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Lo prohibido es siempre tentador. por V_Cryer

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Notas del fanfic:

Buenas, soy V_Cryer y esta es mi primera vez escribiendo aquí^^

Espero que les guste tanto como a mi me gusta escribir, soy algo novata con esto de publicar uwu, pero ojala sea de su agrado^^

 

En un lugar donde los pies humanos nunca han logrado tocar y la mente mortal jamás ha conseguido imaginar, se encuentra el Olimpo, un lugar pacífico y armonioso, en el cual habitan 12 dioses, quienes “intentan” mantener la paz en el mundo mortal.

Entre esos dioses se encuentra Ares; dios de la guerra, la destrucción y la violencia. Como ven, su nombre no encaja con la imagen del Olimpo.

En ocasiones suele estar tranquilo, pero siempre termina encontrando motivos para pelear, incluso por algo tan mínimo, como es comer algo de ambrosía.

Precisamente en estos momentos se encuentra el dios, caminando a paso pesado, sosteniendo su lanza con su mano derecha y cargando su escudo con su brazo izquierdo. Portaba su ostentosa armadura y su casco que tanto lo caracterizaba. Se encontraba herido y de un pésimo humor, no habría que conocerlo muy a fondo para saber que su estado de ánimo se pudiera deber a que perdió una batalla.

-          ¡AFRODITA! - rugió el dios, haciendo retumbar la barrera del sonido, produciendo que algunos detuvieran sus actividades a causa del miedo que provocaba Ares al estar enojado.

Al no recibir respuesta, comenzó a buscar a la hermosa diosa, pero desgraciadamente no la encontró en ningún rincón del Olimpo (O al menos en los lugares que ella solía frecuentar), por lo que la única opción que le quedaba era ir a buscarla al taller del dios del fuego.

-          ¡Afrodita! – gritó a la vez que pateaba la puerta abriéndola, asustando a algunos ciclopes.

Hefesto, dios herrero y del fuego, quien se encontraba reparando el escudo de Atenea desvió su atención hacia Ares, observándolo indiferente.

-          ¡¿Dónde está Afrodita?! – preguntó el dios bélico al no recibir palabra alguna de Hefesto

-          Está fuera del Olimpo – lo miró de pies a cabeza- ¿Contra quién fue esta vez?

-          Apolo – dijo al tiempo que dejaba su armamento a un lado- Comenzó como una “pequeña discusión- se quitó su casco y revolvió su cabello, chasqueando su lengua- ¡¿Por qué hace tanto calor aquí?! ¡Joder!

-          Pues…estas al interior de un volcán, por si no te diste cuenta – respondió con ironía volviendo su atención a su trabajo, aunque sólo duró un segundo, cuando volvió a fijar su atención a Ares, mirándolo con el ceño fruncido

-          ¿Qué? – preguntó frunciendo el ceño también

-          ¿Por qué estabas buscando a MI esposa? – la mirada del dios del fuego se volvió sombría y reflejada la irritación que de apoco comenzaba a sentir

Ares lo observó y supo de inmediato el por qué Hefesto actuaba así tan de repente. Le dio la razón, aunque sólo por esta vez.

Suspiró.

-          No planeo hacer nada con ella, si es eso lo que te preocupa – observó la expresión del otro, pero no cambió nada. Ares lo sabía, sabía que si se trataba de un asunto entre Afrodita y él, sería complicado convencer al esposo de esta que sus intenciones no iban más allá, al menos ya no. Suspiró más pesadamente y dijo – Sólo necesito que me cure las heridas, ¿ya?

-          ¿Por qué ella y no otra diosa u otro dios? – interrogó Hefesto aún sin cambiar su expresión – Apolo podría ayudarte, es el dios de la medicina, al fin y al cabo

-          Acabo de pelear contra él, ¿recuerdas? – de apoco comenzaba a elevar la voz – Además si le pido ayuda probablemente se burle o quizás me ignore

-          ¿Qué me dices de Zeus y Hera? Ellos deberían curarte, son tus padres

Ares levantó una ceja con ironía.

