Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Alien por Atelo

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Este pequeño one shot se me ocurrió mientras estaba completamente estresada haciendo un ensayo sobre La vida es sueño para la universidad. (Si no han leído ese libro, háganlo, no se van a arrepentir <3).

 

La verdad es que sigo estresada porque el trabajo debo entregarlo mañana, pero qué más da xD necesitaba hacer esto. 

 

Disclaimer: Ninguno de los personajes de FMA me pertenecen, son de Arakawa

Espero que les guste <3

 

 

   Como un hombre de ciencias, siempre fui escéptico a las creencias sobrenaturales a las que la gente se aferraba con tanta vehemencia. Religiones, fantasmas, alienígenas... todo aquello no significaba nada para mí. Sin embargo, debo confesar que mi vida, fuera del terreno científico, era lo bastante plana como para entender por qué las personas creían: Le daba un sentido a su existencia. Un sentido del que yo carecía.

 

    El no compartir un sistema de creencias con los demás, me hacía estar alejado de ellos irremediablemente, como si una pared infranqueable nos separara, por lo que era bastante solitario. Había tenido un par de novias, pero nada serio, nada que realmente tocara algo dentro de mí.

 

    La ciencia, entonces, ocupaba todo el espacio de mi vida. Por lo que me sorprendió bastante comprobar que tú te habías hecho el tuyo propio dentro de mi existencia.

 

  Cuando llegaste, descalabraste todo mi mundo, aunque seguramente tú no lo sepas. Nunca te lo dije. Ahora, en mis últimos momentos, me doy cuenta del error que cometí. Tal vez las cosas habrían sido distintas entre los dos si te lo hubiera dicho. Tal vez habrías tenido también algo a lo que aferrarte, como los demás, sólo que no habría sido algo abstracto, habría sido yo. Tal vez entonces podrías haber sonreído más y habrías dejado de ser arrastrado por el viento, como alguien que no tiene raíces.

 

   Pero me estoy adelantando. Antes de morir, y sabiendo que estás tan lejos y que probablemente nunca regresarás, quiero volver a deleitarme con mis recuerdos. Con nuestros recuerdos. Con lo más grato de mi existencia. Porque tú, Edward Elric, me diste algo en lo que creer. Algo que ni se podía medir, ni clasificar ni archivar, algo que sólo se podía vivir. Pero para mí fue suficiente. Nadie necesita hacer una teoría sobre el amor mientras que lo estás viviendo, ¿verdad?

 

   Recuerdo tu rostro melancólico la primera vez que te vi. Éramos unos setenta chicos en el aula magna de la Universidad de Karlsruhe, recibiendo el honor de haber sido estudiantes de secundaria promovidos por nuestra excelencia académica para dedicarnos a la investigación tecnológica en la universidad más prestigiosa del país.  

 

   Cuando hicieron las presentaciones, recuerdo que se mencionaba la escuela de la que venía el estudiante y le entregaban una distinción en forma de medalla que se prendía a la solapa de la chaqueta.

 

   Entonces te llamaron. Pero sólo mencionaron tu nombre. Me pareció curioso. ¿Acaso eras extranjero? Y tus ojos. Mientras que la gran mayoría de los que allí nos encontrábamos éramos rubios y de ojos azules, tú tenías el cabello y los ojos dorados. Parecías de oro. Sin embargo, y pese a tu brillo, estabas apagado.

 

   Me causaste tanta curiosidad que no pude evitar acercarme a ti en cuanto finalizó la ceremonia y nos dirigimos al cóctel preparado para nuestra bienvenida.

 

  Tu rostro al verme fue de tanta sorpresa que me hiciste sentir francamente incómodo. ¿Acaso me conocías? Tal vez sabías de mí y de mi extenso currículum a mi corta edad, y me admirabas o algo así. Ya me estaba preparando para alejarme, cuando te disculpaste y me dijiste que me parecía a una persona a la que querías mucho. Nuevamente me asaltó la curiosidad.

