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Nada menos que todo un hombre por yuki kunimitsu

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Notas del capitulo: Hola bienvenidos a un nuevo fan fic de mi parte,  antes de que empiecen a leer deben saber que gravi no es mío, pero eso todos lo saben, y que el libro “nada menos que todo un hombre” tampoco me pertenece, pertenece al autor M de Unamuno, reacuérdenlo es solo de él, y yo soy una simple plagiadora n.n    
* capitulo 1

 

 

La fama de la hermosura de shuichi estaba esparcida por toda la comarca que ceñía a la vieja ciudad de Renada; era shuichi algo así como su belleza oficial, o como un monumento más, pero viviente y fresco, entre los tesoros arquitectónicos de la capital. “voy a Renada- decían algunos – a ver la catedral y a Shuichi Shindo”.
Había en los ojos del hemozo como un agüero de tragedia. Su porte inquietaba a cuentos lo miraban. Los viejos se entristecían al verlo pasar, arrastraba tras sí las miradas de todos, y los mozos se dormían aquella noche más tarde, y el, consiente de su poder, sentía sobre si la pesadumbre de un porvenir fatal. Una voz muy recóndita, escapaba de lo más profundo de su conciencia, parecía decile: “! tu hermosura te perderá ¡”  y se distraía para no oírla.
El padre de la hermosura regional, don Koji Shindo, sujeto de muy brumosos antecedentes morales, tenía puestos en su hijo todas sus últimas y definitivas esperanzas de rendición económica, Era agente de negocios, y éstos le iban de mal en peor. Su último y supremo negocio, la última carta que le quedaba por jugar era el hijo. Tenía también una hija: pero era cosa perdida, y hacía tiempo que ignoraba su paradero. – ya no nos queda más que Shuichi- solía decirle a su mujer-; todo depende de cómo se nos case o de cómo la cesemos. Si hace una tontería, y me temo que la haga, estamos perdidos

 

-         ¿y a qué se le llamas hacer una tontería?-
-         ya saliste tú con otra. Cuando digo que apenas si tienes sentido común, Tsukino-  
-         ¡ y qué le voy a hacer, Koji! Ilústrame tú, que eres aquí el único de  algún talento-
-         pues lo que aquí hace falta, ya te lo he dicho cien veces, es que vigiles a Shuichi  y le impidas que ande con esos noviazgos estúpidos, en que pierde el tiempo, las proposiciones y hasta la salud las renatenses  todas. No quiero nada de reja, nada de pelar la pava; nada de noviazgos estudiantillos.-
-         ¿y qué le voy a hacer?-
-         ¿qué le vas  a hacer?, hacerlo comprender que el porvenir y el bienestar de todos, nosotros, de ti y el mío, y la honra acaso, ¿lo entiendes…?
-         Sí, lo entiendo.-
-         ¡no, no lo entiendes! La honra, ¿lo oyes?, lo honra de la familia depende de su casamiento. Es menester que se haga valer.
-         ¡Pobrecillo!
-         ¿pobrecillo? Lo importante es que no empiece a echarse novios   absurdos, y que no lea esas novelas disparatadas que lee y que no hacen si no los cascos y llenarle la cabeza de humo
-         ¡pero y qué quieres que haga…!
-         Pensar con juicio, y darse cuenta de lo que tiene con su hermosura, y saber aprovecharla-
-         Pues yo a su edad
-         ¡vamos, Tsukino, no digas más necedades! No abres la boca más que para decir majaderías. Tú, a su edad…tú, a su edad…mira que te conocí entonces…
-         sí, por desgracia…

 

