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Traslape por Marbius

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8.- “Ich hab keine Heimat, ich hab nur dich”

 

Por mucha que el punto álgido de su verano fueron esos diez días que Bill pasó en Ibiza con Tom tomando el sol, nadando hasta quedar agotados, paseando mano a mano por la propiedad, y haciendo el amor sin parar hasta quedar saciados, también en agosto le llegaron las pruebas finales de su demo, así como las galeras tanto del booklet como del libro, y con todo el material a su disposición para examinarlo fue que supo con certeza que su sueño de ser un músico estaba por volverse realidad.

—Conozco al tipo indicado para que dirija el video de tu primer sencillo —dijo Andreas al reunirse con Bill un fin de semana que éste pasó en Hamburg en el edificio de Tom, y a Bill le costó horrores concentrarse teniendo trabajo por delante pero deseando a su novio como un náufrago puede anhelar tierra firme—. Se llama Shiro Gutzie, y al mostrarle pruebas de tu concepto se mostró interesado. Estaría de acuerdo en reunirse contigo si así lo quieres…

Bill accedió a ello, intrigado por el portafolio del tal Shiro que Andreas trajo para mostrarle, y por su cuenta se formó una opinión positiva de aquel individuo todavía por conocer, puesto que él mismo tenía una visión clara de cómo quería que fuera el primer video de su demo y trabajos anteriores de Shiro parecían coincidir con la estética predominante en el proyecto.

—Le llamaré y me pondré de acuerdo para que te contacte por su cuenta, ¿de acuerdo? —Dijo Andreas apenas ponerse en pie y a modo de despedida, pues como confirmó después, tenía planes de reunirse con Christoph para cenar, y ya iba tarde para su encuentro.

Apenas quedarse a solas, Bill no resistió lanzarse a los brazos de Tom, y con la nariz en su cuello aspirar el aroma que tanto había extrañado durante la última quincena. Luego de diez idílicos días en Ibiza de irse a la cama con él y despertar conectados ya fuera en un abrazo completo o al menos rozándose con un pie, su ausencia le había resultado casi insoportable, y por su cuenta Tom le había confirmado que para él había sido el mismo caso.

Su necesidad por el otro, que en un inicio había sido lo más difícil de mantener una relación de distancia, poco a poco se había convertido en un problema mayor, puesto que a ambos les costaba funcionar sin su mutua compañía, y aunque todavía era pronto para abordarlo como una solución definitiva, estaba sobre la punta de sus lenguas el proponer buscarle una solución que satisficiera a las dos partes por igual.

A punto estuvo Bill de sacar el tema a colación cuando Pumba se pegó a su pierna, y con tirones a la pernera de sus jeans le hizo saber que necesitaba un paseo para desalojar aguas menores.

—No importa —dijo Tom al separarse—, estoy seguro de que Capper también apreciaría una visita a su árbol de siempre.

Bajo ese acuerdo fue que les pusieron las cadenas en torno a los cuellos, y juntos bajaron a la calle y de ahí al parque que se encontraba a dos manzanas de distancia, pues conocedores de las mascotas que tenían en casa, era mejor un paseo largo que dos cortos.

Ya que salvo por ellos dos y una mujer con un poodle grande casi del todo trasquilado no había nadie más en el parque, soltaron a los perros para que hicieran sus asuntos en paz, y codo con codo se sentaron en una banca que les permitía tener una vista privilegiada del terreno, pero que también les otorgaba la oportunidad de conversar en cercanía dentro de un espacio relajante.

—Estaba pensando que quizá podrías dejar algunas de tus cosas en mi departamento —dijo Tom jugando los dedos sobre la palma abierta de Bill que descansaba sobre su muslo—. Por descontado los enseres de limpieza y todas esas cremas faciales que siempre traes contigo, pero también algunos cambios de ropa y… En realidad lo que quieras dejar. Te he preparado un cajón para eso, y si hace falta, puedo desocupar un segundo o un tercero y dejarlos a tu disposición…

—Oh. —Las esquinas de los labios de Bill se curvaron en una sombra de sonrisa—. Gracias.

—Tan sólo quiero que estés cómodo cuando estés de visita conmigo.

—Y lo estoy.

