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Traslape por Marbius

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4.- Billy. Tomi.

 

Decidido a demostrar su valía como escritor de canciones aunque en ello se dejara el orgullo, aquel primer lunes que Bill y Tom se reunieron en el estudio del segundo piso para trabajar en su demo fue de repasar diez posibles canciones de las cuales tenían que descartar la mitad.

—Veo una temática de desamor —dijo Tom tras leer a consciencia cada una de las diez páginas que Bill le presentó—, y también de rompimiento.

—Era un amor no destinado a durar, así que… Seh —asintió Bill—. Cuando las escribí no tenía planes de nada en concreto con esas letras. Pensé que podría venderlas para el disco de alguien más, pero conforme pasaban las meses me di cuenta que eran las primeras canciones que escribía basadas en mis experiencias y no me pareció adecuado entregarlas así nada más al mejor postor.

—¿Todo lo que se lee aquí es cierto? —Preguntó Tom, pues en cada palabra leída había captado un dolor sordo y auténtico que creía imposible de falsificar, aunque Bill le demostró lo contrario. A su manera.

—No exactamente… Fue una relación larga, con sus altos y bajos muy pronunciados, pero no a ese nivel de profundidad que me habría gustado experimentar. Con Alex… ese era su nombre, por cierto… Nunca hubo esa clase de amor apasionado que se ve en películas. Lo más dramático que vivimos fue nuestro rompimiento, y sólo porque descubrí que me engañaba con alguien más, en nuestra propia cama…

—Ouch —se condolió Tom por él, y en un gesto de consuelo extendió la mano y le cubrió los nudillos con sus dedos—. Lo siento. He estado ahí, sé lo que se siente.

—¿Sí?

Tom lo confirmó con un cabeceó. —Ha sido mi karma. Lo hice una vez, se me ha regresado en tres ocasiones… Espero ya haber pagado mi culpa o en verdad estoy jodido por lo que me queda de existencia. —Una pausa, y luego Tom se lanzó con todo—. ¿Puedo preguntar algo?

—Adelante.

—Alex. ¿Era…? Es un nombre unisex…

—¿Un hombre? Sí. Soy gay —dijo Bill sin que su voz demostrara los nervios que de pronto le invadieron—. ¿Es un problema para ti?

Tom rió entre dientes, y denegó con la cabeza. —Para nada. Yo tampoco soy lo que se dice un heterosexual con credenciales. He tenido mis relaciones serias, casi siempre con mujeres, y mis aventuras de una noche, por lo general con hombres, por lo que se me podría catalogar como bisexual aunque…

—Oh —se contrajeron los dedos de Bill que Tom sujetaba, y luego ambos se soltaron—. Genial, uhm… Si me disculpas, voy al sanitario —se excusó Bill, y con un leve mareo abandonó su asiento y se alejó de Tom.

De momento, la distancia entre los dos le pareció la mejor de sus opciones.

 

A base de conocer la industria musical y su funcionamiento al dedillo, el proceso que entre dos amateurs les habría costado meses, si no es que años de trabajo arduo sin descansos, se minimizó a un día para la selección de letras, dos semanas para el esqueleto de las canciones, y tres días para la grabación de vocales, en donde una vez más se lució Bill al demostrar que su talento innato no se limitaba a la escritura, sino que también tenía otras manifestaciones hasta entonces ocultas pero no por ello menos valiosas.

En el ínterin, la amistad entre él y Tom se fortaleció con ayuda de la convivencia 24/7 a la que se sometieron de buena gana, y más allá de lo que cabía esperar, resultó que se llevaron tan bien dentro como fuera del estudio de grabación, al grado de mantenerse unidos por la cadera de tiempo completo salvo por pausas al sanitario y las horas de dormir siempre y cuando no fuera en los sofás del segundo piso cuando el agotamiento les vencía de madrugada y se rendían ahí en lugar de subir a sus respectivas recámaras.

De su recién formada amistad tuvieron noticia Gustav y Georgie cuando se sumaron al equipo musical para suplir aquellos instrumentos en los que Tom prefería abandonar el papel de músico y en lugar de ello centrarse en su ocupación de productor. Fue así como con Georgie a los teclados y Gustav aportando en percusiones tuvieron listas para inicios de su cuarta semana la primera versión de esas cinco canciones que compondrían el demo.

—Debo admitir que tienes una voz única —elogió Georgie a su amigo, los cuatro compartiendo una botella de champagne a modo de celebración por lo que ya estaba completo y listo para edición—. No lo habría imaginado ni en un millón de años.

