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Traslape por Marbius

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10.- Equilibrio estira-afloja.

 

Para noviembre, Bill recibió la propuesta de ampliar su exitoso demo como un álbum de estudio y la publicidad adecuada para lanzarlo como artista nuevo al mercado internacional. El hombre que lo contacto de Universal, un tal David Jost que en todo momento se mostró capaz y conocedor de lo que hacía porque a la vez que era manager de varios grupos también había estado en la industria desde que él mismo era músico, se mostró optimista al respecto, augurándole a Bill un amplio margen de posibilidades para que su carrera diera un despegue meteórico directo a la estratósfera.

Haciendo gala de una enorme paciencia al dejarlo hablar y no interrumpir ni una sola vez, Bill se limitó a mover la cabeza de lado a lado y dejar ir esa oportunidad.

—Lo siento, señor Jost, pero mis intenciones nunca fueron dedicarme a la música, al menos no así. Ha sido de lo más divertido y he cumplido con este demo un sueño que tengo desde la infancia, pero ahora que lo he realizado, quiero expandir mi área de trabajo en otros campos. Agradezco su oferta, pero la rechazo sin remordimientos de mi parte.

—Sería una pérdida innegable para la industria musical el que ustedes se retire apenas haber salido al mercado. Se ha hecho de un buen número de fans, ¿sabe?

—Lo sé, y no es un retiro oficial. Seguiré sacando música nueva, después de todo me sobran letras para ello, pero prefiero hacerlo a mi ritmo y sin presiones de un disco completo cada tanto número de años sólo porque mi contrato me lo exija. En su lugar, lo haré a mi modo, fiel a los principios que una disquera no me puede proveer.

—¿Pero sí el productor con el que se asoció?

Una sonrisa ladina apareció en labios de Bill. —Exacto. El señor Kaulitz sabe con precisión qué quiero y cómo lo quiero.

—Entiendo… En ese caso, sólo me queda por preguntar: ¿Es una decisión final, señor Trümper?

—Definitivamente —declaró Bill sin arrepentimientos de su parte, ya con la vista fija en un premio mayor al que sólo podría acceder renunciando a una meta menor por una mayor.

—Entendido. Le comunicaré a mis superiores su decisión, y… ¿Bill? ¿Puedo llamarlo Bill?

—Sólo si puedo llamarlo David a cambio.

—En ese caso, Bill… Le deseo la mejor de las suertes. Es una lástima que no firme con Universal, estoy seguro que su carrera pudo haber tenido un despegue meteórico y sido brillante, pero —se apresuró a recalcar—, no dudo que por su cuenta logre eso y más. Veo el potencial en usted.

—Gracias —asintió Bill, dando por terminada aquella reunión y poniéndose en pie para un último apretón de manos y la despedida final—. Recordaré sus palabras.

 

En noviembre también fue cuando Tom sacó a colación el tema de las fiestas navideñas que se aproximaban y los arreglos que llevarían a cabo para conjugar familia, amigos y pareja en la ecuación.

Dado que Jörg no era hombre de multitudes ni grandes celebraciones, Bill se mostró renuente a la invitación que les hizo Tom a los dos de unírseles con su familia a festejar Nochebuena, pues les implicaría hospedarse ahí, y se temía que su padre se negara a tanto.

—Tengo que pensarlo, ¿ok? Dame un par de días como máximo y te tendré una respuesta antes del próximo viernes —pidió Bill, pero a la vuelta de una semana y con diciembre a punto de entrar, se topó con que todavía no tenía una resolución final para ese asunto que tanto le acongojaba.

Hablarlo con Natalie en una de sus famosas reuniones para desayunar ayudó, más no fue la solución que esperaba encontrar a sus problemas.

—¿Y cuál es el conflicto? —Le encaró ella con su jugo de naranja sostenido en el aire—. Su familia te quiere ahí como uno más de ellos, y la invitación se extendió hasta tu propio padre. Deberías de estar dando saltos de alegría en lugar de quejarte, que pon por ejemplo mi caso, donde mi relación con la familia de Jonas es inexistente. Muchos quisieran tener tus problemas, Bill.

—Lo sé, lo sé —se lamentó éste con un dejo de dramatismo—, pero que es, ¡ay, Nat!, ¿no nos estamos precipitando con todo esto de reunir a nuestras familias para celebrar nuestra primera Navidad juntos? Con Alex tuve que esperar tres años para que ese momento llegara, y tú sabes bien cómo terminó aquello…

Y vaya que Natalie estaba al tanto de aquel fiasco, pues Bill le había llamado desde el baño en la casa de los padres de Alex por larga distancia para quejarse de lo terrible que había sido la idea de reunir dos familias cuando las señales de que no sería lo más prudente se les presentaron. El encuentro, que había empezado con el pie izquierdo cuando los padres de Alex (ambos profesionistas) hicieron un comentario de la clase trabajadora criando hijos sin aspiraciones en la vida y Jörg revelando que “él era conductor de transportes y creía haber hecho un buen trabajo con Bill”, sólo había ido de mal en peor conforme avanzó la noche, al grado en que al final Jörg desistió de aceptar la invitación de hospedarse en su cuarto de huéspedes, y Bill tuvo que llevarlo a un motel cercano en donde por culpa de la nevada que de pronto cayó se tuvo que alojar ahí también pero sin su equipaje y sintiéndose miserable porque en lugar de su gruesa pijama de franela durmió con las prendas de fiesta que todavía llevaba puestas.

