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El Bosque de Dios por Aiko_Huang

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Notas del fanfic:

puede que no le entendiendas y ni siquiera te guste, pero, gracias por tomarte el tiempo de leerla <3

Cuando el sol se escondía y la luna brillaba en el cielo, el bosque parecía un lugar mágico, los árboles se mantenían siempre verdes, altos e imponentes, los rayos de la luna se filtraban entre las ramas y luciérnagas bailaban entre ellas como si fueran pequeñas linternas flotantes, hermoso.


ZiTao era un pequeño niño curioso que gustaba de pasearse por las noches en aquel lugar; pues siempre escuchó, de los demás aldeanos, que el bosque de Dios era habitado por espíritus sagrados, del mismo se decía; que si ponías un pie dentro de él, te perderías para siempre. Aquello sin duda, despertaba su curiosidad e independientemente del miedo que le causaba, quería ver a unos de esos espíritus.


Un día caminado en los límites del bosque, un conejo llamo su atención, siguiendo a la pequeña liebre, se adentró en lo más profundo del bosque dando por fin con la madriguera del animal, un olor a flores dulces impregnando el lugar. Para su desgracia, término perdiéndose dentro de aquel lugar, asustado, camino en círculos por horas hasta muy entrada la noche, lloro y lloro hasta que ya no puedo más y se quedó dormido.


Para cuando despertó, el cielo se veía gris pálido y la luna aún se podía observar. Él agua a su alrededor le asustó y se levantó como pudo, nadando lo que sus brazos le daban hasta llegar a la orilla. Con un poco más de calma, camino en línea recta hasta que salió del bosque.


 


 


 


 


 


 


 


 


*


 


 


 


 


 


 


 


 


Eran cerca de las seis de la tarde cuando Tao despertó sobresaltado, su frente mojada en sudor frío, inhalando profundamente, obligo a su organismo a tranquilizarse. El recuerdo de que aquella voz armoniosa y tranquila, esa silueta pequeña y esbelta corriendo por el bosque en una noche de estrellas, le había atormentado las horas de sueño en el último par de años. Se sentía frustrado y un poco molesto, ¿Qué significaba aquello? Con esa pregunta en mente, se levantó de la cama y se dirigió al baño para tomar una ducha fría. Mientras el agua caía, se oyó a si mismo suspirar; ese sueño siempre le dejaba una sensación de nostalgia instalada en el pecho. Y le dolía, y le faltaba algo, y no sabía qué hacer.


Iba de camino al bar donde solía trabajar, llevaba consigo un llavero que no recordaba donde lo consiguió y su celular. Su jornada termino a las cuatro de la mañana y el resto del día lo paso solo en su casa. Como solía hacerlo siempre. Su rutina no tenía variaciones, hacia todo aquello de manera casi autómata, y en el fondo de su conciencia algo picaba, pues le decía que las cosas no tenían por qué ser así. El realmente no lo terminaba de entender, ¿Qué era lo que estaba haciendo mal? ¿Qué era lo que le faltaba?


Eran las cinco treinta de la mañana y Tao se encontraba recostado en su cama viendo el techo de su habitación, figuras abstractas se dibujaban en él, se dispersaban y agrupaban siguiendo una melodía silenciosa. El sol empezaba a nacer y entraba por la ventana, creando una sombra ligera y difusa de las cosas a su alrededor. Tao se movió quedando de costado, viendo las manchas borrosas pintadas en el suelo y por un instante, creyó ver más; una silueta humana, difuminada en gris demasiado pálido, y que pudo haber sido cualquier otra cosa, pero él estaba seguro de lo que vio.


Se levantó buscando aquello que pudo crear dicha sombra, pero ninguno de los objetos en su habitación era capaz de hacer tal cosa. Estaba volviéndose loco, no había otra explicación. Lo peor de todo era que no sabía porque, ¿Por qué le atormentaban esos sueños extraños? ¿Quién era el dueño de la silueta misteriosa?


Sus días siguieron pasando igual, veía todo en un blanco gastado, viejo y aburrido. Su trabajo en el bar era ruidoso, era rojo sangre, era potente y brillaba en luz negra. Había aceptado el trabajo de barman solo porque este le proporcionaba color a su vida. Uno que no buscaba ni quería, pero que realmente no importaba. Él buscaba cualquier cosa que pudiera callar el sonido sordo del vacío.