—Gracias —aceptó Bill el cumplido, todo sonrisas y alegría por los logros conseguidos tras varias semanas de dejarse la piel en el estudio al lado de Tom, pero sobre todo por el alcohol que ya fluía en sus venas, y que combinado a un desayuno ligero siendo ya las últimas horas del día le habían hecho sucumbir a los efectos de una incipiente y muy agradable ebriedad—. Pero Tom también tiene su parte de crédito. Es él quien ha hecho los arreglos y lo ha conseguido.

—Bah —desestimó éste desde el sillón perpendicular al suyo y mirándolo con ojos de pupilas dilatadas—. Ha sido pan comido. Con talento de por medio, cualquier productor puede hacer maravillas.

—Un brindis por eso —propuso Gustav con un dejo de burla—, no por el talento de Bill, que ya se veía venir y no era ninguna novedad, pero por Tom, y el primer halago que le he escuchado decir en todos estos años de amistad que tenemos de conocernos, ¡salud!

Y de buena gana, los cuatro alzaron sus copas y brindaron por ello.

La celebración se extendió por un par de horas más, en donde el champagne al acabarse dio paso a unas cervezas que Tom tenía enfriando en el refrigerador y cuyo contenido fluyó con relativa rapidez. Para paliar el hambre, pues al fin y al cabo ¿qué clase de festejo era ese sin comida?, pidieron pizzas a domicilio y comieron hasta hartarse, o mejor dicho, hasta llegar al punto preciso de la náusea, donde un bocado más habría sido peligroso y por acuerdo mutuo bajaron las tapas de cartón y acordaron parar la ingesta tanto de comida como de bebida y mejor retirarse a dormir.

Con Gustav y Georgie ocupando uno de los dormitorios de la segunda planta, a Bill y a Tom no les quedó de otra más que subir al tercer piso, extremando precauciones en los escalones que conducían hasta esa planta y después maldiciendo su vicio por el tabaco que les impidió retirarse a dormir, pues las yemas de los dedos les picaban por un par de caladas antes de rendirse a los brazos de Morfeo y ninguno de los dos era del tipo de resistir a las tentaciones por muy dañinas que fueran a su salud física.

—Tal vez deberías considerar el dejar de fumar —comentó Tom cuando los dos estuvieron parados en la escalera que conducía a la terraza y compartiendo un único cigarrillo entre los dos para no alargar su estancia ahí—. Por tu voz y todo eso… Sería una pena que…

—¿Mmm? —Soltando el humo contenido en sus pulmones, Bill se giró para verlo con ojos perezosos, y entre los dos saltó un chispazo de electricidad estática cuando sus miradas se encontraron en el aire de la madrugada.

A su alrededor, Hamburg dormía, o al menos hacía su mejor representación de ello por tratarse de un lunes a eso de las tres de la madrugada, cuando ya era demasiado tarde para unos y en excesivo temprano para otros, colocándolos a ellos dos en un limbo en donde su única compañía eran las luces de las farolas, el ruido lejano del tránsito, y una leve brisa fresca que les erizó la piel y favoreció que la distancia entre ambos se redujera un par de centímetros en búsqueda de calor corporal humano.

Los suficientes para que el brazo de Bill rozara al de Tom, y el intercambio del cigarrillo que compartían se convirtiera en una maniobra salpicada de torpeza.

—Olvida lo que dije antes —murmuró Tom de pronto, jugando con su pulgar sobre la boquilla del cigarro—. No es asunto mío si fumas o no, y es hipócrita de mi parte pedir que dejes de fumar si yo no haría lo mismo de estar en tu lugar.

Bill bajó el mentón, y con ello cayó un mechón de su cabello rubio y largo por varias pulgadas sobre su frente. —Lo que cuenta es la intención, y fue… Te preocupas por mi voz, ¿no es así?

—También por ti —musitó Tom antes de llevarse la colilla a los labios y succionar como si en ello se le fuera la vida.

A su lado, Bill exclamó “¡Awww!” al tiempo que apoyaba la cabeza en su hombro y mostraba una parte de sí mismo que sólo salía a flote en momentos de vulnerabilidad, como lo era estar ebrio y sentirse en completa conexión con Tom.

—Tomi se preocupa por mí —canturreó Bill.

—¿Tomi? —Repitió éste.

—¿Te molesta?