-          Parece que hoy sufres de amnesia – frunció el ceño y explotó – ¡Ellos me odian! ¡De la misma forma que lo hacen todos aquí y en el mundo de los mortales! – respiró agitado, tratando sin éxito de calmar su ira – Afrodita es la única, junto con el viejo de Hades que no me desprecian, por eso cuando necesito ayuda… o cuando me diento solo – hizo una pausa, antes de decir casi en un susurro <<Recurro a ellos…>>

Hefesto, quien su expresión ahora se encontraba más calmada, miró al dios bélico en silencio. Se compadeció del dolor que podía sentir su “rival”, recordando cuando él fue rechazado por su propia madre e incuso por su propia esposa, y todo por ser el dios feo. Sin embargo él tenía una virtud que hacía por la que todos lo respetaban; la virtud de poder manejar los metales, de poder reparar y crear todo lo que quisiera, desde armaduras hasta joyas de oro. Algo que lo hacía diferente a Ares, quien sólo traía temor y destrucción a donde fuera.

Resignándose suspiró, decidiendo ayudarlo por esta vez.

-          Yo te curaré – pronunció inseguro el dios herrero

Ares lo miró extrañado. ¿Hefesto ayudarle? ¿Él? ¿Aquel que una vez lo humilló y pudo haberlo matado?. Le causaba desconfianza que quisiera ayudarlo tan de repente.

-          ¿Qué quieres a cambio? – preguntó el dios guerrero, pero lo único que le respondieron fue <<Quédate hasta que amanezca>>

Aún con desconfianza, aceptó quedarse, mas que nada por curiosidad y si Hefesto decía la verdad tendría a alguien que le curase. Así que se sentó cerca de sus cosas a esperar con la poca paciencia que tenía.

Al llegar el amanecer, Hefesto anunció el termino de la jornada laboral y lo ciclopes comenzaron a marcharse a las profundidades del mar, Hefesto también hizo lo suyo, apagó las chimeneas y ordenó un poco el lugar, observó a Ares unas cuantas veces, pero este no se movió de su posición ni un milímetro.

Al acabar con todo se acercó a Ares, lo encontró durmiendo, le parecía gracioso que incluso al dormir este emanará un aura prepotente.

Lo observó por un par de segundos, fijándose en detalles que antes no se percató, como que su rostro a pesar de ser atractivo, poseía varias cicatrices que a simple vista no se notan.

-          Oye, despierta. Ha amanecido – lo movió con el pie recibiendo de respuesta un gruñido de respuesta, por lo que decidió agacharse a la altura de Ares y tomarlo del hombro para moverlo un poco – Vamos, despierta que no tengo toda la mañana

Esta vez se escuchó un quejido, haciendo evidente que el dio bélico estaba despierto, por mucho que se negara a abrir los ojos, y la razón era que sabía lo que pasaría si los abría, y tenía la certeza de lo que sucedería si la primera persona que viera al abrir los ojos fuera Hefesto.

No se encontraba del todo bien, se sentía extraño luego de soñar con el dios del amor. No recordaba mucho acerca de ese sueño, pero estaba seguro que le dijo: <<Cuando despiertes, te sentiras atraído por la primera persona que tus ojos vean>>, y lo que menos quería era sentirse atraído por el dio herrero, por lo que tenía decidido no abrir los ojos hasta que se fuera del taller

-          Oye, deja de fingir que estas dormido, se te nota que no lo estas – continuó moviéndolo, irritándolo de a poco – Deja de actuar como un niño y abre los ojos para curarte rápido

-          No necesitas que los abra para curarme, ¿no?

-          ¿Ha? Claro que lo necesito, tienes que quitarte tu armadura y para eso debes abrirlos

-          Puedes quitármela tú, no me molesta – por alguna razón y aunque fuera leve, comenzaba a temblar

-          ¿Quitártela? Estas actuando extraño – se alejó algo disgustado y cruzadose de brazos – No haré nada si sigues actuando así. Si quieres que te cure abre los ojos y quítate la armadura

Ares chasqueó la lengua y resignándose abrió los ojos, encontrándose con la mirada de Hefesto cayendo de lleno al sentimiento del que probablemente estaría preso por la eternidad.

