver al hombre misterioso, pero se imaginaba que aquel, curioso y campante elevaba una ceja por la cuestión. Al final rió, ¿qué tenía de gracioso el aura de misterio? —Yo soy la respuesta que se encuentra dentro de tu cabeza.

 

Se atrevió a dar la media vuelta enfrentando al misterioso, con las manos heladas y la boca entreabierta, se sorprendió del rostro del hombre, entendiendo la respuesta al instante. Él era Abbadon.

 

Y se señalaba a sí mismo en la pintura reciente de Takanori. Estaba pasmado, era una situación a la que Abbadon estaba impuesto a huir cuando comenzó a caminar hacia atrás. La brisa fría del invierno removió los cabellos del artista y la capa negra de ropa del ente que emprendía vuelo hacia la obscura arboleada. Sus alas negras abstractas se extendían al ‘horizonte verde’, despidiéndose de su acompañante.

 

—¡Espera! —Takanori corrió hacia él dejando en el suelo la pintura, con el brazo estirado intentó atraparlo fulminando en un intento inútil.

 

—¿Quién eres, Takanori?

 

La memoria se desvaneció junto al ángel. 

Notas finales:

Quiero pedir perdón por cualquier error ortográfico o de redacción que pudieran encontrar, pues como buen mexicano dejé cosas a última hora y la presión del tiempo no me autorizó revisar. 

Bienvenidas sean las críticas y comentarios. Nos vemos en el próximo capítulo.

¡Gracias por leer hasta aquí!


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