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Pasado por Anotherdim07

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Notas del fanfic:

La historia de Yu-Gi-Oh y sus personajes no me pertenecen.

 

Era apenas mediodía en la ciudad, las calles se encontraban repletas de gente circulando en distintas direcciones y el olor a comida recién preparada inundaba el ambiente, anunciando la pronta llegada de la hora de almuerzo. Un hombre de unos treinta años, quizás un poco más, caminaba apresurado en dirección a su trabajo. Vestido con un cómodo pero elegante traje gris, camisa blanca y una corbata a juego, maldijo la hora en la que decidió que sería mejor caminar por la acera y no llamar a su chofer para recorrer esa distancia en automóvil.

Esquivó un par de personas más y casi chocó con uno o dos postes en el camino, luego llegó a la plaza principal de la ciudad y decidió tomar un breve descanso. No iba tarde, tenía unos veinte minutos de sobra para llegar a su oficina y retomar sus labores. Sin considerar que él era el jefe, podía llegar más tarde o no asistir si así lo deseaba.

Miró a su alrededor, tomándose la libertad de disfrutar de las actividades que tomaban lugar a esa hora del día. Había un mimo rodeado de un par de niños asombrados que disfrutaban del espectáculo, un chico sentado a la sombra de un árbol mientras tocaba la guitarra y un par de monedas caían en un estuche a un metro de él, un par de payasos por otro lado, nada fuera de lo normal. A su derecha, uno de los asientos se encontraba desocupado por lo que decidió sentarse unos minutos y tomar algo de aire fresco.

- ¡Por favor, ayúdenos con su firma! – escuchó que alguien decía no muy lejos de él.

Antes de llegar a sentarse se giró en dirección a la voz, quedando hipnotizado al instante. Entre tanta gente sólo pudo ver a un chico de unos 18 años vestido con el uniforme escolar, no muy alto y de complexión delgada, cabello oscuro con reflejos rojos y un flequillo rubio, ojos amatistas. El chico se movía entre la gente, tratando de ser escuchado y que su voz se elevara entre tanta conversación banal y egoísta. Pudo verlo detenerse, suspirar y reanudar su tarea.

En su propio mundo sólo eran ellos dos, todo lo demás había pasado a un segundo plano y los sonidos a su alrededor se habían desvanecido. En ese pequeño instante su corazón había latido un poco más rápido de la emoción y sólo deseaba que esos ojos se dirigieran hacía él. Pero eso no pasó, pues la imagen comenzó desvanecerse y pudo notar que la realidad era distinta. Reemplazando al chico ahora aparecía una chica un poco menor pro de facciones similares, de largo cabello negro y ropa casual.

Suspiró con nostalgia y algo de dolor, era imposible que el chico de sus recuerdos, aquel que se había convertido en alguien vital en un punto de su vida apareciera ante él y con la misma apariencia de hace casi 15 años, eso no podía ser. Quizás sólo se confundió porque los ojos de la chica eran similares a los del otro y, si mal no recordaba, aquel también se había volcado en hacer realidad un proyecto que a nadie parecía importarle.

Fue entonces que, en base al buen recuerdo que acababa de tener, se acercó a la chica con la intención de ayudarle.

- ¿De qué se trata? – le preguntó una vez delante de ella, sorprendiéndola por el interés del hombre - ¿podrías explicarme? –

La chica lo miró y el no pudo evitar sentirse nostálgico, era la misma mirada – Estamos tratando de postular un proyecto, pero requerimos firmas de apoyo – le dijo, emocionándose al explicarle – queremos crear una especie de refugio en nuestra escuela, que pueda abastecerse de comida y quizás un veterinario que pueda cuidar de los pequeños animales que podamos sacar de la calle – le mencionaba sonriente.

El hombre comenzó a contagiarse de la alegría de la otra - ¿Dónde firmo? – le pidió y la chica le mostró uno de los registros. Lo leyó atentamente, acostumbrado siempre a hacerlo cuando se trataba de colocar una de sus firmas, y colocó su nombre en la hoja para posteriormente entregárselo.

- Gracias, Señor – le dijo la chica con una reverencia – ha sido de ayuda para nosotros – el chico que se encontraba metros más allá, apoyado en una mesa junto a los registros, también sonrió agradecido.

- No es nada – sonrió amable.

El hombre retomó su camino y unos metros más allá se giró a observar a los dos chicos. Un par de personas se les habían acercado para saber más del proyecto y firmar, seguramente vieron que alguien importante les había dado su apoyo y resolvieron que era algo confiable. Eso era normal, varias veces había aparecido en televisión debido a lo influyente de su trabajo por lo que quizás lo habían reconocido.

Se fue algo más contento y minutos después ingresó por las puertas automáticas del edificio, siendo saludado por los guardias y un par de empleados con una reverencia. Subió al ascensor, directo al piso quince donde se encontraba su oficina.

- Joven Atem, acaban de llamar los directivos del proyecto en Estados Unidos solicitando una reunión a través de la red – le habló su secretaria una vez pasó a su lado. Una chica de la misma edad, alta y delgada, cabello negro largo y un vestido algo provocativo desde el punto de vista del hombre - ¿Cuándo desea fijarla? – lo siguió hasta el interior de la oficina.

- Que sea mañana, tengo algunas cosas que hacer ahora – se sentó en su escritorio.

- Está bien – sonrió con algo de coquetería la otra – Por cierto, recuerde la junta que tiene en unas dos horas en el salón de reuniones –

- Lo recuerdo, prepara todo lo necesario –

- Claro, Jefe – el otro levantó una ceja, era la primera vez que la otra lo llamaba jefe - ¿Necesita algo? – sonrió la otra, como esperando alguna cosa.

- No, puedes retirarte – le indicó, la mujer hizo una extraña mueca y se marchó, cerrando la puerta tras ella. Suspiró con algo de exasperación y se dispuso a hacer algo de papeleo antes de la junta.

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- ¿Papá? – preguntó un chico de unos catorce años, cabello castaño y ojos del mismo color, mientras ingresaba a su casa. No hubo ruido alguno en respuesta, por lo que supuso que su padre debía estar durmiendo aún, así que decidió guardar sus cosas en silencio. Se dirigió a la habitación del mayor y a través de la puerta pudo verlo durmiendo profundamente, un rubio recostado de lado en la cama completamente desarreglado y con algunas ojeras, ni se había inmutado por el llamado de su hijo.

El adolescente cambió su semblante a uno de preocupación pensado en lo mucho que su padre trabajaba tratando de sobrevivir cada mes, ya casi no lo veía despierto. Estaba tan agotado que ni siquiera se cambió la ropa que usaba en el trabajo.

Se sentó en el sillón de la sala y tapó los ojos con sus manos. Se sentía una carga y trataba de generar la menor cantidad de gastos posibles, ni siquiera podía trabajar o algo parecido siendo menor de edad. No podía hacer mucho por la situación de los dos y no recibían la ayuda de nadie más, estaban solos.

De pronto sintió un abrazo detrás de él y una adormilada voz – No hagas eso –

- ¿Hacer qué? –

- No tienes que preocuparte de nada, sólo de estudiar – le dijo el rubio, separándose del chico y caminando en dirección al viejo refrigerador mientras bostezaba. El castaño hizo un puchero y no dijo nada - ¿Cómo estuvo la escuela? – preguntó sacando algunas cosas y comenzando a preparar la comida.

