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Castigo por Aomame

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Castigo

La copa de whisky se resbaló de sus dedos temblorosos. El estruendo, que ésta hizo al hacerse añicos en el suelo, atrajo a Pepper desde la  oficina. Tony escuchó sus pasos por el pasillo y después, detenerse en el umbral de la entrada a la sala. No levantó la vista hacia ella, permaneció sentado en el sofá mirando entre sus pies los vidrios y el alcohol sobre la alfombra.

—¿Tony, estás bien?—Pepper le llamó en el medio de esa habitación sumergida en la penumbra.

La falta de respuesta por parte del hombre, la asustó. Caminó hasta él y se sentó a su lado en el sofá. Lentamente, como si no quisiera asustar a un gato, posó su mano en el hombro del ingeniero.

—¿Tony?

—Iba a hacer una estupidez—murmuró, al tiempo que abría sus puños y miraba sus palmas—. Estuve a nada de cometer una verdadera estupidez.

—¿Qué pasó, Tony?—Pepper notó el temblor en sus manos, y percibió en su tono de voz un nerviosismo que rayaba el llanto.

El castaño volteó a verla, a pesar de la poca luz, Pepper dio cuenta de su enrojecimiento.

—Se le parecía mucho, al menos eso creí.

—¿A quién?—Pepper se mordió la lengua, puesto que ya sabía la respuesta.

—A él—Tony tragó saliva y ahogó por un instante el nudo en su garganta—. Se parecía a él. Tenía su estatura, su cabello era rubio, sus ojos azules; tal vez, no tenía su cuerpo, pero eso no me detuvo, Pepper.

—¿Qué fue lo que hiciste? —de alguna manera,  estaba muy preocupada.

Después de la muerte de Steve, Tony había estado a solas con su cuerpo; y al salir de la habitación, ya no era el mismo. Luego, vino el funeral. En su discurso, Tony lloró, es más, ni siquiera pudo terminar. Se derrumbó en el entierro, y al volver a casa, destruyó todo lo que encontró a su paso. Estaba lleno de rabia consigo mismo, se odiaba tanto en ese momento que fue a su taller y desmantelo sus trajes, los destrozó uno a uno, enceguecido por las lágrimas que corrían sin parar por sus mejillas.

Nadie se atrevió a detenerlo, ni siquiera ella. Sus aliados pensaron que lo mejor era dejar que se desahogara, quienes alguna vez fueron sus aliados, pensaron que se sabía lo suficientemente culpable como para consolarlo. Pero el verdadero problema era que Tony no escuchaba. Sólo lloraba. Cuando terminó con el último traje, se encerró en la que alguna vez fue la habitación de Steve. Estuvo ahí tres días. No hubo fuerza humana o no humana, que pudiera sacarlo de ahí.

Entonces, cuando salió y parecía estar más sosegado, volvieron las conductas auto destructivas. Esas que había dejado de tener cuando Steve habló con él, en cierta ocasión, respecto a su posible alcoholismo. Ya no estaba el capitán para dirigirle una mirada severa  del otro lado de la barra. Así que, Tony volvió a las fiestas, al alcohol y al juego; también volvió a las mujeres, las cuales desfilaban una tras otra por su habitación. Pepper y Rhodey habían frustrado un intento de Tony de probar la cocaína, y otra más, de abrirse las venas con una botella rota. Lo detuvieron de una manera que no habrían querido, pero que era la única que parecía tener eficacia. Le dijeron que a Steve no le habría gustado que se hiciera daño y mucho menos de esa manera.

Aun así, Tony seguía enloquecido, con una herida abierta que no cerró en un año. Pepper siempre estaba preocupada por él. Y esa noche, no era la excepción.

—¿Qué hiciste, Tony?

El castaño no respondió, hundió el rostro en sus manos y lloró en silencio. Sólo sus hombros se estremecían, delatándolo.

—Se parecía a él—dijo después, cuando Pepper le trajo un vaso de agua y una manta; estaban en pleno invierno y la calefacción aún no calentaba la sala—. No sé, pensé que era él, ¿sabes?

—Tony…

—Lo invité… jamás había hecho eso con un hombre. Lo invité a pasar la noche conmigo, Pepper.

La chica sólo tragó saliva y le miró, intentando mostrarle su comprensión.

—Aceptó y fuimos a un cuarto de hotel.

—¿Lo hiciste con él?

