Era de noche y corría una suave brisa que congelaba sus brazos al descubierto y sus piernas libres de atuendo. Se arrepentía tanto de haber salido semi desnudo de su departamento. Apenas llevaba puesto una camisa y un pantalón corto.
Todo era culpa de su maldito vicio. Culpa del cigarrillo. Se despertó a la una y trece minutos de la madrugada con unas insoportables ganas de fumar, en vano había dado vuelta todo su departamento en busca de un solo cigarro. Uno solo que calmara su bestia interior que exigía su droga.
Así que decidió salir a comprar uno y como era de suponerse por la hora tan tarde, no encontraba un solo lugar abierto para compar sus cigarrillos. Había perdido la cuenta de las cuadras que se había caminado solo en busca de un kiosco y cuando finalmente dio con uno ya se encontraba en en centro. ¿Cuánto había caminado realmente?. No le importó. Tan pronto como el paquete estuvo en sus manos, se encargó de romperlo con desespero y sacar el primero. Se sentó en una banca de una plaza y suspiro aliviado tras la primera calada. Y luego otra y otra.
Otra vez el frío lo azotó y por primera vez fue consciente de lo solitario del lugar. Abrazo sus piernas subiéndolas al banco y suspiró derrotado.
¿realmente Takashima? ¡si serás patético!.
Pensó mientras observaba con desaprobación el paquete en su mano, casi como si este tuviera la culpa.
El frío era insoportable pero no tanto como sus propias quejas internas. Eso ya era demasiado, pensó, y con todo el esfuerzo del mundo se levantó del lugar, miró aquella caja que tanto había buscado pero que tanto daño causaba y se convenció de que era lo mejor.
Se arrimó a un tacho de basura ubicado en aquella plaza y lo tiró allí. Miró el cigarrillo entre sus dedos y luego de una bocanada más de despedida, lo tiró en el suelo y lo apago con su pie.
Eso es todo, bien echo Takashima.
Se aprobó y comenzó a caminar de regreso a su casa, contento de su decisión, nada fácil pero seguro la indicada. Abrazando sus propios brazos por el frío, le dijo adiós al cigarrillo.
En la otra punta de aquella plaza, un hombre vestido de traje que volvía tarde de la última reunión del día, había visto la situación con algo de gracia. Y es que Tanabe no entendía cómo las personas podían ser tan débiles al punto de volverse adictos a cosas como el cigarrillo. Algo que traía consigo la destrucción. ¿No era lo más estúpido?. Había visto aquel chico casi desnudo fumando y había deducido la situación correctamente, porque él era muy inteligente, tanto que jamás caería en esas cosas.
No paraba de causarle gracia la situación y mientras caminaba en dirección a su casa, vio desaparecer al chico. Entonces se preguntó, ¿qué causaba que una persona se aferrara a un vicio?, ¿qué tan grabe tendría que ser un problema?. Porque él sería inteligente y todo, pero también tenia sus problemas. Aquella mismas tarde había tenido una discusión con su jefe, habia peleado con su secretaria y el auto se había descompuesto a mitad de camino, con un ejecutivo a bordo. Su día había sido pésimo.
¿Fumar relajaba?.
Caminando lentamente, llegó al tacho de basura donde había visto al chico tirar la caja de cigarrillo. No había nada más en aquel basurero. Pero él no necesitaba esas cosas y la curiosidad nunca fue más poderosa que él.
Dejate de tonterías Tanabe.
Se dijo para continuar su camino, pero no pudo. Tanabe Yukata no pudo y volvió para acabar con la duda. Miró a los costados fugazmente y comprobando que no habia nadie se atrevió a sacar la caja de cigarrillos.
Miro el paquete y con sus dedos logro sacar uno. Sacó el encendedor que siempre llevaba para ganar puntos encendiendo los cigarros de los ejecutivos y se dispuso a encenderlo.
—Hey tu! ¡esos son mis cigarrillos!.
Exclamó el joven que hace poco se había marchado. Su cabello castaño lucia desordenado y su expresión no era amigable.
—¿Qué dices crio? ¡si los dejaste!.
Contestó igual de molesto. Pues no había podido probar el cigarrillo.
—¡Yo los compré!.
—¡Y yo los recogí!.
—¡Que me los des!.
Volvió a gritar el castaño, esta vez abalanzándose sobre Tanabe. Ambos comenzaron a forcejear por la caja inocentemente aplastada entre tanto alboroto.
—¡Los necesito!.
Gruño el castaño con su piel de gallina debido al frío.
—¡Yo más!.
En un manotazo realizado por Takashima, el cigarrillo en mano de Tanabe se partió y ambos se quedaron como idiotas mirando una mitad caer al piso. Momento en el cual nadie se movió por un instante para luego mirarse con una ira creciente. El castaño parecía que en cualquier momento lloraría.
—¡Nooo!, ¡mi bebé!, ¡que son caros maldito!.
—¡Legalmente era mío! ¡me debes un cigarro!.
Volvieron a tirar de la caja, lo cual ya no tenia sentido porque seguramente todos los cigarros estaban aplastados y rotos ya. Pero ahora era una cuestión de orgullo. El orgullo de dos personas. Que terminaría justo en el momento en que una patrulla policial se detendría a separarlos. Los gritos habían alertado a los vecinos y pronto habían llegado a calmar el alboroto.
El castigo: una noche en prisión, en la misma celda. Donde ambos se miraban recelosamente. Culpándose mutuamente pero sin decir una palabra.
El castaño sin dejar de temblar, seguro agarraría un resfriado. Y todo culpa de su vicio.
Las horas trascurrieron y se habían mirado tan fijamente el uno al otro, que ya no podían mantener sus gestos enojados, una sonrisa se instalo en ambos y luego rieron al mismo tiempo.
¡Pero que estúpidos habían sido!.
Tanabe finalmente le ofreció su traje para que el tembloroso castaño se abrigara y se sentaron juntos para intentar dormir, apoyados uno en el otro. Tanabe no pudo evitar quedar embobado con aquellos lindos labios, que lucían bien sin ningún cigarrillo. Y el castaño no pudo evitar relajarse en el aroma de aquel estraño.
—No volveré a fumar.
Prometió Takashima con sus ojos cerrados.
—Y yo no lo volveré a intentar.
Aseguró Tanabe.
Pero fue bueno saber, que algo que siempre considero puramente destructivo, lo llevó a conocer a la persona más importante de su vida. Al vicio de su vida.