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Spooky por NamuHee

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l. Primer acto.  

Las sirenas resonaron en el lugar, sobresaltándole. Respiró de manera agitada, agachándose en su lugar, como ocultándose.

“Vienen por mí, alguien me delató”

Pensó llevándose las manos hasta la boca, mordiéndose las uñas de manera tediosa, casi dolorosa mientras leves espasmos le recorrían el cuerpo, haciéndole temblar con miedo. Levantó las piernas, doblándolas hasta que estas pudieron tocar su pecho. Se convirtió en un ovillo, tratando de controlar el ataque ansioso que estaba atacando con aparecer en cualquier momento.

“Tengo que salir de aquí antes de que alguien me encuentre”

Murmuró, bajito, contra sus manos mientras sus ojos miraban a todos lados, sin ningún patrón aparente, el nerviosismo haciéndose más evidente conforme los segundos pasaban.

Había llegado ahí hacía poco tiempo, había mantenido las luces apagadas, no había hecho ruido alguno porque alguien habría de llegar en cualquier momento y llevárselo por el crimen que había cometido.

No lo había comentado, nunca lo había hecho, pero sabía, lo presentía, alguien definitivamente se había enterado de lo más terrible que había hecho en su corta vida. Era por ello que tenía que salir de ahí, escapar, volver a esconderse.

Se extiende igual que una enfermedad.

Paranoia.

Ocultó un sollozo en sus manos temblorosas, pasando los dedos nerviosamente por su cabello, su cerebro trabajando al máximo, pensando en un plan que le podría servir. Nadie sabía de su paradero.

Nadie debía de hacerlo.

Comenzó simplemente cuando llegó a la institución, sintiendo repentinamente todos los ojos sobre él.

“Sunggyu, ¿no has visto a Sungyeol?” preguntaron, y él se había paralizado.

“¿Por qué debería de haberlo visto?” contestó tentativamente, cuidando todos sus gestos que podrían delatarle. La otra persona únicamente alzó los hombros.

“Creo que había dicho algo de ir a verte…?” mencionaron, y el corazón de Sunggyu no pudo resonar más fuerte en sus oídos, nublando su sentido con la hiperventilación que lentamente se hacía paso en su cuerpo. Ellos lo saben. Pensó con pánico y les miró fijamente, todos mostrándose indiferentes. Saben disimularlo. Con un jadeo, fue que se alejó, no devolviéndoles la mirada, eso definitivamente le delataría.

Días pasaron, dos exactamente, y Sunggyu no podía evitar esa mirada prejuiciosa sobre su espalda cada vez que pasaba por los pasillos, murmullos llenando el lugar, tensándole por completo. El pánico se volvió incontrolable, cuando, saliendo del instituto, por las puertas de entrada, había un uniformado. Un policía.

“Ah, disculpa, estamos haciendo una investigación” una simple oración y sus oídos punzaron. Entre titubeos y palabras entrecortadas fue que contestó, excusándose con el hecho de sentirse mal. Dejando al oficial con las palabras en la boca, se alejó del lugar, no dándole más tiempo a preguntas. Sabía que perdería el control y lo diría todo, pero era demasiado temprano para arrepentirse de los hechos.  

Fue entonces esa noche que lo decidió. Escaparía, la ley no podía atraparle.

Sin decir una palabra a nadie y únicamente con una mochila por el hombro, inclusive dejando su teléfono móvil por detrás, fue que salió de su departamento, cubriéndose la cabeza con la capucha de la chaqueta negra. Trataría de confundirse. Nadie debía de encontrarle.

El poco dinero que llevaba en el bolsillo fue suficiente para servirle en rentar una habitación en un motel de mala muerte, pero prefería eso.

Cuando las sirenas sonaron una segunda vez fue que el pánico se propagó más de lo que debía. Se asomó entonces por la ventana, sutilmente su mirada llegó hasta la carretera sin encontrar un rastro de alguna patrulla, pero aun así no se sentía tranquilo.

Sin alguna precaución se movió por la habitación pudiendo encontrar una ventana trasera, lo suficientemente grande para dejarle pasar por ahí.

“Es ahora o nunca” masculló, y sacando fuerza de algún lado pudo romper el cristal. Un último quejido escapó de sus labios, abriéndose paso hasta salir del lugar.

Nadie debía de encontrarle.

Al menos no con vida.

 

 

ll. Inicio.