 

   Caminamos entonces por los jardines de la universidad y te pregunté por qué al llamarte para entregarte la distinción no habían mencionado la institución de la que venías.

 

- Es que yo no fui a la escuela...-Dijiste rascándote la cabeza.

 

    Eso me sorprendió aún más. “¿Y cómo es que estás aquí?” tu rostro, tan expresivo, pareció temer decir algo secreto. Miraste a todos lados y dijiste, titubeando “lo que pasa es que yo vengo de otro país. Vine aquí con mi padre, quien era un científico de renombre. Gracias a él pude entrar a investigar y luego de que él... muriera, me quedé trabajando en la universidad con los profesores. Ellos me conminaron a postular a esta beca.” Y me sonreíste, como si todo fuera tan simple. Pero había notado en tu mirada que había algo más.

 

    “Wow, entonces definitivamente eres un genio” te sonreí de vuelta, notando que frente a este gesto te relajabas. “No diría exactamente eso...” replicaste sonriéndole al suelo. “He cometido demasiados errores en mis... er... investigaciones como para merecer ese calificativo” me gustaba tu modestia, y aún me gustaban más tus ojos dorados, tan cálidos pese a la melancolía.

 

   Trabajamos juntos por seis meses en las investigaciones tecnológicas para llevar al hombre al espacio. Era un tema que me emocionaba de sobremanera, pero en tu caso parecía que tu vida dependiera de ello. No lo entendí en ese momento.

 

    Poco a poco, te abriste más y me contaste cosas vagas de tu pasado con algo de temor. Me encantaba escucharte, y aún no sabía qué me pasaba cuando estaba cerca de ti. Apenas si podía prestar atención por la emoción que me provocabas: No quería admitirlo. Estaba enamorándome de ti.

 

   Cuando me di cuenta de esto, mi estómago se retorció. ¿Era homosexual? No podía parar de llorar por las noches, deseándote a mi lado, y al mismo tiempo asqueándome a mí mismo. ¿Cómo podía ser? Era un desviado. Una vergüenza para mi patria. Una noche, entonces, tomé la decisión de alejarme de ti.

 

   Te acercaste a mí la mañana siguiente, sin embargo, debía permanecer firme. ¿Qué clase de hombre sería sino?

 

- ¡Hey, Alphonse! Descubrí algo que te va a encantar para la investigación. -Tus ojos brillaban de forma inusual, y tu gesto encantador al acercarte a mí, tan inocente de lo que yo sentía por ti, me hizo querer abrazarte. Pero no podía. Debía dominarme.

 

- Hola, Edward. -Te dije con marcado desinterés.

 

- ¿Alphonse? ¿Estás bien? -Dijiste entonces bajando los brazos con todos los planos que traías en ellos.

 

- Perfectamente. -Te respondí con frialdad mientras me alejaba a charlar con otros compañeros. Te miré de reojo aquella vez y pude notar tu expresión de infelicidad y desamparo. Recuerdo que dejaste lentamente los planos sobre la mesa y te sentaste a trabajar en ellos, solo. Me partió el alma, el pecho, el corazón, pero sabía que, si te decía lo que sentía, seguramente retrocederías con asco y jamás ibas a volver a querer acercarte a mí. No, eso no podía permitírmelo. Prefería mil veces tener que hacer esto antes de que me miraras con asco. No podría soportarlo.

 

    Intentaste acercarte a mí un par de veces más, infructuosamente. Yo había cambiado tu amistad por la de un grupo de chicos, tan brillantes como nosotros, pero que no tenían ni una pizca del encanto que tú tenías. Eso me mantenía a salvo, pero tú te alejaste irremediablemente de mí.

 

    Pensaba en ti todas las noches, sin tregua. Mis sueños me hacían despertar envuelto en sudor, y mientras me duchaba, lloraba por no poder contener lo que sentía. No pude más, y quise explotar.

