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Cautivados. por MisakiKiss

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Notas del fanfic:

Fanfic con temática Omegaverse:

 

Cuenta con algunas modificaciones en lo que es la temática en si.

El Omega tan sólo podrá quedar embarazado mediante el celo sin importar si su pareja es alfa o beta.

Alfa mujer puede quedar embarazada de un alfa hombre sin ningún problema.

La mordida significa lazo Supremo, tanto de almas como de cuerpo y no se puede romper nunca.

El instinto animal (lobo, conejo, tigre, ratón, etc.) No altera la relación entre alfa u omega; eso quiere decir que un tigre puede embarazar a un ratón, el instinto animal sólo le da "poderes" especiales.

¿Cómo es la distribución del instinto animal? Fácil. Animales considerados fuertes (Lobo, leopardo, oso, etc.) Son alfas y animales considerados débiles y domésticos (conejo, gato, oveja, etc.) Son considerados omegas.

 

Sin nada más que aclarar, disfruten ^-^

 

El amanecer en el Edo había sido como cualquier otro en invierno, la lluvia caía a cántaros mientras que el viento soplaba con fuerza. El Castillo Õkami; como se le llamaba a la casa del Shogun, se levantaba imperiosa en medio de la hierba y las flores, los criados de aquella vivienda cantaban a viva voz cánticos de alegría y esperanza mientras hacían sus quehaceres. Esa mañana no iba a ser como cualquier otra, esa mañana quedaría grabado en la historia del Edo ¿Por qué? El Shogun Takeshi iba ya a seder su puesto a su único hijo varón después de cumplir con las encomiendas que este le había dejado.
 
Yutaka regresaba victorioso después de una sangrienta pelea con los dueños y protectores del Castillo de Osaka después de cerrarla por completo, totalmente dispuesto a ocupar el puesto de su padre y cuidar de sus cuatro hermanas en todo lo que le resta de vida ¿A caso podía ser más feliz? Toda su vida habia sido preparado y capacitado para poder tomar aquel puesto; y hoy por fin iba a hacerlo, todo Japón iba a pertenecerle de ahora en adelante. 
 
Ni bien el muchacho atravesó la primera parte de la ciudad; montado en su caballo acompañado de los que quedaban de su grupo de combate, la gente gritaba con júbilo cánticos de alegría y alabanza hacia su nuevo señor, las mujeres le ofrecían frutas frescas en sus cestos mientras que los hombres obsequiaban todo tipo de armamento hacia su nuevo emperador. Todos gritaban a viva voz : ¡Que viva el Shogun lobo! ¡Viva el nuevo señor!, Yutaka estaba muy honrado con la calurosa bienvenida de su gente en este día tan lluvioso, que no dudaba ni un segundo de saludar a los niños que se acercaban a su caballo para poder admirar su grandeza.
 
— Mi señor... — Uno de sus samuráis le habló, tratando de no acercarse mucho al castaño. — Están esperando por usted en el gran Castillo.
 
— ¡Oh, Tetsu! Han esperado por mi llegada más de un mes, unos minutos más no harán la diferencia. — la sonrisa de Yutaka era indescriptible, de verdad amaba el tener que velar por la gente del país en el que nació.
 
Minutos más tardes atravesaba la gran puerta del Castillo Õkami junto a su grupo de batalla, los criados los esperaban contentos por todos los lugares del gran jardín que tenía aquel Castillo, los pequeños estanques que en el lugar habían, estaban completamente decorados por las hermosas flores de loto que habían sido sembradas especialmente para recibir al nuevo Shogun. Yutaka bajó de su caballo para continuar a pie lo que quedaba de camino para llegar a sus hermanas, sobrino y padre que esperaban ansiosos por el muchacho. La primera en recibirlo fue su hermana mayor Akiko que iba acompañada de su menor hijo Ken, un niño de apenas cinco años de edad lleno de vitalidad pero que aún no sabía controlar su instinto animal al hacer notar sus pequeñas y puntiagudas orejas de lobo en vez de unas humanas.
 
— ¡Tío!— El pequeño niño saltó a los brazos del muchacho y este gustoso lo recibió dándole un fuerte abrazo. — Mamá y yo orabamos mucho para que regreses con bien y se ha cumplido. — Las suaves caricias del menor a las mejillas de Yutaka lo reconfortaban; Akiko decidió que era momento de volver a tomar a su hijo para que tanto ella como los demás puedan darle la bienvenida a su preciado hermano. 
 