- El profesor de matemáticas me regañó como siempre – se quejó – tiene una extraña fijación conmigo –

- Es porque eres malo en su materia – afirmó el otro – y te portas mal en su clase -

- Es que no entiendo matemáticas - el chico se avergonzó un poco y se giró a mirarlo desde el sillón – Papá, ¿por qué no consigues otro trabajo? – le habló suavemente, cambiando el tema. El rubio se detuvo un momento y lo observó – Apenas y nos vemos, además te ves muy cansado porque trabajas hasta tarde en ese lugar –

El mayor se llevó una mano a la cara, pensando – Pero… ¿Qué más podría hacer? Me pagan lo suficiente  para la cantidad de horas de trabajo, no es tan malo – le quitó importancia al asunto.

- Te buscaré un trabajo – dijo el chico decidido.

- ¡¿Qué?! – Se sorprendió el otro, saliendo de la cocina y acercándose a su hijo – Judai, ya te lo dije. No tienes que preocuparte de ese tipo de cosas – trató de hacerle entender.

Judai se cruzó de brazos y miró hacia un lado, casi ignorando el reclamo de su padre – No me harás cambiar de parecer – habló entre dientes. El rubio agachó la cabeza resignado, debía saber que el chico no cedería si se veía tan resuelto pues era igual de testarudo que él.

Horas más tarde, el rubio se despidió de su hijo y caminó en dirección a su trabajo. Con treinta y dos años era el encargado de administrar un bar cercano a su casa, por lo que su horario laboral era nocturno, con extensión los fines de semana. Pensó siquiera en la posibilidad de cambiar de trabajo pero, en las condiciones en las que se hallaba ahora, eso era imposible.

Entendía a Judai, no podía verlo tantas veces como hubiera querido mientras se encontraba en casa pero se esforzaba en asistir a las actividades de la escuela aunque por dentro lo acabara el sueño y el cansancio. No había algo mejor que eso, con suerte pudo terminar la escuela y aún así tiene el cargo de administrador, además no podía postular a otros empleos que requerían de especialización pues el no la tenía.

Tampoco podía retomar sus estudios, no en la condición en la que se encontraba Judai ahora. Hace tan sólo unos meses pudo llevarlo al médico por una serie de síntomas extraños y los exámenes no habían salido muy bien. El adolescente no lo sabía, pero necesitaba una cirugía urgente y el tiempo para reunir el dinero se le estaba acabando.

Sólo tenía la mitad del monto y una última opción a la mano, una que realmente no quería utilizar. Apretó los puños en frustración y continuó el camino hacia el trabajo.

Tenía que tomar una decisión.

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- Te sugiero que despidas a esa mujer de una vez, no sé cómo no te das cuenta – le hablaba Mana desde la cocina, mientras movía la batidora de un lado al otro tratando de hacer la decoración del pastel de su cumpleaños.

- Mana tiene razón, temo que darle el control de tu agenda y de tus visitas sólo te generará más problemas – habló a su lado un hombre de unos 37 años, vestido de traje al igual que él. Luego se dirigió a la cocina, llevando consigo algunas bolsas de supermercado.

Atem sólo pensaba que eran un par de exagerados – Vivian es mi secretaria, ¿qué hay de malo en que haga esas cosas? Es su trabajo – habló llevándose una galleta a la boca.

Mana apagó la batidora, algo exasperada, y llevó ambas manos a la cintura – Escúchame bien porque no lo diré de nuevo, despídela. Estoy segura que arruinará los buenos tratos con otras empresas si son mujeres las que las dirigen, es capaz. Ya tengo suficiente con verla en ropa ajustada y paseándose descaradamente alrededor tuyo, esa mujer es peligrosa –

- Exageras – respondió el otro.

- Haz lo que quieras, pero no vengas llorando a mí después porque solo saldrán de mi boca tres palabras, TE LO DIJE – y retomó su tarea con la batidora. Mahad sólo podía asentir en acuerdo con su reciente esposa, mientras llenaba algunos platos con golosinas – Yo sólo me preocupo por ti, deberías agradecerlo -

- Atem, sólo tenlo en consideración. Mana es una mujer, sabe por qué te lo está diciendo –

- Esta bien, lo tendré en cuenta de ahora en adelante – terminó resignado mientras se recostaba en el sillón – Además, no quiero pasar mi cumpleaños hablando de mi secretaria –

- Él tiene razón, cariño. ¿Por qué no hablamos de otra cosa? – se dirigió a la chica.

Ella asintió, para después llevar el recipiente en sus manos al refrigerador y sacar el pastel del horno. – y bien, ¿te ha llamado tu madre esta vez? –

- ¿Por qué pasamos de un tema incómodo a otro peor? – cuestionó el empresario. Mana lo miró seria desde la cocina, con una ceja alzada esperando su respuesta – Me llamó toda la mañana, que quería venir a verme y como te imaginas, sacó el tema de todos los días –

Mahad rió mientras traía los platos de comida - ¿Aún te organiza citas a ciegas para conseguirte una esposa? – el otro asintió.

- Si, pero no he ido a ninguna y se enoja cada vez que pasa -

- Tu madre está convencida de que debes casarte y darle nietos, ni siquiera tiene buenos gustos cuando se trata de organizarte un encuentro – apuntó la castaña – También considero de que es hora de que busques a alguien para ti pero es como si ella te obligara de acuerdo a sus intereses -

Atem se quedó callado unos instantes y dijo en voz baja – Es sólo que no he encontrado a alguien con el que me sienta a gusto. No después de lo que pasó –

Los otros dos lo miraron en silencio. Entendían la situación de su amigo, pues desde esa vez no había podido relacionarse de esa manera con otra persona. Atem tomo una de las galletas de la mesa en completo silencio, cuando repentinamente sonó el timbre del departamento. Los tres se miraron con curiosidad pues no esperaban visitas, menos cuando eran casi las diez de la noche.

- Ve a ver – le dijo la única mujer del lugar.

El tricolor se levantó del sillón y abrió la puerta del departamento, sorprendiéndose de inmediato al ver de quien se trataba. Frente a él estaba una sorprendida y avergonzada adolescente con un par de papeles en la mano, que parecían ser cartas, y una maleta en la otra. Atem la recordaba perfectamente, era la chica a la que había ayudado hace tres días atrás en la plaza. Ella parecía recordarlo también.

La pelinegra miró el papel en su mano y luego a él - ¿Eres tú Atem Sennen? – preguntó una vez la vergüenza se fue y su mirada pasó a ser una más triste.

Atem asintió – Soy yo, tu eres… -

- Menfis Muto – se presentó, sorprendiendo en sobremanera al hombre frente a ella – Mi padre se llama Yugi Muto, tu… ¿lo recuerdas? –

- ¿Eres la hija de Yugi? – habló sin creerlo. Los dos en el interior alcanzaron a escucharlo y se acercaron a la puerta, igual de sorprendidos. La chica asintió.

 Atem tomó un respiro, repasó la situación y consideró que lo mejor no era tener esa conversación en el pasillo así que le pidió que ingresara pues hacía algo de frío y era tarde. La chica ingresó en silencio.

- ¿Quieres algo de comer? Eh… -

- Menfis – contestó, respondiendo a la incógnita de Mana.

- Bien, Menfis. Ponte cómoda, puedes sentarte – habló esta vez el castaño.

La chica dejó sus cosas cerca de la puerta y se sentó en el sillón – Lo siento, yo no sabía quién eras esa vez – se dirigió a Atem.

- Tranquila, noté lo sorprendida que estabas de verme apenas abrí la puerta – le sonrió – No quiero ser descortés, pero… -

- Cierto, el porqué estoy aquí – empezó nerviosa, moviendo el papel entre sus manos – Yo no sé qué clase de relación tenías con mi padre, no había nacido después de todo – trató de formar una sonrisa pero después se calmó un poco – pero si noté a través de sus cartas que eras alguien especial para él –

Atem se sonrojó ligeramente al escucharla y asintió. Mahad y Mana dejaron algunas cosas más en la mesa, para luego alejarse y darles algo de privacidad, aún curiosos por la presencia de la chica por lo que se quedaron cerca para oír la conversación sin ser notados – Yugi… ¿él está bien? – preguntó, temeroso de la respuesta.