Tony negó  lentamente.

—Sus besos no tenían su sabor, no eran como los de él. El aroma de su piel no era ni un poco cercano. Su abrazo era débil, sin fuerza, sin los músculos que me estrujaban la piel. El roce de sus dedos era torpe; no me conocía. Mi cuerpo le era ajeno, como a mí me era el suyo. La ilusión se rompió. No era él, no podía ser él y  jamás sería él. Me aparte de él, lo alejé de mí. Huí.

—Está bien, Tony—Pepper lo atrajo en un abrazo—. Hiciste lo correcto.

Pero Tony sacudió la cabeza  en desacuerdo.

—¿Cómo pude siquiera creer que se parecía a él?—sollozó—¡Nadie puede parecerse a él! ¡¿Cómo es que por mi mente paso esa idea estúpida, Pepper?! ¡¿Cómo?!

La chica se mordió el labio inferior. El castaño se puso de pie; una vez más, estaba molesto consigo mismo.

—Él no me perdonará esto. Él no me perdonará nunca. Nunca ¡Nunca!—de un manotazo derribó la licorera que contenía el whisky, la cual se estrelló en la pared y se rompió.

Pepper se encogió en sí misma. No sabía qué hacer para calmarlo, así que sólo se le ocurrió pedirle a VIERNES que llamara a alguien.

Tony no la escuchó, él ya no estaba pendiente de su entorno. Sentía un terrible dolor quemándole por dentro. Estaba triste, más allá de la depresión. Nada aliviaba el dolor que hería su corazón y alma cada día. Tampoco, nada, era capaz de acallarlo, ni siquiera el dolor mismo. Podía herirse una y otra vez; pelear en peleas callejeras, cortarse con la navaja de afeitar, alcoholizarse hasta la inconsciencia, podía darse un tiro en alguna parte del cuerpo, y nada de eso lo salvaría del dolor.

Había tocado fondo esa noche, al menos, en su concepción. Llegar a ver a Steve en un hombre que no le llegaba ni a los talones, era lo peor que podía pasarle. Concebir la idea de dormir con esa… cosa, no se la perdonaba ni  él mismo. Cabello rubio lo podía tener cualquiera, pero ninguno se sentiría igual entre sus dedos; ojos azules, los podía tener cualquiera, pero ninguno tendría el brillo ni la mirada que lo enloquecían. Nadie, en ningún lugar posible de cualquier maldito universo, ni siquiera si se trataba de otro Steve, podría compararse con el suyo, con su Steve; con el hombre que amó y que una vez, lo amó. 

—¿Por qué?—se preguntó al tiempo que se dejaba caer de rodillas  y se apoyaba en la base de la barra de su mini bar.

¿Por qué habían tenido que pelear?  Si bien, no se puede estar siempre de acuerdo, ¿por qué habían llegado a esos extremos? Steve era terco, él también.  Pero, ¿y si tan sólo se hubieran sentado a hablar? Tal vez, habrían encontrado una mejor manera de llegar a un acuerdo. Tal vez, habrían escrito ellos sus propios acuerdos, unos que satisfarán a todo el mundo. Tal vez… ahora mismo, él y Steve estarían compartiendo una cama, tal vez dormirían o tal vez, harían el amor. ¿Por qué las cosas tenían que pasar así?

—Creí que era lo correcto—sollozó ante una atónita Pepper, que sólo podía mirarlo, sintiendo su corazón estrujarse—. Pero, de pronto, comencé a hacer cosas que no eran correctas. Lo sabía, pero no me detuve. Y nada de eso… ni ganar, ni imponerme… nada valió la pena. ¿Cómo podía valer la pena, si el costo de todo ello fue perderlo a él?  Tengo lo que merezco, supongo.

Se quedó un momento en silencio, como pensando. Entonces, se incorporó; se dirigió detrás del bar y comenzó a buscar algo en él.

—¿Tony? ¿Qué buscas?—Pepper se levantó también y se acercó al bar, ahora sí, sumamente preocupada.

Pero él no contestó, siguió buscando, hasta que localizó lo que quería. Era una caja rectangular de madera. Sonrió cuando la tuvo entre sus manos y luego, como si tuviera algo precioso en su interior, la dejó sobre la barra.

—Este es mi boleto—dijo al tiempo que tamborileaba los dedos sobre la tapa de la caja y le sonreía—, podré verlo de nuevo, Pepper.