Al saludo de Akiko se le unieron, Harumi y Hoshi; las gemelas, que le regalaron un nuevo manto bordado por ellas y la menor Saya que soñaba algún día con ser igual de fuerte que su hermano, Takeshi se acercó también a saludar a su hijo y así poder todos juntos ingresar a probar el gran banquete de bienvenida que sus criados habían preparado para el joven guerrero. Ni la lluvia ni el viento impidieron que se haga una gran celebración en el Castillo para conmemorar las victorias de Yutaka y este pueda contar sus experiencias. Cuando las hermanas y el pequeño sobrino se marcharon a descansar, el padre tuvo una gran charla con su hijo sobre los problemas que habían en Edo y cual iba a ser su rol en ellos, también le habló sobre la administración y le hizo llegar la confianza que tenía en él.
 
A la mañana siguiente un grupo de señoras muy finamente vestidas; dando a entender que eran esposas de mercaderes de dinero, entraron hechas un mar de lágrimas por las puertas del gran Castillo, nadie podía entender que era lo que hacía sufrir a estas damas, los criados trataron de echarlas sin éxito alguno ya que estas mujeres lloraban aún más provocando así un gran alboroto haciendo que Yutaka saliera de sus aposentos.
 
— Pero ¿Qué es lo que sucede aquí? — la situación era ya, por demás incómoda. Una de las mujeres se tiró a los pies del muchacho sin importarle siquiera si manchaba el excesivamente caro kimono que llevaba puesto.
 
— ¡Oh, mi señor! Usted debe arreglar este infierno — lloraba la señora mientras se aferraba al tobillo del joven Shogun. —  Ese lugar de mala muerte está arrasando con nuestros maridos, esos omegas sin dignidad están logrando que nuestros hombres caigan en deshonra.
 
Y el muchacho al fin pudo entender de que trataba todo esto, trató de tranquilizar a las señoras y dándoles palabras de consuelo logró que se marcharan, no era la primera vez que se recibía quejas de ese lugar. Yoshiwara el lujoso barrio rojo de Edo, había sido creado por uno de sus ascendentes al inicio de la era  y servía para que gente de élite entre alfas y betas puedan saciar sus deseos sexuales con las prostitutas y prostitutos de aquel lugar, su reputación ya era mala por las amas de casa pero se volvió peor al momento en el que todos se enteraron que albergaban a algunos omegas de distinto instinto animal en ese sitio ¿Pero que podía hacer Yutaka? Yoshiwara cumplía con pagar sus impuestos y mostrar sus respetos hacia el Castillo Õkami, además que la prostitución no era un tema prohibido en ese entonces. Pero nada perdía con ir a dar una vuelta por ahí y a la primera infracción cometida, cerrar el lugar para la tranquilidad de al menos, parte de su pueblo.
 
A la mañana siguiente, montado en su caballo y acompañado de un grupo de soldados salió rumbo a Yoshiwara para ver que podía hacer con el conflictivo lugar; casi veinte minutos después el joven Shogun atravesaba el gran arco rojo que daba la bienvenida a los visitantes de ese lugar.
 
Aquel sitio era demasiado concurrido en Edo; desde muy tempranas horas ya recibía visitas de hombres y algunas mujeres que necesitados de placer sexual y atención llegaban a pedir los servicios de cualquier meretriz del barrio rojo. 
 
Una señora de unos cuarenta años vestida muy formalmente con un kimono inasequible; seguramente algún regalo de uno de sus clientes, esperaba gratamente atónita en el gran arco del muro que dividía a Yoshiwara de toda la ciudad, realmente le sorprendía que el joven Yutaka decidiera ir a esos lares de la ciudad, pero ya se imaginaba el porque de la honorífica visita. Haciendo una reverencia y mostrando sus respetos al recién llegado lo dejó ingresar junto a sus hombres a los terrenos de Yoshiwara, muchas mujeres iban de la mano con hombres de buena clase social buscando alguna habitación en donde rendirse a sus más bajas fantasías sexuales.
 
El dulce olor de las colonias baratas inundó sus fosas nasales causándole náuseas, no quería ni imaginar como sería entrar a aquellas habitaciones pero como ya estaba ahí, debía empezar la revisión de una vez para así volver al Castillo lo más pronto posible. Todo el mundo sabía que dentro de Yoshiwara había una gran cantidad de omegas de distintos instintos animales ya que por eso era repudiado el lugar. La gente aún no aceptaba la existencia de estas personas.
 
