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El misterio de la joya por Rolby

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Notas del fanfic:

Hola, hacía mucho tiempo que tenía ganas de escribir una aventura que mezclara misterio y romance homosexual al mismo tiempo. Espero que quien quiera que la lea, la disfrute y cubra sus expectativas (si es que las tiene, jajajja)

Notas del capitulo:

Muy bien, comenzamos esta historia. Espero que la disfrutéis. Cualquier sugerencia, queja, comentario...estaré encantada de responderos.

El profesor Alyster Brooke

 

Cuando el profesor Alyster Brooke regresó a su apartamento esa tarde, en lo único en que podía pensar era en dedicarse en cuerpo y alma a la tarea que lo había mantenido en un estado de nerviosismo casi demencial toda la mañana. A tal punto había llegado su excitación, que cuando quiso darse cuenta el reloj de la repisa de la chimenea marcaba las 23:35, lo que indicaba que llevaría alrededor de unas cinco horas trabajando cuando levantó la cabeza del libro que hojeaba en su despacho.

Fue en aquel momento cuando su sentido común le obligó a enderezarse y estirar las piernas. Encendió su pipa, regalo de su padre por su vigésimo primer cumpleaños, casi 40 años atrás. Pero ni con el humo del tabaco consiguió relajarse lo más mínimo.

Acababa de hacer un descubrimiento importante: algo que llevaba oculto desde principios del siglo XX se revelaba ahora ante sus ojos.

Emocionándose de nuevo ante la idea, anduvo por la estancia de un lado para otro, solo deteniéndose para contemplar la fotografía de su madre en la esquina derecha de la repisa, reparando como siempre que la observaba en el precioso colgante de diamantes en forma de lágrimas que pendía sobre su cuello. Alyster llevaba toda la vida siendo un aficionado a la joyería. Adoraba la belleza de los materiales, la sofisticación de las joyas y el cuidado que debía ponerse a cada pieza para crear una obra de arte como la que lucía su madre.

De hecho, de pequeño, solía pasar la mayor parte de las vacaciones de verano en Lloyd’s, la pequeña y encantadora joyería de su pueblo, propiedad de Alexander McFly, viejo amigo de la familia, a quien desde luego no parecía importarle dedicar horas y horas a explicar a Alyster el proceso de elaboración de joyas y los mayores misterios del mundo relacionados con ellas.

Por desgracia para el joven Alyster, su padre no veía con buenos ojos que su amor por la joyería fuera más allá de un simple pasatiempo, por lo que cuando se graduó con honores en el instituto inmediatamente lo mandó a estudiar a una de las más prestigiosas universidades de Estados Unidos, concretamente lo matriculó en la especialidad de Historia, puesto que consideraba que la insaciable curiosidad de Alyster le llevaría lejos en la vida.

Y no se equivocó, pensó Alyster. A los 26 años se convirtió en catedrático en la respetada universidad de Dartmoon y su nada despreciable salario le había permitido dedicar todo su ocio a su verdadera pasión: las joyas.

Y ahora, tras muchos años de dedicación e incansable búsqueda, por fin se hallaba bajo la pista de algo grande, algo que cambiaría su vida para siempre. Si estaba en lo cierto, este podría ser el momento con el que había estado soñando desde que era un muchacho, el momento en el que tendría en su poder un tesoro de incalculable valor por el que muchos en el mundo matarían.

Regresó al escritorio y volvió a mirar extasiado el libro sobre “Obras maestras de la joyería, siglos XIX y XX” para después posar la vista en una fotografía tomada en un viejo mercadillo austriaco. Se prometió a sí mismo que mañana iniciaría todos los trámites necesarios para solicitar el permiso por vacaciones en la universidad, y con esa misma idea preparó los cuadernos para su clase de mañana por la mañana.

Cuando estuvo listo, se acostó en su confortable cama e hizo el esfuerzo de dormirse. No tardó mucho en conseguirlo.