Pepper se asustó. No necesitaba ver el contenido de la caja para saber de qué se trataba. Estiró las manos y antes de que Tony pudiera hacer algo, le quitó la caja y echó a correr con ella. Agradeció que el genio estuviera un poco ebrio, aquello le dio la ventaja que necesitaba para llegar al despacho y cerrar la puerta. Ordenó a VIERNES que no lo dejara pasar, por más que éste se lo ordenara. Era una cuestión de vida o muerte. Dentro del despacho abrió la caja y confirmó sus sospechas: se trataba de un revólver.

Escuchó los pasos torpes de Tony acercarse y como, al llegar a la puerta, la golpeaba con la palma de la mano.

—¡Pepper, devuélvemela!—Lo escuchó decir.

—¡No!—dijo al tiempo que buscaba su teléfono móvil y marcaba a Rhodey.

—¡Voy a tirar la puerta, Virginia!

—¡Haz lo que quieras, no te la voy a dar!—la llamada no entró, la envió a buzón y eso la puso más nerviosa. Pensó, entonces, en Natasha y buscó su número.

—¡VIERNES abre!—Tony estaba afuera enfurecido, y cuando la IA le dijo que no seguiría su orden, la amenazó con desmantelarla, pero ni siquiera eso hizo efecto.

—Nat, Nat—Pepper suspiró con alivio al escuchar la voz de la espía—, ven, Tony enloqueció.

—Bucky va para allá—le dijo Nat— Nos llegó un mensaje de VIERNES…

—¡Pepper, abre!

—¡Qué no!—y añadió—¿Crees que Steve le gustaría que te suicidarás? Ya hablamos de esto, Tony. Si hay algo que él no te perdonaría jamás, sería que hicieras algo así. ¡Para ya de hacerte daño!

Al silencio, le siguió un sollozo. Tony apoyó la frente en la puerta.

—Por favor, Pepper—dijo—, sólo quiero verlo de nuevo. Yo… lo extraño tanto, lo extraño tanto, tanto, tanto…

—Lo siento, Tony, de verdad lo siento. Pero todos le prometimos a Steve que te cuidaríamos, aún en contra de tu voluntad.

—No es cierto. No… él no les dijo nada de eso…

—Lo hizo, Tony—Pepper se acercó a la puerta y apoyó su mano en ella como si pudiera, a través de ella, tocarlo y darle consuelo—. Es sólo que no lo sabes, pero Steve dejó una última voluntad.

Sin embargo,  sus palabras, en lugar de consolarlo, le provocaron más llanto. Pepper estaba a punto de añadir más, cuando escuchó la voz del soldado del invierno del otro lado; se sintió más segura y abrió la puerta.  Tony estaba sentado en la alfombra y Bucky de cuclillas frente a él; Pepper, imitó a éste último y abrazó suavemente al castaño.

—Pepper te dice la verdad, Stark—dijo Bucky—Él dejó una carta, donde nos pedía cuidar de ti. Él no te tenía rencor alguno, él te amaba.

Tony hipó y vio, entre sus lágrimas, como el soldado del invierno le tendía algo.

—¿Qué…?

Sujetó aquello, y lo reconoció de inmediato: eran las placas de identificación de Steve.

—Las liberaron hoy; eran parte de las evidencias de la investigación—explicó Bucky—. Te pertenecen. Como te pertenece su corazón. Sé que eso no te ayudará mucho, pero debes saberlo.

Tony apretó las placas en sus manos y luego, contra su pecho.  Bucky y Pepper lo llevaron a su habitación; el primero se llevó el arma, mientras la segunda se quedó cerca para vigilarlo hasta que se quedara dormido.  

Cuando llegó la mañana, nada había cambiado. El dolor era el mismo. Nada lo aliviaba, ni siquiera saber que Steve murió amándolo. Eso sólo había hecho más profunda la herida. Nunca terminaría. Si no lo tenía a su lado, nunca se acabaría. Sin embargo, pensó, ya no intentaría destruirse. Era lo único que, tal vez, sí había cambiado.

—Vivir es mi castigo, ¿no es así, amor? —dijo al besar el nombre grabado en las placas, y después,   colocó éstas en su cuello—. El tuyo, esperarme.  

 

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado.

Sigo intentando una Angst, creo que ahí va.

Gracias por la idea! tú sabes quién eres XD

 

Hasta la próxima!

 


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