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Eine Kleine por Dragon made of Fullmetal

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Notas del fanfic:

Disclaimer: todo a Hiromu Arakawa. Esto sólo es amor. :')

EINE KLEINE

―fragmentos de una vida―

~ / prólogo / ~

I

| GIRASOLES |

«No importa qué tan apurados estén los demás en el mundo, sigue aferrándote a mí».

(Izumi Sakai, Don't you see!)

» Mi hogar eres tú «

XXX

Era apenas media mañana: el día se antojaba tan agresivamente aburrido que Roy batallaba por no quedarse dormido en medio de su lectura. Su enemigo, la falta de entusiasmo, lo estaba haciendo trizas.

Benditos fueran los domingos.

Su tedio no nacía a causa del libro, no es que no le interesase su contenido: a veces se suscitaban días en los que escaseaban ánimos y energías y todo aquello que te movía a lo largo de la semana. Días que Mustang conocía muy bien. Dicho estado tan poco productivo le crispaba los nervios, pero lo mandó todo al diablo.

Daba igual, al menos Riza no estaba cerca para ponerle una bala en la cabeza por holgazanear.

Al final, sabiamente, se dio por vencido.

Colocó una pluma estilográfica (su favorita de todas, no por ser un regalo de Alphonse, sí por ser hermosa y elegante: bañada en oro y con incrustaciones de gemas verdes resplandecientes) en una página y abandonó el libro a su lado: se estiró, bostezó y luego llevó sus dos brazos detrás de la cabeza. Miró todo aquello que lo rodeaba.

Fue inevitable suspirar con gusto: luz se filtra a través de las hojas del árbol bajo el que se encuentra, el viento hace bailar al pasto con delicadeza y los colores de las flores destacan con belleza. Valía la pena estar allí, en el jardín trasero, sentado frente a la mesa de madera blanca. Sus ojos se pierden en un cielo imponente y en sus nubes que invitan a niños a encontrar formas en ellas.

Él no era un observador muy ávido de la naturaleza (por lo menos no al nivel de Alphonse) pero el aburrimiento tenía toda clase de efectos.

Ahora fue su turno de sentir la briza acariciar su piel: un escalofrío natural se extendió por su columna, casi burlándose de las mangas largas de su camiseta blanca que ni un carajo le protegían. Brindó algo de calor a sus antebrazos y, como si nada más le quedase por hacer en esa situación, posicionó su barbilla sobre sus brazos cruzados: sus ojos cayeron sobre las flores a tan sólo un par de metros de él y ahí permanecieron. Se alzaban, amarillentas y encantadoras, con la gracia que sólo la naturaleza es capaz de otorgar: eran girasoles. Las flores casi características de Alphonse.

Eran casi una docena, destacando como manchitas de Sol, flores que Alphonse cuidaba y adoraba con el apasionamiento propio de su persona: él decía que, ante sus ojos, los girasoles eran sinónimo de Rizenbul, de sus campos donde se extendían kilómetros enteros de los mismos como la alfombra más grande que se haya visto. Eran flores que equivalían a admiración y alegría en un lenguaje antiguo; dijo además que anhelaba plantarlas en casa aunque no fuesen demasiadas (Roy le había dicho a Alphonse, con toda honestidad, que era libre de montar un invernadero allí detrás si así lo deseaba, pero éste había insistido en que no quería adueñarse de esa parte de la casa de Mustang con una modestia casi tangible en el aire).

Roy era capaz de admitirse que, de ser expresados por alguien más, tales sentires atados alrededor de unas simples flores ornamentales le habrían parecido algo ingenuo, jocoso incluso: si de los labios de Alphonse salían las palabras, en cambio, su luz iluminaba a Roy, obligándole a ampliar perspectivas. A considerar que no sólo lo material y rígido existía.

Le obligaba a ver las cosas a través de ojos que en todo sabían encontrar lo maravilloso.

El mundo que los rodeaba: un lienzo de colores sin final a causa de las historias que desbordaba.

Y Roy no sabía precisar cuándo ocurrió pero, ahora, todo lo que conformaba el pasado, presente y con seguridad el futuro de la vida de Alphonse se había convertido en aquello que él escucharía, fascinado, durante horas.

O sí lo sabía: porque desde que sus caminos se cruzaron, Alphonse con su cuerpo ya recuperado, éstos no tuvieron oportunidad de separarse otra vez.

Una sonrisa espontánea le había nacido en los labios, por supuesto, pues tropezarse con Alphonse fue natural y sólo sonreír más quedó.

Siempre era igual: girasoles equivalían a Alphonse.

Siempre era igual: Alphonse equivalía a éxtasis haciéndolo vibrar entero.

Un suspiro, que poseía un único dueño, viajó con dirección al cielo poco antes de que Roy se enderezara en la silla: y hablando de Alphonse, ¿será que ya se había levantado de la ca...?

―Veo que está de buen humor, general ―risas que se asemejaban a una canción―: eso siempre es algo positivo a estas horas.

Y allí estaba su respuesta: esa voz y ninguna otra.