Era de madrugada nuevamente, esta estaba más oscura de lo normal, acaba de llegar del trabajo y se sentía especialmente fatigado. Se metió bajo las sabanas esperando poder dormir un poco, cerró los ojos con gesto cansado y cuando estuvo a punto de quedarse dormido, la oyó; aquella voz que le atormentaba los sueños, era dulce y suave, entonaba una melodía que no conocía pero que le supo amargo, le desgarro el pecho, le dolió y le hizo llorar. Quién estuviese cantando, cantaba su dolor, dejando en cada estrofa una parte de su alma.


Tao se levantó de su cama echo un mar de lágrimas, camino hacia la estancia viendo la ventana abierta, se acercó a ella encontrando fuera un bosque, oscuro y espeso. Un cielo estrellado y pequeñas linternas flotando a través de él. Salió por el marco y se encaminó al inicio del bosque, en una de las ramas, no muy lejos de él, una silueta blanca reposaba de espaldas, bajo él yacía un charco rojo que aún goteaba. Asustado, intento acercarse, escuchando en el proceso que aquel ser, era el que entonaba tan trágica melodía. Estuvo a punto de tocarlo, cuando, la silueta se movió, saltando de la rama y manchando sus pies en rojo al caer al suelo. Era más bajito que él, su cabello castaño, delgado, y piel preocupantemente pálida, su rostro era difuminado en un borroso blanco y caminaba despacio y casi dolorosamente. Cuando Tao estuvo seguro que la silueta se iría, dio un paso atrás, las lágrimas secas resentían sus mejillas, y le vio elevar la vista al cielo, sintiéndose desfallecer cuando aquel ser pronunció su nombre.


–... y quédate... para poder vivir sin llanto–


 


 


 


 


 


 


 


*


 


 


 


 


 


 


 


 


Tao despertó sobresaltado en su cama, el reloj marcaba las tres de la tarde. Se sentía mareado, sus mejillas rasposas, y su garganta seca. Se levantó de un salto y metió todo lo que cupo en su maleta, tomo su pasaporte, tarjetas de crédito y salió de su casa rumbo al aeropuerto. No tenía idea de lo que estaba haciendo, y para ser sincero, poco le importaba. Algo le llamaba y le decía que debía volver a Corea. Hace años había estado allí, cuando era niño, la casa en la que se hospedó durante ese viaje estaba cerca de un bosque. El bosque de Dios, era llamado así por lo aldeanos residentes de allí. No sabía el por qué, pero debía regresar a ese lugar.


Luego de varias horas, dio con aquella vieja casa de hospedaje, rentó la misma habitación en que se había quedado en el pasado y espero hasta que hubiera oscurecido por completo. Cuando esto hubo pasado, salió al bosque bajo la mirada preocupada de la anciana dueña de la casa, camino por algunos minutos alrededor sin atreverse a entrar, el viento frío soplaba hacia dentro de los árboles, llego a una sección en la que había una especie de entrada, lo árboles torcidos formando un arco, la luna parecía depositar toda su luz en ese pequeño prado, luciérnagas bailaban en los alrededores y alguno que otro grillo se escuchaba en el lugar. Su naturaleza curiosa le hizo entrar, desde allí, todo se veía diferente; entre los árboles se colaban rayos de luz amarilla, olía a flores dulces y la brisa refrescaba sus mejillas. Siguió caminado adentrándose cada vez más en aquel bosque, el ambiente parecía cada vez ser más caluroso, podría incluso jurar que parecía el calor del medio día.


Sus pies los llevaron a lo más profundo del lugar, en donde un lago cristalino y el vibrante sol lo recibieron. La silueta de un joven sentado a la orilla del lago no le permitió a su cerebro razonar. Con paso inseguro camino hasta estar tras la pequeña silueta. Él joven castaño dejo de jugar con la rama entre sus manos, suspirando, volteó lentamente hasta dar con los ojos de ZiTao.


–Hola–


Tao no supo que contestar, el aire escapó de sus pulmones, y cayó rendido ante la belleza que aquel ser.


– ¿Estás bien?– la melodiosa voz, del joven de ojos avellana, le hizo reaccionar.


– ¿Quién eres?– preguntó, arrodillándose frente a él.