Takashima Kouyou más conocido en Yoshiwara como Uruha; había sido hijo de una prostituta conejo y un hacendado zorro, que al enterarse que este había nacido Omega como su madre decidió abandonarlo a su suerte en ese lugar con tan sólo seis años de edad. Uruha desde muy pequeño convivió con todo tipo de prostitutas ya que su propia madre al verse abandonada no hacía más que repeler a su hijo y golpearle cada vez que podía.
 
El cobrizo se encontraba atendiendo a su tercer cliente y a penas iba a ser medio día, su cuerpo estaba tan acostumbrado a esto que incluso su propio celo ya no llegaba con normalidad y eso le alegraba, un prostituto como él no podía parir un hijo de alguno de sus clientes, él no podía correr con la misma suerte que su madre; con el hermoso kimono rojo a medio poner esperaba que el comerciante se corriera de una vez y así se pueda largar dejándolo sólo en la habitación en la espera del siguiente cliente. Un sonido estrepitoso se escuchó en toda la habitación, provocando que el comerciante se quitara de encima de Uruha y saliera corriendo a toda velocidad por la puerta que ahora se encontraba abierta de par en par.
 
— Es un Omega, señor.— Ese tono despectivo que usó uno de los hombres que había ingresado se podía notar sin mucho esfuerzo.
 
Instintivamente se arregló el kimono y se sentó a la cama, se sentía terriblemente avergonzado y con unas inmensas ganas de llorar, le importaba poco o nada el hombre que había hablado y el tono crudo que había usado; su mirada se centró en el muchacho de cabellos largos que lo miraba detenidamente, no expresaba sentimiento alguno y eso le incomodaba demasiado ¿Por qué? Eso era una gran pregunta. Fijó su mirada con la contraria y sintió su corazón latir con fuerza mientras que sus mejillas comenzaban a arder como si les hubiera prendido fuego. 
 
— Señor... ¿Se encuentra bien? — otra vez el hombre habló mirando con preocupación al joven Shogun, el aire comenzaba a faltarle.
 
El olor en la habitación había comenzado a cambiar, el olor a canela  de las velas había sido reemplazado por uno completamente diferente, una mezcla de dulce y algo inexplicable que volvía adictos a los dos muchachos, Yutaka dio un paso de forma inconsciente hacia el de cabellos cobrizos pero fue detenido por uno de sus guardias.
 
— Este lugar apesta, no es bueno para usted, joven Tanabe. — Pero este no estaba escuchando en lo absoluto, sus pensamientos se iban uno a uno y tan sólo podía centrarse en la persona delante suyo.
 
Uruha no se encontraba para nada bien, se maldecía internamente por tener el celo en presencia de gente tan importante, de mostrarse tan débil y vulnerable haciéndolo avergonzar aún más, por milésima vez en su vida se odiaba por haber nacido de esa forma, odiaba ser omega, odiaba tener el jodido celo y sobre todo odiaba ser un puto conejo y calentarse con facilidad, trató de respirar hondo para calmar su agitada respiración pero todo parecía en vano, el olor que el joven Shogun emanaba era realmente exquisito, tan dulce que le provocaba llorar. 
 
— Sal de aquí, Tetsu— la voz de Yutaka sonó ronca y dominante, su mirada no se desprendía del cobrizo que había cubierto su cabeza con la tela del kimono. 
 
— Señor...
 
— ¡Obedece!— aquella palabra salió de la garganta del castaño como si fuera un tosco gruñido.
 
Tetsu salió inmediatamente de aquella habitación dejándolos completamente solos mientras que el olor se hacía cada vez más y más intenso, Yutaka se acercó al muchacho y este tan sólo retrocedía buscando alejarse, su corazón latía con fuerza en casa paso que el joven Shogun daba. 
 
— No... no se acerque Majestad.— La voz del menor salió como un adolorido susurro, su cuerpo empezaba a dar espasmos y él buscaba cubrirse aún más.
 
Yutaka hizo caso omiso ante el pedido de Uruha y  continuó acercándose hasta llegar a tocar al pálido muchacho que se encontraba ahora cubierto por completo, su corazón continuaba latiendo precipitadamente en cada movimiento que hacía, se sentó en el gran futón para retirar con delicadeza la fina tela que lo cubría para así de esa forma ir liberando las grandes orejas de conejo que se encontraban caídas y cubrían parte de su delicado rostro.


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