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Valiente Caballero por Annie de Odair

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece, nunca lo hizo, ni nunca lo hará.

Portador

Habían salido de viaje hacía unos días. Por lo general Sísifo iba solo, así era más fácil según él, porque no tenía que pensar en nadie más y si algo malo ocurría, solo le pasaba a él. A veces el Patriarca le recomendaba llevar a alguien que lo asistiera, algún Santo de Plata o Bronce, e incluso a algún compañero de Oro. Hasta le sugirió llevar a Regulus un día. ¡Ni pensarlo! Ya sabía que por toda la información que podía recabar en su viaje estaría en peligro, no quería que su sobrino corriera el mismo riesgo por saber cosas que lo ponían en riesgo. Sísifo no quería ir con nadie. La información de los Dioses Gemelos era algo muy peligroso y él ya estaba bastante expuesto como para llevar a otra persona con él.

Sin embargo; desde hacía un tiempo y con los últimos hallazgos que los acercaban a descubrir como romper la Barrera del Sueño, comenzó a hacer viajes en conjunto. Y su compañero fue El Cid de Capricornio. No tuvo dudas para elegirlo, justamente porque entre todos sus compañeros era el más cercano y el que creía más capaz de ayudarlo. Por supuesto que Dégel de Acuario también podría con toda su inteligencia, pero El Cid era su vecino, y en esos años habían entablado una amistad bastante grande que no tenía con mucha gente; quizá con Hasgard o Aspros, pero ambos estaba ocupados en temas muy diferentes a los de él, y El Cid se había convertido no solo en un amigo, sino en un compañero de metas en común.

Sus viajes se hicieron más comunes desde que lo hicieron juntos por primera vez, y esa era la ocasión que los reunía esa vez. Quizá sería su último viaje si lograban descubrir lo que a Sísifo le ocupaba todos los pensamientos últimamente: Una forma de romper la Barrera del Sueño. Había descubierto que con El Cid trabajaba más rápido y que él entendía su forma de pensar y deducir, por lo que se acoplaba muy bien a su forma de buscar.

Además de todo, iba a España; ¿a quién podría llevar si no fuera a El Cid? Sísifo era muy inteligente y sabía varios idiomas además del griego, pero el español… siempre había sido su punto débil, y era el idioma natal de su vecino. No necesitaba mucho más para convencerse de llevarlo con él. Y el viaje había sido bastante largo. Todos los viajes que había hecho Sísifo en realidad lo eran. No solía estar mucho tiempo en el Santuario, sino que pasaba largas temporadas fuera, a veces en barco, a veces a pie. En esta ocasión el viaje a España fue en barco y les llevó un tiempo, aunque nada que no se pudiera aprovechar. La comida era abundante y podían pasar la noche leyendo esos mapas y pergaminos que Sísifo se encargaba de cuidar con mucho apremio. A veces hasta que las lámparas con aceite se apagaran y sus ojos ya no pudieran leer en la oscuridad.

El Cid era un increíble compañero, se conocían bastante con Sísifo y por sus viajes había aprendido a conocerse mucho en diferentes aspectos. Por ejemplo, El Cid sabía que cuando Sísifo emprendía las lecturas de los mapas aún con la lámpara apagada, no había vuelta atrás, no podría hacerlo desistir para que durmiera. Simplemente se quedaba al lado y luego se iba a dormir silenciosamente sin decirle nada. Sísifo casi ni se daba cuenta, y al otro día lo miraba con una cara de dormido y lo confundía con otras personas. ¡Incluso un día le pasó por delante sin saludarlo! Realmente había sido muy gracioso verlo decir Rodrigo al cocinero. Sobre todo porque era rubio y nada tenía en común con El Cid.

Otra de las cosas que demostraba como se llevaban se veía cuando El Cid intentaba entrenar en la cubierta del barco; siempre de noche para no lastimar a la gente. Sísifo iba a hacerle compañía y se quedaba sentado leyendo un libro. Cada tanto el viento filoso de su técnica le arrancaba sin querer alguna que otra página del libro, pero no se enojaba ni nada. Estaba más que nada para hacerle compañía que para leer. Sabía lo auto crítico que podía ser El Cid y pensaba que al menos su presencia sería agradable y amenizaría el ambiente.

Aunque haya llevado su tiempo, el viaje no se les hacía pesado justamente por compartir esa cercanía que los mantenía frescos como si fuera el primer día. De hecho, cuando arribaron a España parecía que habían viajado sólo una semana y no un mes. Tuvieron la suerte de no haberse encontrado con temporales que retrasaran su viaje y que pongan en peligro a la flota. Todo estaba bastante bien.

El puerto de Barcelona era un lugar muy hermoso. Sísifo nunca había visitado España y le hacía un lugar algo extraño a él que estaba tan inmerso en la cultura griega. Sin embargo, El Cid se desenvolvía con naturalidad ante todo ese paisaje de color que quizá hubiese abrumado a Sísifo de haber ido solo. Después de todo, El Cid estaba en su casa, para él ese mundo era más familiar.

