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Traslape por Marbius

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2.- Ignición primigenia.

 

El primer encuentro entre Bill y Tom tuvo algo de magia saltando en forma de chispas sobre ambos.

La sonrisa cortés con la que Bill se presentó ante Tom fue idéntica a otras tantas que había dado en el pasado en situaciones similares, pero cobró autenticidad cuando sus ojos se posaron en el atractivo hombre que le tendió la mano presentándose como Tom Kaulitz e invitándolo a él y a Georgie a pasar.

—Gustav ya está en el estudio —le dijo a Georgie, y ella se olvidó de su papel de conectora entre dos virtuales desconocidos para ir a reencontrarse con su esposo.

A solas con Tom, a Bill le costó romper la barrera del silencio, de pronto cohibido por un par que le igualaba en físico y parecía tan impenetrable como una pared.

—Lindo cuadro —dijo en voz baja, fijándose en una pieza que Tom tenía en el pasillo de entrada y que consistía en un rostro abstracto pintado en acuarelas.

—Gracias. Lo pinté yo.

—¿En serio? Porque es… genial.

—He hecho cosas mejores desde entonces —dijo Tom, ni con presunción ni falsa modestia, tampoco con desprecio a esa vieja obra, pues su mano se alzó y con el dedo índice rozó el marco de madera que lo encajonaba—. Puedo mostrártelos, si quieres… —Lanzó la invitación, y Bill la atrapó al vuelo.

—Me encantaría.

—¿Tom? ¿Bill? —Los llamó de pronto Gustav—. ¿Es que no piensan subir?

—En un momento —gritó Tom de vuelta, y se volvió a dirigir a Bill—. ¿Quieres un tour por el lugar?

—¿Es todo tuyo? —Preguntó éste de vuelta, pues al llegar había apreciado que el edificio contaba con tres pisos, y según lo que le había explicado Georgie de camino a Hamburg, las tres plantas, plus el sótano y una terraza funcional que estaba en construcción, eran instalaciones conjuntas que Tom había reformado a su antojo.

—Sí. No exagero cuando digo que mi trabajo es mi vida y que vivo para mi trabajo, porque resulta que todo se da bajo el mismo techo y me es más conveniente así.

Experimentando un escalofrío que le bajó desde la base de la nuca hasta el cóccix, Bill se encontró pensando que no le importaría ocupar su valioso tiempo de trabajo en recorrer de cabo a rabo el edificio, siempre y cuando con ello se pudiera asegurar aunque fueran unos minutos en compañía de ese hombre que ya con un ‘hola’ inicial le había resultado de lo más interesante.

—Si no tienes inconveniente, me encantaría conocer el lugar.

—En marcha pues.

Empezando de arriba hacia abajo, Tom le llevó primero al sótano, que en lugar de oscuro y húmedo como muchos otros, tenía precisamente las características opuestas, al contar con excelente iluminación y estar bien aireado, pues como Tom le explicó, aquel era el almacén de instrumentos, y la calidad de su sonido se resentiría en condiciones adversas.

—Es casi una habitación para ellos, y cada uno tiene su lugar.

Bill asintió, pues en el estante de las guitarras se podían apreciar nombres de mujer, lo que le hizo suponer que Tom no jugaba con darle a cada una su sitio especial. El mismo caso fue para el resto de los instrumentos, y pese a que Bill habría deseado poder pasar ahí abajo el resto de su día comprobando la variabilidad del sonido entre uno y otro, Tom le instó a acompañarlo a la primera planta.

—Básicamente aquí es donde recibo a los posibles clientes, hay un par de salas de ensayo insonorizadas con todo el equipo necesario, y al fondo una mini cocina para quienes rentan el espacio y prefieren pasar la noche —explicó Tom, mostrándole a Bill las instalaciones prístinas que hablaban de un cuidado absoluto de detalles y el orden—. En caso de que tú y yo trabajáramos juntos, más bien lo haríamos en el segundo piso.

La planta siguiente era una versión más sofisticada que la anterior, pues era donde Tom realizaba sus propias composiciones y en donde su labor como músico y DJ se llevaba a cabo. Separada también en salas, aquella área se componía de varios reservados de grabación, un par de consolas, dos baños completos, una segunda cocina, y varias recámaras en donde se tenía lo indispensable para dormir un par de horas entre tomas. Básicamente un santuario para cualquier músico que se dedicara a ello de manera profesional y no como simple pasatiempo, y Bill apenas si pudo contener un silbido de admiración cuando en la última habitación de esa planta se toparon con Gustav y Georgie, ella sentada en el regazo de él, y esperando por sus amigos.