Y separábanse los padres de la hermosura para comenzar al siguiente día  una conversación parecida.
 Y el pobre Shuichi  sufría, comprendiendo toda la hórrida hondura de los cálculos de su padre. “me quiere vender- se decía- para salvar sus negocios comprometidos; para salvarse acaso del presidio”. Y así era
Y por instinto de rebelión acepto Shuichi el primer novio.
    -    mira, por Dios, hijo mío- le dijo su madre-, que  ya sé lo que hay, y le he visto         rondando la casa, y hacerte señas, y sé que recibiste una carta suya, y que le contestaste…
    -   ¿Y qué le voy a hacer, mamá? ¿Vivir como un esclavo, prisionero, hasta que venga el   sultán a  quien papá me venda?
   -   no digas esas cosas, hijo mío…
   -   ¿no he de poder tener un novio, como le tienen los demás?
   -    sí, pero un novio formal.
   -    ¿ y cómo se va a saber si es formal o no? Lo primero es empezar. Para llegar a   quererse, hay que tratarse antes.
  -   quererse…, quererse…
  -   vamos, sí, que debo esperar al comprador.
  -  ni contigo ni con tu padre se puede. Así sois los Shindo. ¡ay, el día en que me casé¡
  -  eso es lo que yo no quiero tener que decir un día.
Y la madre, entonces, lo dejaba, Y él, Shuichi, se atrevió, afrontándolo todo, a bajar a  habla con el primer novio a una ventana del piso bajo, en una especia de lonja. “si mi padre nos sorprende así- pensaba-, es capaz de  cualquier barbaridad conmigo. Pero mejor, así se sabrá que soy una víctima, que quiere especular con mi hermosura”. Bajo a la ventana, y en aquella primera entrevista le contó a Suguru, un incipiente tenorio renatense, todas  las lóbregas  miserias morales a su hogar. Venía a salvarlo, a redimirlo. Y Suguru sintió, a pesar de sus embobecimientos por el hermoso, que le abatían los bríos “a este mocito- se dijo él- le da por lo trágico; lee novelas sentimentales”. Y una vez que logró que se supiera en toda Renada cómo la consagrada hermosura regional le había admitido a su ventana, buscó medio de desentenderse del compromiso. Bien pronto lo encontró. Por que una mañana bajó Shuichi descompuesto, con los espléndidos ojos enrojecidos, y le dijo:
-  ¡Ay, Suguru; esto no se puede ya tolerar; esto no es casa ni familia: esto es un infierno. Mi padre se ha enterado de nuestras relaciones, y está furioso. ¡ Figúrate que anoche, porque me defendí, llegó a pegarme!
-   ¡Qué bárbaro!-
-   no lo sabes bien. Y dijo que te ibas a ver con él…
-   ¡a ver, que venga! Pues no faltaba más.
Mas, por lo bajo, se dijo: “hay que acabar con esto, porque ese ogro es capaz de cualquier atrocidad si ve que le van a quitar su tesoro; y como yo  no puedo sacarle de trampas…”
-         di, Suguru, ¿tú me quieres?-
-         ¡vaya una pregunta ahora…!
-         Contesta ¿me quieres?-
-         ¡con toda el alma y con todo el cuerpo, Shuichi!
-         ¿pero de veras?
-         ¡y tan de veras!
-         ¿estás dispuesto a todo por mí?
-         ¡A todo, sí!
-         Pues bien, róbame, llévame. Tenemos que escaparnos; pero lejos, muy lejos, adonde no pueda llegar mi padre.
-         ¡repórtate, chiquillo!
-         ¡No. No, róbame; si me quieres, róbame! ¡Róbale a mi padre su tesoro, y que no pueda venderlo! ¡no quiero ser vendido: quiero ser robado! ¡róbame!

 

  Y se pusieron a concertar la huida.
Pero al siguiente día, el fijado para la fuga, y cuando Shuichi tenía preparado su harto de ropa, y hasta avisado secretamente al coche, Suguru no apareció.
“¡cobarde, más que cobarde! ¡Vil, más que vil!- se decía  el pobre shuichi, echado sobre su cama y mordiendo de rabia la almohada- ¡Y decía quererme! No, no me quería a mí; quería mi hermosura. ¡Y ni esto! Lo que quería es jactarse  ante toda Renada de que yo, Shindo Shuichi, ¡nada menos que yo!, le había aceptado aceptado por novio. Y ahora irá diciendo cómo le propuse la fuga. ¡Vil, vil, vil! ¡Vil como mi padre! ¡Vil como hombre!” y cayó en mayor desesperación.

