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Le Parapluie - Cherik AU. por AlatheaMorwellan

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Charles abrió su pequeña librería como cada mañana. Amaba con profundidad cada recoveco de ese sencillo y cálido lugar. Y podía afirmar casi con total seguridad que ese era su lugar en el mundo. Rodeado de libros y de personas interesadas en ellos. No vendía sólo un objeto, vendía una aventura. Y ningún trabajo jamás le había resultado tan placentero como éste mismo.

El maullido de Shakespeare lo hizo sonreír. Su pequeño gato color negro tenía hambre y se lo estaba haciendo saber sin ningún titubeo. Llenó su plato con su alimento favorito, le hizo algunos mimos, y se dispuso a acomodar la nueva tanda de libros que habían ingresado el día anterior.

Ojeó los títulos con curiosidad, como hacía siempre, hasta que se topó con una portada que lo dejó hipnotizado. Un paraguas azul. No hizo falta nada más que esa simple imagen para que su mente viajara cuatro años atrás, cuando aquél hombre de mirada profunda y sonrisa utópica lo había amparado debajo de su amplio paraguas. Un objeto que ahora le pertenecía a él, al igual que ese mágico momento que juntos habían compartido. En más ocasiones de las que había querido admitirse, se había preguntado si Erik, como había dicho llamarse aquella vez el extraño, aún seguiría recordando esa lluviosa tarde de invierno. Para Charles ese día había comenzado amargo y había concluido inesperadamente agridulce. Hubiese sido dulce si no hubieran tenido que despedirse, pero la bifurcación de caminos había sido inevitable. 

Cientos de veces había pensando en buscarlo, después de todo el caballeroso desconocido le había dicho su apellido, pero por esas épocas estaba teñido de tristeza. Ilusiones rotas, corazón deshecho, una relación de prolongados años tirada a la basura. Y no había tenido lugar en su mente ni en su corazón para siquiera pensar en dar con él. 
En algunas noches donde la soledad lo atacaba, jugaba a fantasear con qué hubiera sucedido si en vez de despedirse hubieran compartido un café, o una larga caminata por el parque. Quizás se hubieran enamorado, quizás se hubieran odiado. Ya nunca podría saberlo. Un año y medio después de su encuentro, Charles había encontrado la fortaleza para buscarlo y como perseverante que era cuando se proponía algo, lo había encontrado. ¿Para qué? Para encontrarlo felizmente casado con un hombre que lo miraba con un indescriptible amor. Y no podía culparlo, Erik parecía ser de esas personas que uno no podría jamás mirar de ninguna otra manera que no fuese de esa.

Ese día decidió que el amor simplemente no era para él. Podía ser algo maravilloso, pero no en sus manos. Así que prefería admirarlo de lejos, leerlo en libros, verlo en otras personas. Quizás las esperanzas fuesen lo último que se pierde, o eso decía el dicho, pero cuando las fallas se acumulaban en cada intento, la desilusión era difícil de ignorar.

El ronroneo proveniente de su pequeña bola de pelos lo sacó de sus turbios pensamientos. Shakespeare comenzó a frotarse contra el libro que tenía en las manos, en busca de caricias.

- ¿Quién es el gato más bello del universo? - Charles sonrió con calidez mientras sus mano se deslizaba por el lomo de su adorada mascota. 

Echó una última ojeada a la portada, y archivó el libro en la categoría que le correspondía. Ya había tenido suficiente dosis de nostalgia por un día. Y anhelar algo que jamás fue suyo, era algo que no tenía casi sentido para él.

Los primeros clientes del día comenzaron a aparecer, y Charles se dedicó el resto de la jornada a atenderlos con su mejor sonrisa. Disfrutaba de recomendarles novelas, de indicarles donde se encontraban los libros que buscaban, pero su parte favorita, sin dudas era la "Ronda infantil de lectura". Se le había ocurrido por sugerencia de su amiga Raven, así que dos veces por semana todos sus clientes más pequeños se reunían en una pequeña ronda y él les leía un cuento.

Charles adoraba a los niños pequeños, y contemplar sus expresiones conforme la historia avanzaba lo colmaba de ternura. Se sorprendían, sonreían, se tensaban, aplaudían. Eran un pequeño mar de emociones, y la sonrisa con la que se despedían era su mejor recompensa. Era probable que ya nunca tuviera hijos, pero al menos se dedicaría a mantener ese pequeño espacio para entretener a los pequeños de alguien más.