Anhelando verlo, Roy volteó por completo para encontrarse con un sueño hecho persona: una sonrisa pequeña en el rostro de un recién levantado Alphonse Elric que, a diferencia de él, irradiaba energía, así como mil cosas más que Roy tardaría décadas en enumerar. Mustang le sonrió, consciente del estremecimiento ligero que azotó su cuerpo: tan sólo mirarlo se sentía demasiado.

Apoyando su rostro en una mano, Roy sonrió.

―Puede ser, joven. El día se antoja algo tranquilo para mi gusto, pero no luce mal en lo absoluto ―y tuvo que morderse el labio para no agregar algo más, pues Alphonse, de igual manera, no tenía mal aspecto: era la personificación de la sencillez con la camiseta gris y los ligeros pantalones celestes que traía. Pero también se veía esplendoroso, desaliñado y totalmente cómodo en su propia piel.

La voz de Alphonse lo despertó una vez más:

― ¿Te gustaría desayunar ya? ―dijo, dejando atrás el umbral de la puerta y aproximándose a él.

Roy negó.

―Estoy bien, niño ―Mustang se consideraba un entusiasta de lo que preparaban ambas manos de Alphonse, pero en realidad no se encontraba muy hambriento ahora (todo gracias a ese letárgico día, suponía).

Alphonse le sonrió.

―De acuerdo, ¿te molestaría si hago un poco de ejercicio a tu lado? ¿No interrumpo tu lectura? Porque tienes razón, Roy, el día es perfecto… ―alzó su rostro para poder apreciar mejor la infinidad que se cernía sobre ellos, sin dejar de sonreír ni brillar ni de lucir maravilloso tan sólo con respirar.

Qué natural era su belleza: Alphonse pertenecía en campos de trigo bajo cielos turquesa.

Todo, incluyendo la mente de Roy, se paralizó: sólo Alphonse tenía movilidad y color porque, ¿cuántas veces lo había bramado en su interior? ¿Cuántas veces había cavilado en lo celestial que era ese joven de veinte años con el que ahora compartía una vida?

Vagamente recordó que Alphonse estaba esperando una respuesta de su parte. Roy parpadeó con disimulo, necesitando despejar su juicio de brumas embelesadas: sonrió, después, sintiendo calidez en el corazón ante lo educado que Alphonse podía comportarse a veces. Su encanto se eleva hasta las nubes.

―Llevas viviendo conmigo el tiempo suficiente, Alphonse. No necesitas pedir permiso para cada cosa que quieras hacer, niño.

Roy sabía que, a pesar de la perfección de cada momento compartido hasta hoy, a Alphonse le tomaría un tiempo adecuarse a esto, al hecho de que ahora ese hogar pertenecía a los dos por igual: sus dos caminos fusionándose en un solo trayecto de ensueño.

Era lo natural: ante lo que Alphonse aun consideraba reciente la timidez, de alguna forma, imperaba en él. Con el tiempo la soltura vendría.

Como prueba de ello Alphonse le dirigió una sonrisa que oscilaba entre agradecida y apenada, pero de una perfección intacta. La respuesta de Roy consistió en tragar saliva con todo el disimulo que logró manejar.

Las fuerzas para renovar su lectura (o por lo menos intentarlo) retornaron a él con la fuerza de un puñetazo; todo en pos de que Alphonse no lo siguiera afectando mucho más con su mera (magnífica) presencia.

Con sus ojos negros enfocados en el libro al que no le prestaba ni la más mínima atención, Roy lo escuchó girar y encaminarse de nuevo al interior de la casa.

XXX

Al final, Roy consiguió su tan anhelado ideal de ponerse al corriente con el bendito ejemplar de alquimia que había conseguido en la biblioteca: para el momento en que sus ojos lo abandonaron de nuevo, Alphonse ya tenía preparado un banco mediano que solía utilizar cuando se ejercitaba, así como dos pequeñas pesas.

Se encontraba sentado de espaldas a él: Roy no pudo ni quiso evitar admirar la curva de su cuello. Alphonse lo miró por encima del hombro, sonrisa plasmada en los ojos y luego se agachó para tomar un instrumento en mano y comenzar a ejercitar un poco los brazos.

Aunque no era algo que se exigiera a diario, Alphonse sí procuraba hacer un poco de entrenamiento corporal (Roy tuvo que empujar a lo profundo de su mente ciertos pensamientos e imágenes que le provocaron aquella elección de palabras). Luego de recuperar su cuerpo, fue vital el hacerlo para ganar un poco de volumen y mantener buena salud durante su largo proceso de recuperación; en la actualidad aunque ya no era necesario para él prevalecía como una sana costumbre.

Y vaya que no era necesario para Alphonse: eso parecía susurrar la forma en que, ante los ojos de Roy, los músculos de sus bíceps se contraían bajo su piel al armonioso ritmo de sus movimientos.