—Ya, pero… —Usando la mano que tenía libre para ese fin, Tom rebuscó en uno de sus bolsillos delanteros, y sin tanta ceremonia depositó un pequeño objeto sobre la palma de Bill—. Lo digo de verdad.

Elevando las cejas hasta la mitad de su frente, Bill examinó la reluciente llave que a partir de ahora sería suya y le garantizaría entrada y salida sin restricciones dentro del edificio de Tom. Por descontado que tenía las claves a la tercera planta y con ello a sus habitaciones privadas, pero la entrada al lugar desde la calle todavía le había estado vedada si Tom no le acompañaba.

Pero ya no más…

—Me gustaría pedirte que te mudaras conmigo, pero sé que de momento no puedes darme la respuesta que yo busco, así que me contentaré con dejar claro para ambos que estoy poniendo todo de mi parte para que sepas que voy en serio con esta relación y que haré lo que sea necesario para demostrarlo.

—No me habría atrevido a ponerlo en duda —dijo Bill, acariciando la llave con el dedo índice—. Y mi piso en Berlín es también tu piso en Berlín. Mañana mismo te haré una copia para cuando quieras irme a visitar.

—No es necesario que te sientas presionado a ello si no estás list-… ¡Oh! —Exclamó Tom cuando Bill le interrumpiendo con un beso.

—Claro que lo es. No es por compromiso, sino que quiero hacerlo. De hecho… era algo en lo que había estado pensando, pero no tenía ni la menor idea de cómo reaccionarías, y tu rechazo me asustaba.

—Oh, Bill… —Murmuró Tom volviendo a unir sus bocas en un beso—. No podría negarme a ti porque te… —Un nuevo beso y luego la revelación—. Porque te amo.

Bill no necesitó de ninguna revisión de consciencia para llegar a esa misma conclusión. —También te amo, Tom.

Y era pronto en su relación para eso, que no en balde tenían poco menos de tres meses de haberse conocido, pero no por ello el sentimiento compartido se abarataba o perdía valor. Simplemente sus sentimientos eran reales, y el mantenerlos ocultos para cumplir con una norma social que ridiculizaba ese nivel de amor en etapas tempranas de la relación no era una opción para ellos dos.

A esa conclusión llegaron cada uno por su cuenta, compartiendo más besos lánguidos hasta que los perros terminaron sus asuntos y volvieron jadeantes a su lado luego de juguetear un rato a perseguirse.

De regreso al edificio de Tom, no dudaron en tomarse de las manos, y una vez frente a la puerta de entrada, Tom dejó a Bill hacer los honores.

Utilizando su recién estrenada llave Bill sólo tuvo un pensamiento al cruzar el dintel de entrada: «Estoy en casa, mi propio Heimat…»

 

A modo de pausa entre el trabajo y la no cotidianeidad de una relación que se sostenía en su mayor parte por la distancia, largas llamadas, y kilométricos mensajes instantáneos, fue Tom quien propuso celebrar su cumpleaños conjunto entre ellos dos, disculpándose así ante familia y amigos por privarles de su compañía y rentando una habitación de hotel en París para el fin de semana que pasarían por la ciudad.

Bill recibió la propuesta de buena manera, encargándose por internet de las reservaciones en un hotel que tenía buenas calificaciones de sus usuarios, y poniendo así a nombre de los dos una suite que sería suya por tres días y dos noches que duraría su estancia.

El reencuentro se dio en pleno aeropuerto de París, cuando Bill bajó de su vuelo con la maleta rodando detrás de sí y Tom lo recibió en un abrazo con la correa de su equipaje colgándole por medio pecho y estorbando. De cualquier modo poco les importaron los inconvenientes, y en lugar de fijarse en las minucias se centraron en lo maravilloso que era darse el primer beso en la última quincena y desearse un feliz cumpleaños.

—Es curioso, porque nacimos el mismo día en el mismo año, pero no está claro quién de los dos es el mayor —dijo Bill en el taxi que los conduciría a su hotel.

—Tengo que ser yo —declaró Tom—. Lo presiento.

—Y yo lo dudo. Nací bastante temprano en la mañana. Mamá alguna vez comentó que creyó que ese sería un indicio futuro de cómo serían mis hábitos de sueño, pero no pudo equivocarse más —rió Bill entre dientes—. Más bien era un presagio de lo mucho que me gustaría estar despierto de madrugada.

