Éramos solo yo y él, un amor sucio que, paradójicamente, nos purificaba el alma...
Era mirarme en cristalino reflejo, era percibir el mismo tinte verdusco en los ojos bien abiertos, eran los mismos tersos labios los que se abrían con ansiedad para lanzar suspiros cortos, era el mismo cabello de hebras delgadas y marrones que caían con delicadeza sobre el perfil marmóreo, era toda aquella imagen plagiada de una faz ya existente, era un espejo, era mi hermano gemelo.
Era mi sombra, y yo la suya, éramos agua idéntica, éramos el misterio genético, éramos solo uno.
Un delito dulce, esa adicción que causaba estragos sin previo aviso, nadie nos advirtió jamás que nuestras manos no debían recorrer esos lugares, pero el placer agónico que nos provocaba, nos cegaba y derretía las sucias habladurías, nos empapaba de emociones diversas, éxtasis irrompible nos recorría y nos dejaba impunes ante nuestras mentes asustadizas.
Si era prohibido nadie quiso decírnoslo, y nuestros sordos pensamientos obstruían sus críticas malintencionadas. Odiaban ver el pecado bullendo entre nuestros dedos, y nos reíamos entre susurros, de ese mundo limpio que nos inculcaron, y que intentaron, en vano, esculpir en nuestras mentes moldeables, de inocencia infantil.
Si llorábamos por lo ocurrido, ni nosotros mismos lo sabríamos, el mundo de cristal opaco nos rechazó con vehemencia, y nosotros le imitamos, mostrándole nuestras espaldas idénticas.
Y en una promesa silenciosa y un asco mal disimulado, el mundo y nuestro cercano círculo de existencia humana, juró dejarnos libres en nuestros deseos irrefrenables, mientras nosotros nos escondiéramos en habitaciones cerradas, ajenas a la inmundicia discriminatoria.
Y así lo hicimos, abandonamos todo, nuestro amor obscuro nos consumió, como el líquido escarlata que derramaban nuestras muñecas pálidas e idénticas, cuando eran destrozadas con el masoquismo de un cuchillo de cocina, y unos últimos besos furtivos nos despedían del agujero apestoso en que nos había condenado su mundo perfecto y limpio.
Por que nuestro amor cristalino fue enlodándose, y el espejo que se nos interpuso se quebró... Todo terminó, la adicción narcisista se desvanecía lento, tal como yo y mi hermano gemelo, nos derretíamos a pasiones engañadas y muerte inminente, en la alfombra gastada.
Para Haku