Un algo minúsculo, pero efectivo, le hizo despertar: la certidumbre de que si Alphonse volteaba su rostro un poco más, descubriría que ojos negros lo miraban de manera casi hambrienta. Y la certidumbre de que aquello no era lo que Alphonse quería provocar.

Pero qué fácil era deleitarse con cada parte que lo conformaba a él...

Roy carraspeó e intentó concentrarse, una vez más, en lo que debía estar haciendo en lugar de aquello (aquel) que habría contemplado con placer hasta que cayera la noche y el día se alzara y luego la oscuridad se desplegara una vez más. Roy nunca entenderá el método utilizado, pero logró no mirar a Alphonse.

Minutos pasaron.

Cuando Roy volvió a dirigir su mirada en dirección a Alphonse considerando que suficiente tiempo había transcurrido, sus ojos se expandieron con brusquedad y el libro casi se escurrió de sus dedos: Al, quizá por acaloramiento, mera comodidad o teniendo como propósito la sola intención de quebrar su escaso nivel de concentración (Roy sabía que ésta era la razón más improbable de todas) se había quitado la camiseta.

Se había quitado la camiseta.

Y su espalda era una obra de arte tallada por manos expertas. Así le pareció a Roy: por su hermosa tonalidad cálida podría haber pasado perfectamente por mármol, mármol y no porcelana, por la firmeza de seda que irradiaba sin caer en una corpulencia excesiva; sus omoplatos eran picos descaradamente perfectos y estéticos y con la tenue transpiración, brillante por la luz del sol, que perlaba su piel entera desde los hombros hasta la columna baja él se veía sencillamente…

―Roy… ¿Me estás escuchando? ―aferrándose al libro más de la cuenta, la realidad cayó sobre Roy cuando una mano cálida acarició su mejilla. Alphonse estaba frente a él.

Roy lo miró a los soles cálidos que eran sus ojos preguntándose cuándo se había movido todo tan rápido; Alphonse lo miraba a él con el ceño ligeramente fruncido. Parecía preocupado. Alphonse no detuvo sus caricias, que segundo a segundo se volvían más devotas, y Roy se sintió embargado por una sensación de seguridad inaudita.

― ¿Todo bien, Roy? Te hablaba sobre lo que Tama hizo ayer y volteé y noté que tenías una mirada rara. Parecías… perdido, como si estuvieras en cualquier otra parte menos aquí ―Alphonse tomó asiento en la silla izquierda; acarició la mano de Roy que tenía aprisionada la pluma que él mismo le obsequió. Ojos dorados se suavizaron y sonrió un poco al preguntarle―. ¿Pensabas?

Mustang parpadeó por toda respuesta: no sabía qué decir.

Y sus ojos se posaron donde no debían: Alphonse continuaba libre de su prenda superior y, si había sido una tortura observar las planicies de su espalda desde lejos, Roy tuvo que endurecer la mandíbula para no estirar una mano y tocar su torso hasta el cansancio, o inclusive guiar la misma a zonas más ba...

Apartó la mirada, como si lo que sus ojos apreciaban quemase en algún punto bajo de su cuerpo. Y lo hacía. Ya no había manera humana en que acabase un párrafo más de ese libro.

Roy tragó saliva y habló, verdaderamente, como le salió:

―Pensaba... en nada en especial, Alphonse.

Le alarmó sutilmente lo ronca que su voz emergió; lo que en verdad angustiaba a Roy es que Alphonse no le creyera por haber tardado más tiempo del necesario en responder.

¿Alphonse podría entender algún día cuan a merced estaba Roy del dorado de su humanidad?

Roy observó las manos de ambos, unidas y perfectas, vio la pluma y sus gemas verdes desprender virutas de brillo bajo el Sol: amaba a Alphonse con una devoción que, se le ocurrió, debía desafiar realidades enteras.

Lo miraba, ahora, sin flaquear: estaba inspirado, conmovido, agradecido con el todo y la nada.

Con Alphonse y nadie más.

―Todo está bien, Al: banalidades de la oficina y nada más ―Roy se sintió morir con la sonrisa que Alphonse le ofreció: una vez más, aclarar su garganta resultó de suma importancia―. ¿Entramos? Creo que... la idea de desayunar me atrae más ahora. Y no dudo que el gato lo agradecerá también ―lo había apostado todo en esa frase.

Al rio: todo estalló y se reconstruyó y adquirió brillo.

Roy lo amaba hasta el último latido.

Porque para hacerle el amor con los ojos había nacido.

Tranquilidad lo es todo ante la conversación tan sencilla que sostienen mientras se dirigen a la cocina, y sus manos no sueltan la otra jamás, y así será hasta el final: un latido-promesa en el pecho de Roy Mustang.

Si todo lo sobrevivió y está aquí hoy para contarlo, ¿por qué no permitirse el ser feliz con un ser de divinidad?

Roy responde a la sonrisa que Alphonse le ofrece por encima del hombro: felicidad.

Aquí y acá estaban a salvo: porque los brazos ajenos eran hogar.

XXX

Notas finales:

♥♥♥ ¡GRACIAS POR LEER! ♥♥♥


:')


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