Bill no le reclamaba nada a Jörg de su elección porque él mismo se había sentido disgustado de tener que escuchar esos comentarios hirientes de los padres de Alex, pero sí lamentaba que las dos familias no hubieran congeniado, y temía una repetición de lo mismo porque a diferencia de su exnovio, Bill sí tenía afecto genuino por Tom y su familia, y se dolería si no era el mismo caso para Jörg.

Con todo, la respuesta de Natalie fue la que favoreció ver la luz al final del túnel.

—Ok, tienes esa experiencia pasada negativa, pero ¿y qué? Los padres pueden ponerse difíciles cuando se trata de dejar ir a los hijos ante una pareja, más cuando se trata de otro hombre con el cual sienten competencia, y al diablo que tú seas hombre, porque está escrito en su código genético ese deseo de protección. Ten más fe en Tom —dijo, y luego de una pausa agregó—: Y también en sus padres… y el tuyo. Si realmente ellos creen que ustedes dos son el uno para el otro, se esforzarán por superar sus diferencias por el bien común y será una buena cena de Navidad… Siempre y cuando el pavo no esté reseco porque se les pasó de tiempo en el horno.

—Mejor eso y que la comunicación entre familias marche sobre ruedas, ¿no crees?

—Tú ya lo has dicho.

Bill suspiró. —Supongo…

Con ello en mente fue que confirmó con Tom tanto su asistencia como la de Jörg a la cena Navideña de la familia Kaulitz.

Y luego volvió a suspirar.

 

Contra todo lo que Bill habría de augurar debido a experiencias pasadas, la Navidad en casa de los Kaulitz fue un éxito rotundo tanto entre hijos, como padres, y en los buenos ánimos que entre ambos grupos se reciprocaron a lo largo de la velada.

Por cortesía de Simone la cena de esa noche estuvo deliciosa, y aconsejado por Bill fue que Jörg se presentó con vino suficiente para acompañarla, consiguiendo así que los nervios iniciales se evaporaran conforme se servían copa tras copa y la charla amena fluía sin más conflictos que los suficientes para entablar diálogo.

Dejando a los adultos hablar de las coincidencias que los unían (edad, el vivir en pueblos aledaños, la casualidad de que sus hijos hubieran nacido el mismo día en el mismo hospital), Bill y Tom se disculparon para salir a fumar un cigarrillo al porche trasero, y una vez que se envolvieron en sus abrigos y bufandas, salieron al helado exterior.

La noche era por fortuna de un cielo nublado y estático, con apenas viento, pero con medio metro de nieve en las calles y motivo de asombro para Bill, quien con una sonrisa propuso a la mañana siguiente formar un muñeco con nariz de zanahoria.

—Ni hablar —descartó Tom la idea—, primero abriremos los regalos y después ya veremos…

Intercambiándose el cigarrillo que compartirían entre dos, fue Bill quien sacó a colación lo bien que les estaba resultando aquella reunión.

—Estaba asustado, ¿sabes? Papá se portó un tanto hosco al conocer a Alex y a su familia, y temía que fuera el mismo caso aquí. Me habría hecho sentir mortificado, pero a la vez habría tenido que ponerme de su lado porque… es mi padre, y lo amo así como es.

—Es comprensible, y no sé qué te sorprende —dijo Tom—. Por lo que me has contado, ninguno de tus allegados tragaba a Alex ni con agua. Y en esos casos, es fácil presuponer que no son todos ellos los del problema, sino el común denominador, en este caso, ese exnovio tuyo que cada vez me cae peor.

Bill frunció el ceño. —Nunca lo había pensado así.

—Claro que no. Porque por lo que me has contado, Alex tomaba un papel de víctima y culpaba a los demás por no apreciarlo y quererlo como era debido.

—Realmente no sé ni por qué estuvimos cinco años juntos… A ratos yo también era parte de ese grupo que no toleraba a Alex, y… Se siente genial por fin poder decirlo en voz alta —dijo Bill, dándole una calada profunda a su cigarrillo y paladeando la nicotina contenida en éste—. Pero es todavía más genial que eso no sea el caso contigo. Mis amigos te adoran, mi padre te aprecia, y yo-…

—¿Te encanto? —Adivinó Tom, y Bill le recompensó con un beso directo en los labios.

—Sí —admitió en voz baja y disfrutando de la quietud que acompañaba a las noches nevadas—, me encantas.

—Tú también me encantas a mí —dijo Tom, lanzando el cigarrillo a medio consumir a la nieve y rodeando a Bill por la cintura con ambos brazos—, y es por eso que…

Bill se estremeció de pies a cabeza, consciente de que estaban viviendo un momento único y que nada en sus vidas volvería a ser igual después de ese momento.

