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Magia de Navidad por Discord Di Vongola Arcobaleno

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Notas del fanfic:

Katekyo Hitman Reborn no me pertenece.

#OdioTodo #QuieroIrmeADormir #Hashtag #MeGustaHacerEstasMierdas #SHINEEEEE #EntendíEsaReferencia #Memes2017

(??????????????????????????????????????????????)

Notas del capitulo:

Maldición! No vuelvo a dejarme llevar con la fecha límite de un fanfic! 
(Siempre digo cosas así y siempr elo termino repitiendo)

La verdad éste fic iba a ser de otras ideas que tengo en mente, pero no estaba segura de que si me quedarían entretenidas, tampoco estoy segura de si esto está entretenido... TENGO UN MALDITO SUEÑO PORQUE SON LAS MALDITAS 5 DE LA MAÑANA, NO ME JUZGUEN!

Y, bueno, iba a quejarme de más cosas, pero se me olvidaron :3

Ójala disfruten el fic... creo que lo hice con amor... no estoy segura... todo está muy borroso... lo acabo de terminar...

Ñeee...

Tal vez, aquella pelea en un callejón oscuro y las heridas que éstas conllevaron no le hubieran afectado tanto… si no hubiera empezado a nevar.

La nieve caía con fiereza, tal y como estaban las heridas en su pequeño y peludo cuerpo.

El felino de pelaje oscuro se había topado con unos perros rabiosos que sólo buscaban algo con que divertirse.

Lástima para ellos que se metieron con él.

Pero incluso cuando había dejado a uno de ellos tuerto, las heridas y mordeduras en su cuerpo eran grandes y profundas.

No le hubiera importado normalmente. Normalmente recibía lesiones peores pues desde que era una pequeña cría se tenía que cuidar solo entre las calles.

Normalmente sólo hubiera entrado a algún hogar en busca de calor.

Pero esa no era una ocasión “normal”.

La nieve arremetía con fuerza en la desolada noche.

Sus patitas ensangrentadas empezaban a congelarse mientras más avanzaba.

Sólo debía buscar un lugar en el cual pasar la noche, donde poder descansar. Donde pudiera sobrevivir.

Pero nunca había visto tan cercana la idea de que algo así pudiera ser “imposible” para él; hasta ahora…

Los minutos se volvían una eternidad. Intentaba no verse tan vulnerable.

Parecía que sus intentos eran en vano.

Mientras más avanzaba, más débil se sentía. Era obvio que el no haber comido por una semana le afectó también.

Su visión se iba haciendo más y más borrosa en aquella tortuosa perpetuidad.

No podía notar nada.

Ni siquiera al joven humano que pasaba corriendo a su lado, preocupado por llegar tarde a su casa.

Un joven de alborotados cabellos castaños que de nueva cuenta había olvidado el paso del tiempo aquel día.

Cada uno tiene sus creencias. Tal vez fue obra del destino. Quizás fue sólo una coincidencia. A lo mejor sólo era algo que tenía que pasar. Tal vez era algo que no tenía que pasar.

Pero ocurrió.

En su apresurada carrera de vuelta a su hogar, aquella persona sintió como si el mismo tiempo se estuviese retrasando.

Más lento, más lento. Lo suficiente como para ver de reojo, entre la blanquecina nieve un pequeño y tembloroso cuerpo oscuro. Un pelaje tan negro y profundo que a la misma noche causa envidia.

Sus rápidos pasos empezaron a bajar de velocidad.

Cada vez más y más hasta que quedó inmóvil en medio de aquella tormenta.

Tomó unos segundos, pero logró obtener el valor de girar su rostro, sólo un poco, para volver a ver lo que sea que haya visto antes sobre su hombro.

La nieve cubría aquel cuerpo casi por completo. El joven no podía atinar si estaba muriendo o si ya lo estaba. Fue un pensamiento triste.

El corazón de Tsuna se contrajo de la pena.

Pero… ¿Qué debía hacer?

Él era un adolescente…. Casi normal (porque ser tan inútil en todo no lo consideraba como algo “normal”), no era alguien que adoraba los animales, no era alguien que cuando veía a alguna persona o animal en problemas, iba en su ayuda. No, claro que no. Ya tenía muchos problemas con su inútil vida como para también preocuparse por otros. No era de ese tipo de personas activistas o fuertes y consideradas, sólo era un chico delgado, cobarde, y, para su desgracia, muy sensible, emocionalmente hablando.

Y tal vez fue por eso por lo que se había quitado su abrigadora chamarra en medio de la tormenta, que había cambiado la dirección de sus pasos, que se había arrodillado para tomar con suma delicadeza a lo que después notó que era un gato.

 O, quizás, fue obra del Espíritu Navideño.

Con el gato envuelto lo más cálidamente posible y con su cuerpo, de la cintura para arriba, congelándose, salió corriendo de nueva cuenta hacia su hogar.

 

 

Se sentía… cálido.

Una calidez… que era familiar.

Pero… era algo que nunca había sentido.

Sus párpados cansados querían permanecer así, cerrados.

Porque, mientras más iba recobrando los sentidos, se daba cuenta que tanta paz no podía ser cierta.

No para un gato callejero como él.

Disfrutó aquellos momentos de sosiego como lo único bueno que había pasado en su vida.

Y, lentamente, abrió los ojos.

La luz lo cegó por unos momentos.  

Él a lo máximo que se había acostumbrado era a la luz de los automóviles que estuvieron a punto de atropellarlo. La luz del día no contaba, intentaba ocultarse de ella pues era cuando la gente lo veía cuando empezaban a lastimarlo por diversión.

Logró abrir los ojos más y más, sólo podía ver un techo blanco, iluminado por un foco.

Quería mover el cuello, pero se sentía tan cálido y atrapado.

Por alguna razón, maulló. Lo hizo con un tono lastimero que no sabía de donde había provenido. Él no era así.

Unos maullidos suaves más y paró cuando escuchó pasos acercarse a su posición. Logró voltear la cabeza.

Frente a él, mirándole con ternura y lastima, había un humano.

Sus cabellos eran anormalmente alborotados, sus ojos eran inmensos y marrones, sus pestañas eran rizadas, su rostro redondo era adorable y sus mejillas y labios tenían un lindo tono rosado.

El gato negro estaba confundido.

Había oído algo por parte de los humanos, pero no sabía que realmente existían los ángeles.

Y él ángel le sonrió.

–Ya todo está bien. – dijo.

Su voz era tan suave y dulce, fue la única melodía que encantó al felino.

El joven adolescente levantó su mano despacio y lo dirigió al rostro del gato negro que se asomaba entre el montón de sábanas.

Y, por primera vez en su corta y peligrosa vida callejera, el gato negro se dejó tocar por un humano.

 

 

El tiempo pasa como las hojas que caen de los árboles y se las lleva el viento.

El tiempo sigue su camino, pero el tiempo no es el que provoca los cambios, las mejoras y desgracias.

Son los seres vivos.

Eso lo sabía bien el gato negro que hace un año había sobrevivido de una tormenta de nieve, y cuando había rozado a la muerte, encontró la calidez de un corazón bondadoso.

Aquel humano le dijo los primeros días “Dejaste de respirar por unos momentos”. Cómo si esperara que realmente le respondiera en su idioma.

Y… ahora vive con él.

Obtuvo todo lo que veía por las ventanas de las casas cuando era callejero; una caja de arena, comida todo el día, una cama cálida, juguetes y rascadores, hasta le habían hecho un suéter para cuando hiciera frío.

Hasta tenía un nombre.

La madre del humano que lo rescató le colocó el nombre de “Reborn”.

Y ahora, Reborn miraba a través de la ventana los copos de nieve que caían de manera irregular.

–Hola. – Escuchó el gato negro tras él mientras la puerta se abría y cerraba nuevamente, pero con otro cuerpo en la habitación. – Perdón por dejarte tanto tiempo. Es sólo que tuve que cuidar a Fuuta, ya sabes.

Cuando el humano se sentó en su cama, el gato lo volteó a ver.

En aquella casa sólo vivían el humano, su madre, y una pequeña cría humana, y desde hacía un año, un gato negro.

El gato Reborn era muy querido en esa familia, y él… correspondía el afecto.

Claro, a su manera.

La madre de los chicos era una persona muy amable y optimista, siempre sonreía y se alegraba con cualquier simpleza, eso era algo que el gato apreciaba, pues al verlo herido le había dado hogar al instante.

Fuuta era un niño prodigiosamente listo, por lo que sabía Reborn, aunque el niño castaño estuviera en primaria, pero estudiaba cosas nivel superior… sea lo que sea eso, pero a aprendido bastante con él, viéndolo hacer sus trabajos de algebra y trigonometría, Fuuta tenía la costumbre de repetir lo que hacía en voz alta, los pasos que seguía para hacer la operación. La voz de Fuuta era calmante para Reborn, era suave y pacífico su tono, pero más que eso, le calmaba saber que estaba ahí… a salvo… Reborn no lo entendía, tampoco le interesaba entenderlo.

Y luego… estaba Tsuna.

Él era… Cuando estaba con él… Ellos…

…Era complicado.

Y no tenía nada que ver que fuera un gato.

Bueno… tal vez no para Tsuna… pero para él…

…El cómo veía a Tsuna hacía que se entorpeciera su mente mientras más lo hacía.

Por un momento llegó a pensar que era zoofílico. ¡Él! ¡Un gato!

¿¡Los animales pueden ser zoofílicos!? Pero… bueno…

Creo que eso aclara un poco los sentimientos que había adquirido el felino por su humano.

Y no tenía nada que ver el que lo observara por horas… o que no le molestara escuchar sus largas charlas consigo mismo (donde luego lo incluía), ni en lo mucho que disfrutaba acurrucarse a su lado cuando caía dormido, o lo mucho que disfrutaba la vista cuando se colaba al baño a la hora de su ducha…

…Pero no entendía que le pasaba.

No hacía esas acciones comprendiéndolas del todo… No entendía… No podría hacer eso con Fuuta o Nana, pero, simplemente, disfrutaba cada segundo al lado del primogénito de aquella familia.

Cuando creció en las calles, lo máximo que habló fue con algunos perros y unos gatos que se burlaban de él, nunca necesito a nadie. Nunca tuvo a nadie. Hasta que fue adoptado por la familia Sawada.

–¿Reborn? – preguntó confundido el humano. Su gato se había quedado quieto mucho tiempo y le preocupó.

El felino salió de su ensoñación y miró al adolescente. Le dio un maullido inconforme.

El castaño suspiro, pero luego rio un poco.

 –Reborn, sabes muy bien por qué no puedo dejarte salir. – le miró, con una extraña mueca de reprobación y burla.

El gato soltó una especie de bufido.

