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Campamento Mestizo por Verdadero98

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Notas del fanfic:

Y bueno, hace un tiempo me dieron ganas de crear una historia mezclando estos elementos. Planeo que sea un fic corto.

Todo lo referente al universo de Percy Jackson pertenece a Rick Riordan.

Los personajes de Mai Hime pertenecen a Sunrise.

La historia es mía.

Notas del capitulo:

Y bueno, hace un tiempo me dieron ganas de crear una historia mezclando estos elementos. Planeo que sea un fic corto.


Todo lo referente al universo de Percy Jackson pertenece a Rick Riordan.


Los personajes de Mai Hime pertenecen a Sunrise.


La historia es mía.

CAMPAMENTO MESTIZO


CAPÍTULO 1


¿Han sentido que no encajan en su propia vida? Yo no, pero sí que he sentido que mi vida no encaja con el mundo.


Durante años fui distinta sin saber lo que me diferenciaba del resto. Cuando llegué a los 14 todo comenzó a tener sentido, de un modo especial, emocionante y mortífero.


Pero a decir verdad, no sé qué fue más difícil de asimilar, el enterarme de que era una semidiosa o… el enamorarme por primera vez.


Me llamo Natsuki Kuga.


Y aquí está mi historia.


Fue exactamente el día de mi decimocuarto cumpleaños. Llegué al salón, tomé asiento e ignoré a mis compañeros tan bien como ellos hacían conmigo. Eran demasiado ruidosos como para soportarles sin perder la cordura en el proceso; a ellos les faltaba prudencia, yo carecía de tolerancia.


Por desgracia, el único sonido que me agradaba era el de los engranajes, el metal vibrando y las herramientas en pleno trabajo; desde que tenía memoria me fascinaba la mecánica, pero mis tutores en turno nunca estaban de acuerdo con mi pasatiempo.


Cuando llegó el profesor no pudo importarme menos, porque por más que lo intentase jamás lograba concentrarme el tiempo suficiente en sus malditas clases. En uno u otro momento terminaba divagando. Iniciaba con la mirada en el pizarrón y al final observaba a través de la ventana.


Como supondrán, eso causaba muchos líos. -Kuga, háganos favor de continuar la lectura-. Malhumorada tomé el libro, me puse de pie e intenté ubicar el párrafo. -Joder-. Susurré. Las letras bailaban sobre el papel formando palabras que carecían de coherencia juntas. Si leía aquella aberración literaria sería imposible frenar sus habladurías.


-La delincuente no sabe leer profesor-. Las risas de los demás le siguieron el juego, taladrándome los oídos. Como ellos no tenían dislexia les era fácil burlarse de lo que no entendían.


Indignada, pues odiaba recalcasen mi pequeño inconveniente en cada clase, volteé a verle. -Por lo menos yo no necesito a un sequito de perros falderos-. Los demás se callaron. -Prefiero ser disléxica que estúpida e insegura-. Después de eso retorné a mi asiento. Los murmullos del salón crecieron y escuché como me maldecían, pero el profesor o no les escuchó o le dio igual; a veces creía que sí por él fuese podríamos habernos matado en plena clase y habría seguido dictando sin inmutarse.


Fastidiada, decidí pasar de la clase desde el inicio. Y justo en el instante en el cual miré por la ventana me pareció ver una sombra demasiado grande, fue como un borrón y por su efímera aparición lo adjudiqué a mi imaginación. Primer error del día. En mi defensa, cuando pasas 14 años siendo acusada de tener déficit de atención con hiperactividad, terminas por creer que miras cosas "irreales" de vez en cuando.


Alguien lanzó una bola de papel a mi cabeza, a esa le siguieron dos más; apreté los puños impotente, me mordí la lengua evitando explotar en una sarta de majaderías. Era odioso saber que la única suspendida sería yo sí me defendía de sus tonterías. Siempre me pasaba, en cada escuela a la cual asistía. Desgraciadamente, no sólo yo lo sabía. Como vieron que las bolas de papel no surtían efecto decidieron lanzarme una botella de agua.


