Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Prohibido por RyuStark

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Los personajes no me pertenecen, son del fabuloso Tadatoshi Fujimaki.

Este shot me tomó para siempre hacerlo, salió excesivamente largo y no sé qué sucedió aquí. Todo se descontroló, en el buen sentido claro. Y no me queda más que dejar las advertencias:

*Es un AU y está muy largo. ¡Largo como el ego de Aomine!

*¡¡Hay diferencia de edades bastante notoria!!

*Personajes algo OoC.

*Kagami es un adolescente rebelde con las hormonas alborotadas.

*Daiki solo quiere ver a Taiga y al mundo arder.

*Humor muy ligero.

*Lemon.

*Lenguaje grosero o vulgar (mínimo)

*No quiero admitirlo, hay un poquito de drama, pero no se dejen engañar. ¡Es fluff en general!

*Aomine Daiki grande y maduro es mi religión (Intenten detenerme)

I

Desde la primera vez que lo vi supe que ese hombre sería mi ruina y perdición. Supe que me tomaría, destrozaría y luego soplaría entre sus dedos los restos de mi alma y corazón. Sabía que después de él ya nada sería igual y sin embargo, lejos de alejarme, yo mismo me arrojé a sus brazos. ¿Y cómo no hacerlo? Él representaba todo lo que siempre anhelé y nunca me atreví a decir en voz alta. Era como mi más baja e íntima fantasía hecha hombre.

Aun me parece que fue ayer cuando lo conocí y todo cambió.

Recién acababa de cumplir dieciocho, cuando mi padre me dijo que lo acompañaría de viaje a Miami para celebrar el cumpleaños de un buen amigo suyo. Naturalmente dije que no me interesaba ir a una fiesta de viejos relamidos, estirados y aburridos, que por tener dinero se creen los dueños del mundo; lo cual divirtió a mi padre que se mantuvo firme con su propuesta.

Lo malo en sí no era ir a Miami a una fiesta, sino que mi padre planeaba que nos quedáramos ahí todo el verano, ya que de la nada había decidido invertir en algunos lugares en la ciudad y esa era la oportunidad perfecta para trabajar, disfrutar y pasar tiempo juntos según él.

Sinceramente no quería ir, los veranos en California son lo mejor del mundo y a diferencia de Florida, las playas se ven ligeramente menos atestadas de turistas. Además de que pensaba pasármela practicando mis habilidades de cocina y jugando baloncesto con Alex y Tatsuya.

Pero como mi padre es mi padre por una razón, intentó apaciguarme al decir que podía invitar a Kuroko—mi mejor amigo— al viaje. Me endulzó los oídos diciéndome que me daría dinero y que Kuroko y yo podríamos hacer lo que quisiéramos, siempre y cuando cumpliéramos con ciertas comidas y cenas con él.

¿Cómo decir que no a tentadoras noches de desenfreno en Miami? Obviamente eso mejoró un poco la propuesta y terminé aceptando. No porque quisiera, sino porque nunca pude negarle nada a mi padre. Era aterrador verlo enojado. Aún lo es. No es alguien con quién quieras cruzarte cuando está molesto.

Así que un par de días después, Kuroko, mi padre y yo ya nos encontrábamos en un avión rumbo a la ciudad del sol. Miami, otra Las Vegas pero con más agua. Hoteles colosales, lujosos y extravagantes, bares, restaurantes, casinos, playas y cualquier tipo de entretenimiento que prometía perder hasta al más valiente.

—¡Kuroko mira ese restaurante! —Grité emocionado al ver un genial lugar sobre un muelle. —Deberíamos venir después.

—No creo que sea restaurante, parece más un club nocturno. Uno al que no te dejarán pasar Kagami-kun. ¿Te recuerdo que aún eres menor de edad?

—Soy mayor de edad en muchos países y en California. —Bufé molesto.

—Sí, pero no en Florida Taiga, escucha a Tetsuya y no se metan en problemas. Estoy seguro que hay muchos lugares menos restringidos en los que podrán divertirse. —Mencionó mi padre tras el volante y mirándonos por el retrovisor.

—Los americanos jamás dejan de sorprenderme. —La voz incómoda de Kuroko me hizo mirar una vez más por la ventana y ver que sobre la costera había montones de chicas voluptuosas, caminando en bikinis y trajes de baño tan diminutos que no dejaban nada a la imaginación, al igual que un par de tipos. Uno que otro atractivo, pero también algunas pesadillas.

—No creo que sean americanos, de serlo ya estarían totalmente desnudos. —Contesté burlón con tal de ver a mi amigo fruncir el ceño. Después de todo venía desde Tokio por medio de un intercambio y desde que nos conocimos nos hicimos inseparables. Y aunque también soy parte japonés, jamás fui tan pudoroso ni reservado como uno.

—Hey Kuroko, si quieres podemos ir a una playa nudista. — Solté socarrón. Dios, cómo amaba molestarlo.

—Totalmente innecesario Kagami-kun, no quiero sumar un enorme trauma más a la lista de los muchos que he adquirido desde que llegué a América muchas gracias.

—¿Estás seguro de querer mencionar tus planes frente a tu padre Taiga? —Una vez más el tono juguetón de mi padre me sacó de mis pensamientos, haciéndome negar ligeramente avergonzado. —Bien, escuchen los dos. Los pasaré a dejaral hotel para que descansen, coman y se alisten. Pero a las ocho pasaré por ustedes para ir a la fiesta.

—Espera, ¿Kuroko y yo también tenemos que ir a la fiesta de tu amigo? —Pregunté preocupado y fastidiado.

—Así es, será divertido. Habrá mucha gente joven, comida y será en un precioso lugar. Se divertirán mucho y ya mañana podrán hacer lo que quieran. Y no Taiga, no entra a discusión. Ahora adiós, que a pesar de que son vacaciones también vine porque tengo trabajo.

No me quedó más que rodar los ojos y bajarme del auto, no sin aceptar su tarjeta de crédito y algo de efectivo. Sin embargo el fastidio me duró poco, porque al ver el majestuoso resort no pude evitar sonreír. Carajo, como voy a divertirme. Pensaba mientras uno de los empleados bajaba las maletas, para luego llevarnos hasta la recepción, donde nos dieron una tarjeta para la suite que compartiríamos.

—¿Tu padre se quedará con nosotros Kagami-kun? —Preguntó Kuroko en pleno ascensor.

—Joder no. Él tiene su propia habitación, sería totalmente incómodo oírlo roncar o algo así. Además no creo que podamos meter a algún “amigo” a nuestro cuarto si mi padre está ahí. —Mencioné lo último con malicia, mirándolo rodar una vez más los ojos.

—Habla por ti mismo Kagami-kun, yo no quiero ni necesito “amigos” aquí.

—¿Cómo sabes que en la playa no encontrarás al amor de tu vida o algo así huh?

—Eso no pasa y aunque así fuera, si es el amor de mi vida, no creo que tenga prisa por meterse en mi habitación a menos que quiera una golpiza. Y te recomiendo lo mismo.

—¡Sólo era una broma! Es solo que si vamos a pasar algún tiempo aquí quizás hagamos amigos, eso es normal.

 —Lo peor de todo es que ni siquiera lo dices porque quieras amigos de verdad o en todo caso un novio, seguro que Kagami-kun lo único que quiere es alguien para poder jugar baloncesto en Miami. —Dijo sin reparo haciéndome abrir la boca indignado y cerrarla igual de rápido mientras estrujaba mi balón que traía entre las manos.

Bien quizás tenía razón. Pero, ¿Quién necesita un estúpido novio cuando puedes aprovechar el tiempo jugando? Y comiendo también, la comida es importante. Y ni mencionar cocinar, podría hacerlo todo el día y luego comerme feliz todo lo que preparo solo para mí. Lástima que allí no tendría la oportunidad de practicar.

—Lo que sea, ¿Quieres pedir servicio a la habitación o salimos? —Le pregunté una vez dentro de la preciosa suite, por no decir maldito penthouse. Siempre he sabido que nuestra pequeña familia es privilegiada debido a los negocios de mi padre, pero pagar esa cosa por un mes no iba a salir nada barato. Y ni mencionar dos, con eso de que él tendría otra suite. Es muy su dinero supongo.

Pensaba mientras miraba todo el lugar lujoso, moderno y estilizado, con dos enormes camas, televisión plana, una sala enorme, un baño colosal con tina y lo mejor, una terraza con jacuzzi que dejaba ver toda la playa y parte de las albercas del resort.

—Tú elige, porque no sé tú Kagami-kun, pero en serio necesito tomar una ducha antes de derretirme. —Dijo sacando un par de cosas de su maleta y metiéndose al baño mientras yo me tiré a la cama y aumenté el aire acondicionado a todo lo que daba.

Hacía de calor lo que le seguía afuera, no recordaba que Miami era tan o a veces más caliente que Los Ángeles y ese sin duda era uno de esos días. El sol no calentaba, quemaba y calcinaba y la humedad del ambiente era abrumadora y te dejaba esa sensación chiclosa y sudorosa en el cuerpo.

Así que lo más racional fue pedir servicio a la habitación mientras disfrutaba la suave cama. La noche anterior no había dormido mucho, no solo porque el vuelo salió de madrugada, sino que estuve hablando con Tatsuya por teléfono hasta tarde, todo debido a que no le paraba la boca acerca de su nuevo novio.

Y hablando de novios, hacía milenios que no tenía uno. Bueno, quizás no tanto, pero la verdad es que en ese momento la cocina era mi mundo entero y a lo que quería dedicarme, aunque aun nadie lo supiera. Por lo que entre la escuela, los entrenamientos, mi familia y amigos el romance se quedó ignorado en un rincón. No es que necesitara un novio de todas formas, siempre estuve bien solo.

¿O será que aún no encontraba a la persona ideal?

Era imposible saberlo y la verdad es que no me mataría las neuronas idealizando historias de amor, por lo que simplemente dejé que el cansancio de todo el día me invadiera como sueño pesado y reconfortante.

II

La próxima vez que abrí los ojos aparte de tener frío, me percaté que ya era de noche, que la comida si había llegado y seguramente Kuroko la recibió. Y hablando de Kuroko, mi amigo se encontraba terminando de cerrarse una camisa blanca de vestir frente al espejo.

—Luces ridículo, ni que fuéramos a una gala.

—Nunca se está lo suficientemente arreglado Kagami-kun y te recomiendo darte una ducha y ponerte algo más…acorde a la ocasión. Por cierto, tu padre llamó y dijo que pasaría por nosotros en treinta minutos. —Igual que siempre ignoré a Kuroko mientras me comía mi comida ahora fría.

Genial, pudimos haber ido a pasear o algo así y mi padre nos tenía que arruinar la noche con la fiesta de su amigo. Y ya que sabía que era una batalla perdida, rápido me duché y me puse algo decente. Unos simples pantalones color hueso, una camisa de manga corta azul intenso que siempre me ha gustado como resalta mis brazos, y ya que no podía ir en sandalias opté por unos viles zapatos cafés.

Lo peor es que durante el trayecto hacía el lugar de la fiesta mi padre no dejaba de platicarnos sobre su dichoso amigo, como si en realidad me importara un carajo. Y digo yo, porque Kuroko siempre ha admirado a mi padre y cada cosa que sale de su boca.

—¡Aquí estamos! Taiga, Tetsuya diviértanse y eso sí, no mucho alcohol. —Mencionó mi padre entregando la invitación a los de seguridad y perdiéndose entre la gente dejándonos como idiotas. O al menos a mí, porque por fin comprendía dónde estábamos.

El recibidor de una imponente mansión seguramente en el residencial más lujoso de todo Miami Beach. Mármol, cristal y acabados de plata por doquier más una amplia colección de cuadros y esculturas impresionistas. Muchas gracias clases de arte. También había montones de personas bien vestidas, más varios meseros llevando copas y comida por doquier.

—Kagami-kun por aquí.

Y si estaba impresionado aún no estaba listo para lo demás, porque en cuanto salimos al exterior me quedé con la boca abierta. Justo frente a las puertas de cristal había una gigantesca y larga piscina rectangular de agua clara, dónde algunos cuerpos atractivos nadaban y otros más la rodeaban platicando, bailando o simplemente disfrutando el ambiente.

—Caballeros, ¿Desean una copa? —Nos preguntó un mesero.

Ni siquiera contesté tomando una copa de champagne mientras seguía mirando embobado todo. El conjunto en vivo que tocaba música tropical, las mesas altas, las pequeñas salas y los cientos de lamparitas chinas que caían desde los árboles y palmeras del jardín que rodeaban todo el cuadro.

—Es una buena fiesta, ¿No crees Kagami-kun?

—Ya lo creo. —Dije sonriente y avanzando por el lugar hasta instalarnos en una mesita alta. —El tipo del cumpleaños tiene muy buen gusto o su decorador es excelente. Kuroko algún día me compraré una casa como está, marca mis palabras.

—Esperemos que sí Kagami-kun. Por cierto, ¿Quién crees que sea el dueño de la casa?

De inmediato escaneamos el lugar con la mirada, sabiendo que cualquiera de los tipos en traje podía ser el dueño. Pero sinceramente, ¿A quién le importaba? Me estaba divirtiendo. Porque decir que era la fiesta perfecta era poco. Claro, hasta que escuché una muy peculiar risa que me hizo girar.

Ahí estaba, al final del jardín frente a la piscina había unos escaloncitos que subían un nivel hacía una salita privada, donde había un par de personas de pie y solamente uno sentado en el centro como si fuera el rey. El hombre lucía engañosamente joven, pero si te fijabas demasiado podías ver que ya había pasado sus veinte y estaba en sus treinta.

Irresistible.

Siempre he sabido que me atraen los hombres, pero nunca de la manera en que él lo hizo. Porque ese hombre sentado, sonriendo desdeñoso y rompiendo corazones con solo la mirada mientras giraba el líquido de su copa me atravesó el corazón entero. Guapo y atractivo era poco para describirlo, palabras pequeñas que no entienden del significado justo que ameritaba.

Su cabello azul como la noche, su piel de chocolate oscuro ligeramente brillante por el calor y su cuerpo brutal y esculpido que se notaba aún por debajo de su ropa blanca, dándole el contraste perfecto a su piel. Pero lo más intrigante de él no solo era su físico, sino el aura que lo rodeaba. Todo acerca de él gritaba poder, como una granada silenciosa y mortífera.

Y por la forma en que la gente a su alrededor lo miraba y le hablaba, te daba esa sensación de que el hombre estaba rodeado de un alambre de púas que decía: Intocable e inalcanzable. Y sin embargo, atraía a todos con una intensidad soberbia como si fuera gravedad. Lo cual comprobé en carne propia en cuanto nuestras miradas se encontraron a pesar del bullicio.

Electricidad de alto voltaje fue lo que sentí al tener sus ojos de cían clavados en mí, pero no solo eso, sino también miedo. Porque él no era un hombre normal, era un depredador y al parecer yo era la presa. El hombre no sonrió, apenas si cambió su expresión a una de sorpresa fingida al ponerse de pie ya que alguien llegó para saludarlo.