–¡Tiraste el árbol de Navidad el año pasado! – le recordó con una sonrisa que intentaba evitar en sus labios. – Rompiste la mayoría de los regalos. Si el corazón de Fuuta no fuera tan grande, seguramente hasta el día de hoy te seguiría odiando.

El gato movió la cola de un lado a otro con fuerza, claramente irritado.

Lo hizo por una buena causa y así era como le pagaban.

–No te preocupes, ya hablé con Mamá y pasado mañana quitaremos el árbol. O tal vez incluso mañana.

El castaño sonrió. Una de sus sonrisas donde lograba relajar al gato; era una sonrisa de ánimo, ansias y esperanzas.

El adolescente ya tenía puesto el pijama mientras destendía la cama.

Estaba tan alegre… pero… algo no estaba bien…

Tsuna volteó a ver a Reborn. Éste le miraba con ojos curiosos de vuelto.

El corazón de Tsuna se estrujó un poco…

Sentía que esa noche algo iba a cambiar. Algo que no le iba a gustar…

…Que estúpidas corazonadas.

Nada podía pasarle a ese gato (una prueba eran todos los rasguños que le había regalado con tanto “cariño”).

…No podía pasarle nada… No debía pasarle nada. Reborn… Él…

Él es su amigo… Su único amigo…

Sacudió la cabeza en negación y luego miró de nuevo al gato.

Sintió…

–Reborn…–  dijo el chico, su mirada alegre había pasado automáticamente a una preocupada. – Sé que es para mañana, pero… Feliz Navidad.

Le sonrió a su gato, apagó la luz y se fue a dormir.

Sólo fueron segundos para cuando Reborn había bajado del marco de la ventana para subirse a la cama y acurrucarse contra el cálido cuerpo del humano.

 

Pasadas unas horas, en la mitad de la noche aproximadamente, Reborn había escuchado unas pisadas pesadas… Provenían de la planta baja.

–“No otra vez” – pensó el gato.

Miró a su humano mientras se levantaba.

Su angelical rostro durmiente, con las mejillas rojas y saliva regándose de la comisura de sus labios, lo “inspiró” para salir del cuarto y ver que mierda estaba pasando.

Se bajó de la cama y al colocar sus patitas en la perilla la giró, la cual había alcanzado gracias a una caja.

Reborn podía escaparse cuando quisiera de aquel cuarto, pero sin poder ver las torpezas de Tsuna, no era divertido.

Abrió la puerta, la empujó y cerró.

Sabía con quien se iba a topar por mucho que mentalmente se hubiera negado.

Bajó las escaleras con sigilo, intentaba ver lo mayor posible desde las escaleras. Cuando llegó al suelo de la primera planta continuó con el mismo sigilo hasta llegar a la sala.

Allí, frente a un pino decorado con esferas brillantes y cables con luces, dejando varios regalos bajo aquel pino, había un sujeto delgado, vestido de un ridículo traje blanco con rojo. Reborn podía notar el cabello blanco y desordenado bajo el gorro que tenía. Lo veía de espaldas, pero podía ver claramente sus acolchonados guantes negros, entrando y saliendo de una pequeña bolsa marrón, sacando, impresionantemente por ella, regalo tras regalo.

El felino se puso a la defensiva. Extendió sus garras y empezó a gruñir.

El sujeto peliblanco se dio la vuelta y miró a la nueva presencia en la habitación.

–No de nuevo. – se dijo con un tono cansado.

–“Te dije que no volvieras a mi casa.” – maulló.

–¡Oye! Créeme, no es mi opción. – dijo el hombre joven con tono cansado. – Odio hacer esto, pero no puedo dejarlo. Cosas de leyes y códigos y blah, blah bl-

–“No me importa.” – gruñó, cada vez más fuerte mientras más se acercaba. – “Sal. De. Mi. Casa. AHORA.”

Santa Claus suspiró.

Y chifló.

El gato no dejaba de observar sus acciones, no quería que se repitiera lo del año pasado.

Pero en medio de su fiera guardia, unos segundos después se hizo presente una nueva criatura en el cuarto.

Su cabello era largo bajo la espalda alta, era azul oscuro y no se molestaba en cuidarlo, tenía los ojos rojos y una marca en su mejilla derecha. Era alta y vestía ropa que el gato catalogaba como ridícula.

La joven miró sus ropas con sorpresa y dio un rápido gruñido disconforme. Luego levantó la mirada, analizó rápido la situación y volteó a ver con odio al sujeto peliblanco.

–¿Qué carajos quieres, hijo de puta? – Gruño la chica con gran desprecio.

–Vamos, Lal, no seas así. – dijo con un tono divertido. Más por naturalidad que por verdadera burla.

–Puto Byakuran, ya hablamos de esto. – gruñó nuevamente, realmente estaba enojada pero no podía descargarse con darle un buen merecido golpe en la cara al de traje blanco, no en un hogar humano. – El trato fue claro.

–Ella es Lal Mirch, una vieja de mis duendes, o podríamos decirle “ex-duende”, Lal odiaba con toda su alma el alegre trabajo de un duende (y, personalmente, yo odio verlos tan alegres) pero era de los pocos duendes mágicos además de ser muy eficiente. Me pidió ir al mundo de los humanos a vivir, pero no podía ir y dejarla ir tan fácil así que quedamos en un acuerdo de que cada Año Nuevo, que es cuando organizamos el nuevo plan de todas los juguetes que debemos hacer porque lo cierto es que esa es la parte más complicada del “trabajo Navideño”, así que Lal viene, hace la mayor parte de la guía y el plan de juguetes, a veces también del inventario, y así es como “paga” el vivir como un humano-

 –¡Ya cállate! – interrumpió Lal. – ¿Por qué vergas le estas explicando al gato nuestro trato?

–Lal, tú eres de los pocos que saben que Santa Claus puede hablar con animales. – “regañó”.

–¿¡Y eso qu-

–Reborn. – interrumpió calmadamente el albino, mirando al de pelaje oscuro. – Odio hacer esto… tú me has traído un montón de problemas, me encantaría deshacerme de ti, pero en el código de Santa Claus (que odio, por cierto) me indica que no puedo afectar a un tercero, es decir, alguien que no sea un niño o un adulto que me haya visto, nada más puedo afectarlo dependiendo de qué tan buenas o malas hayan sido sus acciones.

El gato gruñó.

Sólo quería que se fuera de su casa.

Sólo quería saber que no le haría daño a Tsuna, a su familia.

–Bueno, el punto es que, eres bastante molesto, así que…

Sonrió de una manera que casi hace temblar a Lal.

Levantó su mano, Reborn no tuvo tiempo para comprender cuando varios polvillos salieron mágicamente de sus enguantas manos, golpeando el cuerpo de la mascota.

Reborn estaba sorprendido, intentó correr, pero al mínimo contacto con su piel empezó a caer desmayado.

Byakuran sonrió al ver como el cuerpo inconsciente del gato empezaba a… cambiar.

Lal miró con asombro el lugar donde anteriormente estaba el felino, el espacio empezó a rodearse de luces y brillos que conocía perfectamente. Volteó a ver sorprendida al sonriente peliblanco.

–Has sido un chico muy bueno. – dijo al cuerpo inerte en el suelo. – Has pasado por tantas cosas, es hora de que Santa te ayude un poco.

Antes de que Lal pudiera olvidar que se ubicaban en un hogar humano e intentar darle la paliza de su vida a Byakuran, éste la volteó a ver… con aquella sonrisa que pocas veces mostraba.

–Lal, se que es un poco de improvisto, pero creo que, por esta vez, deberíamos cambiar un poco los términos del trato.

 

 

La oscuridad volvió a ser lo primero que notó…

El frío en el que se encontraba…

Hace tiempo que no se sentía así.

–Oye.

Abrió los ojos como platos, al segundo siguiente se mostró en una pose defensiva, mirando hacia donde había provenido aquella voz.

Frente a él estaba la misma mujer peliazul que había visto con el hombre de blanco, solo que en lugar de aquel ridículo traje verde y rojo que llevaba, ahora vestía ropas formales, un saco sobre una camisa blanca y pantalones de vestir.

–Cálmate. – habló de mala gana ella.

Y el otro gruñó.

Estaba confundido, pero sabía que no debía bajar la guardia.

–Mírate. – le ordenó, después de suspirar. – Tal vez te sorprendas un poco.

Él… se sentía extraño…

¿Qué le había hecho aquel sujeto?

Sin quitar su fija mirada en la joven, levantó una de sus patas a la altura de su rostro.

Su mirada era de estupefacción, sus pupilas habían disminuido considerablemente y casi se le caía la quijada.

Su pata, antes peluda, cubierta de un alborotado y extrañamente ordenado pelaje negro, Era más largo, más grueso, menos… peludo.

No había notado que había empezado a temblar.

Aquella extensión de su cuerpo, ahora lampiña dejaba relucir en su extremo una… mano. Una mano humana, con cinco largos y gruesos dedos. ,

La luz era escasa en ese lugar y aún así podía notar su blanca piel.

No su oscuro pelaje.

–¿¡Qué es esto!? – dijo.

…¿¡DIJO!?

Llevó sin notarlo sus extraños brazos a su rostro, su rostro peludo de hocico algo alargado había sido corregido por un más plano y rostro alargado y firme.

Desesperado, confundido y aterrado, notaba como podía hacer cosas que los gatos NO podían hacer… como llevarse las “manos” a la cara.

Tocó el resto de… su cuerpo…

Eso no estaba nada bien.

Nada. Bien.

–¿Qu-

–Escucha. – interrumpió, frustrada. – Odio hacer esto, pero si no lo hago, Byakuran…

Suspiró.

–Sólo… se me fue encargada la tarea de… ayudarte.

–…¿Qué?

Cada vez estaba más confundido.

Ella volvió a suspirar.

–Mira, al parecer, debo ayudarte a “conseguir” el regalo que Santa Claus quería darte.

–¿Qué? – repitió, entre mirándola y mirándose. – Yo, no sé… ¿Quién rayos es ese tal Santa?

–No importa quien sea, lo que importa es que te está dando una oportunidad. – dijo, casi gruñendo.

Reborn no sabía qué hacer.

No sabía que estaba pasando.

No lo entendía.

Estaba muy confundido.

Y odiaba eso.

Así que le empezó a gruñir.

Eso irritó mucho más a la peliazul.

–Escucha, desgraciado. – dijo, intentando no pararse. Sabía que si lo hacía liberaría toda su rabia contenida.

Sacó una foto de su bolsillo y se la mostró.

Reborn era bueno en esto.

Fingió que la imagen de Tsuna en la mano de una desconocida potencialmente peligrosa no lo afectaba a niveles extremos.

Se mantenía sereno pero tenso, para hacerle notar que estaba listo para cualquiera de sus trucos.