 

-         ya veo, hijo mío- le decía su madre-, que esto ha acabado, y doy gracias a Dios por ello. Pero mira, tiene razón tu padre: si sigues así, no harás más que desacreditarte.
-         ¿si sigo cómo?
-         Así, admitiendo al primero que te solicite. Adquirirás fama de coqueto y…
-         Y mejor, madre, mejor. Así acudirán más. Sobre todo, mientras no pierda lo que Dios me ha dado.
-         ¡ Ay, ay! De la casta de tu padre, hijo!
Y, en efecto, poco después admitía a otro pretendiente a novio. Al cual le hizo las mismas confidencias  y le alarmó lo mismo que a Suguru. Sólo que Hiro era de más recio corazón. Y por los mismos pasos contados llegó a proponerle lo de la fuga.

 

-         mira, Shuichi- le dijo Hiro- yo no me opongo a que nos fuguemos; es más, estoy encantando con ello, ¡figúrate tú! Pero y después que nos hayamos fugado, ¿adónde vamos, que hacemos?
-         ¡eso se verá!
-         ¡No; eso se verá, no! Hay que verlo ahora. Yo, hoy por hoy, y durante algún tiempo, no tengo de qué mantenerte; en mi casa sé que no nos admitirían; ¡y en cuanto a tu padre…! De modo que, dime, ¿qué hacemos después de la fuga?
-         ¿Qué? ¿No vas a volverte atrás?
-         ¿Qué hacemos?
-         ¿no vas  a acobardarte?
-         ¿Qué hacemos, di?
-         Pues… Suicidarnos
-         ¡Tú estás loco, Shuichi!
-         Loco, sí; loco de desesperación, loco de asco, loco de horror a este padre que me quiere vender… Y si tú estuvieses loco, loco de amor por mí te suicidarías conmigo
-         Pero advierte, Shuichi, que tú quieres que esté loco de amor por ti para suicidarme contigo, y no dices que te suicidarás conmigo por estar loca de amor por mí, sino loca de asco a tu padre y a tu casa y a tu casa. ¡N o es lo mismo!
-         ¡Ah! ¡Que bien discurres! ¡el amor no discurre!

 

Y rompieron también sus relaciones. Y Shuichi decía: “tampoco este me quería a mí, tampoco éste. Se enamoran de mi hermosura, no de mí. ¡Yo doy cartel!” y lloraba amargamente

 

-         ¿ves, hijo mío- le dijo su madre-; no lo decía? ¡ya va otro!
-         E irán cien, mamá; cientos, si, hasta que encuentre el mío, el que me libere de vosotros. ¡querer venderme!
-         Eso díselo a tu padre-  

 

Y se fue doña Tsukino a llorar a su cuarto, a solas.

 

-         mira, hijo mío- le dijo, al fin, a Shuichi su padre-, he dejado pasar eso de tus dos novios, y no he tomada las medidas que debiera; pero te advierto que no voy a tolerar más tonterías de esas. Conque ya lo sabes.
-         ¡pues hay más!- exclamó el hijo con amarga sorna y mirando a los ojos de su padre en son de desafío
-         ¿y qué hay?- preguntó éste, amenazador.
-         Hay… ¡que me ha salido otro novio!
-         ¿otro? ¿Quién?
-         ¿Quién? ¿A que no aciertas quién?
-         Vamos, no te burles, y acaba, que me estás haciendo perder la paciencia.
-         Pues nada menos que don Segushi Tohma de Cabuérniga
-         ¡Qué barbaridad!- exclamó la madre

 

Don Koji palideció, sin decir nada.  Don Segushi Tohma de Cabuérniga era un riquísimo hacendado, disoluto, caprichoso en punto a mujeres, de quien se decía que no reparaba en gastos para conseguirlas; casado, y separado de su mujer. Había casado  ya a dos, dotándolas espléndidamente

 

-         ¿y qué dices a eso, padre? ¿te callas?
-         ¡que estás loca!
-         No, no estoy loca ni veo visiones. Pasea la calle, ronda la casa. ¿le digo que se entienda contigo?
-         Me voy, porque si no, esto acaba mal.

 

Y levantándose el padre se fue de casa
- ¡pero hijo mío, hijo mío- te digo, madre, que esto ya no le parece mal; te digo que era capaz de venderme a Don Tohma
La voluntad del pobre muchacho si iba quebrando. Comprendía que hasta una venta sería una redención. Lo esencial era salir de la casa, huir de su padre, fuese como fuese

 

 

 

Muy bien aquí acaba el capitulo uno muchas gracias a quienes llegaron hasta aquí

 


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