Nadie esperaba que le atrapase en el aire. Pero tampoco nadie se sorprendió de ello porque al mismo tiempo las ventanas estallaron.


Sí, el vidrio voló por todas partes.


Sentí como algunos trozos se encajaron en mis brazos, sin embargo, fue mejor que terminar con la cara hecha jirones.


Los gritos no se hicieron esperar. El pánico invadió a todos los presentes y la mayoría salió corriendo por la puerta en una ola de miedo. Por mi parte… bueno, digamos que el cuerpo no me permitía moverme; lo que sea que ellos vieron debió ser diez veces mejor comparado con mi "hermoso" panorama.


Ahí, sacada de un libro de mitología, estaba una horrible criatura. Su apariencia era una mezcla de mujer con pájaro, definitivamente más bestial que humana. Al volar se mecían sus garras, las cuales goteaban algo muy similar a la sangre. Comprenderán o mínimo podrán imaginar el nudo que se hizo en mi estómago. Además, como sí no fuese suficiente su aspecto, clavó su desagradable mirada sobre mí.


¿Cómo podía defenderme de una pesadilla andante con las manos desnudas?


Me sonrió burlona, obviamente le divertida de sobremanera ver mi mueca de confusión ante su inexplicable aparición.


-Kuga Natsuki-. Creo se supondría debí asustarme pero…


-¿Cómo sabes mi nombre, pajarraco de mierda?-. Por supuesto, eso no le causó gracia.


Lo admito, en ese instante me faltó sentido común, mi culpa.


-Te mataré lentamente-. Perfecto, maravilloso…


-Inténtalo-. Enojada hablaba de más. Maldita adolescencia, maldita imprudencia espontanea, maldito pajarraco de mierda con complejos asesinos.


Juro vi destellar sus garras cuando fueron en busca de mi garganta. Por instinto, le arrojé lo único a la mano: un banco. Este se hizo añicos en un segundo. No me intimidaba su sed de sangre, sin embargo, si era preocupante pensar en cómo salir de ese lio. Darle de a puñetazos no era opción mientras esa cosa pudiera convertirme en delgadas tiras de carne.


Movió las alas de tal modo que una ráfaga me mandó volando contra el pizarrón, maldije en susurros por el impacto, ni siquiera tuve tiempo de sopesar correctamente mi dolor, pues de haberlo hecho las garras clavadas en la pizarra habrían atravesado mi corazón.


Sentía la adrenalina bombear a un grado incluso doloroso. Las cosas se movían en cámara lenta. Pensaba que ya sí no atacaba tendría que ser la mejor esquivando hasta saber cómo salvarme.


Rodé por el piso al esquivar otra embestida, enfurecida me puse de pie, estaba entre la pared y el escritorio del profesor.


-Regresa al zoológico-. Sí pudiera regresar y cerrarme la boca, lo haría. Tal vez hasta me pegaría un puñetazo por pasarme de impulsiva.


De una patada volqué el escritorio justo a tiempo para cubrirme de los vidrios que lanzaron sus ráfagas. Así como le usé para defenderme, le levanté sobre mis hombros, lo arrojé y sonreí ligeramente al ver que logré tirar al pajarraco al suelo. El gusto me duró poco.


Era una batalla bizarra en la cual me aventaban contra las paredes, esquivaba garras e incoherentemente cualquier cosa podía volar por los aires.


Por desgracia, esa cosa sólo se cabreaba mientras a mí se me agotaban los objetos para evitar que me rebanaran. En lugar de salir corriendo por la puerta, como cualquier humano normal, mi mente susurró una idea que al parecer mi cuerpo consideró razonable. En una acción enloquecida (misma que desconcertó hasta al monstruo) salté por la ventara; los vidrios rotos del marco arañaron mi ropa sin llegar a rozarme gravemente la piel, después aterricé dando una pirueta. Era sorprendente lo que podías hacer cuando te jugabas la vida.