–Sabemos bien quien es este chico. – dijo ella. – Y vamos a ayudarte a que logres liberar tus… sentimientos y esa mierda.

Reborn no estaba seguro de que era “mierda”, pero casi hace que lo de “sentimientos” le afecte…

–Mi… jefe, el sujeto raro que viste antes, tiene algo como poder ver cosas del futuro, posibilidades… Y, por una razón, que no explicó bien, quiere ayudarte a… que puedas amar. Amar a… Tsuna.

Reborn… sólo…

Estaba… confundido.

¿Amar?

¿A Tsuna?

¿Por qué?

¿Por qué se sentía así?

¿Por qué… lo quería?

 

 

Había pasado… varias semanas.

Se recordó, viendo el horizonte mientras caminaba con un destino desagradable.

Bajo sus grandes y cansados ojos había unas inmensas ojeras, sus ojos estaban ligeramente rojos, logró engañar a su madre que era por el insomnio, pero en realidad era por sus noches en vela, por las lágrimas que caían de sus ojos cual cascada.

Sus pasos eran lentos y cansados, poco más y detenía sus pasos, pero tenía que ir a la escuela, su mamá le había animado que tal vez su gato podría estar por aquellos lugares.

Desde la mañana de Navidad había dejado de ser sonreír.

Estaba preocupado por su gato.

Su gatito.

Su bebé…

Reborn…

Negó con la cabeza, lo mejor era dejar de pensar en eso.

Dejar de… pensar en él.

Le dolía. Eso pensaba mientras apretaba con fuerza la mano en su pecho.

Siguió su recorrido hacía la escuela.

 

 

–…Es por lo que deberían dejar que mi hermano de clases aquí. – terminó de decir Lal.

La pelirosada directora la miró con cara algo incrédula.

Bianchi no recordaba que cuando aceptó a la maestra Lal en su escuela se hubiera presentado… así.

…Porque no lo había hecho.

En ese lugar, en ese momento, estaba Lal, quien había acabado de usar algunos de sus “poderes mágicos de duende” (o PMD, para que no sonara tan ridículo y absurdo), en la joven directora, afectando su memoria.

La directora Bianchi del instituto Nami-chu hablaba más con los alumnos que con los mismos maestros por lo que había investigado. Así que había afectado sus recuerdos para que la viera como una maestra que llevaba varios años trabajando allí, y que ahora pedía empleo de la misma profesión para su… hermano menor.

La directora suspiró con cansancio.

No tenía tiempo para esto, estaba muy ocupada, pero, por lo que recuerda, Lal era una muy buena maestra y confiable.

Le daría una oportunidad.

 –Mira, yo… examinaré, a tu hermano, si lo considero adecuado para el trabajo, con una prueba oral, le colocaré algunas pruebas escritas, si logra pasarlas, tiene el trabajo. – Algo le dijo que debía aclararle eso a la peliazul, incluso cuando recordaba que ella había sacado sobresalientes en ambas pruebas.

–¿Qué? – dijo, entre molesta y confundida. Eso fue lo que se le olvidó investigar seguramente. – Digo, sí. Por supuesto, mi hermano es… Muy bueno, estoy segura de que… en unas semanas podrá dar clases.

Decía ella, no segura de nada, menos de que le gustara la idea.

–Bueno, puedo presentárselo ahora mismo. – dijo, dirigiéndose a la puerta.

–No, esta bien, hoy yo estoy o-

Y ella tuvo que interrumpirse a si misma mientras sus ojos parecían salirse de sus cuencas.

Lal ni siquiera tuvo que abrir la puerta porque de ella ya había pasado un hombre, vestido con una camisa blanca de manga larga, arremangada hasta los codos, dejando ver un poco de sus fornidos brazos, era alto, más que el promedio, pero no exagerado, vestía unos pantalones de vestir negros sobre sus largas y fuertes piernas, la camisa se acomodaba suavemente a sus amplios hombros y su rostro. Oh, su rostro esculpido por los dioses, de nariz recta y larga, babilla varonil y definida, y unos ojos, tan oscuros y profundos que Bianchi se perdió en un delicioso y misterioso mar, tomando poco de su atención a su cabello perfectamente alborotado y erizado, junto con unas largas patillas rizadas de su pelo bruno.

Ambos “hermanos” miraron a la mujer frente a ellos, esperando a que se moviera.

Lal intentaba recordar si por alguna casualidad combinó sus hechizos de memoria con los de petrificación.

–Ah… uh… ehhh… – intentaba hablar.

Realmente, lo intentaba.

–L-L-L-Lal… – murmuró, no estando segura si fue un pensamiento o un susurro, tampoco importaba. – Él es…

–Él es mi hermano, Reborn. – aclaró Lal. Tenía que ser rápida, ya iban a empezar las clases.

Le dio un discreto codazo al pelinegro.

Éste contuvo sus ganas de gruñir.

–Mucho gusto. – dijo con una voz gruesa y varonil que hizo que una corriente eléctrica surcara la columna de la directora. – Soy Reborn… Reborn Mirch.

Lal se guardó su ligero asombro, no creía que de verdad iba a aceptar usar su apellido, por lo mucho que discutió al comienzo por querer ser un Sawada.

–¿Cuántos años tienes-? – preguntó casi seductor la humana, mordiéndose el labio para no decirle por algún tipo de apodo indecoroso, comiéndose con la mirada el sexy cuerpo masculino frente a ella.

–Dos años.

La simpleza de su respuesta sacó de sus cabales a ambas femeninas.

Reborn no entendía porque lo veían así.

Lal miró a Bianchi. Bianchi miró a Lal. Ambas voltearon a ver a Reborn. Reborn las veía, primero a Bianchi, luego a Lal, luego a Bianchi otra vez. Lal miró a Bianchi… y volvió a usar su magia de memoria con ella.

Bianchi parpadeo un par de veces, sorprendida.

–Así que, Reborn, ¿tienes 24 años? – preguntó, intentando no parecer tan conquistada por el apuesto hombre frente a ella.

Reborn miró a Lal y está le regañó con la mirada, de una manera disimulada.

–Si… – respondió, volviendo a ver a la directora.

Había olvidado que ya no era un gato. Que ya no viviría menos de 15 años, mientras estuviera en ese cuerpo.

Él solía ser muy perfecto en todo, fue un accidente… Necesitaba su ración diaria de Sonrisas-Sawada para ser más… útil.

–Bueno, voy a hacerte unas preguntas y veremos cuando podremos empezar tu introducción a nuestro sistema educativo. – dijo lo más formal posible.

Sus mejillas estaban rojas pues el hombre frente a ella no para de mirarla fijamente.

Sonrió de medio lado. Bianchi sentía que se iba a derretir.

–Será un placer. – aceptó, con su voz profundo y cautivadora.

Bianchi tragó saliva.

Esto iba a ser difícil…

Para ella.

 

 

Tsuna suspiró.

Estaba sentado en su pupitre usual mientras miraba por la ventana.

Esperaba… esperaba…

Esperaba que la clase acabara…

Esperaba que tocara la campana… Para salir de clases… Para ir a su casa… Para ver a su gat-

Tsuna sacudió la cabeza, a la vez que pretendía no estar dejar ver sus lágrimas a sus compañeros. Lo molestan ahora y si se enteraran, puede que lo hagan más.

Les gusta conseguir excusas para molestarlo más.

Lo sacó de sus pensamientos depresivos un fuerte golpe en la puerta. Ésta se había abierto de un azote brusco y fuerte, mientras una figura oscura se hacía su camino al escritorio (cerrando la puerta tras él, obviamente. Era un sarcástico demonio, no un maleducado).

Las chicas, confundidas pero satisfechas con tal misterioso hombre, algunas suspiraban o se atragantaban con su mismo aliento.

Los chicos… sólo estaban confundidos.

Todos, estaban confundidos, ante aquel señor galán de porte recto y músculos que se marcaban a través de su camisa formal y su corbata negra.

Cuando llegó al escritorio colocó unos libros que nadie había notado que traía, muy ocupados preguntándose quien era ese Dios Griego.

Él volteó a ver al grupo estudiantil.

Sonrío de medio lado. Con los ojos entrecerrados. Con una mueca de superioridad.

A todos se les hizo un maldito.

A algunos se les hizo un maldito atractivo.

A otros se les hizo un maldito que era de ser precavidos.

Y a otro… se le hizo un maldito… familiar.

Giró nuevamente al pizarrón donde agarró el gis y escribió en una espléndida letra occidental su nombre y el apellido de Lal.

Y giró nuevamente sobre sus talones.

–Escuchen. Desde hoy voy a ser su nuevo maestro de matemáticas. – dijo el pelinegro al alumnado. –Mi nombre es Reborn Mirch, soy italiano, pero si intentan pasarse de listos con sus cosas japonesas, haré que cada uno en esta clase se arrepienta, haya hecho algo o no.

No tenía ninguna característica italiana, pensaban los alumnos que se creían cultos, pero tampoco iban a dudar del hombre que con sólo unas palabras casi hace que se orinen del susto.

–Adivinen que. – dijo el adulto de manera retórica, con un tono malévolo que no hacía adrede. – Doble sorpresa. Hoy también se acoplará a su clase un nuevo alumno.

Lal entró por la única puerta, dejando de sostener con fuerza el antebrazo de este “chico problema”.

Ella y el joven de cabellos platinados y ceño fruncido se hicieron paso al lado del ex-gato.

Lal miró con reprobación a Reborn, pero éste le sonrió como si el plan estuviese yendo a la perfección, sin quitarle a la sonrisa su esencia tan… Reborn.

Tal vez no debió decirle que se presentara como italiano. Sin embargo, el pelinegro técnicamente nunca había conversado en algo que no sean maullidos. Notó que sabía hablar en japonés, pero no entendía del todo cómo escribirlo. Ella sabía japonés y de escritura… lo suficiente como para sobrevivir, pero sabía más cosas acerca de Italia, el país donde estaba antes de lo de Byakuran…

–Preséntate ante el grupo. – ordenó el pelinegro.

El peliplata lo de dio a cambio una mirada amenazante de “no te metas conmigo o mañana te levantas sin bolas”.

Eso no iba a mutar las duras facciones del pelinegro.

Había visto chihuahuas más amenazadores para que venga este enano con olor a nicotina a intentar amenazarlo.

Esa no era una amenaza. Era una petición grosera y mal formulada.

Le iba a enseñar como amenazar con la mirada.

–Tch. Soy Gokudera Hayato. – fue lo único que gruñó.

Intentó no mostrar que la mirada de del mayor le dio escalofríos.

Reborn intentó no soltar un gruñido cuando colocó su penetrante y fija mirada en el chico.

–Puedes sentarte. – dijo el pelinegro.