La chica no dijo nada por un rato, pero lágrimas se acumularon en sus ojos, cerrándolos inmediatamente y agachando la cabeza mientras negaba. Comenzó a sollozar en silencio e intentó hablar – él… papá… ya no… - intentaba decir.

Atem sólo sintió un balde de agua fría, no podía ser cierto lo que se estaba imaginando ¿o si? Sentía que apenas podía respirar y la temperatura se hacía más fría. Trató de decir algo, pero nada salió de su boca.

Un par de lágrimas cayeron – No hay nadie que pueda hacerse cargo de mí ahora, sé que es muy repentino pero ya no sé qué hacer ¿Podría quedarme aquí un tiempo? – eso sorprendió al otro – tengo algo de dinero para mantenerme, pero sé que no puedo hacerlo sola – cerró los ojos, para luego levantar la cabeza – Por favor… -

El mayor no sabía qué hacer. Era cierto que las cosas entre ellos no habían terminado tan bien, pero frente a él se encontraba la hija de la persona que, en algún momento, fue la más importante para él y la única que dejó alguna huella en su vida. A pesar de todo no podía hacerle eso y dejar a su hija a la deriva.

Se levantó del sillón, se acercó a ella y la abrazó, dejándola llorar unos minutos – No te preocupes, puedes quedarte –

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Una hora después, Atem podía entender porqué la primera vez que la vio en la plaza creyó ver a su padre en ella. – Lo siento, no sabía que era tu cumpleaños. Fui bastante inoportuna – confesó avergonzada.

- Descuida, Atem entiende la situación – contestó el castaño por él – por cierto ¿me ayudarías a cortar el pastel? –

- Claro – Menfis se levantó del sillón y acompañó al mayor a la cocina.

Entonces Mana se sentó a un lado de su amigo y en voz baja le dijo - ¿No te parece familiar? –

Atem sólo lo miró con curiosidad – Claro, es su hija. Hace unos días la vi en la plaza y por algún momento pensé que era él, con ella aquí creo que su recuerdo será constante – agachó la cabeza – pensar que Yugi ya no está… - no pudo continuar hablando.  

La mujer guardó un minuto de silencio y continuó suavemente – Eso puede ser, pero no me refería a eso con lo que te pregunté – el otro levantó la cabeza y la miró curioso - Oh vamos, Atem ¿cómo es que no lo has pensado? – él otro levantó una ceja y Mana sólo quería darse una palmada en la cara – esa chica tiene catorce años… -

- ya lo sé ¿a dónde quieres llegar? –

Ella entre cerró los ojos ¿cómo es que su amigo podía ser tan tonto? – Te lo explicaré con manzanas, ¿hace cuánto que no ves a Yugi? –

- Quince años, pero… -

- ¿Cuántos años tiene la chica? – cuestionó.

- ¿Eh? ca… torce – se quedó callado unos segundos y entendió el punto del otro - ¿tú crees que…? –

- Dos opciones y creo que te gustará una más que la otra. Esa niña es tu hija o Yugi te cambió de inmediato por otra persona, si es que ya no te engañaba – el otro se enfureció.

- ¡No digas eso! Él no habría sido capaz – alzó un poco la voz, afortunadamente no llegó hasta la cocina.

- Entonces nos queda la primera opción, puedes preguntarle o hacerle un examen de ADN –

- ¿Mahad fue el de la idea? – preguntó poniéndose algo nervioso.

- ¿Por qué crees que se llevó a Menfis a la cocina? – le dijo la otra, como si fuera lo más obvio del mundo.

Atem no dijo nada, pero se quedó pensando en la situación. No le agradaba pensar que Yugi lo cambiara tan rápido cuando se separaron o que jugaba a dos bandos, por lo que sólo quería enfocarse en la otra opción. Si esa chica era su hija, ¿por qué él se marchó y no se lo dijo? Estuvieran juntos o separados le habría hecho feliz el saber de su existencia, esa chica podría haber sido el fruto de lo que tuvieron juntos, haya significado lo mismo para Yugi o no.

Después de eso, los cuatro disfrutaron de la comida y lo que quedaba del cumpleaños. Atem solo quería algo de tiempo para procesar la información, pero observándola trataba de encontrar algún indicio que le confirmara la última hipótesis.

Si Menfis era realmente su hija, él mismo se encargaría de que no le faltara nada de ahora en adelante.

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Una semana había pasado desde la vez en que Judai le había pedido que cambiara de trabajo y él ya no podía más. Jonouchi trabajó horas extras, incluso hizo uno que otra labor fuera de sus tareas pero no pudo reunir el dinero que necesitaba y se sentía impotente por no poder tener los medios para mantener la salud de su hijo.

Ahora sólo tenía una opción, pero eso significaría remover viejos recuerdos y contar un par de verdades que jamás pensó revelar. Empezando por el padre de Judai.

Por esa razón ahora se encontraba frente a las puertas de una de las sucursales de la empresa que ese hombre manejaba, debatiéndose entre entrar de una vez o salir corriendo y buscar alguna otra opción que seguramente no existía. Tomó aire profundamente e inició el paso al interior del lugar, repitiéndose que todo esto lo hacía por Judai.

Una vez adentro se dirigió a la recepcionista, quien sólo lo miró despectivamente al notar la simple y poco adecuada vestimenta del rubio. Después de todo él no iba a gastar en ropa si tenía otras prioridades, eso no era más que un lujo en este momento.

- Disculpe señorita, ¿podría hablar con su jefe? – ni siquiera quería mencionar su nombre.

La chica se quedó mirándolo unos instantes, aún despectiva - ¿Tienes cita? –

- No pero… -

- Sin cita no puedes verlo – le dijo cortante y se levantó del asiento a buscar algunos cosas. Jonouchi la siguió a través del mesón.

- Por favor es importante, debo verlo –

La chica se detuvo y lo miró algo enojada – si dejara pasar a cada uno de los que tiene intenciones de hablar con él por sólo ser algo importante ya no tendría trabajo –

- Por favor – le rogó.

- Señor, si tanto quiere pedirle dinero vaya a otro lugar – la chica alzó ligeramente la voz, lo que fue la gota que derramó el vaso para el rubio. Ni siquiera había alcanzado a verlo y ya se sentía humillado, dio un paso atrás mientras la chica volvía a sentarse en su lugar y contestaba la llamada que acababa de recibir.

- … Por supuesto, señor Kaiba. Así se hará – eso llamó su atención y se dirigió de nuevo a la mujer, tomándola de la mano.

- Por favor, dile mi nombre – la chica lo miró furiosa – Si ahora te dice que no quiere verme me iré, lo prometo –

La otra lo miró y tapó el teléfono para no ser escuchada - ¿Cómo se te ocurre que haré eso? –

- Por favor…  o me quedaré aquí hasta contactarme con él –

- ¡Eres un…! – bufó exasperada y volvió al teléfono – Señor Kaiba, hay alguien en recepción que desea verlo. Sin cita – recalcó. Jonouchi sentía que le costaba hasta respirar del nerviosismo, ni siquiera estaba seguro de que el otro lo recordara. La secretaria tapó el teléfono con su mano y se dirigió a él – Bien, dame tu nombre… -

El rubio tardó unos segundos en reaccionar, exasperándola más si era posible – Katsuya Jonouchi – dijo lentamente. La mujer repitió su nombre a través del teléfono y su semblante cambió a uno sorprendido.