—Kagami-kun…Kagami-kun…¡Kagami-kun! —Kuroko me golpeó en el brazo finalmente sacándome de ese siniestro trance.

—¡¿Y eso por qué fue?! —Pregunté.

—Tú sabes porque, llevo intentando llamar tu atención por más de cinco minutos y no me haces caso. Y antes de que mientas, miré lo mismo que tú y debo decir no.

—¿A qué te refieres?

—Kagami-kun no. En serio no. No lo hagas, ni siquiera lo pienses. —Me dijo muy serio.

—No sé…no sé de qué hablas. —Mentí y ambos lo sabíamos.

—Kagami-kun por favor no lo hagas. —Suplicó y estaba por darle la razón, cuando aun mirando de lado observe que el hombre que atrajo mi atención, decidió bajar de su trono y caminar hacia el interior de la casa, no sin accidentalmente dedicarme una mirada que me dejó pasmado.

Quiere que lo siga. Estaba seguro.

—Voy…voy al baño Kuroko. —Dije comenzando a caminar entre la gente.

—Kagami-kun…no digas que no te lo advertí. —La voz de Kuroko me pareció apenas un susurro que olvidé mientras intentaba buscar con la mirada a la fiera peli-azul. Y por si tenía dudas de lo que estaba haciendo, en el interior de la casa, él volteó a verme y por primera vez sonrío, no malicioso, ni con crueldad, sino entretenido, como si le pareciera muy divertido haber logrado su propósito con nada más que silencio.

Como si supiera que podía tener todo lo que quisiera por el simple hecho de ser él.

Y aunque eso me enojaba a niveles supremos, era más mi curiosidad por saber que pasaría una vez que nos encontráramos solos. Tanto que me tragué el miedo en potencia que crecía en mí y me atreví a subir las escaleras al segundo piso; aun cuando todo me gritaba que no lo hiciera, que era peligroso, que no se suponía que debía estar ahí y definitivamente no con él.

Así que con los nervios destrozados y la adrenalina recorriéndome al límite deambulé por el pasillo desierto, oscuro y en silencio hasta el fondo donde estaba él. Había unas puertas de cristal por las cuales se volaban unas cortinas con el viento, dejándome ver la silueta al otro lado en la terraza, recargado en el barandal y mirando toda la fiesta hacía abajo.

Respiré hondo, como nunca antes y simplemente salí.

—¿Se te perdió algo? —Habló sin siquiera mirarme. Y dios, su voz, su voz era tan profunda como bourbon, sexo y chocolate.

—No lo sé, tú dímelo. —Afortunadamente logré hablar sin sentirme estúpido.

—Huh, que yo sepa la hora de dormir para los niñitos ya pasó, ¿Qué haces aquí?—Su comentario era una clara burla, que no se reflejaba en sus palabras indiferentes.

—¿Cómo te llamas? —Fue todo lo que pude preguntar antes de querer matarlo.

—Estás en mi casa, ¿Y ni siquiera sabes cómo me llamo? —Esta vez su tono si tenía un claro humor que me hizo avergonzar.

—¿Está es tu casa? —Oh mierda, hablando de cosas incómodas.

—Supongo que debo despedir a los de seguridad si dejan pasar preescolares así como si nada a una fiesta de adultos.

—Jódete, eres un idiota ¿Lo sabías?

—Me lo han dicho antes, pero viniendo de ti, definitivamente no me ofende. —Ahí estaba, lo que tenía de guapo lo tenía de imbécil. —Daiki, Aomine Daiki. —Dijo mientras sacaba un cigarrillo, lo encendía con unos curiosos fósforos y le daba una honda calada. —Ese es mi nombre. —Confirmó a la vez que se recargaba una vez más en el barandal, pero de lado para poder observarme bien.

Me sentía desnudo ante sus ojos que deambulaban sin descaro por mi cuerpo, no solo para revisarme rápido, sino para realmente hacerme tomar conciencia sobre mí mismo. Más no le daría el gusto de verme nervioso ante él.

—Taiga, soy Kagami Taiga. —Articulé sin problema y mirándolo directo a los ojos. Aomine sonrió divertido y de lado ante mi gesto, quizás amando mi irreverencia o encontrándola demasiado estúpida.

—Llámame Daiki y yo te llamaré Taiga. —La manera en que mi nombre salió de sus labios me hizo sentir el estómago cosquillear y un rico calor propagarse por mi pecho. Por fin comprendí la mofa, Aomine sabía que con solo abrir la boca podía tener al mundo a sus pies. Sin duda el mundo era un lugar muy injusto. —Y dime, ¿Por lo menos te estás divirtiendo en la fiesta? —Preguntó sin apartar su vista de mí.

—Es una buena fiesta. —Contesté.

—¿En serio? A mí me parece de lo más aburrida.

—Quizás la gente es aburrida, la fiesta no. —Mi respuesta pareció complacerlo y quizás esperaba más de mí, pero yo me encontraba demasiado ocupado mirando la manera obscena en que el humo de su cigarrillo se colaba por sus labios.

—Cuéntame más sobre ti Taiga, ¿Qué hace un chico lindo como tú en una fiesta tan patética como esta? ¿No deberías estar en la costera, embriagándote y viviendo al límite? —Su actitud ligeramente jovial me hizo sonreír y abrir la boca para al parecer no cerrarla por un largo rato.

No soy del tipo parlanchín, pero ahí a su lado empecé a contarle más de la cuenta. Cómo no quería ir a Miami en primer lugar, mi padre y su insistencia, mi verano arruinado y los comentarios de Kuroko. Me reí un par de veces de las cosas que le contaba mientras él permanecía sonriendo y a veces también riéndose conmigo.

Y aunque seguía poniéndome de los nervios lo mucho que me atraía, por un par de minutos me sentí en paz junto a él.

—Así que por culpa de tu padre terminaste aquí.

—Sí, pero ahora empiezo a pensar que fue una buena idea haber venido. —Mencioné armándome de valor, sintiendo mis mejillas arder y atreviéndome a pegarme más a él rozando apenas imperceptibles nuestros hombros. Claramente él pareció comprender mi movimiento.

—He aprendido mucho de ti esta noche Taiga, sin embargo, hay algo que aún no me queda muy claro. Yo sé porque estoy aquí arriba, pero aún no sé porque tú lo estás. —Su expresión no denotaba curiosidad, más bien no expresaba nada, una vez más provocándome un diminuto ataque de locura. No había manera de que yo haya entendido mal las señales.

—La vista es bonita y además quería hablar contigo, me gustó la forma en que me miraste allá abajo. — ‘Tú me gustas mucho’ Quería decir, pero la forma en que su mirada se afiló me atoró las palabras en la garganta.

—Admito que fue divertido llamarte y valiente de tu parte el haberme seguido, pero temo decirte que no me van los chicos como tú.

—Ni a mí los tipos como tú, pero yo tengo algo que te atrajo y tú tienes algo que me gusta y aquí estamos. Y si eres tan maduro como luces, sería estúpido negarlo, ¿No crees? —Aomine una vez más no cambió su expresión ni por un segundo, simplemente girándose y enfocando su vista más allá del jardín hacia la playa oscura y pacífica.

—Buenas noches Taiga. —De la nada finalizó algo que ni siquiera había iniciado, dejándome estático y vulnerable mientras lo miraba apartarse e intentar entrar una vez más a la casa. Y quizás fue un impulso violento por la furia y decepción que burbujeaba en mí, pero en cuanto iba a cruzar la puerta lo sujeté por el brazo con fuerza, haciéndolo girar y encararme.

Por primera vez en la noche la expresión de Aomine cambió radicalmente, primero era sorpresa, como no creyéndose que me había atrevido a detenerlo y lo segundo era una especie de agresividad muda.

Una que me hizo notar, al mirar hacia mi mano que se mantenía en su brazo y luego a mí. No frunció el ceño, no dijo nada hiriente, ni siquiera pestañeó, solo me miró intensamente mandándome un brutal escalofrío por todo el cuerpo y de paso provocando que lo soltara.

Pero que estúpido fui si creí entender lo que le pasaba a Aomine por la cabeza, porque en cuanto lo solté, ahora eran sus manos las que tenía sobre mí. Aomine me acarició casi con dulzura el rostro, trazando mi quijada y finalmente mis labios con su dedo pulgar. Mi piel se sentía en fuego en cada lugar que él me tocaba.

—Eres impulsivo, demasiado para tu propio bien. Dime Taiga, ¿Te gustaría cenar mañana conmigo?—Preguntó directo y brutal con una sonrisa que me hizo sentir las piernas temblar.

—Sí. —Fue lo único que logré pronunciar sin sonar como un verdadero idiota mientras dentro de mí experimentaba esta especie de alegría insana e irreal.

—En ese caso mañana pasaré por ti a las ocho, ahora tienes que irte.

—¿Qué? —No comprendí sus palabras, simplemente dejando que me llevara al interior, escaleras abajo y una vez más al jardín. —Daiki ¿Qué te pa…?

—¡Aomine aquí estás! —Mi padre exclamó dejándome catatónico mientras que Aomine sonrió y ni así soltó el agarre sobre mi cuello.

—Ah, ya veo que conociste a Taiga.

—Imposible no reconocerlo si es bastante parecido a ti cuando eras joven, solo que un poco más alto. —Mencionó burlón Aomine, ganándose un gruñido y sonrisa por parte de mi padre. —Tienes que admitirlo, es bien parecido, mucho más que tú cuando tenías su edad. —Siguió mofándose.

Ambos intercambiaban palabras amistosos mientras mi mente trabajaba a toda velocidad por fin comprendiendo la gran, obvia y ridícula realidad. Aomine era el buen amigo de mi padre, del cual me estuvo hablando todo el día y por quien hicimos este viaje. Y aunque estaba seguro que mi padre era algunos años mayor que Aomine, ambos charlaban como si se conocieran de toda la vida.

Hablando de situaciones bizarras,esa reventaba todas mis expectativas y por mucho. Pero lo más perturbador fue que en ese momento no sentí culpa alguna. Al contrario, algo pequeño y cruel me hizo sentir un extraño placer latente, toda era excitante hasta cierto punto. Porque estaba mal. Muy mal. No se supone que me gustara el amigo de mi padre.

Aomine Daiki era un hombre peligroso para mí.

Era prohibido.

Y eso me hizo desearlo aún más.

III

El regreso al penthouse fue bastante peculiar, mi padre no paraba de hablar sobre sus conocidos y yo fingía interés con tal de escuchar más sobre Aomine. Por otro lado, sentía todo el tiempo la mirada inquisidora de Kuroko, que estoy seguro sabía todo y más de lo que debía. Ya en nuestra habitación ninguno tocó el tema hasta que ambos nos encontramos bajo las sábanas.

—Aomine me invitó a cenar mañana con él. —Dije entre el silencio y oscuridad de la habitación ahora fría por el aire acondicionado.

—Dijiste que sí supongo. —Habló Kuroko desde su cama.

—Me gusta mucho y creo que yo también le gusto, sino no me habría invitado a salir…

—A pesar de que es ¿Qué? ¿Veinte años más grande que tú, sin mencionar amigo de tu padre? Por dios Kagami-kun. —Golpe bajo Kuroko.

—La edad es solo un número, aunque hasta yo admito que el hecho de que sea un amigo de mi padre lo jode un poco. Pero lo viste por ti mismo Kuroko, dime sino es el tipo más candente del mundo, es como…magnético, no lo sé. Me gusta y mucho.

—Hombres como él son algo que evitaría a toda costa si fuera tú, pero como no soy tú, solo te diré que tengas cuidad. Porque aunque aparentemente te parece muy atractiva la idea de jugar con fuego y quemarte, debes saber que el fuego de ese tipo de hombre es de esos que no dejan ni las cenizas de sus víctimas.

—Lo haces sonar como un monstruo. Además solo saldré con él un rato y ya, no es como que nos vayamos a casar.

—Kagami-kun…Tú jamás has sido de la clase de acostones de una noche, eres más del tipo apego emocional. Y no quiero decirlo pero Aomine lo tiene todo en esta vida, ¿Qué puede perder él?

Lo admito, no tuve nada que decir contra eso y preferí ahorrarme una pelea estúpida y sin sentido. Por lo que cerré los ojos y simplemente dejé a mi mente divagar. Jamás me he considerado tan apegado emocionalmente a las personas, pero supongo que cuando estoy en una relación —algo muy raro— simplemente me dejo llevar y soy del tipo cariñoso.

Sin embargo, Aomine y yo jamás estaríamos en una relación de ese tipo, es más, ni siquiera estaba seguro de que yo le gustaba tanto como él a mí. Seguro que para él yo no era más que un mocoso y eso me hacía berrear y morir un poco internamente. ¡Y lo peor de todo es que estaba haciéndome ideas raras con un tipo que apenas si conocía por todos los cielos!

Pero, ¿Podían culparme? Nunca nadie había dejado una impresión tan fuerte en mí como lo hizo Aomine con su mera presencia, silencio y apenas un par de miradas.

Y aunque quizás no habría nada afectivo o romántico entre nosotros, la idea de conocerlo más y estar cerca de él me llenaban de intriga y euforia. Por lo que en ese momento me prometí a mí mismo, que pasara lo que pasara, simplemente lo iba a disfrutar. 

Así que para cuando la mañana llegó, cualquier pensamiento siniestro que se me pudo haber ocurrido antes desapareció por completo. Kuroko no tocó más el tema, lo cual agradecí y el día se pasó de maravilla. Desayunamos con mi padre, luego fuimos de compras y finalmente a la playa. Eventualmente mi padre nos dejó alegando que tenía más trabajo, por lo que Kuroko y yo pudimos hacer y deshacer a nuestro gusto.

Pero obviamente, para antes de que dieran las ocho una vez más mis nervios estaban de punta, solo era una cena, nada del otro mundo. Y aun así me arreglé muchísimo, para lucir atractivo y relajado. Y eso ni siquiera tenía sentido.

—Kagami-kun, llamaron de la recepción, tu cita te espera en el lobby del hotel. —Mencionó Kuroko casi provocándome un infarto al salir tras de mí en pleno baño. Me limité a asentir y a mirarme una vez más en el espejo aprobando mi apariencia, para finalmente respirar hondo, dejarlo ir y salir de la habitación no sin sonreírle a Kuroko.

—Ambos sabemos que al final de la noche amarás decirme ‘Te lo dije’ ¿No es así?

—Sí Kagami-kun, pero espero no tener que hacerlo, ahora adiós. Y por favor, ten cuidado y no le rompas el corazón a Aomine, al menos no tan rápido. —Soltó lo último con claro sarcasmo.

—Ja ja, muy gracioso. No me esperes. —Dije sonriente mientras me iba. Y sí, por si alguien se lo preguntaba ese fue el viaje en elevador más largo y eterno de mi vida. Porque cuando llegué al lobby me sentía simplemente agotado. Pero como era más mi emoción rápido recuperé los ánimos y mucho más cuando lo vi.