Al instante, intentando que no pareciera que acataba su orden, fue a sentarse en el primer lugar que vio vacío.

Hayato estaba enojado. El desgraciado maestro metiche lo había hecho encabronar. Y ni siquiera era él con el que tenía el problema.

Volteó su rostro hacia la izquierda y bufó al ver a su objetivo.

Aquel chico de alborotados cabellos castaños y cuerpo menudo no sería digno ni para un papel como “el mayor perdedor del peso pluma”. Se veía más delgado, más chico, más cobarde…

Pero éste no le hizo caso. El chico nuevo no sabía que su futura víctima estaba enfrascada en la idea de que su nuevo maestro de matemáticas y su mascota perdida se llamaban igual.

No lo sabía. Sólo sabía que ser ignorado le hacía enojar.

Un estremecimiento recorrió su columna vertebral. Alguien lo estaba mirando.

Lo observaban de una manera asfixiante.

Dirigió por casualidad su vista al frente.

Topándose con la penetrante mirada del adulto.

Lal colocó su mano en hombro de Reborn. Eso lo sacó se sus pensamientos asesinos y la volteó a ver.

Sin palabras, le deseo que todo saliera bien, sólo sonrió de forma agradable.

Reborn no devolvió la sonrisa, sólo no la perdió de vista hasta que salió de la habitación.

Y suspiró, cansado.

Extrañaba ser un gato.

–Saquen sus libros en la última página en la que se hayan quedado…

 

 

 

Sus pasos eran lentos. Pausados.

Realmente no estaba seguro si quería ir ahí.

Pero algo le decía que le iría peor si huía.

Además… sentía algo más, pero no estaba seguro.

Cuando llegó al punto de encuentro, el chico nuevo ya estaba ahí.

Lo había citado tras la escuela, con esa cara de pocos amigos y mirada de muerte.

Tsuna tragó saliva.

–Yo… – comenzó el chico con el cigarrillo. – No voy a permitir que te conviertas en el Décimo.

¿Qué?

¿Décimo?

–¿D-d-de qué estás hablando, G-Gokudera-san? – su tono de voz se iba apagando.

Pero tenía que aclararlo. No quería que el chico nuevo lo matara por alguna confusión o error.

–Si una basura como tú se convierte en el Décimo Cupido... el mundo estaría perdido.

Su tono era amenazante, pero las palabras fueron lo que le hizo estremecer.

¿Cupido?

¿Lo había escuchado antes?

–Eres un estorbo. – la voz del italiano se iba haciendo cada vez más amenazante y oscura, sin perder su tono tranquilo. – Éste es tu fin.

Al momento de decir eso, levantó sus manos y Tsuna pudo divisar entre ellas dos figuras cilíndricas con un hilo saliendo de ellas.

El cuerpo de Tsuna se paralizó del terror. Sus ojos se abrieron como platos y su corazón golpeaba con frenesí su pecho. Su boca estaba entreabierta, poco más y empezaba a hiperventilar.

–¿¡Di-dinamita!? – gritó en medio de su pavor el castaño.

Era la primera vez que veía un arma. Una tan de cerca. Una tan real.

Un arma, en las manos de una persona que podría matarlo sin piedad.

–Quédate quieto y no dolerá – dijo el peliplata, prendiendo las bombas con ayuda de su cigarro.

Las piernas de Tsuna temblaban, pero sólo su instinto de supervivencia reaccionó cuando el chico más alto lanzó las bombas en su dirección.

El castaño empezó a correr.

Ambos jóvenes tenían complicaciones en su “juego” del gato y el ratón.

El “ratón” (a parte de que un lunático le estuviera lanzando dinamita a diestra y siniestra) le costaba pues sentía que cada vez caían más y más bombas.

Sin embargo, esto frustraba al peliplata, ya que no sabía lo bueno que era el castaño escapando.

Las bombas eran muy sonoras. Cada vez que una explotaba hacia una erupción que sacudía la escuela. Ya se habían reventado algunos vidrios.

Tsuna, a diferencia de Gokudera, ignoraba el sonido de pasos apresurados en su dirección.

Hayato no podía dejar que un testigo lo viera. No podía ir a la cárcel, su hermana se pondría como loca de que se dejara atrapar tan fácilmente… Pero no podría matar dos personas el mismo día, le carcomería la culpa… Aún era muy joven para matar gente sin sentir remordimiento.

Tenía que acabar de una buena vez con el Sawada.

Empezó incluso a lanzar más bombas.

Las prendía lo más rápido posible, superando su récord de velocidad.

Su límite.

Había tantas bombas prendidas entre sus manos que se le cayeron.

Ahora estaba rodeado.

Tal vez no era tan malo, había atrapado también al Sawada…

Pero con él también.

La sorpresa los dejó petrificado en el tiempo de la escapada.

Pero algo en Tsuna reaccionó.

Con ambas manos, junto todas las fuerzas que le quedaban, sobrepasó su límite, y empujó con esa fuerza al chico explosivo, que había caído a lejos de las bombas…

Y Tsuna se dio cuenta que ni, aunque corriera, podría escapar…

Y al fin escuchó los pasos.

Venían corriendo con fuerza.

Su rostro en blanco miró a aquella dirección.

Considerando que podría ser lo último que podría ver en vida.

Y fue un hombre pelinegro, que después de haber estado corriendo como loco había saltado ara taclear con potencia el menudo cuerpo del estudiante.

Mejor un alumno con huesos rotos que no tener alumno… algo hacía había sido la frase que le había dicho la directora a Reborn, la cual pensaba mientras caía al suelo con él y las bombas explotaban a sus espaldas.

Apretó los dientes y gruñó. Las explosiones lograron chamuscarle una gran parte.

Estaba en el suelo con su alumno bajo él. Ambos estaban recuperando la respiración, el aire que el miedo había expulsado de sus cuerpos.

Reborn ignoraba el dolor. ¡Estaba extasiado! Hacía tiempo que no olía el dulce aroma que desprendía el cuerpo de su humano, incluso en estas circunstancias…

Su cuerpo y mente pedía a súplicas desesperados y gritos que no se levantara, que se quedara ahí. Que Tsuna era todo lo que necesitaba.

Pero, una pequeña voz en su cabeza le dijo que no.

Aferrándose a la nada, alejó sus brazos de la delgada cintura del humano, dándose cuenta de paso de lo delgada que era. Colocó sus brazos a los lados del pequeño cuerpo bajo él y se levantó.

Debajo de él, notó el menudo cuerpo, del humano que tanto amaba.

Su pecho subía y bajaba, no estaba acostumbrado a perder así el aliento. Sus ojos estaban cerrados, su piel estaba sucia, su frente estaba fruncida y estaba hecho un verdadero desastre.

Pero a Reborn le pareció la criatura más hermosa que había visto.

Se quedó ahí, hipnotizado por la imagen de su humano.

Siguió mirándolo hasta que el castaño abrió los ojos, débilmente.

A penas y podía abrirlos.

La explosión había sido tan cercana que aún le vibraban los tímpanos.

Sus ojos estaban abiertos, pero todo estaba muy borroso.

Sobre él, había una figura fornida, no podía distinguirla, pero algo le decía, en medio de su duda por todo lo que había ocurrido segundos atrás, que él lo había salvado.

–¿Estas bien?

Le preguntó el desconocido, pero Tsuna había escuchado eso como si alguien le hubiera susurrado algo a kilómetros de distancia.

–Si…

Dijo su voz, con un tono mucho más bajo que un susurro, pero Reborn lo escuchó.

Un enorme peso en los hombros de Reborn que ni él mismo había notado, cayó.

El alivio inundó su ser.

Pero para arruinar su paz interior, escuchó el sonido de varias pisadas acercándose más y más.

Algo lo empezó a angustiar, no estaba seguro si era normal aquella situación entre alumno(s) y maestro, pero por su ingenio… no parecía algo bueno.

Miró al castaño y Tsuna lo estaba mirando también, intentando reconocer quien era.

Reborn sonrió.

Levantó su mano para acomodarla en la suave mejilla de su humano.

Ahora parecía tan pequeña a lado de su mano.

Pasó su pulgar por los acolchonados labios…

No sabía que quería hacer, pero tenía ganas de… juntar ambos rostros…

Se alejó suavemente y huyó de la escena del crimen. Justo después aparecieron adultos que se llevaron a Tsuna y Hayato para tratar sus heridas.

 

 

Habían pasado días desde aquel incidente.

Tsuna miraba a la ventana, entre pacífico por la repentina ausencia de Gokudera (quien se había vuelto una especie de “seguidor” hacía él).

Tsuna se sentía… extraño.

Esxtraño-incómodo.

Sentía como si más cosas rars como las que había pasado con el peliplateado iban a continuar, igual. Que sería algo que aún no acaba.

–¡Tsuna!

Un grito desesperado lo sacó de su ensoñación.

Volteó su rostro en dirección hacia la puerta, de paso notando que en realidad era el único en el salón.

Un chico de otra clase abrió la puerta de golpe.

Parecía alterado, asustado.

–¡Tsuna! – volvió a gritar. – ¡Tienes que venir conmigo!

El castaño tragó saliva, pero sentía que debía hacerlo.

Con la misma prisa que el chico salió corriendo por los pasillos. Se le hacía extraño que ningún profesor les fuera a molestar por correr en los pasillos.

¿Qué había pasado mientras se perdía en sus pensamientos?

Corrieron lo más rápido posible hasta llegar a la azotea.

Ésta estaba llena de gente.

Todos al ver a Tsuna se conmocionaron y empezaron a abrirse paso a lo Tsuna pudo ver mejor la “situación”.

Al borde del techo, delante de las rejas que había para que nada cayera de esa altura, había un chico, con obvios planes de caer a esa altura.

Su cabello era pelinegro y su piel un poco morena, era alto y atlético y Tsuna sabía muy bien por qué.

Ese chico no era otro que Yamamoto Takeshi, el mejor jugador de beisbol en Nami-chuu.

 –Ya-Yamamoto-s-san… – pronunció a duras penas su boca.

Estaba horrorizado.

El mencionado lo volteo a ver. A Tsuna le hubiera gustado que lo hubiera hecho con la misma sonrisa que siempre traía… No… esa…

El chico que lo llevó ahí lo empujó en su dirección.

Casi se cae, pero una vez que volteó a verlo, para saber porque rayos le había empujado en un momento tan crítico, notó las miradas de todos…

Tsuna sólo se acercó más al pelinegro.

–Tsuna. – dijo el más alto.

El aludido se estremeció ante el sonido de su nombre, en un tono frío pero amistoso a la vez.

–¿Cómo lo haces? – pidió en súplica el moreno.

El castaño no lo comprendía.

