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De diez maneras por Kyasurin W

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MidoTaka

 

 

Eran las primeras horas de la mañana cuando a Takao se le ocurrió la grandiosa idea de ir a correr.

Había llamado a su mejor amigo segundos después de abandonar su cama, y pese al mal humor de Midorima al ver que su sueño había sido interrumpido, no se pudo negar tras el argumento convincente que le había soltado.

«Aún no hemos terminado. Tenemos que esforzarnos por el bien del equipo».[1]

Así que ahí estaban, enfundados en ropas deportivas y encogiéndose del frío.

—Verás que cuando comencemos entraremos en calor —dijo Takao, apaciguando el gesto de irritación plasmado en la cara de su amigo, quien por unos momentos pareció arrepentirse de la idea.

—Hm, eso espero.

Takao se inclinó sobre sí, haciendo unos calentamientos sencillos. Midorima no tardó en secundarlo.

—Por cierto, Shin-chan, me encanta tu bufanda rosada. ¿Acaso es el último grito de la moda en París? —se burló mientras rotaba el tobillo.

—No seas idiota. Gracias a tu inoportuna llamada tuve que verificar el Oha Asa por internet; es el objeto de la suerte, por supuesto. Sería un problema llevarlo en la mano —aclaró en referencia a por qué llevaba la dicha bufanda puesta.

—Ya lo sé, ya lo sé —se rio—. Es de tu hermana, ¿cierto?

—De dónde más podría sacarla.

—Quién sabe, tienes unos gustos raros…

Midorima lo fulminó con la mirada y Kazunari le sonrió. Sabía que si decía algo más sería hombre muerto.

—Vamos ya, Shin-chan.

Empezaron con un trote sosegado, abandonado el parque donde se habían citado y recorriendo las tres primeras manzanas de la zona habitacional. Takao había elegido esa área a sabiendas que a tempranas horas las calles estarían casi desiertas.

El cielo se iba esclareciendo conforme los minutos pasaban, permitiendo ver los primeros matices rosáceos producto del amanecer. Mientras daban la vuelta en la esquina, el más bajo reparó en lo íntimo que era ese momento. En lo especial que significaba estar los dos juntos recorriendo las calles de la ciudad a las cinco de la mañana.

El vaho de ambos se mezclaba con el gélido aire y de vez en cuando se escuchaban pequeños jadeos salir de la boca de alguno gracias al cansancio. Durante toda la rutina permanecieron en silencio, uno muy afable y del que pronto Takao se dio cuenta que dicha comodidad simplemente provenía por la compañía de alguien. Su simple presencia era suficiente para él.

Terminaron después de una hora y cerca de una arboleda. Tras comprar bebidas en una de las máquinas expendedoras, se dejaron caer sobre una de las bancas de concreto al ras del césped.

—¡Ah! Qué bien se siente.

—No estuvo mal. —Midorima le dio un trago largo a su botella de agua mientras se despojaba la bufanda del cuello con la otra mano. Su amigo tenía razón, terminando de correr le había dado mucho calor.

—Y eso que no querías venir…

Takao bostezó y se estiró de los brazos, arqueando su espalda ligeramente. Apenas había dormido unas horas y el cansancio posterior al ejercicio ya le estaba llegando.

—Dime que no te desvelaste de nuevo por estar jugando esos videojuegos…

—Pues…

—Y encima madrugas para venir a correr. Es muy importante que estemos preparados por el bien del equipo, tú mismo lo has dicho.

—Pareces mi madre, Shin-chan. Ya.. ya… —Hizo un ademán con la mano restándole importancia—. Con que descanse un poco estaré bien.

Y sin pensarlo mucho, Takao acomodó su cabeza sobre el regazo de Midorima, extendiendo su cuerpo a lo largo de la banca.

Aunque la primera reacción de Shintaro fue la sorpresa y un reflejo por empujarlo, se quedó inmóvil y en silencio. A los pocos segundos sintió una mirada sobre él; fue inevitable que una vergüenza le abordara. Bajó la vista, encontrándose con unos ojos azules.

Los dos se quedaron a la expectativa que alguno pronunciara algo, pero Midorima pronto se vio descubierto en cuanto notó que su mirada estaba clavada en los labios de su amigo, éste sonrió al darse cuenta. Una sonrisa sutil, dulce.

Midorima trató de articular palabra, como si sintiera la necesidad de explicarse, pero unos dedos enredándose en el cabello de su nuca y un aliento cálido terminaron por arrebatarle cada pensamiento.

Sus labios se sellaron en un beso torpe y arrebatado.

Al principio Midorima cerró los ojos por el mero golpe que los dientes de ambos habían provocado, pero poco a poco, sus párpados se relajaron y una mano se deslizó por el costado de Takao, sosteniéndole. Sentía el ardor de su cuerpo colándose a través de su ropa, llegándole hasta la palma. Era Takao el que tenía encima; era Takao, su mejor amigo, el que estaba acariciándole el cabello mientras sentía su lengua moverse lánguidamente dentro de su boca; era Takao con el que tenía esas fantasías de las cuales no quería despertar.

Entonces pensó, en un lugar muy recóndito de su mente, que de todas las veces que Cáncer había quedado en el primer puesto, esa había sido la que mejor suerte había tenido.

Fue un beso corto y no tan extraordinario; sin embargo, apenas se separaron, detrás de la sonrisa de Takao, y de los ojos brillantes de Midorima, se escondía un gran sentimiento mutuo que acababa de ser descubierto.

 

[1] Takao se refiere al último partido que les queda para disputar el tercer lugar.

 


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