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Roces de memorias por Eriel

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Estábamos en nuestro árbol, ese que estaba cerca de nuestras casas pero lejos de la civilización, cuando de la nada y sin mirarme dijiste.

-Ya no puedo estar aquí-

Sólo eso y te sentaste en silencio. Me asuste, pensé que esta vez tendría más tiempo. Creí que te quedarías conmigo.

-Solo no te vayas ahora. Quédate a mi lado un día más. Dejame grabar tu rostro en mi alma y tu alma en mi espíritu.-

Te dije asustada. No podías irte si recién llegabas, no sí todavía mis manos extrañaban tu piel. Pero no contestaste mis plegarias y te quedaste de espaldas.

¿Acaso te daba miedo verme a la cara? ¿O a vos también te dolió dejarme?

-No puedo quedarme sola de nuevo y lo sabes. Ya no voy a esperar aquí sentada a que un día te dignes a volver-

Te dije, pero tampoco giraste. Te vi dejar escapar un suspiro cargado de cansancio y comenzar a caminar sin decir nada, sin mirarme. Me dejabas ahí, sola.

-Volve ahora. Ni se te ocurra dejarme con la palabra en la boca ¿Tan poco te importo?-

Pero seguiste caminando,ignorandome a mi y a mi dolor. Estaba furiosa, me sentía impotente, no sabía qué hacer para detenerte, para que habláramos. Entonces te seguí, corrí para alcanzarte pero cuando mis dedos rozaban tu brazo desapareciste. Sí, así de la nada, desapareciste.

Me caí en la tierra y me quedé allí con las rodillas llenas de barro y los ojos llenos de lágrimas. No podía moverme, hablar, o levantar la vista para ver el cielo claro que había sobre mí. Las luces me encandilaron la vista y me hicieron abrir los ojos.

Pestañee varias veces y aclare la vista, me moví a pasos torpes y a empujones me pare frente al espejo y acomode el cabello. Saqué de la cartera un brillo labial, ya se me había corrido todo el maquillaje. El baño estaba repleto de chicas alteradas por la música y el alcohol. Nosotras también estábamos algo mareadas, vos por el alcohol y yo por tu presencia.

Después de cruzar más de media pista de baile te vi apoyada en la barra y una ilusa sonrisa se escapó de mis labios. Llegue lo más rápido que pude a tu lado, pero ya no estabas sola, hablabas con unos chicos, que se veían demasiado interesados en vos aunque no parecías prestarles mucha atención.

-An, dame un beso-

Dijiste como si nada mientras compartían una mirada cómplice con esos muchachos. Yo te miré avergonzada, jamás habíamos hablado sobre eso y tampoco nos habíamos besado alguna vez en público.  Sin antes dejarme opinar tus labios chocaron con los míos y tu lengua me robó las palabras. Me sentí nadar por un momento y sin dejarme participar del crudo beso tu boca se alejó rápida.

-¿Vieron? Ahora me deben un trago-

Les dijiste a los exaltados chicos que se reían de nosotras, si de nosotras. Yo los miraba perdida en la situación, en las risas, en todo.

¿Me habías besado por un trago? ¿Se había ocurrió en algún momento preguntarme si quería hacerlo?¿Te importó en algún momento lo que yo sentía?

Claro que no, jamás te había importado. Siempre estas vos primera, vos y lo que te importa vos, yo solo era un factor secundario.

Molesta salí del lugar empujando a todos en el camino y me paré en la puerta esperándote, pero no saliste a buscarme.

¿Te diste cuenta de que me fui?¿Porque no me seguiste?¿Acaso no te importe jamás?

Comencé a caminar hacia ningún lugar en particular, sólo quería alejarme de todo. Cansada me pare en un esquina y me di cuenta que no sabia donde estaba. Era de noche, no había nadie en la calle y no sabía volver a casa y aún en esa situación no podía dejar de pensar en cómo estabas. Cansada del amor que sentía por vos me arrodille en el suelo y cerré los ojos. Deseaba tanto descansar, pero el sol negado a cumplir mis deseos comenzó a brillar con tanta furia en mi habitación que me obligó a despertar.

Allí estabas a mi lado, desnuda, dormida y hermosa. El sol brillaba en tu piel dorada y mis ojos se derretían al verte allí tan perfecta y soñada. Mis manos ardían por tocarte, por sentirte mía, por ser tuya. Pero, siempre existe el pero, vos no eras mía sólo eras un préstamo del destino y no te ibas a quedar para mi, jamás me dejarías ser tuya. Tus manos me rozaban en un toque tonto e inocente pero mis ansias y pasión hicieron que todo fuera más sensible.

Nos regamos el cuerpo de caricias y de besos, de lugares ocultos que exploramos juntas en secreto e intimidad. Nos sentíamos una y muchas a las veces, éramos el todo y la nada, el frío y el viento. Nuestra piel acalorada se incendiaba de crudos rojos que no impedían que nuestras bocas y manos detuvieran su labor. Nuestro cabello enredado se mezclaba al ritmo de nuestros bruscos y rápidos movimientos que llevaban el compás del mundo, la pasión desaforada y las ansias de más. Te oí gritar incoherencias mientras yo susurraba tu nombre y saboreaba cada vocal. Con la respiración agitada y el sueño pesando sobre nostras estiraste el brazo y uniste nuestros cuerpos desnudos y sensibles. Nos arropo la mañana y el rocío, me despertó tu ausencia y el frío de la soledad de un amor no correspondido. 

La angustia me invadió, el dolor me era indescriptible, mis ojos lloraban y mi pecho ardía. Un grito de soledad se apagaba con el sol y mi habitación se volvía de noche. Mis ojos se abrieron y la certeza de haber estado soñando me invadió, pero aún sabiendo que era solo un sueño no puede parar de llorar. Tu lugar en la cama estaba frío y mis rodillas estaban llenas de barro.

 


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