 

    Yo también estaba solo, Edward, aunque tú lo sabías. Mis padres estaban en Austria, y estaban orgullosos del hijo que habían moldeado a la perfección: Un muchacho educado y brillante, su orgullo. ¿Cómo derrumbarlo todo con tan sólo un detalle? Te amaba y te odiaba, Edward, porque eras el comienzo de mí mismo y al mismo tiempo mi destrucción.

 

   Intenté entonces suicidarme. Si no podía vivir siendo yo mismo, entonces no valía la pena vivir. Sin embargo, Gracia, mi vecina del piso de abajo, notó la fuga de gas que provenía de mi piso, y al ir a verme y no obtener respuesta, entró, encontrándome inconsciente. Fue ella quien llamó a urgencias y avisó a la universidad que no podría asistir por unos días por encontrarme hospitalizado.

 

   Nunca supe si ella sospechó que intenté matarme o creyó que simplemente había sido un accidente. Como hubiera sido, daba igual. Era una mujer discreta y comprensiva. Seguro que lo entendería.

 

    Pero lo que más me impactó, fue tu presencia aquel día que desperté en el hospital. Tus ojos lucían tristes. No sabías cuál sería mi reacción al verte.

 

- Hola... -Me sonreíste.

 

- Hola -Te dije yo, enrojeciendo. Parecía que no iba a poder librarme de ti, ni siquiera quitándome mi propia vida.

 

- ¿Cómo estás? -Preguntaste, tu semblante preocupado.

 

- Uhm, supongo que algo mejor...

 

- ¿Qué... qué pasó realmente? Gracia me dijo que había habido una fuga de gas en tu casa. Sé lo cuidadoso que eres, Alphonse, no creo que haya sido accidental. -Tu tono era grave, al igual que tu mirada.

 

   Conocías a Gracia porque habías ido un par de veces a mi apartamento para afinar detalles de las investigaciones. Ambos se llevaban muy bien, casi como si se conocieran de tiempos remotos.

 

- Edward... no sé... no sé si pueda decírtelo acá.

 

- Está bien, lo entiendo. Pero ya basta de ignorarme, Alphonse, de no confiar en mí. Sé que tal vez te hartaste de mí, de mi constante... desarraigamiento de este mundo, de mi escasa confianza. Si quieres te lo contaré todo, pero por favor, no te alejes más...-Tu mirada suplicante me hizo estallar en lágrimas. - ¡Alphonse! ¡¡Alphonse!! ¿Qué sucede? -Dijiste frotando mi espalda y abrazándome.

 

- No me hagas decírtelo ahora, Ed...

 

- Lo siento, no quiero presionarte. Quería decirte... tal vez es muy apresurado, pero no quiero dejarte solo. ¿No quisieras... que me mudara contigo? Podríamos compartir piso y por supuesto yo pagaría la mitad del alquiler. Nos sería conveniente a ambos, y así podría cuidarte mientras estás así. -Sonreíste nuevamente.

 

- C-claro... Me parece... estupendo. -Dije intentando sonreír. ¿Acaso existía el destino? ¿La vida intentaba ser irónica conmigo? Primero, tras intentar alejarme del hombre al que amaba y luego queriendo acabar con mi vida para dejar de sentir toda esta culpa, apenas despierto él está junto a mí diciéndome que vivirá conmigo.

 

- Excelente. Hoy mismo te dan de alta, Alphonse, así que... ¿Qué te parece si vamos a comer y luego traigo mis cosas a tu apartamento?

 

- Es una buena idea.

 

    Aquel mismo día te mudaste. Llevaste una sola caja de cartón grande con tus pertenencias. En ella no había más que ropa, utensilios de cocina y de aseo y una foto con tu padre recibiendo un galardón por alguna investigación científica que hubieran hecho.