El patio estaba vacío, como si todas las almas de la escuela hubieran optado por desaparecer de la faz de la tierra.


En segundos, la puta arpía me siguió. Voló en pedazos los marcos restantes junto a parte de la pared. Y sí, para variar, me los arrojó…


-¡SÓLO DEJATE COMER!-. La furia de sus ojos carecía de comparaciones.


Guardé silencio, cosa que por cierto le enloqueció más. Según descubrí con el tiempo, poseía un don para desquiciar tanto a humanos como a monstruos.


Pasé saliva.


Seguía sin idea alguna de cómo salvarme el pellejo. Había notado como mi adversario ni siquiera sangraba ¿Cómo podía ganarle?


Ahí estaba yo, una adolescente de 14 años en su cita con el destino.


Y haría lo que fuese necesario para evitar morir al final de la cita.


Llámenlo suerte o como gusten.


Una flecha surcó el aire hasta encajarse en la garra que iba por mi hombro. El pajarraco decidió culparme, arremetiendo con mayor deseo asesino, pero una segunda flecha le dio en el antebrazo.


Con solo ver el metal podía percatarme de que era especial.


Retrocedí un paso, alejándome de su alcance.


Una tercera flecha le dio en la garra contraria.


-¡Hoy no arpía!-. Por reflejo, volteé al costado derecho. A unos 15 m había una chica de cabello naranja con un arco. Delante de ella, otra chica corría en mi dirección, sus ojos dorados brillaban con la pasión de un guerrero y en su mano derecha portaba una espada tan larga como ella misma.


Con un grito de película, saltó a un metro del suelo, alzó la espada por sobre su cabeza y le dejó caer en un estrepitoso golpe.


Rápida, la arpía bloqueó el ataque con sus garras. Sin embargo, la chica era más rápida. Al caer al suelo giró sobre su propio eje, la enorme espada rozó contra el piso produciendo chispas azules y al final se elevó diagonalmente, consiguiendo cortar por el torso al pajarraco.


Me dolieron los oídos con su rugido/grito. Sus ojos me dieron una última mirada de odio al saberse vencida, después, en un acto demasiado extraño para mí, su cuerpo se convirtió en polvo dorado.


Apenas en ese momento fui consciente de la tensión en mis músculos, antes de darme cuenta jadeaba, el shock por fin conseguía embargarme. También noté como la sangre bajaba desde mi hombro izquierdo hasta la punta de mis dedos.


No me derrumbé en el suelo porque era muy orgullosa para permitírmelo. No obstante, un ligero temblor movía mis piernas.


Ambas chicas se acercaron, lo hacían de modo que era obvio no deseaban asustarme. Yo era terca y desconfiada a niveles desproporcionales, pero no era ingrata y esas dos acababan de salvarme la vida. -Gracias-. Desde temprana edad mi voz había sido ronca, y de verdad esperé no sonase enojada o indiferente para ellas.


Se dieron una rápida mirada entre sí. -De nada-. Me analizaron de pies a cabeza, repararon en el estado de mi ropa tras saltar por la ventana y evitaron mencionar la confusión que seguramente aún mostraba mi rostro. -Sé que… esto debe ser muy raro para ti-. Mientras hablaba colgaba la espada en su espalda. Le observé fijamente.


Ella poseía ojos dorados dignos de una guerrera, cabello negro peinado para parecer despeinado, constitución corporal delgada pero firme y un par de cicatrices notables en sus brazos. Una especie de soldado en miniatura que no podía tener más de trece años.


Volvió a hablar. -Más de esas cosas pueden aparecer pronto-. Rascó su cabeza, al parecer las palabras no eran lo suyo.


La otra chica tomó la palaba. -Lo que quiere decir, es que debemos marcharnos y es preferible que vengas con nosotras, por tu seguridad-. Su cabello de un fuerte naranja junto a su mirada color lila era una combinación algo extraña, pero a ella le quedaba bien. -Te explicaremos lo que podamos en el camino-. Sus palabras daban la impresión de ser sinceras. -Ella es Mikoto Minagi-. Señaló a la más bajita. -Mi nombre es Mai Tokiha-.