Aomine Daiki no era de este mundo, no había manera de que lo fuera. Era simplemente un deleite a la vista. Recuerdo que tuve que detener mis pasos para admirar lo bien que se veía, con unos pantalones azul marino ligeramente entallados en los lugares precisos, del mismo tono de su camisa fajada y arremangada,que se adhería obscena a sus brazos gruesos y musculosos y a sus amplios hombros, también ligeramente abierta dejando ver un poco de su pecho fornido.

Pero lo que más llamó mi atención, era que el día anterior por las mangas largas no pude notar que sus brazos tenían preciosos tatuajes tribales que lo hacían lucir feroz, tentador y altanero. Quizás vestigios de una alocada juventud. No que luciera mayor ni nada. Aomine como siempre se encontraba guapo y despreocupado, sabiéndolo y no importándole un carajo.

—Luces encantador Taiga. —Habló con esa voz sedosa que me hizo temblar involuntariamente.

—Gracias, tú también te ves bien. —Sonreí para él.

—Ven, mi auto está afuera.

Como si fuera lo más común del mundo colocó firme su mano en mi espalda baja y me llevó con él hacía el exterior. Entre los toques de ayer y ese momento rápidamente noté que Aomine era la clase de hombre al que le gustaba dirigir y mandar y con ello elegir y llevar el ritmo a su antojo.

Siempre con el control. Me encantaba eso de él.

Y aunque no me gusta admitirlo, el tener dinero tiene sus ventajas, porque en cuanto salimos y vi su maldito Porsche blanco último modelo, supe que aparte de candente tenía un gusto exquisito. Eso y que los deportivos me matan.

El trayecto fue silencioso más no incómodo, Aomine hablaba de vez en cuando mostrándome los sitios de interés y algunas zonas llamativas mientras atravesábamos Miami y todas sus luces neón en compañía de sus largas playas tan llenas como si fuera de día.

—Uhm…¿A dónde vamos? —Pregunté al mirar que nos alejamos del centro e inclusive nos incorporábamos a una de las autopistas, que hay sobre el mar y conectan Miami Beach del resto de la ciudad y sus distintas bahías y condados.

—Coral Gables, no está muy lejos, no en mi auto. Si te preocupa regresar tarde no importa, le dije a tu padre que te traería conmigo y dijo que no habría problema. —Dijo como si nada.

—¿Le dijiste a mi padre que saldríamos? —Incrédulo, no hay otra palabra. —¿Y él te dijo que estaba bien?

—Por supuesto que no le comenté tus crueles intenciones si es lo que te preocupa Taiga. Y dijo que sí, porque le conté que ayer me pediste casi desesperado que te mostrara más de Miami. ¿Y sabes lo que me contestó? “Llévatelo y regrésamelo hasta que haya aprendido algo de provecho.”

—Eso suena muy mal viniendo de tu boca. —No pude evitar enfatizar, escuchándolo reírse encantador y asentir. —Supongo que será una noche larga…

—Días quizás, aun no lo decido.

—¿Perdón? —Inquirí sin comprender. —¿Cómo que días?

—Tu padre dijo que estarían aquí cerca de un mes, que te robe un par de días no hará la diferencia. ¿Tienes algún problema con ello?

Lo más horrible es que no tenía ningún problema, ¿Cómo pasó eso? No tenía ni idea, pero de la nada la oportunidad de pasar tiempo a solas con Aomine surgió y sería un idiota para no aprovecharla. No había nada que me detuviera. Nada. Casi nada.

—Uh, no sé si sea buena idea, traje a mi mejor amigo conmigo y dejarlo solo por ‘días’ sería horrible de mi parte.

—¿El chico sin presencia?

—Sí.

—No te preocupes, el hotel más todo Miami es bastante grande y estoy seguro que encontrará con que entretenerse. Seguro que necesita su tiempo a solas. Aunque si te preocupa mucho, conozco a alguien que podría hacerle compañía.

—¿Alguien como tú? —Aomine se rio, negando y aumentando la velocidad del auto que parecía volar de lo rápido que iba.

—Más bien de tu edad, es hijo de un conocido. Seguro que se llevarán bien. Así que no pienses más en él y concéntrate Taiga, la vista es muy bonita y te lo estás perdiendo.

Ahí estaba la solución. Sonreí y tal como lo dijo dejé de pensar y en su lugar decidí concentrarme en la vista. Bajé la ventana, simplemente disfrutando el viento cálido volando mí cabello mientras veía el mar tan oscuro y pacifico como tinta a los costados de la autopista y cómo las luces de los postes más la de la luna se reflejaba preciosa sobre su superficie.

Era una noche que recién comenzaba y ya me sentía en el cielo. Solo el hombre que me gustaba y yo, ¿Qué más podía pedir?

IV

Coral Gables era maravilloso, un pequeño condado en Miami que tenía de todo, pero era mucho menos concurrido y bullicioso que Miami Beach. Aquí había largas áreas con pantanos, lagos, vegetación y playa más varios edificios pequeños con un toque antiguo pero bien cuidados.

—Listo, llegamos. —Me avisó Aomine estacionando su auto afuera de un curioso bar, por no decir taberna que se encontraba en uno de los extremos de Coral Gables. Era extraño lo admito, el lugar se encontraba en una de las zonas alejadas y pantanosas donde había demasiada jungla, pura terracería y un calor brutal y sumamente húmedo debido a la locación.

—¿Debería preguntar cómo conoces este lugar? —La respuesta que obtuve fue una sonrisa confiada mientras entrabamos al lugar y nos acomodábamos una mesita de madera, en uno de los rincones justo alado de una enorme ventana con vista a una pequeña laguna llena de manglares.

El lugar era más acogedor por dentro de lo que parecía, una barra y varias mesas todo de madera pálida y con una tenue iluminación además de ventiladores en el techo y mosquiteros en cada ventana. Música tropical resonaba de fondo mientras la gente conversaba, bebía, algunos bailaban ya ebrios y otros jugaban billar en las mesas del rincón.

—Aomine Daiki, tanto tiempo sin verte y traes a alguien, eso sí que es nuevo. Pero en fin, ¿Te traigo lo de siempre? —Una mujer algo mayor y que por lo visto conocía a Aomine llegó tomándonos nuestra orden.

—Sí, sí, también te extrañé. Y una vez más sí, lo mismo de siempre pero por dos más algo especial. —Daiki sonrió haciendo a la mujer rodar los ojos y simplemente irse.

—Es un lindo lugar. —Inicié la conversación.  Aomine como siempre no parecía muy interesado en conversar, mejor sacando un cigarrillo y encendiéndolo con la mecha de una velita ya casi totalmente derretida que había en el centro de la mesa como adorno.

Supongo que debí haber odiado el silencio, pero en su lugar me hacía sentir tranquilo. Disfruté sus sonrisas y el hecho de que me pasara su cigarrillo.

Nunca me ha gustado fumar, porque aparte de deportista soy un cocinero, pero ese cigarrillo había estado entre los sensuales labios de Aomine y la oferta era tan tentadora como venenosa. Eventualmente la mujer regresó con un par de cervezas y un platón de mariscos, que lucían, olían y sabían simplemente deliciosos.

Todo era tan bueno que nos encontramos charlando animosamente de todo y a la vez de nada por largos minutos, simplemente dedicándonos a disfrutar lo buena que era la comida y la compañía del otro.

—Eso fue increíble. —Exclamé feliz, gozando el festín de sabores que se fundían en mi boca.

—Lo sé, es mi lugar preferido en todo Florida. Y no suele importarme viajar un poco si de comer bien se trata.

—Con razón te conocen, debes venir seguido.

—Me conocen porque cuando era chico solía vivir por el área.

—¿En serio? —Tenía curiosidad, el área no era precisamente lujosa en lo más mínimo. No que eso importara, todos lucían bastante contentos y era un bonito lugar. Pero por la apariencia de Aomine lucía como la clase de hombre que lo había tenido todo en la vida.

—Así es, mi mamá y yo vivíamos en una pequeña casa cerca de aquí.

—Quizás esto suene estúpido y debí haberlo preguntado antes, pero ¿A qué te dedicas exactamente? Esta zona es linda, pero creo que no se compara con el lugar en donde ahora vives. Y no sé tú, pero a mí me parece un gran paso. —Aomine pareció divertido ante mi pregunta, limpiándose la boca y recargándose en su asiento.

—Soy traficante de armas. —Dijo como si nada, haciéndome atragantar con mi propia saliva y mirarlo como si le acabara de crecer otra cabeza, ¿Me acababa de decir que traficaba armas? ¿Qué carajo?

—Estás mintiendo.

—¿Por qué habría de mentirte Taiga? ¿Ahora qué sabes a que me dedico, ha dejado de gustarte la forma en que te miro? Pobre de mí, comenzaba a pensar que teníamos algo especial…—Dijo claramente burlándose.

—Tú no…—Oh mierda, ¿Estaba hablando en serio? Y lo digo porque su expresión se mantenía firme y con un toque de cinismo casi creíble. Pero peor era que había recalcado saber el hecho de que me gustaba en forma de burla. Vaya imbécil.

—Me gustas y mucho aunque seas un idiota, eso no es nuevo. Pero no hay manera de que te dediques a eso y me lo vengas diciendo como si fuera lo más común del mundo. —Contesté ganándome una sonrisa coqueta.

—Uhm…Quizás te lo digo porque eres especial, o tal vez porque nadie nunca te creería aunque lo dijeras en voz alta. —Soltó desdeñoso.

Era un bastardo. En serio, lo era. Abrí la boca ante su respuesta, intentando no ahorcarlo y luego besarlo, ¿Quién mierda se creía que era? Imbécil arrogante y guapo. —Jódete Daiki, no te creo un carajo. Si no me quieres decir a que te dedicas, pues no lo hagas y ya. Pero armas, ¿En serio? ¿No se te ocurrió algo mejor? —Aomine una vez más amó mi respuesta, riéndose y pidiendo la cuenta.

Este hombre me iba a destrozar y cómo lo iba a disfrutar.

V

Salimos del lugar entre risas debido a él burlándose de mis expresiones de enfado. Enfado que se volvió sorpresa en cuanto vi a Aomine arrojarle las llaves de su Porsche a un tipo que iba llegando y tenía apariencia de matón sin siquiera decirle nada.

Me quedé con la boca abierta mirando al hombre llevarse su deportivo mientras Aomine una vez más me tomaba por la cintura y me llevaba consigo caminando.

—¿Acabas de darle a ese hombre tu auto?

—Quizás lo hice, esperemos no lo raye.

—¿Qué?

—Vamos Taiga, sueles desenfocarte de las cosas importantes. Si mi auto te gusta tanto te compraré uno igual, pero ahora presta atención y mira a tu alrededor.

No sabía qué carajo le pasaba a ese hombre por la cabeza, pero sí él estaba bien con lo que hizo supongo que yo también. Por lo que una vez más me enfoqué mirando que por donde caminábamos había un par de locales más.

Específicamente uno en el que Aomine se detuvo frente al mostrador y una chica le sonrió animosa, para luego entregarle dos pesadas cubetas llenas de gruesas piezas de carne cruda, más una gran linterna, que por primera vez me hizo temer por mi vida.

Ay dios, debí habérmelo visto venir, tipo guapo, rico y encantador igual a asesino serial. Y supuestamente lo pensé en mi cabeza, pero seguro que mi expresión me delató haciendo reír a Aomine.

—Tú lleva la linterna y alumbra el camino. —Dijo mientras tomaba las dos cubetas y comenzaba a caminar hacia la jungla conmigo siguiéndolo como un idiota.

—¿Vamos a entrar ahí? —Pregunté al claramente ver que nos dirigíamos a la zona de jungla.

—¿Tienes miedo Taiga?

—No lo sé Daiki, déjame pensarlo, meternos a un maldito bosque lleno de animales salvajes a casi mitad de la noche con malditas cubetas llenas de carne. ¡Claro que tengo miedo imbécil! No sé tú, pero no me suena como una muy buena idea, ¿Qué estás loco? No contestes eso, sí que lo estás. ¡Oh por dios! ¿Vas a matarme no es así? Esa fue tu intención desde el principio. —Dije preocupado y ganándome un par de carcajadas de Aomine.

—Tienes una imaginación muy grande Taiga, supongo que tendrás que venir conmigo y ver qué pasa. Pero si te da miedo y no confías en mí, aun puedes irte…—Dijo desafiante y mirándome con esos ojos que decían ‘No te atreverías’ que me hizo fruncir los labios.

—Pues vamos, pero que te sepas que soy cinta negra en karate.

—No, no lo eres. Ahora cierra la boca y alumbra el camino niñato.

Al parecer mi sentido de supervivencia se había ido al carajo, por lo que obedecí y alumbre nuestros pasos. Todo era oscuridad, demasiado calor húmedo y brutal y sonidos de grillos y cigarras a todo lo que da más el de otros animales desconocidos entre la maleza. Me iban a matar a mitad de la nada y yo iba alumbrando el camino de mi muerte, simplemente grandioso.

—Nunca nadie me había llevado a una jungla como primer cita, no sé si eres brillante o el peor tipo con el que me he encontrado. —Dije rompiendo el silencio.

—Ya veremos si piensas lo mismo al final de la noche. —Mencionó Aomine, mirándome y guiñándome un ojo que me hizo avergonzar y cerrar la boca. No me atreví a decir nada por cerca de quince minutos hasta que al parecer llegamos a nuestro destino.

—Por aquí Taiga, ten cuidado donde pisas. Súbete primero y recíbeme las cubetas. —Me dijo Daiki, dejándome con la boca abierta al ver que salimos frente a un inmenso pantano. Ahí en la orilla del agua había una gran lancha aerodeslizante, atada a un pequeño muelle, de esas blancas, planas y que son impulsadas por un gran ventilador en la parte trasera.

Supuestamente no tienen un motor debajo, porque son especiales para zonas pantanosas que se encuentran llenas de raíces y brotes bajo el agua, por ello se desplazan solo sobre la superficie y siempre me había querido subir a una.

Estaba emocionado, no mentiré. Rápidamente me subí y le recibí las cubetas para que luego él se pudiera subir. —Jamás había estado en una de estas. —Confesé feliz y emocionado como un niño con juguete nuevo. —¿Es tuya? ¿Sabes manejarla?

—Claro que sé manejarla y sí, es mía. Ahora siéntate y sostente. —Me dijo indicándome el único asiento fijo que había a lado de los controles.

—¿Qué hay de ti? —Pregunté mientras me sentaba.

—No importa. Ahora te daré el paseo de tu vida. —Me dijo, encendiendo las luces frontales de la lancha que alumbraban todo y emocionándome en cuanto escuché el ventilador encenderse y hacer que nos empezáramos a desplazar ágilmente entre los manglares y montones de plantas acuáticas.

La lancha iba tan rápido que parecía que flotábamos sobre el agua oscura y lo mejor es que a los costados había grandes árboles y vegetación que parecían no tener fin. La luna alumbraba todo, el aire tibio nos golpeaba y yo simplemente miraba el lugar y de paso el cabello de Aomine volarse con el viento.