 

    Me sorprendió el punto al que llegaba tu desarraigamiento. ¿No conservabas fotos de tu familia, de aquella persona a la que tanto te recordaba? Nunca te había preguntado de quién se trataba ni dónde estaba. Tampoco sabía de qué país venías.

 

   Ahora que estabas conmigo, en mi propia casa, no podrías escaparte de mis preguntas. Ya había aceptado que estaría junto a ti, aunque intentara lo contrario. Aun así, contendría mis sentimientos.

 

     Aquella noche nos sentamos en el sofá para escuchar algo de radio mientras bebíamos café. Nos esperaba una larga noche de trabajo tras ese pequeño descanso.

 

- Edward... nunca me has contado de tu verdadero pasado. Sólo me cuentas cosas de tu padre y de lo que has hecho el último año, pero nunca me has contado qué le sucedió, ni de dónde vienes, ni quién es esa persona a quien tanto te recuerdo. -Hiciste una mueca de dolor.

 

- Temo que, si te lo cuento, jamás me creerás, Alphonse.

 

- Pruébame. -Te dije.

 

Entonces te volteaste hacia mí y me miraste fijamente a los ojos. No pude sostenerte la mirada y la bajé avergonzado.

 

- Está bien. -Dijiste. -Yo no nací en este mundo, Alphonse. - “¿Qué? ¿De qué estabas hablando, Edward?” Recuerdo que pensé. “Debes estar tomándome el pelo”. Sonreí esperando a que rieras o algo así y comenzaras tu verdadera historia, sin embargo, mi sonrisa se desvaneció al ver que tu expresión permanecía seria y tus ojos idos mientras me contabas que habías nacido en Amestris, y que tenías un hermano menor llamado Alphonse que era exactamente igual a mí, sólo que tenía los ojos grises y el cabello más oscuro.

 

- Ya basta, Edward. No hace falta que me mientas así. Si has tenido una vida aburrida o peor aún, traumática, no tienes que mentirme. Sólo quería que fueras sincero conmigo.

 

- ¡Pero Alphonse, te estoy diciendo la verdad! -Dijiste indignado.

 

- ¡No existen otros mundos, Ed!

 

- ¡Claro que sí! ¿Por qué crees que no tengo nada? ¿Por qué crees que no tengo papeles, ni familia, ni un lugar al que pertenecer? Todo eso lo tenía, Alphonse, todo eso lo tenía al otro lado de la Puerta de la Verdad... -Las lágrimas corrían por el rostro de Edward. Lágrimas de rabia y de frustración. Podía entender su sentimiento, sabía que era real, pero mi mente... se negaba a creer tamaña fantasía. ¿Estaría loco, acaso? -Pensé que podrías entenderme. Creí... que por fin podría confiar en alguien en este mundo. Veo que me equivoqué. -Dijiste con la voz apagada mientras te quitabas las lágrimas con la manga y te levantabas del sofá.

 

- No, Edward. Espera. -Te respondí mientras yo mismo me ponía de pie y te abrazaba por la espalda. -Espera.

 

     Tú no dijiste nada, sólo te quedaste de pie, respirando algo agitado mientras me sentías abrazarte. Podía percibir tu calor. Ese atrayente calor que provenía de tu espalda, de tus muslos... Lentamente te diste vuelta hasta quedar frente a mí entre mis brazos. Era gracioso ser más alto que tú, me gustaba hacerte bromas con eso y notar que, aunque fuera un poco, te exasperabas, haciéndote parecer más que una mera ilusión en este mundo. Pero en ese momento me gustaba aún más que fueras más bajo que yo, porque por primera vez podía sentirte conmigo por completo, rodearte, sentir lo frágil que eras, un ser... tan solitario, venido quizás de qué lugar del mundo (aún me resistía a creerte), tal vez algo trastornado, pero, aun así, la criatura más bella que pudiese haber pisado este planeta.