Lo único que entendía es que, si decía o hacía algo equivocado, probablemente el moreno realmente se tiraría. Y sería su culpa. Bueno, tal vez no; pero quedaría en su conciencia para siempre.

Y Tsuna era un experto en equivocarse.

–¿Ha-ha-ha-a-hacer q-q-qué? – preguntó, sudando a cataratas.

–¿Cómo le haces? – repitió, sin importarle en los más mínimo aquella multitud que los observaba todos sus movimientos. – ¿Cómo puedes sonreír así? ¿Cómo puedes mostrarte tan… bien después de todas las cosas que te han pasado?

Tsuna no quería estar ahí para que le dijeran esas cosas.

Sino iba a ser él quien se tirará por el edificio esa tarde.

–No tienes muchos amigos… no tienes amigos en realidad, te hacen bullying todos los días, se burlan de ti, te dicen que eres un inútil, que eres muy pequeño. ¡Incluso sufriste de un ataque terrorista! – dijo Takeshi, más conmocionado que el chico que había sufrido todas esas cosas.

Bueno, el ataque terrorista es con lo que él y Gokudera improvisaron…

Takeshi lo miró. Fijo a los ojos. Esperando una respuesta lo suficientemente buena como para hacerlo desistir de sus deseos de acabar con su inservible vida.

Tsuna lo miró.

No queriendo realmente responder esa pregunta.

  –No lo hago.

Fue algo que sólo Takeshi y él lograron escuchar.

El moreno lo miró sorprendido.

–Yo… ¡Odio mi vida! – gritó al fin.

Las cosas que le habían pasado dolían.

Pero fue como una cachetada potente a su cara el que se las dijeran sin pudor.

No lloró.

Por muy débil que sea, era muy difícil hacer llorar a Tsuna sin que pareciera cómico.

Pero el corazón del castaño dolió.

Su rostro demostraba su dolor.

Suerte que los demás solo pudieran ver su espalda.

Pero Takeshi abrió los ojos como platos.

–Amo a mi familia, pero odio a mi padre, realmente, lo odio. – dijo. – Siempre que estoy en la escuela sufro de acoso de mis compañeros, chicos mayores ¡e incluso de algunas chicas! ¡Y soy tan inútil que no puedo defenderme! ¡Por eso soy “Dame-Tsuna”! ¡También me molestan los maestros! ¡Soy basura, todos lo dicen, yo lo digo! ¡Lo he visto, lo he notado! ¡Y lo aguanto todo! ¡TODO! ¿¡Y para qué!? ¿¡Por qué se llevaron a mi único amigo!?

Tsuna sintió como si todo su cuerpo se relajara.

Nunca hablaba de esas cosas con nadie, ni siquiera con su madre.

Escuchó como alguien frente a él aguantaba la respiración. Había olvidado que Yamamoto estaba ahí…

Avergonzado, Tsuna se dio la vuelta, intentando salir corriendo del lugar, sin embargo, los reflejos del moreno tras de él eran igual de veloces por lo que alcanzó a tomar su muñeca y jalarlo…

Mala idea cuando estás al borde de un edificio.

La fuerza y la inercia hicieron las suyas, haciendo que el cuerpo de ambos jóvenes empezara a caer.

De entre la multitud, alguien quien no se había atrevido a intervenir aquella crítica y delicada situación, salió corriendo entre la gente y de un salto pasó por encima de la reja y empezó a caer del edificio.

 –¡Reborn! – gritó desesperada la peliazul.

El pelinegro de patillas rizadas tenía los ojos entrecerrados para que basura no cayera en sus ojos a la velocidad a la que caía, pues tenía que ver en dirección al suelo para poder alcanzar a ambos chicos. Su masa corporal era mucho más grande y pesada que la de ambos jóvenes por lo que su fuerza gravitatoria era más pesada, en cuestión de segundo estuvo cayendo al lado de ambos adolescentes.

Takeshi y Tsuna estaban entrando en pánico. ¡Iban a morir!

De repente, un par de fuertes brazos aferró a ambos cuerpos al suyo.

Recuerdos de mi vida como gato, no me fallen ahora. – pensaba el ex-gato.

Los chicos cerraron los ojos con fuerza.

Era extraño, el que el viento dejara de golpearles en la cara.

Los chicos abrieron temerosos los ojos para ver que se encontraban en el suelo.

Estaban sorprendidos.

Tsuna miró hacia arriba.

Nadie se había asomado. Nadie ahí era tan morboso como para querer ver como el cuerpo de dos adolescentes se hacía trizas contra el suelo.

Entonces, Tsuna se preguntó como rayos es que él y Yamamoto habían sobrevivido.

Y tardó casi un minuto en notar al cuerpo al que estaba abrazado.

Era el nuevo profesor de matemáticas…

Reborn…

Eso lo dejaba más confundido.

Levantó la mirada, en dirección a su rostro, y el mayor lo notó.

Ambos se veían a los ojos, de manera profunda.

De repente, Tsuna tuvo una sensación… familiar.

Y pensó en el incidente con Gokudera.

Podría ser…

Una toz interrumpió sus pensamientos.

El maestro y el alumno castaño voltearon a ver al chico moreno, que se sentía como mal tercio, mientras seguía siendo abrazado por el tutor.

El mayor soltó a ambos chicos y volteó a ver a Yamamoto.

Y le dio un zape.

–¡Au! – se quejó el pelinegro menor, sobándose la zona afectada – ¡Hey!

–No me vengas con tus malditas interjecciones. – regañó el pelinegro. – Si esto te duele, la muerte te hubiera dolido aún más

Reborn no le encontró sentido a lo que dijo, tampoco le importó. Estaba enfadado. Es chico casi hace que muera su humano.

Suspiró, intentando calmar su ira.

–Escucha, niño. – dijo, aunque el chico frente a él técnicamente tuviera más años que él. – Sólo porque no sientas que estas en lo correcto, que estas haciendo las cosas mal, no significa que debas llegar a estos extremos. Las cosas, a veces tardan en mejorar, pero lo hacen. Lo único que podemos hacer es dar lo mejor de nosotros en todo.

Quería callarse ya.

Esto era demasiado cursi y cliché para su boca.

–Tal vez, sólo necesitas conocer más gente. – dijo, Tsuna, intentando no ser un inútil. – Tal vez encuentres a “la persona indicada” a la vuelta de la esquina.

Aunque ni el mismo Tsuna estaba seguro de que quería decir con eso.

Takeshi miró al par.

Estos lo miraron de vuelta. Y el moreno sonrió.

Y rio. Avergonzado.

Ignorando el hecho que hace unos segundos pasó toda su vida frente a sus ojos.

–Gracias por el consejo, chicos. – rio, con las mejillas sonrojadas. – Ahora, creo que debo llevar sus consejos a práctica.

El moreno salió corriendo lo más rápido posible a la esquina de la escuela, pues las puertas para entrar estaban al otro lado; en esas paredes solo había ventanas. Cuando estaba a punto de girar chocó con un cuerpo.

Ambos cayeron al suelo.

Yamamoto, diciéndose que se merecía esa caída de culo, volteó a ver con quien había chocado.

Y frente a ella vio a aquella mujer hermosa que había puesto ojos de enamorado la primera vez que la vio.

Ella abrió sus hermosos ojos rojizos y se levantó suavemente.

Abrió su boca…

–¡FIJATE POR DÓNDE VAS, MALDITO MOCOSO! – gritó Lal Mirch.

Yamamoto siguió la gracia del movimiento de los labios de la peliazul ante cada palabra.

La vio embobado pasarlo de largo y correr iracunda hacia su “hermano menor”.

Y luego, Yamamoto notó que en realidad habían chocado en la esquina del instituto…

Lo malo de la gente como Yamamoto…

Es que luego pueden tomarse las cosas muy…

Literales.

 

 

Desde ese día, Tsuna y el profesor de matemáticas se “frecuentaban”.

No era que socializaran fuera de las horas de clase, pero para ambos, cuando acababan las clases o a los recesos en los que se podían ver eran muy gratos y disfrutaban la compañía del otro.

A veces los acompañaba el chico de las bombas o el beisbolista alegre.

Y Tsuna no quería admitir que una tarde con aquel hombre culto, en la azotea, con el atardecer como fondo y como su único medio de comunicación sus miradas chocando con la otra, era de las cosas favoritas del menor.

El castaño ya iba a llegar a su casa, estaba sólo unos pasos, y, mientras lo hacía, suspiró.

Por alguna razón, pensar en su maestro lo hacía suspirar.

Entró a su hogar y saludó a su madre, quien se veía más sonriente de lo usual, lo cual era extraño. Ella solía sonreír más cuando había más gente en su casa que solo él y su hermanito, pero no podía ser su padre.

Si su padre estuviese allí hubiera olido el alcohol hacía una cuadra.

–Tsu-kun. – dijo Nana, con las mejillas sonrojadas. – Sé que has mejorado en la escuela, eso me hace muy, muy, muy feliz, cariño. Y como me hablabas tanto de aquel profesor tuyo…

A Tsuna se le fue el color de la cara.

–¡Decidí comunicarme con él y pedirle que se volviera tu tutor personal! – exclamó alegre la castaña. – ¡Y aceptó de buena manera! Es muy guapo y educado, hasta me das envidia, corazón.

Tsuna… Tsuna… Tsuna…

No sabía… nada.

–¡Incluso está en tu habitación ahora mismo! – dijo ella.

Tal vez, algo se rompió en Tsuna.

Pero a la madre del castaño poco le importó, y empujó a su hijo hasta las escaleras, para que fuera de una buena vez a su habitación.

Tsunayoshi subió las escaleras y caminó por el pasillo en una especie de trance.

Cuando llegó frente a la puerta de su cuarto se quedó como idiota mirando la perilla.

Tenía dos opciones:

Opción 1, girar la perilla, abrir la puerta y enfrentar a su espartano y sexy profesor de matemáticas.

U Opción 2, ir y tirarse de un edificio como Yamamoto.

Tenía ganas de hacer la segunda opción.

No sabía qué hacer.

Si se quedaba en el pasillo se aburriría, si bajaba su madre le metería a la fuerza a su cuarto, y la idea que más le avergonzaba ahora era entrar a su cuarto.

¿Qué debía hacer?

¿Qué diría su profesor?

¿Qué diría… Reborn…?

Y, en la mente de Tsuna apareció un gato negro, de pelaje lizo, pero puntiagudo. Un gato de porte fino y elegante incluso cuando creció entre las calles.

Se imaginó maullándole, y Tsuna se diría a si mismo que lo que Reborn quería era ue dejara todo el mundo de lado y lo fuera a atender.

Que le sirviera comida.

Que le diera juguetes.

Que le comprara cosas para romper.

Que le rascara la panza.

Que le dejara dormir a su lado.