- Si señor, de inmediato – y colgó el teléfono para dirigirse al otro – el va a recibirte, dirígete al ascensor por este pasillo y sube al piso veinte. Una vez ahí camina derecho y dale tu nombre a la secretaria, ella te llevará hasta él –

Jonouchi se quedó parado procesando la información ¿en verdad el otro había accedido a verlo? No se movió hasta que prácticamente la mujer chasqueó los dedos frente a él, asustándolo un poco y le dijo que se fuera ya. Asintió y le dio las gracias, pero no recibió respuesta de la otra parte.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron para mostrarle el piso veinte, camino derecho como le habían indicado hasta ver a una chica de cabello blanco leyendo unos papeles tras un pulcro escritorio color caoba. Cuando lo sintió acercarse le dirigió una mirada dulce, a diferencia de la recepcionista.

- ¿Eres Katsuya Jonouchi? – le preguntó tranquilamente a lo que el rubio asintió – Mi nombre es Kisara, soy la secretaria del Señor Kaiba – ella le sonrió cordial - él está esperándolo en el interior, sígame – se levantó hasta acercarse a la gran puerta y abrirla, se adentró unos segundos y luego le dio el paso al rubio, quien se tomó unos segundos para ingresar.

Estaba aterrado, pues a un par de metros de él se encontraba un castaño mirando por la ventana. Kisara se marchó no sin antes decir que si necesitaban algo lo pidieran sin problemas. Cerró la puerta y la respiración se le cortó totalmente, estaban los dos solos.

El castaño se giró a mirarlo sin ningún sentimiento en sus ojos, entonces el rubio se acercó al asiento frente al escritorio y se sentó, decidido a hacer esto lo más rápido posible – Ha pasado tanto tiempo, pensé que no me volverías a dirigir la palabra ¿a qué debo tu visita? – le habló Seto, mientras se sentaba también.

- No vengo por mí y si hago esto, es porque me he visto superado – tuvo que admitir, mientras buscaba en uno de sus bolsillos una fotografía que posteriormente extendió por el escritorio para entregársela al otro – Si hubiera sido por mí, jamás te lo habría dicho – El otro miró curioso la fotografía del adolescente que el otro le había dado – El es Judai, es mi hijo… - el rubio tomó un poco de aire - … y el tuyo –

Seto tomó la fotografía frente a él para observarla detalladamente. Era cierto que el chico en ella tenía ciertos rasgos de él pero eso no quería decir nada - ¿Crees que puedes venir después de quince años a decirme que tuviste un hijo mío y que simplemente te crea? – le habló, más duro de lo quería aparentar.

- No me importa si me crees o no, hazle un examen de ADN si es lo que quieres, ya no importa. Pero él no está bien de salud y yo ya no puedo ayudarlo – el rubio estaba al borde las lágrimas.

El castaño se debatía entre si creerle o no, pero si el chico ese era su hijo no podía hacerse el desinteresado. El había vivido el desinterés de dos padres durante su infancia, no quería repetir la historia - ¿Qué es lo que tiene? –

- Hay algo en su cerebro, el doctor me lo explicó pero no pude entender muy bien. Necesita de una cirugía y sólo he podido reunir la mitad del dinero para pagarla, se me acaba el tiempo. Es por eso que estoy aquí, no quiero nada más. Sólo será un préstamo, te lo pagaré de a poco si es necesario. Si te lo he contado es porque sabía que de otra forma no accederías – rogó el rubio.

- Si él es mi hijo, ¿por qué no me lo dijiste antes? – lo cuestionó.

- ¡¿Qué querías que hiciera?! – golpeó el escritorio, parándose de la silla – iba a decírtelo aquel día, cuando descubrí el jueguito que tenías conmigo –

- Iba a explicarte… -

- ¡No quería tus explicaciones! Apuesto a que te reías a mis espaldas mientras interpretabas tu papel –

- Las cosas no eran como tú creías –

- ¡Ve a decirle eso a otro! Ya no quiero nada ti, solo he venido por esto. Lo que alguna vez tuvimos ya pasó y está olvidado – fue bajando la voz de a poco.

Seto lo miraba atento, mientras el rubio se mantenía parado y con el cabello cubriendo sus ojos. Se paró de su asiento también, a lo que el rubio finalmente lo miró – Voy a ayudarte, pero si ese chico es mi hijo quiero ser parte su vida también. No voy a abandonarlo ahora que sé que existe –

Jonouchi se sentó nuevamente y tapó sus ojos con una mano – Si no tengo otra opción… -

- No la tienes – el castaño también se sentó - ¿Dónde será la cirugía? –

- En el hospital estatal –

Seto lo miró durante unos segundos – Hoy mismo pediré que Judai sea evaluado por un médico de la clínica a mi cargo –

- No cambies todo por tu cuenta- le advirtió el otro.

- Solo quiero lo mejor para él –

- Judai está en la escuela –

- Puedes retirarlo más temprano –

El rubio suspiró algo exasperado, no podría ganar esta batalla contra él y lo sabía – ¿Le tomarás el examen también? –

- Lo haré... ¿Tienes sus datos? –

- Sí, ten – el rubio le entregó una copia del registro de nacimiento de Judai y el castaño lo analizó ¿Cómo podría no creer que ese era su hijo si él nació tan sólo siete meses después de su separación? Conocía de años al rubio en ese entonces, no lo creía capaz de engañarlo con algún otro en el tiempo en el que aún estaban juntos.

Tenía un hijo y debía recuperar todo el tiempo perdido con él. En cierta forma le dolía que el otro le haya ocultado información tan importante pero no podía culparlo, eso que el rubio había llamado un juego no había sido más que la única forma que él había hallado para acercarse a él.

Ahora tenía un hijo y en parte era su culpa de que éste no supiera de su existencia.

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Había intentado en varias ocasiones preguntarle a Menfis sobre su padre, pero se acobardaba en el último minuto temeroso de la respuesta. Le había dado una habitación en su lujoso departamento y cambiado a una escuela más cercana y con mejores referencias, se encargó de que tuviera la suficiente ropa y que sus necesidades principales fueran cubiertas.

Abrió la puerta de su departamento y no la encontró en el living ni en la cocina, por lo que algo asustado la buscó por el lugar hasta que la halló tras un escritorio rodeada de papeles y un par de libros. Se acercó para tocar su hombro y despertarla - ¿Menfis? –

La chica comenzó a abrir los ojos y observó al hombre frente a él – ¿Señor Atem? – abrió sorprendida los ojos y comenzó a ordenar rápidamente - ¡lo siento! He desordenado tu estudio, lo arreglaré de inmediato –

- No es problema, yo hago lo mismo cuando estoy aquí ¿Qué hacías? – le preguntó mientras le ayudaba a ordenar algunas cosas.

La chica se detuvo – Estaba elaborando el proyecto para postular a un fondo concursable y construir algo de verdad. Pero la gente no suele apoyar estas causas – El mayor tomó una de las hojas leyendo que se trataba y no pudo evitar recordar a Yugi una vez más, pues era la misma causa por la que tanto peleó. La pelinegra lo observó unos instantes – En realidad es algo que heredé de papá –

- Lo sé, cuando era joven él también trataba de lograr cosas como estas –

Ambos dejaron el cúmulo de papeles sobre el escritorio – Sólo tengo catorce años, no suelen tomarme mucho en cuenta. Pero no voy a rendirme – habló más decidida.

- En ocasiones, en nuestra empresa organizamos un concurso para organizaciones benéficas o individuos que tengan una buena propuesta. Quizás podrías postular – la chica lo miró atenta.

- ¿No es injusto que yo participe? –

- Bien, yo no participo en la selección así que puedo ayudarte. Te ayudaré con la elaboración del proyecto también, pero no intervendré en si sale o no elegido y además, mi nombre no estará escrito en ninguna parte – la cara de la otra se iluminó.