—Veo que te ha gustado el lugar —dijo Georgie, y Bill apenas atinó a asentir, pues estaba apabullado con todo lo que había presenciado y lo que seguro todavía faltaba.

—Igual nos pasó a nosotros la primera vez que estuvimos aquí, aunque por aquel entonces Tom rentaba y no había ni una décima parte de lo que está ahora aquí. Con decirte que hasta el papel higiénico en los baños era considerado un lujo…

—¿Es tuyo por completo? —Se admiró Bill, pues por su cuenta apenas si era dueño de su piso en Berlín, pero todavía dudaba en comprarse un automóvil propio porque para ello tendría que hacer números y cuentas de lo que estaba en su caja de ahorros y lo que esperaba ganar en los siguientes años. Su dinero, si bien no escaso luego de trabajar hasta hacerse de un nombre, ni por asomo se equiparaba al que seguro Tom tenía en su banco creciendo con los intereses.

—Mío y de quien quiera hacer música en serio —dijo Tom con naturalidad—. Por eso la idea de hacer de la planta baja un estudio para principiantes. En su momento habría querido que algún benefactor tuviera esa misma generosidad conmigo, pero ahora que es mi turno de tener lo que es necesario para conseguirlo, no veo por qué no compartirlo con otros músicos en la misma situación en la que estuve yo años atrás.

Sobrecogido por las implicaciones de esa generosidad, Bill recibió una última oferta de Tom para subir a la planta alta, y no pasó por alto la risita con la que Georgie reaccionó al escuchar aquello.

—Yo, uhm, vivo en el tercer piso desde hace un par de años. Apenas si paso tiempo en mis habitaciones privadas cuando estoy absorto en el trabajo, pero acondicioné algunos de los cuartos para mis otros, digamos… ¿Pasatiempos? —Sonrió Tom nervioso mientras él y Bill subían las escaleras que conducían al tercer piso, y que al igual que los dos anteriores, estaba franqueado por una puerta que sólo podía cruzarse tras digitar una clave de cuatro cifras en un panel de control puesto con ese fin.

—Oh, vaya —se le escapó a Bill decir cuando un primer vistazo del espacio íntimo de Tom le reveló un estilo minimalista que estaba salpicado de cúmulos de desorden; como una mesa vacía, excepto por un proyecto con piezas metálicas en el que se veía horas de inversión; o ese caballete en el rincón, rodeado de frascos de pintura y media docena de pinceles puestos a remojar en agua.

Aquella área grande y espaciosa englobaba la idea de un loft separado en dos niveles, siendo el inferior cocina-comedor-sala, plus dos puertas que Bill no imaginaba a dónde conducían, y una escalera que ascendía a la otra mitad de sus cuartos personales, y que suponía Bill, era donde Tom tenía sus recámaras privadas.

—También tengo una terraza, aunque te advierto que todavía está en proceso de construcción —le invitó Tom a subir, y Bill aceptó de buena gana a salir por una de las ventanas y utilizar una escalera lateral que los llevó a la azotea, donde en efecto, se podía apreciar un trabajo a medias por falta de dirección.

—¿Qué planes tienes para este lugar? —Preguntó con verdadera curiosidad, pues reconocía el potencial y se sentía inspirado por él.

Con calma le habló Tom de su indecisión por un invernadero, un jacuzzi, o una cocina exterior para hacer barbacoas en verano, pues creía contar con espacio suficiente para eso y más, pero no estaba seguro de por cuál decantarse.

—¿Y por qué no las tres? —Propuso Bill con una sonrisa, apoyando los brazos en la cornisa del edificio y contemplando desde las alturas los pocos transeúntes que circulaban por la calle a esa hora—. Hay espacio de sobra para eso y más.

Tom se pasó una mano por el cabello largo que llevaba recogido a la altura de la nuca y se mostró cohibido al explicar sus razones. —No sé… ¿No es un poco… presuntuoso tenerlo todo y presumirlo? Si acaso me habría decidido por dos de tres de esas opciones para no dar esa impresión.

—De estar en tus zapatos, tendría eso y más. Mucho más —dijo Bill mirando a Tom directo a los ojos—. Sin ir más lejos, pondría un sauna en aquel rincón, y ya que estamos también un par de bancas y…

—¿Y? —Le instó Tom a seguir.

—Soy un romántico empedernido, ¿vale? Así que un columpio doble sería genial, para estar recostado de espaldas y viendo las estrellas.

—No son muchas las estrellas que se pueden ver desde una azotea en Hamburg.