Prácticamente no sabía nada de él, pero conforme continuaba mirándolo, más seguro estaba que era perfecto para mí. Mi hombre ideal. Era como si con cada segundo que pasara mis emociones por él simplemente aumentaran. Quería a ese hombre, deseaba a ese hombre y haría hasta lo imposible porque fuera mío.

—A diferencia de ti Taiga, si me miras demasiado me das esa impresión de que intentas seducirme. Y créeme, no quieres que nos detengamos por mucho tiempo a mitad de este lugar, a menos que te gusten los finales de película de terror.

No pude evitar reírme junto a él porque era gracioso y coqueto a pesar de su pulcra fachada, sin mencionar lo aventurero.

—¿Quieres intentar manejarla? —Preguntó mientras me señalaba la palanca con la que dirija la lancha. Tenía miedo de estrellarnos o algo así, pero era más mi emoción, por lo que terminé aceptando y practicando con su ayuda. Me encantaba sentir su mano grande y áspera sobre la mía indicándome hacía donde movernos hasta que eventualmente me soltó.

—¿Haces esto muy seguido?

—Cada fin de semana vengo aquí, me encanta, sobre todo por las tardes o noches.

—Gracias por traerme. —Dije contento, sintiéndome especial por ser parte de algo importante para él y sacándole otra sonrisa mientras llamó mi atención al detener la lancha. —¿Daiki por qué nos detuvimos? —Pregunté mirándolo acercarse a la orilla y observar el agua verdosa y aparentemente pacífica.

—Espero tengamos suerte y esté aquí.

—¿Quién? —Aomine no me contestó, tomando de una de las cubetas un trozo de carne cruda que arrojo a unos diez metros a uno de los laterales y que cayó casi en la orilla.

—¿Taiga sabías que Florida posee la mayor población de cocodrilos en Estados Unidos? —Declaró muy para mi terror.

—¡Aomine Daiki, si me acabas de meter a un nido de cocodrilos voy a maldita sea matarte! —Grité horrorizado y ganándome otra carcajada de su parte.

—Tranquilo este pantano es chico a comparación de otros y está casi limpio, cada dos meses vienen a ver si el censo crece, pero desde hace más de cinco años solo hay uno grande. ¡Taiga ahí está! —Exclamó lo último señalándome hacía el orilla del agua, donde claramente un cocodrilo de esos que solo se ven en televisión, salió a comerse el pedazo de carne que flotaba.

—Oh dios mío, estás chiflado, ¿Lo sabías? Ni en mil años creí que tu afición sería alimentar cocodrilos.

—Cocodrilo. —Aclaró feliz y pasándome una de las cubetas. Era una pésima idea, era tan mala que era buena y terminé haciendo lo mismo que él. Según Daiki era como alimentar palomas, solo que esta media unos tres metros y pesaba más de ciento cincuenta kilos con una fila de colmillos nada amigables.

¿A quién quería engañar? Era lo más emocionante que había hecho en mucho tiempo y me encantó hacerlo con él.

—Creo que le caíste bien Taiga.

—Estás loco Daiki, seguro que si pudiera nos comería con todo y lancha. —Me reí absurdamente. Ya después de alimentar al ‘amiguito’ de Aomine, seguimos con el precioso recorrido, mirando la luna enorme y los manglares fundirse a nuestro alrededor con un deslumbrante y atrayente toque siniestro.

El paseo terminó pasada la una de la mañana con nosotros estacionándonos en un muelle mediano, donde había otra lancha como la nuestra y otro tipo con apariencia de rufián ya nos esperaba, para aceptar en silencio las llaves y estacionarla en un lugar debido, no sin recibir un ‘Gracias’ de parte de Daiki.

—Realmente empiezo a creer que eres un maldito traficante de armas y esos tipos son tus matones. —Dije mientras caminaba junto a él entre los grandes árboles.

—Pues en ese caso bienvenido a mi escondite. —Dijo justo cuando salimos frente a una preciosa casa de dos pisos que parecía tan fuera de lugar, pero a la vez tan perfecta, rodeada de un gran y bien cuidado jardín. Pero lo que más llamó mi atención es que su Porsche se encontraba justo frente a la puerta, deslumbrante y sin un rasguño.

—El hombre que estacionó tu auto y el que recibió la lancha, ¿Son tus empleados?

—Algo así.

—Son intimidantes.

—Me da gusto saberlo. —Contestó mientras me invitaba al interior de la casa.

Era bastante bonita y acogedora. Esta, a comparación de su mansión en Miami Beach, realmente tenía ese toque familiar, fotos, decoraciones, muebles más viejos y de todo un poco. Pensé mientras exploraba y veía todo maravillado, hasta que Daiki me invitó a la terraza en el jardín donde había una de esas bancas largas que se columpian.

Ahí nos sentamos apenas con un poco de distancia entre ambos y él me entregó una soda fría, la cual le cambié por su botella de cerveza, haciéndolo levantar una ceja, pero finalmente aceptar el cambio.

La vista era magnifica, terminando la terraza al ras del piso, todo era pasto verde y frondoso, palmeras largas y plantas, en un rincón había una mesita con dos sillas de jardín y una sombrilla y a unos metros más había un bonito lago de agua pacífica y profundamente engañosa. ¿Quién carajo necesita una piscina, cuando tienes tu lago privado?

—Dime por favor que ese cocodrilo no llega hasta aquí y nos comerá a mitad de la noche.

—Este lago está separado del pantano y todo está cercado hasta el fondo del agua. No hay manera de que entre a menos que recorra varios kilómetros por tierra, lo cual no creo posible. —Dijo sacándome una sonrisa y que permaneciera con la vista fija en él. Ambos parecíamos tener mucho que decir, pero ninguno lo hacía a pesar de la clara tensión que había en el ambiente.

—Daiki, ¿Cuánto tiempo voy a quedarme contigo? —Pregunté cortando el pesado ambiente.

—El tiempo que tú quieras quedarte Taiga, no me importaría tenerte conmigo un par de días más.

—Podrías arrepentirte, esa propuesta no tiene fin y sino me pones altos me tomaré más confianza de la que debo. —Mencioné coqueto. Después de tanta adrenalina y un poco de alcohol, no había nada que no pudiera decir.

—¿Es una amenaza? —Levantó una ceja curioso.

—Tal vez lo sea. —Insinué sin pudor, ya que ambos sabíamos lo que yo quería de él.

—No me provoques Taiga, jugar con hombre como yo podría traerte serias consecuencias. No me conoces, ni sabes de lo que soy capaz. —Sus turbias palabras me provocaron un rico escalofrío por todo el cuerpo mientras dejaba mi botella y de paso la suya en el piso, para finalmente acercarme y cortar la distancia entre ambos.

Aomine no se movió, ni cambió de expresión, mejor mirando mis actos. Fui yo quién se atrevió a invadir su espacio y a meter mi nariz tras su oreja, justo en el crecimiento de su cabello para inhalar con fuerza su delicioso aroma. Madera, ámbar y especias frías con un toque almizclado por el erótico sudor de su cuerpo.

—No lo hagas Taiga. —Su voz no titubeó en cuanto sintió mis labios sobre la piel de su cuello.

—¿Por qué no? Sé que lo quieres tanto como yo. —Afirmé sin reparo, sintiéndome embriagado en alcohol, calor y placer. Aomine sonrió entretenido, por fin encontrando nuestras miradas.

—Por la forma en la que hablas y me miras tan seguro de ti mismo, pareciera que crees que quiero tenerte en mi cama Taiga.

—¿Y no es así? ¿Crees que no reconozco toques amistosos a comparación de los lascivos que tú me das? ¿O esa maldita forma en la que siempre me miras? —Mi voz salió un tanto exasperada, una vez más provocándole placer al verme alterado.

—Tengo veinte años más que tú.

—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de no poder seguirme el paso? —Provoqué mirándolo sonreír una vez más. —Daiki, después de estos días o cuando mucho verano, seguramente jamás volveremos a vernos, ¿Cuál es el problema?

—Las personas no sin indispensables Taiga.

—No lo son, pero no quiero oír eso viniendo de ti. No tienes nada que perder, ¿A qué le tienes miedo Daiki? —Aomine me miró fijo, explorando los confines de mi alma con esos ojos de cielo.

—No tengo miedo por mí, como dices no tengo nada que perder, pero lo temo por ti. Eres joven, el sexo para mí no es más que placer momentáneo, en cambio para ti…no estoy tan seguro.

—¿Temes que me enamore de ti porque soy joven?

—Ese no es el problema, puedo ser muchas cosas, pero no quiero que cuando termine el jueguito te sientas utilizado y roto. Esas cosas no me van, no me gustan.

—Entonces ten conmigo algo más que sexo rápido, solo estos días mientras estamos juntos. Sí sé que por lo menos durante ese tiempo fuiste mío, cuando todo termine no me sentiré como dices. —Aomine meditó, como debatiéndose si yo era el tipo más listo o más idiota del mundo.

—Taiga, esa persona, quién sea que crees que soy, es mentira.

—Solo es mentira si lo dices en voz alta. —Dije mirándolo suplicante a los ojos y tomando su rostro entre mis manos. Era irracional e incoherente. Era un juego prohibido. Pero él iba a ser mío, al menos temporalmente. Y ambos lo supimos en cuanto me atrevía  unir mis labios con los suyos. Fue un beso pequeño y dulce, pero lleno de emociones. Un beso que jamás olvidaría por el resto de mi vida.

—Daiki por favor. —Insistí una última vez.

—Debes saber que nunca fue, es, ni será mi intención lastimarte. —Y justo con eso cerró la distancia no sólo física, sino también cualquier restricción moral que nos detenía. Aomine me besó con fuerza, con pasión y con una agresividad que hasta la fecha sigue provocándome escalofríos.

Aomine metió su lengua en mi boca, aferró sus manos a mi cuerpo y me hizo saber que lo que pasaríamos juntos de ahora en adelante serían los mejores momentos de mi fugaz juventud.

VI

Aparentemente Aomine no suele tener sexo con las personas que realmente le interesan en la primera cita, lo cual me hizo preguntarle si al día siguiente estaría bien. Por supuesto ambos nos reímos por un largo rato y él dijo que tendría que pensarlo. Así que en lugar de sexo nos besamos por el resto de la noche hasta que casi amaneció. Luego de ello me llevó al interior de su casa y me dio una bonita habitación que rechacé.

Argumentamos cerca de quince minutos hasta que finalmente aceptó dormir juntos, claro una vez más con la promesa de que no haríamos nada íntimo además de un par de besos más. Así que luego de una ducha rápida y un cambio de ropa terminamos en su cama platicando un rato más.

Es curioso, podría decir que Aomine era esa clase de persona que sientes que conoces de toda la vida, pero la verdad no era así. No teníamos muchas cosas en común, pero había otras tantas que sí y aun cuando no compartíamos los mismos gustos, era tan entretenido aprender sobre el otro. O será que oír su voz ronca en mi oído hacia que todo lo que salía de su boca se escuchara majestuoso.

Ese día cuando salió el sol, yo recién cerré los ojos y debo decir que jamás había dormido tan bien como lo hice entre sus brazos.

Y si el dormir se sintió maravilloso, el despertar se sintió aún mejor. Desperté con un beso en la frente, otro en la nariz y uno más en los labios que me hizo sonreír como un idiota. Uno muy sorprendido al ver que Daiki me llevó el desayuno a la cama. Confesó que en general no era muy buen cocinero, pero que hasta él podía hacer un par de huevos fritos, tocino y pan tostado.

Así que ahí estábamos, comiendo sobre su cama y riéndonos de su mala presentación de desayuno a las dos de la tarde. Luego de ello me pidió que me cambiara porque me quería llevar de paseo por la zona una vez más y claro que acepté.

Salimos de su casa conmigo tomando su mano todo el camino por la terracería y parte de la maleza, hasta que eventualmente encontramos el pavimento y un par de largos y placenteros minutos después llegamos al centro de Coral Gables. Ahí pasamos el día comprando, recorriendo y simplemente perdiéndonos.

Me tomé un par de fotos que le mandé a mi padre y otras más a Kuroko, el cual por cierto me dijo que había perdido la cabeza. Si bueno, supongo que estaba feliz por mí. Y ya por la noche, una camioneta pasó a recogernos y nos llevó de regreso a su casa en donde nadamos en el lago, bueno yo lo hice, Aomine prefirió observarme desde su mesita mientras hacía un par de llamadas telefónicas.

—¿Negocios? —Pregunté mientras llegaba y me sentaba a su lado en la otra sillita, recibiendo de parte de uno de sus ayudantes una bebida. —Gracias. —Agradecí mientras miraba a Daiki sonreírme y terminar una conversación en otro idioma. —¿Eso era francés?

—Hasta un país como Francia necesita armas. —Comentó burlón y haciéndome rodar los ojos.

—Aun no te creo un carajo, dime ya a qué te dedicas.

—¿La verdad?

—Si por favor.

—Bueno, además de armas, trafico drogas, ¿Contento? —Confesó inocente.

—Eres un imbécil. —Conteste mientras le daba un golpecito en el brazo que lo hizo reír.

—Daiki hoy por la tarde ayudaste a esas señoras a cruzar la calle y dejaste que te dieran caramelos a cambio, no eres capaz de lastimar ni una mosca y mucho menos de traficar armas o drogas que hieran a terceros.

—Sigues pensando muy alto de mi Taiga, ¿Cómo sabes que mi apariencia no es una mera fachada?

—Soy joven, más no idiota. No eres la clase de persona que mienta, eres demasiado arrogante para soportar esa mierda falsa y pretenciosa. —Me terminé mi bebida y simplemente sonreí para él que me miraba de lo más fascinado.

—Quién lo diría, aparte de una cara bonita eres un chico perspicaz Bakagami. ¿Qué te parece si para recompensar tu astucia jugamos un uno a uno?

—¿En serio? Espera, ¿Me llamaste Bakagami? ¡Tú Ahomine!

—No recuerdo la última vez que alguien me llamó así. —Dijo entre risas.

—Te odio, pero ¿Realmente jugarás conmigo? —Pregunté emocionado. Porque si algo me había quedado claro no solo de boca de Aomine, sino hasta de mí padre es que Daiki era un jugador maravilloso. Su respuesta fue un gesto que me indicó que entrara a cambiarme con él siguiéndome los pasos.

—Podría comerte entero Taiga. —Aomine se encontraba recargado en el marco de la puerta mirándome fijamente mientras yo me desnudaba sin pena alguna frente a él y me cambiaba unos shorts de basquetbol. Y aunque siempre he sido seguro de mi mismo, indudablemente sentí mis mejillas arder. Estoy seguro que si en ese momento me hubiera brincado encima, azotado contra la pared y tomado por detrás no me hubiera molestado en lo más mínimo.

—¿Y qué te detiene? Ya te dejé claro cuánto lo quiero, no me digas, ¿Eres de esos que les gusta que supliquen?

—No tienes ni la menor idea Taiga. —Sonrió con malicia provocándome un rico calorcito en el pecho.