- ¿En serio lo harías? –

El mayor se agachó a la altura de la chica y la miró a los ojos – Eres la hija de un buen amigo mío, esto no es nada –

El semblante de la chica cambió a uno más triste – ¿Amigo? Yo leí las cartas que papá te enviaba, mis tíos jamás me dijeron nada pero me daba cuenta de que para él significabas mucho –

El otro se sorprendió - ¿Cartas? ¿Qué cartas? –

- Buscando entre las cosas de papá – reconoció algo avergonzada – encontré  una gran cantidad de cartas dirigidas a ti, pensé que habían sido enviadas porque llevaban el timbre del correo pero revisando bien no era esa la razón por la que papá aún las conservaba –

- ¿Qué pasó? Yo jamás recibí una carta de parte de Yugi –

- Las cartas llegaban a destino pero eran devueltas de inmediato, incluso sin abrir –

- ¿Qué..? - el mayor se levantó y la chica se dirigió a su habitación para buscar en su maleta.

- Traje algunas conmigo – sacó una gran cantidad de cartas y se las extendió. Atem las miró detenidamente, preguntándose si era correcto tomarlas y leerlas. Pero las cartas estaban dirigidas a él.

Las tomó y se sentó en el escritorio – ¿Por qué nunca llegaron a mí? – se preguntó, más para si mismo.

- Al parecer eran devueltas por otra persona, alguien que no quería que las leyeras, eso es lo único que puedo pensar–

Atem sólo pudo pensar en una persona que se atreviera a hacer algo así. Apretó los dientes con algo de rabia ¿Cómo se atrevió? Si esas cartas hubieran llegado a él antes de que Yugi se fuera… - ¿Podrías darme algo de tiempo? – pidió suavemente.

La chica comprendió que el mayor sólo necesitaba algo de espacio para leer las cartas – Claro, prepararé la cena mientras –

Una vez se retiró, Atem las tomó una por una y observó detenidamente el sobre con su nombre escrito en él… con la letra de Yugi.

Una traviesa lágrima corrió por su mejilla.

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Un lujoso auto se detuvo en lo que parecía un barrio sin muchas comodidades, por lo que la gente curiosa observaba preguntándose por qué alguien como él visitaría un lugar como ese.

- ¿Seguro que es este lugar? – preguntó su hermano, algo nervioso por las constantes miradas a los dos.

- Si, esta es la dirección – buscó entre las puertas el número correcto y se dirigió a ella no sin antes darle las instrucciones al chofer para que lo esperara. Mokuba le siguió.

Se colocaron frente a la puerta de lo que era una pequeña casa de un piso, color durazno al igual que las de toda la población. No había ningún tipo de timbre, por lo que se aventuró a tocar la puerta de entrada.

Sólo pasaron unos segundos para que un adolescente de pelo castaño le abriera la puerta - ¿Quién es? – preguntó curioso el chico. Seto se quedó estático unos segundos procesando la situación, pues nada más que su hijo se encontraba frente a él.

- ¿Está tu papá en casa? –

- ¿Quién lo busca? –

- Seto Kaiba, el ya sabía que vendría – el chico sólo asintió y cerró la puerta unos instantes para ir a buscar al rubio.

Cuando la puerta se abrió, un enojado Jonouchi apareció por ella. Se acercó a él y le dijo en voz baja – Creo haberte dicho que me avisaras cuando se te ocurriera venir –

- No me dejaste tu teléfono – el rubio sólo hizo una cara de sorpresa y se sonrojó levemente por su descuido.

- No tengo nada que ofrecerte –

- No te preocupes por eso, Mokuba trae todo – apuntó al chico a su lado quien traía un par de bolsas en los brazos, el rubio recién dándose cuenta de su presencia. Volvió a sonrojarse, si que era idiota.

- Bien, entren – se quitó de la puerta y los dejó pasar.

Al interior, Judai sólo observaba desde el sillón como el castaño mayor casi inspeccionaba toda la casa. Llegó a pensar que el hombre era un prestamista que venía a cobrar su dinero, era raro que un hombre así fuera amigo del rubio.

Mokuba se dirigió a la cocina y le entregó las cosas al otro – Muchas gracias – le dijo al chico, quien sólo le sonrió.

- ¿Te molestaría si cocino yo? Podrías pedirle a Judai que me ayude, así podrán ponerse de acuerdo en tranquilidad. Siento que todo haya sido tan repentino –

El rubio en algún momento se cuestionó si en verdad ese chico que parecía estar entrando en la adultez era hermano del antisocial que lo esperaba en el living. Era demasiado educado para eso. – De acuerdo – Entonces se dirigió al comedor, donde los castaños se observaban en silencio – Judai, olvide presentarlos. Él es Seto Kaiba y el otro chico es su hermano menor, Mokuba. Él está preparando la cena ahora ¿podrías ayudarlo? –

- Claro – sonrió. Cuando el castaño menor se marchó a la cocina se produjo un silencio que duró unos minutos hasta que el rubio se decidió a hablar.

- ¿y bien? ¿Pensaste en cómo se lo dirás? – se cruzó de brazos.

- Traté de imaginarme todas las posibilidades, pero aún así me cuesta encontrar una forma de decirle a un hijo que no has visto por catorce años que eres su padre. En todas me odia por completo –

- No lo hará, en parte tengo la culpa de que no se conocieran –

- ¿En parte? –

- No me hagas recordarte lo que pasó entre nosotros y que causó que nos separáramos – habló algo enojado.

- Quería explicarte… –

- No salgas con ese tema ahora, Kaiba. No estás aquí para discutir sobre nuestra antigua relación, sólo importa Judai ahora –

El castaño se mantuvo en silencio, pero decidió dejarlo pues el rubio tenía razón. Ya arreglarían su rota relación - Me comuniqué con el médico y según su evaluación la cirugía debe realizarse pronto, aunque el pronóstico no es tan malo como creías –

- Lo sé, me lo dijo esa tarde. Eso es un alivio – Jonouchi se sentó en el sillón frente a él – Se hizo todo ese día, incluso se fijó la fecha en la que se hará la operación. Judai ya lo sabe –

- ¿Cómo lo tomó? –

- El doctor se lo explicó de buena manera para no asustarlo, sólo está algo nervioso –

- Bien, esta tarde iré a la clínica a pagar –

- Entonces te daré mi parte… - se levantó del sillón pero fue detenido por un agarre en su muñeca.

- No lo hagas, yo pagaré la cirugía. Usa ese dinero para lo que necesiten –

Eso enfureció un poco al rubio - ¿Crees que nos soy capaz de mantener a mi propio hijo? Te lo dije ese día, sólo necesito la otra mitad y… - se detuvo por la intensa mirada del otro.

- Déjame hacerlo, soy su padre. Uno que no ha estado presente en todo este tiempo, esto es lo mínimo que puedo hacer ahora –

- Pero… -

- Por favor –

Jonouchi se sentó completamente resignado.

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Media hora más tarde ya había leído más de la mitad de las cartas y se sentía desolado. En ellas no habían mensajes de amor ni algo relacionado a la relación que tuvieron años atrás, sólo le contaba acerca de la enfermedad  que llevaba a cuestas y las prontas consecuencias de ello.

Además, Yugi le revelaba que fruto de la relación entre ambos había nacido Menfis, y sólo le pedía que se encargara de ella en su ausencia.

Mana y Mahad tenían razón, Menfis era su hija. Si ella había leído las cartas ¿lo sabría?