—Ya, el mismo caso para Berlín. Si realmente quisiera ver el cielo estrellado, entonces tendría que volver al roñoso pueblito donde todavía viven mis padres. Ahí sí que de noche se puede apreciar la inmensidad del universo con sólo mirar arriba.

—¿Y dónde queda situado ese pueblito roñoso del que hablas? —Inquirió Tom, que albergaba sentimientos similares por la ciudad donde vivían sus padres.

—A las afueras de Magdeburg.

—¿En serio? Wow… Porque…

Intercambiando los nombres de sus respectivas ciudades fue que descubrieron que entre ambas no había más que diez kilómetros de distancia, por lo que deducir que había más conexiones entre ellos dos no fue una suposición equivocada cuando salió a colación que por poco habrían de haber coincidido en el Gymnasium y que en común tenían un par de amigos.

—Debería agregarte a Facebook —comentó Bill cuando se hizo patente que se habían movido en círculos similares de conocidos—. Seguro que alguna vez fuimos sugerencia del otro por todas esas personas que los dos conocemos.

Sin proponérselo de manera deliberada, lo cierto es que pasaron un buen rato ahí, mirando hacia la calle y conversando de sus respectivos caminos, encontrando de paso más y más puntos en común, como la edad (ambos estaban por cumplir veintiocho), el cumpleaños (“no puede ser que también hayas nacido el primero de septiembre, tienes que mostrarme una identificación o no te creeré”, seguido del “¡Wow!” colectivo cuando lo corroboraron en documentos oficiales), y otros intereses que se relacionaban a sus pasatiempos, como el cine, la comida, su gusto por viajar, y por supuesto, la música.

La similitud entre sus caracteres, aunada a que no eran idénticos, sino lo suficientemente parecidos como para atraerse pero no tanto para de paso repelerse como ocurría cuando alguien encontraba un espejo y trataba de cruzarlo, confabuló a su favor, de tal manera en que para cuando fueron interrumpidos, ambos ya se habían hecho una idea del otro y querían a como diera lugar trabajar con él.

—Caray, ¿así que aquí están? —Los interrumpió Georgie cuando más apasionados estaban en un debate de los mejores conciertos a los que hubieran asistido en los últimos años y al hacerlo les hizo tomar noción del tiempo transcurrido, que se acercaba casi a las dos horas—. Gustav ya los daba por perdidos en la dimensión desconocida, pero me pareció una falta de respeto no preguntarles antes si querían de la pizza que vamos a pedir. ¿Alguno se suma?

Intercambiando una mirada breve con Tom para cerciorarse de que no estaba excediendo su estancia, Bill aceptó de buena gana el quedarse para comer, y al igual que su recién formado amigo, tuvo una única petición en materia de ingredientes:

—Por mí cualquier pizza está bien mientras no tenga carne.

—Oh, ¿eres… vegano o algo por el estilo? —Preguntó Tom con una media sonrisa, y Bill se atrevió a corresponderle con otra igual.

—No tanto, sólo vegetariano, aunque como atún y otros pescados y mariscos... Espero no sea un problema…

—Al contrario, Tom también es de esa clase de vegetariano —celebró Georgie lo que ella ya sabía de antemano por ser amiga por separado de ambos hombres—. Así nos permiten a Gustav y a mí pedir una pizza con carne y ustedes se quedan con la de verduras. De esa manera, todos salimos ganando.

Y aunque sus intenciones no iban más allá de una pizza que llegaría por reparto a domicilio antes de los treinta minutos, su vaticinio tuvo más de un área en donde ser correcto más tarde ese mismo día.

 

A la comida siguió la charla, o mejor dicho, a la charla le siguió una comida que se enfrió tanto en el plato de Tom como en el de Bill conforme se adentraron en temas del demo que éste quería grabar y las ideas y conceptos que tenía para su elaboración.

Bill habló de un corazón roto, una relación para la que se había entregado y que no funcionó, además de un largo periodo de ajuste a la recién redescubierta soledad, por lo que las letras que tenía preparadas se centraban en esos temas. En tanto, Tom escuchó atento sin interrumpir, sólo alternando alguna observación causal entre sorbos a su lata de refresco de cola y desarrollando por su cuenta bosquejos de lo que podrían lograr juntos para ese demo, porque por descontado, quería sin lugar a dudas o dobles pensamientos trabajar con el hombre que tenía al frente.

La única prueba que hizo Tom pasar a Bill para cerciorarse de tener lo necesario para dedicarse a la música, fue una breve interpretación a capella de cualquier canción que éste quisiera, y tras elegir Hello de Adele, Bill le sorprendió con un buen rango vocal que tenía posibilidades de dar mucho de sí en las manos correctas.

