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ONE-SHOTS. Multiverse Stony por WooHo Shin

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Disclaimer:  Contenido escrito solo por diversión y entretenimiento, todos los personajes y lo que ellos mismo incluyen, en cada una de las versiones aquí escritas, pertenecen a Marvel, a partir de sus películas, cómics, series animadas, videojuegos, etc. 

Géneros: Romance, Drama.

Rating: M.

Advertencias: Lime.

Sinopsis: Luego de que Steve rechazara a Tony en un vago intento de negarse a lo que siente, el pelinegro tendrá que hacerlo sucumbir a sus privilegios y así lograr que el afamado Capitán América acepte sus verdaderos sentimientos.

 

***

 

—Uy, se me cayó.

Tony pasó de largo frente al fornido cuerpo del Capitán, como si fuera de lo más normal, en el hogar que compartes con tus compañeros de trabajo, tirar tu pantalón de pijama que llevabas puesto al suelo fingiendo una casualidad cuando a través de los ojos azules y profundamente perfectos de Steve no era ni cerca de esa manera.

El rubio, entre el desconcierto y la indignación que causó en él esa acción, se irguió de golpe tomando entre su firme mano la suave piel de la muñeca de Tony. No sabía que hacer luego de eso, y el castaño lo notó sonriendo un segundo después al ocurrírsele una gran idea. Se acercó de pronto al pecho del rubio pasando, sobre su playera gris demasiado apretada, su fino dedo con delicados movimientos que jugaron con el alocado corazón del símbolo de América.

—Escuché hace una semana que un soldado perfecto quería una vida perfecta, sin el factor homosexual que siempre malogra a las personas. —Su voz tan dulce, como jamás la había escuchado, resonó cerca de su oído, creando en él ese revoloteó incomodo en el estómago al que se negaba a poner nombre– Si lo llegas a ver algún día dile que tengo toda la intención de corromperlo.

Y el castaño se alejó, tan pronto como en algún momento se acercó, dejando hecho un torbellino las recientes emociones que se presentaban en su anatomía. Nunca había sentido tanto calor. Era abrumante, incómodo, pero deliciosamente cegador.

Steve tenía una moral bien firme, de esas que ni el rayo más potente podía quebrantar. Cualquiera le envidiaría, cualquiera lo admiraría. Sin embargo, su mente gritaba una palabra muy alejada de aquellas dos, su mente gritaba que estaba siendo un completo idiota al no ceder.

Bonita forma de darse cuenta que su frase dicha hace más de una semana le orillaría a tremendo arrepentimiento justo ahora que tenía a Tony a solo tres metros de una distancia que, de a pocos, se hacía más grande.

Aléjate de mí, Stark.

Había dicho, y lo recordaba perfectamente. Las crueles palabras atravesando sus ideas una y otra vez, pensando ingenuamente que repetirlo unas cuantas veces más iba a obligarlo a él mismo a creer en ello.

No fue así, nunca podría pensar de esa forma sobre Tony. Nunca podría. Y le jodía saberlo, porque no importaba lo que este hiciese, sus acciones buenas o garrafalmente incorrectas jamás causaban más que una leve sonrisa en su rostro. ¿Qué estaba mal con él? Debía de molestarse, con el pelinegro, con Tony. Steve no disimulaba esa molestia, aunque aquella no era por los movimientos del hombre de hierro, esta se dirigía a su propia falta de concentración al verlo moverse de un lado a otro con ese maravilloso cuerpo que se cargaba.

¡Ahí está! Otra vez esos pensamientos incorrectos le atacaban.

¿Qué es lo que esperaban de él?, ¿Qué se le lanzara a Tony como una fiera salvaje que desea con tremendas ganas a su más deliciosa presa?

Tony estaba a solo dos pasos de cruzar la puerta que en este momento los separaba once metros. Steve conocía de sus destrezas y de su gran capacidad de recorrer esos metros en menos de cinco segundos.

Entonces, ¿Qué carajos le atajaba ahora?

Unos perfectos calzoncillos de color azul, rojo y blanco con su heroico escudo impreso en la parte posterior aparecieron de pronto en su rango de visión. La tela delgada y semitransparente se amoldaba a ese endemoniado trasero que una vez, que él sigue negando incontables veces, fue deliciosamente profanado por su falo dolorosamente hinchado.

Si Tony quería corromperlo, él tenía el deber de dejarle en claro que eso ya lo había hecho hace mucho tiempo con solo su perfecta sonrisa brillando frente a él la primera vez que se conocieron.

¿Cuál era la respuesta a su pregunta anterior? Pues, absolutamente nada le atajaba ahora.

No estaba dejando su moral de lado al acercarse a Tony por detrás; la estaba fortaleciendo a base de nuevos conceptos que a simple vista se observaban correctos, simplemente porque la figura de Tony se presentaba en ellos. El hombre fue siempre dueño de sus pensamientos.

Ya era hora de dejar de negarlo.

—Oh por Dios, no vuelvas a hacer eso —gritó muy sorprendido Tony al verse envuelto entre los brazos de Steve, por un segundo creyó que Steve nunca iría tras él—Aunque, ya me retracto, puedes hacer eso cuando quieras.

Volteó a sonreírle coqueto, sin embargo, algo en Steve no encajaba al ver esa sonrisa.

— ¿Por qué?

— ¿Por qué, qué?

—No estás molesto conmigo. Yo... te traté mal el otro día; hoy me rehusé a acercarme a ti hace solo minutos. No puedes ir en serio al decir que no estás ni siquiera un poco enojado conmigo.

—No podría estarlo, ya te dije porque hace varios días. ¿A poco quieres que lo repita? Lo lamento, Capitán, pero soy un hombre de pocas palabras.