Levantó la mirada y la vio frente a él con una bandeja en sus manos, algo triste – No quise interrumpirte antes, pero te veías muy triste leyendo las cartas de papá –

Se acercó y dejó la bandeja en el escritorio, con comida para ambos - ¿Pudiste leerlas todas? –

- No, eran demasiadas por lo que sólo escogí unas pocas al azar. A pesar de que papá jamás mencionaba que relación mantuvo contigo pude ver que significabas mucho, más si te entregaba mi cuidado –

- ¿No supiste por qué? –

Menfis negó con la cabeza – En las que leí no explicaba por qué, solo tenía algunas sospechas –

- ¿Sospechas? ¿Cuáles? –

La chica se acercó a la silla frente a él y se sentó, apretando su falda en su regazo algo nerviosa – Tu… ¿eres mi padre no es así? – preguntó con cuidado.

Atem se tomó un rato para responder y la miró con cariño, luego asintió – Él lo mencionó en sus cartas, eres mi hija –

- ¿No dudarás de eso? He visto en televisión que muchos lo hacen –

- No dudaría de Yugi, además ahora todas las cosas coinciden para mí –

Menfis sonrió algo nostálgica – Papá y yo siempre estuvimos solos, sólo teníamos un par de vecinos que se encargaban de mí mientras él trabajaba y nos ayudaban cuando podían. Papá siempre sonreía cuando estaba junto a mí y se encargaba de que no me faltara absolutamente nada. Pero una vez su enfermedad se complicó… - guardó silencio pues no podía continuar – aún recuerdo esa vez en que Tía Anzu fue por mí a la escuela… para darme la noticia… - Atem se levantó a abrazarlo - ¿Puedo llamarte padre ahora? – Atem asintió.

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Rato después, parte de la comida fue servida en la mesa del comedor y Judai, aún en la incógnita de qué relación tenía esa gente con su padre, se acercó discretamente a él.

- ¿Papá, quienes son ellos? –

Jonouchi lo pensó unos segundos, sobre qué decirle a su hijo pues querían decirle todo después de la comida pues Seto y él habían decidido que lo mejor era que se diera a conocer como era antes de decirle la verdad – Seto es un amigo que no veía desde hace mucho tiempo, Judai –

- ¿Amigo? – preguntó no tan convencido.

- Sólo dale una oportunidad –

- Bien – aceptó no muy convencido.

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- ¿Por qué se separaron tu y papá? – preguntó Menfis en un momento.

Atem lo pensó un momento, recordando lo confusa que fue su separación. No hubieron gritos o peleas, nadie engañó o traicionó al otro – No lo sé – comenzó en voz baja – de a poco comenzó a alejarse de mí, hasta que un día decidió marcharse a otro país. Traté de detenerlo en el aeropuerto pero el sólo me miró triste… “quizás nos encontremos en otro lugar…“ fue lo último que me dijo -

- ¿Por qué papá tomaría una decisión como esa? – exclamó sorprendida y quizás algo enojada.

Atem echó la cabeza atrás para mirar el techo – Creo saberlo, pero nunca he podido confirmarlo – luego volvió a levantarla para mirar a su hija, quien lo miraba curiosa – tiene que ver cierta persona y creo que es la misma que interceptó las cartas… espero que no tengas que conocer a tu abuela –

- ¿abuela? -

Y cómo si lo hubiera convocado el timbre sonó, revelando a la susodicha en cuanto el tricolor abrió la puerta. Una mujer de unos cincuenta años vestida pulcramente de traje, un par de joyas nada baratas adornaban sus manos y cuello, su cabello mostraba una mezcla entre negro y blanco, y su rostro era una mezcla de enojo y frustración. Tanto que ni siquiera fue capaz de saludar a su propio hijo e ingresó como si su casa fuera, sin fijarse en la presencia de Menfis.

- ¡¿Me puedes decir por qué volviste a dejar plantada a la cita que tanto me costó conseguir?! – apretaba ambos puños.

- Estoy bien, no te preocupes – habló sarcástico – también es un gusto saludarte, mamá –

- No me cambies el tema, ¡eres un irresponsable! – habló esta vez apuntándolo con el índice.

- En primer lugar, jamás he aceptado alguna de las citas que me organizas, no sé qué te extraña. En segundo lugar, ¿podrías tener la decencia de saludar y presentarte? – le habló, enojado por haber ignorado completamente a su hija, quien se había mantenido en silencio algo asustada por el tono de la mujer.

La mujer se dio la vuelta y notó por primera vez la presencia de la pelinegra - ¿Quién es la mocosa? – preguntó sin interesarse mucho. 

- Controla tu lenguaje o me veré en la obligación de sacarte de aquí –

La mujer se quedó callada observando a la chica, quien inmediatamente se levantó del sillón – Soy Menfis Muto, es un gusto – terminó con una reverencia.

Entonces la mirada de la mayor se volvió dura, reconociendo el apellido de la chica. Se giró para encarar a su hijo - ¿Qué hace ella aquí? –

- Ella – recalcó – es tu nieta –

- ¡Eso es imposible! –

- No lo es, Yugi y yo tuvimos una relación ¿lo recuerdas? Esa que te encargaste de arruinar… -

Ella sólo apretó los dientes - ¡Ese chiquillo no era más que un interesado y aprovechado! Yo sólo hice lo que consideré lo mejor para ti… –

- ¡No puede decir eso de mi padre! – gritó Menfis, interrumpiéndola.

La mirada de Atem se posó en su madre, de forma acusadora – Así que habías sido tu, ¿fuiste tú también la que interceptó sus cartas? –

Ella sólo rió – Creí que me había encargado de que desapareciera de tu vida cuando comenzó a insistir con sus estúpidas cartas, pero no iba a permitir que se reuniera de nuevo contigo –

Eso último hizo enfurecer al otro - ¡Lárgate de mi casa! – tomó a la mujer de una mano y comenzó a llevarla hacia la puerta.

- ¿Cómo puedes tratar así a tu madre? –

- Una verdadera madre se preocupa de la felicidad de su hijo, estar con Yugi era lo que yo quería y ahora no puedo hacerlo gracias a ti – comenzó a bajar la voz, con lágrimas acumulándose bajo los ojos – Menfis es lo único que me queda de eso y si no vas a portarte como su abuela, mejor no vuelvas – abrió la puerta y le dejó el camino libre para que se marchara. La mujer sólo miraba cómo su hijo intentaba no llorar y derrumbarse frente a ella.

- Sólo quería asegurar tu futuro y tu felicidad… -

- ¿Es que tu eres feliz aún teniendo tanto dinero y un futuro asegurado? – ella se quedó sin palabras – Incluso sin nada nos la habríamos arreglado para ser felices –

- Hijo… -

- Por favor, márchate – la mujer giró la cabeza para mirar a la que era su nieta, quien le devolvía la mirada sin ningún tipo de rencor. La misma mirada de su padre, quien a pesar de todas las cosas que le dijo jamás le deseó ningún tipo de mal.

Suspiró, miró a su hijo una última vez y se marchó.

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La cena había transcurrido en tranquilidad, Mokuba y Judai habían entablado conversación sin problemas pero tanto Seto como Jonouchi se mantenían mayormente en silencio, nerviosos de lo que se avecinaba en unos minutos. Una vez terminaron, Mokuba se ofreció a recoger los platos para llevarlos a la cocina y Judai pensaba en la extraña actitud de su papá y su supuesto amigo.

Cuando Mokuba terminó, Judai se levantó decidido de su silla - ¿y bien? ¿Qué se traen ustedes? – preguntó al par, causando que ambos abrieran los ojos como platos pensando en que ya se había enterado sobre lo que le dirían.

- ¿Por… por qué lo dices? – preguntó nervioso el rubio.

- No quiero ser descortés, pero llegan dos personas que jamás en mi vida había visto y me dices que son amigos tuyos. Pero ustedes dos no han dicho una palabra desde que comenzó la cena – explicó, mientras Mokuba reía notando lo parecido que era ese chico a su hermano.