—Pervertido. —Le saqué la lengua juguetón, intentando disimular lo mucho que me habían excitado sus palabras mientras me pasaba de lado y salíamos hacia uno de los laterales de la casa donde tenía una cancha con aros. —Daiki, si gano, ¿Sabes lo que haremos esta noche cierto? —Daiki nuevamente sonrió mientras se tronaba el cuello y estiraba un poco.

—Yo sé muy bien lo que tú harás esta noche después de que pierdas.

Mentí cuando dije que me gustaba mucho, porque eso era poco. Aomine me encantaba, me fascinaba, me enloquecía y perfecto era poco para describirlo. Porque si antes creía que era dulce y atento, ahora debía sumarle una bestia en la cancha. En ese momento me consideraba un buen jugador, además de ser mucho más joven que él y sin embargo fue difícil jugar contra él.

El rival que siempre desee. Aomine no se medía ni se detenía, encestaba con furia y aun cuando aparentemente tenía treinta y ocho candente años, cuando lo veías correr, brincar y encestar esos curiosos tiros sin forma no era más que un adolescente feroz y lleno de vida.

Indomable.

Y queda decir de sobra que me ganó por haberlo subestimado.

—Eres bueno Taiga, tu padre dijo que tenías talento, pero se quedó corto. Estoy seguro que más de un equipo se peleará por tenerte con ellos. —Mencionó Daiki pasándome una botella de agua mientras yo intentaba no asfixiarme tirado en el piso y recargado contra uno de los postes. —¿Tienes algún equipo en mente?

—No quiero ser jugador. —Admití por primera vez en voz alta, ¿Por qué a él? Ni yo lo sé.

—¿Hay algo más que te guste? —Su tono de voz delataba curiosidad e inclusive algo de sorpresa.

—Cocina. —Dije por lo bajo. —Quiero…quiero ser cocinero. Quiero estudiar cocina. —Dije seguro, mirando la clara y bonita sonrisa que se dibujó en su rostro.

—Eso es maravilloso Taiga, uhm…definitivamente puedo imaginarte en una filipina gruñendo, dando órdenes, preparando cosas deliciosas y luciendo candente a toda hora. —Dijo sin pena, haciéndome sonreír e invitarlo a sentarse junto a mí.

—Mi padre aún no lo sabe y no sé cómo decírselo. Antes era mi sueño, pero con el paso del tiempo encontré algo más. Amo ambos, pero definitivamente me veo cocinando toda mi vida. Es complicado supongo, no quiero romper sus ilusiones.

—No hay nada de complicado Taiga, la gente cambia de opinión y tú ya tomaste una decisión. Ahora es cuestión de que seas firme, no flaquees y no habrá problema. Solo creo que deberías decírselo a tu padre cuanto antes.

—Es fácil decirlo, ¿Pero y si se enoja?

—Deja que se enoje y también que se joda, es tu vida, no la suya. Tú vivirás con las decisiones que tomes por el resto de tu vida, no él. No le des ese permiso. Y no me hagas mucho caso, sé que tu padre es un idiota algunas veces, pero es un idiota razonable. Todo estará bien.

Le creí. Creí absolutamente todas y cada una de sus palabras, porque simplemente no había manera de que con ese tono firme y seguro me haya mentido. Así que con solo un poco de motivación de su paso sentí que un peso se quitó de mi espalda.

—Tengo mucho calor, ¿Nadarías conmigo esta vez? —Pregunté de la nada.

Aomine pareció pensárselo, pero rápidamente sonrió y se puso de pie, ayudándome e indicándome que fuéramos. Conforme íbamos caminando nos desnudábamos y yo fui el primero en entrar al agua fresca, sumergiéndome y saliendo rápido a flote para apreciar la vista.

Daiki pareció notarlo, una vez más afilando su mirada sobre mí mientras se terminaba de quitar los shorts y la ropa interior con toda la seguridad del mundo, no solo robándome el aliento, sino también haciéndome relamerme los labios ante la tentadora vista. Su enloquecedora piel de chocolate oscuro, ahora aceitosa y su cuerpo de dios griego brutalmente esculpido.

—¿Te gusta lo que ves Taiga? —Inquirió coqueto mientras entraba al agua, se sumergía y nadaba hacia mí.

—No lo sé, tú dímelo… ¿Me gusta? —Le susurré contra los labios en cuanto llegó frente a mí. Aomine rodeó mi cintura con sus fuertes brazos y yo su cuello con los míos cortando la distancia y besándolo una vez más.

Pasión condensada, locura infinita y placer efervescente, a eso sabían sus labios húmedos y suaves justo como su lengua carnosa y juguetona que se tallaba insistente contra la mía mientras yo le acariciaba los hombros.

—Muero por estar dentro de ti Taiga. —Su voz ronca me atravesó, derritiéndome y deshaciéndome entre sus brazos mientras él se encargaba de morderme y besarme el cuello.

—Házmelo. —Supliqué tomando su rostro entre mis manos y provocándolo al morder y jalar ligeramente su labio inferior.

—Estás pidiéndome a gritos que te lastime, ¿Lo sabes verdad?

—Lo sé. —Por fin iba a pasar lo que tanto anhelé, lo supe cuando Daiki me tomó de la mano hacia fuera del agua. Mierda, el corazón me latía como mil cabríos desbocados, las piernas me temblaban y sentía que me asfixiaba, pero aun así lo quería, lo maldita sea quería como nunca quise nada en mi vida.

Entramos a la casa notando que el calor se había encerrado debido a que no prendimos el aire acondicionado, por lo que no estaba simplemente caliente, sino hirviendo además de oscuro. Y aun así fuimos hasta la habitación de Aomine, en donde me recostó sobre la cama y se vino contra mí. No hice más que abrir mis piernas para él y abrazarme a su espalda ancha dejándolo hacer conmigo lo que quisiera.

Nunca fui del tipo sumiso, ni tampoco era la primera vez que tenía sexo. Sin embargo siempre había sido el de arriba por lo dominante y demandante que soy, pero en ese momento simplemente se sentía correcto darle todo de mí. Él era especial.

¿Cómo no querer complacerlo, si con apenas un par de besos y rudas caricias ya me tenía enloquecido y embriagado en él?

—Eres precioso Taiga, el chico más lindo que he visto en toda mi vida. —Sus palabras eran dulces, más no la mueca siniestra que había en su rostro. Aomine nunca fue del tipo delicado y aunque en ese momento no lo sabía, se encargaría de grabármelo en el cuerpo.

Sus dedos y uñas se enterraban con deliciosa crueldad en mis muslos, los cuales abría y estrujaba para su placer, haciéndome gemir y enloquecer conforme iba subiendo hasta mi trasero para frotarlo sin decoro alguno mientras sus dientes se enterraban en la manzana de mi cuello matándome de la agonía.

—Daiki...—Mi voz salió rota y desesperada por las ansias carcomiéndome.

—Eso es…di mi nombre, me encanta que lo hagas.

Su tono seductor me tenía volando entre nubes de terciopelo y con la respiración agitada. Él parecía disfrutar en demasía mis expresiones, sonriendo perverso y tomándose su tiempo para acariciarme lento y repartir besos por todo mi pecho y abdomen.

Estaba soñando o al menos no encuentro otra explicación, porque en cuanto se incorporó, arrodillándose y tomándome por los muslos para atraerme y meter su rostro entre mis piernas supe que había tocado el cielo. Viví toda mi vida en una mentira, porque si creí conocer lo que era el placer no sabía nada.

Aomine me mataba lentamente con su lengua carnosa, tibia y mojada, dándole una larga lamida a mi erección; desde la base a la punta y de regreso deslizándose por todo mi largo hasta mis testículos que chupaba con saña hasta dejarlos escurriendo en saliva viscosa.

Daiki me succionaba con gula, como si se comiera ricos caramelos jugosos mientras me miraba fijo con esos ojos felinos y libertinos, haciéndome gritar y gozar como nunca antes. Tuve que meter mis manos entre su cabello, gimiendo con fuerza y echando la cabeza para atrás al sentir hordas de luz, electricidad y placer colisionar en mí conforme su lengua iba descendiendo hasta presionarse suave y enloquecedora contra mi pequeño agujero.

—Dai….Daiki…Daiki, espera…hah. —Mis balbuceos patéticos y torpes lejos de detenerlo, lo animaban a seguir y vaya que lo hizo. Mis ojos se llenaron de lágrimas y me tuve que morder los labios al sentir claramente su lengua carnosa y mojada entrar en mí, probándome, abriéndome y palpándome centímetro a centímetro.

Me retorcía y jadeaba sin control mientras Aomine tan bocal como podía también se aseguraba de acentuar cada gemido ronco que escapaba de su garganta. No pude si quiera prepararme para el orgasmo brutal y rico que me invadió como un rayo fugaz en medio de la playa oscura. Me corrí entre temblores y pronunciando el nombre de Daiki por lo alto.

Magnifico.

—Uhm…sabes a cielo Taiga. —Me dijo seductor mientras me soltaba dejándome caer bien en la cama, se separaba y aseguraba de relamerse los labios obscenamente. —Date la vuelta.

Mi mente aún se encontraba perdida, pero tal y como pude me voltee dándole la espalda. Y aunque no necesitaba decirlo, volví a abrir mis piernas mientras me recargaba en mis codos cómodamente. Daiki no tardó en acomodarse y en inclinarse para besarme la nuca y la espalda mientras se masturbaba con firmeza.

Sonreí complacido, disfrutando de sus labios y perversas mordidas al igual que su nariz en mi cabello inhalando con fuerza mi aroma. Daiki a simple vista era el hombre ideal, pero aquí en la cama era un hombre retorcido, malvado y cruel que seguramente me quería torturar y tener suplicando toda la noche.

—Maldición Taiga, ya no lo soporto. —Gruñó con un toque de descaro que me hizo retorcer al sentir sus dedos palpar superficialmente mi agujero rosado, ahora mojado y listo para recibirlo.

—Date prisa carajo, te quiero dentro de mí ahora. —Exigí.

Hacía mucho que habíamos cruzado la línea y ya no había vuelta atrás.

Aomine me dio la razón sonriendo altivo contra mi nuca a la vez que me hizo ver estrellas al comenzar a friccionar su gruesa punta, que no para de chorrear pre-seminal contra mi entrada palpitante. De inmediato me tensé un poco y él pareció notarlo, porque lo próximo que supe fue que se pegó bien a mí y me hizo girar el rostro para besarme.

Un beso rico, húmedo y candente que me hizo olvidar todo hasta que me tuve que despegar para gemir y apretar los puños y las malditas sábanas ya que había empezado a entrar en mí.

Dolía. Dolía como el maldito infierno en mi vida por lo brutalmente grande y grueso que era. Pero por otro lado no podía creer lo que estaba pasando. Tenía al hombre que más me gustaba en este mundo justo donde lo quería, tan profundo, punzante y vigoroso dentro de mí.

—Te sientes tan bien a mi alrededor Taiga, tan maldita sea caliente y mojado. —Rugió extasiado y rozando su nariz contra la parte trasera de mí oreja.

Amé sus palabras toscas y exasperadas a la vez que disfrutaba enajenado el sudor perfumado, plúmbeo y ardiente de su cuerpo cayendo e impregnándose sobre el mío. —Daiki muévete…—Indiqué ya que la desesperación me estaba matando y lo necesitaba totalmente dentro de mí.

Daiki obedeció gustoso, finalmente embistiéndome hasta el fondo y moviéndose sin siquiera darme tiempo de acostumbrarme a la brusca intrusión. Pero justo en ese momento lo noté. Bajo el ardor inicial había mucho placer latente, desesperante y delicioso que poco a poco comenzaba a brotar haciéndome sentir en las nubes.

—Justo así, tan maldita sea estrecho. —Jadeó Aomine entre duras estocadas.

Y sin reparo alguno simplemente me dejé llevar. Cerré los ojos y abrí la boca para gemir sin parar, sintiéndome más excitado que nunca conforme él se movía más y más profundo. —Sí…así…así me gusta. No pares. No maldita sea pares. —Mencioné enajenado y entre balbuceos mientras Aomine se encargaba de salir casi por completo, sólo para volverse a enterrar hasta los testículos, recargando todo su peso y matándome en el proceso.

El calor excesivo me tenía viendo borroso y más cuando él volvió a inclinarse para tomar mi rostro, girarlo y besarme una vez más tallando su lengua contra la mía. Nos besamos sucio y depravado, dejando que gruesos hilos de saliva viscosa colgaran entre nuestras bocas y que nuestros dientes se rozaran mientras nos mirábamos a los ojos.

—Vamos Taiga, tómame más profundo, sé que puedes. —Me susurró con sadismo al oído a la vez que levantó ligeramente mis caderas y aferró sus manos a mi cintura para tomar mayor impulso. Gemí sin control, sintiendo mis ojos irse para atrás y todo volverse rojo y primitivo al igual que para él. Daiki parecía gozar sin fin de mi interior estrecho y ahora escurridizo, apretándolo y succionándolo caliente y sin parar.

Aomine se encontraba follándome como un maldito animal, jalándome por el cabello, dominándome y seguramente sonriendo perverso mientras yo me deshacía entre la locura y el placer carnal en cada violenta penetración. Lo único que resonaba no solo era la maldita cama azotándose contra la pared, sino también ese golpeteo crudo e impúdico de nuestros cuerpos mojados uniéndose al ras del otro.

—Quiero correrme dentro de ti Taiga. —Me anunció al oído. Todo, le quería dar todo de mí. Por lo que me limité a asentir, sintiendo mi corazón latir desenfrenado, mi piel quemar y mi sangre hervir conforme él seguía enterrándose tan profundo en mí.

—Eres precioso Taiga, tan bueno y perfecto para mí. —Soltó en medio del momento de lujuria que nos envolvía, haciéndome sentir el tipo más especial de todo el maldito mundo. No pude más que sonreír en exceso feliz, dejando una vez más que la vehemencia de mi cuerpo ganara y el placer me sobrepasara corriéndome increíblemente.

Aomine rabió y maldijo seguramente por lo apretado que me puse, simplemente aumentando el ritmo a uno frenético y sin sentido, hasta que le fue imposible seguir y terminó corriéndose en lo más profundo de mi interior.

Todo dentro de mí era éxtasis, calor y un exceso de amor latente. Uno que seguramente no iba a dejar de crecer y menos en cuanto él cayó rendido sobre mí y lejos de alejarse, comenzó a besarme con dulzura los hombros y el cuello mientras me susurraba historias sin fin.

Kuroko tenía razón, nunca fui del tipo acostones de una noche, sino más bien del tipo sentimental. Y aunque seguramente terminaría llorando cuando todo acabara, la verdad es que Aomine Daiki valdría cada lágrima y más.

VII

Como era de esperarse esa noche entre nosotros lo cambió todo. Porque si antes nos la pasábamos pegados para besarnos, ahora además de besarnos cogíamos sin parar. En su cama, el baño, cocina, en el jardín, en el lago, la cancha, dentro de su auto y en cualquier lugar que nos ofreciera una superficie disponible.

Yo era demasiado joven, fuerte y estaba lleno de ilusiones. Me sentía invencible.