Sin embargo, dos horas más tarde, lo despertó una desagradable sensación de inquietud. No se encontraba bien. Notaba las extremidades agarrotadas y el estómago dolorido. No recordaba haberse encontrado tan mal en toda su vida. El dolor iba en aumento y tentado estuvo de llamar a un médico a pesar de la hora. No obstante, al cabo de unos minutos, los pinchazos remitieron y muy pronto volvió a encontrarse a gusto.

“Viejo cabezota, ya no estás para hacer tantos esfuerzos, no eres un chiquillo, trabajar tanto no puede ser bueno para tu salud” se reprendió a sí mismo Alyster.

Restando importancia al incidente, volvió a acomodarse, dispuesto a descansar adecuadamente de una vez. Pero por más que lo intentaba e intentaba, ya no logró conciliar otra vez el sueño. Algo seguía inquietándole. No era un dolor físico como el de antes, sino la sensación constante de que algo no marchaba bien. Dio vueltas y vueltas a su cabeza pero por más que pensaba no lograba averiguar qué era lo que estaba mal.

Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que, para cuando quiso darse cuenta, el despertador de la cómoda sonó de forma estridente, anunciando el inicio de un nuevo día.

“Martes. Pufff. Otra noche sin conciliar el sueño. Maldita sea.”

Con fingida resignación, saltó de la cama y bajó a desayunar. “No pienso seguir angustiándome, sea lo que sea lo que me preocupa, seguro que no será nada, es la falta de sueño, me está afectando más de lo que me imaginaba. En cuanto vuelva de la universidad descansaré de una buena vez y preparé mis cosas, esta empresa es demasiado importante y mi tiempo limitado, hay mucho que hacer, no puedo achantarme ahora, he de seguir adelante, nada puede pasarme a estas alturas y menos ahora, cuando mi vida por fin cobra sentido”

No podía saber en ese momento hasta qué punto se equivocaba.

 

                                                                              ***

-Amelia, hija, si no te das prisa vas a llegar tarde. Siempre estamos igual.-Suspiró con fastidio la señora Santos.

“Ya tendría que estar acostumbrada” se dijo a sí misma. Su hija, Amelia Santos, era una estudiante muy inteligente y aplicada, pero para el resto de los quehaceres cotidianos era un desastre. Nunca se levantaba a su hora, siempre tardaba años en desayunar y raro era el día en que no tenía que recordarle que cogiera esto o lo otro porque si no se le olvidaba.

-Ya lo sé, mamá, perdona. Termino enseguida, recojo mis cosas y me voy.-contestó, aunque casi no se le entendía nada porque seguía con media tostada de mantequilla en la boca.

Cornelia Santos tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para no echarse a reír en ese momento. Si su hija terminaba de desayunar en los próximos cinco minutos ella misma haría las maletas, se convertiría al budismo y pasaría el resto de sus días en un templo perdido del Himalaya.

Dejó un momento de fregar los platos y se giró para contemplarla bien. Era una muchacha de 21 años preciosa, delgadita (aunque no demasiado), de cabello castaño, lacio, con mechas de un tono rubio claro que combinaban perfectamente con su color de pelo natural, ojos verdes y tez morena. Pero no solo se trataba de una cara bonita, Amelia era lista, disciplinada, valiente y cariñosa.

“Este será su último año en la universidad de Dartmoon” pensó con tristeza Cornelia. Desde la muerte de Roberto, su marido, a Amelia se le había metido en la cabeza la idea de estudiar arquitectura para poder cumplir con el sueño de su padre: construir un modesto hotelito rural en las afueras de Dartmoon para que su familia no tuviera que depender de nadie.