No le creía.

Su mirada miel no le dejaba creerle. Las emociones expresadas en ella no eran sinónimo de su sonrisa brillante. Aquella estaba llena de sentimientos que Steve era capaz de describir y nombrar pero no era capaz de aceptar que Tony las mostraba, y peor, que las vivía y sentía en ese justo momento, gracias a él y a sus emociones aún inseguras.

—No te creo —le dijo sincerándose, pero a Tony no le pudo importar menos.

— ¿Y? Te dije que te quería y que el sentimiento aquí era real —Tony señalo con su dedo su pecho, empujando repetidas veces con fuerza, haciéndose daño—. Solo me basta con escucharte decir lo mismo. No pido mucho, y aun así te rehúsas a dar de ti lo único que te pido. Yo soy el que no te cree, Rogers, justo ahora no sé si lo dices enserio, pero no quería romper el momento... Pensé que sería el único que tendría de ti.

—Tony...

—Tú quieres lo mismo, ¿verdad? Lo puedo ver en tus ojos, y a pesar de ello... Solo quédate, ¿quieres? Un segundo más, y me conformaré. Ya me cansé de esperar tus acciones. Al menos dame esto.

¿Solo esto? ¿Eso es lo que Tony creía que era lo único que Steve era capaz de darle? Se arrepentía cada segundo de ser el culpable de colocar en el rostro del pelinegro ese gesto doliente a base de rechazos. De sus rechazos.

Ya no lo haría, tenía que compensarle de alguna manera, y sabía lo que Tony esperaba de él. Es lo que sus ojos miel, siempre expresivos, pedían a gritos.

Esta vez, Steve no dudaría.

El rubio tomó las caderas de Tony con fuerza, muy pronto bajando sus grandes manos por los muslos; alzando en algún punto las piernas del pelinegro, obligándolo a afianzar sus brazos alrededor de su cuello.Lo tiró sobre el sofá en medio de la sala. Su cuerpo sobre el de él se ajustaba a la perfección, encontrando los dos en segundos la mejor posición para friccionar sus cuerpos con parsimonia.

Tony gimió, y Steve gruñó.

— ¿Quieres mi verdad? Muero por decírtela –la voz de Steve escapaba de su garganta ronca y salvaje.

—Dilo después. Por ahora, solo fóllame.

—No, me explicaré durante estos próximos veinte minutos, mientras gimes mi nombre sin interrumpir.

Tony torció su gesto tan rápido como escuchó la firmeza en sus palabras, pero lo que pensaba decir se convirtió en un exquisito gemido causado por el fuerte golpe de la pelvis del rubio contra su apretado culo.

—No te mentiré, no tiene sentido hacerlo ahora. Hace tan solo unos minutos pensaba que esto que siento por ti estaba mal. Que era lo más incorrecto que podía sentir. No por ti, tú sabes muy bien que el problema nunca fuiste tú, esto era por la injustificada moral que me dice que está mal el solo hecho de pensar en ti de esta forma. Y por más que lo repetía dentro de mí que quererte no era correcto; aquí —Steve tomó suavemente la mano del pelinegro, atrayendo las manos unidas a su propio pecho— no se sentía de esa manera, aquí yo podía disfrutar de lo que realmente tu sola mención provoca. Aquí es real, y sé que puedes sentirlo. Mi acelerado palpitar demuestra la verdad que digo.

—Siempre te gusta tener la razón. Y sí, Capitán, soy capaz de darme cuenta, ¿sabes por qué? Porque aquí también hay un acelerado palpitar.

Y Tony sonrió, señalando su propio corazón, antes de que todo ante sus ojos se volviera rojo, con las miradas deseosas en cada par de ojos que delataban su desesperación. Habían esperado mucho por esto. Los dos.

Las prendas de cada uno después de aquello desapareció de sobre su cuerpos con rapidez, y cuando el pelinegro, al final, con desesperación intentó quitarse el bóxer con dificultad, la mano de Steve le interrumpió con un manotazo.

—No te lo quites, te follaré con esto puesto.

Ante la mirada sorprendida del pelinegro, el rubio tomó la tela entre sus dedos, estirando lo suficiente para dejar ver la estrecha entrada tan apetecible que su boca se hizo agua. Su cuerpo reaccionó, Steve se exigió dejar de negarse a sus instintos. Ahora en adelante, lo que Tony provocara en él guiaría cada una de sus acciones. Su lengua recorrió desde el perineo hasta el rosáceo orificio, dejando un rastro de abundante saliva que se escurría por su piel humedeciendo la tela del bóxer. A Steve poco le importó el detalle de la tela estorbando su movimiento; es más, adoraba ver su escudo sobre esos redondos glúteos, así que, continuó la acción hasta que los suaves jadeos de Tony se convirtieron en escandalosos gemidos.

No lo diría en voz alta jamás, pero sentía dentro de sí que los sonidos y movimientos guturales de Stark podrían volverse una adicción.

Su boca se alejó de la piel del pelinegro, igual que su cuerpo que segundos después encontró la mejor posición para mirar, con una increíble vista, ese cuerpo moreno inclinado hacia delante que dejaba elevado, a su merced, ese redondo trasero.

Ese era el justo momento que los dos habían esperado. El momento que los uniría, como debió de ser desde el principio. Rogers se encargaría de corregir cada mirada desdichada que el mismo colocó en el rostro del pelinegro, reemplazándola por las futuras sonrisas que juraba lograría sacarle cada uno de los días que faltaban por venir.

Esta no era una declaración idealista de un hombre enamorado. Este era su ferviente promesa; y él, Steve Rogers, no dudaría en cumplirla.

 

 


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