Por supuesto dos días se convirtieron en tres, luego en cuatro, cinco y seis hasta que llegamos a las dos primeras semanas. Afortunadamente para mí, Aomine aparte de sexo me brindó muchísimos buenos momentos, porque cuando no nos estábamos revolcando, él me enseñaba un par de jugadas, me llevaba de paseo por varios condados cercanos y de cita en cita.

Y quizás era estúpido, pero me emocionaba que lo hiciera. Porque algo pequeño dentro de mí me decía que me quería para algo más que sexo rápido. Era una posibilidad mínima, después de todo él era un hombre poderoso y atractivo, que podía tener a la persona que deseara con solo tronar los dedos. Y sin embargo, estaba ahí conmigo, cuidándome, procurándome y mimándome.

—Tu padre llamó, dijo que no le has regresado ninguna llamada Taiga. —Aomine llegó a mi lado mientras me encontraba bebiéndome algo y tomando el sol en uno de los camastros del jardín. Por supuesto me incorporé, quité los lentes de sol y le sonreír acercándome para besarlo aprovechando que estaba sentado en el camastro conjunto.

—¿Oíste lo que te dije? También preguntó cuándo volveríamos y le dije que hoy por la noche o mañana temprano.

—No quiero regresar nunca. —Le saqué la lengua, mirándolo sonreír y rodar los ojos.

—Yo tampoco quiero volver, pero lamentablemente tengo algunos asuntos de los que encargarme. —Dijo casi culposo y haciéndome fruncir el ceño.

—Daiki…

—No pongas esa cara. Volveremos a Miami Beach y te puedes seguir quedando conmigo si es lo que quieres, aunque te recomendaría ir a ver a tu padre y a tu amigo.

—A ellos los veré siempre, a ti no. —Dije ligeramente triste.

—Hey, mírame. —Aomine me tomó por la barbilla haciéndome enfocarlo. —Te lo dije ¿No es así? Esto va a terminar hasta que tú lo quieras. Yo solo sugiero que visites a tu padre antes de que se ponga paranoico, ya sabes como es.

‘Quiero que esto dure para siempre’ Quería decirle, pero sabía que era demasiado pronto y en exceso precipitado, por lo que sonreí y asentí. —Bien, iré con ellos, pero apenas nos pongamos al corriente volveré contigo. —Declaré muy decido y sacándole una sonrisa.

—Bien por mí Bakagami. Ahora vístete, si regresamos ahora te llevaré a cenar a un buen lugar antes de dejarte con tu padre. —Aomine me besó la punta de la nariz y me acarició el rostro, antes de levantarse e irse a contestar una llamada que le pasó uno de sus ayudantes.

Odiaba la idea de irme de Coral Gables, que en dos semanas se había convertido en mi lugar favorito en todo el mundo. Pero como todo lo bueno en esta vida, mi tiempo ahí se había terminado, por lo que empaqué las muchas cosas que Aomine me compró y regaló en ese tiempo, para finalmente subirnos a su Porsche e irnos de regreso a Miami Beach.

El regreso fue rápido en su deportivo y logramos llegar cuando apenas se había terminado de ocultar el sol. Era curioso, aunque Coral Gables era parte de Miami se notaba en demasía el contraste, la tranquilidad de los bosques, la jungla y pantanos contra el bullicio extremo de la ciudad neón.

—Llegamos. —Anunció Daiki, bajándose del auto a la vez que el hombre del ballet parking me abría la puerta. Por supuesto apenas Aomine rodeó el auto y entregó las llaves, me abrazó por la cintura y me indicó que entráramos.

Nos encontrábamos en la avenida más concurrida de todo South Miami, Ocean Drive donde había un sinfín de clubes nocturnos, hoteles y sobre todo bares y restaurantes con distintas temáticas, en especial aquellos con toques latinos y otros con ese aire vintage del Miami de los 80s. Palmeras, terrazas con mesas, muchas luces fluorescentes, música en vivo y al frente la playa ahora oscura.

—Ah, bienvenido señor Aomine. Es un placer tenerlo una vez más con nosotros. —Saludó feliz el capitán del bonito y estilizado restaurante al que entramos. —Por aquí por favor, en un momento le tendremos lista su mesa especial. —Dijo mientras apuraba a varios meseros y Daiki y yo esperábamos.

—Así que suele venir muy seguido señor. —Mencioné burlón, besándole una mejilla y escuchándolo gruñir.

—No tengo ni cuarenta y de señor no me bajan.

—Velo como sinónimo de poder y respeto. —Ambos sonreímos mientras yo me encontraba admirando los colores azules y rojos neón que alumbraban la estancia dándole ese ambiente íntimo. Justo como nuestra mesa especial que se encontraba en la terraza, con vista a la playa y también hacia el espectáculo musical en vivo que había en el restaurante.

Nos metimos al sillón con forma de media luna, en el cual yo no tardé en pegarme a Daiki, con él abrazándome por los hombros después de haber ordenado. Platicamos y nos reímos a la vez que bebíamos algo refrescante y disfrutábamos el buen ambiente a pesar del horrible calor.

Aomine como siempre lucía brutalmente guapo, encantador y soberbio, acaparando toda la atención, cosa que noté debido a las varias miradas que no dejaban de clavarse en él.

—Brindo porque a pesar de que eres un niñato torpe, tragón y gruñón, me encantas Taiga. Salud. —Dijo Daiki de la nada, sonriendo y chocando su copa contra mi vaso.

—Eres un imbécil lindo, más imbécil que lindo, pero gracias supongo. Tú también me encantas Daiki. —Pero más que volver a chocar el cristal, dejé mi vaso y tomé su rostro para besarlo. Me volvía loco la manera efusiva y erótica en que Aomine me correspondía sin pena alguna. Seguro que estábamos incomodando a más de uno, pero me importaba un carajo. Aomine me deseaba tanto como yo a él y era todo lo que necesitaba saber.

—¿Dai-chan? —Una voz femenina nos hizo despegarnos y mirar al frente. —¡Dai-chan sabía que aquí estarías! ¡¿Sabes cuánto llevo intentando localizarte?! —Exclamó la mujer de cabello rosado, con un vestido sumamente ajustado y remarcando sus curvilíneos atributos. Y aunque por un momento me confundí, al mirar la expresión de hastío e irritación de Aomine preferí reservarme mis comentarios.

—¿Quieres cerrar la boca Satsuki? ¿Quién crees que soy? ¿Un mocoso? Carajo, ¿No ves que estoy ocupado? —Escupió con veneno, haciendo a ‘Satsuki’abrir la boca indignada y cruzarse de brazos.

—Eres un idiota Dai-chan, simplemente estaba preocupada por ti ¿Sí? Pero ya vi que estás ocupado con uh…—Me miró sin saber que decir.

—Taiga, mi novio. Taiga, este monstruo con tacones es mi amiga Satsuki, la cual se irá al carajo y dejará de interrumpirnos.

—¿Tu novio? ¡Nunca me dijiste que tenías un novio!

—Pues lo tengo. Ahora largo de aquí. Y sí Satsuki, luego hablaremos todo lo que quieras. —Le cortó la posibilidad a la chica que infló las mejillas, berreó y le arrojó a Daiki un jodido pan a la cara antes de irse.

—No sé si agradecer que valoras nuestro tiempo juntos o llamarte un completo imbécil, ¿Tenías que ser así con ella? —Cuestioné divertido y ganándome un suspiro pronunciado de su parte.

—Créeme, sino soy firme con ella la boca no le para. Ya luego me golpeará, escupirá fuego y tendré que oírla. Pero por lo menos logré que se fuera, ¿Ahora en qué estábamos? —Dijo con un estúpido juego de cejas que me hizo reír y volver a besarlo.

Un rato después trajeron nuestra deliciosa comida y una vez más aprovechamos para comer y hablar un rato más. Inclusive me contó sobre su amiga que siempre lo ha cuidado demasiado —según él— desde que son niños. Lindo si me lo preguntan.

Al concluir la cena Aomine me hizo berrear y avergonzar un poco al invitarme a bailar. Lo rechacé mil veces, pero al final terminé aceptando. Giramos entre luces neón, besos con champagne y rico calor que me dejaron flechado por él.

Huh, como si no ya hubiera estado lo suficientemente prendado del hombre.

—Daiki…por favor. Mañana vendré, pero por hoy déjame quedarme contigo. —Rogué fingiendo inocencia una vez que nos encontrábamos frente al hotel donde se hospedaba mi padre.

—Ya te dije que mañana vendré por ti y haremos lo que quieras. Ahora ve, le avisé a tu padre que te pasaría a dejar. —Me pellizcó la nariz y me besó una última vez.

—Si no vienes por mi, yo iré por ti y lo sabes. —Aclaré antes de besarlo con todo mi corazón y finalmente bajarme. Nos sonreímos unos segundos a través de la ventana, hasta que él arrancó y se marchó. Recuerdo que me quedé mirando por donde se había ido por un largo rato, cómo esperando que volviera y me dijera que había cambiado de opinión y que no quería pasar ni un segundo lejos de mí.

Pero como lo dije, solo fue mi imaginación, porque claramente no regresó y yo tuve que entrar al hotel. Mierda, respiré hondo sabiendo lo que me aguardaba al cruzar la puerta de mi habitación con Kuroko.

—¿Hola? —Hablé temeroso a la vez que escuché un par de risas provenientes de la terraza, de donde entraron dos figuras.

—Kagami-kun bienvenido, comenzaba a creer que jamás volverías.

—Te dije que Daiki lo traería de regreso. —Habló el otro chico pelirrojo que se veía de nuestra edad.

—Ah sí, Kagami-kun él es Akashi-kun un conocido de Aomine-kun que mágicamente terminó presentándose conmigo. Pero ahora tiene que irse. —Dijo Kuroko antes de casi patearle el trasero al tipo y sacarlo. Así que él era el hijo del amigo de Aomine. Uno que por lo visto no quería irse hasta que Kuroko le prometiera una cita.

—Así que me fui y te conseguiste un novio, vaya suerte la tuya. —Le dije burlón.

—¿Novio? Prefiero el término esclavo, ahora no cambies el tema Kagami-kun. Que ni con todo tu descaro lograrás que olvide el hecho de que te fuiste casi dos semanas a revolcar con un hombre veinte años más grande que tú. —Kuroko y su sutileza ante todo. —Así que bien, ¿Qué tienes que decir en tu defensa?

—Solo diré que no me arrepiento de nada. Soy culpable hasta los huesos. Me encanta Aomine, me fascina, me hace...carajo, me hace volar. Es perfecto, maravilloso, es…

—Temporal. —Aclaró mi amigo.

—No lo sé Kuroko, en serio le gusto. Sé lo que te digo. Las cosas que hizo por mí, los regalos, los lugares…carajo, el sexo, a veces cogíamos, sí, pero en otras más no sé…era mágico, hacíamos el amor o algo así. Fue algo más allá del placer físico. —Dije derrotado mientras me arrojaba a mi cama. —Inclusive peleamos por un par de cosas y aun así no hacía sino gustarme más, también es un idiota, pero uno lindísimo.

—Kagami-kun, no sé qué decir, estoy feliz de que te sientas tan…enamorado o eso. Pero cuando nos vayamos y él se quede…¿Qué harás entonces?

—No lo sé y no me importa. No quiero pensar en ello ahora ¿Sí? Solo sé que aprovecharé mi tiempo aquí y eso es lo único que me interesa. —Finalicé, levantándome una vez más y revolviéndole el cabello a mi amigo. —Mañana vendrá por mí y seguramente me quedaré con él, también deberías de venir. Así que iré a ver a mi padre. —Mi amigo simplemente asintió en silenció viéndome partir.

La charla con mi padre fue de lo más aburrida, me preguntó cómo me había ido, qué había hecho y claramente fue un dolor de cabeza tener que mentirle. Me daban ganas de decirle todo, pero no me atrevía.

—Estoy sorprendido hijo, no reconozco al Aomine del que me hablas. Que yo sepa no es nada atento con nadie, mucho menos el hombre que te hace reír ni pasar un buen rato. Si es algo, más bien sería egocéntrico y en exceso arrogante. —Dijo divertido mi padre, haciéndome fruncir el ceño molesto.

—Pues en ese caso no conoces bien a Daiki. —Mi padre levantó una ceja ante mi comentario.

—Lo conozco mejor que tú Taiga, hemos sido amigos por varios años. Será que quizás a ti te mostró su lado amable por ser mi hijo. Créeme, Aomine es todo menos una buena persona. Despiadado y brutalmente exitoso para los negocios, pero muy malo en las relaciones afectivas. No me lo puedo ni imaginar, creo que el día en que alguien de verdad le guste, ese mismo día se partirá la tierra. —Dijo una vez más entre risas y haciéndome rodar los ojos.

Oh papá, si supieras que hay alguien que le gusta y mucho. Específicamente yo. Pensé sonriente. —Si bueno, la gente cambia. Por cierto, pienso quedarme con él unos días más, Aomine ha estado enseñándome nuevas técnicas de juego y cosas así…—‘En la maldita cama’ Claramente omití eso. —Kuroko también vendrá y pasaré tiempo con él cuando Aomine no esté enseñándome. —Seguí mintiendo.

—Aomine puede ser muchas cosas, pero admito que es un grandioso jugador y que por cuenta propia él haya decidido enseñarte, simplemente tengo que agradecerlo. Quédate con él y aprovecha, no tengo problema. De hecho quería decirte que mañana tengo que viajar a Orlando para ver unos terrenos, solo serán unos días, pero saber que tu amigo y tú se quedarán con Aomine me deja más tranquilo. Lo lamento Taiga, dije que pasaríamos tiempo juntos y… —Eso debió haberme hecho sentir mal, pero no lo hizo.

—No te preocupes papá, sé que estás ocupado con tus negocios yo estoy bien. Me he estado divirtiendo mucho. —Sonreí tranquilizándolo.

—En ese caso, eso es lo único que me importa. Si estás feliz yo también. —Finalizó. Luego de ello hablamos un rato más y terminé regresando a mi habitación pasada la media noche. Ahí le conté a Kuroko todo lo que hice con Aomine omitiendo las prolongadas horas de sexo claro.

Tenía mil cosas de las que preocuparme, lo sabía, pero la verdad es que ninguna me importaba en ese momento, porque Daiki era lo único en lo que podía pensar. Esa noche me dormí sonriendo e imaginando un sinfín de escenarios donde él y yo éramos felices juntos, más allá del verano y de un juego momentáneo. Donde lo prohibido se volvía cotidiano y no había culpa ni miedo.

VIII

Al parecer todas las veces que rechacé a alguien y los dejé esperando, regresó para darme un puñetazo en la maldita cara. Mi padre partió a la mañana siguiente tal y como dijo, pero Aomine no me contactó, llamó, mensajeó ni siquiera mostró señales de vida por cerca de tres días. Tres días que me tuvieron asfixiándome.

—Tranquilo Kagami-kun, Aomine-kun es un hombre importante y debe estar ocupado. —Mencionó gentil Kuroko. Supongo que ya había comprendido que crucé bastante la línea con Aomine e intentar apedrearlo sería inútil.