–Me llamo BaekHyun– contesto el castaño, la sonrisa que mantenía en su rostro le causó dolor, era una mueca tan triste.


–Soy ZiTao– le informó, viendo cada facción del rostro ajeno, tan bello.


– ¿Quieres ver algo hermoso?– el joven de ojos avellana se levantó, caminado hacia la orilla próxima del lago. Tao le siguió momento después. –Verdad que es hermoso–


Frente a ellos se encontraba un pequeño prado, flores de todos los colores se observaban, mariposas volaban en ondas y quizás un conejo se escondía por allí. Tao vio todo aquello en colores tan brillantes, que sintió que estaba viviendo por primera vez, hermoso.


BaekHyun sonrió, adentrándose en el prado, jugando entre mariposas, elevando las manos al cielo y dando vueltas armoniosas. Tao se adentró con él, sentándose en medio de flores amarillas y observando la luz irradiar de BaekHyun, sus labios eran rosa pálido, su cabello castaño claro, de piel tan blanca como la nieve, y ojos risueños y suaves. Vestía zapatos blancos, pantalones de lona gris pálido y una camisa en color crema. Su cerebro parecía no querer procesar información, pues sólo veía imágenes a color, sin audio, sin tiempo. Tao se levantó cuando BaekHyun lo llamó, y juntos corrieron tras una mariposa, y juntos observaron a un conejo salir de su madriguera, y juntos vieron al sol empezar a descender.


–Pronto el sol se va a ocultar– dijo BaekHyun de repente –Será mejor que te vayas–


– ¿Podré verte otra vez?– pregunto Tao antes de hacer algo más. Con una sonrisa, BaekHyun le respondió:


–Mañana, te esperaré en este lugar– y luego corrió en dirección contraria a él.


Sonriendo, Tao camino de regreso a la casa en la que se hospedaba. Seguía siendo de noche cuando entro a su cuarto, no le tomó mucha importancia, pues, si era El bosque de Dios todo debía ser posible. Se recostó, durmiendo por primera vez sin pesadillas, el vacío en su pecho parecía haberse llenado, la pregunta que tanto le atormentaba quizá ya teniendo repuesta.


Cada noche sin falta regreso al lago, BaekHyun siempre lo esperaba sentando en la orilla con una radiante sonrisa. Hablaban de todo y nada, se reían sin saber de qué. Todo parecía irreal, como un sueño demasiado vivido, con demasiado brillo. Tan frágil. Los día pasaron y pasaron, BaekHyun cada vez se le hacía más hermoso, más único, más amado. Tao sabía que no debía enamorase de BaekHyun, pero en el corazón nunca se ha de mandar. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, y una nueva sensación empezó a atormentarlo; por más que intento, BaekHyun no le permitía tocarlo. Tao quería tomar su mano, acariciar sus mejillas, sentir sus labios... pero Baek siempre se alejaba, lo hacía de manera sutil y delicada. Tao empezaba a sentirse frustrado, herido, él quería solo un poco más, quería quedarse después de la puesta de sol, quería mostrarle a BaekHyun lo mágica que se veía la entrada del bosque, quería más tiempo.


–BaekHyun– estaban en la orilla del lago, con los pies remojados en el agua. Tao se sentía especialmente ansioso ese día – ¿Puedo decirte algo?–


–Lo que quieras– aunque no volteo a verlo, Tao sabía que BaekHyun tenía una sonrisa en el rostro.


–Te Amo– le dijo, y nunca sintió un silencio más duro. No quería voltear, no quería, pero lo hizo. BaekHyun mantenía una sonrisa en su rostro, sus mejillas mojadas y coloradas, y sus ojos brillaban en una luz especial que no había visto antes.


–Yo también– se limpió las lágrimas que, en algún momento empezaron a salir, y sonrió hasta que le dolió. Porque por primera vez se sentía feliz, porque por primera vez sintió su corazón latir.


Levanto su mano para acariciar la mejilla de BaekHyun, pero, contrario a lo que el creyó, este se alejó, negando repetidas veces.


–No puedes tocarme– le dijo –Si me tocas, no te volveré a ver– entre sollozos, BaekHyun se alejó más de él –Te amo Tao, no quiero perderte– y se fue.