Tsuna negó con la cabeza, saliendo de su ensoñación una vez que sintió sus ojos humedecerse.

Suspiró.

Vamos, él podía hacerlo.

Sobrevivo a un demente con dinamita (que al final se termino volviendo una especie de “amigo” para él), sobrevivió a una caída de un edificio de más de 8 pisos, había sobrevivido a los golpes de chicos de todas las edades desde el jardín de niños.

Si podía sobrevivir a eso, podía sobrevivir a una tarde en su cuarto a solas con un hombre apuesto que provocaba entraños sentimientos y reacciones en su hormonal cuerpo adolescente…

¿Verdad?

No se dio tiempo de formular una respuesta cuando abrió la puerta de su cuarto.

Oh, no sabía si se arrepentía o si había un pequeño yo en su cabeza felicitándose a sí mismo.

Sentado en la cama, viendo la luz del Sol a través de la ventana de su cuarto.

Su profesor vestía una playera y unos pantalones de mezclilla. Tsuna estaba sorprendido pues siempre le veía vestido con pantalones de vestir, camisas y corbatas, no algo tan… casual

Y le gustaba… y se sentía raro por eso.

El pelinegro lo volteó a ver.

Tsuna sentía que sus piernas se habían convertido en gelatinas.

Y el mayor le sonrió de una manera que el castaño, estaba seguro, hubiera hecho chillar a sus compañeras.

Y… tal vez a él.

Si no le estuviese mirando fijamente.

–Pasa de una vez, Dame-Tsuna.

–C-claro. – dijo.

El menor cerró la puerta y se sentó en el suelo.

Lo más lejos posible del invitado, sin que pareciera que quería evitarlo.

Reborn extrañaba esta habitación.

Pero la habitación de Tsuna no era nada sin Tsuna en ella.

Respiró, con satisfacción.

Era como si al fin hubiera llenado el espacio de un rompecabezas.

Y la pieza más importante era Tsuna.

–Reborn-sensei. – habló el castaño.

–¿Sí?

–¿Por qué siempre pasan cosas raras cuando está usted? – preguntó el menor.

Sacando de sus cabales al mayor.

Lo peor era que lo decía en un tono tan tranquilo. Como si ya se hubiese acostumbrado.

–¿Por qué lo dices?

Tsuna no dijo nada.

Sólo señaló a la ventana.

Reborn giró su rostro en la dirección en la que apuntaba su pupilo.

A través de la ventana, en la rama alta de un árbol, había un niño, no más de 5 años, con un traje blanco con manchas negras e incluso con una cola, simulando la piel de una vaca; tenía los ojos verdes, un lunar bajo el ojo derecho, un afro, un par de cuernos enterrados en su enmarañado pelo y, en su manita de menor, había una pistola, apuntando específicamente a Reborn.

–¡Gyajajajaja! – reía el niño. – ¡Lambo-sama será el único que logre matar a Reborn!

Reborn suspiró.

 

 

Pasaban los días.

Pasaban las semanas.

Pasaban los meses.

Y Reborn no pudo hacerlo en peor día que éste.

Esperó a que se acabaran las clases con toda la paciencia del mundo.

Tsuna se había quedado un poco más en el salón, acomodando sus libros…

Esperando a su tutor.

Que se hacía de rogar a propósito.

Quería tardar el mayor tiempo posible.

Así se aseguraría que no hubiera nadie para lo que estaba planeando hacer.

Caminó por el pasillo hasta el salón 2-A, que era al que pertenecía Tsuna… Y a Gokudera, Chrome y Yamamoto, pero no quería pensar en ellos ahora.

Abrió la puerta la cerró tras de él.

Sentado en el escritorio, con la mochila aún en su pupitre… se encontraba su alumno favorito.

Se notaba que antes de que él entrara, estaba inmerso en sus pensamientos.

El castaño le dio una resplandeciente sonrisa cuando lo vio. Él se la devolvió, pero a un estilo más… “Reborn”.

Tsuna bajó de sobre el escritorio y el pelinegro caminó hacia él. Sus cuerpos ya no aguantaban la necesidad, las ansias de tocarse, de conocerse, de liberar todo el sofoco en su corazón.

Pero solo se quedaron viéndose. Frente a frente.

Tsuna levantado el rostro y Reborn mirando hacia abajo.

Los ojos negros de ónix se encontraban observando los pacíficos ojos chocolate, que le devolvía la intensidad en el mirar.

Era como si se quisiera decir algo sin palabras. Expresar algo sin acciones. Conocer lo que ya sabían.

Algo que estaba en sus pechos, cada día creciendo más y más. Floreciendo desde el centro de su corazón.

Una flor tan fuerte que sin importar la situación, el tiempo, el espacio, la edad, el género, la especie, el mundo… sólo… quería salir por su boca.

Contar aquella asfixiante verdad

Era hermosa y dolorosa.

Casi un sufrimiento, pero que les provocaba sonrisas traviesas y mejillas sonrosadas.

Era una conexión.

Tan fuerte, tan intensa, tan extraña que lo único que necesitaban para saber que todo está bien era mirarse a los ojos.

Y luego, obedeciendo el mudo deseo de sus cuerpos, de sus corazones, se lanzaron a los brazos del otro y juntaron sus labios en inexperto beso.

El primer beso del joven humano y del ex-gato.

Era extraño, era curioso, era nuevo.

Era… con él.

Sus manos recorrían el cuerpo ajeno, en un infernal deseo que no sabían que tenían.

Sus labios juntos eran una explosión de sensaciones; una carga eléctrica que esperaba salir por la punta de sus dedos, que creaba un deseo, una voluntad, donde ambos pudieran permitir la unión de sus almas.

Algo que no entendían. Algo que era un misterio para ambos.

Y les encantaba.

Se separaron ante la terrible falta de aire. Dejaron que sus alientos se fusionaran mientras sus manos se recorrían entre sí. Sus dedos aprovechaban a tocar cada parte del ajeno, ya siendo el toque de la piel o la ropa…

Aunque preferían tocarse sin aquellos estorbos de prendas.

Sus labios se juntaban una y otra vez. A veces de manera fugaz, a veces hasta que se les acabara el aliento. A veces de manera lenta y sensual, a veces de manera frenética y apasionada.

Los ágiles dedos del pelinegro había desecho uno por uno los botones de la camisa del menor.

Se movían con prisa y, a la vez, como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

Mejor dicho, como si no existiera el mundo.

En un movimiento accidental entre besos desesperados, besos hambrientos, besos suaves, el menor separó los labios, y Reborn introdujo su lengua la boca ajena, invadiéndola, probándola, experimentado.

La camisa de Tsuna había caído, ahora el adulto podía tener más libertad de sentir su piel, de recorrerla, de conocer cada parte, cada área, todo.

Todo él.

Pero no era suficiente.

Y, en medio de su mente perdida en aquel paraíso llamado “Tsunayoshi”, se preguntó cuál sería el límite.

¿Cuándo sería suficiente? ¿Acaso esta sensación de desbordante locura, inundable pasión, abundante amor, tendría fin?

¿Por qué sentía que le estaba pidiendo un final a la eternidad?

Reborn acariciaba con adoración la espalda del más pequeño, repasando cada músculo, cada movimiento, cada hueso.

Tsuna con sólo sentir aquellas manos rasposas sobre su cuerpo se sentía desmayar. Su cuerpo temblaba, pero una extraña energía era conducida desde su corazón hasta la punta de los pies, los cuales se extendían plácidamente bajo el encierro de los zapatos.

Quería tocar y ser tocado. Quería sentir y que lo sintieran.

Quería amar y ser amado.

“Amar”.

Era la palabra más cercana a aquellas emociones que le hacía sentir Reborn.

Tsuna intentaba librarse torpemente de la camisa del mayor. Ser hábil no era lo suyo.

A Reborn le pareció tierno y desesperante. Quería deshacerse de una vez de su camisa. Ambicionaba la idea de tener mucho más contacto con el delgado chico en sus brazos.

No razonó, no pensó en un después, sólo le importaba el ahora.

Separó en unos agónicos segundos sus manos del menor, las colocó en su propia camisa y la abrió de golpe, rompiendo todos los botones para volver a encargarse se memorizarse cada extensión de la suave piel blanca bajo él.

Tsuna estaba sorprendido. No sabía como sentirse.

Que la imagen de su tutor, rompiendo con brutalidad su propia camisa, más que parecerle bestial, salvaje, le pareció atractivo, y le hizo estremecer, pero no sólo el pensamiento.

Colocó sus manos bajó la camisa rota que el pelinegro aún llevaba puesta, tocaba con deseo la musculosa espalda, al igual que Reborn hacía con la suya.

Sus cuerpos se frotaban entre sí, el contacto era una necesidad, al igual que el estúpido aire que los hacía separarse del beso, cada vez más jadeantes, cada vez más necesitados.

Reborn bajó las manos en el recorrido de ambos ante el cuerpo humano, sus manos se deslizaron por la espalda baja, acariciando las caderas del menor, hasta llegar al borde del pantalón y con rudeza bajarlo, lo suficiente para dejar al descubierto el miembro erecto del menor.

Tsuna respingó de la sorpresa.

–Re-Reborn… – alcanzó a decir entre suspiros.

El mayor también dejó que sus dedos recorrieran las nuevas áreas descubiertas del menor, como su trasero y muslos, evitando a propósito la erección, por una razón que ni él conocía. La intención de una de sus manos cambió hacia sus propios pantalones, que bajó para que ambo estuvieran en las mismas condiciones.

Tsuna sólo acariciaba el musculoso pecho del pelinegro.

Era cómico. No lo envidiaba.

Pero porque era todo suyo.

Tsuna se sintió un tonto pensando así.

Sus manos recorrieron parte del cabello negro, desordenándolo más y, al igual que Reborn, quisiera colocarse un destino un poco más… abajo.

Las pequeñas manos blancas acariciaban la erección que se asomaba de los pantalones ajenos.

Reborn soltó un gruñido gutural que se le hizo sexy a Sawada.

Empezaba a conocerse mejor a sí mismo.

Las suaves manos del niño eran una delicia sobre su verga erecta, pero debía atenderlo a él también. Era una necesidad como el juntar sus pieles, buscar fricción, una conexión.

Reborn cubrió la mano del menor con una de sus grandes manos ásperas para tomar también el duro miembro de Tsunayoshi.

El gimió de la sorpresa. Fue un movimiento que no se esperó.

Empezaron a masturbar ambas erecciones, obligando a estas a rozarse, la fricción que esto ocasionaba.

Mientras las otras manos acariciaban todo lo que tenían disponible, el pelinegro empezó a besar nuevamente a Tsuna, ´pero de manera diferente esta vez…

Besaba sus párpados, besaba sus mejillas, besaba sus orejas y su cuello, besaba sus hombros y luego mordía ligeramente, logrando que Tsuna notara y disfrutara aquella parte tan dulce y amable de su amado.