—No, así me llama mi Mutti —confesó Tom, aunque se guardó para sí que algunas de sus parejas habían intentado hacer lo mismo y él había rechazado que así fuera. En cambio, en labios de Bill el mote adquiría tintes agradables que le hicieron decidir en el ahí y el ahora que lo aprobaba.

—En ese caso puedes llamarme Billy. Mi ex alguna vez quiso llamarme Billy y no se lo permití porque me enojaba que él lo hiciera, ¿sabes? —Bill giró la cabeza todavía con la mejilla conectada en su hombro y sus ojos lucieron grandes y sinceros—. Es un nombre que reservo para personas especiales.

—¿Como tu propia Mutti?

—No —denegó Bill una octava más baja su voz—. Mamá murió cuando yo era muy pequeño, apenas la recuerdo, pero en cambio papá siempre me llamó Billy.

—Oh, lo siento.

—No te preocupes —murmuró Bill, entrelazando su brazo con aquel de Tom sobre el cual descansaba y soltó un suspiro de alivio.

Aniquilando lo último que quedaba de su cigarrillo, Tom lo lanzó por encima de la baranda y la punta ardiente relució en una caída impecable mientras se precipitaba al vacío hasta que desapareció al impactar contra el cemento del pasillo que los separaba del siguiente edificio.

Por un segundo consideró Tom proponerle a Bill volver adentro y retirarse a dormir, que después de todo aquel había sido un día largo en el estudio y el siguiente lo sería aún más cuando revisaran los borradores y empezaran con las ediciones, pero el calor de su cuerpo lo retuvo. Igual que si tuviera los pies afianzados en concreto, Tom se resistió a abandonar su sitio, pero sobre todo la compañía de Bill, que sin proponérselo se había vuelto tan indispensable para él como el aire que respiraba.

Sin exagerar creía Tom que de faltarle Bill moriría («o algo así», pensó él en un afán desesperado de restarle importancia), y ello lo orilló a ladear su propia cabeza y apoyarla contra la de Bill.

—He pensado… —Dijo éste de pronto—. Me gustaría que este demo llevara ese nombre. Billy. Si al fin y al cabo es en honor a Alex… Él entendería claro el mensaje si ese fuera el nombre que apareciera en la portada. ¿Tú qué piensas?

—Me encanta —declaró Tom, utilizando el adjetivo que entre ellos dos se había convertido en una broma privada a la cual sólo Gustav y Georgie tenían un acceso restringido. Su propio término, con un valor inefable y por lo tanto envuelto en misterio.

—Así que te encanta, ¿uh? —Le pinchó Bill el costado, y el movimiento propició la separación que puso fin al momento que juntos compartían.

Soltándose de Tom y Tom haciendo lo mismo con él, Bill se sintió de pronto helado, deseoso de volver al abrazo de Tom y refugiarse ahí, y así lo habría hecho de no ser porque el aire fresco de la noche ejerció un efecto de sobriedad sobre su borrachera y le hizo recuperar un mínimo aceptable de decencia, en donde de pronto actuar como lo había hecho era inapropiado entre colegas que estaban a la mitad de la grabación de un demo, y la pérdida de ese control le alteró por las implicaciones que traía implícitas.

—Tom…

—¿Mmm?

—¿Nos definirías como… amigos?

—Yo… —Tom le examinó unos segundos bajo la escasa luz del exterior y luego asintió—. Supongo que sí. Es decir, sí. Te considero como un amigo, ¿tú a mí no o…?

—¿Qué? ¡No! Quiero decir, ¡sí!, uhm… —Bill se cubrió un costado del rostro con su mano dominante—. Creo que estoy demasiado borracho para tener contigo esta conversación ahora mismo.

—Hey, no me culpes. Tú has empezado —dijo Tom, extendiendo una mano y rozándole un hombro—. Pero seh… Es hora de dormir, Billy.

—En marcha, Tomi —rebatió Bill de vuelta, y ayudándose mutuamente volvieron a entrar al edificio y se despidieron con naturalidad al final del pasillo, donde a cada lado estaban las puertas de sus respectivas recámaras.

Bastó entonces que el temor al arrepentimiento fuera mayor por perder una oportunidad que por arruinarla, y en un impulso del que después jamás podrían dar marcha atrás, se unieron en un corto beso antes de cada uno tomar por su cuenta la dirección opuesta al otro y dar por finalizada su magnífica noche.

Después, a un corto insomnio le siguió el plácido sueño, y también la dulce convicción de estar a la vuelta de la esquina de encontrarse, no con su destino, sino el uno con el otro.

Y ya no como amigos, no, sino como almas gemelas.

 

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