Por su parte, Seto le envió una mirada al rubio y éste entendió de inmediato. Era la hora de hablar.

- Judai, hay algo de lo que tenemos que hablarte –

- Bien, ya era hora ¿De qué se trata? – preguntó una vez se sentó de nuevo.

Jonouchi se tomó algunos segundos – No sé cómo empezar en realidad… - decía algo nervioso mirando sus manos, hasta que sintió que alguien tomaba una de ellas. Levantó la mirada al castaño, quien le daba algo de confianza con la mirada.

- ¿Ustedes están saliendo o algo así? – preguntó el menor al ver el gesto, ocasionando que ambos se volvieran a separar, con un casi imperceptible sonrojo.

- No… es decir, no ahora. Hace algún tiempo, Seto y yo estuvimos juntos, nos conocíamos desde niños y supongo que sólo se dio – miró a su hijo, quien se preguntaba por qué le estaría contando ahora esa clase de cosas – Por circunstancias que no vienen al caso ahora – le dio una dura mirada al mayor – nos separamos totalmente, tomamos distintos caminos. Pero… hubo algo… - no sabía cómo continuar.

- ¿algo? –

Jonouchi tomó aire – tu naciste después de eso, él es tu padre – soltó de una vez, Judai abrió los ojos sorprendido.

- Jamás me quisiste hablar de él antes, ¡¿Por qué ahora?! –

- No te exaltes, no fue algo que quisiera hacer realmente. No tuve otra opción –

Mokuba pudo notar la mirada herida en su hermano, aunque era algo imperceptible a cualquier otro.

- Pero él… - Judai miró al castaño, no sabía cómo reaccionar.

- Él no tiene la culpa, por lo menos no de que no supiera sobre ti. Yo decidí no hacerlo y asumiré la responsabilidad sobre eso – miró a su hijo – El se enteró hace tan sólo unos días, pero quiere hacerse cargo de ti y conocerte, yo… estoy de acuerdo con eso –

Judai sintió cómo la mirada de Seto se posaba en él – Yo no te pido que me aceptes de buenas a primeras, sólo dame la oportunidad – le pidió.

El chico estaba confundido, ni siquiera conocía a ese hombre. Tomó aire lentamente, tratando de tranquilizarse un poco - ¿es cierto… que no lo sabías? –

Seto negó con la cabeza – Eres mi hijo, quiero hacerme cargo de ti y de lo que necesites. Además, aliviarle un poco la carga a tu padre – miró al rubio, quien se levantó enojado.

- ¿Estás insinuando que mi hijo es una carga? –

- No he dicho nada de eso, tranquilízate. Sólo estoy diciendo que podrías dejar de trabajar tanto, yo me haré cargo de los gastos de Judai… -

- ¡Yo no te he pedido nada de eso! –

- Es lo que me corresponde, soy su padre… -

- ¡Yo también lo soy! Puedo hacerme cargo de sus cosas –

El castaño mayor sólo bufó en frustración, mientras Judai Y Mokuba miraban a ambos con una gotita en la cabeza. Repentinamente el tema se desvió por completo y el ambiente cambió de uno tenso a uno… el adolescente no sabría como describirlo ¿Cómo es que esos dos estuvieron un tiempo juntos?

Miró al hombre que decía ser su padre, si él iba a conseguir que su papá trabajara menos y pasara más tiempo con él no tendría por qué negarse, no parecía una mala persona.

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- Así que tu madre fue la que se interpuso entre los dos e interceptó las cartas que Yugi te enviaba cuando enfermó – afirmó Mana una vez el tricolor le contó lo que pasó, mientras Mahad los observaba algo preocupado. Ambos habían llegado temprano a su oficina para tratar cuestiones laborales, que afortunadamente ya habían arreglado.

- ¿Estás bien? Después de todo es tu madre… - comentó el castaño una vez se sentó en el sillón de la derecha.

- En realidad, ya lo imaginaba así que no me ha caído de sorpresa. Pero no quiero pensar en eso ahora, sólo quiero disfrutar de mi hija y terminar de verla crecer, recuperar todo el tiempo que me he perdido –

- Hablas como todo un padre – comentó su amiga riendo.

Atem sonrió – ella es… una extraña combinación de Yugi y yo –

Mana sólo observaba orgullosa a su amigo, ¿quién iba a pensar que su vida daría un giro tan radical de un momento a otro? Sólo esperaba que las cosas con su madre se arreglaran o por lo menos ella no intentara hacer todo de acuerdo a su voluntad o molestar a Menfis – te ves muy contento – afirmó.

- Lo estoy –

Pronto sintieron un par de golpes en la puerta, seguido de un ¡adelante! del empresario y por la puerta ingresaba Vivian con un par de carpetas en la mano, dedicándole una extraña mirada despectiva a la castaña que nadie más notó y acercándose demasiado el tricolor – Señor Atem, llegaron los informes que pidió esta mañana – dejó las carpetas sobre el escritorio, agachándose lo suficiente para mostrar un poco más de sus atributos. Gesto completamente ignorado por el tricolor.

- Bien, sólo déjalos ahí ¿Podrías traernos un café? – preguntó mientras tomaba las carpetas y las acercaba a si.

- Por supuesto – comentó media frustrada, viendo sus intentos de coquetería completamente ignorados. Observó a su lado como la castaña le dedicaba un gesto de burla y emprendió el camino a la salida.

- Despídela – mencionó Mana, mientras la pelinegra aún no terminaba de cerrar la puerta por lo que la había escuchado. Por supuesto, Mana lo había hecho a propósito. Vivian se marchó a servir el café, ya pensando en que podría hacer para molestar un poco a la otra.

- No sigas, ¿sabes cuánto cuesta encontrar una buena secretaria? –

- Yo me encargo, te encontraré la adecuada –

El castaño a su lado sólo reía – Déjalo por la paz, tiene mejores cosas de las que preocuparse ahora –

- Yo sólo trato de ayudar – le habló a su esposo.

Minutos más tarde, Vivian apareció por la puerta con tres tazas de café sobre una bandeja. Se acercó al escritorio y se dispuso a repartirlos cuando Mana se acercó para tomar uno al azar, la pelinegra con una cara de terror en el rostro.

- ¿Qué es lo que pasa, Vivian? – preguntó con burla - ¿No puedo tomar este? –

Por supuesto, la chica sabía de sus intenciones. Seguramente le daría una de las tazas que tuviera vete a saber que líquido en el interior, con tan sólo verle la cara lo confirmó – Puedes tomar el que quieras, sólo creí que te gustaba el café amargo. Lo hice especialmente para ti –

Mana volvió a sonreír – Tienes razón, regularmente prefiero ese. Pero hoy quería un cambio, ¿qué tal si se lo das a Atem? A él también le gusta el café amargo –

- Yo no tengo problemas en tomarlo – mencionó el chico tras el escritorio.

Vivian se puso más nerviosa – Cre… creo que el café está algo helado, iré por otro – tomó la taza de las manos de la castaña y se marchó. Mana colocó ambas manos en la cintura y se quedó observando por donde se había marchado la chica.

- ¿Ves lo que ocasionas al provocarla? –

La chica levantó una ceja – Así que ahora no te haces el ignorante –

- Mana… - le advirtió divertido su esposo. La chica se fue a sentar a su lado.

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- ¿Y bien? ¿Cuáles son las circunstancias que no venían al caso? – le preguntó Judai, sentado frente a él mientras almorzaban al día siguiente.