—Kuroko, iré a verlo. —Mi amigo levantó una ceja mientras yo me crucé de brazos decidido. Porque podía ser un poco torpe, más no un llorón, además de impaciente. —Le dije que si no venía, yo iría por él y siempre cumplo mis promesas. —Kuroko lejos de reprimirme, simplemente se rio, rodó los ojos y tomó nuestras cosas.

Afortunadamente entre los dos recordamos como llegar a la residencia de Aomine en Miami Beach, por lo que un rato después ya nos encontrábamos frente a las enormes puertas, tocando y esperando, hasta que nos abrió la que si no me equivoco era la amiga de cabello rosado de Daiki.

—¡Ah! Kagamin ¿No es así? Qué bueno que llegas, Dai-chan está insoportable y necesita que alguien lo ponga en su lugar, pasa, pasa. —Nos invitó a entrar al interior. —Está en el jardín, por la alberca. —Dijo antes de abrir los ojos y casi taclear a Kuroko, el cual seguramente le pareció de lo más adorable.

Por supuesto aproveché el quedarme solo y después de dejar mis cosas salí hacía el jardín. A pesar de que ya era de noche y estaba oscuro el calor estaba tan intenso y pesado como de costumbre. Sin embargo fui recibido por una seductora vista. Aomine se encontraba tan sólo en unos pantalones blancos de manta, descalzo y caminando entre el pasto mientras hablaba por teléfono una vez más en otro idioma.

Lucía algo molesto y sus toscas palabras me lo confirmaron. Eventualmente entre vueltas me miró, levantó una ceja y sonrió indicándome con los dedos que lo esperara. Ahora el que estaba tranquilo era yo al comprender que aparentemente todo estaba bien entre nosotros, por lo que me tiré en un camastro y a los pocos segundos él llegó a mi lado.

—No me dijiste que vendrías.

—Eres un mentiroso hijo de perra. No fuiste por mí.

—Lo sé y lo lamento mucho Taiga. Estuve realmente ocupado. —Comentó mientras intentaba encender un cigarrillo, que le arrebaté y tiré al piso.

—No me gusta que fumes.

—Qué pasa, ¿Temes que me muera?

—Todos nos moriremos, pero odio cuando tus besos saben a tabaco. —Le gruñí sacándole una sonrisa de lado. Pero tal y como siempre Aomine amaba jugar al hombre difícil de atrapar, por lo que comenzó a caminar e inclusive cruzó la puerta que daba hacía la playa. Y como desde un inicio una vez más lo seguí.

La arena se sentía tibia entre mis pies conforme nos íbamos introduciendo por la playa. Daiki se detuvo justo en la orilla del mar, con las olas blancas, saladas y espumosas cubriéndole los tobillos mientras permanecía impasible y con las manos en los bolsillos. La luna brillaba especialmente y él parecía evocarla con su mera presencia.

—Dai…—Me tragué su nombre al verlo girar y darme una de sus turbias miradas profundas, de esas que te hielan la sangre y te hacen sentir pequeño y vulnerable. Sus ojos felinos y perversos parecían haberse acentuado sin que su rostro denotara más que mero desinterés.

‘No me conoces, no sabes nada de mí.’ Me decía en silencio.

Me sentí estúpido, demasiado joven, inexperto, desarmado. No tenía nada para cubrirme ni protegerme contra su gravedad atrayente y peligrosa. Mi amor prohibido que no entendía de inhibiciones cuando estaba cerca de él y aun cuando sabía que podría herirme como nadie.

—No estoy acostumbrado a que los hombres huyan de mí. —Dije firme. No por arrogancia o porque creyera que estaba loco por mí. Sino porque algo en mi interior me decía, que si de verdad quería algo serio con él no podía darme el privilegio de mostrarme vulnerable ni asustado.

—Y yo no estoy acostumbrado a los hombres que me respiran en la nuca. —Contestó sin malicia, simple ego mientras mantenía la cabeza en alto y me sonreía con soberbia. Quería besarlo, amarlo, golpearlo y matarlo todo al mismo tiempo. —Te lo dije Taiga, quién sea que crees que soy no es así.  Esto no es mi estilo.

—Ni tampoco el mío. Pero sé que te gusto y sé cómo te sientes cuando estás conmigo. —Esta vez Aomine se rio.

—¿Cómo sabes de qué manera me siento Taiga?

—Simplemente lo sé. —Contesté sin miedo.Aominelevantó una ceja y se cruzó de brazos. Ninguno dijo nada, sólo escuchando de fondo las olas reventar contra la orilla y sintiendo la brisa rodearnos cálida.

¿Cómo podía decirle que en dos semanas me hizo sentir en el cielo estando a su lado? No encontré las palabras y sinceramente no las necesitaba, por lo que simplemente me acerqué a él y lo besé. Un beso que creí rechazaría, pero en su lugar me abrazó por la cintura y dejó que toda esa pesadez entre ambos se desvaneciera.

Nos besamos por largos milenios o quizás apenas minutos, pero ahí estaba esa chispa una vez más. Aquella que me decía que a pesar de ser frío como el hielo se derretía solamente entre mis brazos.

—Me gusta cuando eres así, tan jodidamente seguro de ti mismo. Me mata. —Dijo contento y con sorna mientras me acariciaba el rostro. —Eres demasiado lindo, adorable y perfecto para tu propio bien y además te gusta jugar peligroso. Tanto que me dan ganas de nunca más dejarte ir. —Afirmó haciendo mi corazón latir con violencia. —Ven, vamos al interior, cenaremos y luego te mostraré mi habitación. —Me guiñó un ojo, haciéndome poner los ojos en blanco y reírme mientras tomaba su mano.

Esa noche cenamos los cuatro riéndonos a más no poder, en especial cuando Momoi contó relatos de la torpe juventud de Daiki avergonzándolo, justo como Kuroko a mí cuando narró mis peores momentos. Todo para que al finalizar Momoi se fuera a su casa, Daiki le diera una de las habitaciones de huéspedes a Kuroko y yo como era de esperarse me quedé con Aomine.

Naturalmente terminamos revolcándonos en su cama por un par de horas hasta que terminamos agotados, desnudos y sudorosos en un enredo de piernas y brazos. Me embelesaba la manera en que me abrazaba con fuerza, acariciándome la espalda y besándome el rostro, todo era tan íntimo y relajante.

—¿Realmente quieres ser un cocinero más que jugador? —Me preguntó entre besos.

—Si quiero.

—¿Y has buscado escuelas o algo así?

—Algunas en Los Ángeles, pero la que más me gusta está lejos. —Confesé.

—¿Qué tan lejos?

—París. Ya sabes que las mejores escuelas de gastronomía en todo el mundo están en Francia y pensé que quizás podría ir, pero aún no se lo digo a mi padre así que…

—Definitivamente deberías ir. —Dijo feliz.

—¿Ah sí? —Levanté una ceja sonriente. —¿Me irías a ver si me voy a vivir a París? —Pregunté ilusionado.

—Uhm…la ciudad de las luces, tú y yo. No sé si querría irme después.

—Entonces no te vayas.

—Lo dices cómo si ya estuviéramos ahí. —Se rio encantador mientras metía sus dedos entre mi cabello. —Primero logra convencer a tu padre, luego entrar a la escuela que te gusta, que seguramente no debe ser tan fácil y ya después piensa en invitar gente.

—Bien, lo haré. Pero si logro todo eso, tú irás a verme. —Exigí sin pena sacándole una ancha sonrisa.

—Amas retarme y provocarme ¿No es así?

—Así es. Ahora cierra la boca y bésame, que si al menos Kuroko no me reclama mañana que no lo dejamos dormir no me sentiré satisfecho. —Una vez más Aomine se rio, diciéndome que yo era imposible y al final brincándome encima.

¿Qué podía decir? En cuanto la noche siguió con nosotros hundiéndonos en placer y mi corazón latiendo eufórico, caí en cuenta que quizás desde que lo conocí ya estaba total, perdida y locamente enamorado de él.

IX

Así como las dos primeras semanas con Aomine, las otras dos y media se me pasaron como agua entre los dedos. Porque a pesar de que Daiki solía salir por las mañanas a encargarse de sus asuntos, siempre regresaba por las tardes o tan temprano como pudiera a comer conmigo o a invitarme a salir.

Kuroko por su lado nunca fue un mal tercio, de hecho los tres nos la pasábamos bastante bien. Kuroko tenía un cínico sentido del humor que entretenía a Aomine bastante. Eso y que mi amigo solía saber cuándo era su momento de apartarse para dejarme solo con mi ‘novio’ si es que le podía decir así.

Tampoco nunca formamos una rutina porque ningún día era igual. Paseos por las playas, centros comerciales, parques de atracciones, restaurantes, clubes nocturnos a los cuales accedíamos gracias a Daiki claro. Y un sinfín de actividades más. Inclusive fuimos a surfear, a arrojarnos por maldito paracaídas, a bucear y un par de días los pasamos en el mar en el yate de Aomine.

El mejor verano de toda mi vida. Porque no solo creció mi amor por la vida, sino por Daiki.

“Vivir” con él me dio esa perspectiva directa sobre su persona, las cosas que le gustaban, las que no, las manías que tenía y sus momentos adorables. Lo sentí tan mío, que cuando finalmente los últimos días a su lado llegaron me aferré a la idea de que en todo este tiempo había surgido algo más entre nosotros. Algo especial que ya ni siquiera él podía negar.

—¿Ya tienes tus cosas listas? Tu padre dijo que pasaría por ustedes en un rato. —Me avisó Aomine mientras yo me encontraba sentado en la arena, disfrutando el calor y mirando el ocaso en su bella playa privada.

—Ya empaqué.

—¿También las cosas que te compré? —Preguntó sentándose a mi lado.

—Cuando lo dices así suena feo Daiki. Yo te di placer y tú a cambio me comprabas cosas materiales.

—Cierra la boca Bakagami te las compré porque me gusta mimarte, pero eres un jodido dramático. Podrías ser actor ahora que lo pienso. —Dijo burlón y ganándose un puñetazo de mí parte.

—Supongo que este es el adiós. —Ahí estaba, lo que tanto me aterró decir en voz alta. Aomine también lo supo, porque su sonrisa se borró y en su lugar se enfocó una vez más en el mar.

—Sabías que sería así Taiga, no mencionaré lo de mi edad, pero lo nuestro nunca tuvo futuro desde que inició.

—Porque tú así lo quisiste. —Hablé entre dientes mientras me abrazaba las rodillas y sabía que me había oído. Daiki parecía tener algo que decir, cuando Momoi nos gritó a lo lejos que mi padre ya estaba ahí, para recogernos con Kuroko y que nos fuéramos al aeropuerto. Le sonreí y le dije que en un momento iba, mirándola asentir e irse.

—Supongo que el juego terminó. —Corroboró él, pero su voz a pesar de ser firme y segura como siempre, también sonó algo triste y distante.

—Para mí nunca fue un juego. —Dije un tanto molesto. Carajo, me hirió en el maldito orgullo que fuera él quién lo acabara, por lo que me levante, sacudí y comencé a caminar lejos de él. Fue inmaduro, sentimental y estúpido, pero de repente no podía ver a la cara al único hombre del que de verdad me enamoré y no podía ser mío. Avancé tan seguro como pude intentando no tropezarme ni flaquear.

Tenía ganas de llorar.

—Taiga…¡Taiga espera! —Gritó de la nada, haciéndome detenerme en mis pasos y aguardar. No me atreví a girar por miedo de empezar a llorar en ese preciso momento, pero terminé haciéndolo cuando sentí como me abrazó por la espalda y me besó la nuca.

—Tampoco fue un juego para mí, lo juro. Yo no quiero…yo no…carajo. —Maldijo exasperado y girándome entre sus brazos para encararlo. Ambos nos miramos con ansias, cariño y anhelo, pero al ver la desesperación en su rostro algo pequeño e instintivo me hizo reírme un poco.

—¿Qué mierda es tan gracioso? —Preguntó con una ceja levantada.

—Lo siento, lo siento, es solo que el gran Aomine Daiki se quedó sin palabras por culpa de un mocoso bobo, como te gusta decirme. —Daiki rodó los ojos ante mi comentario y me tomó por el rostro ya más serio.

—Escucha Taiga, no sé qué carajo es esto que tenemos, pero tampoco quiero que acabe. Y aunque no sé cómo lo haremos, ni si funcionará si tú de verdad quieres…

—A ti, te quiero a ti. Y sí, sí quiero esto, lo que sea que tengamos lo quiero.

—Yo también te quiero a ti. Pero debes saber que en primera no soy muy bueno con las relaciones, en segundo tu padre nos matará cuando lo sepa y en tercera si aceptas esto no podrás librarte de mí y hablo en serio. Creo que ya habrás notado que soy un tanto…posesivo.  —Dijo con el ceño fruncido y sacándome una sonrisa colosal, que me hizo besarlo hasta casi romperle la boca.

—Buenas noches Daiki. —Le di un último beso y me separé sonriente, mirando su expresión estoica como no comprendiendo, hasta que giré y le guiñé un ojo. Aomine se quedó con la boca abierta, pero eventualmente comenzó a reírse a carcajadas.

Digo, ambos sabíamos que tenía que pagarme lo de la fiesta cuando me dejó como estúpido.

Y aunque cualquiera pensaría que no debí estar tan seguro de mí mismo, me fui sin despedirme porque sabía que no era un adiós. Ya no. Ni siquiera sentí esa necesidad de mirar hacia atrás, porque después de oír cuanto me quería, todo miedo se borró de mi mente. Así que para cuando ya estaba en el avión, no dejé de sonreír mientras veía por la ventana hacia el mar oscuro.

—No sé si estás a punto de reírte o llorar Kagami-kun, ¿Todo terminó bien entre tú y Aomine-kun? Preguntó Kuroko a mi lado e iba a contestarle, de no ser porque recibí un mensaje de texto.

“No puedo maldita sea creer que hayas utilizado mis palabras en mi contra Bakagami. Eres un niñato idiota y adorable y por ello te llevaré a cenar, ¿Estás disponible este fin de semana? Hace mucho que no voy a Los Ángeles. Pd: Investiga si ahí también hay cocodrilos.”

La forma en que me retorcí, reí y morí seguro que dejó preocupado a más de uno, pero me importó un carajo. Estaba de feliz lo que le seguía y aunque no le consté de inmediato, debido a que teníamos que apagar todo artefacto, me dediqué a contarle todo a Kuroko. Fue un vuelo tan rápido y absurdamente maravilloso, que antes de darme cuenta dejamos Miami y ya nos encontrábamos en Los Ángeles, dejando a Kuroko en su dormitorio y yo con mi padre en casa.

—¿Taiga? ¿Qué pasa hijo? —Preguntó mi padre al ver que me senté a su lado en nuestra terraza.