Enterró con fuerza la pala en la tierra, levantando por lo menos un gran montón antes de lanzarlo con la misma intensidad. Torpe e inexperto, movía la herramienta de un lado a otro en movimientos cada vez más apresurados. La cuestión estaba en terminar con esto de una vez por todas. Porque, sencillamente, no pensó que tendría que encontrarse en una situación como aquella.

Tener que ocultar un cuerpo de los ojos curiosos.

La noche estaba en su punto, y la luna parecía interrumpir con su luz en medio de tan atrevida acción inmoral. Se arremangó la camisa blanca, continuando con sus movimientos de la tierra, habiéndose asegurado con anterioridad que no había un alma cerca. Ni siquiera tenía idea de cómo había llegado ahí a tan altas horas de la noche sin un transporte, pero se las había ingeniado. Porque cuando tienes que hacer algo, encuentras la manera de lograrlo de una forma u otra.

Movió la pala, palpando la tierra unas cuantas veces, tratando de que el pequeño bulto pasara desapercibido.

Hundido en medio de la nada, esperando a no ser encontrado.

Sepultado.

Había estado furioso, enojado y resentido. La ira incontrolable nunca le había definido, jamás lo habría reconocido así, pero ésta había sido una ocasión en la cual no pudo evitar hacer lo que hizo. Su cuerpo se había movido por sí solo y cuando se dio cuenta fue que lo encontró inerte. A él. A Sungyeol.

Sus manos aprisionaron el cuello contrario y sus dedos habían presionado con tal fuerza que no pudo medir. “Sólo quiero que te calles” había susurrado de manera venenosa, mascullando entre dientes, la fuerza en sus manos siendo una que estaba seguro nunca había utilizado. Y cuando le soltó, con su respiración agitada, fue que el chico cayó frente suyo. Observó por largos segundos el cuerpo, sus manos hechas puños y solo pudo pensar una única cosa.

“Tengo que ocultarlo”

Ni siquiera llegó a preocuparse por su apariencia, continuando aun con el uniforme fue que tomó la herramienta tal como la pala y salió del domicilio, de alguna manera con el cuerpo a cuestas, tuvo la suerte en esa ocasión que nadie observara, que ningún ojo curioseara, así como tuvo la certeza que las cámaras ese día tenían mantenimiento. Era como si todo se hubiera alineado.

El remordimiento nunca había llegado.

Se pasó la mano por la frente, llevándose consigo el sudor que las acciones habían provocado y suspiró con fuerza, enterrando entonces la punta de la pala en la tierra a un costado suyo.

Esto era lo que debía pasar.

“Era un mal día para una conversación, él debió de haberlo sabido” mencionó el castaño a la nada. “Kim Sunggyu te metiste en algo donde no podrás salir” se dijo, con la mirada fija en la tierra negra y con su expresión estoica.

No era tiempo como para reacciones que lo meterían en mayores problemas.

Como si quitarle la vida a alguien no era suficiente.

Dejó salir un sonido nasal y giró sobre sus talones, llevándose la pala consigo, haciendo un leve arrastre antes de levantarla por completo del suelo pedregoso y emprendió el camino de regreso al departamento, un largo camino. Dio un par de pasos antes de detenerse frente al puente por el cual tenía que cruzar y llevó la mirada hasta la mano que sostenía la herramienta. Dando una fugaz mirada al puente la lanzó, mientras menos pistas dejaba atrás, mucho mejor. El chapoteo fue lo único que pudo escuchar y dejarle tranquilo mientras emprendía camino una vez más.

Llegó a su hogar, entrando con los pies arrastrando, sin expresión alguna mientras escuchaba la madera del piso crujir bajo sus pasos. Se dirigió al baño, y al encender la luz fue que pudo notar su deplorable estado. Era demasiado tarde y estaba cansado, definitivamente un baño relajante podría hacer maravillas en ese instante.

Se dio un extenso baño, aprovechando el calor tibio del agua, y salió como una nueva persona, una pequeña sonrisa en su rostro, volviendo a arrastrar los pies hasta llegar a la habitación, donde después de colocarse el pijama, se dejó caer con pesadez sobre la cama. Un gemido de agrado saliendo de entre sus labios, acomodándose en lo mullido del colchón, las almohadas sintiéndose como malvaviscos en ese momento.

Cayó rendido, durmiéndose casi al instante.

Sin remordimiento alguno.

No pensando un solo segundo en lo que había hecho.

 


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