Al día siguiente, Tao volvió al lago, espero por horas a que BaekHyun llegará pero nunca apareció. Los días siguientes fueron igual, se quedaba sentado esperando por él hasta que el sol empezará a ponerse. Su ánimo se vino abajo y no entendía. Sus pesadillas reaparecieron y luego de un mes, pensó en regresar a China.


Se decidió ir por última vez, se adentró en el bosque y caminó despacio por el sendero que siempre seguía. Estaba por llegar al lago cuando escucho una melodía triste y conocida, siguió la tonada hasta que casi llego a la salida del bosque; observó un cielo estrellado y pequeñas linternas flotando a través de los árboles. En una de las ramas, no muy lejos de él, una silueta blanca reposaba de espaldas, bajo el yacía un charco rojo que aún goteaba, el dueño de la silueta era castaño y pálido. Asustado, Tao se acercó hacia él, queriendo comprobar que no se trataba que quien él pensaba, pero antes de poder tocarlo, la silueta saltó de la rama y caminó tambaleándose hasta le entrada del bosque, dejando cómo guía un camino de manchas rojas bajo él. Arrodillándose, se dejó caer sobre el suelo. Tao se acercó, sintiendo vivir un dejavú, cuando la silueta de espaldas a él, dijo su nombre.


–Tao... quédate...–


 


 


 


 


 


 


 


*


 


 


 


 


 


 


 


Y cuándo el sol se apague, todo acabará.


Su corazón era como el cristal, hermoso y frágil. Oculto con recelo bajo capas de hielo. Se había cansado de llorar, sus ojos ya no daban para más. Su convicción era ya no querer nunca más, porque la misma historia se repetía una vez, y otra vez, y otra vez... pero no podía detenerlo, era el ciclo que se repetía cómo las agujas de un reloj, dando vueltas sin fin, hasta que se estropeara, y tuvieran que reemplazarlo. Y eso era lo que lo mantenía aun en pie.


Él no quería ser reemplazado. Era algo enfermizo. Pero ya no podía hacer nada, sabía que estaba perdido desde el primer momento en que puso un pie en ese bosque, sabía que había cometido un grave error cuando aquel ser le hablo y él le contesto, y definitivamente sabía que iba a pagar caro cuando se enamoró de los momentos junto a él.


La primera vez que lo vio, era tan solo un niño curioso, iba a ese pueblo para las vacaciones de verano junto a sus padres. Escuchaba de los aldeanos decir que El bosque de Dios era habitado por espíritus sagrados, del mismo se decía; que si ponías un pie en el bosque, te perderías para siempre en él. Pero nunca imagino que se perdería no de forma literal, sino de una manera mucho peor.


Era medio día y sus padres habían ido a comprar la comida cuando el salió de la casa, esta quedaba no muy lejos del bosque y basto un par de minutos para que llegará hasta allí. Se adentró sin miedo y caminó siguiendo los rayos de luz que se filtraban entre las hojas y parecían formar un camino, después de unos minutos, llego hasta un lago cristalino, maravillado, corrió hasta la orilla. En una de las esquinas vio a un joven; alto, delgado y de cabello café rojizo. Tenía puesta una máscara de zorro tradicional y vestía de blanco.


Se acercó con cautela hacia el joven para observarlo mejor, pero tropezó llamando así la atención del opuesto. El joven de la máscara se acercó preguntando:


– ¿Estás bien?– más no le ayudo a levantarse.


–Sí, eso creo– contesto el menor, sobando su cabeza por el golpe.


Después de ese día, el menor regreso al lago cada día del verano, nunca dijo nada a sus padres pues sabía que se metería en problemas. Él último día del verano, el pequeño le quiso abrazar como despedida.


–Ningún niño humano puede tocarme– le dijo el joven –Los cuerpos hechos de magia son muy frágiles. Si me tocas, desapareceré–


El verano siguiente regreso al lago, el joven estaba recostado entre las flores viendo al cielo. El niño, un año mayor, se acercó entusiasta hacia él, pero cuando el joven lo noto, se levantó alejándose de él. Parecía que no lo conocía y eso perturbó al menor, sin embargo, regreso cada día hasta que el mayor se acostumbró a su presencia. Y así continuó, año tras año, hasta que cumplió dieciséis, siendo un poco más grande, podía quedarse por más tiempo en el bosque junto al mayor. El sol estaba por ocultarse cuando el joven con máscara dijo:


–Debo irme– se movió de su asiento y observó al más pequeño.