 

     Nuestras bocas estaban tan cerca, tu mirada recorría mis ojos y mis labios, tu respiración delataba tu nerviosismo, podía sentir los latidos de tu corazón a través de la tela de tu camisa, casi como si tu corazón estuviera en mi pecho.

 

    No pude evitarlo y te besé, lentamente, como si necesitara tus labios, como si pudiese morir si no los tocaba con los míos. Lentamente también, abriste tu boca y me dejaste entrar, saborearte, acariciarte con la mía. Recuerdo que nuestro beso se profundizó y te estreché aún más, sintiendo tu cuerpo estremecerse y responder de la misma forma.

 

    Aquella noche, sentí por primera tu cuerpo. Mandamos al diablo todo el trabajo y quedó claro cuánto nos deseábamos. Mi alegría atravesó el cielo más allá de lo que jamás lo haría ninguno de los cohetes que construyera al saber que me correspondías.

 

    Subimos entre besos a mi dormitorio y comencé a desvestirte lentamente. Acaricié tu espalda con mi mano, acaricié con suavidad tu prótesis, aquella que te permitía abrazarme. Quité tus pantalones y tu ropa interior, y continué besando tu cuerpo. Estaba viviendo un sueño, un sueño entre tus gemidos. En la oscuridad, podía ver tus puños apretando las sábanas mientras que te sostenía en mi boca, podía observar, estando entre tus muslos, la expresión de placer de tu rostro, podía sentirte más vivo que nunca, más vivo de lo que nunca habías estado antes en este mundo, y sólo quise disfrutar el verte así por lo que yo te provocaba.

 

     Ambos sentíamos que estábamos en el cielo mientras que nuestros cuerpos se rozaban y se tocaban, mientras que entraba en ti, en tu cálido interior, sintiéndote, amándote como tanto había deseado.

 

    Tu cuerpo era la expresión de la belleza personificada. Tu rostro, en pleno éxtasis, tus ojos brillantes, tu torso tan bien definido, que, aun estando mutilado, era la perfección absoluta. Acariciaba tu piel con mis manos mientras que te embestía. Tus gemidos eran la más maravillosa melodía que hubiese escuchado antes, y el calor de tus piernas rodeando mis caderas me hacía querer penetrarte aún más profundamente.

 

    Terminamos exhaustos, entre el sudor y el semen. Y con todo ese desastre, lucías más hermoso que nunca. Tu cabello dorado suelto sobre la cama, desordenado, tu expresión adormilada, tu mano izquierda acariciando mi mejilla. La besé con ímpetu y te abracé, como si no quisiera que nunca te fueras. Pero eran otras tus intenciones, ¿Verdad, Edward? Tú querías irte lejos, hacia donde provenías. Tú querías regresar a tu hogar. Ése que nunca estuvo conmigo. Ése que estaba lejos de mí.

 

     La tos apareció aquella noche. Creí que mis defensas habían bajado después de tan febril pasión, pero se extendió por semanas. Los primeros días me dio igual, pensando que se pasaría, sin embargo, después de aquellas semanas decidí ir al médico.

 

      Me dijeron que tras la intoxicación que había sufrido, las células de mis pulmones se habían necrosado, lo que significaba que había muerte de tejido que difícilmente se regeneraría. Podía tanto progresar como quedarse tal como estaba.

 

      Por primera vez rogué al cielo, al destino, a lo que fuera que no muriera a causa de ello. ¿Ves la ironía, Edward? No, no puedes verla, porque ya no estás aquí. Y ahora que estoy muriendo, quisiera tenerte a mi lado. Qué egoísta...

 

     Pasaron las semanas y tú te preocupabas cada vez más por mí.

Ninguno le dijo al otro lo que sentía, nunca te confesé cuánto te amaba. A veces hacíamos el amor y esas noches dormíamos juntos, desnudos, acariciando nuestros cuerpos. Pero lo demás permanecía exactamente igual, frente a nuestros compañeros de investigación, éramos sólo amigos que compartían piso, y eso, apenas unos pocos lo sabían.