El rubio se sorprendió por la pregunta – No es necesario que sepas de esas cosas –

El chico hizo un extraño mohín - ¿No puedo preguntar cómo era la relación de mis padres? –

- ¿Y por qué quieres saber eso ahora? –

- Solo quiero entender por qué ayer apareció un padre después de catorce años – Jonouchi se sintió culpable por eso, el otro lo notó – No quiero ponerte triste, pero ya que lo trajiste aquí quiero saber si se merece esa oportunidad. Él se encargó de la cirugía ¿cierto? –

El rubio agachó la cabeza y asintió – Lo lamento, Judai. Hice lo posible por encargarme yo mismo de eso, pero tuve que recurrir a él –

- ¿Me seguirías negando la existencia de mi padre? – preguntó algo triste.

- No es eso, sólo no quería depender de alguien más. Menos de él… -

- ¿Por qué no me cuentas lo que pasó? – preguntó con demasiado interés.

Jonouchi suspiró – Esta bien, te lo contaré – el semblante del menor cambió a uno más alegre – Siempre fui de una familia con pocos recursos, era hijo único y mis padres se la pasaban trabajando o gastando el poco dinero que teníamos, así que pasaba el tiempo sólo en casa. Tenía siete años en ese entonces, no tenía muchos juguetes así que pasaba el tiempo mirando la gente pasar por la ventana o simplemente sentado en la escalera de la entrada, siempre observando. Hasta el día en que él apareció…

Eran aproximadamente las diez de la mañana, podía notarlo por la posición del sol y la cantidad de gente circulando por las arruinadas calles. Había contando unas cuatro en tan sólo una hora, nada fuera de lo normal hasta que sintió un grito y un pequeño bulto negro pasaba corriendo junto a él, seguido de un par de hombres bastante sospechosos. Jonouchi se levantó de su lugar inmediatamente, tenía que ayudar al chico que huía de esos hombres que parecían de todo, menos ser buenas personas.

Dio un par de vueltas a la cuadra, seguro donde volvería a aparecer el otro y se escondió tras un basurero. Segundos pasaron para que el susodicho asomara su cabeza por el lugar, inmediatamente lo agarró del brazo y lo guió hasta una puerta que sólo él conocía con la intención de esconderlo. Al instante después aparecieron ambos hombres que, habiendo perdido la pista de su objetivo, frustrados se retiraron del lugar.   

El silencio reinó por unos minutos, tiempo que usaron para normalizar su respiración y el rubio se giró a mirar al otro. Un chico un poco más alto que él, de cabello castaño y extraños ojos azules, con su ropa completamente desarreglada y un par de manchas de sangre, seguramente se cayó mientras corría. Además, un pequeño bulto entre sus manos ¿lo habría robado y por eso lo perseguían?

- ¿Estás bien? – le preguntó, pero el otro sólo miraba el suelo – Oye, ¿puedes hablar? – comenzó a acercarse a él, pero a medida que daba un paso más cerca el otro se alejaba. Entonces lo miró preocupado, el chico se veía muy delgado y herido. Esperó unos minutos más, asegurándose de que al salir no habría peligro, volvió a tomarlo del brazo y lo guió hasta su casa.

Una vez adentro dejó al chico en el comedor y entró a la cocina por algo de comida. Encontró un trozo de pan, llenó un vaso con agua y lo dejó frente al chico, quien tímidamente comió y bebió sin decir una palabra. Fueron minutos eternos para el rubio, quien se hallaba sentado frente al otro, esperando que terminara de alimentarse.

- Oye, ¿Estás bien? – volvió a preguntar. El otro asintió con la cabeza esta vez - ¿cuál es tu nombre? ¿Qué edad tienes? –

- Seto, ocho años – mencionó en voz tan baja que al rubio se le hizo difícil escuchar.

- ¿Por qué te perseguían esos hombres? ¿Les robaste algo? – el chico negó - ¿Entonces? –

- Sólo quise recuperar algo que me quitaron – miró lo que mantenía en sus manos, una pequeña figura de plástico que no parecía tener valor. Quizás era importante para él.

- ¿Queda muy lejos tu casa? –

- No… pero no quiero ir – el castaño puso una cara algo triste, tanto que conmovió al otro.

- ¿Quieres quedarte aquí hoy? – le ofreció, interiormente elaborando la excusa que le daría a sus padres una vez llegaran. Excusa que esa noche no tuvo que utilizar pues ninguno de los dos llegó a casa.

- ¿Pasaron la noche juntos? Que precoces… - reía su hijo, avergonzándolo a la vez.

- ¡Teníamos siete años! ¿En qué rayos estás pensado? –

Judai reía a carcajadas por la situación - ¿pudiste sacarle algo de información esa vez? – el otro negó.

- Luego de eso lo encaminé a casa, era un lugar igual de pobre a unos quince minutos caminando, así que en ocasiones nos juntábamos a jugar pero un día me dijo que se había cambiado aunque no me dijo donde – Judai lo miró extrañado – No supe donde vivía hasta varios años después  –

- Pero continuaron viéndose ¿cierto? –

- El volvió unas semanas después, siempre traía algo de comida para mí – comentó con una pequeña sonrisa.

- ¡¿Comida?! – Judai se largó a reír – eso conquistaría a cualquiera –

- Dudo que lo haya hecho con esa clase de intenciones, éramos unos niños. Pero después de eso continuó apareciendo por el lugar – mencionó pensativo mientras apoyaba su cabeza en la palma de su mano.

- No lo parece, pero es bastante romántico –

- ¿Tú crees que lo hacía por mí? Tonterías… -

Judai se desanimó un poco - ¿Por qué crees eso? –

- Siempre pensé que él era igual que yo, un chico sin familia y sin atención, sin mayores recursos – suspiró – Fuimos creciendo y pasábamos tanto tiempo juntos, incluso después de la escuela, que lo inevitable pasó –

- ¿Se enamoraron? –preguntó el chico algo ilusionado.

- Si, comenzamos a salir con quince o dieciséis años. Pasamos tres años juntos – dijo algo soñador – debo admitir que los mejores tres años, en los que descubrimos todo juntos hasta que descubrí que tu existías – sonrió.

- ¿Y…? - lo invitaba a seguir, emocionado por saber.

- Me costó un poco asumirlo, pues no creía que teníamos las condiciones para criarte de manera adecuada, pero pensaba que si nos manteníamos juntos podríamos hacerlo así que me decidí a contárselo. No conocía el lugar donde vivía y no tenía forma de contactarlo, por lo que decidí darme un par de vueltas por la ciudad para aclarar un poco las ideas antes de verlo nuevamente. Tenía la esperanza de encontrarlo… y lo encontré… - la mirada de Jonouchi cambió por completo, preocupando al castaño.

- ¿Papá? –

- No recuerdo que había sucedido, creo que un escándalo que involucraba un par de empresas se había desatado y la televisión se había arremolinado en Kaiba Corp en busca de una exclusiva. Seto sólo tuvo la mala suerte de que lo viera salir de ese lugar, en la forma que siempre debió ser. Cuando lo vi bajar por las escaleras de la entrada del edificio, vestido impecable de traje junto al que supongo era su padre y su hermano, me di cuenta de que todo ese tiempo me había engañado y jugado conmigo. El me vio ahí, entre la gente, su mirada era totalmente aterrada. Me sentía traicionado y tomé la decisión de cortar todo lazo con él, tomé mis cosas y me marché de la casa, muy lejos donde no pudiera encontrarme – cerró los ojos, recordando el triste momento almacenado en su memoria – Él se había hecho pasar por una persona muy diferente, me engañó por completo -

- Quizás había una razón detrás de eso, ¿por qué no dejas que te lo explique? –

- No te metas en esto, Judai. Lo mío con Seto está terminado y no volverá a ser lo que fue antes –

El castaño sólo pudo ver con tristeza como Jonouchi se levantaba del lugar y se marchaba a su habitación.

Notas finales:

Historia corta, el próximo capítulo será el final.

Gracias por leer :)


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