El roce entre ambas erecciones se sentía muy bien para ambos, podían sentirlo cada vez más, mientras más se acariciaban, mientras más se tocarán.

Mientras más se amarán.

Los gemidos de ambos empezaron a hacer más sonoros, más intensos.

Gruñían, se besaban, gemían, se acariciaban.

Era una sincronizada danza carnal.

Pero ambos cuerpos sabían que pronto llegaría el final.

Unas caricias más, unos gemidos más, unos suspiros más y…

Se liberaron.

Por unos segundos, una liberación recorrió todo su cuerpo.

Aquella corriente eléctrica que recorrió todo desde la punta del cabello hasta la punta del dedo del pie más pequeño.

Ambos empezaron y ambos terminaron con el olor a lujuria y cubiertos de semen.

Parte del semen del pelinegro había caído en el rostro del castaño.

Lo primero que hicieron al recuperar el aliento fue volverse a besar.

O eso les hubiera continuado seguir haciendo.

Hubo una interrupción.

Al menos fue por parte del castaño que por alguien exterior.

–Re-reborn… – suspiró Tsuna, frenando el beso. – Siento… siento que debemos de irnos.

Reborn gruño.

–Reborn… –- gimió.

No es como si hubiese soltado su pene de sus manos.

Pero, Reborn, por mucho que le disgustara, accedió.

Cuando era un gato, solía no hacer caso a lo que “sentía” Tsuna, pero no tardó mucho tiempo en que la mejor opción siempre sería hacerle caso.

Desde entonces, no le ha “desobedecido” en esos aspectos.

Y hoy tampoco será el día.

Se acomodaron la ropa, se limpiaron los papeles de un cuaderno del pelinegro que, según sus palabras, no importaban mucho.

Y, antes de salir del salón y de tomar caminos completamente opuestos, se miraron a los ojos, nuevamente.

Se miraron por 5 segundos.

El primer segundo fue un análisis de la situación. Una advertencia de cuidado.

El segundo siguiente fue un descubrimiento de algo viejo.

El tercer segundo fue la costumbre a algo nuevo, desconocido.

El cuarto segundo conquistar galaxias enteras con sólo una mirada.

El quinto, fue una promesa, que debió ser insegura, de que regresará.

Pero fue una promesa indudable.

Cómo su misteriosa unión.

Los dos salieron corriendo a sus respectivos hogares.

Mientras Reborn corría y corría, empezaba a sentirse… diferente.

Más rápido, más perspectivo, más ágil.

Más… salvaje.

Saltaba muros, corría por los techos, saltaba entre árboles.

Fue una libertad…

Que un humano no estaba acostumbrado a sentir.

Y algo se movió dentro de él.

Mientras seguía su persecución hacia su casa con Lal, miró sus manos.

Sus uñas, lentamente se estaban volviendo garras.

Paulatinamente, empezaba a cubrir su cuerpo un pelaje negro.

Sus ojos se abrieron con desesperación y corrió más rápido aún.

Estaba tan desesperado que cuando llegó a su casa, entró de un salto por la ventana.

Había caído en el cuarto que ocupaba Lal, en medio de esta, se encontraba la mujer, pero, vistiendo el traje ridículo con el que la había visto la primera vez.

–¡Lal! – le gritó Reborn

Lal se sorprendió.

El hombre con el que había estado viviendo varios meses… se estaba transformando.

Y ella supo porque, abriendo más los ojos.

Porque había hecho mal la oración.

El gato con el que había estado viviendo varios meses… estaba volviendo a ser él.

Parecía la transformación de un Hombre Lobo, y según la casta información de Lal, parecía igual de dolorosa.

–¡Lal! – la tomó de los hombros, para que la mujer pudiera reaccionar y ayudarlo.

Amaba ser gato, obviamente. Sería divertido volver a serlo.

Pero preferiría millones de veces quedarse como un humano desagradable, si así podía estar con Tsuna y, expresar todos aquellos sentimientos que había tenido tanto tiempo guardados.

Pero, alguien ajeno empezó a solicitar la presencia de la mujer.

Ella sujeto de la ahora pata al semi-gato mientras su cuerpo empezaba a desaparecer con él en una teletransportación-doble-improvisada.

 

 

Lal apareció en lo que parecía un inmenso cuarto hecho de nubes…

Con un gato negro entre sus brazos.

 –¡Lal! – llamó una conocida voz masculina.

La mencionada se giró para ver a un hombre peliblanco, el mismo que había puesto todos aquellos problemas en primer lugar.

El felino se tensó entre los brazos de la chica.

Byakuran paró en seco.

Reconocería aquella filosa mirada iracunda en cualquier lugar.

Y no hablaba sólo de la mirada de Lal.

Suspiró.

–Sabía que esto sería una probabilidad. – dijo Byakuran.

No sé acercó más a la mujer y le gato, sólo los miró desde su posición, angustiado. Pasó una mano por su ya alborotado cabello.

–Ahora frente a nosotros se abren tantas nuevas posibilidades que no estoy seguro de que hacer.

–¿De qué estas hablando, Byakuran? – dijo Lal. Estaba confundida, pero no dejaría verse débil por eso – Y quiero la verdad… Toda la verdad.

El peliblanco suspiró.

–Uno… de los poderes de Santa que no te conté es que tenemos la “habilidad” de “ver el futuro”. –dijo.

Ella no se inmutó, pero consideró que aquella confesión explicaba un montón de cosas.

–Éste poder es como seguir un río. – explicó Santa Claus. – mientras más avanza empieza a dividirse en riachuelos, cada uno diferente, cada uno con la misma probabilidad de pasar, pero sólo uno seguirá con nuestra línea del tiempo.

Byakuran miró a ambos, serio, y luego miró sus manos.

–Mi magia, cuando se ocupa por un largo periodo de tiempo se vuelve muy inestable. – confesó. – se supone que solo trabajo con magia un día al año, cuando volví humano a Reborn lo expuse a otros finales más desastrosos, como que empezara a cambiar de especie sin fin, que se quedara como humano más tiempo, que se hubiese vuelto gato de nuevo a la mitad de una clase, entre otros finales. – dijo. – Pero… te necesitaba con Tsuna… necesitaba que lo hieras feliz. Más feliz que sólo un chico y su gato.

–Pero ¿por qué? – preguntó ella, perdiendo ligeramente la compostura. – ¿Qué ocurre con Tsunayoshi? ¿Tienes… algo, con él?

Byakuran sonrió desganadamente. La simple idea le parecía divertido.

–Con Tsuna, no – dijo, haciéndole una señal de que la siguiera. – Es más bien, otro alguien, quien está interesado en él.

Ambas criaturas que asemejaban sus cuerpos a los de los humanos caminaron entre las mullidas nubes hasta llegar lo que sería el cetro… de todo.

Reborn nunca dejó de ser pasajero entre los brazos de la peliazul.

En el centro del área nubosa había una especie de sólido tapete que tenía un estampado de un círculo, con varias divisiones y palabras en latín, o incluso podría ser en una letra mucho más antigua e incomprensible para una ex-duende y un gato.

Una vez que Byakura puso pie en el centro, varias personas empezaron a hacer su aparición.

Cada vez había más y más, todos iban acompañados de alguien menor.

Aquellos parecían… confundidos.

Cuando las personas dejaron de aparecer, la inmensa figura de una mujer se hizo presente.

Era tan grande, que Reborn podría jurar que, en la punta de uno de sus dedos, entrarían perfecto tres personas con sobrepeso.

Pareció como si se agachara entre las nubes para que su rostro fuese más accesible a la vista.

Varios de los “acompañantes” se asustaron ante la mujer gigante.

–Bienvenidos. – anunció con una voz suave y pausada. – Bienvenidos a la Décima Ceremonia de Sucesión… Bueno, Décima para la mayoría.

Dijo, mirando a Byakuran.

Éste sonrió y negó con la mano, en señal de que no se preocupara.

 –Seguramente varios de ustedes están confundidos acerca de que hacen aquí. – prosiguió la gran mujer rubia. – Se les ha traído aquí ya que ustedes son los descendientes directos de sangre, o los elegidos por los actuales portadores para seguir con esta tradición de miles de años.

Los que parecían poco experimentados empezaron a cuchichear, nerviosos.

–Siempre fui mala para esto. – murmuró la gigante, aunque fue un murmuro muy… oído. – Entre las personas que tienen en frente se encuentran personajes como El Hada de los Dientes, Santa Claus, el Conejo de Pascuas, entre otros.

Reborn se dijo que eso explicaba los trajes chistosos.

–Sin embargo. – continuó. – Ellos ya han pasado varios cientos de años, recorriendo al mundo, ayudando a los niños, a los adultos, a gente en necesidad. La eternidad no es algo que podamos controlar, por lo que cada ciento de millones de años se realiza esta ceremonia, buscando a alguien que pueda realizar dichos trabajos de tal honor.

Los murmullos continuaron.

–Ehm… Cupido. – llamó la gran y bella dama. – ¿Por qué no nos enseñas a quien elegiste para responder a tu puesto?

–Seguro. – se escuchó una voz masculina entre la multitud.

Entre la gente, se hizo un espacio en el cielo una figura, era la de un hombre, vistiendo una túnica blanca sobre la rodilla, unas alas en su espalda que le ayudaban a su vuelo y un arco con un carcaj lleno de flechas.

–Soy Giotto. – se presentó el rubio, que se le hacía familiar al gato. – Soy Cupido y escogí para que tenga el honor de tomar mi puesto a mi descendiente, Tsunayoshi Sawada.

La chica y el gato tenían los ojos abiertos como platos.

Ninguno podía creer el nombre que acababan de escuchar a la perfección.

Voltearon a ver a Byakuran, pero éste tenía la mirada fija en el rubio Dios del Amor.

Entre las personas, se abrieron pasó, dejando ver a un chico castaño, de cabello alborotado y bastante tembloroso vistiendo una ropa de pijama.

Caminó hasta en frente de todos, ambos chicos de cabello alborotado se posicionaron en frente de toda la multitud.

–Sé que es injusto. – dijo la gran mujer. – pero por razones complicadas, sólo podremos darles estos minutos entre que pasa elegido por elegido para decidir si aceptan o no estos cargos de tan alto nivel.

Lal tragó saliva.

–Sólo tienes que afirmar o negar a las condiciones que te daré. – dijo Giotto, con una dulce sonrisa en el rostro.

–S-sí.

Reborn estaba seguro de que era su humano el que estaba ahí frente a todos estos seres inmortales y mortales. Volteó a ver al que podía ver el futuro.

Éste lo miró con una expresión que se le hizo indiferente.