—Bah, no tanto como yo —aceptó Tom el reto—. Di tu hora y yo diré la mía.

—Oh no, Herr Kaulitz —le pinchó Bill el costado—. Ya he jugado ese juego antes y no muestro mis cartas si no es de manera simultánea.

—En ese caso… Mister —llamó Tom al taxista, y en inglés le pidió cualquier trozo de papel que tuviera consigo y algo para escribir.

El fragmento de papel en cuestión consistió en recibo de McDonald’s manchado en grasa y el utensilio para escribir un lápiz mellado con el que apenas pudo trazar sobre el papel blanco, pero lo hizo, y arrancó el pedazo que contenía los números con su hora de nacimiento antes de tenderle a Bill el resto.

—Tu turno.

Divertido por lo mucho que se complicaban algo tan simple como determinar quién de los dos era el mayor, Bill escribió su hora de nacimiento cuidando bien de que Tom no leyera y después aguardó expectante a que éste le indicara más instrucciones.

—¿Y luego?

—Luego te doy mi papel —extendió Tom el trozo con la escritura hacia abajo—, y tú haces lo mismo.

La gran revelación, que hasta el taxista espió a través del espejo retrovisor, los asombró cuando al revisar la hora y compararla con la propia sólo encontraron diez minutos de diferencia. De veinticuatro horas que había tenido ese primero de septiembre en el que ambos habían nacido, había querido el destino que la distancia de sus nacimientos se midiera dentro de una escala corta, y por lo tanto, cargada de significado.

—Wow… —Se maravilló Bill repasando con los ojos el trazo de escritura de Tom donde se leía 06:20 sin problemas, siendo el suyo 06:30—. Es increíble pensar que mientras mamá me tenía en Leipzig, en Magdeburg había otra mujer dando a luz al que a la vuelta de casi tres décadas sería mi novio.

Tom le miró con ojos grandes y mandíbula desencajada. —¡¿Leipzig?!

—¿No te lo conté antes? Nací ahí, pero nos mudamos cuando yo todavía era un bebé de pecho. Ni siquiera me considero de ahí porque apenas se recuperó mamá nos mudamos de ciudad, pero es mi lugar de nacimiento y-…

—¡El mío también! —Exclamó Tom, todavía procesando esa información—. Nací en Leipzig, y me mudé con mis padres antes de que siquiera pudiera comer sólidos.

—Pensé que eras de Magdeburg porque es la ciudad más cercana a tu pueblito y por lo tanto supuse… Joder —dijo Bill, compartiendo con Tom la incredulidad por el momento surreal que estaban viviendo.

Ajeno a todo ese diálogo que ocurría en el asiento trasero de su vehículo, el taxista no tardó en dejarlos en su hotel, y para entonces ya Bill y Tom se habían comunicado con sus respectivas familias para inquirir acerca de esa peculiaridad de su nacimiento.

Resultó ser, aunque para atar cabos requirieron del fin de semana completo, que no sólo habían nacido en la misma ciudad, el mismo día, el mismo año, y con sólo diez minutos de diferencia, porque además había sido en el mismo hospital, y por todo lo que podían apostar, seguro que en camas continuas. Para ello habría servido el testimonio de la fallecida madre de Bill, y éste manifestó su desazón al respecto con una discreta lágrima que se enjugó con la vana esperanza de que Tom no la atestiguara, pero fallando en el proceso.

Así, su fin de semana en París para celebrar su cumpleaños acabó con una nota amarga que juntos lograron sobrellevar como una prueba más a su relación, donde el apoyo recíproco que se prodigaron sirvió para cimentar las bases de recién fundada hermandad.

—Habría sido genial crecer juntos —dijo Bill en algún punto de su última tarde en París, los dos fumando un última cigarrillo desde su balcón y admirando la ciudad luz que ya centelleaba en algunos puntos—. Es tanto lo que nos une…

—Habríamos sido inseparables —confirmó Tom a su vez—. Y al final… Te habría amado igual que ahora.

Conforme con esa afirmación puesto que él mismo la tenía en la punta de la lengua, Bill asintió y recargó la cabeza en el hombro de Tom, recibiendo luego el peso de él sobre su coronilla.

Dicho todo lo que era necesario, el resto fue silencio.

 

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