Para entonces ya se había ocultado el sol, y ya que tanto Gustav como Georgie se iban a quedar en las dependencias de Tom a pasar la noche porque al día siguiente tenían trabajo que hacer con él para unos tracks de un dueto de solistas que una disquera con la que se asociaban recientemente había contratado, por lo que se disculparon a buena hora para retirarse a dormir lo que sus cuerpos requerían para estar al 100% a la mañana siguiente, pero antes fue Georgie quien sacó a colación el tema del alojamiento de Bill, quien no había hecho planes de antemano para ello y no quería causar molestias con su presencia.

—No tienes que llevarme a un hotel. Yo puedo llamar a un taxi y-…

—Ni hablar —desdeñó Tom la sugerencia, que a esas alturas no tenía ganas de prescindir de la compañía de Bill y era capaz de cederle su habitación y dormir él en alguna de las recámaras de invitados—. Tienes que quedarte. Insisto —agregó cuando Bill amagó el abrir la boca para rechazar su oferta—. Hay habitaciones de sobra, y así podríamos trabajar en más bocetos de tu demo.

—Pero…

—No sería ninguna molestia. De hecho… me encantaría.

—Le encantaría —le chanceó Gustav con una voz aguda y burlona que raras veces se le escuchaba, y Bill rompió a reír mientras accedía a prolongar un poco más su estancia ahí.

Arreglado su alojamiento, Georgie y Gustav se retiraron a dormir, dejando a solas a Tom y a Bill, quienes de vuelta como antes de tener su primer contacto, se sentían de pronto un poco nerviosos ante la presencia del otro.

—Qué bien me vendría un cigarrillo ahora mismo —murmuró Bill a nadie en particular, y Tom se sacó de los jeans una cajetilla de Camels y un mechero.

—No sé si sea tu marca pero…

—No, está bien.

—Pero tendremos que salir. Tengo una regla de oro inquebrantable de jamás fumar en interiores porque activaría las alarmas contra incendio y el equipo no es nada barato de reponer.

—No importa. Da igual. Y… creo que un poco de aire fresco me sentaría de maravilla —dijo Bill, siguiendo a Tom a través de una ventana corrediza de piso a techo que hasta entonces había estado cubierta con una cortina y salieron de nueva cuenta a los laterales del edificio, donde estaba la misma escalera que conectaba las tres plantas y conducía a la terraza.

Ahí fumaron, y con deliberada premeditación lanzó Tom su oferta.

—Me encantaría trabajar contigo en tu demo.

—Te encantaría —bromeó Bill con el mismo tono que usara Gustav antes, pero luego de carraspear se atrevió a mostrarse igual de abierto—. Ya. La verdad es que a mí también me encantaría. Tengo un presentimiento de que sería un gran demo.

—Quizá hasta un gran disco —se atrevió Tom a proponer, mirando a Bill de reojo porque bajo la luz de la luna y las farolas el momento se sentía más íntimo de lo que creía poder soportar sin acabar tartamudeando.

—Quizá no. Fue una relación larga y todo, pero no tan significativa como yo quise dar a entender. Fueron cinco años de los cuales no muchos fuimos felices, así que cinco canciones parecen ser un trato más que justo para ese bastardo sin corazón.

—Oh —exclamó Tom por lo bajo al comprender que Bill hablaba de otro hombre, aunque sin atreverse a preguntar más para aclarar las dudas que de pronto le habían surgido—. Tú mandas, pero mi estudio y yo estamos a tu disposición para este proyecto tuyo.

—Gracias, Tom. Gracias de verdad por todo lo que ofreces —dijo Bill, de pronto lanzándose a sus brazos y recibiendo a cambio que éste le rodeara con su mano libre en torno a la cintura, manteniendo la que sostenía el cigarrillo lejos de su alcance—. Diox… Estaba listo para suplicar, que lo sepas.

«Yo habría hecho lo mismo para trabajar contigo», pensó Tom, cerrando los ojos un breve segundo antes de volverlos a abrir.

—No será necesario —dijo en su lugar—, y estoy seguro que haremos una excelente mancuerna.

—Eso me… encanta.

—A mí me encanta más.

Bill rió. —Ok, pero no le digamos a Gustav o seremos su burla por una semana.

—Hecho.

Y al separarse estrecharon manos, saboreando el momento de su contacto e inconscientes de que aquella sería una colaboración que iría más allá de lo profesional. Aunque dicha fuera la verdad, eso último era ya una semilla anidada en lo oculto de su pensamiento, lista para germinar y extenderse como enredadera a lo largo y ancho de su mente.

Fue la chispa de sus miradas la que puso todo aquello en marcha.

 

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