Lo primero que harían sería buscar una posada donde pasar el subsiguiente tiempo que les llevara la investigación. Sísifo tenía contemplado viajar a Florencia, Italia, más que nada porque sabía que Italia era un lugar importante y que podría ser central en la Guerra Santa, aunque primero que nada debía quedarse allí.

Con sus armaduras a cuestas caminaron un largo trecho. La ciudad de Barcelona era muy agradable, poblada y con mucha gente. Por las callecitas veía los mercados, la comida y las personas comprando. Se detuvo frente a un puesto que vendía libros y rió en voz baja apreciando uno en particular.

— ¿Hay algo que le interese señor? —preguntó el dueño con amabilidad en español. Sísifo no logró entender nada más que la palabra señor, pero por el tono de amabilidad intuyó que le preguntaba si quería algo.

—Sí. —respondió sonriendo, sabiéndose inútil sin El Cid, porque si era de las pocas palabras que sabía.

Señaló el libro que quería y lo pagó. El Cid lo estaba esperando unos metros más adelante, mirando unas espadas antiguas y brillantes en otro puesto.

— ¿Qué compraste? —le preguntó al verlo y Sísifo rió ligeramente.

—Nada, un regalo para la señorita Athena. —contestó caminando más adelante.

Otros días para divertirse no tuvieron, la llegada a Barcelona les había recordado a qué habían ido y después de acomodarse en la posada pasaron los días yendo a ruinas y a lugares apartados con los mapas y los pergaminos. Varias veces incluso se habían perdido en esos pequeños laberintos que formaban las piedras y tuvieron que usar su cosmo para poder salir. Los mapas les sirvieron mucho para orientarse. Tenían uno que los conducía hacia una caverna que podía contener muchos secretos y estuvieron varios días visitándola. No querían dejar resquicios sin investigar.

Sísifo era una persona difícil de dejar satisfecha y más si era algo de lo que él mismo se tenía que encargar. Quería que todo saliese bien y que no faltara nada. Quizá por eso había aprendido a congeniar tan bien con El Cid.

Fueron días arduos, pero ambos sabían que iba a pasar noches y días sin dormir sólo por no irse de un lugar donde estaban a punto de conseguir una pista importante.

Para el final de su búsqueda en Barcelona, El Cid llevaba haciendo más traducciones que todo el español que había hablado en su vida. Sísifo necesitaba su ayuda para leer las inscripciones en las paredes, algunos mapas nuevos o entender los pergaminos que habían encontrado Muchas veces les habían tocado acertijos que debían deducir, como si fueran pistas para poder seguir. Todo era complicado cuando las barreras del idioma se interponían y era muy consciente de que sin El Cid no hubiese podido nunca.

El último día, cuando ya habían abandonado Barcelona e iban rumbo al barco que los llevaría a Florencia, pasaron de nuevo por ese lugar maravilloso del primer día. Sísifo estaba encantado con la ciudad de El Cid, y su fascinación por su lugar de origen empezaba a hacerle creer que todo lo que fuera español lo iba a idiotizar de ese modo. Y cada vez más se daba cuenta de que su destino tenía que ver con lo que fuera oriundo de ese país, cuando al pasar por la ciudad, escuchó a un trovador. Sabía qué hacían los trovadores porque había leído sobre ellos, pero en el Santuario y en otros lugares de viajes no había tenido la oportunidad de escuchar a ninguno. El Cid parecía más acostumbrado, sin embargo paró cuando él se detuvo.

— ¿Quieres saber qué dice? —le preguntó en voz baja, acercándose hacia él.

Sísifo recibió un escalofrío extraño, no supo si fue por la reciente ventisca de aire frío o por alguna otra cosa.

—Sí. —contestó con una sonrisa juguetona y mantuvo su vista fija en el trovador.

Con lágrimas en los ojos, muy fuertemente llorando

la cabeza atrás volvía y quedábase mirándolos.

Y vio las puertas abiertas, y cerrojos quebrantados,

y vacías las alcándaras sin las pieles, sin los mantos,

sin sus pájaros halcones, sin los azores mudados.

Suspiró entonces el Cid, que eran grandes sus cuidados.

Habló allí como solía, tan bien y tan mesurado:

—Gracias a ti, Señor Padre, tú estás en lo más alto,

los que así mi vida han vuelto, mis enemigos son, malos.

Sísifo sintió otro escalofrío que le recorrió toda la columna al escucharlo recitar en español y al tener a El Cid traduciéndole en voz baja al griego. Así que eso era el inicio del Poema del Cid. Lo había leído en griego aquella vez, pero escucharlo en su idioma original era una verdadera delicia. No pudieron quedarse mucho en ese lugar, el barco tenía un horario de salida y tuvieron que abandonar a aquel trovador para irse rumbo a tierras italianas.