Roberto y Cornelia se habían conocido en España. Cornelia estaba de comercial de ventas en una importante empresa española dedicada al comercio de aceite de oliva, mientras que Roberto era empleado de uno de sus principales proveedores. Inmediatamente surgió la chispa entre ellos. Por desgracia, el idilio no duró mucho, ya que a los pocos meses informaron a Cornelia de que su padre se encontraba gravemente enfermo. No le quedó más remedio que dejar el trabajo para volver a su tierra natal en Dartmoor. Los dos sufrieron mucho. Cornelia ya se había resignado a su inminente separación, pero para su sorpresa, Roberto también dejó su empleo y se marchó a América con ella. Cornelia se dedicó en cuerpo y alma a atender a su padre y Roberto logró encontrar trabajo en una empresa de albañilería. Tras la muerte de su anciano padre, contrajeron matrimonio, y cuando al poco tiempo recibieron la noticia de que iban a ser padres, se instalaron en una preciosa casita en el centro de Dartmoon.

Como por aquella época la construcción era un negocio boyante, podían permitirse el lujo de que Cornelia se quedase al cuidado de la recién nacida Amelia mientras Roberto se dedicaba a trabajar. Pero Cornelia sabía en el fondo que Roberto ansiaba vivir en el campo, le había hablado varias veces de su sueño de dirigir un hotel rural, de tener un espacio donde sus hijos pudieran crecer y tener una infancia feliz. La idea le pareció fantástica y empezaron a ahorrar un poco de dinero todos los meses. Pero el destino volvió a jugarles otra mala pasada. La empresa de Roberto quebró, le despidieron y Cornelia tuvo que buscar empleo de nuevo. A pesar de que logró colocarse como comercial allí, Roberto se sumió en una profunda depresión, de pronto fue consciente de  que su sueño no había podido cumplirse en 15 años y que lo más probable era que nunca se hiciera realidad. Hasta tal punto llegó su congoja que cayó enfermo. Por aquel entonces Amelia tenía 16 años y tuvo que ser testigo de cómo la enfermedad consumía a su padre. Eso la hizo volverse la chica fuerte y decidida que es ahora.

Tras la muerte de Roberto, vinieron tiempos duros para ambas, tuvieron que aprender a vivir sin él. Pero juntas lograron salir adelante. Amelia se preparó y entró en la universidad de Dartmoon con el firme propósito de cumplir el sueño de su padre. No obstante, a pesar del orgullo que Cornelia sentía por su hija, no podía evitar pensar que Amelia no estaba viviendo su propia vida, sino la vida que su padre quería para ella. Cornelia deseaba que se centrase más en las cosas que a ella verdaderamente le hicieran feliz, que se enamorara perdidamente de alguien… y en definitiva, que se olvidase un poco del hotel y que se comportara más como una veinteañera universitaria.

-¡Oh mierda!-exclamó de pronto Amelia, sacando a Cornelia de su ensimismamiento

-¿Y ahora qué ocurre? A ver si lo adivino…tienes clase a primera hora con el profesor Brooke y se te había olvidado

Amelia maldijo mentalmente a su madre. ¿Cómo era posible que siempre supiera qué le pasaba o en qué estaba pensando? Era un don que siempre había tenido, un don que se acrecentó incluso más con la muerte de su padre. Amelia intentó detener el torrente de amargura que el recuerdo de su padre provocaba en ella y se concentró en acabar rápidamente lo poco que le quedaba de tostada y en apurar el café.

-Sí, tengo clase con el profesor Alyster.-Bebió el último sorbo de café, cogió la cartera y dio un rápido beso a su madre en la mejilla.-Hasta luego, no sé si me quedaré a estudiar con Cecilia después. Te avisaré.

-De acuerdo, que tengas un buen día, cielo.-Cuando Amelia prácticamente salía por la puerta añadió.-Y vive un poco, por amor de Dios.

Amelia soltó un bufido, levantó el pulgar izquierdo a modo de asentimiento y salió corriendo a la calle.