—Te lo voy a decir porque odio mentirte, porque confío en ti, te quiero y sé que solo deseas mi felicidad. —Mi padre me miró entre curioso y preocupado mientras yo respiraba hondo. —No quiero ser jugador profesional, me gusta el basquetbol, pero no lo es todo para mí. En su lugar quiero estudiar cocina y algún día tener mi propio restaurante, pero para ello necesito asistir a una buena escuela y hay una que me encanta, pero está lejos. Muy lejos de aquí. —Finalmente hablé en voz alta frente a él.

Mi padre permaneció callado un buen tiempo pensándoselo todo. Parecía molesto y eso me asustaba, pero eventualmente terminó frotándose el puente de la nariz y relajándose en su asiento.

—¿Qué tan lejos está?

—París. —Dije ganándome un prolongado suspiro de su parte.

—París….está lejos, pero tiene un aeropuerto así que no me preocupa el poder ir a verte. Cielos santo Taiga, me asustaste, creí que te pasaba algo malo.

—Entonces…¿No tienes problema? —Cuestioné feliz.

—Claro que no, solo te pido que estés consciente que ya no puedes arrepentirte después.

—Totalmente seguro papá, te lo juro. Aunque hay algo más…

—Solo dilo de una vez carajo.

—Ya sabes que me gustan los hombres y bueno yo…tengo un novio.

—¿Es alcohólico o drogadicto? ¿Abusivo? ¿Casado? ¿Divorciado? ¿Tiene hijos? ¿Es inteligente? ¿Tiene un buen empleo? ¿Te respeta?

—No a todo, excepto que si tiene un buen trabajo, es muy inteligente y me respeta.

—Entonces no tengo problema. ¿Cómo se llama? —Ahí estaba la pregunta de los cien millones de dólares, que me hizo tragar de lleno y prepararme para lo que estaba por venir.

—Daiki, Aomine Daiki. —Dije en casi un suspiro que hizo a mi padre abrir los ojos como platos al igual que la boca. Parecía querer creer que era una broma, pero cuando se dio cuenta que no era así estalló.

—¡Hijo de…! ¡Voy a matarlo! —Gritó furioso y levantándose de golpe, rápidamente siento sostenido y abrazado por mí.

—Es bueno, papá Aomine es bueno, es lindo, es tierno, me trata como su más valioso tesoro y no me falta al respeto te lo juro. Es un hombre responsable y lo sabes. Sé que es más grande pero eso es lo que más me gusta de él. Por favor. Por favor dale una oportunidad.

—Voy a matarlo Taiga y no podrás detenerme.

—Hazlo papá, tritúralo, muélelo a golpes y mátalo hasta que no quede ni el polvo de sus huesos, pero solo si me lastima cosa que no ha hecho. Por favor confía en mí, él me hace feliz. ¿Por favor? —Dije con mi rostro más suplicante. —Nunca te he pedido nada, ni te he decepcionado, así que sólo por esta vez ¿Puedes confiar en mi criterio? —Mi padre me miró como nunca antes, debatiéndose entre el asesinato o el raciocinio hasta que un par de minutos después suspiró derrotado.

—Por todos los cielos Taiga, veinte años, es demasiado.

—Mejor que un idiota de mi edad que me engañe, me bote como basura o me haga llorar.

—Él podría hacerte eso y más.

—No, no lo hará, porque sabrá que tú lo matarás si lo hace. Así que solo déjame intentarlo ¿Sí? Pude habértelo ocultado, pero quise que lo supieras porque confío en ti. —Mi padre meditó un rato más, soltándose y caminando de un lado a otro. —¿Puedo tomar tu silencio como un sí?

—Esto es lo que va a pasar. —Me dijo deteniéndose frente a mí. —Él va a venir a verme y yo lo golpearé, sí, lo golpearé porque eres demasiado joven para él y lo sabes. —Abrí la boca para replicar siendo rápidamente silenciado. —Y luego de golpearlo hablaré con ambos y quizás y tan sólo quizás lleguemos a un acuerdo. —Sonreí como el idiota más grande del mundo a la vez que asentía, lo abrazaba y besaba.

—Gracias papá, gracias. Te juro que todo saldrá bien.

—Esperemos que sí por su bien y el tuyo jovencito. Por cierto estás castigado Taiga, que no soy idiota para no darme cuenta que pasó este verano en Miami.

Jamás había estado tan jodidamente feliz de ser castigado, por lo que prácticamente bailé hacía mi habitación, en donde me tiré en mi cama y lo primero que busqué fue “¿Hay cocodrilos en Los Ángeles?” por internet seguido de mandarle a Aomine el enlace.

¿Cómo es que había logrado que todo me saliera a la perfección en ese momento? Es algo que hasta la fecha ni siquiera yo sé.

X

Pobre, pobre, pobre Aomine. Mi padre lo mató y lo revivió solo para volver a matarlo aquel fin de semana en que vino a verme. Digamos que las cosas se descontrolaron tenebrosas por un rato, pero todo terminó bien y mi padre aceptó nuestra muy extraña relación muy a regañadientes, no sin jurar por todo el cielo que asesinaría a Daiki en el momento que me hiciera sufrir.

Daiki y yo tuvimos una relación que duró cerca de medio año, en el que Aomine vino a verme a Los Ángeles casi cada fin de semana con algunas excepciones. Y no quiero presumir pero tengo el mejor novio del mundo. Eso sí, es un imbécil las veinticuatro horas los siete días de la semana, pero es uno absolutamente lindo y tierno cuando se lo propone.

Pero oh por favor, eso es un secreto de estado. Ya que según Daiki, nadie aparte de mi puede saber sobre su lado amable. O si no, sus “enemigos” podrían querer utilizar nuestra relación en su contra. Si como no, simplemente es fácil de avergonzar. ¿Quién lo diría? El señor de la guerra en realidad es un gran oso listo para abrazar.

Fue un medio año grandioso, en el que aparte de tener una relación con Daiki, también hice papeleo y viajé un par de veces a París para aplicar exámenes y enlistarme en la escuela que tanto quería. Por lo que mucho trabajo y poco sueño después me llegó mi carta de aceptación.

Fue el cielo, inclusive mi padre me organizó una fiesta a la que asistieron todos mis amigos, familia y conocidos para darme una buena despedida. Todos menos Aomine.

Parece ser que a mi novio le importó un carajo que me iba y decidió que estaba muy ocupado cómo para decirme nos vemos pronto. De hecho, nunca tocamos bien el tema de qué es lo que pasaría cuando yo me fuera a vivir a París e inclusive ahora que lo pienso detenidamente, Aomine comenzó a distanciarse un poco en las semanas previas a mi partida.

Sabía que si de por si le era difícil venir a Los Ángeles cada semana, sería aún más complicado ir a París a visitarme, pero entonces ¿Qué se suponía que hiciéramos? ¿Terminar? Ni en mil años, al menos yo no quería eso. Lo amaba, amaba a ese idiota, aun lo amo y estoy seguro de que él a mí también.

Correcto, quizás nunca me lo ha dicho con palabras pero darme gran parte de su tiempo, cariño y atención es amor ¿Cierto? Aparte de los mimos, palabras lindas, besos y largas horas de hacer el amor. Él que odiaba las relaciones estaba en una conmigo, me había presentado a su familia con el paso del tiempo y yo a él la mía, me mostró sus lados fuertes al igual que los vulnerables y prácticamente nos sabíamos al derecho y al revés a pesar de la distancia.

Éramos perfectos el uno para el otro. Pero entonces, ¿Por qué no estaba ahí?

—Kagami-kun, ya anunciaron tu vuelo. —Kuroko me sacó de mis ensoñaciones mientras yo colgaba la llamada que una vez más me mandaba a buzón de voz.

—¿Aomine-kun sigue sin responder?

—Por favor dime que no terminó conmigo y yo ni siquiera lo sabía.

—Dale más crédito a Aomine-kun, hasta ahora ha demostrado ser un buen hombre. Un tanto altanero y pervertido, pero bueno para ti. —Sonreí ante el comentario de Kuroko, abrazándolo y revolviéndole el cabello.

—¿Regresarás a Tokio la próxima semana cierto?

—Así es, espero pronto puedas ir a verme, aunque no te preocupes yo también trabajaré e iré a visitarte a París.

—Te estaré esperando. —Mencioné mientras avanzábamos hasta donde se encontraba mi padre casi llorando junto a Alex y Tatsuya. Así que mil besos, abrazos, bendiciones y advertencias después finalmente me llegó la hora de irme.

Y odio admitirlo, pero tal y como aquella vez en la entrada del hotel, me quedé esperando un par de minutos a Aomine. No es como que fuera a detenerme de irme, después de todo fue él quien me impulsó a no tener miedo y a irme, pero carajo, quería besarlo, abrazarlo y que me dijera que a pesar de la distancia todo estaría bien.

Pero obviamente al igual que esa vez, él no vino. Por lo que no me quedó más que suspirar triste y entrar al avión. Ya allí busqué mi lugar, dejé mis cosas y me senté para mirar por la ventana a las personas que suelen dirigir los aviones mientras miraba de reojo la pantallita que decía que el vuelo duraría diez horas y media.

Gruñí harto y comencé a buscar mis audífonos entre mi maleta de mano, ignorando a la persona que se colocó a mi lado ahora que habían anunciado que todos debíamos sentarnos y abrocharnos el cinturón.

—Va a ser un maldito vuelo largo huh. —Dijo la persona a mi lado, haciéndome tensar y quedarme de piedra al reconocer la voz. —Bueno, por lo menos son cómodos los asientos. —Dijo cruzando sus brazos tras su nuca mientras yo permanecí con la boca abierta.

—¿Daiki? ¡¿Daiki qué haces aquí?! —Pregunté como un vil idiota al ver a mi novio tan guapo como siempre, vestido casual y sentado a mi lado mientras el despegue iniciaba. Por su lado Aomine sonrió de lado tan intrépido como siempre.

—¿Qué pasa Taiga? ¿No te lo dije aquella vez en Coral Gables? En Francia hay muy buenos tratos para el tráfico de armas.

—Yo…tú, ¿Qué? ¿Por qué? —Hablé como un estúpido de nuevo.

—Me dijeron que París es una buena ciudad para vivir, ¿Qué hay de ti? ¿Dónde te quedarás? —Preguntó como si nada, aun sonriente mientras yo no salía de la estupefacción. —Tierra hablando a Bakagami cambio, ¿Me oyes? Te pregunté ¿Dónde te quedarás allá? —Robóticamente busqué en mi mochila una libreta con la dirección de donde me quedaría y se la di.

—Carajo, que coincidencia, yo también me quedaré en ese edificio, de hecho somos vecinos. El mundo es un lugar muy pequeño ¿No crees? —Dijo casi haciendo que me diera un infarto. Maldito, maldito, maldito idiota, cómo lo amaba. Lo abracé hasta casi quebrarlo mientras lo besaba con euforia y emoción sintiendo que podría llorar en ese preciso momento.

—¿Daiki en serio vendrás a París conmigo?

—Miami ya pasó de moda y que yo sepa París siempre está a la vanguardia.

—Pero…¿Qué hay de tu trabajo? ¿Tus hoteles? ¿Tus negocios? Y no hablo del evidente tráfico de armas. —Digo ya que hace unos meses descubrí que Aomine es dueño de una famosa y lujosa cadena de hoteles alrededor del mundo. Uno de ellos es donde nos hospedamos con mi padre y Kuroko en Miami y todo nos salió gratis por cierto. 

Pero como Aomine es un bobo con mentalidad de niño de cinco años y le gusta joder conmigo, siempre me dice que los hoteles son la fachada para lavar dinero sucio de sus negocios ilícitos de venta de armas y drogas. Vaya idiota adorable.

—Bueno, Satsuki dijo que ella quería hacerse cargo y confío en ella. Así que desde hace unas semanas inicié el proyecto de abrir un nuevo hotel en París y claramente necesito ir y supervisar todo. Así que sorpresa. —Así que por eso había estado distante, seguramente poniendo en marcha su nuevo y enorme proyecto.

—Te amo, te amo, te amo. —Repetí entre risas a la vez que lo besaba sin parar. Era la primera vez que se lo decía en voz alta y carajo, que bien se sentía.

—También te amo Taiga. Mucho, muchísimo. Te lo dije aquella vez, ya no podrás librarte de mí nunca más.

—Bien por mí. —Rocé mi nariz contra la suya, abrazándolo y fundiéndome entre sus brazos.

Miraba al hombre que me sujetaba con cariño y anhelo, pensando que a pesar de que todo es incierto en esta vida y lo nuestro inició como algo prohibido, también era un amor tan grande que nos lo llevaríamos hasta la tumba y quizás el infierno, como el recuerdo más bello que jamás hayamos vivido.

Vaya tiempos aquellos.

Ha pasado ya muchísimo desde entonces.

Días, semanas, meses, años, una década.

Aún hoy en día, a veces cierro los ojos y llegan a mi memoria todos esos recuerdos y momentos felices de mi fugaz juventud cuando conocí al hombre de mi vida. Un tipo idiota que era tan arrogante como guapo y que aún así supo ganarse mi corazón. Un hombre que parecía imposible e intocable, pero que en realidad tan sólo estaba esperando a la persona ideal tal y como yo.

Mí amado novio veinte años más grande que yo, traficante de armas, domador de cocodrilos,  jugador estelar y dueño de mis despertares. Con el que peleo todos los días cuando no quiere salir de la cama y del mismo que termino enamorándome todas las noches cuando me llena de besos.

Lo amo. Aun lo amo. Siempre lo haré.

Nuestro amor prohibido que aun sigue vigente, porque cada día a su lado es un desafío extremo. Si me preguntaran, ¿Por qué él? Respondería por lo irresistible que implicaba amarlo. No solo era un hombre poderoso, fuerte y maduro que me ofreció todo lo que siempre soñé, sino que la idea de ser parte de su mundo restringido y descubrir la locura de la vida a su lado fue lo que más me atrajo de él.

Desde el primer momento aproveché la oportunidad de poseerlo, no solo era el hecho de tenerlo a mi alcance, sino que era lo prohibido, lo manifiestamente inalcanzable, lo proscrito. Pero siempre lo quise de esa forma y jamás de ninguna otra. Supongo que Aomine Daiki y yo nunca fuimos normales. Estábamos aburridos en el cielo, así que bajamos al infierno a jugar y hoy no podría desearlo aún más.

Notas finales:

Me hubiera encantado describir más la relación del AoKaga a lo largo del tiempo, pero si lo hacía esto iba a ser una biblia (aun más) y no podía darme ese lujo. Amé hacer sufrir un poquitín a Taiga, aunque nunca fue nada del otro mundo. Después de todo él era un adolescente y Aomine un hombre grande. No todo podía ser excesivamente rosado. Dígamos que era como un pellizco por cada mil besos que Aomine le daba. Sé que fue algo apresurado, pero hice lo que pude :’v

Y Zhena de mi vida y de mi corazón, ¿Qué puedo decirte? ¿Qué no quisiera escribirte yo si tuviera más tiempo? jajaja. Pero a pesar de todo disfruté mucho haciendo esta historia.

¡Gracias por leer! ¡Y feliz año nuevo para todos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).