—Te amo, Bill, y quiero que vivamos juntos.

—Pero…

—Lo sé, lo entiendo… No quieres dejar tu departamento en Berlín tanto como yo no quiero abandonar mi edificio en Hamburg, pero creo que juntos podríamos llegar a un acuerdo que nos satisfaga a ambos.

—Oh, Tomi… —Apretó Bill los labios en una fina línea.

Por un lado tenía el temor de estarse apresurando en una relación que avanzaba natural y vertiginosa, en donde mudarse juntos podría ser lo mejor y tal vez lo peor que pudieran hacer en una etapa tan temprana. También estaba a tomarse en consideración que tener todas las buenas intenciones de que esa mudanza funcionara no tenían por qué ser garantía de que así sería; si algo habían aprendido en los esporádicos periodos donde compartían techo era que sus estilos de limpieza y organización tendían a variar, y ya en más de una ocasión habían peleado por ello… Y no había que ignorar el hecho indiscutible de la distancia, y que mudarse a otra ciudad podría acarrear para uno de los dos resentimientos que quizá desgastaran la relación y la hicieran quebradiza.

Pero… por el otro lado, era lo que Bill quería. Él por su cuenta ya lo había considerado, pensando unas veces en renunciar al cómodo estilo de vida que se había creado para sí en Berlín, y otras implorando a Tom para que abandonara Hamburg y se reuniera con él en la capital. Ambas opciones por demás que descartadas apenas pasaban de ser el ensueño del momento, pues ambos tenían muy claro dónde radicaban sus preferencias, y a la vez no eran ciegos al entendimiento de que el sufrimiento del otro también sería el propio. Tanto si era Bill quien dejaba Berlín, o Tom el que se alejaba de Hamburg, habría uno que sufriera, y eso era lo que le impedía pronunciar a Bill el “¡Sí!” rotundo que pugnaba por salir de sus labios.

En su lugar, inhaló profundo e hizo una petición que ni Tom ni él esperaban.

—¿Puedo responderte mañana? Ahora mismo… —Bill desvió la mirada de los ojos de Tom a un punto indefinido entre su nariz y boca—. No siento que pudiera darte una respuesta adecuada.

—Toma el tiempo que necesites —dijo Tom, apenas con un leve matiz de decepción empañando cada palabra suya—. Ahora, ¿qué tal si volvemos dentro? Se me están congelando los pies, y para ti debe ser peor, ¿no?

—Sí —murmuró Bill con desgana—. Vamos dentro…

Después, aunque la celebración de Nochebuena siguió su curso, ni Bill ni Tom se sintieron parte de ella como antes.

 

La mañana sorprendió a Bill más temprano de lo que éste acostumbraba a despertarse, envuelto en el abrazo de Tom y acostados los dos en la que había sido su cama de la infancia. A su alrededor, el cuarto todavía era un reflejo del Tom que ahí había crecido en los primeros quince años de vida, con pósters de la música y los intereses que por aquel entonces había tenido, un librero con viejos libros de texto antes de que abandonara la escuela, ropa en el armario que en sus tiempos le habría quedado gigantesca y ahora ya no tanto y seguía siendo enorme…

Bill se preguntó por un instante cómo habría sido una relación con el Tom de aquel entonces, y si el destino habría querido que continuaran juntos hasta esa edad adulta, pero la respuesta jamás llegó, y Bill tuvo que contentarse con la fantasía de que así habría sido. O mejor dicho, con el presentimiento certero de que estaban hechos el uno para el otro, y así se hubieran conocido en los cuneros del hospital de Leipzig donde habían nacido, ellos continuarían acumulando años al aniversario de haberse conocido en ese plano terrenal.

—Buenos días —le dijo Tom de pronto con voz ronca por el sueño, y Bill respondió con un saludo similar—. ¿Tienes resaca por el vino o soy el único que sufre?

—Un poco.

—Ya, yo un poco más que eso.

—Respecto a lo de anoche…

—Bill… Entiendo. Cuando me pediste esperar para una respuesta hoy, no di por sentado que realmente sería hoy, ni mucho menos apenas despertar. Está bien si te tomas más tiempo o-…

—Es que no necesito más tiempo —le interrumpió Bill afianzando más el agarre que tenía sobre su torso y enterrando el rostro contra su pecho—. Soy más del tipo de saltar al agua en lugar de quedarme mirando mi reflejo, y…

—¿Y? —Presionó Tom, conteniendo el aliento.

—Y… quiero que nos mudemos juntos. Sé que antes tendremos que hablarlo y no será fácil llegar a un compromiso que nos haga felices del todo a los dos considerando que tenemos bien claro dónde preferimos nuestra residencia definitiva, pero estoy seguro que mientras nos haga más feliz la compañía del otro que una simple locación, estaremos bien.

—Entonces estaremos bien —confirmó Tom, rodeándolo en un fuerte abrazo y aspirando el aroma de su piel a primera hora de la mañana.

Y en efecto, así sería.

 

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