 

                                                           ***

El viento helado de primeros de diciembre acompañó a Amelia durante todo el trayecto de camino a la universidad. Al llegar al enorme portón de la entrada principal, buscó con la vista a su buena amiga Cecilia Rabadán. Se habían conocido en la fiesta de inauguración del curso académico tres años atrás y desde entonces se habían vuelto inseparables. Se compenetraban a la perfección, Amelia era la estudiante modelo y Cecilia era la  alumna alocada y fiestera que aportaba esa pizca de sal que faltaba en su vida.

Al no localizarla después de atravesar el camino que conducía a la facultad de arqueología, se imaginó que estaría ya en clase, por lo que aceleró el paso. En cinco minutos estaba ya dentro del aula.

-¡Hey, Amelia, aquí! ¡Yujuuuu!-la llamó Cecilia desde lo alto de la clase. Amelia acudió a su encuentro.

-Hola. Madre mía, creía que no llegaba. Menuda carrera, ufff.-se acomodó en su asiento y tomó aliento. Sacó sus apuntes y sus libros.

-No tienes remedio, siempre tarde. A propósito, hay una fiesta el viernes por la noche. La organiza la facultad de Audiovisuales. ¿Te apuntas?

-Va a ser que no, el lunes que viene tenemos examen de Civilizaciones Europeas, ¿lo has olvidado?-Cecilia puso los ojos en blanco

-Joder, Amelia, seguro que te lo sabes, eres la que más estudia de todos y tienes las mejores notas de toda la promoción, ¡relájate de una vez! Ya es hora de que conozcas a alguien

-Y dale, otra vez la misma historia, no necesito conocer a nadie. Me va muy bien sola. Además, cuando me enamore, si es que lo hago, quiero que sea de alguien especial-Amelia no compartía la obsesión de Cecilia por acostarse con todo cristo viviente, ella era una romántica empedernida y quería tener una relación igual de satisfactoria que la que habían tenido sus padres.

-La persona ideal no aparecerá si no empiezas a salir más-A Amelia le molestó el comentario, pero lo cierto es que en el fondo sabía que Cecilia tenía razón, últimamente había estado demasiado centrada en sus proyectos personales y casi no se había relacionado con nadie. La vida debía ser un equilibrio de todo, pero la suya estaba claramente descompensada.

-Mmmm, está bien, quizá me convendría tomar el aire un poco. Pero solo me quedaré un rato, ¿entendido?-Cecilia esbozó una amplia sonrisa, había ganado la partida.

-Hecho

La conversación se terminó en cuanto el profesor Alyster Brooke entró por la puerta y tomó asiento en su pupitre al frente de la clase.

-Buenos días. Antes de comenzar la clase tengo algo importante que comunicar. He de marcharme de viaje por asuntos personales. Estaré fuera un mes, si todo va bien. Durante ese tiempo, les dará clases el profesor Henry Holland, mi sustituto. En fin, no perdamos más tiempo, vayan a la página 125 del manual, por favor. Continuaremos por donde lo dejamos en la clase anterior.

Pero Amelia ni siquiera había escuchado esto último. Su cerebro empezó a bullir de forma incontrolada. En la clase, muy concurrida a esas horas de la mañana, un murmullo general se extendió como la pólvora. La noticia había sorprendido a todo el mundo, ya que en todos los años que Amelia llevaba estudiando allí el profesor Brooke jamás se había tomado ni un solo día libre. Y no solo eso, sino que desde que había entrado en el aula Amelia había notado un nerviosismo y una excitación en él que no eran normales. No, definitivamente nunca había visto al señor Brooke tan emocionado por algo. Se debía llevar algún asunto entre manos. La curiosidad invadió a Amelia. Sentía un gran aprecio por el profesor Alyster, él siempre había mostrado interés por sus trabajos e incluso en varias ocasiones habían mantenido largas charlas en la biblioteca de la facultad. Todo lo relacionado con él la atraía, no solo porque era un excelente profesor, sino también porque era una gran persona, afectuosa, inteligente y atenta con todos.