–Tú eres el único que puede elegir, hacer algo. – dijo Byakuran. – Tu futuro, tus reglas.

Realmente, no se arrepiente de haberle enterrado bien las garras aquella primera Navidad.

Y miró a su humano.

Tan confundido.

Tan necesitado de que alguien lo apoye.

Alguien como… él.

O, mejor…

–“¡Tsuna!” – maulló.

Fue un maullido tan familiar que Tsuna volteó al instante.

Sus ojos se abrieron a mas no poder, su quijada bajó un poco, pero la sorpresa inundaba su rostro.

-Re…

Y sonrió.

Y lloró.

Y rio.

Y se enojó.

–¡REBORN!

Y corrió.

Corrió en dirección al gato negro que reconocería en cualquier parte, ignorando olímpicamente a su maestra de lengua italiana.

Lo sostuvo, lo miró a los ojos tan profundamente y luego lo abrazó contra su pecho y dejó que todos sus problemas se fueran con el viento.

–¿Qué haces aquí? – le preguntó al gato.

–“Yo también me lo pregunto.” – respondió a maullidos.

El castaño rio.

Reborn lo miró.

Había olvidado como se sentía que no entendiera lo que realmente decía o maullaba)

Byakuran se acercó a ellos y miró fijamente a Tsuna.

–Tsunayoshi-kun. – dijo el peliblanco, con su usual sonrisa. – Este gato, que tienes entre sus manos, es mi elegido para tomar el puesto de Santa Claus.

Ahora si a Lal le iba a dar algo.

Tsuna abrió los ojos como platos, confundido.

–N-no… éste es mi gato. Se llama Reborn… Mi mamá le escogió el nombre…

Pero la mirada decidida de el hombre peliplateado le hizo notar algo.

Él, Tsunayoshi Sawada, el enclenque de la escuela. No podría secuestrar a su amado gato...

 –¿Qu-qué debo hacer? – preguntó Tsuna, desesperado.

Byakuran sonrió más.

–Si aceptas ser el Nuevo Cupido, tu mascota también aceptará el puesto de Santa.

Giotto, Tsuna y casi todos los demás en aquella sala estaban confundidos.

–P-pero mi familia, mis amigos… mi-

–Tu novio. – dijo Byakuran.

–Sí… – admitió algo inseguro el castaño. – Ellos, no los volveré a ver…

Byakuran señaló a alguna esquina, la cual, Tsuna siguió con la mirada.

Al fondo, viendo desde su ubicación, se encontraban Lambo, Gokudera, Ryohei, Chrome y Hibari.

–Todos los amigos que has hecho sin darte cuenta también fueron elegidos, ¿no es una linda coincidencia? – le sonrió.

–P-p-pero…

Aún tenía dudas.

–Te prometo que, si aceptas, podrás verlo mucho más tiempo. – afirmó Byakuran. – Además, su relación dejaría de ser algo… ya sabes, un poco ilegal.

Tsuna rio.

¿Realmente podía confiar en estos desconocidos?

¿Acaso puede haber tantas coincidencias al mismo tiempo?

¿En serio le daban un trabajo de honor a un inútil como él?

–Es… – empezó a formular el menor, abrazando fuertemente al gato contra su agitado corazón. – ¿Es esto un sueño?

–Sin duda. – admitió Byakuran. – Pero no te preocupes, pronto te levantaras sano y salvo en un hospital, sin pernas.

Lal le dio un zape.

Eso relajó el ambiente un poco. Había estado bastante tenso.

Estas ceremonias siempre eran bastante tensas.

Tsuna miró hacia su gato.

Era la decisión final.

Observó aquellos ojos oscuros…

Que en todo ese tiempo… sólo sintió que hacía falta cuando aún no estaba…

Tsuna negó con la cabeza.

Dejó nuevamente el gato en los brazos de Lal. Le agradeció y se dirigió hacia Cupido.

Ya había tomado una decisión.

Ambos se posicionaron frente a frente. La mirada fija en el otro.

–Tsunayoshi Sawada. – habló fuerte y claro el rubio. – ¿Estás dispuesto a renunciar a que el resto de tu vida sea como la de un humano normal para volverte así sucesor de mis poderes, domador del arte del amor y desamor en el mundo?

Tsuna suspiró.

Todos esperaban ansiosos una respuesta…

Reborn se esponjó.

–Acepto.

Sólo terminó de decir aquella palabra y su pijama empezó a cambiar. Varios polvillos entre dorados y plateados empezaron a rodearle y dar vueltas y vueltas a su alrededor.

Segundos después, los polvillos se disiparon de súbito, dejando ver a Tsunayoshi con su nuevo uniforme de Cupido.

Trató de mirar sobre su hombro.

¡Tenía alas! Unas pequeñas, pero tenía.

Giotto rio.

–Mientras más vayas aprendiendo, más grandes y fuertes se irán haciendo. – dijo, señalando sus propias alas.

–Señor Santa “Byakuran” Claus. – habló, casi con burla, la gran diosa. – Ya que a los de tu tipo les encanta hacer dramas en cada una de mis ceremonias, ven aquí con tu elegido.

–Será un honor, mi Gigantesa. – Bromeó el peliblanco, posicionándose en frente de todos con el gato siguiéndole.

–Con lo de haber elegido a Reborn… pensé que estaba bromeando. – admitió Tsuna, algo sorprendido.

–Claro que no. No suelo bromear con este tipo de cosas serias… no mucho. – dijo el peliblanco. – Además, obviamente con cuerpo de gato no podrá realizar ningún trabajo, así que, si acepta las condiciones, se volverá un humano casi tal guapo como yo.

Giotto se rio.

–A ver tú, Reborn. – dijo Byakuran, intentando que no se le saliera lo de hablar desde el corazón y esas cursilerías. – Has sido, un verdadero dolor de culo. Desde nuestro primer encuentro hasta el día de hoy, y estoy seguro de que yo también lo soy para ti, una verdadera y sincera molestia.

Se cayó por unos momentos.

–En realidad, sólo tengo una condición. – dijo Byakuran, mirando fijamente al gato frente a él. – Reborn, ¿aceptas, bajo todo costo, a tu modo si quieres, pero a todos, sin excepción… realmente todos los niños felices en la época de Diciembre?

–“Acepto” – maulló.

Al igual que Tsuna, segundo después su cuerpo fue rodeado por una gama de colores plateado y azulados, cubriendo su cuerpo, que se iba transformando… iba creciendo.

Los colores se disiparon y los ojos de Tsuna se abrieron como platos.

Frente a él, vestido con el usual traje de Santa Claus, estaba el que anteriormente conocía como su profesor de matemáticas.

–¡REBORN!

Gritó.

Estaba estupefacto, estaba emocionado, estaba feliz, estaba alarmado, estaba avergonzado, estaba enojado…

Estaba tan todo que sólo atinó a correr hacia los brazos del pelinegro y liberar todos sus sentimientos con un profundo y amoroso beso.

–¿Y? – preguntó Byakuran, poniendo una cara coqueta al rubio de alas blancas. – ¿No crees que me lucí esta noche?

Giotto no respondió.

Tomó del cuello del traje al peliblanco y le dio un buen beso en la mejilla.

Era lo que el peliblanco había estado esperando por décadas.

Casi le salían fuegos artificiales.

¡Casi se convertía él en los fuegos artificiales!

Y cuando Giotto alejó sus labios, salió huyendo de la situación.

Muy ex-dios del amor y se sonrojaba todo con dar un beso en la mejilla.

Byakuran iba a salir corriendo tras el rubio cuando una mano le agarró con firmeza de sus ropas.

–¡Un momento ahí, Byakuran! – gritó encabronada la peliazul. – ¿¡Y por qué rayos me involucraste en este absurdo plan!? ¡Mi presencia no es urgente entre todas las pendejadas que hiciste!

–Claro que sí. – quiso aclarar. – Eras el último que me faltaba para tener a todos los amigos de Tsuna reunidos.

–¿Eh?

–Mira, a Madre Naturaleza le pedí que escogiera a como su sucesor a Hibari, al hombre ese de los sueños le pedí que escogiera a Ryohei, a la Muerte le dije que escogiera a Gokudera (y dijo que ya lo estaba considerando desde antes) y el Hada de los Dientes dijo que iba a volver una de las hadas principales a Lambo.

–Te faltó Yamamoto.

Él sonrió de manera traviesa.

–Querida, tú y yo sabemos lo que pasa cuando un humano besa a un duende mágico… ero l repetiré porque me encanta molestarte. – dijo Byakuran, evitando los golpes y patadas que lanzaba la violenta peliazul. – Una vez que un duende especial besa a un ser de vida corta, la vida de este ser se vuelve tan larga como la del duende en cuestión, y este tipo de duendes no poseen una vida especialmente “corta”, Lal.

La cara de Lal Mirch estaba roja a más no poder.

–¡VEN AQUÍ, MALDITO MALVAVISCO MANIPULADOR! – gritó, histérica. –- ¡TE MATARÉ!

Mientras tanto, no muy lejos de todo, estaban Reborn y Tsuna, quienes volvieron a perder sus miradas en la del otro.

–Reborn. – habló Tsuna, rompiendo el directo contacto visual. – ¿Crees que podríamos salir antes de aquí? Me gustaría hacer algunas otras cosas…

–Oh, claro, Dame-Tsuna. – dijo el pelinegro. – Ya se que sigues siendo un joven lleno de hormonas, pero no creo que sea el momento…

Tsuna se tardó en notar que quería decir Reborn.

Cuando lo hizo, vaya, hasta sus alas parecía que iba a ponerse rojas.

–¡Re-Reborn! – reclamó. – ¡N-no es eso! Pensaba en ir a ver a mi madre y a Fuuta…

–Claro, suena como una excusa creíble. Nadie sospechará que estamos cogiend-

–¡REBORN!

 

 

Fin :3

Notas finales:

¿Qué les pareció?

Yo también leere que tan feo está... pero luego.... ahora tengo que... dormir y esas cosas.

Estoy segura que puse cosas sin sentido, pero en realidad quería hacer una idea muchísimo más larga, algo que involucrara a la Mafia y quería explicar más cosas...

Realmente, creo que improvise desde más de la mitad...

Y cuando pensaba agregar a la mafia pensaba en que al final Byakuran y Giotto pidieran quedarse nuevamente con sus trabajos mágicos y la verga, mientras Tsuna y los demás formaban parte de Vongola y no recuerdo que iba a hacer con Reborn... pero recuerdo que era algo cool... tal vez....

Me siento bien dormida, no creo que pueda seguir viva mucho tiempo...

No sé que tan cagado esté, pero gracias por leer, incluso si no les gustó, hacen que una ficker inútil como yo un poco feliz...

TENGO SUEÑO!

CIAO CIAO!!!


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