Este viaje fue mucho más corto, pero Sísifo no tocó ni uno de los pergaminos, cosa que desconcertó un poco a su compañero español. No es que Sagitario fuera predecible, de hecho no lo era, pero parecía estar ocupado leyendo cosas más por placer que por la investigación. Recién cuando llegaron a Italia pudo apreciar qué era lo que había tenido a Sísifo esos días, pocos a comparación con su viaje a Barcelona, tan ocupado.

—Linda ciudad, Florencia. —comentó al bajar del barco, en un español algo gracioso. El Cid lo miró con mucha curiosidad, pero decidió picar el anzuelo.

—Estamos en Italia, aquí se habla Italiano.

Sísifo rió con ganas, y El Cid comprobó que lo había entendido, pero no contestó a su comentario. La intriga de cómo había logrado subirse en Barcelona sin saber mucho sobre el español y bajarse en Florencia hablándolo, lo mantenía en vilo.

Sin embargo, Sísifo decidió no contarle su secreto y solo se lo hizo saber cuando llegaron a la posada nueva donde descansarían esos últimos días.

—Bien, preguntaré, ¿cómo has aprendido español? —dijo finalmente, encontrándose con mucha curiosidad por primera vez en la vida.

Sísifo lo miró con una sonrisa y sacó de uno de los bolsos el libro que había adquirido en el mercado de Barcelona. El Cid se mostró sorprendido al ver una versión del Poema del Cid en español.

—¿Leíste este libro en español? —preguntó con sorpresa—. Pero si ni sabes hablarlo…

—Yo aprender. —mencionó y su comentario le sacó una sonrisa increíble a El Cid.

—Se dice, yo aprendí. —Le corrigió acercándose con el libro—. ¿Y por qué tanta obsesión con este libro? —preguntó al fin, materializando una duda que lo había asaltado varias veces desde que le encontró la copia de Poema del Cid en griego en la biblioteca del Templo de Sagitario.

—Quizá no es este libro lo que tanto me obsesiona. —respondió con sinceridad y una sonrisa amable—. Quizá es el portador de su nombre quién lo hace.

El Cid se quedó callado, intentando absorber las palabras de Sagitario pero le fue difícil. Sísifo era una persona extraña, por momentos parecía muy simple y fácil de predecir y al segundo hacía cosas que desconcertaban a cualquiera. Y eso que hizo aquel día en Florencia lo desconcertó. Vaya si lo hizo.

No se dio cuenta de que se encontraba atrapado cuando sus propios labios habían respondido al contacto dulce e íntimo que le brindaba Sísifo. No se dio cuenta cuando Sísifo se había acercado tanto y tampoco cómo había sido capaz de contestar un beso, por más que fuera de esa persona que llevaba queriendo un tiempo. El Cid no era así, no era de ese estilo, el romance nunca fue su fuerte. Él era un valiente caballero, hecho para las batallas y las espadas, no para los besos y los suspiros.

Sin embargo fue un suspiro lo que emanó de sus labios cuando se separó de Sísifo. Su sonrisa amable y dulce no abandonaba el rostro del arquero, y eso le tiró abajo todo lo que planeaba decirle.

—Así que el valiente caballero no sólo es valiente para las peleas… —se burló con ternura Sísifo. El Cid lo miró con el ceño fruncido—. No me mires así, Rodrigo, no te avergüences. Hay otras batallas interesantes que no requieren pelear en campo de batalla.

El Cid abrió los ojos anonadado por sus palabras y casi se escandaliza, aunque se percató de la nota de burla que tenía su comentario, más que nada porque había empezado a llamarlo Rodrigo de nuevo.

—No me llamo Rodrigo, tío. —murmuró en español. Sísifo pareció entender el sentido de la oración aunque no entendió todas las palabras.

—Debería dejar el libro y tomar lecciones de español contigo. —comentó dándose vuelta para acomodar sus cosas.

El Cid suspiró y lo siguió en su tarea. Puso una mano en su hombro y cuando Sísifo volteó a verlo, le dedicó una pequeña pero preciosa sonrisa.

—Vale, cuando quieras.

Sísifo sonrió visiblemente entusiasmado.

—Yo querer…

La risa que le produjo esa oración a El Cid no tuvo nombre. No es que fuera escandalosa, ni nada por el estilo, solo que cualquier risa más allá de una mueca en El Cid era extraño. Aunque agradable por cierto.

El español negó con la cabeza, aún con la sonrisa pintada en su rostro y se puso manos a la obra con las cosas.

—No hay caso contigo, tío…

Notas finales:

Sobre El Cid, la verdad es que tenía dudas de cómo expresarlo. Si usar oraciones como "le produjo al Cid..." o "Sísifo estaba encantado con la ciudad del Cid.." en vez de poner "le produjo a El Cid..." o "Sísifo estaba encantado con la ciudad de El Cid..." más que nada porque en español "El" no forma parte del nombre del Cid Campeador, pero aunque El Cid sea un personaje español, en japonés ese "El" forma parte del nombre del personaje y me parece correcto agregarlo así, como si el nombre incluyera el artículo. Es una forma de diferenciarlo del Cid Campeador también.


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