Trató con todas sus fuerzas de concentrarse en la clase, pero le fue imposible. No veía la hora de que terminara la sesión para poder acercarse al profesor y preguntarle por su viaje, a pesar de que no era asunto de su incumbencia.

Al cabo de un rato que le pareció eterno, por fin el profesor dio por finalizada la clase y se despidió de todos. Amelia prácticamente voló de su asiento y se dirigió veloz hacia él, pero para cuando quiso darse cuenta, Alyster Brooke había desaparecido con su maletín. Otro comportamiento inusual en él, puesto que siempre esperaba unos minutos antes de salir por si algún alumno tenía alguna duda al final de la clase. La curiosidad de Amelia iba en aumento y otra sensación, algo que no pudo identificar, brotó de las profundidades de su ser. Un presentimiento, tal vez. Pero…¿un presentimiento de qué y por qué?

                                                                              ***

Tres horas más tarde, en la casa de Cecilia

 

-No es propio de él, Cecilia. Todo esto es muy raro

-Amelia, ya es la tercera vez que dices lo mismo. Sé que ha sido algo precipitado, pero en el fondo, ¿qué sabemos realmente del profesor Brooke? Nada, al menos de su vida personal. Yo me inclino a pensar que simplemente tenía ganas de unas vacaciones. Al fin y al cabo, es una persona, como tú y como yo, y también tendrá ganas de marcha de vez en cuando

-Ya, pero, tú le viste. Estaba emocionado, excitado, como si le hubiera ocurrido algo importante, algo que lo hubiera cambiado todo…

-Oh, por dios, Amelia, no veas tantas películas, quieres. Seguramente estaba emocionado porque hace mil años que no se toma unas vacaciones. O, quién sabe, lo mismo va a visitar a su amante.

-No, no es eso. Era otra clase de emoción…

-Oh, vaya, ahora resulta que eres experta en la materia y sabes qué clase de emociones experimenta una persona enamorada-se burló Cecilia

-Ja, ja, muy graciosa. No, ahora en serio.-Amelia miró directamente a Cecilia, con gesto muy serio.-Tengo una sensación extraña, siento como si fuera a ocurrir algo espantoso

-Mira, Amelia, me parece que estás muy estresada, últimamente no has hecho otra cosa que trabajar y trabajar. Olvídate de Alyster y ven a la fiesta este viernes, te vendrá bien despejarte un poco. Además…-la interrumpió el sonido de su teléfono móvil sonando. Miró la pantalla, el número era de Alicia, estudiante de economía y amiga de Cecilia, con la que había compartido innumerables noches de fiesta y desenfreno.

-Hey, qué pasa, Alicia. Si es sobre lo del viernes, que sepas que estoy en plena operación “Convencer a Amelia para que salga de su cuadriculada y aburrida vida”.-Amelia resopló, con fastidio, era demasiado pedir que Cecilia la tomara en serio, la seriedad no era algo inherente a su carácter.-Ah, que no se trata de eso…Sí….Ajá….¿¿¡¡Quéeeeee!!?? No puede ser. Vale…luego hablamos.

-¿Qué demonios pasa?-inquirió Amelia, asustada de pronto, puesto que la cara de Cecilia comenzaba a volverse blanca.-Cecilia…¡Cecilia, contesta!

-Amelia…es el profesor Alyster-logró decir, a duras penas, estaba francamente alterada.

El rostro de Amelia también empezó a tornarse pálido. La pregunta rondaba en el aire, pero no se atrevía a formularla en voz alta. Sería como una confirmación de que sus temores se habían hecho realidad. Cecilia no pudo aguantar mucho más la tensión y dijo:

-Es el profesor Alyster,…está muerto, Amelia. Lo han encontrado en su despacho de la universidad

Amelia no podía sospechar en ese instante que su “cuadriculada” vida dejaría de serlo muy pronto.

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Pues hasta aquí el primer capítulo.

NOS LEEMOS


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