Cuando el día llegó a su fin, Charles comenzó a acomodar poco a poco el sitio, dejando cada cosa en su lugar. Juntó los cojines donde los niños se habían sentado, ordenó su escritorio, y archivó los recibos. Se masajeó la nuca con cansancio, y estaba a punto de ponerse su abrigo cuando un inesperado trueno lo asustó, haciéndolo chocar contra la estantería que tenía detrás. Un libro cayó, golpeándolo en la cabeza y no pudo más que aullar del dolor.

Shakespeare apareció, maullando en señal de preocupación y Charles le sonrió, masajeandose la zona lastimada. 

- No es nada. Sólo me golpeé con éste libro! - Se lo enseñó, como si a su gato realmente le importase con que título se hubiese golpeado, y cuando lo giró se quedó estupefacto. Otra vez el libro del paraguas. Si Charles creyese en las señales, realmente pensaría que algo había ahí. Pero hacía tiempo que había dejado de creer en esas cosas. Suspiró, y volvió a ponerlo en su lugar, alejándose instintivamente de ese libro. 

- Bueno, Shakespeare. Hora de ir a casa! - Charles se puso su abrigo sin cerrar, sujetó a su gato y lo abrazó contra su pecho, intentando cubrirlo con la tela. La bola de pelos maulló en señal de protesta. - Vamos, sólo déjame cerrar aquí y subiremos. Prometo que apenas te mojarás! - Por suerte su departamento estaba ubicado por encima de la librería y sólo tenía que salir a la acera, abrir la puerta verde ubicada al lado del local, y subir una escalera que algunos días a Charles se le antojaba interminable.

Apagó las luces, cerró la puerta del local como pudo, mientras la lluvia caía como una cascada encima de ellos. Intentó apurarse lo más que pudo para evitar que Shakespeare se mojara pero un trueno sonó potente, acompañado de un relámpago que iluminó la oscura noche encima de ellos. Se estremeció ante el estruendo, y no fue el único. En cuanto reaccionó, Shakespeare saltó de sus brazos y corrió hacia la calle. Desesperado comenzó a correr detrás de él, llamándolo, pero su mascota parecía presa del pánico y no dejaba de alejarse.

- ¡Shakespeare, por favor detente! - Intentaba verlo detrás del manto de lluvia, pero la noche tampoco ayudaba con su poca luz. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro, no podía perderlo. Era su compañero! Cuando estaba a mitad de cuadra, vio como la mancha negra dobabla en la esquina, y trató de acelerar aún más el ritmo. Pero sus piernas le dolían, estaba congelado, y su cuerpo no respondía tan bien como él hubiese querido.

Avanzó hasta la esquina y cuando llegó la acera estaba desierta. Su mascota no estaba por ningún lado. Sin poder contenerse más, dejó escapar un desgarrador sollozo mientras se apoyaba en el árbol más cercano. Por su tonto descuido había perdido a su amada mascota. Dejó que la lluvia helada continuase golpeándolo mientras intentaba pensar por donde seguir buscándolo, sin percatarse que una figura se encontraba de pie frente a él. 

- ¿Disculpa... éste es tu gato? - Charles sintió como su corazón daba un brinco al ver a Shakespeare mojado en los brazos del extraño. El gato se arrojó a sus brazos, y lo estrechó con fuerza mientras más lágrimas de alivio se deslizaban por su rostro.

- ¡Muchas gracias! - Charles levantó la vista para agradecerle al salvador de su mascota, pero se quedó atónito al verlo. Pelo castaño, ojos profundos, sonrisa inolvidable. 

- Tú... - El hombre se quedó tan sorprendido como él, observándolo con detalle.

Se acuerda de mi. Las mejillas de Charles se tiñeron de un leve rubor, mientras no podía evitar sonreír. Erik lo recordaba, y después de años volvían a encontrarse. 

- ¿Aún tienes mi paraguas? - Erik preguntó con una débil sonrisa. Estaba cubierto con un nuevo paraguas y Charles pensó que era la imagen más bella que pudiese haber visto jamás.

- Aún lo conservo, prometí devolverlo. Cierto? - Charles volvió a sonreír, intentando cubrir con más esmero a Shakespeare. 

Su salvador pareció notarlo y enseguida estiró su paraguas para cubrirlos. 

- Vamos, dime hasta dónde vas y los acompañaré para que no continúen mojándose. No querrás que tu mascota traviesa vuelva a escapar! - Sonrió, tan caballeroso como lo recordaba.

- Voy a mi casa. Son sólo unas pocas cuadras de aquí. - Charles explicó intentando disimular su nerviosismo. Desde que lo había visto su corazón no paraba de latir con frenesí.

Él sólo asintió, y caminaron juntos como aquella vez. Ninguno de los dos había imaginado que volverían a encontrarse, y mucho menos en un día tan normal como ese.



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