Miedo
Miedo De Existir y de Extinguirse
Desde que su padre fue vencido, y su alma, fragmentada por sus diferentes sentimientos y facetas, les crearon, él fue arremetido por un asfixiante miedo, miedo de vivir, miedo de desaparecer. Era el fragmento más insignificante, se sentía tan diminuto, tan patético, apresado y asfixiado por la oscuridad del abismo. Tenía miedo de simplemente desaparecer, de ser engullido, como tantos otros, por el abismo.
Dudaba que por su miserable creación y existencia sus hermanas supiesen de él, pero así era mejor. También encontraba atemorizantes sus presencias y anhelos, no es que no compartiese estos últimos, pero también les temía, se asustaba de lo que era y de lo que podía llegar a causar su mera existencia. Era demasiado pedir quedarse en ese estado de vida sin vivir.
Le sorprendió tanto como le asusto, y en una minúscula parte le reconforto ser reconocido, cuando sintió la poderosa magia de su hermana mayor acariciar su alma, el retazo del alma de su padre que le había cedido y creado. Ese conjuro, asfixiante y oscuro, catalizo su propia magia, causando que sin realmente desearlo, de los restos de hueso que les rodeaban su poder le creara un cuerpo en el que su alma pudiese habitar.
En ese momento tuvo más miedo que en cualquier otro. Sentir su magia abandonándole, empujada por el poder de la mayor, le aterrorizo
Cuando vivió por primera vez, se sintió mareado por todos los órganos que trabajaban al unísono, el corazón que bombeaba sangre de manera frenética, golpeando sus costillas, los pulmones que le ardían con cada calada de oxígeno.
Ahogó un gemido de sorpresa y miedo, sobrepasado por estos nuevos sentimientos. Abnegado por su miedo primario, el sentimiento que le dio concepción, se dejó ir a la histeria y se derrumbó ahí, en completo silencio.
¿Exactamente qué le aterraba? ¿Vivir? ¿Desaparecer? No, era más complicado que eso, pues en si esos eran sus temores, pero eran aún mayores. Le aterraban sus deseos, y lo que podría causar por estos, le aterraba vivir por eso, pero también le aterrorizaba la muerte, el simplemente disolverse en el aire y desaparecer sin dejar ni un rastro de que existió. Curioso hecho, pues aun ahora con ellas y el abismo como legado nadie recordaba a su padre.
Escuchó pasos y solo pudo encogerse más sobre de sí. Reconoció la presencia como una de sus hermanas, pero no sabía qué hacer ante aquel acercamiento, así que solo se quedó ahí, hecho bolita en el suelo. Al final, un largo rato después, al no percibir ninguna presión o agresión, se atrevió a levantar la mirada, encontrando el bello rostro de su hermana. La mayor le sonrió torpemente y por algún motivo eso le alivio.
Se miraron por un tiempo, cada vez con más seguridad, hasta que la de ojos marrones se levantó con cuidado y le extendió la mano. Dudo un instante microscópico, antes de permitir que la mayor le ayudase a incorporarse.
De pie descubrió que median exactamente lo mismo, y aun que ya se había incorporado, ninguno quiso deshacer el agarre entre sus manos, reconfortándose mutuamente tan solo con la presencia del otro. Pues solo el miedo y la soledad podían entenderse y aceptarse.
Él era los miedos de su padre, el miedo por lo que era, por lo que hacía y representaba, pero también era su irrefrenable miedo por desaparecer. Solo él podía entender los actos de su padre, su miedo y su deseo por interrumpir aquella inefable era.
Continuará.