-          Listo, ya los abrí. ¿Contento? – desvió la mirada con el ceño fruncido y recuperado de a poco su humor habitual

-          Estaré contento cuando termine contigo – contesto indiferente, caminando hacia un mueble añadió – Mientras yo busco lo que necesito, tú quítate la armadura

Sin objetar demasiado, el dios bélico obedeció, sólo quería terminar con esto rápido para poder marcharse y saldar algunas cuentas con Eros.

-          Guau – pronunció el dios herrero al ver el cuerpo del otro – No creí que tuvieras tantas heridas. ¿De qué te sirve tu armadura? – se acercó lo suficiente para examinar al otro

-          Antes servía mejor, pero como suelo estar en los campos de batalla, se ha ido desgastando – trató de disimular la incomodidad de la que estaba siendo preso

-          Y, ¿por qué no has venido a verme para que te la repare? – se acercó un poco más para analizar el cuello del otro, susurrando – Con estas heridas si fueras mortal, ya estarías muerto.

La respiración de Ares se aceleró un poco.

-          Aún me sirve, no necesito que la repares – sentía sus mejillas arder, pero no estaba seguro si era por la proximidad del otro o por el lugar

Hefesto lo observó y sonrió, la situación le parecía divertida.

-          ¿Qué te sucede? – preguntó el dios herrero – No necesitas ponerte nervioso, sólo estoy viendo por dónde empezar a curarte

Ares lo miró con el ceño fruncido, pero Hefesto no quitó su expresión.

-          No estoy nervioso, ¿qué te hace pensar eso? – respondió pesadamente el guerrero, sin embargo, en su voz no había tono alguno de que estuviera enojado, por lo que Hefesto continuó molestándolo

-          Bueno quizás sean ideas mías – tomó entre sus manos un trapo húmedo y comenzó a limpiar las dichosas heridas – Creí que porque alguien que no fuera Afrodita se acercara a ti te pondrías nervioso

-          ¡Ja! Ese tipo de cosas no me ponen nervioso – podía sentir como su piel se volvía sensible con el contacto de las manos de Hefesto, quería negarlo, pero mientras más lo hacía, más sentía el contacto.

-          ¿Así? – preguntó el otro deteniéndose y acercándose un poco al rostro del otro – Entonces, ¿qué cosas te ponen nervioso?

Ares se encontraba confundido, no sabía si sentir ira, vergüenza o seguirle el juego al otro, así que decidió seguir a su instinto y crear una barrera entre el dios herrero y él.

-          Quizás en otro momento te lo diga – sonrió con falsedad, demostrando que de a poco se comenzaba a irritar – Ahora – añadió con seriedad – terminemos con esto

La sonrisa de Hefesto se esfumó, al igual que su buen humor. Suspiró y se resignó a solamente curar a Ares.

-          Listo – decía el dios herrero al tiempo que terminaba de cubrir las heridas.

El dios bélico sonrió con satisfacción al observar los trozos de tela que cubrían sus extremidades. Carcajeó un poco.

-          ¡Gracias! Sabes – fijo su mirada en el otro dios – Por un momento pensé que no serías capaz de curarme

-          ¿Por qué creías eso? – se cruzó de brazos, mientras observaba como el otro tomaba su armadura y comenzaba a colocársela

-          Bueno, porque tus manos son algo…toscas

-          Y, ¿qué esperabas? ¿Manos de doncella? Trabajo con metales, es algo obvio que mis manos sean así – Ares lo miró con cierta incredulidad. Hefesto volvió a sonreír – O, ¿acaso necesitas que te lo explique con manzanas?

Se carcajeó un poco, creyendo que el comentario no haría un efecto negativo en Ares, pero fue todo lo contrario y lo pudo notar al ver que el otro no sonrió en lo más mínimo.

-          Te sueltas mucho cuando alguien te da un poco de confianza

El comentario le tomó por sorpresa, pero sólo duró un segundo para que tu cara tomara su expresión habitual; seriedad.

-          Y tú eres un amargado – le espetó a la vez que guardaba todo lo que ocupó y caminaba hacia la salida.

-          ¿A dónde vas?

-          ¿Realmente te importa? – y al no recibir respuesta, suspiró y se marchó.


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