Nadie supo cómo sucedió, ni siquiera ellos. Sólo sabían que muy en el fondo algo no estaba bien, en sus subconscientes, en sus corazones.
Una noche cualquiera, Yugi despertó de una pesadilla bañado en lágrimas, sudor frío, gritando y lanzando golpes al aire y patadas entre las sábanas hasta que su lucha lo llevó a estamparse con el piso, un buen golpe de realidad le calmó por unos instantes antes de regresar aturdido a la comodidad de su colchón, no se durmió enseguida, procesar lo que volvía a hacer en sueños le costaba una migraña. Pero esa noche no le permitieron volver a su quinto sueño, esa noche firmó un pacto con el demonio, con el demonio interno de su psique y con la endemoniada propuesta de Seto Kaiba. Este había llegado cual prófugo a su ventana y tras unos golpes al vidrio, confusión, lágrimas, gritos y promesas ambos aceptaron los términos y condiciones. Exclusivamente esa noche se soltó una lluvia torrencial, su precipitación y los relámpagos ahogaban las quejas y sollozos de Yugi, quien a pesar de haber accedido a un capricho de su amigo multimillonario, se seguía debatiendo y recriminando en su mente una y otra vez si era correcto o no. Quien diría que un beso tan brusco y desesperado del de ojos zarcos lo llevaría a una auto liberación de conciencia, de moral y ética. Porque no sería sencillo hacerlo, porque muy en el fondo lo ansiaba pero otra parte lo asustaba.
Sus encuentros fueron clandestinos, en un principio, poco a poco comenzaron a inventar cualquier excusa para disponer de más tiempo para llevar a cabo su trato. Y Yugi comenzó a hacer algo que jamás en su vida había llevado a cabo a conciencia, mentir. No sólo a su abuelito o sus amigos, mentirse a sí mismo.
Repetidas ocasiones estuvo a nada de arrojar la toalla, de rendirse y decir ya no puedo más, de soltar esas cadenas auto impuestas por su falta de criterio y raciocinio, y es que dolía, dolía tanto cualquiera de las opciones que considerara aun sin llevarlas a cabo. Bajo aquel contrato estaba garantizada su seguridad pero sobre todo y lo más importante con que contaba era con compañía, hartos de sentir una parte faltante en sus pechos decidieron darse un chance demente con tal de ahogar aquellas emociones que ninguno lograba expresar con palabras o gestos. Sedientos de atención, comprensión y compañía cada que se alojaban en la mansión se revolcaban sin piedad entre las sabanas del inmenso kingsize, entre fogosos y nada pudorosos besos se arrancaban la carne, los suspiros, la soledad, lágrimas, jadeos, mordidas y efímeras promesas de devoción, pasión y amor.
Masoquismo. No había otra palabra para nombrar su comportamiento, transformándose, literalmente de pies a cabeza pero no bastaba, debía actuar y sonar tal cual. Algo de lo más sencillo y masoquista de quienes no logran sobrellevar el recuerdo de un amor platónico, Yugi debía volver a ser Atem en cuerpo y alma para Seto Kaiba.