      Pero podía vivir con ello, no quería romper la imagen que tenían de mí. No quería ser el raro, el desviado, no cuando sospechaba que tú no sentías por mí lo mismo que yo por ti.

 

- Alphonse, esa tos está empeorando. ¿No crees que deberías ir al médico?

 

- Estoy bien. -Te sonreí, mientras que otro acceso de tos se apoderaba de mi cuerpo. Me abrazaste y me miraste a los ojos.

 

- Debes ir.

 

- Ya fui... -Te dije en un murmullo. Supiste de inmediato la mala noticia y apretaste los dientes.

 

- ¿¡Por qué no me lo dijiste!?

 

- No quería preocuparte, Ed... estoy bien...

 

- Dime qué te dijeron. -Exigiste impaciente.

 

- Tengo necrosis pulmonar. Pero puede permanecer así, o empeorar. Aunque creo que ha permanecido así...

 

- ¡Eso está empeorando, Alphonse! -Te llevaste las manos al rostro y las deslizaste hasta tu boca, mirándome.

 

- ¿Qué se puede hacer?

 

- Nada. Si empeora, simplemente moriré.

 

-¡No! No puedo permitirlo. Algo se podrá hacer. Iremos a los mejores especialistas, Alphonse, te prometo que te sanarás. -Te inclinaste y me besaste. Ésa fue la primera vez que me besabas sin buscar hacer el amor. Quedé tan sorprendido que olvidé corresponderte. Qué tonto, ¿Verdad Edward? Si tuviera la oportunidad ahora... si volviera a tenerte junto a mí, te habría besado largamente, no habría separado mis labios de los tuyos.

 

    Cometí tantos errores... pero lo importante es que ahora te dejé ir. Y es lo único que podía hacer después de haberte amado tanto. Permitirte ser feliz. Porque serás feliz, tienes que serlo, junto a ese hermano pequeño tuyo que se parece a mí. Si estuvieras a mi lado te haría prometerlo.

 

   Todo lo que pasamos juntos, Edward... no te imaginas los celos que tuve cuando llegó esa mujer a nuestras vidas. Noah. No sabes cómo odiaba que te mirara como lo hacía. Tú no parecías darte cuenta, por supuesto. Pero mientras ella estuvo con nosotros, es decir, hasta hoy, no volvimos a tocarnos. ¿Te enamoraste de ella, Ed? ¿Dejaste de pensar en mí por ella?

 

    Me arrepiento tanto de haberla traído... me arrepiento de haber sido tan frío estos días contigo... tal vez... ahora que moriré, te quedarás junto a ella. Pero no debo sentir esto, no debo sentir estos celos que me corroen el alma. Porque quiero que seas feliz. Y si es junto a ella o cualquier otro, estará bien.

 

Quisiera haberte dicho tantas cosas antes de que partieras...

 

    Quisiera haberte dicho cuánto te necesitaba en mi vida. Quisiera haberte dicho, que, gracias a ti, por fin creí que las cosas que no podemos imaginar, son posibles. Quisiera haberte dicho que gracias a ti pude creer.  Que te amo. Y que aun ahora, que estoy muriendo, que Noah me toma en sus brazos y me observa con compasión, sólo puedo pensar en ti.

 

    Te amo, Edward, y no me arrepiento de no haber sido lo que parecía ser. No me arrepiento de haber descubierto mi verdadero ser junto a ti, no me arrepiento de haber crecido a tu lado, no me arrepiento de ser homosexual, porque tenerte en mi vida ha sido lo más hermoso que me ha pasado jamás. Por eso, Edward, te digo que, aunque no lo creas, ambos nos parecíamos un poco: Los dos estábamos medio muertos antes de conocernos en este mundo, antes de vivir lo que vivimos con el otro. Porque quiero creer que me amas también. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).