-Kuga Natsuki-.


A esas alturas, ir con ellas era una apuesta en la cual sólo podía ganar, sí o sí, no tenía otra opción.


De esa manera, me llevaron al Campamento Mestizo.


En el trayecto procuraron darme una pequeña explicación, a grandes rasgos me contaron que "personas como nosotras" resultaban muy apetitosas para monstruos como el pajarraco. -¿De verdad quería comerme?-. Entre más lo pensaba, la idea era más desagradable.


-Pues yo la vi tan cabreada contigo que parecía querer torturarte, masacrarte, devorarte y al final maldecir tu nombre-. Cuanta franqueza había en las palabras de Mikoto. Fue una de las razones por las que de inmediato me llevé bien con ella.


Continuaron con la improvisada explicación. Por el pequeño detalle de ser aperitivos andantes, necesitábamos un lugar para dormir tranquilos. Al parecer había una especie de campamento que daba refugio a "niños especiales", por un segundo temí que estuviese en camino a una correccional, supongo que mi cara reveló mi preocupación.


-Tranquila, al igual que tú, todos llegamos ahí sin entender mucho. Pero es un lugar entretenido y confortante-. Definitivamente Mai era mejor con las palabras.


Les pregunté qué hacían por ahí antes de salvarme, la respuesta me sorprendió. -Nada, venimos en especial por ti Natsuki-. Ese día no me dijeron como se habían enterado de mi existencia, fue hasta semanas después que me contaron que ambas me vieron en un sueño.


Joder, me habría sido bastante útil saber lo de los sueños desde el inicio.


Cuando llegamos al campamento, más de una mirada se clavó en nosotras, o mejor dicho en mí. La mayoría eran miradas cargadas de curiosidad, no obstante, también sentí cierto desprecio en algunas. Por otro lado, la que definitivamente emitía odio puro pertenecía a una pelirroja; fue como sí la vida me dijese: Te presento a tu enemiga natural. Le sonreí con altanería, sí ella iba a meterse conmigo, al menos le daría un motivo para hacerlo.


Después culpé a ese desagradable encuentro visual de no haber visto a ciertos ojos carmín observándome con interés.


Mai y Mikoto me dejaron en una casa muy grande, debía esperar a un tal Yamada. -Es extraño ver que lleguen a tu edad estando solos-. Su voz resonó desde el interior antes de dejarse ver. -He de creer que las chicas ya te hablaron un poco de este lugar-. Asentí, estando frente a él sentía el impulsó de mantener la boca cerrada. -Quizá quieras tomar asiento-. Negué, pensaba sin dudar que una noticia no me haría tambalear. -Bueno, al parecer eres una chica ruda. Prosigamos-. Me llevó dentro de la casa. A través de las paredes resonaban los gritos del campamento. -¿Crees en los dioses griegos?-. Bueno, acababa de ser atacada por una alimaña de su mitología; decidí mantener la mente abierta a las posibilidades.


Me rasqué la cabeza. -A decir verdad, nunca pienso demasiado en ningún dios-. ¡Hey! No era nada personal.


-Tranquila, la mayoría de los campistas llegan en situaciones similares. Veras Natsuki-. Era extraño oír mi nombre tantas veces. -Veo que prefieres tu apellido, está bien-. Supongo que era la fuerza de la costumbre. -Veras Kuga, los dioses griegos son reales, tanto o más reales que nosotros-. ¿Y acaso yo era imaginaria o qué? -Ellos tienden a buscar "calor" con algunos mortales-. Hasta el día de hoy pienso que sencillamente pudo decir "sexo".


-Y como resultado de ello, nacen niños mitad mortal mitad dios. Les denominamos semidioses-.


-¿Estás diciéndome que soy una semidiosa?-. Él me sonrió.


-Tú y todos los campistas-.


Era una locura. Una completa locura.


Pero era una locura que le daba sentido a mi antes incoherente vida.


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