– ¿No puedes quedarte más?– le cuestionó con un puchero –Puedo llegar pasadas las siete a mi casa–


–No– le había contestado simple. –No puedo estar en el mundo de los humanos por las noches–


Ese fue el último verano en el que fue. Fuese cual fuese el sentimiento que había empezado a desarrollar por el joven de máscara, era malo, él quería tocarlo y besarlo cada vez que lo veía. Pero cada año que regresaba el contrario no lo recordaba, y tenía que empezar de cero, descubriendo todo, pues había algo que siempre cambiaba en el joven. Sus gustos, su personalidad, sus gestos, incluso sus propios recuerdos. Y era frustrante, y le dolía y le hacía llorar.


Pasaron cinco años cuando decidió regresar, tenía veintiuno, la misma edad del chico de la máscara. Todo se repitió, como había sido años atrás. Y quiso llorar y reír a la vez, estaba tan triste cómo feliz. Y actuó lo más normal que pudo. Regreso cada día como siempre lo hacía, hasta que un día, él intentó tocarlo, y se sintió con ganas de llorar hasta quedar seco, porque aunque quería no podía hacerlo, él sabía lo que pasaría si lo hacía.


Un día, tan normal como cualquiera, pasó lo que él nunca creyó:


–Te Amo– le había dicho, y su corazón saltó en gozo. Porque él también le amaba, le amaba desde hacía años. Entonces el contrario le quiso tocar una vez más, y mientras su pecho se hacía tirones, se alejó, corriendo, porque si le amaba no podía dejarlo desaparecer.


Lo pensó día y noche, lo pensó hasta el hartazgo, él no era egoísta, o tal vez si lo era. Con una decisión en mente, se adentró al reino que ya no pertenecía a los de su especie, camino hasta la entrada del bosque y, encontrándose con un prado bañado en luz de luna, con cuchilla en mano, se subió a uno de los árboles. Mientras veía el cielo estrellado y las luciérnagas bailar entre los árboles, tomo la afilada hoja, pasándola en vertical por sus muñecas. El vital líquido rojo empezó a gotear bajo sus pies, la brisa era fría y le congelaba los dedos de las manos. Lo estaba haciendo por él, lo hacía porque lo amaba, lo hacía porque quería que se quedara.


Se bajó del árbol porque sintió que lo llamaban, camino hasta la entrada y cayó de rodillas cuando ya no puedo más, una luz cegadora estaba ante él, preguntándole ¿Por qué lo haces?


–Tao... quédate.... para poder vivir sin llanto– respondió entre balbuceos. Sintiendo que la última gota de vida se le escapa.


Al abrir de nuevo los ojos, lo primero que encontró, fueron unos hermosos ojos negros, asustados. Una cabellera café rojizo y unos fuertes brazos arrullándolo. Con fuerza, se aferró a él, llorando en el hueco de su cuello.


–BaekHyun– le escucho llamarlo –BaekHyun, puedo tocarte...– limpiando sus lágrima, se dio cuenta que Tao también lloraba.


–Te amo, Tao– le gritó, tomando su rostro entre sus manos. Y sintiéndose gozoso de dicha por al fin poder sentir la piel de su amando.


–BaekHyun, eres lo que siempre he buscado. Te amo–


Sintiéndose completo, correcto y liberado. Rozó con la yema de los dedos los labios rosa de BaekHyun, antes de, por fin, poder besarlo.


 


 


 


 


 


Cuando este sol se apague, tú partirás de mí.


Seguiré solo con mi dolor y llanto.


Mi convicción es no querer ya nunca más porque la misma historia es otra vez, y otra vez, y tras vez...


Quédate, quédate...


Para poder vivir sin llanto.


Cuando me desengañes, no sé si viviré.


Porque es muy triste tener tan solo llanto, y llanto.


Y mil renuncias en el corazón que implora.


Y alguna vez alguien se queda y llora.


Quédate, quédate...


Para poder vivir sin llanto, sin llanto.


En el bosque de Dios viven espíritus sagrados. Se dice que si pones un pie en ese lugar, te perderías para siempre en él.


En el bosque de Dios, está un nuevo renacer.


 


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